Sender y el insoportable peso de la censura franquista

La obra literaria de Ramón J. Sender (1901-1982) ha tenido la inmensa suerte de ser analizada, estudiada y evaluada por una pléyade de grandes filólogos, historiadores de la literatura y críticos: Francisco Carrasquer (1915-2012), Jesús Vived Mayral (1932-2018), Donatella Pini, José Carlos Mainer, Marcelino C. Peñuelas, etc., lo que podría llevar a pensar que ya poco nuevo queda por decir acerca de las vicisitudes de sus libros. Con El triángulo editorial de «Crónica del alba», Olga Pueyo Dolader no sólo desmiente esa arriesgada suposición sino que, situándolo con precisión en su contexto político y editorial, convierte al autor aragonés en ejemplo para explicar la evolución de la censura de libros en España durante la dictadura franquista, sus métodos y objetivos y el efecto, dispar, que tuvo ‒y sigue teniendo‒ en la recepción de la literatura de los exiliados republicanos y en el canon de la literatura española del siglo XX.

Ya en 2020 Pueyo Dolader había llamado la atención sobre el valor y la importancia del rico epistolario del editor barcelonés Jaume Aymà i Mayol (1911-1989) conservado en el Arxiu Nacional de Catalunya en un artículo en la revista Sansueña, y de nuevo aquí constituye una de las principales fuentes de información para reconstruir el proceso de contratación y edición de Crónica del alba y algunas novelas posteriores, así como las delirantes gestiones que el intrépido y benemérito editor se vio en la necesidad de establecer con la censura. Gracias a este epistolario ‒que sería muy útil que algún editor valiente se atreviera a publicar‒ conocemos, por ejemplo, el proceso mediante el cual, con el texto ya compuesto, el editor se ocupó de introducir las enmiendas y correcciones y hacer las supresiones que le pedía el Ministerio de Información de modo tal que no se produjeran recorridos en el texto que obligaran a componerlo de nuevo (con el consiguiente costo y retraso), o que en la siguiente edición, gestionada también por el propio Aymà en la editorial Andorra, esas enmiendas se debieron ya a la mano del propio Sender. ¿Minucias filológicas de variantes textuales para solaz y entretenimiento de especialistas? Depende de cómo se mire, porque en muchos casos se trataba de párrafos enteros y porque, por acumulación ‒como puede comprobarse en el apéndice que incluye este libro‒ llegan a alterar en cierta medida el impacto del conjunto.

Joaquín Maurín

Otro de los puntales sobre los que se sustenta este apasionante recorrido es el archivo personal de Joaquín Maurín (1896-1973) y el magnífico epistolario que mantuvo con Sender y que en su día preparó y editó Francisco Caudet. A través de este material se traza una imagen precisa de las circunstancias en las que debían desenvolverse los escritores del exilio republicano de 1939, con acceso difícil a las editoriales asentadas en sus países de acogida, que además estaban inmersas en sus propios procesos evolutivos, con la alternativa de publicar en empresas a las que se impedía distribuir sus libros en España o de autopublicarse sin ninguna esperanza de una difusión mínimamente decente. En otras palabras, sirve a la autora para cartografiar el mapa del campo editorial anómalo en el que durante muchos años se vieron obligados a jugar este amplio conjunto de escritores valiosos.

Victor Alba

Además de redondear y precisar la imagen que hasta ahora teníamos de Maurín como agente literario oficioso de Sender, por fin queda más precisamente establecidas las circunstancias y los canales mediante los que, ya en septiembre de 1953 y gracias a la iniciativa de Víctor Alba (Pere Pagès i Elies, 1916-2003), Maurín propició que Sender intentara que la editorial de José Janés (1913-1959) le publicara algún libro en España y cómo este se topó con un tipo de censura insalvable pese a informes favorables de los lectores censores: Sender era impublicable no porque su obra defendiera unas determinadas ideas o mostrara una determinada imagen de España, sino simplemente por ser quién era; y la decisión la tomaba la Dirección General de Información. Aun así, es pertinente constatar que, como bien podría hacer cualquier defensor del franquismo, que en 1946 el editor Javier Morata había obtenido autorización para importar ejemplares de un libro suyo, pero conviene no olvidar que se trataba de tan solo diez ejemplares, lo que es tanto como decir apenas nada. También del Archivo General de la Administración, lógicamente, se ha servido con profusión la autora para dilucidar los procesos a los que fueron sometidas las peticiones de diversos editores para dar a conocer la obra de Sender a sus lectores naturales. Asimismo, le permiten establecer y documentar cómo la evolución política del franquismo fue evolucionando no en una estrategia de apertura hacia la obra del exilio republicano, sino más bien como un modo de instrumentalizar determinados textos para limpiar un poco sus manos manchadas de sangre inocente.

Los Aymà, padre e hijo.

También son del máximo interés las páginas dedicadas a la recepción que tuvo a lo largo del franquismo y la posición que ocupó en el canon forjado por los estudiosos de la literatura española, algunos de los cuales demostraron ser incapaces de separar la antipatía personal o la discrepancia política del juicio estético, mientras que otros se enfrentaban a enormes dificultades, cuando no a la imposibilidad, de acceder a la obra completa de los autores a los que pretendían evaluar ( y eso vale para Sender, pero también para Manuel Andújar, Francisco Ayala, Max Aub y una extensísima nómina de escritores de primer orden). Sirva como mínimo de ejemplo de cómo y hasta qué punto varias generaciones de españoles recibieron y en muchos casos asumieron una escala de valores literarios maleados en origen, y sobre todo de advertencia del enorme trabajo que aún queda pendiente de hacer para revertir y actualizar esa situación, pese a la labor ya llevada a cabo, entre otros, por los insignes filólogos mencionados en el párrafo inicial.

Ramón J. Sender.

Como escribe con irrebatible acierto Fernando Larraz en el prólogo, este libro es «una aportación fundamental a la reconstrucción de nuestra historia cultural del siglo pasado que trasciende el mero estudio de caso», porque, si bien sitúa la historia editorial de Crónica del alba en primer plano, el fondo sobre el que se desarrolla esa historia queda perfectamente perfilado y delineado, y saca a la luz toda una serie de aspectos que pueden servirnos para comprender mejor otros muchos casos de «recuperación» de la obra literaria ‒pero también pictórica o cinematográfica, por ejemplo‒ de los exiliados republicanos de 1939 durante el franquismo. En este sentido, quizás el título elegido podría llevar a engaño, porque el texto de Pueyo Dolader va mucho más allá de lo anunciado. Decir que El triángulo editorial de «Crónica del alba» es una pequeña joya sólo es cierto si nos limitamos a contar el número de páginas del volumen; no tiene nada de pequeña pero sí es una joya.

La agente literaria Carmen Balcells retratada por el escritor Max Aub

El profesor Javier Sánchez Zapatero inició el análisis de la interesante relación profesional entre el escritor valenciano exiliado en México Max Aub (1903-1972) y la agente literaria barcelonesa Carmen Balcells (1930-2015), si bien su interés se circunscribía al estudio del epistolario, que, tras recomendaciones de  Carlos Barral (1928-1989), Alastair Reed (1926-2014) y Jaime Salinas (1925-2011), se inicia con una carta de Aub del 13 de octubre de 1964. Por aquel entonces Aub, pese a la magnitud y copiosidad de su obra dramática, poética y narrativa, solo había podido publicar en España, al margen de fragmentos y cuentos en revistas, en la colección hispano-argentina El Puente de Guillermo de Torre (1900-1971), El zopilote y otros cuentos mexicanos (1964) y, tras frustrar la censura la publicación de la novela La calle de Valverde, acababa de firmar con Gredos el contrato para la edición en la colección Antología Hispánica de Mis páginas mejores (1966). Su intención al contactar con Balcells era, pues, evidente.

Los tratos epistolares fueron relativamente ágiles, pues pese a la casi imposibilidad material de que en la agencia se hubiera leído la totalidad de la obra publicada hasta entonces por Aub ‒y mucho menos la escrita‒, seguramente bastaría su prestigio entre escritores y editores y las traducciones de las que había sido objeto algunas de sus obras (Jusep Torres Campalans sobre todo: en Gallimard, Mondadori y Doubleday) para que en diciembre de ese mismo año ya se formalizara el contrato. Escribe Sánchez Zapatero que «pronto quedó establecida entre los dos una corriente de simpatía y afecto que trascendió la relación de trabajo».

En la biografía que dedicó a la superagente, Carmen Riera recoge el primer encuentro entre Balcells y Aub en México en 1965 y alguna de las motivaciones personales del interés de la primera por contar con Aub en su catálogo:

Max Aub, Juan Goytisolo y Vicente Rojo.

Allí conoció, además de a García Márquez, a Max Aub, a quien representaba desde 1961 [sic] El escritor exiliado era uno de los grandes autores que habían tenido que tomar el camino de la diáspora y a Carmen le impresionaba mucho el drama de los exiliados.

Ni la relación profesional ni la personal, pese al buen entendimiento, fueron una balsa de aceite, y como mínimo se vio sometida a baches y evolucionó, en parte debido a que Aub no perdió el hábito de intentar, por su cuenta y riesgo, colocar algunas de sus obras a editores amigos e incluso acordar la traducción de algunas de ellas y cerrar los contratos sin informar siquiera a la agencia. Sánchez Zapatero recoge como ejemplos los casos del envío de la novela Las buenas intenciones a la editorial Ciencia Nueva mientras la agencia estaba negociando su publicación en Delos-Aymà, el compromiso duplicado de publicación de La calle de Valverde (Aub con Seix Barral y Balcells con Alianza), el acuerdo con la Editorial Andorra para Campo del Moro y la traducción de esta misma novela al polaco.

Autor y agente volvieron a coincidir durante el primer viaje de Aub a España, en 1969, y Riera resume el programa de su visita en los siguientes términos:

Cuando Aub regresó a España, en septiembre de 1969, ella se encargó de acogerlo, llevarlo a su apartamento de Cadaqués, presentarle además de los vips catalanes asiduos del lugar, Tusquets, [Oriol] Bohigas, [Rosa] Regás, etcétera, a Inge Feltrinelli y dar una fiesta en su honor en el hotel Balmoral; también le concertó entrevistas con los periodistas de todos los diarios catalanes: La Vanguardia, El Noticiero Universal, El Correo Catalán, pasando por Tele/Exprés, además de la revista Destino.

Francisco Giner de los Ríos, Ricardo Martínez, Max Aub, José Luis Martínez y Joaquín Díez-Canedo.

En La gallina ciega, subtitulada «Diario español» y publicada en diciembre de 1971 por Joaquín Mortiz (1917-1999), Aub hace un retrato profesional espléndido, de una fuerza y fidelidad kinética apabullante, de su agente literaria en plena actividad:

Anda, va, viene, corre, sube, baja, pone el coche en marcha, insulta al chófer vecino, impugna, niega, reniega, ataca, discute, arguye, redarguye, se opone, propone, rechaza, piensa, organiza, siempre tiene qué decir, apenca, adelanta, clama al cielo, pone en el disparadero, reclama, pierde, encuentra, come, bebe, tercia, paga el pato y la cuenta. Se enfada, se alegra, o, al revés, según el día o la hora, logra su utilidad y sus ventajas y las de los demás, con impulso, vehemencia, lamentaciones, interrupciones, telefonazos a diestro y siniestro.

–¿Dónde puse mi cartera?

–¿Dónde puse mis llaves?

–Tenemos que estar a las seis…

–Tenemos que estar a las siete…

–Apunta: a las ocho, firma con Carlos. A las ocho y media, desayuno con los franceses: no te olvides del contrato ni de añadir la cláusula que quiere Jorge y que me parece necesaria; a las diez aquí: tú me tienes preparada la firma y las cartas para Doubleday y Gallimard y ponle otra a Piper diciéndole que no. A las once y media viene por mí Oliver para ver a Fontanals, en Gracia, a ver si nos arreglamos con Esther. Como con los de la Guggenheim para ver si acabo de arrancarles lo necesario para la beca de Gonzalo. A las cuatro y media tengo que pasar por Tiempo para revisar el artículo de Pons, no se le vaya a ir la mano como hace quince días. A las cinco y media, no tengo más remedio de ver a quien tú sabes. Nos encontraremos a las siete, a ver qué hubo por aquí por la tarde y tenme listo lo que haya que firmar. Ceno con Ana María, en Sitges, tiene que contarme todos sus asuntos y tenemos que discutir el arreglo con Alianza… Así que…

El faro de los lectores aubianos Ignacio Soldevila (1929-2008) sitúa este pasaje, junto con el dedicado a la actriz Nuria Espert, entre los nos muestran al «Aub novelista, creador de personajes vivos y parlantes, o retratista vivaz, de animado dibujo» y que «no desmerecen en nada de los de sus personajes de fábula más logrados».

Es evidente que existía una tensión entre el anhelo ansioso de hacer llegar su obra a los lectores que tenía en mente cuando la escribió (sobre todo en el caso de la serie novelesca El laberinto mágico) y la negativa intransigente de Balcells a que eso supusiera la aceptación de unas condiciones que pudieran perjudicarle tanto a él como a la difusión de su obra. Un ejemplo muy notorio de ello se dio en el caso de la obra dramática, de la que la revista Primer Acto, y en particular su director José Monleón (1927-2016), se convirtieron en entusiastas valedores (en 1971 publicaría en Taurus El teatro de Max Aub). Ya antes del primer contacto entre Aub y Balcells esta espléndida revista había publicado en su número 52 (mayo de 1964) la que probablemente sea la obra dramática más ambiciosa del autor, San Juan, cuya primera edición había aparecido en la colección Tezontle del  Fondo de Cultura Económica en 1943 con un prólogo del prestigioso crítico Enrique Díez-Canedo (1879-1944). Si bien la edición de Pimer Acto era oportuna y necesaria, y se acompaña de un ramillete de textos de José Ramón Marra-López, José María de Quinto (1925-2005), Alfonso Sastre (1926-2021) y el propio Aub y la antecede además el mencionado prólogo de Díez-Canedo, lo cierto es que la edición del texto, acompañada de fotografías de diversos estrenos aubianos, es lamentablemente muy defectuosa. En una carta abierta a Max Aub fechada el 18 de junio de 1998, Monleón contó cómo el texto le llegó a las manos: «Veía a José María de Quinto, recién llegado de México, trayéndonos a un Consejo de Redacción de Primer Acto ‒primavera de 1964, en una cafetería de la Glorieta de Bilbao‒ el texto de San Juan junto a una reivindicación apasionada de tu personalidad y tu teatro».

José Monleón

Acerca de la negociación de Crimen y Comedia que no acaba, que se publicarían en el número 130 (de marzo de 1971), Sánchez Zapatero recoge unas palabras muy ilustrativas de Balcells: «Comprendo las dificultades que atraviesa Primer Acto y la ilusión que les hace publicarte. Lo que no comprendo es que ofrezcan sumas ridículas para ti» (Balcells consideraba que cinco mil pesetas era un mínimo exigible por un texto de Aub). Aun así, en el número 144 (de mayo de 1972) se publicaría otra obra de Aub (La vida conyugal).

Las relaciones entre autor y agente tuvieron claroscuros, altibajos o cuanto menos evolucionaron y afectaron de algún modo a su relación personal, como pone de manifiesto, por ejemplo, una lacónica anotación del diario de Aub fechada el 6 de junio de 1972: «Barcelona ‒Carmen y Luis [Palomares]‒. Grandes alharacas, pero falta cordialidad».

Teniendo en cuenta que en el archivo Max Aub se conservan tanto la totalidad de las cartas de Balcells al escritor y viceversa (209 cartas en total), así como contratos y liquidaciones, y que el archivo Carmen Balcells (en el Archivo General de la Administración) es de suponer que contenga información jugosa sobre las gestiones para encontrarle editor en España, sorprende que aún nadie se haya enfrascado en una investigación a fondo de esa relación entre dos titanes del campo literario español.

De izquierda a derecha, Esther Tusquets, Magda Oliver, Max Aub y Carmen Balcells.

Fuentes:

Max Aub, La gallina ciega. Diario español, edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1995.

Max Aub, Diarios (1939-1972), edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1998.

José Monelón, «Carta abierta a Max Aub después de ver juntos una representación del San Juan en el teatro María Guerrero», Primer Acto, núm. 274 (mayo-julio de 1998), pp.11-15.

Carme Riera, Carmen Balcells, traficante de palabras, Barcelona, Destino, 2022.

Javier Sánchez Zapatero, «Lo que importa es España: proyectos para la recuperación editorial en el epistolario entre Max Aub y Carmen Balcells (1964-1972)», El Correo de Euclides, núm. 6 (2011) pp. 33-48.

Ignacio Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2003.

Pedro Tejada Tello, «Humor, amistad y proceso creativo en el epistolario entre Max Aub y algunos de sus editores españoles», El Correo de Euclides, núm. 12 (2017), pp. 145-150.

Nabokov en español antes de la anagramática Biblioteca Nabokov

Entre los materiales de primera mano que incluye el libro Los papeles de Herralde, uno de los más llamativos y jugosos es una carta dirigida a la reputada agente literaria Anne-Marie Vallat y fechada en abril de 1988 en la que el editor de Anagrama describe la conducta y los modales de cierta agente estadounidense como «más propios para otros menesteres no relacionados con el intelecto ni con la literatura». Según se hace constar entre corchetes, la agente en cuestión es Nikki Smith, y todo el asunto y disgusto estaba vinculado con el ímprobo esfuerzo de Anagrama por reunir el grueso de la obra de Vladimir Nabokov (1899-1977).

Vladimir Nabokov e hijo.

La introducción de Nabokov al lector en lengua española databa cuanto menos de 1945, cuando la editorial chilena Zig-Zag puso en circulación la traducción de Dubrovski el bandido de Pushkin como número 51 de la Serie Roja ‒con sobrecubierta diseñada por Mauricio Amster‒, precedido de un prólogo firmado por «Vladimir Nabokov Sirin» (recuérdese que uno de sus seudónimos más habituales entre los años veinte y cuarenta fue Vladimir Sirin).

Sin embargo, probablemente la primera novela de Nabokov traducida al español sea Cámara oscura, obra de José María Riba y publicada por la empresa barcelonesa Luis de Caralt en 1951, a la que seguiría un largo silencio que permite especular sobre la escasa repercusión de esta obra. En 1958 aparece en Santiago de Chile la traducción de María Espiñeira de Monge de Pnin, que publican las Ediciones del Nuevo Extremo, al parecer, por lo menos en un momento inicial, sin apenas ninguna reacción ni de la crítica ni de los lectores.

Hay que esperar hasta 1960 para que la efímera editorial F.I.C.S.A. publique en España El engaño como primer número de la no menos efímera colección Nueva Ola. La traducción en este caso la firma el prolífico e incombustible Fernando Gutiérrez (1911-1984), pero lo más curioso de esta edición quizá sea que en los paratextos se presente al autor como «El celebrado autor de Lolita», una obra que acababa de traducir al español el ya prestigioso Enrique Pezzoni (firmándola como Enrique Tejedor) y había publicado la Editorial Sur en Buenos Aires en 1959 pero que ‒por lo menos legalmente‒ no circulaba en España porque la censura la había prohibido; del mismo modo que la censura argentina secuestró la edición de Sur por considerar la novela «inmoral» y para evitar así que pudiera corromper a lectores menores de edad. Al año siguiente aparecía en la colección Hipocampo de Plaza & Janés Risa en la oscuridad (es decir, Cámara oscura) en traducción de Antonio Samons.

De nuevo fue Sur quien editó en 1963 la compilación de cuentos aparecidos previamente en revistas Madamoiselle O (publicada originalmente en 1958 por Doubleday), en esa ocasión traducidos por un veinteañero Edgardo Corazinsky, quien a su vez emplearía años más tarde una cita procedente de este libro en su cuento «Literatura» (incluido en La novia de Odessa, Emecé, 2001).

Jaime Piñeiro González (también conocido como Hubert Keussel) tenía muy poca experiencia como traductor cuando se ocupó de ¡Habla, memoria!, que Plaza & Janés imprimó en Barcelona (en Limonograph) en enero de ese mismo año con un paratexto alusivo también a Lolita («La autobiografía del autor de Lolita»), y dos años más tarde (1965) aparecía en México Don, publicado por Diana y con traducción firmada por el poeta y dramaturgo Carlos Barrera (1888-1970). Dos años después, de nuevo en Santiago de Chile Pomaire reeditaba Pnin, y en 1966 había aparecido un original ensayo, en el segundo volumen del libro de homenaje a Rodríguez Moñino publicado por Castalia, dedicado a «Lolita de Nabokov y Los puritanos de Palacio Valdés (un paralelismo literario)» que firmaba el poeta y filólogo de origen filipino Federico Sánchez Escribano (1898-1969), por entonces profesor universitario en Estados Unidos.

Durante la década de los sesenta, pues, Nabokov era a ojos de los lectores el autor de Lolita, una novela cuya lectura estuvo muy contaminada ya de origen por haberla publicado Maurice Girodias (1919-1990) en su parisinas Olympia Press y luego por los problemas que había tenido con la censura moral en diversos países; Nabokov era un autor al que podría llamarse algo así como un one hit wonder y todos los esfuerzos editoriales por revertir esa situación se habían visto abocados al fracaso más o menos estrepitoso.

Los años setenta, en lo que aquí nos ocupa, se abren con la edición en Barral Editores de la obra teatral Vals y su invención (1971) en traducción de Antonia Kerrigan (1952-2023), y pudiera parecer que eso empezaría a cambiar. Ese mismo año aparece en Edhasa, traducida por Lidia de García Díaz, Invitado a una decapitación. De 1972 es Masherka en Lumen (traducida por Andrés Bosch); de 1974, la novela breve El ojo en Júcar (traducida por Mireia Bofill) y Tiempos románticos, de nuevo en Lumen (traducida por Román García Azcárate); y de 1975 la edición en Grijalbo de Lolita, en una traducción que se publica de nuevo con la firma de Enrique Tejedor, pero «tuneada». En palabras de Magalí Libardi, que ha cotejado las tres versiones (traduzco): «La edición de Grijalbo presenta una primera revisión del texto de Pezzoni que mutila la versión original hasta hacer de ella un texto más decoroso (convirtiéndolo, en cierto modo, en una bella infiel moderna)».

De 1976 es la edición en la colección Horizonte de Sudamericana del libro de cuentos de la etapa rusa El Tiranicida (en traducción de Carlos Gardini); de 1977 son las entrevistas de Opiniones contundentes en la colección Persiles de Taurus (traducidas por María Raquel Bengolea), Pálido fuego en Bruguera (en traducción de Aurora Bernárdez); de 1978, año jubiloso para los nabokovianos, son Desesperación (en traducción de Rodrigo Escudero) en las argentinas Ediciones Librerías Fausto del legendario librero y editor argentino Gregorio Schvartz (1913-2001) y simultáneamente en la barcelonesa Argos Vergara (con un diseño de cubierta pinkfloyano), Trece relatos en la fabulosa colección Punto Omega de Guadarrama (en traducción de Isabel Herranz), La verdadera vida de Sebastian Knight en Plaza & Janés (en una edición en que de nuevo se presenta a Nobokov como el «autor de Lolita» y en traducción de Ana Mª de la Fuente), y la década se cierra con una edición en Sudamericana con Detalles de un crepúsculo y otros cuentos (1979), traducidos por Lucrecia Moreno de Sáenz.

Es evidente que la obra de Nabokov en español estaba muy dispersa, no siempre se había traducido con unos estándares de calidad muy exigentes ‒y tratándose de un reconocido maestro de la aliteración eso tiene su miga‒, lo cual entorpeció notablemente la calidad de las ediciones posteriores, y además muchas de esas obras no eran fácilmente accesibles al lector interesado. Según cuenta Jorge Herralde en «Nabokov: la cocina de una Biblioteca», al iniciarse la década de los ochenta Anagrama empezó a gestionar, a través de Anne Marie Vallat y «con el máximo sigilo para evitar interferencias de algún querido colega», la obtención de los derechos de todas las obras importantes de Nabokov, un proyecto que no se materializó hasta mediada la década, no dejó de tener sus tropezones (en particular, con las traducciones de Lolita) y en algunos casos se vio en la necesidad de retraducir las obras da capo. El inicio de unas obras completas tendría que esperar al siglo XXI (en la impresionante colección de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), un proyecto que lamentablemente quedó trunco tras publicar solo dos volúmenes de novelas (La verdadera vida de Sebastian Knight, Lolita, Barra siniestra y Pnin, y Pálido fuego, Ada o el ardor, Cosas transparentes y ¡Mira los arlequines, ambos en 2006).

En cuanto a Nikki Smith y su esposo el abogado Peter Skolnik, se convirtieron en agentes de los derechos sobre la obra de Nabokov en abril de 1986 en la veterana agencia Sanford J. Greenburger Associates (creada en 1932), que pronto se ganó fama por representar en el ámbito anglosajón a Simone de Beauvoir, Frank Kafka, Antoine de Saint-Exupéry y Jean-Paul Sartre, entre otros, pero que una vez fallecido el fundador (1971) y gestionada por la docena de agentes que en ella trabajaban acabó por ser más conocida por tener en su catálogo a James Paterson y Dan Brown. En 1988 el matrimonio que representaba a Nabokov creó Smith/Skolnik Literary Management, que en 1995 tuvo que lidiar con la demanda interpuesta por Dmitri Nabokov contra Farrar Straus & Giroux para proteger los derechos de autor de Nabokov sobre El diario de Lo (una novela de la italiana Pia Pera que pretende revisar el mito de Lolita). No sería hasta el año 2008 que Dmitri Nabokov decidió reemplazar a Smith/Skolnik por la Wylie Agency.

Fuentes:

María Ximena Eizayaga, «Malinterpretación y censura de Lolita. El caso Sur (1959)», Gramma Universidad del Salvador, núm especial 10 (2020).

Jordi Gracia, ed., Los papeles de Herralde. Una historia de Anagrama 1968-2000, Barcelona, Anagrama (Biblioteca de la Memoria 43), 2021.

Jorge Herralde, «Nabokov, la cocina de una Biblioteca», en Opiniones mohicanas, Barcelona, El Acantilado, 2001, pp. 43-45. (Publicado originalmente en ABC Cultural en abril de 1999).

Roberto Monforte Dupret, «Nabókov, Vladímir Vladímirovich» en el portal Diccionario Histórico de la Traducción en España.

Leon Neyfakh, «Wylie Agengy adds Nabokov Estate to Its Client List», The Observer, 19 de junio de 2008.

Yuri Leving, «Selling Nabokov. An interview with Nikki Smith», Nabokov Online Magazine, vol. VII (2013), 13 pp.

Magalí Libardi, «Censorship, Retranslation and Invisibility in the Spanish Edition of Nabokov’s Lolita», Ideas, vol 4, núm 4 (2018), pp. 1-18.

Anna Richardson, «Another estate heads to Wilye», The Bookseller, 24 de junio de 2008.

Anne Marie Vallat, «Sobre la necesidad de rastrear la vida del libro», en Negociación de derechos. Trascendiendo fronteras (Memoria del III Foro Internacional de Editores FIL Guadalajara 2004), Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, Universidad de Guadalajara, Editorial Universitaria, 2005, pp. 35-38.

Antonia Kerrigan, rumores y el Crack

En su biografía de la agente literaria Carmen Balcells (1930-2015), la escritora y profesora Carme Riera esclarece en buena medida la leyenda urbana según la cual «en una discusión con Carmen, que acabó en altercado, Antonia [Kerrigan, 1952-2023] tiró por la ventana la máquina de escribir a la mismísima plaza Calvo Sotelo, hoy Francesc Macià, sin importarle el peligro descalabratorio que tal ataque de furia implicaba. Otros menos dados a la hipérbole aseguran que lo que tiró, y no por la ventana, sino al suelo, fue un mazo de papeles».

Cualquier barcelonés que conozca mínimamente su ciudad sabía ya bien que la versión de la máquina de escribir era poco menos que imposible, porque cuando Antonia Kerrigan fue despedida de la agencia ésta se encontraba ‒y se encuentra‒ en el número 580 de la Avinguda Diagonal, haciendo esquina con la calle Casanova, mientras que el edificio que colinda con la mencionada plaza Macià es el número 600 (a más de trescientos metros). Bastará recordar que el récord de lanzamiento de peso femenino (4 kilos) está en el año 2023 en 22,63 metros para comprender que hacer llegar una máquina de escribir desde la agencia hasta la plaza era una proeza atlética imposible. Sin embargo, más adelante en la misma biografía, en unas páginas dedicadas a comentar la trayectoria de algunas discípulas de Balcells, la cosa queda bastante aclarada.

Nacida en París en el seno de una familia muy estrechamente vinculada con la literatura ‒su padre era el poeta y traductor Anthony Kerrigan y su madre Elaine antologó la poesía de Robert Graves y tradujo a Cortázar, Ana María Matute y Borges, entre otros‒, Antonia Kerrigan se trasladó de Mallorca a Barcelona para iniciar estudios de Medicina, pero los abandonó cuando, por intercesión de Eduardo Mendoza, le surgió la oportunidad de abandonar las clases de inglés que por entonces impartía para entrar a trabajar en la agencia de Carmen Balcells. Inicialmente, las cosas marcharon viento en popa, hasta que, según reiteró a Carme Riera, la famosa agente empezó a tomarle ojeriza y a convertirla en motivo de broncas injustificadas.

Según conocemos ahora la «famosa» escena, esta se produjo con motivo del despido de Kerrigan ‒del que no se especifican los motivos, si los hubo‒ y la desencadenó la reticencia de Balcells a indemnizar a su empleada, quien abrió la ventana del despacho en que se encontraban (que en todo caso daría a la calle Casanovas, o bien a la Diagonal) y amenazó con tirar por la ventana el pliego de contratos por firmar que llevaba en las manos. Ahí empezó una negociación, y una vez cerrada ésta Magda Oliver (1933-2013) acompañó a Kerrigan a la puerta después de que ésta amenazara con poner su propia agencia en la esquina de la misma calle.

No enseguida, pero cumplió esa amenaza, y años después de crear Antonia Kerrigan Agencia Literaria, la trasladó al número 22 de la Travessera de Gràcia, esquina con la calle Casanovas. Previas al despegue definitivo de la agencia son las publicaciones de una serie de traducciones que llevan la firma de Kerrigan aparecidas en Gustavo Gili (libros de arquitectura), Ediciones B (Frank de Felitte, Sandra Brown) y sobre todo en Plaza & Janés (Asimov, Dean Koontz, Tom Robbins, A.C. Andrews…). Curiosamente, salvo error, la primera traducción de Kerrigan había sido, ya en 1971, la del texto teatral de Vladimir Nabokov escrito originalmente en ruso Vals y su invención, publicada por Barral Editores.

Durante un tiempo, Kerrigan actuó como representante en España de la editorial chilena Andrés Bello, y, aunque posiblemente siempre se la recordará sobre todo por haber sido la agente del exitosísimo Carlos Ruiz Zafón (1964-2020), en su catálogo se acumularon tanto autores españoles como latinoamericanos: los chilenos Sergio Missan y José Ignacio Valenzuela; los peruanos José de Pierola y Alonso Cueto; el nicaragüense Sergio Rodríguez; la cubana María Landa; los colombianos Gustavo Bolívar, Sergio Álvarez y Laura Restrepo; el venezolano Juan Carlos Méndez Guédez; los argentinos Cristina Civale y Marcelo Luján… Sin embargo, resulta sobre todo llamativa la enorme presencia de escritores mexicanos (Mario Bellatín, Rosa Beltrán, Sergio Pitol, Ricardo Chávez, Adriana Díaz Enciso, Alberto Ruy Sánchez, Margo Glantz, etc.), y fue este interés por la literatura mexicana la que la convirtió en uno de los impulsos más importantes de la conocida como «generación del Crack» (Ricardo Chávez Castañeda, Vicente Herrastia, Pedro Ángel Palou, Ignacio Padilla, Eloy Urroz, Jorge Volpi), que la propia Kerrigan explicó del siguiente modo a Carles Domènec:

En 1994, fui a la Feria de Guadalajara en México y vi que había muchos autores interesantes. Tres años más tarde, Jorge Volpi vino a la agencia. Él formaba parte del grupo mexicano llamado El Crack, con cuyos miembros he trabajado.

El año 1994 es precisamente el que a menudo se ha señalado como germinal de este grupo, que hasta 1996 no publicaría el Manifiesto Crack conjuntamente con las novelas de cinco de ellos: La conspiración idiota de Chávez Castañeda (que en 1994 había obtenido el Premio José Rubén Romero pero seguía inédita), Si volviesen sus majestades de Padilla (en Nueva Imagen), Memorias de los días de Palou (en la Editorial Joaquín Mortiz), El temperamento melancólico de Volpi (en Nueva Imagen) y Las rémoras de Urroz (también en Nueva Imagen). Sí acababa de publicarse en cambio en 1994 Tres bosquejos del mal, un libro conformado por tres relatos de Padilla, Urroz y Volpi, editado por Siglo XXI y con portada de Carlos Pelleiro.

Sandro Cohen

Si por entonces alguna empresa aglutinaba o se asociaba a este grupo era la editorial mexicana Nueva Imagen, si bien, según contó a Leopoldo Lezama, el proyecto le llegó a Sandro Cohen (1953-2020) cuando estaba aún en Planeta:

El manifiesto fue parte del lanzamiento, pero el proyecto venía desde antes. Cuando yo trabajaba en editorial Planeta en tiempos en que estaba frente al Parque hundido, por ahí del año 95, Eloy Urroz, quien había sido mi alumno en las becas INBA-FONAPAZ, me trajo un altero de libros y me dijo: «estas novelas forman parte de una empresa literaria, pues nosotros compartimos algunas ideas estéticas y literarias importantes». Y me dijo: «hay una novela de Jorge, otra de Ricardo, de Nacho, de Pedro Ángel y una mía, y, pues, a ver qué te parecen». En eso yo me cambié de trabajo y me fui a Grupo Patria Cultural con todas las novelas. Me las llevé porque ahí no les interesaban. […] yo protegí el proyecto, porque Nueva Imagen estaba moribunda: publicaban libros de Guadalupe Loaeza. Y yo llegué e hice lo que hice antes en Joaquín Mortiz, que fue revivirla con buenas novelas y libros de cuento. Entonces decidimos revivir Nueva Imagen con los libros del Crack, y sí revivió…

En cuanto a la internacionalización del Crack, se ha señalado en cambio el año 2000 como una fecha clave, entre otras cosas porque en la edición de la feria Liber de ese año el país invitado era precisamente México. Poco tiempo antes, en 1999 y mientras estudiaba en la Universidad de Salamanca, Jorge Volpi se había presentado ante Antonia Kerrigan con el manuscrito de En busca de Klingsor, que muy poco después ‒no sin ciertos rumores maledicientes‒ obtendría el Premio Biblioteca Breve de Seix & Barral, al que seguiría enseguida el Premio Primavera de Espasa Calpe para otro representado por Kerrigan de la misma cuerda, Ignacio Padilla (por Amphytryon). En palabras de Carlos Redondo Olmedilla, «Ambas eran novelas históricas que se movían en la transcontinentalidad y ambas iban a propiciar un revulsivo editorial «a lo boom” donde Carmen Balcells es igual a boom, como Antonia Kerrigan es igual a Crack».

Mario Muchnik

Se daba la muy oportuna circunstancia, además, de que Mario Muchnik (1931-2022) acababa de publicar el ya mencionado Tres bosquejos del mal y el poco original título Paraíso clausurado, de Palol, en la editorial que comandaba por entonces (El Aleph), y por si algo faltara la revista barcelonesa Lateral publicó el Manifiesto Crack en su número de noviembre, en lo que tenía toda la pinta de operación bien orquestada. En una conversación con Tomás Regalado López, Pedro Ángel Palou contó algunas de las circunstancias de ese «desembarco» del Crack en Europa y del papel protagónico que tuvo en él Antonia Kerrigan:

lo recuerdo como uno de los viajes más divertidos de mi vida, porque todo se fue concatenando de una manera muy particular: en pláticas y pláticas Antonia Kerrigan, que era la agente de todos en ese entonces, y Joaquín Palau, el editor, empezaron a plantear la posibilidad de no publicar Paraíso clausurado sola: mejor relanzar al Crack. A partir de ahí es un tema estrictamente de producción, de lo que cualquier marxista llamaría de producción y distribución, pues ningún autor del Crack tenía novelas nuevas: a Volpi, con una perspicacia muy grande, se le ocurrió reimprimir Tres bosquejos del mal, este inicio de la publicación colectiva del Crack escrito por Eloy, Nacho y Jorge […] En España nos enfrentamos con cosas tan absurdas como que no se podía publicar Tres bosquejos del mal porque quedaban ejemplares todavía de Tres bosquejos del mal de Siglo XXI en México; en el contrato aparecía que Muchnik se comprometía a comprar los remanentes para poder editarlo. Queríamos incluir a Vicente Herrasti, que no estaba en las primeras novelas del Crack no porque no fuera parte desde el inicio sino porque cuando salieron las novelas del Crack no había novela de Vicente: estaba terminando Taxidermia y no estaba para publicar. Entonces decidimos reeditar Diorama, su novela publicada en Joaquín Mortiz, era una muy buena manera de que entráramos todos; como sucedió con Tres bosquejos del mal y Siglo XXI, se llegó un acuerdo de caballeros, pues había aún ejemplares en México del Diorama de Joaquín Mortiz. 

Del crack al el boom va un mundo en términos estéticos, pero, aunque los contextos y los azares de uno y otro fenómeno nada tuvieran que ver, el éxito que en su momento tuvo tal vez demuestre hasta qué punto Antonia Kerrigan fue buena discípula.

Urroz, Volpi, Padilla y Palou.

Fuentes:

Carles Domènec, «Antonia Kerrigan: “los agentes literarios somos unos ludópatas» (entrevista), Última hora, 6 de junio de 2006.

Sergi Doria, «Muere Antonia Kerrigan, la agenta literaria detrás del “boom” de La sombra del viento», Abc, 11 de mayo de 2023.

José Antonio Guerrero, «Palabra de Kerrigan», La Verdad, 19 de octubre de 2017.

Antonia Kerrigan: leer con pasión, Entrevista Radio 5, 29 de septiembre de 2011.

Leopoldo Lezama, «El Crack o la renovación de la novela mexicana», Confabulario (suplemento de El Universal), 9 de abril de 2016.

Eduardo Ramos-Izquierdo, «De escrituras y artificios en la ficción latiniamericana actual», Rassegna Iberistica, vol. 39, núm. 106 (diciembre de 2016).

Carlos Redondo-Olmedilla, «El «Crack» y su generación: exégesis de la fisura», Confluencia, vol. 31, núm. 2 (primavera de 2016), pp. 72-84.

Tomás Regalado López, «Una conversación con Pedro Ángel Palou», Letralia. Tierra de Letras, núm 261 (20 de febrero de 2012).

Tomás Regalado López, «”La literatura latinoamericana sólo queda como un ficticio objeto de estudio para la academia.” Entrevista a Jorge Volpi», Pasavento. Revista de Estudios Hispánicos, vol III, núm. 1 (invierno de 2015), pp. 187-193.

Carme Riera, Carmen Balcells, traficante de palabras, Barcelona, Debate, 2022.

Karen Rojas Andia, «Antonia Kerrigan: “No creo que la consagración de autores de habla hispana pase por España”», Gestión, 12 de julio de 2019.

Sergio Vila-Sanjuán, «Muere la agente literaria Antonia Kerrigan», La Vanguardia, 11 de mayo de 2023.

José Donoso y el sector editorial chileno de su tiempo

Pienso con remordimiento en cuántos quedaron afuera [del libro Los nuestros] por ignorancia o por prejuicios del momento, o simplemente por limitaciones de espacio. Paco Porrúa, el editor, decía que las omisiones eran tan escandalosas que el libro tendría éxito.

Luis Harss, «Nota a la nueva edición» de Los nuestros, 2012
De izquierda a derecha: García Márquez, Sarduy, Vargas Llosa, Balcells, Donoso y Ricardo Muñoz Suay en 1974.

La importancia del trabajo de Carmen Balcells (1930-2015) en la difusión internacional de la obra de García Márquez (1927-2014) o Vargas Llosa (n. 1936) es difícilmente discutible, pero en ocasiones parece haberse magnificado la trascendencia de Barcelona como capital y de Seix Barral como editorial en la gestación de lo que llamamos «boom latinoamericano», como si de repente hubieran salido una serie de conejos de la chistera de Balcells, y que además todo empezara de pronto con La ciudad y los perros (1962) y Rayuela (1963) y llegara a su punto culminante con Cien años de soledad (1967). En este fenómeno, más sociológico y económico que estrictamente literario, mal delimitado y de nómina fluctuante, ha ocupado siempre un lugar problemático José Donoso (1924-1996) ‒es estruendoso el silencio sobre él en el seminal Los nuestros, de Luis Harss‒, cuya inclusión convierte a veces el póker García Márquez-Vargas Llosa-Cortázar-Fuentes en un repóker ‒de ahí que se le haya llamado también «el quinto beatle»‒, pero a quien inicialmente se encuadró, con su aprobación o incluso su entusiasta participación directa, en la promoción renovadora que se conoció como generación del 50.

José Donoso.

Hay que remontarse a principios de 1950 para hallar los que se tienen por los primeros textos publicados por Donoso, coincidiendo además cronológicamente con el inicio de sus diarios personales: el cuento «The Blue Woman», publicado en el segundo número de la revista de Princeton MSS (noviembre de 1950), al que seguiría en la misma revista «The poisoned pastries» (mayo de 1951).

No obstante eso, pasarían varios años antes de que arrancara la carrera literaria de Donoso, cuando participó en una iniciativa de Enrique Lafourcade (1927-2019) destinada a poner en primer plano a una nueva hornada de narradores chilenos, la mayoría de ellos inéditos, que se concretaría en 1954 con la publicación en la poderosa editorial Zig Zag de la polémica Antología del nuevo cuento chileno, que incluye el relato de Donoso «China», además de cuentos de Enrique Lihn (1929-1988), de la actriz María Elena Gertner (1926-2013) y de Guillermo Blanco (1926-2010), entre otros.

Lafourcade, que se ocupó de la selección, el prólogo y las notas biográficas que presentaban a cada autor, justificaba la iniciativa y la resultante antología del siguiente modo:

Diversas circunstancias permiten hablar de una nueva generación de escritores. El hecho de que sean todos, o en su mayor parte, inéditos. El de que ninguno sobrepase los treinta años. y el de que gran número se conozcan, vivan en un medio cultural univoco, estén en contacto y beligerancia permanentes. Los escritores que integran esta Antología cumplen todos con las condiciones antedichas.

En el quinto escalón, de izquierda a derecha: Nicanor Parra, José Donoso, Jorge Teillier, Enrique Lafourcade, Pablo Huneeus, Virginia Cox y Carlos Iturra; en el cuarto escalón: Enrique Campos Menéndez; en el segundo escalón, y también de izquierda a derecha: Enrique Gómez-Correa, Francisco Coloane, José Luis Rosasco y Roque Esteban Scarpa.

A Donoso lo encuadraba estéticamente además ya solo a partir de ese cuento en el mismo grupo que a Jorge Edwards con los siguientes argumentos:

actitud puramente sensible, próxima al poema en prosa, pródiga en descubrimientos formales, metafóricos. con un lirismo fresco y diáfano. Obras como las de Jorge Edwards, Félix Emerich, Gloria Montalvo, Margarita Aguirre, Luis Alberto Heiremans, Yolanda Gutiérrez, José Donoso, Pilar Larraín, Fernando Balmaceda, tienden, más bien, a una comunicación de orden poético, en donde el relato va acompañado de una carga metafórica, alusiva, más pura y de mayor lirismo que el grupo antes nombrado..

Y más concretamente sobre «China» y el momento en que se encontraba su autor explicaba:

El cuento que aquí antologamos es un relato simple, lleno de ternura, con una prosa liviana y directa, Nos muestra el cambio profundo que existe entre la infancia y las otras edades del hombre. Su estructura es clásica, con un desenlace violento y, a la vez, imperceptible. José Donoso tiene en preparación un volumen de cuentos titulado «Coronación», que publicará próximamente.

Es también interesante otra observación de carácter general sobre las coincidencias temáticas de los cuentos reunidos, que han servido también para agrupar o señalar afinidades entre escritores y escritoras de Chile más actuales:

Llama la atención la preferencia que se muestra por situar el argumento en torno al mundo infantil. Es lo que sucede con los cuentos de Margarita Aguirre, de Fernando Balmaceda, de José Donoso, de Mario Espinosa, de María Elena Gertner y otros, en los cuales el tema de la infancia ocupa el centro del relato o se refiere tangencialmente a él.

Enrique Lafourcade

Retrospectivamente, Donoso reivindicó la importancia y la utilidad de esa antología de Lafourcade, que generó un intenso debate y una agria polémica; por ejemplo, en el artículo «Jornadas para la Nueva Generación», publicado en la revista Ercilla el 26 de diciembre de 1962, escribe:

Por mucho que se haya vapuleado a la Antología del Nuevo Cuento Chileno, de Enrique Lafourcade, nadie puede negar que tuvo el mérito de que a través de ella se reveló una generación o promoción literaria, la del 50, que aunque se considere discutible en cuanto a méritos, ha ocupado últimamente un lugar sobresaliente en el quehacer literario chileno.

La polémica generada en su momento por la selección de Lafourcade hizo que el nombre de Donoso empezara a mencionarse con cierta insistencia en algunos círculos, y para aprovechar la inercia intentó publicar una compilación con los cuentos «Veraneo», «Tocayos», «El Güero», «Una señora», «Fiesta en grande», «Dos cartas» y «Diamanquero» con el título Veraneo y otros cuentos, pero Zig Zag se la rechazó, y luego sucedió lo mismo con Nascimento y Pacífico, así que apareció con el sello de la Editorial Universitaria, en 1955, con ilustración de cubierta de Carmen Silva. Esta edición, de mil ejemplares, se financió mediante el socorrido método del crowdfunding (cuando aún no se llamaba ni siquiera micromecenazgo). Se da la circunstancia curiosa de que el primero que se ocupó de reseñar este libro, en la revista Ercilla, fue el exiliado español Darío Carmona de la Puente (1911-1976), que había estado al frente de la Librería del Pacífico (en la calle Ahumada  57) y que añadido a la atención elogiosa que le dedicó Alone (Hernán Díaz Arrieta, 1891-1984) en las páginas de El Mercurio propició que la edición se agotara, pese a la tosca distribución que tuvo. El espaldarazo que supuso que Veraneo y otros cuentos fuese galardonado con el Premio Municipal de Santiago parecía definitivo, pero el mayor problema del sector editorial chileno para las aspiraciones de Donoso sería su dificultad para trascender fronteras.

Al año siguiente aparece una edición ilustrada por Nemésio Antúnez (1918-1992) de Dos cuentos («El hombrecito» y «Ana María») para la que se inventan el sello Guardia Vieja, y cuyo colofón reza del siguiente modo:

Este libro se terminó de imprimir en Santiago de Chile, el 19 de diciembre de 1956 en los talleres de la Editorial Del Pacífico. La edición consta de 500 ejemplares numerados del 1 al 500 con tres grabados a buril de Nemésio Antúnez. Estos han sido impresos a mano por Antúnez y Donoso en la prensa del Taller 99 con la colaboración de miembros de este taller.

De nuevo es Nemésio Antúnez quien diseña la cubierta del siguiente libro de Donoso, la novela Coronación, que publica Nascimento en 1957 después de haberla rechazado la otra gran editorial del momento, Zig Zag. Según escribió el propio Donoso en su Historia personal del boom, «El editor en jefe de Zig Zag opinó que sería una inversión demasiado grande para un libro difícil […], y por lo tanto de improbable venta. Los directores de Editorial del Pacífico, a quienes acudí para ofrecerles Coronación, ya que eran escritores de mi generación, también rechazaron esta novela, aconsejándome mucha poda, mucha atenuación». El trato con  Zig Zag lo describe Donoso como «curioso», pues de la tirada inicial, de tres mil ejemplares, setecientos debía venderlos el propio autor (que además no cobraba adelanto ni royalties, según dice). De nuevo gracias a una crítica elogiosa de Alone en El Mercurio ‒«como técnica y lógica estética, conocemos pocos libros tan armoniosamente construidos, no solo en nuestra literatura», escribió‒ esta edición tuvo buenas ventas.

Dos años después, en 1959, Lafourcade incluye la narración de Donoso «La puerta cerrada» en Cuentos de la Generación del 50, en el que repiten trece de los veinticuatro autores de la antología anterior. En ese momento se inicia también la incipiente internacionalización de la obra de Donoso, con la inclusión del cuento «Pasos en la noche» en la revista de Washington Américas (núm. 3, de mayo de 1959), donde Dorothy Hayes de Huneeus había reseñado Coronación, que ese mismo año reseña también Raúl Silva Castro en la Revista Iberoamericana (núm. 47), a lo que se añade la publicación del cuento «Paseo» en el número 261 (noviembre-diciembre de 1959) de la prestigiosa revista bonaerense Sur, donde Donoso comparte número con Salvatore Quasimodo, Thomas Merton y André Malraux, entre otros.

De 1960 es El charleston, publicado por Nascimento y que compila cuentos ya conocidos: «A puerta cerrada», «Ana María», «Paseo» y «El hombrecito».

La vida de los libros tenía entonces otro ritmo, y en 1962 se concede a Coronación el Premio Iberoamericano, un galardón creado por William Faulkner con los beneficios obtenidos por el Premio Nobel y destinado a estimular la traducción al inglés de obras de jóvenes autores latinoamericanos; ese año lo obtuvieron también Eduardo Mallea (Argentina), Miguel Ángel Asturias (Guatemala), Augusto Roa Bastos (Paraguay), José María Arguedas (Perú) y Juan Carlos Onetti (Uruguay), entre otros.

También de 1962 es el inicio de la relación de Donoso con Carlos Fuentes, a quien el escritor chileno atribuye una enorme responsabilidad en el despegue internacional de su obra. Esta se materializa sobre todo mediante el contacto con el agente literario estadounidense Carl D. Brandt (1935-2003), que por entonces ya se ocupaba de la obra de Fuentes.

Carl D. Brandt había abandonado una inicial carrera como editor para entrar en 1957 en la agencia literaria de su padre y formar Brandt & Brandt, entre cuyos clientes se contaron Theodore Dreisser y John Dos Passos, si bien su especialidad era sobre todo la literatura ensayística (filosofía, ecologismo, geopolítica, historia militar…). Su legado es hoy Brandt & Hochman (agentes de Scott Turow, Flann O’Brien y Robert D. Kaplan, entre otros).

Brandt empezó a buscar editor en inglés para Coronación por recomendación de Fuentes y antes incluso de haber firmado contrato con Donoso, y tras un tímido interés inicial de Simon & Schuster, la colocó en la exquisita Knopf en Estados Unidos y en la Bodley Head de John Lane en Gran Bretaña (se publicó en 1965 en traducción de Jocasta Goodwin, famosa a finales de los sesenta como traductora de las novelas romanticoides de Juliette Benzoni).

Aún en 1962, el 15 de julio, se publica en el chileno El Mercurio el que se tiene por uno de los mejores cuentos de Donoso de esos años, «Santelices», que casi simultáneamente (en julio y por intercesión de Fuentes) aparece en la Revista de la Universidad de México, y a principios del año siguiente en el número 280 de la argentina Sur.

Así pues, cuando en junio de 1963 Cortázar publica en la Editorial Sudamericana Rayuela ya hacía un cierto tiempo que se había iniciado el proceso de difusión internacional de la obra de Donoso, quien además contaba ya con el apoyo de un agente literario importante, cuyas gestiones harían que en 1966 se publicara en la editorial Dall’Olio Incoronazzione, en traducción de la hispanista Giovanna Maritano (conocida por sus traducciones de Gonzalo de Berceo y de Cervantes) y fuera traducida también al portugués y al checo.

En 1966 aparece también en la influyente revista parisina de Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) Mundo Nuevo «Los juegos legítimos», un fragmento de la novela Este domingo que Zig Zag publica en Chile, y la misma editorial se ocupa de la «selección» que Luis Domínguez hizo de Los mejores cuentos de José Donoso (todos los publicados hasta entonces), mientras en México Joaquín Mortiz publicaba El lugar sin límites. Además, habían empezado a publicarse ya fragmentos de lo que acabaría siendo El obsceno pájaro de la noche en la revista uruguaya Marcha (agosto de 1964), en la mexicana Diálogos (1965)… La primera edición de Donoso en Seix Barral no aparecería hasta 1968 (Coronación, con una ilustración en la cubierta de Núria Pompeya [1931-2016])

Fuentes:

Sitio dedicado a José Donoso (1924-1996) en Memoria Chilena (Biblioteca Nacional de Chile).

María Laura Bocaz Leiva, «La integración de José Donoso a la plataforma del boom: intercambio epistolar inédito de José Donoso con Emir Rodríguez Monegal y Carlos Fuentes en al década del 60», Revista Iberoamericana, vol. LXXIX, núms. 244-245 (julio-diciembre de 2013), pp. 1049-1068.

Paula Brown, «Nemesio Antúnez en el centenario de su natalicio», Revista Universitaria, núm. 155.

Homero Castillo, La literatura chilena en los Estados Unidos de América. Ensayo bibliográfico, Santiago de Chile, Ediciones de la Biblioteca Nacional, 1963.

Jaime Concha, «Los mejores cuentos, de José Donoso» (reseña), Atenea, núm. 413 (julio-septiembre de 1966), pp. 219-231.

Filebo (Luis Sánchez Latorre), «Una antología sin sangre o la revolución traicionada», Las Últimas Noticias, 22 de agosto de 1969.

Cecilia García-Huidobro, «José Donoso y su Historia personal del boom. La autobiografía de un lector», Acontracorriente, vol. 19, num. 3 (primavera de 2022), pp. 163-184.

Dunia Gras, «José Donoso y Carlos Fuentes. Otra historia personal del boom», Anales de Literatura Chilena, núm. 29 (junio de 2018), pp. 83-108.

Eduardo Godoy Gallardo, «Lafourcade y el cuento chileno (En torno a las Antologías de 1954 y 1959)», Signos, núm. 43-44, pp. 65-73.

Luis Harss, en colaboración con Barbara Dohmann, Los nuestros, Madrid, Alfaguara, 2012.

Andrés Sabella, «Los héroes de medio pelo», Vea, 62 (22 noviembre de 1966), p. 27.

Italo Calvino y Carlos Barral

A Cristina Suárez Toledano,

con los mejores deseos y toda la confianza en su éxito.

Italo Calvino

El 24 de mayo de 1959, desvinculado del Partido Comunista, enfrascado con Elio Vittorini (1908-1966) en el proyecto de revista Il Menabò y habiendo cerrado ya la trilogía Nuestros antepasados con El caballero inexistente, llegaba a Barcelona Italo Calvino (1923-1985) para participar en Formentor, en calidad de representante de Einaudi, en el Primer Coloquio Internacional de Novela organizado por Jaime Salinas (1925-2011) a instancia de Carlos Barral (1928-1989) y gracias a la red de relaciones de Monique Lange (1926-1996). Son muy abundantes los datos e indicios que permiten situar en ese momento el arranque de la actividad de Calvino como propiciador del intercambio entre las culturas de raíz hispánica y la italiana, que tendría continuidad en los encuentros de los tres años siguientes y que se reflejaría en diversas ediciones y en unos cuantos proyectos frustrados. Además de con Barral y Salinas, en estas reuniones Calvino conocería al entorno de lo que se ha llamado la Escuela de Barcelona (Barral, Gil de Biedma, Costafreda, los Goytisolo, Ferrater, Castellet…), pero también a Miguel Delibes, a a Camilo José Cela, a Gabriel Celaya, a Juan García Hortelano, a Jesús López Pacheco o a Carmen Martín Gaite. Sin embargo, en ese momento, en que Calvino estaba empezando a desinteresarse por el neorrealismo por considerar que había fallado en sus objetivos y a explorar nuevas opciones estéticas, pronto le interesó más la novela latinoamericana de autores como Rulfo o Cortázar que la española, que en el contexto de la narrativa occidental podría considerarse epigonal.

En ese momento la literatura latinoamericana estaba siendo divulgada en Italia sobre todo por editoriales como Guanda (que ya en los años cuarenta había demostrado un enorme interés por la literatura hispánica, seguramente por obra y gracia de Oreste Macrì) y en menor medida por Bompiani y Feltrinelli, pero también Einaudi había publicado por ejemplo a Jorge Luis Borges ya en 1955, animado por la recomendación de Gallimard, y resulta indicativo que la primera traducción de esa obra fuera traducida (por Franco Luncentini) a partir de la traducción francesa (firmada por P. Verdevoye y N. Ibarra). De ese mismo 1955 es la publicación de un volumen de la Poesia de Pablo Neruda en traducción de Salvatore Quasimodo (1901-1968), con lo que esa edición, ilustrada por Renatto Guttuso (1911-1987), reúne a dos escritores premiados luego con el Nobel de Literatura.

En cuanto a la literatura española, Francesco Luti subrayó en su tesis que ya en carta de Barral fechada el 14 de junio de 1956 éste recomendaba a Einaudi la traducción al italiano de La colmena, de Cela (desconociendo quizá que el año anterior ya la había traducido Sergio Ponzanelli y publicado Aldo Martella Editore); El Jarama, de Sánchez Ferlosio; El camino, de Delibes, y Duelo en el paraíso, de Juan Goytisolo. Justo el año siguiente aparecía en Einaudi la muy influyente edición en dos volúmenes del Quijote en traducción de Vittorio Bodini (1914-1970) y con las ilustraciones de Honoré Daumier (1808-1879), pero en esos años también la cultura española más reciente tendría una presencia muy notable en los catálogos de Einaudi: el ensayo Gli intellettuali e la guerra di Spagna (1959), de Aldo Garosci; la edición de Elena Croce de los Poeti del Novecento (italiani e stranieri) (1960), que incluía a Alberti, Guillén, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Machado, Unamuno; La familia de Pascual Duarte (1960), traducida por Salvatore Battaglia; Las afueras (1961), de Luis Goytisolo, que en 1958 había obtenido el Premio Biblioteca Breve de Seix & Barral, traducida por Luisa Orioli; Fiesta al noroeste (1961), de Ana María Matute; Tormenta de verano (1962), de Juan García Hortelano y traducida también por Orioli; la muy polémica antología Canti de la nuova Resistenza spagnola (1939-1961) (1962), que tantos problemas acarrearía a Einaudi con las ultraderechas españolas e italianas; La hora del lector (1962), de Josep Maria Castellet: la antología de Bodini de Poeti surrealisti spagnoli (1963); El Jarama (en traducción de Raffaela Solmi) (1963)…

En lo que se refiere a la dirección contraria, en 1956 Barral había presentado a censura dos novelas breves del muy einaudiano Cesare Pavese (1908-1950), Il compagno y La spiaggia, aunque solo del segundo recibió autorización y con mutilaciones muy notables en cuanto a su extensión, de modo que se le añadieron otros textos narrativos breves y se publicó con el título La playa y otros relatos (en traducción de Enrique Sordo). Como se verá, ciertos aspectos de este episodio empezaron a enojar al agente literario de Pavese, que lo era también de Calvino.

La llegada de Calvino a España coincide con el momento en que éste está empezando a dar a conocer en Italia algunos escritores muy barralianos, como Juan Goytisolo, que en 1959 y justo antes del viaje había publicado en Einaudi Fiestas (traducida por Vittorio Bodini), a la que seguirá unos años después La isla. Pero todo parece indicar que la circulación de textos funcionó sobre todo en dirección opuesta, y que fracasó por los problemas organizativos y de comunicación de Seix & Barral y sobre todo de su tormentosa relación con el principal agente de los escritores italianos más pujantes, Erich Linder (1924-1983), quien en 1951 había pasado a dirigir la Agenzia Letteraria Internazionale (ALI), que representaba entre otros muchísimos a Giorgio Bassani, Dino Buzzati, Benedetto Croce, Beppe Fenoglio, Carlo Emilia Gadda, Eugenio Montale, Elsa Morante, Leornardo Sciascia, Italo Svevo o el propio Calvino; de hecho, en ese momento la ALI era la única agencia literaria de importancia internacional en Italia.

En junio de 1960, Barral escribe a Linder expresándole su intención de publicar en su editorial una novela publicada por Einaudi, La ragazza di Bube, con la que Carlo Cassola (1917-1987) acababa de ganar el Premio Strega y cuyos derechos cinematográficos no tardaron en venderse para que Luigi Comencini hiciera una notable película (protagonizada por Claudia Cardinale y Georges Chakiris); a principios del mes siguiente añade el interés por otra novela de Cassola, Fausto e Anna. Ante este perentorio interés, Linder se mueve para satisfacer la intención de Barral de adquirir los derechos mundiales de estas obras en lengua española, lo que supone atajar las posibles aspiraciones de los editores americanos que pudieran tener en estudio o incluso derecho preferencial sobre las obras de Cassola (probablemente se tratara de Sudamericana). En cualquier caso, ya en carta del 20 de julio de 1960 el agente informa a Barral de que los derechos sobre las dos obras que desea están disponibles; y aquí empiezan los problemas con la censura, que hacen que el editor barcelonés renuncie a los derechos y en consecuencia que Cassola vea cómo la aparición en español de su obra más exitosa se retrase. Finalmente, Sara Gallardo tradujo La ragazza y Dolores Sierra El cazador para la bonaerense Sudamericana, que las publicaría en 1963 y 1965, respectivamente.

Dos años después, también es la censura la que obliga a un cambio de planes, y la oferta por La calda vita, de Pier Antonio Quarantotti-Gambini (1910-1965), se sustituye por otra obra del mismo autor (Cavallo di Tripoli), pero, aun siendo comprensivo con los problemas a los que se enfrentaban los editores españoles bajo el franquismo, lo que hizo que Linder perdiera la paciencia fue el modo de trabajar caótico, los errores en los documentos y los retrasos en los pagos de la editorial capitaneada por Barral, y en palabras de Sara Carini, que ha estudiado con detenimiento estas relaciones a partir sobre todo de los epistolarios:

Los pagos empiezan a solicitarse y Linder demuestra ahí toda su firmeza: las cartas se vuelven secas, duras y amenazan con anular todo tipo de contrato si no llega el pago y, en el caso de que no llegue y el libro se publique –algo que ya se había dado con Pavese–, denunciar a los editores por fraude. Finalmente, la cuestión se aplaca, pero estas son quizás las razones por las que a partir de 1963 la agencia de Linder deja de ser tan complaciente con Seix Barral y los problemas empiezan a acumularse en un sinfín que explota, en 1965, en la amenaza de dejar de enviar libros a Seix Barral.

Carlos Barral

No menos engorroso debió de ser el envío del contrato por Teoriche del film de Guido Aristarco (1918-1996) en junio de 1963, y ver cómo a finales de año el editor los devolvía sin firmar y sin aclarar el motivo por el que la censura le había denegado autorización, tras haberlo presentado en dos ocasiones (con los consiguientes retrasos en ver publicado el libro, que no se publicaría hasta 1968, en Lumen, en una edicion ampliada). Las gestiones de quienes representaban a la Agenzia Letteraria Internazionale en España, la recién instalada en Barcelona International Editors (IECO), no obtenían resultados mucho mejores, pese a las constantes reclamaciones de respuestas acerca de manuscritos enviados para su estudio y de pagos pendientes.

Tal como lo resume Sara Carini: «Entre 1965 y 1966 las relaciones empeoran y los problemas son siempre los mismos: censura y dinero». Y llegó un momento en que Calvino se vio en medio del rifirrafe. Ante la negativa de Linder a aceptar la necesidad expresada por Barral de traducir de nuevo obras de Calvino que ya se habían publicado en Argentina con demasiados americanismos para su gusto —El sendero de los nidos de ara­ña (1956) y Las dos mitades del vizconde (1956), en la Editorial Futuro, El barón rampante (1958) en Compañía General Fabril Editora, Entramos en la guerra (1961) en Peuser e Idilios y amores difíciles (1962) en Losada—, en carta del 16 de junio de 1966 Calvino mostró al editor catalán su acuerdo con tal conveniencia, pero adujo la negativa de Linder, tras mostrarle éste los números de sus tratos con Barral, como un problema irresoluble, comprensible y ante el cual nada podía hacer él. Sin duda Calvino, por su amplia experiencia como editor y porque a esas alturas debía de conocer a Barral, debió de comprender con claridad dónde residía el problema, y sabía bien que una de las funciones de una agencia literaria es evitar a los autores —que son sus auténticos clientes— tener que pelearse con los editores por cuestiones de dinero que puedan enturbiar sus relaciones o perjudicar la divulgación de sus obras. Pero es absurdo pensar que un agente literario actuara en contra de los deseos y los intereses de su cliente o tomara sin su consentimiento decisiones que afectaran a su obra, sobre todo cuando se trataba además de un escritor que conocía bien el sector editorial. Aun así, y para complacer en la medida de lo posible a Barral, Calvino obtuvo de Linder el compromiso de que, si en algún momento quedaban libres los derechos de algunos de sus libros (si caducaban y las editoriales americanas no los renovaban), Seix Barral fuera la primera editorial en ser informada de ello. ¿Qué más se podía pedir razonablemente?

Erich Linder

De ahí, entre otros motivos, que resulte tan sorprendente el pasaje en que (confundiendo además la ALI con IECO y, en una nota, al editor Jaime Salinas con el futbolista Julio Salinas) Francesco Luti resume del siguiente modo en Cuadernos Hipsanoamericanos la razón de que en España la obra de Calvino no se publicara regularmente en castellano (sí en catalán, y gracias a Castellet) hasta los años ochenta: «El mayor impedimento estaba cerca del mismo Calvino: fue su propio agente literario, el judío Erich Linder, de International Editors, quien se reveló un hueso demasiado duro de roer para los dientes de Barral, que siempre se arrepentiría de no haber incluido finalmente a Italo en su catálogo».

Fuentes:

Sara Carini, «Censura, economía y literatura: los contactos entre la editorial Seix Barral y Erich Linder», Oggia. Revista Electrónica de Estudios Hispánicos, núm. 28 (2020), pp. 243-258.

Italo Calvino

Monica Ciotti, «Italo Calvino in lingua spagnola. Dall’escordio argentino allá prima edizione castigliana pubblicata in Spagna», Cuadernos de Filologia Italiana, núm. 28 (2021), pp. 363-378.

Ernesto Ferrero, La tribu Einaudi. Retrato de grupo, traducción de Chiara Giordano y Javier Echalescu y prólogo de Manuel Rodríguez Rivero, Madrid, Trama Editorial (Tipos Móviles 31),  2020.

Francesco Luti, Italia-España, un entramado de relaciones literarias: la «Escuela de Barcelona», Tesis doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 2012.

Francesco Luti, «Italo Calvino en España», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 785 (noviembre de 2015), pp. 2-17.

Michel Martino, Calvino editor e ufficio stampa. Dal «Notiziario Einaudi» ai Centopagine, Roma, Oblique Studio, 2012.

Nona Fernández: la internacionalización de una trayectoria editorial

El año 2012, tras ser señalada en la Feria de Guadalajara como uno de los mayores secretos por descubrir, Nona Fernández da a conocer en la multinacional Mondadori su tercera novela, Fuenzalida —que en un perspicaz artículo Gustavo Carvajal pondría luego en diálogo con «El lugar del otro», de Pía Barros—, y por otra parte ve como en abril se estrena por primera vez una obra teatral suya, El taller, que al año siguiente se publica junto con Medusa, de Ximena Carrera, y Grita, de Marcelo Leonart, con el título Bestiario freakshow para conformar número inicial de la efímera colección de Dramaturgia creada por Ceibo Ediciones (pero la muy premiada El taller la recuperará en 2019 la editorial de Paula Gaete e Ismael y Jaime Rivera, Oxímoron —no confundir con la argentina Oxymoron—, para su colección Escena, donde comparte catálogo con Carla Zúñiga, Gerardo Oettinger, Bosco Cayo y María José Pizarro).

De esa multinacional por entonces en pleno crecimiento, la obra de Nona Fernández pasa en 2013 a engrosar el catálogo de Alquimia, una editorial nacida en 2006 vinculada a un taller y refundada en 2012 con Filial, de Matías Celedón, que se define como una editorial «autónoma» cuyo catálogo «se caracteriza por publicar obras experimentales que problematizan los géneros literarios, procurando una cuidada edición y agregando detalles gráficos a los libros». En este sentido, son interesantes unas declaraciones de la autora a Pedro Pablo Guerrero: «cuando empecé a escribir Space Invaders pensé que era un cuento. Pero justo ahí comenzó mi sociedad con Alquimia, y su editor, Guido Arroyo, me dijo que le parecía una novela cortita».

Distribuidos por Big Sur tanto en Chile como en Argentina, los libros de Alquimia los distribuye en España Canoa Libros, en cuyo catálogo figuran editoriales como Catalonia, LOM, La Pollera, Overol, Beatriz Viterbo, Colihué y algunas universitarias (Universidad de Valparaíso, Ediciones UDP o la Universidad de Talca, etc.), pero su presencia tanto en medios de comunicación como en librerías es relativamente modesta, por lo que en buena medida aún entonces la obra de Nona Fernández seguía estando por descubrir en el mercado peninsular.

En cambio, al año siguiente aparecen las traducciones de Anna Gentz al alemán de El Cielo para Septime (una editorial pequeña pero en cuyo catálogo figuran Arreola, Cabrera Infante y Cortázar, así como Shusaku Endo y James Tiptree), y de Anne-Claire de Fuenzalida para Zinnia Éditons (creada en 2013 en Lyon y centrada exclusivamente en literatura latinoamericana: Ángel Rama, Alejandro Zambra, Ricardo Strafacce…). Ese mismo año 2014, Carolina Andrea Parra Rojas presenta en la Universidad de Chile la tesis de licenciatura La reconstrucción de la memoria familiar y la construcción de la identidad en «Mapocho», de Nona Fernández, a la que el año siguiente se añadiría la de Carolina Ester Castillo Barrahona, en la misma universidad, Alegorías de la derrota y trabajo de memoria en tres novelas de Nona Fernández, que se centraba en Av. 10 de julio Huamachuco, Mapocho y Fuenzalida y tenía el acierto de proponer situar el análisis de estas novelas no sólo en paralelo con el de otras cuyos autores pertenecían su misma generación, como Zambra, Costamagna o Jeftanovic, sino también con  la de otros escritores latinoamericanos afines, y mencionaba concretamente a la escritora, traductora y editora francesa de origen argentino Laura Alcoba (sobre todo por Manèges, traducido por Leopoldo Brizuela como La casa de los conejos).

También en 2015 aparece la novela Chilean electric, de nuevo en Alquimia, lo que hace pensar que quizás por fin la autora había encontrado su editorial idónea. Retrospectivamente, Nona Fernández evocó para Esther Lázaro la recepción de ese libro en los siguientes términos:

Fue muy buena. Yo tenía este miedo […]. Ahora ya estamos más acostumbrados, yo diría, por lo menos en mi país, a este tipo de libro. Pero, en ese momento, no. Y yo tenía un poco de miedo porque yo misma no sabía cómo iba a presentarlo, de qué iba a hablar, qué era lo que había escrito. Pero fue muy bien recibido, se ganó un premio [del Consejo Nacional del Libro y la Lectura], incluso, en Chile.

Ese mismo año aparecen las ediciones italiana (en Edicola, traducida por Rocco D’Alessandro) y argentina de Space Invaders, esta última publicada por Eterna Cadencia, la editorial por entonces todavía relativamente joven creada por el librero Pablo Brown y la editora Leonora Djament (con experiencia previa en Alfaguara y Norma) y que José Enrique Navarro caracteriza del siguiente modo:

Cabe encuadrar a Eterna Cadencia dentro de la tercera hornada de editoriales independientes que —siguiendo la estela de sellos como Beatriz Viterbo o Adriana Hidalgo— surgió tras el proceso de compra en la última década del siglo pasado de editoriales históricas argentinas —Sudamericana, Emecé, Javier Vergara, etc.— por grandes grupos mediáticos europeos.

Acerca de la acogida que tuvo su novela breve Space invaders, explicaba entonces la autora a la prensa argentina:

Hasta ahora sólo he recibido buenos comentarios tanto de la crítica como de los lectores, despierta un entusiasmo que nunca pensé que despertaría. De hecho, es el más reseñado de mis libros. […]. Cuando decidí trabajar este material no pensé que dialogaría tan fluidamente con los lectores y sobre todo con los lectores de generaciones más jóvenes.

También en 2015, además de estrenarse en octubre la obra teatral Liceo de niñas (que el año siguiente publica Oxímoron), aparece la edición alemana de Mapocho, de nuevo en traducción de Anna Gentz y publicada por Septime.

En noviembre del año siguiente está fechada la primera edición de La dimensión desconocida, que publica Penguin Random House, y será la primera obra de la autora que circula con fluidez por la península Ibérica y por el resto de Europa, coincidiendo con la presentación de la que quizá sea la primera tesis doctoral en España sobre Nona Fernández: Memoria y desmemoria en Chile: Diamela Eltit y Nona Fernández, presentada en la Universidad de Salamanca por la camerunesa Hortense Sime Sime.

De marzo de ese 2017 es la versión italiana de Stefania Marinoni de Mapocho, publicada por Gran Via, una editorial de Narni (Umbria) nacida en 2006 pero que vivió una profunda transformación en 2011 y que por entonces se centraba sobre todo en literatura latinoamericana y peninsular (ha reunido en su catálogo a los mexicanos Sergio Pitol y Juan Villoro, los catalanes Ferran Torrent y Jesús Moncada, los argentinos Marcelo Cohen y Patricio Pron o la chilena Daniela Eltit, entre otros). En diciembre aún aparecería en la colección de Gran Vía Dédalos Tintas. Tredici Raconti de Cile, una antología preparada por María Cristina Secci que recogía un cuento de Fernández junto a otros de Costamagna, Jeftanovic, Meruane, Zambra, Leonart, etc.

El premio Sor Juana Inés de la Cruz, entregado en México durante la Feria del Libro de Guadalajara en 2017, supuso un nuevo espaldarazo a la internacionalización de la obra de Nona Fernández, este ya definitivo: Space invaders se publica traducida al francés por Anne-Claire Huby en la ya mencionada Zinnia Éditions, pero La dimensión desconocida, traducida por Anne Plantagenet como La quatrième dimension, se publica en una editorial de más solera perteneciente a Hachette, Stock (con una veintena de premios Nobel en su catálogo). También en 2018 la editorial de Córdoba (Argentina) Caballo Negro, que entonces estaba a punto de cumplir diez años desde su fundación (2009) y a cuyo frente se encuentra Alejo Carbonell, publica El Cielo, y aún de ese mismo año es la edición de Space Invaders en la colombiana Laguna Libros, que se autodefine como «una editorial que presenta voces latinoamericanas destacadas en literatura de ficción y de no ficción: autores que amplían la concepción del mundo mediante su mirada y su narrativa»; a estas se añaden la traducciones al alemán de Avenida 10 de Julio y Space invaders (en Septime), la primera al sueco (de La dimensión desconocida en Palabra Forlag),  así como la inclusión de Nona Fernández en SCL La nueva Extremadura. Guía literaria de Santiago, compilada por Guido Arroyo González para Alquimia.

Cuando también en 2018 apareció en España Chilean Electric en Minúscula (en la impresionante colección Paisajes Narrados) su editora Valeria Bergalli anunció—en la ya mencionada entrevista con Esther Lázaro— la publicación de Mapocho describiéndola, no sin razón aunque eso pudiera asombrar al lector español, como «un clásico de las letras chilenas».

Antes de que la barcelonesa Minúscula publicara en septiembre de 2020 Mapocho en la exquisita colección Tour de Force (donde ha reunido a Shirley Jackson, Jocelyn Saucier y Leonor de Recondo entre otros nombres), en 2019 se sucedieron las ediciones de Voyager en Penguin Random House, la mexicana de Space invaders (en el Fondo de Cultura Económica) y las traducciones de ese mismo libro al alemán (en Septime) y al inglés (en Graywolf Press y de la mano de Natasha Wimmer, traductora habitual de Álvaro Enrigue y Bolaño, entre otros), la italiana de Fuenzalida (en Gran Via), la edición boliviana de Mapocho (en El Cuervo de Fernando Barrientos, que ha publicado a Gabriela Alemán, Andrés Izaguirre y el Trucha panza arriba de Rodrigo Hasbún, entre otros), y a eso hay que añadir aún las edición en Primento Digital Publishing de Fuenzalida y de Chilean Electric y Mapocho en el mal llamado audiolibro (en Audible). La internacionalización, pues, avanzaba en ese momento muy deprisa, y ya no pararía.

Sin embargo, como se ha visto en esta y la entrada anterior, cada país ha tenido acceso a la obra de Nona Fernández en un orden cronológico diferente, la ha conocido en un grado de madurez distinto, cosa que quizás en parte podría atribuirse en última instancia y entre otros factores, a las dificultades para las editoriales independientes para internacionalizar su distribución y un grado de trabazón entre las pequeñas editoriales de diferentes países aún insuficiente —pese a iniciativas muy loables— para conseguir lanzamientos simultáneos por lo menos en los países que comparten una misma lengua.

Fuentes:

Lorena Amaro Castro, «Parquecitos  de  la  memoria:  diez  años  de  narrativa  chilena (2004-2014)». Revista Dossier, n.° 26 (2014), pp.35-41.

—, «Formas de salir de casa o cómo escapar del Ogro: relatos de filiació en la literatura chilena reciente», Escritura y Lingüística, núm. 29 (2013), pp. 109-129.

Gustavo Carvajal, «Postmemoria y género: Hijas reescribiendo legados en “El lugar del otro”, de Pía Barros, y Fuenzalida, de Nona Fernández», Hispanic Research Journal, núm. 21 (2020), pp. 423-442.

Ricardo Ferrada, «La recursividad de la historia en Mapocho de Nona Fernández», Literatura y lingüística, n.° 33 (2016), pp. 149-168.

Javier García, «Crónica de un torturador la nueva novela de Nona Fernández» La Tercera, 30 de noviembre de 2016.

Pedro Pablo Guerrero, «Nona Fernández (entrevista)», Cuadernos Hispanoamericanos, noviembre 2022.

Esther Lázaro, «“La memoria es una especie de palimpsesto”. Entrevista con Nona Fernández (y Valeria Bergalli)», La Huella Digital, 21 de diciembre de 2018.

Gonzalo Maier, «Bruce  Lee  en  Chile:  ironía  y  parodia  en Fuenzalida de   Nona   Fernández», Symposium:   A Quarterly   Journal   in   Modern Literatures, vol.71, n.° 1 (2017),pp.38-49.

Cristián Opazo, «Mapocho de Nona Fernández: La inversión del romance nacional», Revista Chilena de Literatura, núm. 64 (2004), pp. 29-45.

Demian Paredes, «Nona Fernández (entrevista)», Izquierda Diario.es, 28 de febrero de 2015.

Macarena Urzúa, «Cartografía   de   una   memoria: Space   Invaders de   Nona Fernández   o   el   pasado   narrado   en   clave   de   juego», Cuadernos   de Literatura, vol. 21 n.° 42 (2017), pp. 302-318.

Luis Valenzuela Pardo, «Formas residuales en la narrativa de Nona Fernández», Mitologías Hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios americanos, vol.º 17 (junio de 2018), pp. 181-197.

Diálogos interculturales: International Editors’ Co.

La importancia, trascendencia y visibilidad de la agencia literaria de Carmen Balcells ha hecho que a veces pareciera que antes de ella no hubiera nada en el ámbito de la gestión de derechos de autor en España. Y no sólo está un poco desenfocada la imagen de que en el ámbito de la lengua española el de agente literario ha sido siempre una profesión muy predominantemente ejercida por mujeres, sino que resulta engañoso considerar a Balcells (1930-2015) la primera, aunque eso no suponga menoscabar su importancia y trascendencia.

En un artículo publicado originalmente en su libro La otra cara de Jano (Ampersand, 2015) y más recientemente en la revista Trama & Texturas (núm. 42, 2020), el profesor José Luis de Diego ya puso de manifiesto hasta qué punto (pese al entusiasmo de Xavi Ayén en Aquellos años del boom) era imprescindible relativizar la importancia de la agencia Carmen Balcells en aquello que más visibilidad le dio, la gestación del boom latinoamericano, pero también es innegable que la labor de esta agencia contribuyó de un modo definitivo y muy exitoso a despertar el interés de ciertos editores europeos y estadounidenses por la literatura latinoamericana.

El matrimonio Lifezis (Cortesía IECO)

En realidad, se trataba de algo no muy distinto a lo que, unos años antes y quizás en menor escala, agentes como el rumano Vintilia Horia (1915-1992) en la agencia A.C.E.R. (Argentina-Colombia-España-Rumanía) desde 1956 o el húngaro Férenc Oliver Brachfeld (1908-1967) habían hecho con la literatura centroeuropea y en particular con la húngara en la década anterior. Resultaría bastante arduo y quizás incluso imposible dar razón de la enorme presencia de autores como Jenö Heltai (1871-1957), Fryges Karinthy (1887-1938), Lajos Zilahy (1891-1974), Andor Németh (1891-1953), Sándor Márai (1900-1989) o Férenc Körmendi (1900-1972) en el mercado librero español de los años cincuenta y principios de los sesenta sin aludir a la inmensa actividad estos dos hombres de letras y agentes literarios. Y basta con espigar los catálogos de editoriales españolas como Funambulista, Minúscula o incluso Salamandra para advertir hasta qué punto fue una labor fructífera, oportuna y trascendente.

Al otro lado del Atlántico, en Argentina, se había creado ya en 1939 International Editors’ Co., cuya labor en la difusión continuada de los que acabarían por convertirse en clásicos incontrovertibles de la literatura en lengua alemana (de Franz Werfel y Thomas Mann a Beltoltd Brecht y Erich Maria Remarque, de Vicky Baum o Stefan Zweig a Max Horkheimer, T.W. Adorno o Jürgen Habermas, pasando por Arthur Schnitzler, Sigmund Freud y Herman Hesse entre otros muchos) fue también trascendental en la inmediata postguerra.

Edición argentina de una de las traducciones de Anna Lifezis.

La agencia International Editors’ Co. (pronto conocida como IECO) la fundan al poco de llegar a Buenos Aires el matrimonio vienés formado por el abogado de origen judío Hugo Lifczis (que simplifica su nombre a Lifezis) y la editora teatral y traductora del ruso Anna Sherman, que habían llegado a la capital argentina huyendo del auge y expansión del nazismo, que les había puesto incluso en riesgo físico. A su llegada, y tras comprobar la enorme cantidad de libros traducidos del alemán que se encuentran en las librerías bonaerenses, se marcan como primer objetivo proteger los derechos de autor de muchos de sus amigos austríacos, para lo que tuvieron que pugnar con la falta de costumbre que existía en este sentido en el mercado editorial del país de pagar regalías a los autores (y en particular a los extranjeros). Zweig, Mann, Freud, Schnitzler y Baum se cuentan entre sus primeros representados, aunque se centran sobre todo en derechos teatrales y de guiones cinematográficos (para lo que, con muy buen tino, abrirán también una sede en Estados Unidos).

Una de las primeras empleadas a la que contrataron fue la luego celebérrima y reputada historiadora Hebe Clementi, que ha descrito del siguiente modo las oficinas de la agencia del matrimonio Lifezis:

La oficina estaba en su propia casa, un departamento grande en Tucumán y Montevideo. Tenía las paredes tapiadas con fotografías de Max Brod, Stefan Zweig, Joseph Roth, Shalom Ash, Leo Perutz, Franz Molnar, Vicky Baum, Leon Feuchtwanger, Arthur Schnitzler, y había más. Había fotos de escritores, músicos, actores, y estaban todas dedicadas. La tarea era ofrecer libros, artículos, argumentos de obras de teatro o cinematográficos, operetas: era como abrir un mundo nuevo, una cultura diferente. Llegaban también cantidades de libros que mandaba, desde Estados Unidos, el doctor [austríaco Franz] Horch [(1901-1951)], alguien que hacía allá el mismo trabajo que Lifezis quería hacer aquí.

Aspecto de una de las paredes de la sede actual de IECO en Barcelona.

Más trascendencia tendría sin embargo la incorporación a la agencia, precisamente para sustituir a Clementi, del emigrante croata Nicolás Costa, que había llegado a Argentina en 1948 y se sumó al proyecto de los Lifezis a finales de los años cincuenta (¿1958?), pues cuando llegó el momento fue quien dio continuidad a la agencia.

Edición española de una traducción de Anna Lifezis.

Y ese momento llegó con el cambio de década, cuando los Lifezis viajaron a España por cuestiones de salud y José Manuel Lara Hernández (1914-2003), que durante años había publicado con enorme éxito a Vicky Baum, les ayudó a encontrar piso para establecerse en Barcelona. Así pues, no tardaron en abrir una nueva sede de la agencia, que durante un tiempo tuvo su sede en el número 35 de la Vía Laietana (muy cerca de la catedral). Curiosamente, ese mismo año 1960 se creaba en la Ciudad Condal la agencia literaria de Carmen Balcells, poco después de trasladarse Horia a París y asociada muy brevemente con la esposa de Carlos Barral, Yvonne. Y apenas un año antes había llegado a la ciudad la alemana Ute Körner (1939-2008), quien, al igual que Isabel Monteagudo, que se incorporó en 1966 siendo aún estudiante, no tardaría en convertirse en uno de los puntales de la sede española de IECO.

Todo cambió con la muerte de Hugo Lifezis en 1970, pues Anna Sherman, que con distintos nombres (Annie R. Lifczis, Annie Rennei) tenía a sus espaldas una obra muy notable ya como traductora (Franz Werfel, Leo Perutz, Schnitzler, Brecht…), decidió regresar a su país natal, y fue entonces (con Körner actuando ya como editora en Bruguera antes de fundar una agencia con su propio nombre), cuando Isabel Monteagudo tomó las riendas de la empresa, sin que ello le impidiera implicarse muy activamente en los años siguientes en proyectos tan rupturistas y alentadores como la creación de la librería Xoc o en la gestación del pionero colectivo feminista LaSal Edicions de les Dones.

Desde entonces, International Editors’ Co., una agencia marcadamente femenina y feminista en su gestión y modo de funcionar, ha ido ampliando su radio de acción, incorporando en su catálogo de representados a nombres indiscutibles, como los de J.D. Salinger, Peter Sloterdijk, Scott Fitzgerald, Auden, Günter Grass, Dos Passos, Gore Vidal, Michael Ondaatje o el popularísimo J. R. Tolkien. Y Augusto Monterroso, Javier Tomeo y Ramon J. Sender abrieron el camino a la representación directa desde Barcelona de grandes autores en lengua española (Bárbara Jacobs, Rigoberta Menchú y Juan José Flores, entre ellos). Por otra parte, absorbieron otra de las agencias literarias españolas de más larga trayectoria, la creada por el también traductor Julio F[ernández] Yáñez, a cuyo frente se encontraba Montse Yáñez, y fueron una de las pioneras a la hora de promover la cooperación entre agencias, que cristalizó en 2006 con la creación de ADAL (Asociación de Agencias Literarias). En ello tuvo buena parte de responsabilidad también Maru de Montserrat, quien, tras curtirse en la editorial Edhasa, entró en la agencia en 1998 y progresivamente fue poniéndose al volante del proyecto para actualizarlo procurando al tiempo que no pierda identidad.

El equipo de IECO en la despedida de Rosa Bertran (sentada); a su izquierda (también sentada), Isabel Monteagudo; y a la espalda de ésta, Maru de Montserrat.

Fuentes:

Web de International Editors’ Co.

Gabriela Adamo, Valeria Añón y Laura Wulichzer, redactoras, La extraducción en la Argentina Venta de derechos de autor para otras lenguas Un estado de la cuestión 2002-2009, investigación realizada por la Fundación Teoría y Práctica de las Artes por encargo de la Dirección General de Comercio Exterior y la Dirección General de Industrias Creativas y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2009.

Elisa Martín Mayo, Los agentes literarios en España, ISSUU.

Carmen Sesto y María Inés Rodríguez Aguilar, Hebe Clementi. Una vida. Trayectoria intelectual y política, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, 2004.

La utilidad de los epistolarios para la historia cultural (y las trabas estatales)

En su iluminadora aportación al libro colectivo Pliegos alzados, la historiadora y editora Ana Mosqueda concluye animando a los historiadores de la edición a «reflexionar sobre las cartas como un peculiar objeto de estudio en el que, más que en otras fuentes, pueden apreciarse las actitudes y los valores de los editores en sus respectivas épocas y lugares», y remata: «Es preciso descubrirlas, interpretarlas y considerarlas como parte fundamental de los discursos y representaciones del mundo editorial, y asimismo como una de las prácticas más fecundas, eje de estudio para una historia transnacional de la edición.» Es difícil no estar de acuerdo con el planteamiento o no intentar llevar a cabo la propuesta, pero obviamente los obstáculos para hacerlo son poco menos que insalvables.

Precisamente el presuntamente riquísimo epistolario de la agente literaria Carmen Balcells (1930-2015) sea uno de los más fecundos para conocer muchos aspectos de la historia transnacional de la edición, en particular en lo que se refiere a la segunda mitad del siglo XX.

Desde octubre de 1993, la Biblioteca de Catalunya alberga una muy mínima parte de documentos adquiridos a la agencia, después de que el erudito Josep Maria Razquin (1929-1995), por entonces subdirector de esta institución y a quien precisamente Carmen Balcells publicaría en Proyectos Editoriales y Audiovisuales CBS su estudio Gent de la Sagarra (1998), procediera a examinar el fondo bibliográfico de la empresa y se llegara a un acuerdo de venta por cincuenta y cinco millones de pesetas.

Se trata en particular diez mil libros (de Maruxa Vilalta a Julio Cortázar y de Rafael Alberti a Camilo José Cela, pasando por Josep Palau i Fabra, Pablo Neruda, Juan Goytisolo o Ernesto Sabato), 116 fotocopias de mecanuscritos previos a su edición y diez mecanuscritos. Es evidente que, del cotejo de este material con las versiones definitivamente publicadas, surgiría información valiosísima acerca de los procesos de edición a que fueron sometidos los textos por parte de quienes finalmente los pusieron a disposición de los lectores, lo que los convierte en una mina para los especialistas en ecdótica y para los filólogos en general. En este sentido, es de especial interés el caso del diplomático, historiador y escritor Salvador de Madariaga (1886-1978), de quien se conservan manuscritos con enmiendas y supresiones de una enorme cantidad de artículos, así como de las traducciones de las obras teatrales Rien que la vie y Vive la mort o de las novelas Aube sans nation ou Tragicomédie de Genève y A drop of time, entre otras, cuyas anotaciones serán seguramente jugosas a ojos de los traductólogos.

De izquierda a derecha, Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, Carmen Balcells, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay.

Aun así, la cantidad de autores representados en el catálogo de este fondo es impresionante, e incluye a una pléyade de escritores americanos formada por el cosmopolita de origen argentino Kalman Barsy, el uruguayo Juan Carlos Onetti, el colombiano Gabriel García Márquez, el peruano Alfredo Bryce Echenique, el cubano Severo Sarduy, la chilena Isabel Allende, los argentinos Abel Posse y Julio Cortázar o los mexicanos Fernando del Paso, Álvaro Mutis, Homero Aridjis, Carlos Fuentes o Jorge Ibargüengoitia, así como a los españoles Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Juan Goytisolo, Jesús Ferrero, Carlos Barral y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros muchos, en numerosas ocasiones con obras consideradas generalmente secundarias en su producción, como es el caso las piezas teatrales de Mendoza o García Márquez.

Manuel Tuñón de Lara.

Con todo, uno de los escasos epistolarios que parecen haberse aprovechado hasta ahora de este fondo, y acaso porque se hizo antes de que reposara en Alcalá de Henares, fue el mantenido por Carmen Balcells con el escritor Max Aub (1903-1972), de quien la Fundación dedicada al escritor ha ido publicando los mantenidos con Francisco Ayala, preparado por Ignacio Soldevila (2001), Manuel Tuñón de Lara, preparado por Francisco Caudet (2004), Alfonso Reyes, editado por Alberto Enríquez Perea (2007), Ignacio Soldevila, a cargo de Javier Lluch Prats (2007) o Jorge Guillén, preparado por Mª Paz Sanz Álvarez (2010), a los que hay que añadir aún  el de Vicente Aleixandre, en edición de Xelo Candel Vila (Renacimiento, 2015) y, parcialmente, algunos otros, como es el caso del mantenido con Camilo José Cela, del que Javier Quiñones dio una muestra en 2005 en el artículo «Camilo José Cela y Max Aub, evocación de una amistad transterrada (seguida de un Epílogo epistolar)». Por su parte, Javier Sánchez Zapatero publicaba, con prólogo de José-Carlos Mainer, Max Aub, Epistolario español (Kassel Edition Reichenberger, 2017), donde, además de un enjundioso análisis y estudio del epistolario, ofrecía algunas muestras selectas, y sobre todo divulgaba un interesantísimo estudio del que ya había dado muestras en el sexto número del Anuario científico de la Fundación Max Aub, El Correo de Euclides: el cruzado con su agente literaria.

Carmen Balcells representaba a Max Aub desde diciembre de 1964, y una de las muchas pruebas de lo fructífera de esa relación quedó reflejada en una carta fechada en febrero de 1971 y dirigida a su amigo también exiliado Francisco Ayala (1906-2009), en la que le escribe Aub: «Tampoco estaría mal que yo fuese a darme una vuelta por la madre patria por eso de los padres editores (que lo son todo menos eso). Menos mal que Carmen Balcells cumple bastante bien su trabajo. Si no tienes agente te la recomiendo». Como es bien sabido, Ayala no siguió su consejo, e incluso en 2005, al recibir el Premio Antonio de Sancha, se vanagloriaba de ser «por notable excepción un escritor que nunca se ha valido de los servicios, al parecer sumamente útiles, de algún agente».

Sin embargo, el análisis de Sánchez Zapatero le permite reseguir las vicisitudes de algunos procesos que cristalizaron en las primeras publicaciones de obra maxaubiana en España posteriores a las aparecidas antes y durante la guerra civil de 1936-1939, así como los altibajos en la relación entre escritor y agente, de la que uno de los puntos culminantes es el «Te contesto completamente en serio: no quiero volver a recibir otra carta tuya en tono de queja. Ninguno de tus asuntos está abandonado» que le espeta Barcells a Aub en 1971. Aun así, si este articulo de Sánchez Zapatero corrobora las conclusiones del texto de Ana Mosqueda es sobre todo en lo que tiene de información acerca de las gestiones y sus resultados de la agente, de los que va informando puntualmente a su representado, aunque este no siempre quede satisfecho con las gestiones o, sobre todo, con la celeridad con que estas se llevan a cabo.

Max Aub, J. Díez-Canedo, Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

Es de suponer, que algún día, cuando los estudiosos puedan tener acceso a ese impresionante legado que custodia el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, llegarán estudios similares que nos permitan conocer por qué manos pasaron los originales de algunos de los interesantísimos autores a los que contrató Balcells (Rafael Alberti, Miguel Ángel Asturias, Arturo Barea, Juan Benet, José Bergamín, José Cardoso Pires, Rosa Chacel, Juan Gelman, Ana María Matute, José Emilio Pacheco, Nicanor Parra, Elena Quiroga, Arturo Uslar Petri…). Y por qué y cómo acabaron publicándose en las editoriales en las que lo hicieron.

Rosa Chacel.

Las primeras ediciones de la generación beat

A la librería On the Road,

celebrando sus primeros cuatro años.

Un debate recurrente acerca de la conocida como generación beat ha sido casi tradicionalmente establecer quiénes forman parte de ella y quiénes no, pues siempre se le añaden antecedentes, mentores, epígonos y gente de todo tipo y pelaje que simplemente pasaba por allí y luego escribieron algún texto autobiográfico, hasta bastante más allá de su etapa más creativa e incluso allende las fronteras de la literatura. Sin embargo, hay tres nombres nucleares que nadie discute: Allen Ginsberg (1926-1997), Jack Kerouac (1922-1969) y William Burroughs (1914-1997). Y por buenos motivos.

De izquierda a derecha: Lucien Carr (1925-205), Kerouac, Ginsberg y Burroughs.

Si bien Ginsberg se había estrenado publicando en revistas literarias de difusión restringida, como la Columbia Review o Jester (ambas de la Universidad de Columbia) ya en 1945 —el mismo año en que Kerouac y Burroughs escribían a cuatro manos Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques, inédita hasta 2008—, los dos primeros libros que lograron publicar los miembros nucleares y primigenios de la generación beat, La ciudad y el campo (1950), de Kerouac, y Yonqui (1953), de Burroughs, lo fueron por unos caminos y en unas condiciones hoy quizás un poco sorprendentes, y en ambos casos Ginsberg tuvo una importancia enorme en el proceso, gracias en buena medida a las amistades que había trabado en la Universidad de Columbia.

Maxwell Perkins.

Debido a la admiración que Kerouac sentía por el gran editor Maxwell Perkins (1884-1947) y en particular por su trabajo en la obra de Thomas Wolf (1900-1938), sin saber que ya había fallecido mandó su novela a Charles Scribners’ Son confiando en que Perkins sintonizaría con el estilo y la ambición de su primera novela. Una vez se la hubieron rechazado por primera vez, Ginsberg intentó a través de su profesor en Columbia Mark van Doren (1894-1972) ponerlo en contacto (sin suerte) con el escritor y crítico literario Alfred Kazin (1915-1998), por entonces muy vinculado a Harcourt Brace y que se convirtió en uno de los principales defensores del texto, así como con editores en Viking, Houghton Mifflin, Knopf, Little Brown y Random House (todos ellos rechazaron el mastodóntico manuscrito). Scribner incluso rechazó una segunda versión de la novela, en diciembre de 1948, casi al mismo tiempo en que Robert Giroux (exestudiante en Columbia y por entonces editor en Harcourt Brace) aceptaba hacerse cargo de la edición del manuscrito si Kerouac estaba dispuesto, por un lado, a emplear nombres ficticios para los personajes —aparecían como tales, entre otros, tanto Ginsberg (Leon Levinsky) y Burroughs (Will Dennison) como Lucien Carr (Kenneth Wood)—, y por otra a reducir considerablemente su extensión porque, para una primera novela, la consideraba excesiva (1.100 páginas, nada menos); lo que le pedía, en definitiva, es que la dejara en quinientas y le evitara posibles problemas legales.

La sede de Scribner.

Eso llevó su tiempo, pero finalmente Kerouac cobró un anticipo de 1.000 dólares (que Harcourt Brace nunca recuperó) y en febrero de 1950 apareció una tirada de 15.000 ejemplares, todos ellos con una dedicatoria «To Robert Giroux, friend and editor» y firmados como John Kerouac. La crítica literaria de la época que se ocupó de la novela se mostró dividida, pero no así los lectores (unánimemente desdeñosos) y, como es bien sabido, Giroux cometió luego la imprudencia de rechazar la segunda novela de Kerouac, En el camino (que no se publicó hasta 1957 y en Viking). Según registra Dennis McNally en su biografía de Kerouac, Ginsberg escribió en sus diarios al respecto:

Pienso que Jack es el más grande escritor vivo de la Norteamérica de nuestra época […], pero Harcourt (Giroux) rechazó su primera versión [de En el camino] por demasiado personal y subjetiva… y ahora esta segunda versión les parece una mezcla de sobras pertenecientes a asociaciones libres sin ninguna relación. Creo que seguiré fiel a Jack.

Cubierta de la edición de Luis de Caralt (1971).

Mayor intervención tuvo Ginsberg incluso en el proceso que culminó con la aparición de Yonqui, de William Burroughs, en cuyas primeras versiones se incluía mucho material que posteriormente pasaría a Queer. Al parecer, existió incluso un vago proyecto de crear una trilogía sobre la multifacética experiencia droga-homosexualidad-exilio (Yonqui, Queer, Las cartas del yagé), pero a Burroughs, pese a que Kerouac y Ginsberg le animaran a ello, le costaba encontrar estímulos para llevar adelante semejante empresa, a tenor de lo que declaró en el número de otoño de 1967 de Paris Review:

En apariencia no hubo ningún motivo poderoso [para escribir Yonqui]. Trataba simplemente de contar más o menos en estilo periodístico directo mis experiencias de intoxicación y con drogados […] no tenía nada mejor que hacer. Escribir me supuso una ocupación para mis días.

Ginsberg y Kerouac.

Ginsberg no sólo alentó a Burroughs a culminar la obra, sino que le apoyó de un modo decisivo para que no abandonara el proyecto cuando su novela empezó a ser rechazada por los editores que la recibían o cuando le pedían enmiendas. En esta ocasión, Ginsberg le encontró editor a través de Carl Solomon (1928-1993), con quien había coincidido en 1949 como paciente del Greystoke Park Psychiatric Hospital y a quien más adelante dedicaría su poema fundacional Aullido. Un tío de Solomon, A.A. Wyn (1898-1967), era propietario y director general desde 1929 de la editorial Ace Magazines y, por sugerencia de Donald A. Wollheim (1914-1990), deseoso de abandonar su empleo en Avon Books, en 1952 acababa de fundar Ace Books, un catálogo inesperado —o acaso no tanto— en el que gestar lo que sería la beat generation.

Tanto las revistas como los libros en rústica de Ace iban destinados a la lectura rápida y fácilmente olvidable y se centraron en la narrativa detectivesca, del Oeste y deportiva, pero descollaron sobre todo, gracias en particular a Wollheim, en el descubrimiento de los grandes autores estadounidenses de la ciencia ficción y la fantasía (Robert Silverberg, Philip K. Dick, Ursula K. Le Guin…), aunque entre los autores que publicaron se encuentran también nombres sorprendentes como el de P. G. Wodehouse.

Ginsberg y Burroughs.

Casi desde el primer momento los Ace Books llamaron la atención por un experimento que ponía de manifiesto su vinculación inicial con las revistas, lo que se dio en llamar encuadernación dos-à-dos, consistente en encuadernar los libros de tal modo que contenga dos textos, con sus correspondientes dos portadas, de manera que puede empezar a leerse por dos lados distintos, y las páginas centrales solían aprovecharse para incluir publicidad. En uno de este tipo de libros se incluyó Yonqui (y en compañía bastante curiosa, por cierto), bajo el seudónimo William Lee, con lo que puede decirse que los dos libros fundacionales de la beat generation ocultaron los nombres de sus autores. De hecho, se frustraba así la posibilidad de publicar Yonqui en compañía de Queer, que al parecer asustó un poco a los editores de Ace Books, pero quizá no fue tan mala decisión. En agosto de 1952, Burroughs estaba redactando el prólogo para Yonqui en un intento por satisfacer la exigencia de Wyn (que ya le había mandado el contrato) de alargar el texto en por lo menos unas cuarenta páginas más, para lo que se sirvió, además, según contó Oliver Harris, de algunos pasajes que ya tenía escritos de Queer:

En total, quitó más de seis mil palabras [de Queer], más de un tercio del manuscrito del 14 de mayo y alrededor de una quinta parte del total, para llevar Yonqui al tamaño exigido por Ace Books. En resumen, apenas Burroughs había terminado su segunda novela, los imperativos económicos de la publicación lo obligaron a abandonarla, canibalizando el manuscrito para terminar la primera.

Al parecer, no fueron pocas las intervenciones editoriales a las que Ace Books sometió el texto que Burroughs les mandó como definitivo, empezando por el título (que pasó de Junk a Junkie) o con el añadido de un subtítulo («Confessions o an unreedemed Drug Addict»), y posteriormente Burroughs se quejó por carta a su editor de las muy numerosas e injustificadas enmiendas, que en más de una ocasión alteraban el sentido (hasta el punto de hacerlo incomprensible incluso para su autor).

Yonqui apareció con nada menos que una novela del exagente Maurice Helbrant, del que vale la pena decir alguna cosa. Nacido en Rumanía y residente desde niño en Brooklin, había tenido una experiencia como espía para los servicios secretos británicos en Palestina durante la primera guerra mundial, al término de la cual regresó a su país de acogida, donde desarrollo el grueso de una carrera poco honrosa. En la novela que acompaña a Yonqui (Narcotic Agent), que comparte con ella su carácter autobiográfico, Hellbrant recrea su experiencia como agente en la división de narcóticos del FBI, persiguiendo y acosando al mismo tipo de personajes que transitan por Yonqui, con lo cual se convierte en un perfecto contrapunto a la novela de Burroughs (y ya es raro que no a ningún editor se le haya ocurrido volver a publicar los dos textos juntos). Se dan además curiosas y jugosas coincidencias, pues tanto Burroughs como Helbrant relatan el modo en que los perversos agentes del FBI se servían de billetes marcados para comprar droga y luego los empleaban como prueba incriminatoria contra los pequeños traficantes.

Cubierta de la edición de Anagrama de 2019.

Los libros de Ace Books muy raramente se encontraban en librerías, y mucho menos en bibliotecas, y su venta se concentraba en quioscos y en particular en los puestos de venta en estaciones de transporte público, lo que en buena medida explica los desorbitantes precios que han alcanzado los ejemplares de esa primera edición; paradójicamente, hasta 1992 la Library of Congress no consiguió comprar un ejemplar (que se conserva en la sala de libros raros y colecciones especiales). Aun así, Ginsberg, que por entonces era ya el agente literario no oficial de la beat generation, pidió a Kerouac unas palabras de elogio a Yonqui para la columna de David Dempsey en el New York Times Book Review («Sofisticado, desinhibido, erudito y perverso en el más puro estilo Goering; supone el primer relato moderno e inteligente sobre las drogas […] Es a la vez una obra independiente y un clásico»), pero ni eso sirvió para que las ventas de la novela de Burroughs se salieran de lo habitual en Ace Books. También en su caso, hubo que esperar algunos años hasta que, en las parisinas Olympia Press de Maurice Girodias, consiguiera publicar la siguiente novela y alcanzar el éxito con ella, El almuerzo desnudo (1959).

Cubierta de la edición de Olympia Press (1959).

Fuentes:

Emanuele Bevilacqua, Guía de la generación beat, traducción de Edgardo Dobry, Barcelona, Península (Ficciones 7), 1996.

William S. Burroughs, Queer (edición definitiva del 25 aniversario), Introducción de Oliver Haris y traducción de  Marcel Souto, Barcelona, Anagrama, 2013.

Bruce Cook, La generación  Beat, traducción de Esdrás Parra, Barcelona, Seix Barral, 1974.

Sam Jordison, «William Burroughs’ opposite number: William Helbrant», The Guardian, 18 de febrero de 2014.

Jack Kerouac, La ciudad y el campo, traducción de Lluis Margalef Llambrich, Barcelona, Luis de Caralt, 1971.

Jack Kerouac, Los subterráneos, Anagrama (Contraseñas), 1986. Con el prólogo de Henry Miller escrito para la edición de Grove Press (1959), traducido, al igual que la novela, por J. Rodolfo Wilcock, y una introducción adicional de Fernanda Pivano traducida por Ignacio Martínez de Pisón.

William Mikriammos, William S. Burroughs. La vida y la obra, traducción de F. P. E. González, Madrid-Gijón, Júcar (La Vela Latina 45), 1981.

Dennis McNally, Jack Kerouac. América y la generación beat. Una biografía, traducción de Jorge Piatigorsky, Barcelona, Paidós (Testimonios), 1992.

David Saunders, «A. A. Wyn», en Field Guide to Wild American Pulp Artists, 2014.

Douglas Valentine, The Strength of the Wolf. The Secret History of America’s War on Drugs, Londres, Valentine, 2004.