Javier Dieta Pérez, censor de libros

En numerosos estudios sobre la censura de libros en la España franquista aparece reiteradamente el nombre de uno de los lectores al que Fernando Larraz ha calificado como «el exponente más tenebroso de la censura», Javier Dieta, cuya intervención fue decisiva en un muy buen número de libros importantes y sobre el que sin embargo sabemos muy poco, tanto acerca de su pasado como de su destino tras su paso por censura.

Funcionario de la administración civil, Dieta empezó a colaborar en la censura a principios de 1954, y, a la vista de sus numerosos informes sobre novelas españolas, el mencionado Larraz lo caracteriza del siguiente modo «Trata de compensar en ocasiones su escasa altura intelectual con voces latinas innecesarias como “ad cautelan” o “verbatim”, que contrastan con el abuso de coloquialismos impropios que dan muestra de la soltura y confianza con las que se movía por el Servicio [Nacional de Propaganda]»

En marzo de 1954 le toca informar sobre la novela de Juan Goytisolo (1931-2017) Juego de manos, a la que no pone reparos porque según su lectura «El aire general de la novela es no obstante de desaprobación [de los actos del grupo protagonista]. Casi ellos mismos tienen conciencia de que son víctimas de una mala educación familiar, así al contar sus vidas, y mucho de ambiente».

En enero de 1956 firmaba el informe de El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019), presentada por la editorial Destino, que es evidente que no le gustó pero acertó al identificar su realismo: «Algo así como si se hubiese tomado en cinta magnetofónica aquellas conversaciones, todos los gritos, canciones, toda clase de ruidos, etc., etc. Ahí debe de estar el valor de la novela», si bien añade que «Abundan los tacos, que no considero suprimibles, aunque me parecen de muy mal gusto».

Italo Calvino y Jorge Luis Borges.

La editorial barcelonesa Edhasa presentó a censura el compendio de ensayos Discusión, de Jorge Luis Borges (1899-1986), al que en un informe de finales de 1956 Dieta puso bastantes reparos, sobre todo porque «lo malo es que [el autor] se mete en teología y mete la pata de lleno», según escribe, así es que elimina un par de textos, mientras que los autorizados tampoco salen indemnes al embate del lápiz rojo. Por razones que están por dilucidar, el caso es que Edhasa nunca llegó a publicar ese libro (que era una versión revisada del que en 1932 publicara en Buenos Aires Manuel Gleizer Editor).

César Arconada.

En abril de 1957 considera también autorizable otra novela de Juan Goytisolo, El circo, a la que califica de «novela de ambiente», y Central eléctrica, de Jesús López Pacheco (1930-1997), que acababa de quedar finalista en el Premio Nadal (ese año lo ganó el sacerdote José Luis Martín Descalzo con La frontera de Dios). Mientras según el profesor Pablo Gil Casado ‒que la vincula muy estrechamente con La turbina de César Arconada (1898-1964)‒ «Central eléctrica contiene una fuerte crítica de las injusticias, testimonialmente expuestas, a que se ve sujeta la clase obrera y campesina», Dieta empieza su informe calificándola de «Novela con “quid” social».

Otro caso bien estudiado ‒por Lucía Montejo Gurruchaga en Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra‒ es el de Una mujer llega al pueblo, con la que Mercedes Salisachs (1916-2014) ganó el Premio Ciudad de Barcelona (y con la que Dieta se cebó a gusto). Lo interesante en este caso hay constancia de que la autora se puso en contacto con el censor, y solo pueden hacerse suposiciones acerca de cómo supo la autora quién había informado sobre su novela. El caso es que acaso fuera este contacto el que propició que en un segundo informe Dieta se mostrara menos duro y, con todos tijerazos, al final la novela pudo publicarse (en Planeta).

En el sentido de las agujas del reloj: Josep M. Castellet, José María Valverde. Joan Petit, Barral y Víctor Seix.

Estos son tus hermanos, de Daniel Sueiro (1931-1986), la presentó a censura Seix Barral en junio de 1961, y Javier Dieta fue uno de los cinco lectores que, a instancias de los sucesivos recursos de Sueiro, informaron sobre ella (casi todos denegando su autorización pese a las enmiendas y supresiones introducidas por el autor). En un interesante artículo seminal sobre las relaciones entre el editor barcelonés Carlos Barral (1928-1989) y la censura, Cristina Suárez Toledano ya reprodujo una delirante expresión de Dieta en ese informe muy ilustrativa de su carácter: «¡Insisto en la negativa con mi sangre!». También de 1961 son las mutilaciones en El río que nos lleva, de José Luis Sampedro (1917-2013), y que ya Larraz denunció que se mantuvieron incluso en la edición supuestamente crítica publicada en la colección Letras Hispánicas de Cátedra, y la propuesta, aceptada, de denegación de permiso para publicar Fata Morgana, de Gonzalo Suárez.

Dos años después, en 1963, le pegaba solo tres tijerazos a Fiestas, de Juan Goytisolo, que desde 1958 ya circulaba por América gracias a la edición de Emecé.

El informe de Dieta acerca de Crónica de un regreso, de Andrés Sorel (Andrés Martínez Sánchez, 1937-2019) presentada a censura en marzo de 1964 por Seix & Barral, tiene también su miga, pues incluye otra exclamación antológica, referida a Sorel: «¡Lástima la ideología del autor!», a quien califica además como «tonto útil». Por si fuera poco, añade nuevas tachaduras a las que ya exigían dos informes previos, de modo que tras algunas vicisitudes más la obra fue prohibida y no se publicó hasta 1981 (en Ediciones Libertarias).

La novela del poeta y gestor cultural Ernesto Contreras Taboada (1933-1993) La tierra prometida también la presentó Seix & Barral en 1964, y aunque Dieta propuso eliminar cuatro páginas enteras, finalmente no fue autorizada su publicación en España y apareció años más tarde (en 1967) en la editorial uruguaya de Benito Milla (1918-1987) Alfa. Lo curioso en este caso es que circula una edición previa en portugués con el título A terra nostra, ‒cuya traducción firma un sospechosamente prolífico y políglota Sousa Victorino‒, y publicada en abril de 1963 en la colección Miniatura de la lisboeta Livros do Brasil.

En 1966 propuso autorizar una versión severamente expurgada del Homenaje a Cataluña de Georges Orwell (1903-1950), que no se tuvo en cuenta y que no se publicaría hasta 1970.

Por supuesto, también cayó en sus manos algún libro del multicensurado Paco Candel (1925-2007), y en concreto la segunda edición de Donde la ciudad cambia su nombre (1962), más expurgada de expresiones vulgares que la primera, con lo que, dada la naturaleza de los protagonistas, le resta veracidad y realismo. También mutiló a fondo Han matado un hombre, han roto un paisaje, en la que considera que «la violencia formal es asombrosa».

Los ejemplos son solo ilustrativos, y se podrían añadir a ellos los de Ya no humano, del novelista japonés Osamu Dazai (1909-1948) presentado por Seix Barral en 1960; El desprecio de Alberto Moravia (1907-1990), del que a Juan Oteyza se le había denegado autorización para importar un centenar de ejemplares de la edición de Losada, en 1968 (la publicó Plaza & Janés), o incluso el poemario Arde patria de Blas de Otero (1916-1979), presentado en 1962 por Ramón Julià López para publicarlo en la colección Poesía Contemporánea Española de RM (y en muchos de cuyos versos detecta Dieta «bilis política»), que finalmente apareció mutiladísimo en RM con el título Que trata de España y en la parisina Ruedo Ibérico en versión íntegra.

 Y aun así, no es mucho lo que se sabe de Javier Dieta. En el Boletín Oficial del Estado de 14 de junio de 1955 su nombre aparece como uno de los que no pueden presentarse a unas oposiciones para ingresar en el Cuerpo de Secretarios de la Magistratura de Trabajo hasta que presente los certificados de buena conducta y penales, pero solo un año más tarde, concretamente en el BOE del 21 de junio de 1956, el Cuerpo de Técnicos Especiales de Información y Turismo le otorga, también por oposición, plaza como técnico especial de tercera clase en el (con un sueldo de 21.000 pesetas, en catorce pagas). Además, firmando como Javier Dietta, la Secretaría General Técnica de la Presidencia del Gobierno le publicó como volumen 13 de la colección Estudios Administrativos Las Secretarias Generales Técnicas (1961) y la Secretaría General Técnica del Ministerio de Información y Turismo Los organismos colegiados del Ministerio de Información y Turismo: composición y funciones (1964), donde se le describe como «jefe de la Sección Informativa de la Secretaría General Técnica» y poco más. Tampoco parece que sobre su actividad tras la desaparición de la censura se haya divulgado ninguna información.

Fuentes:

Francisco Álamo Felices, «La censura», en La novela social española. Conformación ideológica, teoría y crítica, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería, 1996, pp. 79-107, reproducido en Represura, 6 de marzo de 2019.

Ana Gargatagli, «Borges traducido a leyes inhumanas. La censura franquista en América», 1611: Revista de historia de la traducción, núm. 10 (2016).

Pablo Gil Casado, La novela social española (1942-1968), Barcelona, Seix Barrall, 1968.

Fernando Larraz y Cristina Suárez Toledano, «Realismo social y censura en la novela española (1954-1962)», Creneida, núm. 5 (2017), pp. 66-95.

Fernando Larraz, Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo, Gijón, Trea, 2013.

Lucía Montejo Gurruchaga, Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2010.

Cristina Suárez Toledano, «“La insolidaridad localista y rencorosa”. Novelas de regresos imposibles a la España fracturada en el catálogo invisible del editor Carlos Barral», Diablotexto 13 (junio de 2013), pp. 15-31.

Corpus Barga: Una edición destruida y otra titulada por su editor

A Lola Burgos, agradeciéndole su paciencia con la heterodoxia

Al prestigioso periodista madrileño Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna (1887-1975), conocido literariamente como Corpus Barga, se le recuerda un episodio enigmático en cuanto a su estreno como creador. Hay constancia de que en 1904, cuando tendría por lo tanto alrededor de diecisiete años, publicó algunos poemas con el título Cantares que Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), su sobrino, tuvo ocasión de leer y describió como «el libro más crudo que he leído. Era interesante, disparatado, audaz».

Andrés García de la Barga.

Todo indica que los esfuerzos del autor por destruir todos los ejemplares de este libro, al parecer el único que firmó con su nombre (Andrés García de la Barga), tuvieron un éxito definitivo, pues no han quedado trazas que permitan saber gran cosa de este volumen, ni siquiera quién lo imprimió (acaso fuera una edición a cargo del autor que imprimiera alguna de las empresas que se ocuparon de sus obras siguientes: la de J. Espinosa y A. Lamas o la Imprenta Artística Española). Con todo, disponemos de una breve y maliciosa selección de versos de este poemario que apareció en el número 439 (correspondiente al 22 de abril de 1904) de la revista satírica Gedeón (1895-1912), que irónicamente se subtitulaba «El periódico de menos circulación de España». El título de la sección en que se reseñó este libro primerizo es elocuente: «El papel vale más (notas bibliográficas)», y la entrada ya permite entrever que la nota (anónima) será demoledora:

Otro vate primaveral, D. Andrés García de la Barga, nos ha hecho verdaderamente felices por un rato. No conocemos nada más inesperado y sorprendente que las canciones de este señor García, ni podemos negar a ustedes el placer de saborearlas. Vean, vean y escojan, si en esto es posible escoger.

Una rosa en medio del campo vi:

¡como estaba tan hermosa,

la he cogido para ti!

Y que le hablen al Sr. García de la Barga de la sencillez homérica. Pero sigamos saboreando:

En tu barca, linda barquera,

pasamé;

con tal de ir en tu barca,

yo remaré.

Portada de un ejemplar de Gedeón.

Sí, hombre, sí, tú pitarás, digo, tú remarás, da gana de decirle al poeta. Y cualquiera le convence de que no se dice “pasamé”, sino “pásame”.

Esto no arredró a Corpus Barga, que además de convertirse en periodista de prestigio creciente fue añadiendo a su obra literaria el libro de relatos Clara Babel (1906), el volumen memorialístico La vida rota (1908-1910), las obras narrativas El ayudante de cámara (1921), Pasión y muerte. Apocalipsis (1930), la obra dramática En el teatro de la guerra. Tragedia desconocida en un acto (1935), el relato Puñales (1936), etc.

Al concluir la guerra civil española, durante la cual colaboró en publicaciones tan significativas de la cultura republicana como Hora de España o El Mono Azul, salió de España acompañando al poeta Antonio Machado y Corpus Barga se instaló durante un tiempo en París, aunque el avance de las tropas nazis hizo que se trasladara primero a Vichy y posteriormente a Coir Cheverny (un pueblecito en el departamento de Loir y Cher).

Allí concluyó Corpus Barga en 1947 la novela histórica Hechizo de la triste marquesa, y al año siguiente aceptó la propuesta del publicista Franklin Urteaga —apodado la Pulguita Atómica por su diligencia y dinamismo— y el historiador y periodista Luis Alberto Sánchez (1900-1994) de ocuparse de la cátedra de Ética y Sociología del Periodismo en la Escuela de Periodismo de la Universidad de San Marcos, de la que más tarde (cuando esta se integró en la Facultad de Letras) llegaría a ser director.

En la década de los cuarenta y los cincuenta siguió Corpus Barga colaborando muy asiduamente con publicaciones periódicas tanto americanas como europeas (incluso españolas a partir de un determinado momento), y en 1963 hizo un discreto primer viaje a la España franquista en el que trabó amistad con el poeta José Agustín Goytisolo (1928-1999). Ese mismo año Edhasa había publicado en España una primera edición (censurada) de las memorias noveladas Los pasos contados en la colección que Guillermo de Torre (1900-1971) había creado con la intención de acercar y propiciar el diálogo entre los escritores establecidos en América y los residentes en España, El Puente, y en la misma colección publicaría dos títulos más de ese ciclo: Puerilidades burguesas (1964) y Las delicias (1967).

Tres títulos de la serie memorialística de Corpus Barga en El Puente.

Acerca del reflote en aquellos años de la aludida novela Hechizo de la triste marquesa, escribió Arturo Ramoneda: «Corpus se preocupó muy poco, en fechas posteriores [a las de su escritura] por darla a conocer, y la obra permaneció perdida y olvidada entre sus papeles hasta que en 1968 un editor peruano, que casualmente pudo conocerla, decidió sacarla a la luz». Lo que no menciona Ramoneda es que el editor en cuestión es uno de los más importantes que hubo en Perú en esa época (y en cualquier otra), Carlos Milla Batres, nacido en 1935 en El Salvador, formado inicialmente en Guatemala y trasladado ya en la adolescencia a Lima.

Carlos Milla (nada que ver con la familia Milla vinculada a la editorial Alfa) tenía ya entonces fama de ser muy certero ingeniando títulos, y una de las primeras observaciones que hizo a Corpus Barga fue que, en América, el título de su obra podía resultar ambiguo, por lo que le propuso el de La baraja de los desatinos (tomado de la caracterización que de España se hace en el capítulo 29 de la novela). Tal como lo contó el propio autor en una carta que publicó la revista Ínsula en octubre de 1975:

Este título, que descentra a la obra, se debe a un hecho sintomático de las diferencias del castellano en los distintos países en que se habla. El título original era Hechizo de la triste marquesa, pero aquí [en Perú] no se pudo poner porque entendían no que la marquesa estaba hechizada, sino que tenía hechizo, gracia, gancho. El lector español no creo que hubiera equivocado el sentido. Aquí hubo que poner otro título para evitar la anfibología.

Corpus Barga.

Prueba de hasta qué punto esta era una buena solución pero simplemente coyuntural fue el hecho de que, cuando se publicó en la Biblioteca Formentor de Seix Barral —por iniciativa de Pere Gimferrer, que había elogiado el volumen de Los pasos contados en la revista El Ciervo—, recuperó el título original pero, en contrapartida, se vio sometida a los efectos de la censura: además de algunas supresiones, se eliminaron todas las referencias al culto fálico y se publicó sin el prólogo del autor a la edición peruana. Aun así, del interés de Gimferrer por la escritura de Corpus Barga da testimonio la respuesta que dio cuando en 1966 la mencionada revista El Ciervo publicó una encuesta de balance anual a sus colaboradores titulada «¿Cuáles son los tres libros que más te han interesado en 1965?»: El roedor de Fortibrás, de Gonzalo Suárez, El bandido adolescente y Crónica del alba de Ramón J. Sender, y Los pasos contados. Puerilidades burguesas, de Corpus Barga.

Fuentes:

Esther Barrachina y Max Hidalgo, «Barga, Corpus», en Manuel Aznar Soler y José Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2016, vol. I, pp. 291-294.

Isabel del Álamo Triana, Corpus Barga, cronista de su siglo, Sant Vicenç del Raspeig, Universidad de Alicante, 2001.

Guzmán Urrero Peña, «Corpus Barga y el placer de contar», Rinconete (Centro virtual Cervantes), 13 de junio de 2001.

Arturo Ramoneda, «Introducción» a Corpus Barga, Crónicas literarias, Madrid, Júcar (Los Poetas Serie Mayor), 1984, pp. 11-84.

Arturo Ramoneda, «Introducción» a Corpus Barga, Apocalipsis. Pasión y muerte. Hechizo de la triste marquesa. Cuentos, Madrid, Júcar (Azanca 23), 1987, pp. VIII-LXIV.

Marcel Velázquez Castro, «Corpus Barga o el reino del exilio», Escritura y Pensamiento, núm 19 (2006), pp. 143-149.

Cuando la novela histórica española llamó a la puerta

En el año 1996 la novela histórica en España se había convertido en un género que no sólo proporcionaba grandes ventas a las editoriales sino que además empezaba a captar poderosamente el interés del mundo académico, y una prueba de ello es la publicación de algunos libros que tomaban la novela histórica como tema de estudio, de los que son buen ejemplo las actas del V Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria y Teatral de la UNED (celebrado en la UIMP en Cuenca entre el 3 y el 6 de julio de 1995) y que se publicó con el título La novela histórica a finales del siglo XX e incluía estudios de Carlos García Gual, Maryse Bertrand de Muñoz, Joan Oleza, María del Carmen Bobes Naves, José Antonio Pérez Bowie, José María Pozuelo Yvancos…

Las traducciones de títulos como el Yo, Claudio (1978) de Robert Graves, Las memorias de Adriano (1982) de Marguerite Yourcenar o El nombre de la rosa (1982) de Umberto Eco habían mantenido un interés intermitente por parte del grueso de lectores españoles, más allá de los círculos de aficionados incondicionales al género, pero el profesor Fernando Gómez Redondo situaba en los años finales de la década de los ochenta una eclosión del interés de editoriales muy diversas por este tipo de novela. Tal como escribió en 1990 en «Edad Media y narrativa contemporánea. La eclosión de lo medieval en la literatura»:

Ediciones Orbis […] en 1988 inundó los quioscos con sus semanales entregas de Biblioteca de Novela Histórica, con la pretensión de simultanear obras clásicas (W. Scott, E. Gil y Carrasco, J. Fenimore Cooper) con títulos que acababan de alcanzar sonoros éxitos (R. Graves, M. Yourcenar, G. Vidal). También nuevas editoriales se subirán al carro de la fantasía histórica en esta desenfrenada búsqueda de lectores: Almarabú, Lumen, Muchnik y Montesinos, por ejemplo, han competido por sacar títulos que, en otros momentos, hubiera sido temerario publicar.

Sin embargo, mediada la década de los noventa se produjo un cierto cambio consistente, ya no en el cultivo ocasional por parte de autores españoles más o menos consagrados —José Luis Sampedro con El caballo desnudo (1970), Antonio Gala con El manuscrito carmesí (1990) y La pasión turca (1993) o Arturo Pérez Reverte con La sombra del águila (1993)— o en la aparición de éxitos puntuales —el Premio Planeta a Juan Eslava Galán por En busca del unicornio en 1987, por ejemplo—, sino en la irrupción de una avalancha de primeras novelas de escritores españoles, muchos de los cuales tuvieron un momento de gran éxito, que llevó incluso a que en la prensa se hablara de un cierto «boom». Originalmente se trató de novelas escritas a menudo por historiadores y muy fieles tanto a los hechos como (quizá más importante) a las mentalidades de la época en que situaban la acción, pero eso duró bastante poco tiempo.

Es posible que la espita que consiguiera abrir el grifo fuera la novela del historiador zaragozano José Luis Corral Lafuente El Salón Dorado (1996), publicada en la colección Narrativas Históricas de Edhasa en mayo de 1996 y que vino a demostrar que los editores podían ahorrarse los costos de traducción para publicar buenas novelas en este ámbito. En Pasando página, un compendio periodístico de los hitos de la edición española a partir de 1975, Sergio Vila-Sanjuán da cuenta de la publicación de esta novela del siguiente modo:

Desde finales de los setenta, la colección Narrativas Históricas, creada por Francisco Porrúa, representaba el pulmón de la editorial. Su línea la continuarían otros directores literarios como María Antonia de Miquel o Jordi Nadal, hasta alcanzar los doscientos títulos. […] Pero no había españoles. Algo que preocupó a Daniel Fernández, quien se había hecho cargo de la dirección general de Edhasa en 1996. […]  El tema, no hay que decirlo, le gustaba. Y si los manuscritos no llegaban, Fernández los encargaría. […] Con ese nombre [El Salón Dorado] encontró Fernández encima de su mesa una novela que había encontrado su antecesor, Jorge Durán.

Tal vez en este pasaje haya una confusión de nombres, pero en cualquier caso es evidente que algo falla. El antecesor de Fernández en Edhasa como director general fue Jordi Nadal, mientras que Jorge Durán fue coordinador editorial tanto con Nadal como, durante apenas un año aproximadamente, con Fernández. Aunque siempre resulta bastante absurdo asignar un «descubridor» a cualquier libro, si se toma como referencia el firmante del contrato (un criterio tan válido como cualquier otro), en el caso del de El Salón Dorado, fechado en febrero de 1996, puede zanjarse el tema diciendo que lleva la firma de Jordi Nadal.

Mucho más confusas, equívocas o ambiguas (por decirlo suavemente) fueron en 2005 unas declaraciones del por entonces director general de Edhasa al periodista de El País Jacinto Antón:

Corral envió su manuscrito por correo y decidimos publicarlo simplemente porque nos pareció una buena novela, no porque pensáramos entonces crear una colección específica de novela histórica española. No hubo voluntad de ir a por un autor español.

En realidad, puede decirse que esa búsqueda de novelas históricas de calidad escritas en español ya hacía tiempo que estaba activa en Edhasa cuando llegó Fernández, y de ahí la contratación de títulos como El ojo del faraón (1993), del polaco Boris de Rachewiltz (1926-1997) y el catalán Valentí Gómez i Oliver (n. 1947); El señor de los últimos días. Visiones del año mil (1994), del mexicano Homero Aridjis; La máquina solar (1996), la novela que el argentino Miguel Betanzos dedicó a Galileo, o El maestro de justicia (1997), de César Vidal: en ninguno de los casos se trató de novelas de encargo, ni de Nadal y mucho menos (por razones cronológicas evidentes) de Fernández, pero tampoco tuvieron un gran éxito ni la presencia de sus autores tuvo continuidad en el catálogo (salvo en el caso de César Vidal, con quien Fernández reincidió con Hawai 1898, en 1998).

Los derechos de El Salón Dorado, que tuvo ventas muy por encima de las expectativas, se habían cedido además enseguida a la histórica editorial alemana especializada en literatura de género Bastei Lübe, un trato en el que, dado que el autor no dispuso nunca de agente, Edhasa actuó como intermediario y la traducción apareció ya en 1997.

A partir de ese momento Edhasa se convirtió en la editorial de las novelas históricas de José Luis Corral: El amuleto de bronce (1998), El invierno de la Corona (1999), y así hasta once títulos, aunque el éxito de otro debut de características similares no volvería a repetirse hasta la publicación en el año 2000 de Al-Gazal, el viajero de los dos orientes, de Jesús Maeso de la Torre (a la que seguirían en la misma colección La Piedra del Destino (2001), El Papa Luna (2002), Tartessos (2003) y El Auriga de Hispania (2004), antes de su paso a Grijalbo.

Por esas mismas fechas, en 1997, se daba a conocer también con ventas muy notables en Salamandra Ángeles de Irisarri, con El viaje de la reina, sobre Toda Aznar de Toledo, reina de Navarra El cambio de siglo, sin embargo, estuvo marcado en cuanto a ventas por el éxito de Matilde Asensi, cuya primera novela, El salón de ambar (1999), ya fue muy llamativa, pero se convirtió en superventas con las novelas históricas Iacobus (2000) y El último catón (2001), ambas publicadas originalmente por Plaza & Janés (y luego reeditadas por Planeta), la segunda de las cuales alcanzaría en 2006 la cuadragésima edición y declaraba haber vendido 460.000 ejemplares. Por su parte, Ediciones B publicaba en 2000 la primera novela de Jesús Sánchez Adalid (La luz del Oriente), Maeva publicaba en 2001 la primera en español de la escritora vasca Toti Martínez de Lezea (Señor de la guerra), etc.

Mientras tanto, una editorial de trayectoria tumultuosa como Martínez Roca había sufrido una acusada remodelación desde la entrada en ella en 1990 de Finakey (empresa que tanto se dedicaba a la promoción y construcción de edificios como a la explotación de guarderías infantiles), y había apostado también con mucho ahínco por la novela histórica de autor español. En julio de 1990 entró también como accionista de Martínez Roca el grupo Planeta (que al cabo de dos años se hacía con el control y la absorbía), y en 1995 publicaría la primera novela histórica del entonces alcalde de Cabra y diputado provincial de Córdoba por el Partido Andalucista José Calvo Poyato, El rey hechizado, si bien a partir de entonces iniciaría un recorrido por diversas editoriales (Belacqua, El Aleph, Grijalbo, Ediciones B…). En 2001 empezaría Martínez Roca a otorgar el Premio Internacional de Novela Histórica Alfonso X el Sabio, que le sirvió para captar a autores exitosos del género (entre los primeros galardonados se encuentran Eduardo Gil Bera, Almudena de Arteaga, Jorge Molist, Ángeles de Irisarri o el ya mencionado César Vidal), aunque también el Premio Fernando Lara premió en más de una ocasión a cultivadores del género, como es el caso de Antonio Gómez Rufo (en 2005 por El secreto del rey cautivo), que se había dado a conocer en la colección La Sonrisa Vertical de Tusquets con El último goliardo (1984), o Sánchez Adalid (en 2007 por El alma de la ciudad). En esos años proliferaron los premios, ya fuera promocionados por editoriales o por instituciones públicas o privadas, específicamente dedicados a este género, que se convirtieron en estímulo y cantera (Premio Adriano de la editorial Apóstrofe, el Premio Alfonso VIII de la Diputación Provincial de Cuenca, el Ciudad de Úbeda de Pàmies, el Premio Hispania de Ediciones Áltera…).

Un punto culminante en este proceso, por las dimensiones del éxito, tal vez sea La catedral del mar, de Ildefonso Falcones, publicada en 2006 por Grijalbo (que antes de cumplirse un año declaraba haber vendido ya el primer millón de ejemplares), y con la que en el sector editorial barcelonés sucedía algo parecido a los testimonios sobre el Mayo del 68 parisino: Al igual que casi todo el mundo decía haber estado en la capital francesa la primavera de ese año mítico, son legión los profesores de escritura creativa y los editores de mesa que aseguran haber participado en algún punto del lento y laborioso proceso de escritura, reescritura y corrección de esa novela (que duró, por lo menos, cuatro años y fue rechazada, en diversos estados de elaboración, por hasta siete editoriales cuando aún se titulaba Bastaix). Aunque quizá eso sea solo una leyenda urbana… 

Fuentes:

Jacinto Antón, «Entrevista a Daniel Fernández», Babelia, 30 de julio de 2005.

Juan Gómez Jurado, «El boom de la novela histórica en español», Abc, 27 de febrero de 2018.

Jesús Maeso de la Torre.

Fernando Gómez Redondo, «Edad Media y narrativa contemporánea. La eclosión de lo medieval en la literatura», Atlántida, núm. 3 (1990), pp. 28-42.

Antonio Huertas Morales, La Edad Media contemporánea. Estdio de la novela española de tema medieval (1990-2012), tesis doctoral presentada en la Facultat de Filologia, Traducció i Comunicació de la Universitat de València en 2012.

Jesús Maeso de la Torre, «El porqué del boom de la novela histórica», Todo Literatura. República Ibérica de las Letras, 13 de enero de 2017.

Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Barcelona, Destino, 2003.

Diseño editorial e identidad: Julio Vivas

El probablemente mal llamado «libro electrónico» es al libro lo que al chocolate los sucedáneos sin manteca de cacao; quizá contengan lo más importante (el texto) pero no son un libro sino más bien un archivo digital (que contiene el texto). Aun así, resulta paradójico que sigan anunciándose y promocionándose asociados a una imagen que actúa como sucedáneo de la cubierta (y vale la pena recordar que, durante los cuatro primeros siglos de existencia de la imprenta de tipos móviles, su diseño respondía a menudo a decisión del lector que encargaba la encuadernación a un taller).

La cubierta, junto con el logo y el diseño del libro en su conjunto, es uno de los principales elementos formales de que dispone el editor o la empresa editorial para comunicar su personalidad, su identidad, que al fin y al cabo es lo que, a ojos del lector, le dará credibilidad, pertinencia y, en último extremo, le hará imprescindible para salvaguardar el gusto literario —o cuanto menos la bibliodiversidad y la novedad— de la dictadura del algoritmo (pues es evidente que el algoritmo hará que se nos ofrezca lo que ya está en nuestro horizonte de expectativas, pero no lo ampliará).

Asociado al diseño, en el ámbito de la edición literaria sobre todo, está la cuestión de las colecciones, de la identidad de las colecciones. Como escribe la historiadora del arte mexicana Marina Garone Gravier en su contribución a Pliegos alzados («Entre lo material y lo visual: consideraciones para historiar el diseño editorial»):

Es posible que la preeminencia de la colección sobre el libro «en solitario» sea un comportamiento particular de la edición literaria, aunque también está en relación con la apuesta y consolidación del capital visual que una casa editora articula en torno a sus productos físicos y su identidad de marca.

En el ámbito de la edición en español, pocos casos tan flagrantes y llamativos de identificación entre diseño y casa editorial (o de «capital visual») deben de existir como el establecido entre el de Panoramas de Narrativa y Anagrama, que el fundador de Planeta, José Manuel Lara Hernández, caracterizó como «la peste amarilla» y cuyo diseño debemos a Julio Vivas. Con todo, la trayectoria creativa de Vivas quizá sigue siendo insuficientemente conocida. Del mismo modo que Max Aub caracterizó a Carmen Laforet —no sin cierta mala leche, obvio— como quien «escribió Nada y luego nada», Julio Vivas parece que solo hubiera diseñado esa colección. Y no es así ni mucho menos, sino que tanto antes como después creó algunos diseños memorables o cuanto menos muy dignos de consideración por lo que tienen también de capital visual.

Nacido en 1950, el catalán Julio Vivas (no confundir con el dibujante de cómics Julio Vivas García, 1923-2017) se estrenó en el mundo editorial como rotulista en Bruguera con apenas quince años, y unos tres después pasó a Barral como montador. Con cierta intervención del azar (o del desbarajuste organizativo), un diseño para La soledad del corredor de fondo, de Alan Sillitoe (1928-2010), publicada por Seix Barral en 1962 (coincidiendo con la versión cinematográfica de Tony Richardson), le convirtió en el diseñador gráfico por antonomasia de las novelas de esa editorial.

Con el tiempo, tal como cuenta con cierta displicencia Carlos Barral en sus memorias, Vivas se independizó y no siguió al editor barcelonés cuando éste dejó Seix Barral y fundó Barral Editores, pero si bien empezó a trabajar para otras editoriales (Círculo de Lectores entre ellas), Vivas mantuvo a Carlos Barral como uno de sus clientes importantes y diseñó las portadas de sus colecciones más emblemáticas:

Ni siquiera seguía allí el grafista Julio Vivas -escribe Barral-, tan hábil y sincero aprendiz, quien había puesto estudio y trabajaba también para otros, menguando grandemente mis oportunidades de jugar con la diagramación y las portadas, que son como el vino de postres de los editores por gusto.

Fue entonces cuando Vivas unificó para Anagrama el diseño de la colección Argumentos, y un tiempo después, ya entrada la década de 1970, diseñaría también la rompedora colección Contraseñas, completamente distinta a lo que había estado haciendo hasta entonces. Jorge Herralde ha narrado el caso concreto de la cubierta de El baile de las locas (1978), de Copi, que se publicó con una ilustración que quizás pueda evocar el rostro de Bibi Andersen, acaso porque la intención inicial del editor era emplear una foto de esta artista, siguiendo la estela de lo que había hecho con Guillermina Mota en Guillermota en el país de las Guillerminas, de Vázquez Montalbán.

A finales de esa década, que parece corresponderse con su etapa de mayor creatividad o cuanto menos de mayor impacto, empieza Vivas a diseñar también cubiertas e interiores para una importante revista cultural y política (en la órbita marxista) recién fundada por Claudi Montañá, Josep Serret y Miguel Riera, El Viejo Topo, y el diseño rompedor y colorista es precisamente uno de los argumentos no menores que explican el éxito de esta publicación.

En 1979 se produce en la sede de Barral Editores el encuentro de Julio Vivas con otro de los grandes editores barceloneses, Paco Porrúa, que por entonces estaba en Edhasa. Enseguida empieza a encargar a Vivas diseños de cubiertas, tanto para su colección de ciencia ficción Nebulae (El sueño de hierro, de Norman Spinrad, ya en 1979) como para algunos de los títulos más famosos de la colección Narrativas Históricas de Edhasa, como es el caso de la traducción de Julio Cortázar de Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Minotauro, la editorial creada por Porrúa, será otro de los clientes más fieles y constantes de Vivas, y su relación sólo se romperá cuando la empresa pasa a la órbita de Planeta, con cuyos editores no llegó a entenderse ni mucho ni poco («ya era una relación muy burocrática», declara Vivas a Castagnet).

El tan evocado encargo de la colección de narrativa ideada por Herralde cuando empezó a decaer el interés por el libro de carácter político lo contó el propio Julio Vivas en entrevista con Martín Felipe Castagnet, quien lo cita profusa y oportunamente en su tesis doctoral, y también en el aspecto gráfico pretendía desmarcarse por completo de lo que había sido Contraseñas: «Herralde me pidió una colección muy poco llamativa porque iban a ser muchos volúmenes, con una tipografía muy discreta, todo muy discreto pero elegante».

Así pues, no sólo se ocupó del diseño y realización de las cubiertas de Panorama de Narrativas, sino también del interior, como también ha detallado el propio Herralde en Un día en la vida de un editor:

El tan importante tema de la maqueta fue muy trabajado por nuestro grafista, Julio Vivas, que presentó diversos proyectos que discutimos hasta la elección final, con sus elementos tipográficos fijos y el luminoso color vainilla de fondo como signo más inequívoco. Un diseño de colección que sólo tuvo una ligera modificación en el año 1991, y que es una de las más fuertes señas de identidad de Anagrama, reforzada además por el diseño de la colección Narrativas Hispánicas, iniciada a finales de 1983, que solo se diferencia de su colección hermana en el color de fondo, gris claro.

En entrevista con Castagnet, Herralde da a entender que se conservan aún los diversos esbozos de ese diseño (no incluidos sin embargo por Jordi Gracia en Los papeles de Herralde), lo que permitiría seguir el proceso creativo de esa obra magna de Julio Vivas. Porque, justa o injustamente, igual que le sucede a Carmen Laforet, Vivas es solo (o sobre todo) recordado por una de sus obras, sin duda la más influyente y definitiva, pero a la vista del enorme listado de sus cubiertas y trabajos editoriales es evidente que son muchos más lectores que los de Anagrama los que han tenido en sus manos libros en los que puso su impronta, y es también muy reseñable la fuerte identidad con que dotó una de las etapas visualmente más marcadas de la colección Nebulae, por ejemplo, en la que Porrúa le concedía absoluta libertad para que, a partir de un resumen y una charla acerca del texto, el diseñador imaginara y creara una imagen alusiva al ambiente de la obra en cuestión. Lo cual probablemente defina bien a Porrúa, pero también a Julio Vivas. Valdría la pena, seguramente, que alguien se animara a estudiar en serio y a fondo su trabajo.

Fuentes:

Carlos Barral, Memorias, edición de Andreu Jaume, Barcelona, Lumen, 2015.

Martín Felipe Castagnet, Las doradas manzanas de la ciencia ficción: Francisco Porrúa, editor de Minotauro, tesis doctoral presentada en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata en septiembre de 2017.

Iñaki Esteban, «Cada diseño, un manifiesto», La Voz de Cádiz, 21 de julio de 2009.

Marina Garone Gravier, «Entre lo material y lo visual: consideraciones para historiar el diseño editorial», en Fernando Larraz, Josep Mengual y Mireia Sopena, eds., Pliegos alzados. La historia de la edición, a debate, Gijón, Trea, 2020, pp. 161-176.

Jorge Herralde, «Canutos con Copi», originalmente en el periódico Avui en julio de 2000, tomado aquí de Opiniones mohicanas, Barcelona El Acantilado 43, 2001, pp. 89-95. Se publicó en Buenos Aires una edición de Eloísa Cartonera, en la colección Nueva Narrativa y Poesía Sudaca Border, con el título Canutos con Copi: aventuras de un editor (2008).

Jorge Herralde, Un día en la vida de un editor y otras informaciones fundamentales, Barcelona, Anagrama (Biblioteca de la Memoria 39), 2019.

Enrique Sordo, prolijo y polifacético trabajador editorial

Sin pretenderlo, el escritor, crítico literario y traductor Enrique Sordo (1923-1997) se convirtió en 1983 en uno de los ejes de la polémica que suscitó el traductor Jordi Arbonés (1929-2001) cuando, como miembro de Obra Cultura Catalana, afeó a la Editorial Sudamericana desde las páginas del Diario de Barcelona, que en ningún lugar visible se mencionara que su edición de La plaça del Diamant, de Mercè Rodoreda (1908-1983), era una traducción del catalán. Es posible que eso contribuyera a que algunas de las traducciones de esta obra de Rodoreda a otras lenguas se llevaran a cabo a partir de la traducción de Sordo, en lugar de siguiendo la versión original.

Enrique Sordo Lamadrid (1923-1997).

Para entonces, Sordo tenía ya una amplísima carrera, iniciada en su Cantabria natal en las páginas de la muy modesta revista santanderina Novus, creada en 1942 y en la que colaboraban también entre otros, el poeta Carlos Salomón (1923-1955) y el músico antifranquista Eduardo Rincón (n. 1924), pero del que se mecanografiaban apenas una copia para cada uno de los colaboradores y que desapareció ese mismo año.

Más empaque y trascendencia tuvo la revista Proel, para la que el mismo Sordo obtuvo el apoyo de su amigo el jefe provincial del Movimiento, Joaquín Reguera Sevilla, a cambio de que pudiera ser él quien designara al director (que fue Pedro Gómez Cantolla, subjefe provincial). Fundada en abril de 1944 como revista de poesía, al cabo de poco más de un año Proel empezó ya a publicar libros y, tras un parón en 1945, al siguiente abrió una segunda etapa en que acogió también obra gráfica, prosa y ensayo literario hasta su desaparición en 1950.

El primer poemario de Sordo, La prometida tierra, apareció en volumen precisamente en la editorial de la revista con una tirada de quinientos ejemplares y una viñeta de otro miembro del grupo Proel, el pintor y poeta José Luis Hidalgo (1919-1947), que ya había creado obra gráfica para las Olimpiadas Populares que debían celebrarse en Barcelona en 1936, y de quien Enrique Sordo había reseñado el poemario Raíz en el cuarto número de Proel. Poemas de este libro habían aparecido también en Fantasía, revista editada por la Delegación Nacional de Prensa franquista. 

Sin embargo, antes de la aparición de La prometida tierra, Sordo había leído ya algunos de sus poemas el 5 de abril de 1945 en la inauguración del Saloncillo de Alerta, el periódico que en 1937 creó la Falange Española para sustituir el liberal republicano El Cantábrico (1895-1937). E incluso figuró Sordo como director de la muy efímera revista Pobre hombre (dos números), que se definía como «órgano paupérrimo de las letras desamparadas» y acogió colaboraciones de José Hierro (1922-2002), entre otros.

Asentado en Barcelona, orienta luego Sordo su carrera hacia el periodismo cultural y la crítica literaria, en diversas iniciativas del republicano Manuel Riera Clavillé (1918-2007). En este sentido, destaca su participación en la redacción de Revista. Semanario de actualidades, artes y letras, que se estrenó en abril de 1952 con una cabecera diseñada por Salvador Dalí y donde Sordo se gana una reputación de informado y concienzudo crítico teatral, al lado de Juan Francisco de Lasa (1918-2004), que se ocupa de cine, Juan Eduardo Cirlot, que se ocupa de la crítica de arte, o Rossend Llates (1899-1973), a cuyo cargo estaba la crítica musical. Se mantuvo en ese puesto cuando en 1960 pasó a llamarse Revista Granvía, y posteriormente, a partir de 1962, Revista Europa. En los años cincuenta, además de ser uno de pioneros de la revista El Ciervo, creada en 1951, fue también jurado del Premio Ciudad de Barcelona, en la categoría de teatro, colaboró desde mediada la década en La Vanguardia y, al iniciarse en 1962 la segunda época de El Español, con Mauro Muñiz como redactor jefe, Sordo se ocupó de la crítica de libros. Lo mismo haría un poco más adelante en La Estafeta Literaria.

Por el camino, tuvo tiempo de adquirir protagonismo también como uno de los promotores en 1956 de los Premios de la Crítica, que en 1957 se resarcieron de haberse estrenado premiando La Cátira de Camilo José Cela (1916-2002) otorgando el premio a El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019).

De finales de los cincuenta es su participación en el primer volumen de la Antología de las mejores novelas policíacas que firmó con el también periodista Carlos Fisas (1919-2020) y publicó la editorial Acervo (a partir de 1958 se editaron por lo menos dieciocho volúmenes). Con un sentido laxo del término policíaco, reunieron obras de Conan Doyle, Chesterton, Agatha Christie, George Simenon, Oppenheim, William Irish, etc.

De ese mismo 1958 es la publicación de la que acaso sea su primera obra como traductor, La playa y otros relatos, de Cesare Pavese, que publicó Seix Barral en su mítica Biblioteca Breve, a la que siguió, firmada con Rafael Manzano, la de Los toros. Fiesta española, de Jacques Leonard, que publicó la Editorial Barna.

A caballo entre la década de los cincuenta y la de los sesenta, Sordo fue un prolífico generador de libros con clara vocación comercial, como es el caso de Arte español de la comida (1960), para Barna, una «selección y adaptación» de Cien famosas novelas (1960) para la Editorial de Gassó Hnos. (que se reedito en 1963), Los sueños (1962) y Hemingway, el fabuloso (1962), para la Enciclopedia Popular Ilustrada de Ediciones G.P. (a la que puede añadirse una biografía de Sara Bernhardt para la colección Pulga) o Al-Andalus, puerta del paraíso (1964), para Argos, entre otros muchos libros de diverso tema y tipo. Preparó también una selección de fábulas de Esopo, con Ramon Conde, y una adaptación de El Quijote que publicó el Instituto de Artes Gráficas en 1963 y 1964 respectivamente, en el caso de la obra cervantina con ilustraciones de Vicente Segrelles.

Para la ya mencionada Argos firma en esos años diversas traducciones del francés, en particular de libros sobre arte y artistas (Marcel Brion, André Salmon, Pierre Daninos, Georges Charensol…). Con estos antecedentes, no deja de resultar un poco sorprendente que fuese la persona elegida por Edhasa para traducir La plaça del Diamant al español, que salió en la colección El Puente en 1965.

No obstante, mucho más asombrosa resulta la enorme cantidad de traducciones que en los años setenta y ochenta, sin abandonar su dedicación a la crítica literaria, firmó Enrique Sordo, de las más diversas lenguas y en algunos casos de obras que no era la primera vez que se publicaban en español: del italiano: Itinerario de la novela picaresca, de Alberto del Monte, en 1971; del francés: Yo descubro el arte, de Pierre Belvès, en 1973; La Italia de los secuestrados, de Jean Lesage, en 1978; Esté o no esté, de Rafaël Pividal, en 1979; La reconversión, de Vladimir Volkov; El malhechor, de Juilen Green, en 1980 y al año siguiente, del mismo autor, Leviatán; Residente privilegiada, de María Casares, en 1981, Pescador de Islandia, de Pierre Loti, La noche del decreto, de Michel del Castillo en 1982…; del inglés: El factor humano, de Graham Greene, en 1979; Los demonios de Loudun, de Aldous Huxley, en 1980; Luz de agosto, de Faulkner, también en 1980, etc.; del catalán: Tiempo de cerezas, de Montserrat Roig, en 1979, y de la misma autora La hora violeta en 1980; Adiós, buen viaje, de Marta Balaguer en 1984; Acto de violencia, de Manuel de Pedrolo en 1987 … y a eso añádanse otros trabajos editoriales, como prólogos (a una edición de Cumbres borrascosas de Los Libros de Plon o a la Antología poética del no menos prolijo trabajador editorial Fernando Gutiérrez para Plaza & Janés en 1984, por ejemplo), la dirección editorial de la Enciclopedia universal de Nauta en 1982 y además obras propias (Cómo conocer la cocina española en 1980, España, entre trago y bocado en 1987, la guía turística sobre San Vicente de la Barquera y Comillas para Librería Estudio en 1987…).

No es del todo extraño que eso suscitara dudas, suspicacias y recelos.

Enrique de Hériz, traducción, escritura, edición… y amistad

A Mariana Montoya y Juan Gabriel Vásquez (y familia)

La nómina de los editores barceloneses que han publicado alguna que otra novela es relativamente extensa, e incluye algunos nombres tan conocidos como los de Josep Vergés (que escribió a cuatro manos con su cuñado Tomás Salvador Garimpo, que José Janés publicó en 1952), Carlos Barral (y su rencorosa Penúltimos castigos, aparecida en Seix Barral en 1983), Carlos Pujol (La sombra del tiempo, Jardín inglés, Los secretos de San Gervasio, Los días frágiles, etc.) o Enrique Murillo (de El centro del mundo en Anagrama en 1988 a La muerte pegada a las uñas en Bruguera en 2007), pero entre los más vocacionales, constantes e internacionalmente exitosos se cuenta sin duda Enrique de Hériz (1964-2019), probablemente el único entre todos ellos que aunó una obra narrativa de suficiente calibre y grosor como para perdurar y el favor del común de los lectores.

Enrique de Hériz.

Licenciado en Filología Hispánica en la Facultad de Letras de la Universidad de Barcelona, la entrada de Hériz en el sector editorial fue bastante temprana y en 1987, cuando contaba veintitrés años, ya figura como traductor de dos novelas policíacas de Elmore Leonard (1925-2013) publicadas ambas por la editorial Versal ─a cuyo frente estaba por entonces Antoni Munné, que se convertiría en uno de sus muchos amigos─, Bandidos y Chantaje mortal.

Ese mismo año, a raíz y como consecuencia de la compra de la histórica editorial Bruguera por parte del Grupo Z, se creó Ediciones B, en la que en 1992 aparecieron otras tres traducciones suyas, El santuario de Altamira, del prolífico escritor estadounidense John L’Hereux (1934-2019) y, acaso más importantes para el traductor, Érase un hombre, érase una mujer y Una casa en Mango Street, de la escritora de raíces mexicanas Sandra Cisneros. Escribió Hériz acerca del lenguaje de Cisneros y de lo que supuso la experiencia de traducirla:

Es una mezcla absoluta, no tiene nada que ver con el spanglish porque ella no utiliza ninguna palabra española, excepto en algún diálogo en que hablan dos hispanos. Todo es en inglés, pero la gramática de alguna manera es española. Y eso, cuando lo lees en inglés, es interesantísimo; […] Es una especie de traición permanente al idioma que estás leyendo, donde tú estás leyendo y casi dirías: «esta frase está mal», pero en realidad para el lector que no habla español acaba teniendo una especie de exotismo brutal: es precioso, es una gran escritora. Bueno, pues traduce eso al español… A mí me tocó hacer eso a los veintisiete o veintiocho años […] Me enamoré del texto, me propusieron traducirlo y dije que sí felicísimo, pero en la segunda página…

Sandra Cisneros. Foto: Diana Solís, 1982.

Sin embargo, más allá de lo que el traductor describe como el arduo (y sin duda poco rentable) trabajo que le supuso ese encargo, más interesante resulta la anécdota que cuenta en el mismo texto («Gente que oye voces»), acerca de su encuentro posterior con la autora, con motivo de la presentación en Barcelona de una de estas novelas, en la que en cierto modo le censuró que no le hubiera hecho ninguna consulta durante el proceso de traducción: «aunque hubieses tenido que inventarte una duda para consultarme ─le reprendió Cisneros─, yo me hubiera quedado más tranquila». El interés de la anécdota reside sobre todo en la idea a menudo expresada por Enrique de Hériz posteriormente acerca de la necesidad de colaboración entre autor y traductor, probablemente uno de los puntales de su enfoque sobre la traducción literaria ─hasta el punto que para aceptar una traducción exigía contacto directo con el autor─ junto con su idea de la necesidad de «atrevimiento» ─cosa distinta a la libertad─ por parte de quien la ejerce, y que tuvo ocasión de expresar en más de una ocasión cuando su novela Mentira empezó a ser traducida a una docena de lenguas: «el hecho de que un traductor no se ponga en contacto contigo en una novela de seiscientas treinta y cuatro páginas es mala señal. A mí no me transmite que ese traductor esté muy seguro de lo que hace sino todo lo contrario».

Otras colaboraciones de Hériz habían aparecido un poco antes que estas traducciones en Ediciones B. En 1990 Círculo de Lectores publicó una edición de la clásica Nana, de Émile Zola, traducida por Carlos de Arce, ilustrada por Rafael Bartolozzi (1943-2009) y precedida de un «ensayo biográfico» firmado por Enrique de Hériz, y, ese mismo año, la novela negra del escritor estadounidense Andrew Vachss Strega, en traducción de Susana Estrada y precedida de un texto de presentación también de Hériz.

Del año 1993 es su traducción de Dolores Clairbone, de Stephen King, que apareció simultáneamente en Orbis (en la colección dedicada al autor) y en Ediciones B (en Éxito Internacional), y al año siguiente se produce ya su entrada en esta última empresa. De cómo obtuvo su primer empleo con vacaciones pagadas dejó él mismo testimonio:

…me propusieron crear y dirigir el departamento de traducción de una editorial que apenas empezaba. Yo ni sabía que me lo iban a proponer. De hecho, acudía a una reunión en esa editorial con dos carpetas: una azul que contenía la traducción que les iba a entregar (un Elmore Leonard, no recuerdo el título [Cóctel explosivo, luego reimpresa con el cinematográfico título Jackie Brown]); la otra, roja, tenía en la tapa las letras VSO, escritas a mano por mí con un tamaño enorme: VOLUNTARY SERVICE OVERSEAS. Dentro, una serie de documentos y formularios que me proponía rellenar esa misma tarde para presentar mi candidatura a uno de los puestos que ofrecía la VSO para participar en proyectos de alfabetización en Kenia.

Al cabo de tres días acudí a la editorial con una propuesta: aceptaba el trabajo con la condición de que me dieran dos meses para encerrarme a terminar una novela que estaba escribiendo.

Así es, más o menos, como se gestó en Salamanca lo que acabaría siendo la primera edición de su novela El día menos pensado (Ediciones B, 1994), que obtuvo como respuesta el entusiasmo de crítica y lo que no puede describirse sino como negligencia de los lectores. Pero de esa etapa es también un libro de muy distinto pelaje montado a base de entrevistas acerca de la por entonces popular serie televisiva Farmacia de guardia (Ediciones B, 1994), así como la publicación de su traducción de Parte de guerra (1995), de Larry Beinhart.

De su seis años al frente del departamento literario de Ediciones B sería muy difícil hallar testimonios de sus colaboradores que no sean elogiosos, pero valga como muestra que al ser preguntado quien entonces era su superior jerárquico (y buen amigo), Pere Sureda, acerca de los editores que más le influyeron en su formación respondiera: «Felipe Palma Claudín, el primer jefe que tuve. Me dio alas y confianza. Aprendí mucho con él. Enrique de Hériz, sin duda el mejor editor que he conocido, y con el que he tenido el privilegio de hacer equipo».

Su cargo de director editorial, aun con la exigencia que supone, no le impidió sin embargo seguir escribiendo, y en octubre del año 2000 Seix Barral le publicaba la novela Historia del desorden, cuya aparición coincide más o menos con el abandono de Ediciones B (y poco después le seguiría también el de Sureda). Se dedicó entonces a fondo a la escritura: su siguiente novela, Mentira (Edhasa, 2004), fue un fenómeno de ventas y, gracias sin duda al buen hacer de la agencia literaria de Carmen Balcells, fue traducida a una docena de lenguas.

Desde el momento en que decidió dejar su puesto en Ediciones B ─le sustituyó su colega y amigo Santiago del Rey─, combinó la creación propia con la traducción y más tarde con la docencia en la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès; pero decidió concentrarse sobre todo en la escritura porque estaba en condiciones de empezar a escoger las traducciones que decidía llevar a cabo:

…tomé la decisión de concentrar el esfuerzo en mi carrera de escritor; ser traductor es un oficio que me añade una posibilidad más para ganarme la vida porque no consigo ganármela como escritor. Eso, de hecho, condicionó mucho el tipo de cosas que traduzco y la manera en que traduzco. […] fue cuando hice las traducciones más interesantes, pero fueron sin lugar a dudas las más ruinosas. […] Entonces al final les empecé a decir [a los editores]… “Pues mira, si me quieres hacer un favor, ¿por qué no me guardas un tío que venda bien?”

A Mentira le seguiría años más tarde Manual de la oscuridad (Edhasa, 2009), pero también algunas traducciones de autores muy notables (Aldous Huxley, Henry Miller, Jonathan Franzen y sobre todo la primera edición íntegra en español del Robinson Crusoe) que hasta cierto punto desmienten su propósito de elegir las traducciones con criterios exclusivamente de rentabilidad. Sobre todo Salamandra y Navona se beneficiaron en el siglo XXI de su buen hacer y profesionalidad: en la primera de estas editoriales se ocupó incluso de una renovación y reestructuración del equipo de traductores y correctores, mientras que en la primera dejó traducciones tan memorables como la de Bartleby, el escribiente, precedida además de un prólogo de su muy buen amigo y durante unos años vecino Juan Gabriel Vásquez. Pero se ocupó también, por ejemplo, de la impagable edición y traducción de los cuentos completos de Dashiell Hammett para RBA (Disparos en la noche, 2014), que incluye seis cuentos inéditos. También de Enrique de Hériz es tal vez posible que en algún momento surjan algunas piezas menores inéditas de interés muy limitado a sus más acérrimos incondicionales (caso, por ejemplo, de la titulada algo así como «Manley» [?], que podría definirse como un divertimento narrativo privado).

Me consta y puedo dar fe de que, al igual que Sureda, somos legión quienes aprendimos mucho acerca del mundo del libro y de la magia que lo rodea gracias a haber trabajado cerca de Enrique de Hériz. Y se lo agradecemos.

Fuentes:

Enrique de Hériz, «Vida de un manuscrito», Quimera núm 223 (diciembre de 2002), pp. 26-30.

Enrique de Hériz y Peter Schwaar, «Gente que oye voces. Coincidencias y afinidades entre un autor y su traductor», Vasos comunicantes, núm 40 (otoño de 2008), pp. 67-79.

Enrique de Hériz, «En busca de Robinson Crusoe», Letras Libres, núm. 125 (2012), pp. 26-30.

Enrique de Hériz,«Lo que es del César», El Periódico, 15 de febrero de 2012.

Enrique de Hériz, «Todo eso», Letras Libres, 1 de agosto de 2016.

Rosa Montero, «Enrique de Hériz, una vida hermosa», El País, 14 de marzo de 2019.

 

La antología como estrategia editorial (el caso del exilio)

«Lector, nunca desdeñes una antología. Siempre tendrá una buena flor (anthos, en griego) entre tantas reunidas.»

Luis Antonio de Villena

Roger Chartier.

La publicación en forma de libro de textos de diversos autores, e incluso de obras anónimas, reunidas con los criterios más diversos (procedencia geográfica, lengua, género literario) es históricamente anterior a la publicación de libros siguiendo el principio de la autoría o la obra unitaria (piénsese por ejemplo en los romanceros, florilegios, tesauros, etc.). Como escribió en su momento el eminente estudioso Roger Chartier, que alude por ejemplo al Primer Volumen de la Biblioteca del Señor de La Croix du Maine (1584) y a la Biblioteca de Antoine du Verdier, señor de Vauprivas (1585), entre otros casos, «la noción moderna de “libro”, que asocia espontáneamente un objeto y una obra, para no haber sido desconocida en la Edad Media, no se desprende sino lentamente de la forma de la selección que reúne varios textos de un mismo autor». Es decir, en la Europa moderna el proceso se produce del libro de autoría colectiva o que compila textos diversos al libro de un autor único (ya sea como obra unitaria o como volumen que compila diversas obras de ese mismo autor).

Modernamente la forma editorial de antología se ha empleado a menudo para reunir lo más destacado de una literatura nacional, por ejemplo, o la producción reciente de un grupo poético (con la Poesía española. Antología, 1915-1931, de Gerardo Diego, como caso paradigmático en el ámbito hispánico, pues incluso perfiló una primera nómina de la Generación del 27), pero con una tal amplitud de criterios posibles que lleva a Lluís Borràs Perelló a dar en su imprescindible vademécum  El libro y la edición una definición muy abierta (pero quizá un poco sesgada) de “antología”: «Es un libro que recoge una selección de los mejores textos literarios de uno o de varios autores. Puede ser de poesía, de cuentos o de novela negra».

A nadie extrañará que la antología (más que la colección) haya sido un modo empleado a menudo por diversas editoriales para dar a conocer ámbitos literarios apenas conocidos o bien olvidados pero aún valiosos o pertinentes para el lector de nuestro tiempo. Es el caso, por ejemplo, de las antologías mediante las cuales se ha intentado dado a conocer en España a algunos narradores que desarrollaron el grueso de su producción en el exilio, como consecuencia del resultado de la guerra civil española de 1936-1939, y que la censura franquista escamoteó a los lectores españoles.

Ya en 1970, estando aún vivo el dictador Francisco Franco, el crítico Rafael Conte reunió en Narraciones del la España desterrada a catorce nombres importantes de la narrativa breve escrita en el exilio, si bien con algún texto (particularmente «Ocnos», de Cernuda) un poco inesperado en un libro de tales características. En cualquier caso, en aquellas fechas el propósito de Conte, como explicaba en el siempre necesario prólogo en estas circunstancias, «no se trata de los mejores relatos de los escritores del exilio, sino de una recopilación indicativa.» En su momento, es muy probable que los nombres de Pedro Salinas, Cernuda o Ramón J. Sender le sirvieran al antólogo como gancho para llamar la atención acerca de otros nombres valiosos (casos de José Ramón Arana, Paulino Masip y Esteban Salazar Chapela, por poner algunos ejemplos), tomando también en consideración los que escribieron en lenguas distintas al español (Pere Calders y Mercè Rodoreda), pues su intención era mostrar un primer mapa de un terreno prácticamente desconocido más allá de algunos nombres descollantes. Sin duda, habrá quien objete a esta selección la muy escasa presencia de escritoras. El añadido de unas breves e incompletas fichas biobibliográficas de cada uno de los autores son, por su misma precariedad, indicativas del momento en que se publicó esta antología y del desconocimiento que tenían de ellos incluso los críticos literarios españoles bien informados. La inclusión de esta antología en una colección como lo fue El Puente Literario (continuación de El Puente, de Guillermo de Torre, ambas en Edhasa), cuya voluntad era propiciar los contactos entre las culturas americanas y españolas es también revelador de los objetivos que animaban el proyecto. Y como prueba de su relativa efectividad, las palabras del propio Conte en sus memorias: «se vendió bastante bien al principio, la edición fue de 5.000 ejemplares, aún deben de quedar restos en Moyano, y saqué 15.000 pesetas», así como las ediciones que en los años inmediatamente posteriores se hicieron de las obras de algunos de los autores antologados en este volumen.

De signo muy distinto pero en parte relacionada con ella fue la más discreta pero bastante singular antología prologada por J. León Ignacio Historias del 36 —también anterior a la muerte de Franco—, en la que el criterio es estrictamente temático (la guerra civil), pero en la que, muy acertadamente, se ofrecen algunas visiones de los perdedores de la contienda que sólo pudieron exponer su versión fuera de España: Max Aub y Manuel Andújar, junto a la de otros perdedores (Francisco Candel, Manuel Pilares) y varios escritores a los que se puede considerar «ganadores» (Luis Romero, Rafael García Serrano o Ricardo Fernández de la Reguera).

Según se anuncia en el prólogo, de 1974:

 Han pasado suficientes años para que los españoles podamos contemplar con cierta serenidad ese episodio de nuestra historia más cercana.

El propósito de la presente antología es contribuir a conseguirlo.

[…] Lo único que se ha  buscado es que dieran la visión del conflicto que obtuvieron desde el lugar en que se encontraban [durante la guerra].

[…] Para muchos, la lectura de las páginas que siguen será como volver a vivir el pasado. Para otros, y en eso confiamos, comprenderlo.

En este caso, quizá por prudencia o por el objetivo que se perseguía y los criterios de la selección, no hay referencia alguna a la biografía de los autores antologados, aun cuando no puede decirse de todos ellos, ni mucho menos, que fueran, por lo menos más allá de las aulas universitarias, sobradamente conocidos por los lectores españoles de 1974.

Pero sin duda mayor interés y más centrada en el propósito de rescatar a una serie de autores escamoteados hasta entonces al grueso de los lectores españoles es la antología preparada por Javier Quiñones para la editorial Menoscuarto, que en ciertos sentidos es heredera de la de Rafael Conte. Por ejemplo, ambas priorizan el concepto de exilio republicano español por encima de la lengua en la que se escribieron originalmente los textos y, en consecuencia, conceden espacio a la literatura catalana: ambos eligen a Rodoreda y Calders, si bien en cuanto a las literaturas gallega y vasca Quiñones selecciona textos en español (de autores bilingües como Martín de Ugalde y Rafael Dieste) no recogidos por Conte. Siendo como son muy similares los autores escogidos, del cotejo de los índices de las antologías de Conte y Quiñones se desprenden ya al primer vistazo algunas otras novedades: la lógica exclusión en el segundo de Cernuda (por no encajar en sentido mínimamente estricto en la categoría de cuentos), la inclusión de Manuel Chaves Nogales (por entonces ya recuperado para el lector español mediante la edición de las Obras Narrativas Completas por la Fundación Luis Cernuda y algunas ediciones en Clan y Abc) y Álvaro Fernández Suárez (conocido en España como poco más que finalista del Premio Espejo de España, de ensayo, en 1983), además de los ya mencionados Dieste y Ugalde.

Manuel Andújar (1913-1994)

Pero quizás incluso más significativo, y consecuente con la línea de la editorial en que apareció, fue el apartado específico dedicado a los microrrelatos, en que aparecen obras de Aub, Andújar, Barea, Ayala y una amplia selección de Pere Calders. Y acerca de la efectividad de este tipo de antologías que pretenden llamar la atención sobre autores silenciados —un corpus amputado de la historia literaria española— más por razones políticas que estéticas y a las que tan difícil les resulta entrar en el canon, escribe Javier Quiñones en 2005:

…cabría preguntarse qué queda de aquel interés, porque si bien es cierto que en el ámbito académico universitario el exilio vive un momento dulce de dedicación […], en lo que se refiere a ediciones de obras en editoriales de buena distribución y en colecciones de clásicos prestigiosas , no se puede decir otro tanto. Si nos fijamos en los autores de esta antología veremos que el panorama arroja luces y sombras en lo que a ediciones se refiere. Por poner sólo algún ejemplo, baste decir que de los libros de Álvaro Fernández Suárez, uno está aún inédito en España, desde 1954, y el otro no se reedita desde 1968; Sender […] no dispone aún hoy, en 2005, de una edición de cuentos completos, al igual que Max Aub, Paulino Masip o Segundo Serrano Poncela, entre otros. Quedan muchos libros de relatos por editar.

A ello se aplicaron más de diez años después Fernando Larraz y Javier Sánchez Zapatero, cuya selección, si por un lado deja fuera a los escritores exiliados que escribieron en una lengua distinta al español, incorpora algunas novedades que sin duda pueden interpretarse como la presentación de otros autores y textos importantes al grueso de los lectores no especialistas, como es el caso de Clemente Airó, César M. Arconada, Juan Chabás, Pablo de la Fuente, José Herrera Petera, Simón Otaola o Jesús Izcaray, cuyos libros, caso de haberlos, no habían tenido la difusión que podía darles una editorial como Salto de Página, y en una colección que se presenta en su web del siguiente modo:

La colección Cian acerca al lector obras del siglo XX escritas originalmente en lengua española que han permanecido inéditas en España o llevan un largo período de tiempo fuera del mercado editorial a pesar de su indudable calidad.

Esta colección con vocación de rescate se inaugura en 2009 con la primera edición española de La raíz rota de Arturo Barea, y se prolongará con textos narrativos —novela y relato— y antologías temáticas de autores españoles e hispanoamericanos del siglo pasado.

También incorpora por primera vez con respecto a las antologías mencionadas textos de María Teresa León, y no aparecen en cambio textos de Rosa Chacel, pero en este caso no parece pertinente hablar tanto de accesibilidad de sus obras como de uno de los modos en que se expresa el criterio estético de los antólogos.

A la vista de estos ejemplos, cuya eficiencia en la divulgación de textos y escritores que son desconocidos al lector español por efecto de la dictadura franquista es difícil de aquilatar, pero el hecho mismo de que sigan incorporándose nuevos autores dignos de ser leídos da por lo menos una idea de la magnitud (ciclópea) y la longevidad de los efectos de la censura franquista.

 

Relación, en orden alfabético, de los autores presentes cada una de las antologías mencionadas:

Rosa Chacel.

Naraciones de la España desterrada (1970): Manuel Andújar, José Ramón Arana (José Ruiz Borau), Max Aub, Francisco Ayala, Arturo Barea, Pere Calders, Luis Cernuda, Rosa Chacel, Paulino Masip, Mercè Rodoreda, Esteban Salazar Chapela, Pedro Salinas, Ramón J. Sender y Segundo Serrano Poncela.

Historias del 36 (1974): Ignacio Aldecoa, Pedro Álvarez Manuel Andújar, Max Aub, Francisco Candel, R. Fernández de la Reguera Rafael García Serrano, Manuel Pilares (Manuel Fernández Martínez, 1921-1992), Luis Romero y Víctor Català.

Sólo una larga espera (2006): Manuel Andújar, José Ramón Arana, Francisco Ayala, Max Aub, Arturo Barea, Pere Calders, Rosa Chacel, , Manuel Chaves Nogales, Rafael Dieste, Álvaro Fernández Suárez, Paulino Masip, Mercè Rodoreda, , Ramón J. Sender, Segundo Serrano Poncela y Martín de Ugalde.

Los restos del naufragio (2016): Clemente Airó, Manuel Andújar, José Ramón Arana, César M. Arconada, Max Aub, Francisco Ayala, Juan Chabás, Pablo de la Fuente, José Herrera Petere, María Teresa León, Paulino Masip, Simón Otaola, Esteban Salazar Chapela, Ramón J. Sender, Segundo Serrano Poncela, Martín de Ugalde y Jesús Izcaray.

Fuentes:

AA.VV., Historias del 36, prólogo de J. León Ignacio, Madrid, Ediciones 29  (Libros Río Nuevo 4/ Serie Literatura 1), 1974.

Lluís Borràs Perelló, El libro y la edición. De las tablillas sumerias a la tableta electrónica, Gijón, Ediciones Trea (Bibolioteconocmía y Administración Cultural 269)m 2015.

Roger Chartier, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, prólogos de Ricardo García Cárcel y Roger Chartier, traducción de Viviana Ackerman (y de Xavier Gaillard Pla del prólogo de Chartier), Barcelona, Gedisa, 2017.

Rafael Conte.

Rafael Conte, ed., Narraciones de la España desterrada, Barcelona, Edhasa (El Puente), 1970.

Rafael Conte, El pasado imperfecto, Madrid, Espasa, 1998.

Fernando Larraz y Javier Sánchez Zapatero, eds. y prologuistas, Los restos del naufragio. Relatos del exilio republicano español, Madrid, Salto de Página, 2016.

Josep Mengual Català, «El puente que tendió Rafael Conte. Narraciones de la España desterrada», en Javier Quiñones, coord.., «La narrativa breve del exilio republicano», Quimera, núm. 252 (enero de 2005), pp. 56-58.

Javier Quiñones, ed., Sólo una larga espera. Cuentos del exilio republicano español, Palencia, Menoscuarto (Reloj de Arena), 2006.

Luis Antonio de Villena, «Antología», en Gonzalo Pontón y Fernando Valls, coord., «El alfabeto de los géneros», Quimera, núm 263-264 (noviembre de 2005), pp. 17-18,

La colección Clàssics Moderns y la creación del canon de la literatura universal reciente

En los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, uno de los cambios que se estaban produciendo en el panorama editorial español era el progresivo crecimiento del público lector en lengua catalana, y, después de un primer momento en que se hubo publicado a los autores importantes en lengua catalana (exiliados y del interior, más o menos canonizados y jóvenes), diversas editoriales dieron respuesta a este crecimiento del número de lectores con estrategias destinadas a poner a disposición de esos lectores unos cánones de la gran literatura universal reciente.

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Ejemplo de ello es la colección Les Millors Obres de la Literatura Universal (1981-1986), que en el año 1986 se abriría también a obras del siglo XX y que se pudo llevar a cabo gracias en parte a la coincidencia en el tiempo de empresas potentes como Edicions 62 y Enciclopèdia Catalana, que a su vez adquirieron los sellos Proa (que ya antes de la guerra había creado una muy notable pléyade de traducciones de clásicos), La Galera y Pòrtic.

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Francesc Parcerisas.

Sólo un poco anterior a la serie Siglo XX de la MOLU es la colección creada en el seno de Edhasa y capitaneada por el entonces joven pero ya laureado poeta y traductor Francesc Parcerisas (n. 1944) Clàssics i Moderns, que en un período muy breve consiguió poner los cimientos de un canon de la literatura universal reciente con un eclecticismo y una amplitud de miras (presencia de literatura fantástica, de novela juvenil, de textos clave de la gran literatura decimonónica, etc.) que hacen que todavía hoy sea difícil ponerle peros a la vigencia del catálogo de Clàssics i Moderns (véase el Apéndice al final). Sobre las intenciones y los modelos escribió un fragmento muy iluminador el propio Parcerisas como apertura a su muy citado artículo «Sobre la traducció catalana d´Una historia de dos ciutats»:

Cuando en el año 1985 empecé a dirigir la colección de traducciones Clàssics Moderns, en la editorial Edhasa, tenía claro que el modelo debía ser un poco ecléctico, para poder publicar en ella autores modernos pero, sobre todo, para poder llenar todas aquellas lagunas de la literatura moderna que los lectores catalanes aún no tenían al alcance. Los modelos de la Biblioteca Popular de L´Avenç, de la Biblioteca Universal, de la Editorial Catalana y de la colección A Tot Vent de Proa eran parte de la historia y del ejemplo, en particular porque la mayoría de colecciones que proliferaron en aquellos años finales del siglo XX estaban mucho más atentas a las novedades y a traducir a los autores contemporáneos que triunfaban en todo el mundo…

Cuando Parcerisas aterrizó en Edhasa, donde desde el primer momento compartió despacho con María Antonia de Miquel (que gestionó algunos derechos que interesaban a Parcerisas), dirigía esa editorial Javier Pérez, pero sin duda el editor de referencia de la casa era el gran Paco Porrúa (descubridor tanto de Cortázar como de García Márquez e introductor en España de la gran novela fantástica y de ciencia ficción moderna), a quien es muy comprensible que le cayera en gracia quien había sido traductor al catalán de El Hòbbit (La Magrana, 1983) y que en esos mismos años traduciría los tres volúmenes de El senyor dels anells (Vicens Vives, 1986-1989).

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A través del jugoso epistolario de Parcerisas con el traductor establecido en Buenos Aires Jordi Arbonés (1929-2001), publicado en Punctum y digno de un comentario más pormenorizado, es posible reconstruir con cierta precisión cómo va creciendo y desarrollándose el catálogo, que se abría con mucha fuerza en los últimos meses de 1985 con tres autores absolutamente indiscutibles y que daban ya medida del rigor y la exigencia estética que guiarían el proyecto: Herman Hesse (Demian, en traducción del poeta Feliu Formosa), Joseph Conrad (La follia d´Almayer, en la traducción del escritor

Antoni López Llausàs.

Antoni López Llausàs.

exiliado en México Josep Carner-Ribalta, que en 1929 había publicado Antoni López Llausàs en la Editorial Catalana) y Virginia Woolf (Orlando, en traducción de Maria Antònia Oliver, quien en 1973 ya había traducido Els anys, para la editorial Nova Terra, y que ese mismo año 1985 obtenía el Premi a la Traducció al Català de la Generalitat de Catalunya). La cuestión no era sólo facilitar el acceso de los lectores catalanes a las grandes obras y autores de los siglos recientes, sino además hacerlo mediante la revisión de las mejores traducciones existentes, caso de haberlas, y sobre todo mediante nuevas traducciones que no estuvieran demasiado apegadas al momento en que se escribían y que, por tanto, pudieran también convertirse en canónicas. Es indudable que los condicionantes de un mercado tan restringido como el catalán influyen en ello, pero resulta asombroso comprobar que la enorme cantidad de esas traducciones encargadas y revisadas por Parcerisas son las mismas que siguen leyéndose más de treinta años después, y lo insólito es que no hayan envejecido más que los originales de los que parten ni delaten el momento en que fueron escritas.

Tras esta tremenda irrupción, Clàssics Moderns empieza a publicar casi un título mensual, de autores además que no estaban libres de derechos, lo que puede dar una cierta medida de las dimensiones de la apuesta que se estaba haciendo por entonces por esta colección. Al margen de una cierta preferencia por la literatura en lengua inglesa (ocho de esos diez títulos) y del hecho de que varios los títulos y autores habían sido ya publicados en español en Sudamericana y Edhasa (Robert Graves, Virginia Woolf, o más adelante Doris Lessing, Graham Greene o Salinger), es notable la coincidencia que sugieren estos títulos en la concepción editorial entre Parcerisas y Porrúa, pues ambos se atreven a situar al lado de clásicos que cuentan con un amplio consenso en las altas esferas académicas (Thomas Mann, Joyce o Hemingway) a otros autores cuya inclusión puede interpretarse –sobre todo en aquellos años– como una reivindicación de su dignidad literaria. Valga como ejemplo el de Ursula K LeGuin (n. 1929), quien en 2016 se convirtió en una de las pocas personas vivas cuya obra ha sido publicada en la célebre colección impulsada por Edmund Wilson (1895-1972) Library of America. Y a ella podrían añadirse los casos de Ray Bradbury (1920-1912; con cuyas Crónicas marcianas había iniciado Porrúa su editorial Minotauro y que al catalán las traduce Quim Monzó), C.S. Lewis(1898-1963; célebre por sus Crónicas de Narnia), el de Isaac Asimov (1919-1992) o el del ya mencionado Tolkien (1892-1973).

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En octubre de 1986 está fechada una carta de Parcerisas a Arbonès en la que le cuenta que, debido a la avalancha de traducciones que ha recibido, se ve en la necesidad de hacer ciertos reajustes en la programación. Es evidente que el mercado catalán, aun habiendo crecido, no estaba tampoco en aquellos años en condiciones de absorber tal cantidad de gran literatura, y sobre todo en el caso de los autores que todavía no estaban libres de derechos esas contrataciones suponían una inversión que, añadida a las generadas por las traducciones, convenía empezar a amortizar con una cierta celeridad. Por si estas dificultades no bastaran, ese año empezaban a circular los primeros títulos de la MOLU Segle XX, que constituía una dura competencia en un mercado que no daba ya mucho más de sí. Además, gracias a la colaboración de La Caixa, la MOLU podía ofrecer a los traductores unas remuneraciones sensiblemente superiores; tanto es así, que Parcerisas alternó la dirección de Clàssics i Moderns con la traducción para la MOLU de una antologia de Poesia anglesa i nord-americana (1985), y se incluyó también en la MOLU Segle XX la versión que había hecho en 1968 para Edicions 62 de A cadascú el que és seu, de Leonardo Sciascia (1921-1989).

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Sin embargo, ni la cadencia ni la calidad de títulos aparecidos el año siguiente, 1987, se resienten de ello, y es además el momento en que sale a la luz un proyecto largamente deseado tanto por Parcerisas como por Arbonès, la traducción lo más completa posible de la extensa obra narrativa de un autor cuya imagen literaria se había visto sensiblemente distorsionada por sus problemas con la censura, Henry Miller (1891-1980), y a quien ambos consideraban un autor imprescindible en una colección de estas características. Esta operación se abre con El colós del Marussi, con lo cual la pretensión de Arbonès de completar la Trilogía Rosada queda de momento aparcada. Junto a Miller, es notable el empeño de dar a conocer a un escritor con fama de difícil como Nabokov, de quien ese año se publica L´encantador y Lolita, junto  a un surtido de grandes autores que van equilibrando la panorámica de otras literaturas y géneros, pues si bien aparece un Scott Fitzgerald traducido por Neus Arqués, se publican también obras de Dostoyevski, Dylan Thomas o, de nuevo, Herman Hesse.

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En el verano de 1987, Parcerisas hace un primer breve balance de Clàssics i Moderns en una interesante carta a quien sin duda se había convertido en uno de sus traductores más fiables, fieles y comprometidos con la colección:

…tenemos todavía un montón de traducciones paradas y, como siempre, lucho entre encargar aquello que creo importante –y necesario– y que me hace ilusión ver publicado, y aquello que sé que tendrá que pasarse meses en el limbo de los cajones. De todos modos, la colección no va mal y la editorial parece bastante contenta. No es de ningún modo algo espectacular desde el punto de vista económico, pero tampoco deben de perder dinero, cosa que, hoy por hoy, ya es bastante notable.

Lo demostraría por ejemplo, que 1988 es el año en que se publican más títulos (trece), y entre ellos unos Dublineses de Joyce, traducidos por el especialista en tan peliaguda tarea Joaquim Mallafré (n. 1941), la traducción del Retrat de l´artista adolescent, del mismo autor, en la versión que Maria Teresa Vernet (1907-1974) había preparado originalmente para Isard, la colección que dirigía Josep M. Boix Selva en Vergara (1967), la que hizo Estanislau Vidal-Folch (hermano de Ignacio) de Viatge al fons de la nit o la que Helena Valenti (1940-1990) llevó a cabo de El factor humà, de Graham Greene.

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María Antonia de Miquel.

En 1989 la producción vuelve a descender a ocho títulos (entre ellos A repèl, de Huysmans, traducido por el poeta Miquel Martí Pol, dos de Gerard Durrell y Un niu de tórtores, de Katherine Mansfield), pero 1990 es el año en que aparecen más títulos en Clàssics Moderns, quince, quizás en parte debido a que ese año empieza a ser mayor la presencia de autores libres de derechos (D´Annunzio, Stevenson, dos libros de Baudelaire, otros dos de D.H. Lawrence…), lo cual, del mismo modo que el cambio de encuadernación de tapa dura a rústica con solapas, permitía reducir significativamente costes. No obstante eso, la calidad en la selección de títulos y de las traducciones que van apareciendo a partir de ese momento sigue siendo altísima, aun cuando desde ese otoño Parcerisas empieza a dirigir la colección y a mantener el contacto con los colaboradores desde Londres, por lo que Maria Antònia de Miquel se convierte entonces en un enlace importante en el día a día.

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Josep Palau i Fabre (1917-2008)

Ese año empieza a tomar cuerpo la idea de reunir la obra principal de Henry Miller, aparece la traducción de Mallafré del Ulises, la de Jordi Sarsanedas de Franny y Zoey de Salinger, la de Xavier Benguerel de Les flors del mal, la de Jordi Ibáñez de L´origen d´una insinuació, de Thomas Bernhard, otros dos títulos de André Gide… Y al siguiente (1991), la traducción y edición de Josep Palau i Fabre de las Iluminacions i Una temporada a l´infern de Rimbaud, un Jacques el fatalista i el seu amo traducido por Joan Tarrida, los Petits poemes en prosa de Baudelaire en versión de Joaquim Sala-Sanahuja… y así hasta un total de once títulos que poco a poco van equilibrando la presencia de literaturas como la francesa y la alemana, pese a mantenerse el predominio de la escrita en lengua inglesa.

Escribe a su privilegiado corresponsal Parcerisas el 30 de octubre de 1991:

Ahora empiezo a estar contento con la colección: tenemos cincuenta títulos a nuestras espaldas y no me arrepiento de haber editado ninguno de ellos. Si acaso, algunos que yo no hubiera publicado son de los que mejor se venden, pero, de entre los que no se venden, no renuncio a ninguno. Hemos conseguido un cierto prestigio y sólo debemos no bajar la guardia: mantener buenos autores, buenas traducciones y buen diseño. El resto son cabòries.

Si, con esto, algún día se cierra el grifo, como mínimo podemos estar orgullosos de la labor llevada a cabo. De momento, Edhasa, con todo, quizá no ganan dinero, con el catalán, pero tampoco creo que lo pierdan.

ulisesEs muy sorprendente, e indicativo de hasta qué punto en Edhasa los directores de colección trabajaban en buena medida a ciegas respecto al rendimiento comercial de los títulos, sin acceso a los números, que sólo tres semanas después Parcerisas informe a Arbonès de que «es inminente una cierta restricción en nuestras traducciones […] tengo una traducción [de Les bostonianes, de Henry James] que duerme sobre mi mesa que ahora no sé si podremos publicar».

Es muy probable que el motivo sea que en esas fechas, aprovechando la Feria de Frankfurt, los propietarios de Edhasa viajaban a Barcelona y era cuando los editores y directores de colección conocían realmente cómo andaban las cosas en este aspecto. Ciertamente, un simple vistazo al apéndice permite advertir hasta qué punto disminuyó la producción en los años siguientes (seis en 1992, tres en 1993, uno sólo en 1994), antes de que la colección fuera adquirida por Enciclopèdia Catalana, y continuada, con otra dirección, en Proa. Pero aun así hubo tiempo de recuperar por ejemplo la traducción de Josep Ros i Artigas (1907-1998) de Torrents de primavera, que se cuenta entre las primeras de una obra de Hemingway (publicada en los Quaderns Literaris de Janes en 1937) que el propio traductor tuvo aún tiempo de revisar, o Un hivern a Mallorca, de George Sand, en traducción de Marta Bes i Oliva, prologada por el poeta y narrador Antoni Marí y completada con un apéndice obra del ilustre mallorquín de adopción Robert Graves (1895-1985).

La situación económica y de gestión desembocó en la sustitución de Javier Pérez por Jordi Nadal, y la severa reducción de las ediciones en catalán que siguieron, la marcha de Paco Porrúa y su Minotauro, las salidas en poco tiempo de María Antonia de Miquel, Raquel Fosalba, Toni Estela, Joan Roig, así como el absorbente trabajo en la Universitat Autònoma de Barcelona fueron motivos más que suficientes para que en la primavera de 1993 Parcerisas acabara por dejar Edhasa, pero, como bien dijo, a la vista del catálogo de Clàssics Moderns, podía estar orgulloso de la labor llevada a cabo.

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Francesc Parcerisas.

Apéndice: Obras publicadas en Clàssics Moderns Edhasa.

Hermann Hesse, Demian, traducción de Feliu Formosa, 1985.

Joseph Conrad, La follia d´Almayer, traducción de Josep Carner-Ribalta, 1985.

Virginia Woolf, Orlando. Una biografia, traducción de Maria Antònia Oliver, 1985.

androides-previewUrsula K. Le Guin, La costa més llunyana, traducción de Madeleine Casas, 1986. (núm 3)

Ray Bradbury, Farenheit 451, traducción de Jaume Subirana, 1986.

Ursula K. Le Guin, Un mag de Terramar, traducción de Madeleine Cases, 1986.

Sylvia Plath, La campana de vidre, traducción de Josep Miquel Sobrer, 1986.

Robert Graves, Jo, Claudi, traducció d´Helena Valentí, 1986.

Hermann Hesse, Siddhartha, una composició india, traducción de Carme Gala, 1986.

Laurie Lee, Sidra amb la Rosie, traducción de Montserrat Solanas, 1986.

Ursula K. Le Guin, Les Tombes d´Atuan, traducción de Madeleine Cases, 1986.

Aubrey Beardsley, Relació de Venus i Tannhauser, prólogo de Joan Perucho, traducción de Corvo & Myer, 1986.

Marguerite Duras, Moderato cantábile, traducción de Joan Cases, 1986.

captenemicHenry Miller, El colós de Marussi, traducción de Jordi Arbonès, 1987.

Ray Bradbury, Les cròniques marcianes, traducción de Quim Monzó, 1987.

Francis Scott Fitzgerald, El diamant gran com el Ritz, traducción de Neus Arqués, 1987. (contes)

Doris Lessing, La terrorista bona, traducción de Ramon Barnils y Francesc Parcerisas, 1987.

Vladimir Nabokov, L´encantador, prólogo del autor, epílogo de Dmitri Nabokov, traducción de Jordi Arbonès, 1987.

Fiodor M. Dostoievski, Dimonis, traducción de Josep M. Güell, 1987.

Hermann Hesse, El llop estepari, traducció de Margarida Sugranyes, 1987.

Vladimir Nabokov, Lolita, traducción de Josep Daurella, 1987.

Dylan Thomas, Sota el bosc lacti, drama per a veus, traducción de Angela Suxton y Salvador Oliva, 1987.

James Joyce, Dublinesos, traducción de Joaquim Mallafrè, 1988.

fillahomerM. Cotzee, Esperant els bàrbars, traducción de Xavier Rello Andreu, 1988.

Roberts Graves, La filla d´Homer, traducción de Isabel Turull, 1988.

Gerard Durrell, Ocells, bèsties i parents, traducción de Josep Julià, 1988.

Mervyn Peake, El Castell de Gormenghast, traducción de Josep Miquel Sobrer, 1988.

Jane Austen, Persuasió, traducción de Jordi Arbonès, 1988.

James Joyce, Retrat de l´artista adolescent, traducción de Maria Teresa Vernet, 1988.

Virginia Woolf, Els anys, traducción de Maria Antonia Oliver, 1988.

Louis-Ferdinand Céline, Viatge al fons de la nit, traducción de Estanislau Vidal-Folch, 1988.

Graham Greene, El factor humà, traducción de Helena Valentí, 1988.

R. R. Tolkien, El Ferrer de Wootton Major; “La Fulla” d´en Niggle, traducción de Jordi Arbonès, 1988.

els-anysMervyn Peake, L´hereu de Gormenghast, traducción de Josep Miquel Sobrer, 1988.

R. R. Tolkien, Gil, el pagès de Ham, traducción de Carlos Llorach, ilustraciones de Pilar Baynes, 1988.

Huymans, A repèl, traducción de Miquel Martí i Pol, 1989.

Graham Greene, El capità i l´enemic, traducción de Xavier Rello Andreu, 1989.

Katherine Mansfield, Un niu de tórtores, Josep Julià, 1989.

Virginia Woolf, Les ones, traducción de Maria Antonia Oliver, 1989.

Thomas Mann, Els caps bescanviats, traducción de Margarida Sugranyes, 1989.

Gerard Durrell, El Jardí dels Déus, traducción de Jordi Arbonès, 1989.

Gerard Durrell, Filets de palaia, traducción de Josep Julià, 1989.

K. Narayan, En Swami i els seus amics, traducción de Ramon Barnils, 1989.

D. Salinger, Franny i Zoey, prólogo y traducción de Jordi Sarsanedas, 1990.

D.H. Lawrence, La Guineu i altres relats, traducción de Josep Julià i Marta Bes, 1990.

Gabriele D´Annunzio, La Leda sense cigne, El company d´ulls sense pestanyes, traducción de Jordi Cornudella, 1990.

Katherine Mansfield, Una mica infantil, traducción de Josep Julià, 1990.

André Gide, L´Immoralista, traducción de Marta Bes i Oliva, 1990.

D.H. Lawrence, Dones enamorades, traducción de Jordi Arbonès, 1990.

Kenneth Grahame, El vent entre els salzes, traducción de Jordi Arbonès, 1990.

Thomas Bernhard, L´origen d´una insinuació, traducción de Jordi Ibáñez, 1990.

Benguerel

Xavier Benguerel.

Charles Baudelaire, Els paradisos artificials, traducción de Carles Castellanos, 1990.

Charles Baudelaire, Les flors del mal, traducción de Xavier Benguerel, 1990.

André Gide, La porta estreta, traducción de Marta Bes i Oliva, 1990.

Roberts Louis Stevenson, Marea minvant, traducción de Judith Willis y Toni Turull, 1990.

James Joyce, Ulises, traducción de Joaquim Mallafrè, 1990.

Henry Miller, Tròpic de Càncer, traducción de Jordi Arbonès, 1990.

Sommerset Maugham, Els Mars del Sud, traducción de Lluis Canyadas, 1990.

Arthur Rimbau, Il·luminacions. Una temporada a l´infern, versión, introducción y notas de Jaume Palau i Fabre, 1991.

S. Lewis, El nebot del mag, traducción de Jordi Arbonès, 1991.

S. Lewis, El lleó, la bruixa i l´armari, traducción de Jordi Arbonès, 1991.

Gerard Durrell, L´excursió i d´altres maremàgnums, traducción de Jordi Arbonès, 1991.

Chales Baudelaire, Petits poemes en prosa, prólogo y traducción de Joaquim Sala-Sanahuja, 1991.

Jane Austen, L´abadia de Northanger, traducción de Jordi Arbonès, 1991.

Denis Diderot, Jacques el fatalista i el seu amo, traducción de Joan Tarrida, 1991.

Horst Bienek, La primera polca, traducción de Carme Gala, 1991.

Charles Dickens, Una historia de dues ciutats, traducción de Jordi Arbonès, 1991.

R. R. Tolkien, Silmaríl·lion, traducción de Dolors Udina, 1991.

Richard Adams, El turó de Watership, traducció de Montserrat Solana i Mata, 1991.

S. Lewis, El cavall i el seu noi, traducción de Jordi Arbonés, 1992.

Fulco di Verdura, Una infancia siciliana. Els dies feliços d´estiu, traducción de Caterina Molina, 1992.

George Sand, Un hivern a Mallorca, prólogo de Antoni Marí, apéndice de Robert Graves, traducción de Marta Bes Oliva, 1992.

Giacomo Joyce, James Joyce, introducción y notas de Richard Ellmann, traducción de Joaquim Mallafrè, 1992.

Isaac Asimov, La segona fundació, traducción de Sílvia Aymerich, 1992.

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Hemingway con, a su izquierda, el editor Maxwell Perkins.

Ernst Hemingway, Torrents de primavera, novel·la romantic en honor d´una gran raça en extinció, traducció de Josep Ros-Artigues, 1992.

Ursula K. Le Guin, Tehanu. L´ultim llibre de Terramar, traducción de Madeleine Cases, 1993.

Gerard Durrell, Amb un zoo a les maletes, traducción de Josep Sala Barbany, 1993.

Philip K. Dick, Els androids somien xais electrics. Blade Runner, traducció de Manuel de Seabra, 1993.

R. R. Tolkien, Contes inacabats de Númenor i Terra Mitja, introducción, comentarios, índice y mapas de Christopher Tolkien, 1994.

Fuentes:

Sam Abrams, «Francesc Parcerisas, traductor», Caràcters, núm. 10 (enero de 2000), pp. 7-8.

aarbones-parcerisas-180x276Jordi Arbonès y Francesc Parcerisas, Epistolari, edición al cuidado de Jordi Mas López, Lleida, Punctum (Visions 6), 2016.

Anónimo, «Edhasa reorganiza su plantilla y reduce novedades como reacción a la crisis», El País, 22 de enero de 1993.

Francesc Parcerisas, «Sobre la traducció catalana d´Una historia de dos ciutats», L´Avenç, núm. 411 (abril de 2015), p. 9; recogido en los anejos del epistolario de Parcerisas con Arbonès ya citado, pp. 259-276.

Rosa Maria Piñol, «Edhasa enceta una nova col·lecció de narrativa estrangera en català», La Vanguardia, 24 de diciembre de 1985.

Sobre Jordi Arbonès, véase el portal de la Càtedra Jordi Arbonès, de la Universitat Autònoma de Barcelona.

Y el testimonio oral, que agradezco muchísimo, de Esther López, María Antonia de Miquel y Pablo Somarriba.

El azaroso nacimiento y el prematuro emponzoñamiento de una colección (batallitas)

Corría el año 2000 cuando, una mañana, se me ocurrió meterme en el despacho de las oficinas de Edhasa donde se guardaban los originales de las obras que se encontraban en proceso de contratación, que estaban en una estantería en un cubículo que por entonces ocupaba Rosa Mena. Solía curiosear por ese minidespacho de vez en cuando mientras trabajaba en Edhasa porque, dada la rocambolesca política de información interna de la casa (o su inexistencia), era un buen modo de saber qué podía tocarme en suerte editar en los meses siguientes. Fue, pues, en una de estas ocasiones cuando me encontré con un librito publicado originalmente por The Text Publishing Company en Australia con el título The Life and adventures of John Nicoll, mariner, que me sorprendió sobre todo por su extrema brevedad (176 páginas), muy alejada de lo habitual en Edhasa. Tras echar un vistazo al prólogo, escrito por Tim Flannery (investigador principal del South Australian Museum), y aun siendo muy consciente de que por aquel entonces en Edhasa las obras de aventuras –y en particular las náuticas– funcionaban la mar de bien sobre todo gracias a autores como Patrick O´Brian, George MacDonald Fraser, o C.S. Forester, lo cierto es que no acababa de ver dónde ni cómo podían encajar en el catálogo de  Edhasa las memorias de un tonelero del siglo XVIII, pues bastaba un vistazo muy somero para ver que de eso se trataba. Y además, tenía buena pinta.

John Nicol.

También a Rosa Mena le había chocado bastante que se hubiera contratado un libro tan breve, que para mayor asombro de ambos se había programado en la que por entonces seguía siendo la colección estrella de Edhasa, Narrativas Históricas, encuadernada en tapa dura y con un formato de 15 x 23,3 cm., con lo cual resultaría que las tapas harían más bulto que las páginas, por muy grande que fuera el cuerpo de letra con que se compusiera o grueso el papel en que se imprimiera. Sólo una persona, quien fungía como editor y director general, podía dar una explicación al enigma de por qué se había contratado esa obra, pero llegados a este punto uno ya podía esperarse cualquier cosa, incluso lo peor.

Para entonces ya llevaba suficiente tiempo en la casa para saber cómo se contrataba allí, pero creo que esa fue la primera vez (no la única) en que el desconocimiento de la obra por la que se había firmado un contrato de edición llegaba al punto de no saber siquiera a qué género pertenecía el texto en cuestión: Se había contratado en el convencimiento de que se trataba de una novela histórica de aventuras. En fin, lo mismo sucedió cuando un habitual de la novela histórica, Peter Acroyd, propuso El diario de Platón, que de lo que está más cerca es de la ciencia ficción.

No hay mal que por bien no venga, y a partir de ese patinazo –que cada día me sorprendían menos– en el departamento literario y el de producción empezamos a darle vueltas a cómo publicar ese texto tan exiguo, porque en el formato habitual de la colección Narrativas Históricas era casi imposible. Llegué por el camino de esas cavilaciones a topar con una edición estadounidense de la misma obra que contaba con ilustraciones de Gordon Grant (1875-1961), un más que notable grabador y acuarelista especializado en temas navales, y a la idea obvia de incorporar sus ilustraciones (que estaban libres de derechos), lo cual nos permitiría ganar unas cuantas paginitas. Sin embargo, y dado que los temas napoleónicos tenían su público, eso me llevó a pensar en la posibilidad de una colección de aventuras no ficticias, de memorias y diarios de aventureros, que tenían la ventaja de estar libres de derechos en su mayoría. Quien había contratado la obra pensando que era una novela no se opuso, e incluso creo que le pareció buena idea porque, además de permitirle salir airoso del patinazo,  la colección se dirigía a lo que era el lector natural de Edhasa. Así pues, con la colaboración entusiasta del traductor Miguel Antón empezamos a leer a destajo literatura napoleónica y nelsoniana con la que poder programar una colección de libros ilustrados, bien editados y bien presentados, y que tuvieran un precio competitivo.

Guardas de la colección. Clicando sobre la imagen se amplía.

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De este azaroso modo nació Tierra Incógnita, la primera colección en Edhasa que, en un formato de 15 x 23, tuvo guardas ilustradas a todo color (eso fue posible, sin disparar el precio, imprimiendo una cantidad ingente de mapas de una tacada, pues siempre se reproducía el mismo mapamundi en todos los títulos). Con la misma idea en mente, se publicó en tapa dura impresa, y con una sobrecubierta que reproducía la cubierta (un solo diseño, al que se añadían las solapas) y se procuró que las ilustraciones nunca fueran excesivas en número; lo cierto es que a menudo era lo que costaba más encontrar y cuando eran a color se imprimía un pliego central. El interior se caracterizaba, además de por las ilustraciones siempre que era posible, por los amplios márgenes y la primera línea de capítulo en versalitas. Un aspecto resultón que justificaba con creces un precio que ya era muy apretado.

En palabras de Mauricio Bach Vida y aventuras del marinero John Nicol constuituyen «las primeras memorias de un marinero sin graduación que tienen interés literario y se han convertido en una obra literaria de culto entre los aficionados al género» (La Vanguardia, 19 de marzo de 2001), pero más entusiasta incluso había sido el Times Literary Suplement: «El talento natural de Nicol para recrear escenas y personajes convierten su libro en una pequeña joya». (Aun así, cuando escribo estas líneas la edición española está descatalogada.)

Encontramos en Chatham Publishing una casa editorial que estaba trabajando, y muy bien, en esos mismos temas (además de ser los editores de no ficción de Dudley Pope), y sus catálogos y libros se convirtieron en un festín (a ellos contratamos la segunda de las obras, las memorias de George Samuel Parsons); pensamos en cuál era el diario o testimonio idóneo de la conocida como Guerra de África, de la que hay buenos textos de Pedro Antonio de Alarcón y Ros de Olano, pero también muchos otros; dimos muchas vueltas a qué podíamos publicar acerca de la infantería napoleónica, y a cómo editar las memorias del general Marbot (excesivamente

Edición fragmentaria de las memorias de Marbot en Castaila.

voluminosas, pero interesantes por haber luchado en España): aún seguíamos trabajando en ello cuando, sin que nadie nos lo advirtiera, las publicaba sorpresivamente Castalia, en cuyo catálogo encajaban como un pulpo en un garaje. Nos desquitamos de ello con un excelente relato de un soldado de infantería que ofrecía una visión de “los de abajo” acerca de las brutales caminatas hacia Moscú y la salvajada que supuso la campaña de Napoleón en Rusia, que había publicado Doubleday en una edición muy bonita, con ilustraciones de época y destinada al lector curioso. La historia misma del texto no tenía desperdicio, pues lo halló el historiador Frank E. Melvin en un granero en Kansas, al que lo habían llevado los hijos de Walter cuando emigraron a América y, en colaboración con el germanista Otto Springer, lo publicaron en 1938 en el Bulletin of the University of Kansas, donde lo descubrió Marc Raeff, quien a su vez en 1990 preparó la edición que lo dio a conocer al publico no especializado (fue traducido a diversas lenguas). En España obtuvo buenas críticas, y, si no me falla la memoria, fue el primer título de la colección que se reeditó. Según lo presentaba la revista Qué Leer:

Una joya que nos muestra por primera vez una campaña napoleónica desde la burda cotidianidad de un soldado raso cuyo principal interés en aquel momento crucial para Europa no era otro que no morir de frío o de hambre en un continente devastado por las interminables guerras […] La picaresca y la aventura no están reñidas con un contundente alegato antimilitarista (Qué Leer, septiembre de 2004, p- 82).

Interior del Diario de un soldado de Napoleón.

Interior del Diario de un soldado de Napoleón.

La idea era publicar uno o dos libros anualmente, pero muy cuidados, con textos introductorios obra de auténticos especialistas o por quienes hubieran descubierto los textos, las notas necesarias pero no eruditas, índices onomásticos o temáticos cuando fuera conveniente, etc., pero fue cada vez más difícil librarse de ingerencias absolutamente delirantes, y cuando quien fungía como editor decidió publicar en esa colección los pasatiempos del general del Ejército Español Luis Alejandre Sintes (que a raíz del siniestro del Yakolaev 42 había dejado el cargo de jefe del Estado Mayor), la cosa empezó a degenerar hasta un punto ya muy muy cercano al ridículo, y a Tierra Incógnita empezaron a ir a parar libros de autor español que por contenido debieran haberse publicado en la colección de Ensayo Histórico, si no fuera porque eran cualitativamente a todas luces indignos del tono predominante, por entonces al menos, en ella.

Para cuando, a sugerencia de un importante periodista cultural, la dirección de Edhasa decidió publicar unas deslavazadas e incomprensibles memorias acerca de una serie de partidas de caza mayor en los años sesenta, la cosa ya había descarrilado por completo respecto a la línea marcada originalmente y tanto Miguel Antón como yo, después de tantas imposiciones burdas e incoherentes, habíamos perdido buena parte de la ilusión inicial. Aun así, Maria Antonia de Miquel, que no casualmente había apostado en su día por uno de los autores de más éxito jamás contratados en Edhasa, Patrick O´Brian, hizo cuanto pudo para seguir manteniendo Tierra Incognita como una colección digna, probablemente porque creía en ella, o tal vez fuera sólo por profesionalidad y sentido del deber.

Sin embargo, el muro infranqueable, por lo menos hasta que empezó a interesarse más por figurar en los medios y en el gremio que en hacer que hacía en su despacho en la editorial, era el director y aun entonces supuesto editor de Edhasa. El perro del hortelano hecho hombre.

Títulos publicados en Tierra Incógnita (en orden cronológico)

 John Nicol, Vida y aventuras del marinero John Nicol, 1776-1801, prólogo de John Howell, edición e introducción de Tim Flannery, ilustraciones de Gordon Grant, traducción de Miguel Antón, febrero de 2001.

G.S. Parsons, Al servicio de Nelson. Un relato dramático de la guerra en el mar, 1795-1810, edición y notas de W.H. Long, introducción de Michael Nash, traducción de Miguel Antón, septiembre de 2001.

Robert Harvey, Thomas Cochrane (1775-1860). Libertador de Chile, Brasil y Grecia, traducción de Amanda González Moreno, septiembre de 2002.

David Cordingly, Mujeres en el mar. Capitanas, corsarias, esposas y rameras, traducción de Carme Font, octubre de 2003.

Jakob Walter, Diario de un soldado de Napoleón, edición e introducción de Marc Raeff, apéndice de Frank E. Melvin, traducción de Petúnia Díaz Díaz, mayo de 2004.

Patrick O´Brian, Hombres de mar y guerra. La Armada en tiempos de Nelson, traducción de Miguel Antón, octubre de 2004.

Nick Hazlewood, Salvaje. Vida y tiempos de Jemmy Burton, traducción de Margarita Cavándoli, diciembre de 2004.

James Tertius de Kay, Crónicas de la fragata Macedonian, 1809-1922, traducción de Miguel Izquierdo, junio de 2005.

David Cordingly, Bajo bandera negra. La vida entre piratas, traducción de Margarita Cavándoli, noviembre de 2005.

Luis Alejandre Sintes, La guerra de Cochinchina. Cuando los españoles conquistaron Vietnam, prólogo de Carlos Seco Serrano, 2006.

Juan Luis Oliva de Suelves, Luna llena en Medoune, mayo de 2008.

Rubén Caba y Eloísa Gómez Lucena, La odisea de Cabeza de Vaca, tras los pasos de Alvar Núñez por tierras americanas, junio de 2008.

Luis Alejandre Sintes, La aventura mexicana del general Prim, marzo de 2009.

Frank Arthur Wosley, La aventura antártica del Endurance, prólogo de Patrick O´Brian, introducción del conde de Jellicoe, traducción de Ángela Pérez, julio de 2009.

Wolfgang Frank, Bajo diez banderas. La odisea del Atlantis, traducción de Juan José del Solar, abril de 2010.

La editorial Edhasa y la mutación de las formas (1946-1960)

Paco Porrúa.

Durante muchos años, el perfil editorial de Edhasa se vinculó sobre todo a un género determinado, acaso debido a la inusual calidad de algunos de los autores que publicó en la colección Narrativas Históricas (Steinbeck,Joseph Roth, Thornton Wilder, Yourcenar, Graves) y al inesperado, rotundo y prolongado éxito de ciertos títulos que se publicaron en ella (Aníbal, de Gisbert .Haefs, El puente de Alcántara, de Frank Baer o Esa dama, de Kate O´Brien, entre algunos otros). Sin embargo, esta colección la ideó el inconmensurable Francisco Porrúa (1922-2014) a partir de Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, que publicó en Sudamericana en 1977 (con la misma portada que la de Farrar Straus & Giroux) y en 1979 en Edhasa. Sin embargo, Edhasa (Editora y Distribuidora Hispano Americana S. A.) había sido fundada casi treinta años antes (en 1946) por Antonio López Llausàs, propietario en Buenos Aires de la Editorial Sudamericana, y las colecciones y títulos de todo ese período inicial parecen haber sido bastante olvidados. En palabras de Sergio Vila-Sanjuán, a la altura de 1982, “aunque no era una editorial totalmente desconocida […] el rumbo de Edhasa hasta entonces resultaba bastante errático. Había que fijarle un norte.”

Farrar, Straus & Giroux, 1976.

Edhasa nació en parte con el propósito de aprovechar la aparente apertura de la censura española a raíz del desenlace de la segunda guerra mundial para intentar distribuir en España algunos títulos de Sudamericana –del mismo modo que propósito similar tenía la editorial creada en México con el nombre de Hermes– y publicar además algunos títulos de autor español que pudieran resultar oportunos. Inicialmente se limitaba a reentapar y cambiar las portadas de ediciones llegadas de Argentina, a menudo con un pie Sudamericana-Edhasa, para lo que contaba con el rico y prestigioso catálogo construido hasta entonces por Sudamericana, que además, desde su creación en 1939, había ido absorbiendo o estableciendo acuerdos de coedición que habían dado lugar a colecciones como Sur, Libros de Arte Hermes, Otros Mundos (con Minotauro) o ya en 1961 la colaboración con Emecé en la colección de libros de bolsillo Piragua (creada en 1958). Por aquel entonces contaba ya en sus catálogos con una buena cantidad de autores exitosos de calidad (Faulkner, Bioy Casares, Borges, Camus, Sartre, Huxley…).

Editorial Sudamericana, 1977.

 

En una segunda fase de Edhasa, en los años cincuenta empieza a imprimir en Barcelona (en Gráficas Salvadó, en Grafos, en la Imprenta Viuda de Manuel Ponsa). De esa etapa son, por ejemplo, La papisa Juana (1954), de Emmanuel Royidis, en la versión de Lawrence Durrell, De Colón a Bolívar (1955), de Salvador de Madariaga, así como algunas colecciones interesantes en el contexto de la España de mediado el siglo XX.

Según la indicación de portada: E:D.H.A.S.A. Barcelona-Buenos Aires.

Se publicaron en 1957 algunos títulos de la colección que en Buenos Aires había creado Carlos Hirsch dedicada a reproducciones de arte comentadas (Tiempo y Color): Arte abstracto, con 24 reproducciones, seleccionadas y comentadas por Arnulf Neuwirth, El surrealismo, con 24 reproducciones, de Alfred Schmeller, El cubismo, de Peter de Francia, El expresionismo, de Edith Hoffmann, y El fauvismo, de Denis Matthews.

Comentario mucho más extenso merecería la primera y muy exitosa etapa de la colección de ciencia ficción Nebulae (1955-1969), que no contaba por entonces con competencia en España (por lo menos en forma de libro, pues sí se publicaba en revistas como Futuro o Más Allá) y que dio a conocer ya con sus primeros títulos, aparecidos a un intensivo ritmo, autores de la talla de Arthur C. Clarke, Robert Heinlein, Paul French (es decir, Isaac Asimov), etc, que contribuyeron de modo extraordinario al éxito que tanto las óperas espaciales y como los escritores de la nueva ola empezaron a tener entre los lectores españoles de ciencia ficción, cuyo número creció hasta el punto de empezarse a crear en aquellas fechas las primeras asociaciones de aficionados al género.

De esa misma etapa, quizá menos conocida sea la colección Cobra, que arrancó con algunos autores que por aquellos tiempos tenían mucha pegada, si bien hoy no todos cuentan ya con suficientes lectores, como es el caso de la escritora austríaca Vicki Baum (El bosque que llora, 1955), Louis Bromfield (El señor Smith, 1955), a quien en sus mejores tiempos la crítica mencionaba junto a Steinbeck y Scott Fitzgerald, el premio Nobel sueco Pär Lagerkvist (El enano) o el también premio Nobel Thomas Mann (La engañada, 1955), a los que seguirían de inmediato Graham Greene (El revés de la trama, 1955, y El fin de la aventura, 1956), François Mauriac (El cordero, 1956), Simone de Beauvoir (Todos los hombres son mortales, 1956)… La lista completa resulta bastante imponente (ver apéndice), sin estridencias y con un equilibrio entre popularidad y prestigio en cuanto a los nombres elegidos bastante notable (A.J. Cronin, Thomas Merton), pero sorprende en ella la presencia de Morton Thompson (1908-1953), autor de la novela en que se basa No serás un extraño (Stanley Kramer, 1955) y esposo de la agente literaria (de Dashiel Hammet entre otros) Francis Pindyck  .

Cubierta en la que puede apreciarse el logo de Cobra.

Cubierta en la que puede apreciarse el logo de Cobra.

Basta echar un vistazo a la nómina de traductores de estas obras (Silvina Bullrich, Ricardo Baeza, Jorge Rodolfo Wilcock, Alberto Luis Bixio) para advertir que se trataba de obras divulgadas inicialmente en Argentina, que sin embargo no circulaban en España, y advertir que Edhasa se ocupaba básicamente de seleccionarlas, imprimirlas y distribuirlas. Más adelante, cuando en 1998 Bertelsmann se hizo con el 60 % de Sudamericana, Edhasa consiguió retener los derechos sobre buena parte de estos títulos, por lo menos para su edición en la Península (claro que por entonces se ocupaba ya del departamento de derechos de autor de Edhasa la agudísima Esther López López).

Silvina Bullrich (1915-1990).

No fue contratado ni producido en Buenos Aires, en cambio, uno de los libros más interesantes y originales que aparecieron en esa década con el sello de Edhasa (en la colección Tiempo y Color): Arte contemporáneo. Origen universal de sus tendencias, un volumen en folio menor (23 x 30 cm) de 205 páginas de texto, con más de 200 láminas, encuadernado en tela y con sobrecubierta, escrito por el poeta y crítico de arte Juan Eduardo Cirlot (1916-1973), que apareció en 1958. Según lo describe  Juan Luis Corazón, en este texto Cirlot centra su interés en “reconstruir, histórica y simbólicamente, una nueva visión y acorde con las analogías que unen el arte de todos los tiempos. Estudia la mutación de la forma que, desde el prerromanticismo hasta nuestros días, pasaría al cubismo y la abstracción.”

Cubierta de Arte contemporáneo.

Apéndice. La colección Cobra (Edhasa)

Thomas Mann, La engañada, traducción de Alberto Luis Bixio, Barcelona-Buenos Aires, Gráficas Salvadó, enero de 1955.

Thomas Merton, La montaña de los siete círculos, traducción de Aquilino Tur, Barcelona-Buenos Aires, 1955.

Graham Greene, El revés de la trama, traducción de Jorge Rodolfo Wilcock, Barcelona-Buenos Aires, 1955.

Louis Bromfield, El señor Smith, traducción de León Mirlas, Barcelona-Buenos Aires, Imprenta Viuda de Manuel Ponsa, 1955.

Vicki Baum, El bosque que llora, traducción de León Mirlas, Barcelona-Buenos Aires, Imprenta Viuda de Manuel Ponsa, 1955.

Bruce Marshall, A cada uno un denario, traducción de María Antonia Oyuela, Barcelona-Buenos Aires, Gráficas Salvadó, 1956.

Pär Lagerkvist, El enano, traducción de Fausto Tezanos Pinto, Barcelona-Buenos Aires, 1956.

Pär Lagerkvist, Barrabás, traducción de Martín Aldao, Barcelona-Buenos Aires, 1956.

Graham Greene, El fin de la aventura, traducción de Ricardo Baeza, Barcelona-Buenos Aires, Grafos, 1956.

François Mauriac, El cordero, traducción de Silvina Bullrich, Barcelona-Buenos Aires,  Imprenta Juvenil, junio de 1956.

Morton Thompson, Pacto de dolor, traducción de Antonio Ribera, Barcelona-Buenos Aires, 1956.

A.J. Cronin, Gran Canaria, traducción de Joaquín Urnieta, Barcelona-Buenos Aires, Imprenta Viuda de Manuel Ponsa, 1956.

Simone de Beauvoir, Todos los hombres son mortales, traducción de Silvina Bullrich, Barcelona-Buenos Aires, Imprenta Viuda de Manuel Ponsa, 1956.

Thomas Merton, La vida silenciosa, traducción de Josefina Martínez Alinari, Barcelona-Buenos Aires, 1960 (2ª ed.).

Fuentes:

Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Barcelona, Destino (Imago Mundi 26), 2003.

Juan Luis Corazón Ardura y Marcel Duchamp, La escalera da a la nada. Estética de Juan Eduardo Cirlot, Murcia, Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo (colección ad hoc), 2007.

Andrés Felipe, “La presentación de la colección Nebulae de ciencia y fantasía”, Milinviernos, 14 de agosto de 2014.

Iván Fernández Balbuena, “Especial Nebulae”, Cyberdark, mayo de 2003.