Antonio Vilanova y La Palabra Crítica de la editorial Lumen

En Por orden alfabético, el editor de Anagrama, Jorge Herralde, recoge un texto leído en el acto de homenaje al profesor Antonio Vilanova (1923-2008) celebrado en la Universitat de Barcelona en febrero de 2002 en el que cuenta cómo llegó a sus manos Nueva lectura de «La Regenta», que había publicado el año anterior en la colección Argumentos. El eminente profesor de esa universidad, crítico y editor no tenía ninguna duda de que el destino lógico de este texto ‒que remataba la campaña en la que se había embarcado de recuperación de lectores para Leopoldo Alas (1852-1901)‒ sería la colección que él mismo dirigía para la editorial Lumen, pero a la muerte de Magín Tusquets su hija Esther Tusquets (1936-2012), decidió vender la editorial a la multinacional alemana Bertelsmann, que no tardó en segar la trayectoria de una colección que en el mismo texto Herralde describe como «militantemente minoritaria pero perfectamente asumible por la Lumen de Esther. Una de esas colecciones que, al parecer, sólo son posibles en editoriales independientes vocacionales, digan lo que digan determinados ejecutivos de los grandes grupos».

Lo cierto es que el texto de presentación de esta colección de Lumen, Palabra Crítica, que aparecía en las solapas de los ejemplares en ningún caso podía augurar unas ventas excesivamente cuantiosas, ni por los temas que proyectaba abordar ni por el tipo de lector al que se dirigía, que a lo sumo conformaban un nicho bastante limitado:

Básicamente destinada a la publicación de libros de crítica y ensayo de los grandes maestros del género, y de obras fundamentales, españolas y extranjeras, de teoría literaria y estética, la nueva colección Palabra Crítica, además de este primordial objetivo, prestará especial atención a otras dos áreas concretas y específicas. De un lado, a la recopilación de volúmenes misceláneos sobre la recepción crítica de que han sido objeto las grandes obras de la literatura de los siglos XIX y XX en el momento de su aparición y en tiempos posteriores. De otro, a la publicación de grandes panoramas y antologías históricas sobre géneros, movimientos y escuelas literarias, que sean de especial utilidad para el lector culto, y a la vez instrumento de trabajo, de consulta obligada, para el estudiante universitario.

En 1987 aparecían los cuatro primeros títulos, que eran ya indicativos de la fidelidad a este planteamiento: «La Regenta» de Clarín y la crítica de su tiempo, de María José Tintoré; España contemporánea, de Rubén Darío (1867-1916); Ensayos sobre «El nombre de la rosa», editado por el alumno de Umberto Eco (1932-2016) y escritor todo terreno Renato Giovannoli, y la recopilación de críticas literarias de Clarín Mezclilla, prologada por el propio Vilanova (que prologaba también los dos primeros títulos de la colección). Contrastando este estreno con las intenciones programáticas ya citadas (acaso redactadas con la programación para 1987 ya cerrada), el libro de Tintoré puede entrar en la categoría de volumen «sobre la recepción crítica de que han sido objeto las grandes obras de la literatura de los siglos XIX y XX» y los de Rubén Darío y  Clarín pueden interpretarse como libros «de crítica y ensayo de los grandes maestros del género», pero tal vez el de Giovannoli respondiera más a la voluntad de asegurar una atención por parte de la prensa y de los lectores, muy consecuente además con el hecho de ser Lumen la editora en España de El nombre de la rosa (en traducción de Ricardo Pochtar), o bien que el editor consideraba la novela de Eco como una de las grandes obras de su tiempo.

Los siguientes títulos parecían confirmar que la colección era una plataforma que tenía como uno de sus objetivos prioritarios la resituación de Clarín en el canon literario español (que había recibido un cierto y relativo impulso con la conmemoración en 1985 del centenario de la publicación de La Regenta): los dos volúmenes de Ivan Lissorgues, Clarín político (prologados ambos por Gonzalo Sobejano) en 1989 y Nueva Campaña, de Clarín y con prólogo de Vilanova, el año siguiente.

También de esos primeros años de la colección Palabra Crítica, concretamente de 1989, es una revisión y puesta al día de Erasmo y Cervantes, que en el ya lejano 1949 Antonio Vilanova había publicado en la delegación en Barcelona del Instituto Miguel de Cervantes de Filología Hispánica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en 1949.

La teoría literaria entró en la colección con la primera edición en español del entonces ya fallecido Paul de Man (1919-1983), sus Alegorías de la lectura. Lenguaje figurado en Rousseau, Nietzsche, Rilke y Proust (1990), publicado originalmente diez años antes en las Yale University Press. Justo el año anterior a este estreno de De Man en español había aparecido el explosivo artículo de Denis Donoghue, «The strange case of Paul de Man», en el que poco menos que se demostraba la bigamia del autor y, además, a partir sobre todo de las investigaciones de Ortwin de Graeft, se revelaban las actividades colaboracionistas con el nazismo del teórico deconstruccionista y se sacaba a la luz la existencia de casi doscientos artículos antisemitas escritos por De Man en Bélgica durante la ocupación (en Le Soir y en Het Vlaamsche Land); y a ello hay aún que añadir que, además de dirigir el departamento de libros en francés de la distribuidora Agence Dechenne, Paul de Mann había sido lector para las Éditions de la Toison d’Or, propiedad de la pronazi Lucienne Didier y dirigida por su marido Édouard; que De Man había falsificado su currículum para obtener su primer puesto como profesor en Estados Unidos aún tardaría unos años en saberse. Sin duda, todas estas revelaciones habían bastado para poner de actualidad al teórico de origen belga ‒por lo menos en ciertos sectores, editoriales y académicos, bien informados‒, pero no precisamente para bien.

Gérard Genette.

Sin embargo, el autor estrella de la colección en el ámbito de la teoría literaria fue Gérard Genette (1930-2018), de quien se publicaron las traducciones de Carlos Manzano de Figuras III (1989), Ficción y dicción (1993) y La obra del arte (1997), si bien el segundo volumen de esta última, La relación estética, la tradujo Juan Vivanco. Como es bien sabido, los libros Genette también llegaron a España con retraso, pues Figures III se había publicado en francés en 1972, pero con los otros dos Antonio Vilanova conseguía que los lectores españoles pudieran recuperar el paso de la crítica literaria occidental (Fiction et diction es de 1991, L’Œuvre de l’art de 1994 y La Relation esthétique de 1997).

La literatura española más reciente aparecía por primera vez en la colección con su decimoctavo número, ya a finales de 1994 con Abriendo caminos. La literatura española desde 1975, un libro colectivo en el que diversos estudiosos predominantemente alemanes abordaban aspectos de las obras de José Martín Recuerda (1926-2007), Esther Tusquets, Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), José Luis Alonso de Santos (n. 1942), Cristina Fernández Cubas (n. 1945), Monserrat Roig (1946-1991), Carme Riera (n. 1948), Ana Rossetti (n. 1950) y Antonio Muñoz Molina (n. 1956), entre muchos otros, en un libro editado por el catedrático de la berlinesa Universidad de Humboldt Dieter Ingenschay y coordinado por quien fuera asistente de cátedra de Hans-Robert Jauss Hans-Jörg Neuschäfer.

Y a este siguieron inmediatamente, como números 19 y 20 y ambos en 1995, el libro de Antonio Vilanova, Novela y sociedad en la España de la posguerra, y el editado por Manuel Ángel Vázquez Medel, Luis Goytisolo: el espacio de la creación, que recogía los textos presentados en el I Simposio Internacional sobre Narrativa Hispánica Contemporánea firmados por autoridades en la materia del calibre y prestigio de Gonzalo Sobejano (1928-2019), Ignacio Soldevila (1929-2008), Marise Bertrad de Muñoz (1932-2019) y Robert C. Spires (1936-2013), entre otros.

Si bien mediados los años noventa la cadencia ya había pasado a ser de un par de títulos al año, no pudo ir mucho más allá esta colección diseñada gráficamente por Joaquín Monclús, de libros encuadernados en rústica con solapas y con un formato de 18,50 x 14 cm. La cerró otro título Genette ‒como podía haberlo cerrado alguno de o sobre Clarín‒, tras veintiséis números.

Anexo: Colección Palabra Crítica (Lumen)

1 María José Tintoré, La Regenta de Clarín y la crítica de su tiempo, con prólogo de Vilanova, 1987.

2 Rubén Darío, España contemporánea, prólogo de Antonio Vilanova, 1987.

3 Renato Giovannoli, Ensayos sobre «El nombre de la rosa», 1987.

4 Leopoldo Alas Clarín, Mezclilla, prólogo de Antonio Vilanova, 1987.

5 Ivan Lissorgues, Clarín político I, prólogo de Gonzalo Sobejano, 1989.

6 Ivan Lissorgues, Clarín político II, prólogo de Gonzalo Sobejano, 1989.

7 Leopoldo Alas Clarín, Nueva campaña, prólogo de Antonio Vilanova, 1990.

8 Antonio Vilanova, Erasmo y Cervantes, 1989 (edición de una versión previa en 1949 en la delegación en Barcelona del Instituto Miguel de Cervantes de Filología Hispánica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas).

9 Paul de Man, Alegorías de la lectura. Lenguaje figurado en Rousseau, Nietzsche, Rilke y Proust, 1990.

10 Gérard Genette, Figuras III, traducción de Carlos Manzano, 1989.

11 Juan López-Morillas, Krausismo, estética y literatura, 1990.

12 Nora Catelli, El espacio autobiográfico, 1991.

13 Leopoldo Alas Clarín, Ensayos y revistas, prólogo de Antonio Vilanova, 1991.

14 James Joyce, Escritos críticos, edición de Ellsworth Mason y Richard Ellman, traducción de Andrés Bosch, 1991.

15 Azorín, Artículos anarquistas, prólogo, selección y notas de Antonio Vilanova, 1992.

16 Gérard Genette, Ficción y dicción, traducción de Carlos Manzano, 1993.

17 Miguel de Unamuno, Artículos en «Las Noticias» de Barcelona (1899-1902), recopilación e introducción de Adolfo Sotelo Vázquez, 1993.

18 Dieter Ingenschay (editor literario) y Hans-Jörg Neuschäfer (coordinador), Abriendo caminos. La literatura española desde 1975, 1994.

19 Antonio Vilanova, Novela y sociedad en la España de la posguerra, 1995.

20 Manuel Ángel Vázquez Medel, ed., Luis Goytisolo: el espacio de la creación. I Simposio Internacional sobre Narativa Hispánica Contemporánea, 1995.

21 Rosa Cabré, José Yxart. Crítica dispersa, 1996.

22 Juan Valera, El arte de la novela, prólogo y selección de Adolfo Sotelo Vázquez, 1996.

23 Gérard Genette, La obra del arte, traducción de Carlos Manzano, 1997.

24, Anthony Percival, ed., Escritores ante el espejo. Estudio de la creatividad literaria,

25 Poesía española del 98 a la posguerra, edición de Antonio Vilanova, carta-prólogo de Juan Ramón Jiménez, 1998.

26 Gérard Genette, La obra del arte II. La relación estética, traducción de Juan Vivanco, 1997.

Fuentes:

Evelyn Barish, The Double Life of Paul de Man, Nueva York, Liveright, 2014.

Denis Donoghue, «The strange case of Paul de Man», New York Review of Books, 29 de junio de 1989.

Alba Guimerà Galiana, «Nota sobre Antonio Vilanova», Cuadernos Hispanoamericanos, 30 de abril de 2020.

Jorge Herralde, «Homenaje al maestro Antonio Vilanova en el Aula Magna», en Por orden alfabético. Escritores, editores, amigos, Barcelona, Anagrama (Biblioteca de la Memoria 22), 2006, pp. 317-320.

Max Hidalgo Nátcher, Los estudios literarios en Argentina y en España. Institucionalización e internacionalización. 1 Teoría en tránsito. Arqueología de la crítica y la teoría literaria españolas de 1966 a la posdictadura, Ciudad de Santa Fe, Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2022.

Adolfo Sotelo Vázquez, «10 anys sense Antonio Vilanova: Fons d’autògrafs de la biblioteca Vilanova», Bloc de Lletres de la Universitat de Barcelona, 5 de febrer de 2008.

Fernando Valls, «Antonio Vilanova, profesor, filólogo y crítico literario, ha muerto», La Nave de los Locos, 8 de febrero de 2008.

Cien años de Juventud

El 3 de octubre de 2023 el Ministerio de Cultura y Deporte español oficializaba, a través del Boletín Oficial del Estado, la concesión a la Editorial Juventud del Premio Nacional a la Mejor Editorial Cultural, probablemente una de las decisiones menos discutidas en el sector de los últimos tiempos, y no sólo porque su concesión coincidía con el centenario de la editorial, sino por el extraordinario impacto en la creación de nuevos y buenos lectores que ha tenido Juventud a lo largo de la historia.

El vínculo de Juventud con la literatura infantil y juvenil, como subrayaba Mònica Baró ya en 2005 al elegirlo como tema de su tesis doctoral, se remonta a los orígenes mismos de este longevo proyecto capitaneado inicialmente por Josep Zendrera i Fecha (1894-1969) y ha sido una de sus principales y más reconocidas marcas de identidad.

Baró señala como la colección «más antigua del catálogo de la editorial» una serie iniciada en el sello Edita en la que publicaron algunas escritoras muy interesantes del siglo XX ‒casos de María Luz Morales (1889-1980) o Magda Donato (1898-1986)‒ y cuyo nombre puede llevar a engaño: El Cuento Rosa (originalmente debía llamarse «El Cuento Azul»), que enseguida pasaría a integrarse en el catálogo de Juventud. El propósito declarado de esta colección era «modernizar la literatura dedicada a nuestros niños», si bien estéticamente arrastraba aún el lastre del modernismo.

El primer título de la colección fue La princesa pastora (1926), del polifacético y polígrafo Apeles Mestres (1854-1936), que previamente se había popularizado como décimo número de la decimonónica y minúscula colección de Cuentecitos Instructivos, editado en la Litografía F. Madriguera y que regalaban a sus clientes empresas como Tupinamba. Tostadero de Café y Fábrica de Chocolates o los Chocolates Alay, entre otras empresas. Para entonces Mestres ya era muy conocido por el lector catalán, pues se había hecho muy famoso como dibujante en publicaciones periódicas satíricas y humorísticas como La Campana de Gràcia (1870-1934) y L’Esquella de la Torratxa (1872-1939) y además era un poeta que aunaba prestigio y popularidad (durante la guerra civil española aún se revitalizó su célebre «No passareu!. La cançó dels invadits», incluido en el libro de 1915 Flors de sang).

Se trataba de libritos muy pequeños (14 x 14) y breves (24 páginas) en los que tenían mucha importancia las ilustraciones, que se encargaron a nombres de primera fila. En el caso de La princesa pastora las ilustraciones las firmaba el versátil José Segrelles (1885-1969), que tras su paso por la Editorial Molino había dejado su huella en ediciones de Granada, Araluce y en las Hojas Selectas de Salvat y no tardaría en convertirse en uno de los ilustradores españoles más solicitados por publicaciones periódicas internacionales.

Al libro de Mestres le seguiría en Cuentos Rosas La rata blanca, de Hégésippe Moreau (1810-1838), sin indicación del traductor e ilustrado por Enrique Ochoa (1891-1978), quien se convertiría en uno de los grafistas principales de la colección. Y el tercer número sería ya para una escritora joven y aún por popularizarse, María Luz Morales, que publicaría Marcialín el novelero con ilustraciones de Jean Rapsomanikis (quien ya había colaborado en uno de los antecedentes de Juventud, la revista El Hogar y la Moda). En aquellos años veinte Morales estaba llevando a cabo una intensísima labor como traductora para la Sociedad General de Publicaciones con la que Zendrera se había estrenado en 1914 como editor, pero además había sido adaptadora de clásicos para niños en Araluce y, tras el seudónimo Felipe Centeno, se ocupaba de la crítica cinematográfica en el prestigioso periódico La Vanguardia (lo que a su vez le abriría las puertas a trabajar para la Paramount), al tiempo que en el madrileño El Sol escribía la sección «La mujer, el niño y el hogar». Por si esto no bastara, se había convertido en directora de la revista El Hogar y la Moda (en la que había entrado a trabajar en 1923) y la Cámara del Libro le había premiado en 1926 el artículo «Elogio del libro». Sin embargo, aún no había estrenado la colección La Novela Femenina de la Editorial Mundial, con Maestrita de pueblo (1928), ni había publicado las obras que la situarían como narradora, que muy mayoritariamente aparecerían ya en la posguerra.

Juan Aguilar Catena (1888-1965) había publicado una buena cantidad de novelas sobre todo en prensa cuando en abril de 1926 aparecieron en la mencionada Sociedad General de Publicaciones La ternura infinita (con cubierta de Ochoa) y en la colección La Novela Rosa, Nuestro amigo Juan (Ejercicio de servidumbre), que tres años antes había publicado la madrileña editorial Marineda. También de 1926 es Hubo un payaso que lloró una vez, cuarta entrega de El cuento rosa, con la firma de Sabater como ilustrador.

El quinto número vuelve a corresponder a una obra de María Luz Morales, La princesa que nunca había visto el sol, con ilustraciones de Enrique Ochoa, pero el siguiente (Buby liberta a una princesa) lo firma otra autora ya por entonces importante en la literatura infantil de la época, Magda Donato (nacida Carmen Eva Nelken Mansberger y hermana de la también escritora Margarita Nelken). Después de hacerse famosa con una serie de artículos en Estampa sobre las cárceles de mujeres (para la elaboración de los cuales se hizo pasar por presa de la Modelo de Madrid), sus mayores éxitos en el ámbito de la literatura infantil los había cosechado en asociación con Salvador Bartolozzi (1882-1950), quien en febrero de 1925 había lanzado en la Editorial Calleja el exitoso semanario Pinocho.

De nuevo es Enrique Ochoa quien ilustra el séptimo número de El Cuento Rosa, La estufa de porcelana, que firma Ouida, es decir la defensora de los animales y autora del célebre El perro de Flandes Marie Louise Ramé (1839-1908).

De las imágenes del octavo se ocupó el pintor Lao Romero, que en 1918 había sido uno de los cuatro dibujantes de la efímera revista dirigida por José Guirao Homedes Vida Artística. El título era El collar de lágrimas, y su autor Alfonso Nadal (1886-1943), a quien Vicente Clavel (1888-1967) le había publicado en su Editorial Cervantes Místico amor humano (1925) ilustrado por Arturo Ballester, mientras que el año anterior La Novel·la d’Ara que dirigía Miquel Poal Aregall (1894-1935) le había publicado en catalán Josep II, rei. Su obra posterior como autor (no así la de traductor) fue muy escasa, pero en 1937 Josep Janés (1913-1959) le publicó un libro en el que acompañaban a este último título «La dona de l’aigua» (que daba título al volumen), «Nit de difunts», «L’apotesosi del “Manco”» y «L’avi brau» como número 16 de La Rosa dels Vents (correspondiente al 163 de Quaderns Literaris). No estará de más consignar que ese mismo año 1937, en plena guerra civil, Janés se casaba con la hija del escritor, Esther Nadal, y que en los primeros años de la posguerra publicó a su suegro diversas traducciones para las colecciones que entonces puso en marcha.

De Alicia Rey, autora de la siguiente entrega (Los invasores de Vilabella) no abundan los datos biográficos fácilmente accesibles, pero figura como traductora del ensayo La filosofía del amor, publicado en 1927 en la colección de Edita dedicada a la prolífica y en su momento escandalosa autora de ficción romántica Elinor Glyn (1864-1943). En cualquier caso, el brillo de su carrera literaria quedó muy lejos del que tuvieron luego las de Luz Morales o Donato. Al libro de Rey le sigue uno Oscar Wilde (1854-1900) ilustrado por el ya mencionado Rapsomanikis (El gigante egoísta), y a este Una niña desobediente, de Gabriela Fernández, y El discípulo de Aladino, de Enrique de Leguina, dos autores que hoy apenas son recordados si bien el segundo es autor de Arco sobre el mar (1919), ilustrado por Alfredo Guido (1892-1967) e impreso en Buenos Aires por Manau.

Apéndice: El Cuento Rosa:

1 Apeles Mestres, La princesa pastora, ilustraciones de Segrelles.

2 Hegesippe Moreau, La rata blanca, ilustraciones de Enrique Ochoa.

3 María Luz Morales, Marcialín el novelero, ilustraciones de [Jean] Rapsomanikis.

4 Aguilar Catena, Hubo un payaso que lloró una vez, ilustraciones de Sabater.

5 María Luz Morales, La princesa que nunca había visto el sol, ilustraciones de Enrique Ochoa.

6 Magda Donato, Buby liberta a una princesa, ilustraciones de Farrell.

7 Ouida, La estufa de porcelana, ilustraciones de Enrique Ochoa.

8 Alfonso Nadal, El collar de lágrimas, ilustraciones de Lao Romero.

9 Alicia Rey, Los invasores de Villabella, ilustraciones de Joan Pau Bocquet Bertran.

10 Oscar Wilde, El gigante egoísta, ilustraciones de Jean Rapsomanikis.

11 Gabriela Fernández, Una niña desobediente, ilustraciones de Longoria.

12 Enrique de Leguina, El discípulo de Aladino, ilustraciones de Afa.

Fuentes:

Mònica Baró, Les edicions infantils i juvenils de l’Editorial Joventut (1923-1969), tesis doctoral presentada en el Departament de Biblioteconomia i Documentació la Universitat de Barcelona, 2005.

Mònica Baró Julià Guillamon, Les aventures de l’editoial Juventut, Barcelona, Biblioteques de Barcelona, Ajuntament de Barcelona y Editorial Juventut, 2023.

Manuel Llanas, L’edició a Catalunya el segle XX (fins 1939), Barcelona, Gremi d’Editors de Catalunya, 2005.

El fracaso de la colección España Peregrina de la editorial Molinos de Agua

En 1980 se estrenaba una colección de nombre muy elocuente, España Peregrina ‒en referencia a la mítica cabecera de José Bergamín (1895-1982) en México‒, con un libro que constituía toda una declaración de intenciones: Voces de mi copla, de Juan Ramón Jiménez (1881-1958). Este título había aparecido originalmente en 1945 como segunda entrega de la colección Nueva Floresta, fundada en México por Francisco Giner de los Ríos Morales (1917-1995) y Joaquín Díez Canedo (1917-1999) en el seno de la editorial Stylo del filósofo y poeta Antonio Caso (1883-1946). En esta edición de 1980, más bien modesta pero con una acertada ilustración de cubierta de Mariví Nebreda (autora también del logo de la colección), se le añadió un prólogo de Giner de los Ríos Morales.

Ese mismo año aparecía un segundo número de España Peregrina, el libro de sonetos del exiliado republicano José María Quiroga Pla (1902-1955) Morir al día. Este libro se había publicado originalmente en 1946 como primer número de la colección Cervantes de la parisina editorial Ragasol, que el abogado Eduard Ragasol i Sarrà (1901-1962) había creado con el propósito de publicar libros en catalán, antes de su partida con destino a México.

Los 149 poemas que componen el libro, escritos entre 1938 y 1945, se acompañan de un prólogo de José María Semprún Gurrea (1893-1966) y de un retrato del autor en el frontis obra de Joan Rebull (1899-1981). De la edición de 1946 se había hecho una tirada de un centenar de ejemplares sobre papel de hilo Auvernia fabricado a mano. Según explica Pascual Gálvez, en los últimos años de la década de 1970 el de José María Quiroga Pla era un nombre que se estaba barajando con interés en diversas iniciativas editoriales:

A finales del año 1979, Francisco Ynduráin, amigo personal de Quiroga Pla, iba a publicar en la editorial Ayuso una amplia selección de su poesía: poemas aparecidos en Revista de Occidente, Morir al día, La realidad reflejada, Baladas para acordeón y una antología de versos aparecidos en otras revistas (Hora de España, El Mono Azul…). En el contrato se anunciaba también la posibilidad de publicar sus novelas cortas bajo el cuidado de Miguel Ángel González Muñiz. Nunca llegó a ser realidad. A principios de los ochenta fue Gonzalo Santonja quien pensó publicar las «Obras completas» de Quiroga Pla. De todos esos proyectos, sólo la edición de Morir al día en la colección «La España Peregrina» dirigida por Aurora de Albornoz para Molinos de Agua de Madrid, en 1980, llegó a los lectores españoles.

En la edición de 1980 se añade al prólogo de Semprún Gurrea otro de Miguel Ángel González Muñiz (1925-2008). El destino final de esta edición la contó con cierta amargura también Pascual Gálvez: «triste por sus problemas de distribución: la mayoría de ejemplares hubiesen muerto en la librería Zabaleta de Logroño, si Miguel Quiroga no los hubiese comprado ¡a peso!».

El tercer título de España Peregrina también aparece en 1980, El pulso ardiendo, escrito entre Málaga y Madrid a lo largo de 1935 y los primeros meses 1936 por un entonces joven Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011) y cuya historia editorial es quizá la más interesante de esta colección, porque cuando al término de la guerra el entonces joven soldado republicano cruzó la frontera con Francia dio ese original por definitivamente perdido.

Sánchez Vázquez había hecho sus pinitos como escritor en los años previos a la guerra y publicó por ejemplo un romance en la revista Octubre bajo el seudónimo Darin («Romance de la ley de fugas», en el tercer número, de agosto-septiembre de 1933). Pero además, con el pintor Enrique Sanin (Emilio Rebolledo), había fundado y dirigido una revista literaria, Sur (dos números, en 1935 y 1936), que le permitió estrechar lazos con Rafael Alberti (1902-1999), Manuel Altolaguirre (1905-1959), Ángel Augier (1910-2010), José Luis Cano (1911-1999) ‒con quien también codirigió una revista efímera, Línea (1935)‒, Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), María Teresa León (1903-1988), Emilio Prados (1899-1962) y Miguel Prieto (1907-1956), entre muchos otros, además de publicar otro poema («Número», en la primera entrega).

Sánchez Vázquez e el frente de Teruel (diciembre 1938).

Poco antes del levantamiento fascista de 1936, Sánchez Vázquez había reunido un conjunto de diecinueve poemas que tituló El pulso ardiendo en el que predominaba el soneto, el verso libre y una influencia evidente de las vanguardias que se pone de manifiesto por ejemplo en una imaginería próxima al surrealismo; Manuel Altolaguirre tenía intención de publicarlo en el verano de ese año, en palabras del propio autor, «en aquellas ediciones que él hacía de poesía, con aquella enorme belleza tipográfica».

El inicio de la guerra truncó ese proyecto, y los siguientes textos de Sánchez Vázquez quedaron más o menos enterrados en páginas de cabeceras como El Mono Azul, Hora de España, Octubre (donde aparecieron los poemas «Proclama» y «Romance de la muerte del camarada Metralla») y Acero («Al héroe caído» en julio de 1938) o bien fueron recogidos en el Romancero general de la guerra de España que prepararon Emilio Prados y Antonio Rodríguez Moñino (1910-1970) y publicó 1937 la Alianza de Intelectuales Antifascistas con financiación de Ediciones Españolas. Cuando al término de la guerra el autor tuvo que abandonar el país, lo hizo con el convencimiento de que El pulso ardiendo se había perdido sin remisión.

Manuel Altolaguirre en Cuba.

Estando Sánchez Vázquez ya en México, Manuel Altolaguirre, que residía en La Habana y hasta marzo de 1943 no se establecería en México, le hizo saber que durante todo ese tiempo había conservado los originales de El pulso ardiendo, y se los hizo llegar. Sánchez Vázquez publicó en México fragmentos de la «Elegía a una tarde de julio» en la revista España Peregrina (en el sexto número, de julio de 1940); por otra parte, en esos mismos meses da a conocer alguna de esas piezas poéticas de preguerra, como es el caso de los tres sonetos («Oh, tronco adolescente sin sabores», «Tu soledad empieza a estremecerme» y «Oh, corazón rodando sin esquinas») que Octavio Paz incluyó en el número 12 de la revista Taller (enero-febrero de 1941), lo cual permite acotar el momento en que los textos de El pulso ardiendo llegaron a manos de Sánchez Vázquez, pero que en ningún caso pudo ser ‒como se ha escrito en alguna ocasión‒ cuando Altolaguirre llegó para establecerse en México. En cualquier caso, esa publicación parcial en una revista, que por esos años acogía generosamente los textos de los exiliados republicanos, quedaba lejos de lo proyectado originalmente.

Ese mismo año 1941 Sánchez Vázquez se trasladó a Morelia para impartir clases en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo de la Universidad Michoacana y en la Escuela Normal de Morelia. Fue en esta ciudad, y gracias al apoyo del poeta y codirector de la revista Voces Ramón Martínez Ocaranza (1915-1982) y del tío de éste, Alfredo Gálvez Bravo (que en los años cincuenta sería rector de la universidad), que el autor logró finalmente publicar El pulso ardiendo, con pie editorial de Voces y fechado en 1942.

La edición en 1980 en la colección España Peregrina fue la primera desde 1942, pero nueve años después se publicó íntegra en el número de octubre-noviembre de 1989 de la revista de Morelia El Centavo, en noviembre de 2002 lo publicó la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo con un texto de presentación de Alfonso Espitia Huerta y en 2004 el Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga lo publicó con prólogo de María Dolores Gutiérrez Nava y epílogo de Aurora de Albornoz (1926-1990), lo cual pone de manifiesto el interés que tenían esos poemas de quien entonces ya era un reputadísimo filósofo.

La colección España Peregrina se cerró dos años después con un cuarto número, Rojo farol amante, de Rafael Dieste (1881-1954), cuya primera edición era previa a la guerra civil (1933), pero la segunda y definitiva se había publicado en la argentina colección Dorna de Emecé con una viñeta de Luis Seoane (1910-1979) y un retrato del autor obra de Manuel Colmeiro.

Tras ese libro se dio carpetazo a la serie, que dirigía Aurora de Albornoz en el seno de la madrileña editorial Molinos de Agua. Sin embargo, hay algún título de esta editorial que bien pudiera haberse añadido a España Peregrina (y quizás así estuviera previsto) y sin embargo apareció en otras colecciones de la misma. Es el caso, por ejemplo, de De mar a mar (1982), de María Enciso (María Dolores Pérez Enciso, 1908-1949), que fue el octavo número de la colección de poesía Eros y Tánatos y lo acompañó un prólogo de Manuel Andújar (1913-1994). La primera edición, con prólogo de Concha Méndez (1898-1986), la había publicado en 1946 en México Manuel Altolaguirre en La Isla.

En cualquier caso, la presencia de los libros de Molinos de Agua en general y de España Peregrina en particular en librerías fue muy escasa y mala desde el principio, así que si la intención era poner a disposición de los lectores a poetas cuya lectura les había sido negada debido el triunfo del fascismo en España y reintegrarlos a su tradición, quizá debido a la misma precariedad financiera del proyecto, ese intento tuvo un resultado muy modesto.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler, «Adolfo Sánchez Vázquez, poeta y crítico literario», en Adolfo Sánchez Vázquez, Recuerdos y reflexiones del exilio, Barcelona, GEXEL, 1997, pp. 5-28.

Ángela Caballero Cortés, «Adolfo Sánchez Vázquez: sus primeros años de formación en Málaga y su exilio en México», Isla de Arriarán, núm. 37 (2011), pp. 217-233.

Pascual Gálvez, «La poesía en el destierro de José María Quiroga Pla: los matices amargos de la esperanza», en Alicia Alted Vigil y Manuel Aznar Soler, eds., Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia, Sant Cugat del Vallès, GEXEL, 1998, pp. 95-118.

María Dolores Gutiérrez Navas, «Prólogo» a Adolfo Sánchez Vázquez, Poesía, México, Centro Cultural de la Generación del 27-Fondo de Cultura Económica, 2015, pp. 8-24.

Adolfo Sánchez Vázquez, «Mi trato con la poesía en el exilio», en Rose Corral, Arturo Souto y James Valender, coords., Poesía y exilio. Los poetas del exilio español en México, México, El Colegio de México, 1995, pp. 407-414.

Adolfo Sánchez Vázquez, «Palabras en la presentación de edición facsimilar de la revista Sur», en Incursiones literarias, edición de Manuel Aznar Soler, Sevilla, Renacimiento, 2008, pp.467-472.

Adolfo Sánchez Vázquez, «Primera conferencia. Poesía», en Una trayectoria intelectual comprometida, México, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, 2012, pp. 13-40. Versión en vídeo, aquí.

Exiliados republicanos españoles en la colección de Juan José Arreola Los Presentes

La pervivencia de la literatura catalana durante las primeras décadas del franquismo se sustentó sobre todo en las diversas plataformas editoriales, generalmente modestas, que los propios exiliados crearon en los países que los acogieron. Sin embargo, hay algunos casos singulares, como la publicación en 1955 del poemario de Ramon Xirau L’espill soterrat ‒que incluye algunos textos aparecidos previamente en la revista Pont Blau y prologó Agustí Bartra(1908-1982)‒, que encontró acomodo en la segunda etapa de la colección Los Presentes y constituye en ella el único título en una lengua que no es la española. No escasearon los escritores exiliados, y en particular los exiliados como consecuencia de la guerra civil española, que vieron publicados alguno de los primeros, cuando no el primero, de sus libros.

El título de esta colección, que ha pasado a la historia por haber dado la alternativa a diversos autores luego importantes, procede de unas compilaciones que en el siglo XIX hicieron célebre el escritor e impresor Ignacio Cumplido (1811-1887), y fue fundada en 1950 por un grupo encabezado por el escritor Juan José Arreola (1918-2001) del que formaban parte el politólogo, poeta y promotor cultural Jorge Hernández Campos (1921-2004), el ensayista, narrador, traductor, periodista y profesor Enrique González Casanova (1924-2004) y el poeta y profesor de origen nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985).

Inicialmente publicaron unas exquisitas plaquettes de entre 8 y 20 páginas en un formato de 24 x 17 con diseño de Alí Chumacero (1918-2010), la primera de las cuales fue el poemario de Ernesto Mejía Sánchez El retorno, con una viñeta de Ricardo Martínez en la cubierta, del que se tiraron cien ejemplares numerados. A este siguieron Yo de amores qué sabía, de Francisco Tario (Francisco Peláez, 1911-1977); Sonetos, de Carlos Pellicer (1897-1977); Cuentos ( «El lay de Aristóteles», «El discípulo», «La canción de Peronelle», «Epitafio para una tumba desconocida» y «Apun­tes de un  rencoroso»), de Arreola; Poética, de Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013); el librito de grabados Homenaje a Sor Juana, de Juan Soriano (1920-2006); El hermano menor, de Jaime García Terrés (1924-1996); Cuentos: Una de cada tres y El centenario, de Augusto Monterroso (1921-2003), y El retrato de mi madre, de Andrés Henestrosa (1906-2008), a los que hay que añadir el libro, de noventa páginas, Breve diario de un amor perdido, de Tario, ya en 1951, con el que se cerraba la primera etapa de la colección.

En 1954 se inicia la serie de libros de mayor empaque con la que Los Presentes se convertirá en referencia en cuanto a descubrimientos de nuevos autores importantes, y es entonces cuando incorpora a su catálogo a varios miembros de la segunda generación del exilio republicano español de 1939, además de a otros de sus representantes más insignes (como Max Aub o Simón Otaola).

Tras unos primeros títulos hoy impresionantes (el primer libro de relatos de Elena Poniatowska y el primero de cuentos de Carlos Fuentes), en 1954 se publica como tercera entrega de la colección el relato Primavera muda, del entonces veinteañero valenciano Tomás Segovia (1927-2011), que se presentaba con una viñeta del murciano Ramón Gaya (1910-2005) en la cubierta. Las tiradas habían pasado a ser de quinientos ejemplares (setecientos en el caso del de Poniatowska, lo que acaso pueda interpretarse como un exceso de optimismo).

El séptimo número de esta segunda serie fue  el libro de cuentos del más veterano Max Aub (1903-1972) Algunas prosas, que luego quedaría subsumido en la edición de la barcelonesa Picazo La uña y otras narraciones (1972), pero el undécimo vuelve a corresponder a la obra de un hijo de exiliados, César Rodríguez Chicharro (1930-1984), con el poemario Eternidad es barro (1955), quien hasta entonces sólo había publicado Con una mano en el ancla (1952), impreso en los Talleres Gráficos de la Nación (donde trabajaba como cajista y corrector mientras cursaba estudios de lengua y literatura españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México).

También de 1955 son los Cuentos para vencer a la muerte, del debutante santanderino José de la Colina (1934-2019), con viñeta del Alberto Gironella (1929-1999) (número 19 de la colección), y Bertín, la única novela que publicó (no la única que escribió) el bilbaíno Roberto López Albo (1924-). Y todavía de 1955 es Siete poemas, un libro del que se tiraron ciento veinticinco ejemplares y que según escribió Óscar Mata «Tomás Segovia preparó y pagó la edición y pidió a Juan José Arreola permiso para usar el pie de imprenta de Los Presentes», así como Elegías, del filólogo y poeta nacido en Sant Feliu de Guíxols José Pascual Buxó (1931-2019), de las que se tiraron cien ejemplares.

A todos estos títulos cabe añadir el libro de relatos con que se estrenó como escritor de ficción el bilbaíno Rodrigo Mendirichaga (n. 1931), Un alto en el desierto (1956), del que se tiraron seiscientos ejemplares, Estos cojos del camino (1957), de Pío Caro Baroja (1928-2015), que había llegado a México en mayo de 1953 y acababa de incorporarse al cine mexicano como director con el cortometraje La Trinidad, S.A., y el libro de cuentos de Simón Otaola (1907-1980) El lugar ese…, que fue el último publicado bajo la responsabilidad de Arreola.

 Vale la pena consignar que, si bien Un alto en el desierto fue el número 48 y El lugar ese… el 61, el número 51 corresponde a la primera edición (con sólo nueve cuentos) de Final del juego (1956),de Julio Cortázar (1914-1984), quien hasta entonces había publicado únicamente Bestiario, en la argentina Editorial Sudamericana. A lo que hay que añadir por esas mismas fechas la recepción de un original de cuentos de Gabriel García Márquez (1927-2014), en un momento en que Arreola estaba gestionando la venta de la colección al librero Emilio Obregón, quien según cuenta Arreola en sus memorias «no editó nada durante el tiempo en que tuvo Los Presentes en sus manos, no tenía idea de lo que era el trabajo de editor y por eso un poco más tarde la vende a Pedro Frank de Andrea, quien la retoma y publica muchos títulos más».

El editor y activista político de origen canadiense Pedro Frank de Andrea (1912-1989), en el seno de la editorial que llevaba su nombre (Ediciones de Andrea), prosiguió con la labor emprendida, si bien globalmente su éxito fue bastante menor en cuanto al descubrimiento y promoción de nuevas voces. Aun así, siguió acogiendo obra de escritores españoles en una proporción importante, y de esta última etapa se incluye por ejemplo a Manuel Andújar (un libro de teatro con El primer juicio final, Los aniversarios y El sueño robado en 1962), a Josep Maria Camps (Tres obras dramáticas en 1961 y Dos Farsas en 1962) a Xavier Icaza y Ramon Xirau (De Chalma y de Los Remedios en 1963), al hispanomexicano Roberto Ruiz (la novela Plazas sin muros en 1960), a Ramón J. Sender (El diantre en 1958)…

A menudo se ha destacado la importancia del Fondo de Cultura Económica como editorial de acogida de los intelectuales y escritores del exilio republicano de 1939, sobre todo porque en él desempeñaron además funciones y tareas profesionales diversas muchos de ellos, pero, si se observa en proporción a la producción editorial, vale la pena subrayar también la importancia de la colección Los Presentes como la oportunidad que tuvieron muchos de ellos, y en particular los hispanomexicanos, de dar a conocer sus primeras obras, después de participar en iniciativas editoriales generalmente muy modestas y cuyo radio de influencia era mucho más restringido.

Fuentes:

Orso Arreola, El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, México, Diana, 1998.

José Ramón López García «Primeras poesías de Ramon Xirau», Exils et migrations ibériques au XXe siècle, núm. 8 (2000), pp. 253-274.

Jacinto Martínez Olvera, «Semblanza de Editorial Los Presentes (1950- 1964)», en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2017.

Óscar Mata, «Los Presentes del maestro editor Juan José Arreola», Literatura Mexicana, vol. 13, núm. 2 (2002), pp. 187-214.

Óscar Mata, «Los Presentes», en Enciclopedia de la Literatura en México, 20 de marzo de 2018.

L’Ull de Vidre y las ediciones en catalán de Tusquets Editores

La colección de literatura narrativa en catalán L’Ull de Vidre empezó su andadura en Tuquets Editores en el año 2001, cuando aún se encontraba al frente de la editorial Beatriz de Moura y antes de que esta entrara en la órbita del Grupo Planeta.

Sin embargo, ya el año anterior Tusquets había mostrado la intención de publicar sostenidamente libros en catalán en una colección llamada Caminada que mantenía tanto el formato como el diseño de Guillermot-Navares para Andanzas, lo cual dadas las similitudes entre la lengua española y el catalán podía dar pie a confusiones.

Eso era precisamente lo que ocurría con el primer libro de la colección, La ignorancia (La ignorància en catalán), de Milan Kundera (1929-2023), que al mantener la misma imagen ilustrativa hacía difícil saber al primer vistazo si se trataba de la traducción de Beatriz de Moura al español o de la que hizo Imma Monsó al catalán. Se da además la curiosa circunstancia de que en este caso, y por deseo expreso del autor, estas dos ediciones fueron previas a la del texto original en francés.

Sin embargo, pueden espigarse en el catálogo de Tusquets algunos libros en catalán ya en el siglo XX, como es el caso del Diari de bordell (1979) de Josep Lluís Seguí en la colección La Sonrisa Vertical, Teoria i práctica del pa amb tomàquet (1985) de Leopoldo Pomés, publicado fuera de colección, o incluso una versión inesperada de L’amant, de Marguritte Duras (1914-1996), publicada en 1989 en traducción de Marta Pesarrodona e incluida sorpresivamente en Andanzas, pero siempre habían sido casos excepcionales que no parecían responder a una estrategia planificada.

Así pues, en 2001 aparecía la colección L’Ull de Vidre, que mantenía el mismo diseño que Andanzas pero cambiando el negro de fondo por un rojo oscuro y se lanzaba con La falsa pista, del novelista sueco Henning Mankell (1948-2015), en traducción directa de Meritxell Salvany, que coincidía temporalmente con la aparición también en Tusquets de la misma novela en traducción al castellano (y, casualidad, con título idéntico).

El director de la colección, el escritor y profesor ibicenco Antoni Marí, hacía por entonces ya décadas que estaba vinculado de diversos modos a Tusquets, inicialmente como antólogo (El entusiasmo y la quietud. Antología del romanticismo alemán, en la colección Marginales en 1979), luego como novelista (El camino de Vincennes, en Andanzas en 1995) pero además desde 1989 como director de la colección Nuevos Textos Sagrados (subsumida en Marginales), que incluyó a autores tan diversos como José Ángel Valente (1929-2000), Alfonso Costafreda (1926-1974), Rosa Chacel (1898-1994), Juan Ramón Jiménez (1881-1958), José María Micó (n. 1961), Marcos Ricardo Barnatán (n. 1948), Ida Vitale (n. 1923) o Clara Janés (n. 1940), y que debía garantizar el prestigio de la editorial, según contó con jocosos toques criptosurrealísticos el propio Marí:

[el nombre de la colección] al principio supuso un cierto repudio. Me escudaba detrás del título diciendo: «yo no soy el responsable. El responsable es Adolfo Bioy Casares». Entonces me sacaba la faja que llevaba encima. Porque a Beatriz de Moura, con quien colaboraba desde tiempo inmemorial, yo le decía: «Beatriz, hasta que no tengas una colección de poesía en tu editorial, no tendrás una editorial de prestigio». Y cada mes o mes y medio volvía otra vez, como en una película de Carlos Marx. «No tendrás una editorial de prestigio». Entonces, una noche, Beatriz me invitó a cenar y llegó con nosotros Adolfo. Yo le propuse a Adolfo lo que iba proponiéndole a Beatriz, y el dijo: «Beatriz, por Dios, pero ¿cómo te resistes a publicar una colección de poesía con un hombre tan distraído como este?». Entonces, efectivamente, Nuevos Textos Sagrados, quedó en 1989 como un título que era ya prácticamente inamovible.

En 2002 aparecieron ya cinco títulos de L’Ull de Vidre, que sin embargo aún hacían difícil definir la personalidad de la colección, pues se movía entre la traducción de los títulos comercialmente más exitosos de Tusquets y la incorporación de algunos clásicos: Els gossos de Riga y Comèdia infantil de Mankell, una segunda edición de La ignorància, Les penes del jove Wether de Goethe, en traducción de Manel Pla (anteriormente circulaba profusamente la de Joan Alavedra, y desde 2013 lo haría la de Joan Fontcuberta) y una interesante recopilación de artículos del poeta Jacint Verdaguer (1845-1902) publicados originalmente en 1895 y 1897, editados para Tusquets por Narcís Garolera y publicados con el título En defensa propia; en ellos el poeta se defiende de los ataques de que estaba siendo objeto por razones extraliterarias en una de las primeras grandes polémicas periodísticas (casi coincidiendo en el tiempo con al affaire Dreyfuss, iniciado por Émile Zola en 1897).

Los títulos publicados en L’Ull de Vidre al año siguiente siguen balanceándose entre esos dos polos, con L’home que somreia y La lleona blanca de Mankell o Soldats de Salamina de Javier Cercas (en traducción de Ponç Puigdevall) y el libro de viajes de Jacint Verdaguer preparado por Garolera y prologado por Xavier Moret De Tánger a San Petersburg, pero a los que se añade una inclasificable recopilación de textos con tintes entre filosóficos y científicos de Jorge Wagensberg (1948-2018) traducidos por Màrius Serra: Si la natura és la resposta, quina era la pregunta? I uns altres cinc-cents pensaments sobre la incertesa.

El número de títulos publicados parece estabilizarse temporalmente en media docena anual, pero tampoco los publicados en 2004 acaban de perfilar tamática o genéricamente la colección, si bien empieza a incrementarse el número de obras narrativas escritas originalmente en catalán, entre las que destaca ese año Una vida al carrer, de Jordi Ibáñez Fanés (que obtuvo el primer Premio Lateral a la mejor obra publicada en catalán). Junto a él, nuevos títulos de Mankell (Abans de la gelada, El tallafoc y Amb l’alè al clatell), pero también la edición y traducción de Eduard Cairol de Ewal Tragy i altres textos de joventut, de Rainer Maria Rilke (1875-1926). La misma tendencia se advierte en los años siguientes, con la reedición además de obras en catalán que habían aparecido en otras colecciones de Tusquets, como Deu pometes té el pomer, don el que el colectivo Ofelia Dracs había obtenido el premio Sonrisa Vertical en 1979, o la ya mencionada L’amant (en 2008).

A Mankell se añade más tarde la obra del griego Petros Màrkaris y la colección parece convertirse en el refugio de las traducciones al catalán de estos dos autores junto a las de Kundera, pero también el de la obra narrativa de algunos autores catalanes como Jordi Ibáñez Fanés, Ponç Puigdevall, Manuel Foraster (1949-2016) o el propio Marí (Han vingut uns amics, 2010; Llibre d’abscències, 2012; El vas de plata i altres obres de misericòrdia, 2017), quien además se ha ocupado de la edición de dos de los libros más interesantes publicados en la colección, Contra Sainte-Beuve, records d’una matinada, de Marcel Proust (1871-1922), traducido por Manel Pla, y, con Lluís Quintana, Catalans de 1918, de J. V. Foix (1894-1987).

A todo ello debe añadirse la mención de otros títulos importantes, como L’amic de la finca roja (2017), de Mercè Ibarz (Premio de la Crítica Serra d’Or) o Quan la història et crema la mà: Auden i Orwell entre dues guerres (2020), de Miquel Berga, pero a medida que ha avanzado el siglo XX la cadencia se ha ido reduciendo hasta un par o tres de títulos anuales, mientras que además, lógicamente, las traducciones al catalán de otros autores de éxito de Tusquets, como Murakami o Irving, las ha publicado otro sello del Grupo Planeta, Edicions 62. Tal vez el empuje de las editoriales en catalán hizo que Tusquets abandonará este terreno de juego.

Fuentes:

Antoni Marí, «La música como germen de la poesía moderna (Poe, Baudelaire, Mallarmé)», Actas del congreso Literatura & Música, Jerez de la Frontera, Fundación Caballero Bonald, 2020, pp.41-54.

Tusquets Editores, 1969-2009, catálogo conmemorativo de los primeros cuarenta años de la editorial, Barcelona, 2009.

Germán Arciniegas y sus Ediciones Colombia

Del ensayo de Germán Arciniegas (1900-1999) Biografía del Caribe se ha escrito que fue el libro de autor latinoamericano más difundido internacionalmente hasta la publicación de Cien años de soledad, y tiene su punto de paradoja escribir en una misma frase el título de dos obras tan distintas, más allá de que los autores de ambas fueron colombianos que se iniciaron en el periodismo. La distancia entre uno y otro quedó bien establecida por Arciniegas, quien en su discurso de ingreso en la Academia Colombiana de la Historia explicó que «la buena historia tiene gusto de novela», pero añadió en su ya clásico El continente de los siete colores (1965) que a los latinoamericanos no les es preciso recurrir a la imaginación para escribir novelas, pues les basta con su historia. Como ha escrito Jorge Orlando Melo, las primeras obras de Arciniegas ya «se inscribían en la tradición de historia que buscaba ser amena y atractiva para los lectores, ya insinuada por Joaquín Tamayo y Tomás Rueda Vargas, pero con herramientas de calidad muy superior».

Pero dejando al margen la única incursión de Arciniegas en la novela (En medio del camino de la vida, Sudamericana, 1949) y su capacidad narrativa y humorística al exponer la historia de América, Margarita Valencia destaca a Arciniegas, junto a Jorge Roa y Arturo Zapata, como uno de los «tres nombres que señalan el comienzo de la actividad editorial colombiana» en el tránsito del siglo XIX al XX, quizás en buena medida porque es de los primeros en establecer una distinción muy clara entre la labor propia de un impresor y la más selectiva y propiamente intelectual de un editor.

La vocación de Arciniegas como editor es ciertamente muy temprana, y ya mientras cursaba el quinto año de bachillerato, en 1916, puso en marcha en el seno de la Escuela Nacional de Comercio una primera iniciativa de vida breve, la revista Año quinto, que le sirvió de campo de pruebas.

Carlos Pellicer.

Al año siguiente, cuando él mismo contaba diecisiete, creó Voz de la juventud, el periódico que Antonio Cacua Prada describe como «una gaceta de medio pliego, en papel periódico y en forma quincenal, de ocho páginas», que se ocupaban de imprimir los talleres del periódico conservador La sociedad. Desde esta cabecera se difundió el proyecto de crear la Federación de Estudiantes, y en la que acompañaron a Arciniegas el luego célebre cirujano y ministro Luis López de Mesa (1884-1967), el más tarde ensayista Hernando de la Calle (1908-1966), el poeta Rafael Maya (1897-1980), el luego historiador y novelista Enrique Caballero Escobar (1910-¿?)  y el más tarde presidente del país Carlos Lleras Restrepo (1908-1994), además de contar con la colaboración de los poetas León de Greiff (1895-1976), Germán Pardo García (1902-1991) y Jorge Zalamea (1905-1969), el ilustrador Ricardo Rendón (1894-1931), el historiador español Rafael Altamira (1866-1951) y el escritor mexicano Carlos Pellicer (1897-1977), entre otros.

Ramon Vinyes i Cluet.

Aún hubo un proyecto que no llegó a buen puerto de publicar una revista de la que se conoce poco más que el título, Nihil, antes de que con Julio González Concha como administrador lograra poner en pie otra cabecera importante, Universidad, que en una primera etapa imprime a dos tintas la Editorial Minerva entre el 14 de febrero de 1921 y el 20 de abril del año siguiente y en la que destacan como colaboradores, junto a algunos de los ya mencionados, como Pellicer, los nombres de los también mexicanos José Juan Tablada (1871-1945) y José Vaconcelos (1882-1959), así como el del librero y escritor catalán Ramon Vinyes (1882-1952), a quien García Márquez inmortalizaría en Cien años de soledad. Caricaturistas como Rendón ilustraban esta publicación de periodicidad quincenal que logró distribuirse por los centros universitarios de todo el país y que contó con corresponsales en Ecuador, España, Estados Unidos, México y Perú.

Imagen de Juana Ibarbourou.

Con el inicio del año 1925 arranca la primera iniciativa de Arciniegas de publicar libros, y con el sello Ediciones Colombia se estrena con un volumen inequívocamente titulado Poemas, que incluye obra de la chilena Gabriela Mistral (1889-1957), las uruguayas Juana de Ibarbourou (1892-1979) y Delmira Agustini (1886-1914) y la argentina Alfonsina Storni (1892-1938). En realidad, este volumen quizá no resulta muy representativo de lo que sería a la larga el catálogo de Ediciones Colombia, pues la intención declarada era mostrar «la más selecta producción literaria colombiana», concediendo espacio al legado modernista pero también a escritores jóvenes colombianos, si bien cultivadores de géneros diversos entre los cuales algunos próximos al periodismo (como el cuadro de costumbres o la crónica).

Germán Arciniegas.

La colección es sobre todo representativa de esa transición de la publicación seriada propia de periódicos y revistas a la edición de libros, pues tras el texto de la obra, que suele ocupar poco menos de doscientas páginas, se incluyen cuarenta más que, bajo el título «El Suplemento. Literatura. Crítica. Informaciones», tiene los rasgos propios de una revista de actualidad cultural. Al parecer, la publicidad incluida en estas páginas, añadida a los ingresos por suscripciones, debía contribuir a sustentar la empresa, pero este sistema no acabó de funcionar como se esperaba.

Quien más y mejor ha analizado esta editorial, Paula Andrea Marín Colorado, describe sintéticamente los volúmenes del siguiente modo: «en rústica (carátula en cartulina), carátula a una tinta (o, eventualmente, a dos), sin ilustraciones, papel Edad Media (importado de España), precio de $0.50, tiraje no superior a quinientos ejemplares y formato pequeño (17×13 cm, por lo general)». Para los seis primeros Arciniegas recurrió a los servicios de la Editorial Minerva, que se había ocupado de los números de Universidad, pero Los poetas de América, en el que se recoge obra del uruguayo Julio Herrera y Reising (1875-1910), el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938) y el mexicano Enrique González Martínez (1871-1952), aparece ya impreso bajo la responsabilidad de Linotipo de Arciniegas y Mazuera, la empresa que acababa de crear con Fernando Mazuera como socio y que no tardaría en adoptar el nombre de Talleres de Ediciones Colombia.

Tomás Carrasquilla

El siguiente título de Ediciones Colombia, la novela breve de Tomás Carrasquilla (1858-1940) El Zarco, se había publicado ya por entregas en el periódico de Medellín El Espectador entre el 17 de abril y el 14 de junio de 1922, además de haber aparecido en mayo un fragmento en Sábado. Revista Semanal. Así pues, se trataba de la primera edición en volumen de una obra ya conocida por los lectores habituales de literatura, y de un autor que ya se había granjeado el favor de la crítica con cuentos como «Simón el Mago» (1890), «En la diestra de Dios padre» (1897), «El ánima sola» (1898) o «San Antoñito» (1899), y sobre todo con su primera novela, Frutos de mi tierra (Librería Nueva, 1896), pero que acabaría por triunfar con una novela publicada poco después que El Zarco, La marquesa de Yolombó (A. J. Cano, 1927).

Al mismo autor le publicaría Arciniegas ya en 1926 y como volumen 13 dos novelas breves más, Ligia Cruz y Rogelio.

Otro autor interesante que hizo fortuna con esta editorial fue el periodista y diplomático José Restrepo Jaramillo (1896-1945), cuya importancia como renovador de la narrativa colombiana, acaso por el peso de La Vorágine (1924) de José Eustasio Rivera (1888-1928), ha quedado un poco ensombrecida.

José Restrepo Jaramillo.

Al poco de abrirse la década, Restrepo Jaramillo había iniciado en prensa ‒en Caminos, de Barranquilla, y en Sábado y El Correo, de Medellín, ‒ una prolífica carrera como cuentista jalonada de aciertos («Pepino» se publica originalmente en 1922; «El empleado público» e «Hijos del dolor» en 1922; «Vidas» en 1923; «Horas», «El cuento de mañana» y «Mi tío ha muerto» en 1925, y de 1926 son «El inocente» y «Viaje de una noche de verano», por ejemplo).

Sin embargo, es con uno de los textos recogidos en el volumen colectivo de Cuentos publicado por Ediciones Colombia en 1925 que Restrepo Jaramillo se da a conocer a nivel nacional, «Roque». En este libro, publicado en 1925 como segundo número, el nombre de Restrepo Jaramillo se añadía a los de Efe Gómez, Luis Tablanca, Enrique Otero D’Costa, José Alejandro Navas, Manuel García Herreros, y Enrique Restrepo.

Mayor importancia incluso tuvo la publicación en 1926 de La novela de los tres y varios cuentos (siendo estos «Vidas», «León Mútilo», «Otro que se fue», «El cuento de mañana», «Horas», «Anoche», «El intruso» y «En la bifurcación»), pues convierte en tema mismo de la obra la ruptura con el realismo literario decimonónico y la renovación de la narrativa colombiana sirviéndose de tres personajes, uno de los cuales es escritor con una novela en marcha. No era nuevo el protagonismo de la escritura en la narrativa de Restrepo Jaramillo (lo era ya en «Psicopatía» y «Otro que se fue» y asociado en ambos casos al suicidio), pero en La novela de los tres el tema es tanto la creación literaria misma como la pugna entre los tres personajes por hacerse con control de lo escrito. Es evidente que, en su contexto, la publicación de La novela de tres por parte de las Ediciones Colombia era una apuesta por la modernización de la narrativa literaria del país.

Germán Arciniegas.

Ya desde el primer momento la editorial de Arciniegas alternó los nombres ya bien conocidos de la literatura latinoamericana con algunas apuestas más arriesgadas, pero esto no bastó para prolongar la vida de la empresa hasta más allá de 1927, dejando un catálogo de veintisiete títulos (véase el Anexo), al margen de otros treinta y ocho sin numerar que corresponden a libros elaborados por los Talleres de Ediciones Colombia pero nada tienen que ver con la labor de Arciniegas como editor.

Anexo: Títulos de la colección Ediciones Colombia:

1925:

Poemas (Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini y Alfonsina Storni).

Cuentos (Efe Gómez, «En la selva» y «Lorenzo»; Luis Tablanca, «La muchacha campera»; José Restrepo Jaramillo, «Roque»; Enrique Otero D’Costa, «La muerte de Juan Manuel» y «El cacique Salomón»; José Alejandro Navas, «El apólogo del rayo», «El doctor Bartolossi, loco» y «M. y Mme. D’Artigny»; Manuel García Herreros, «Inquietud adorable… Fecunda inconformidad» y Enrique Restrepo, «La parábolda de la fortuna»).

Versos (Guillermo Valencia, Victor M. Londoño, Guillermo Hispano y Max Grillo y prólogo de Rafael Maya).

Armando Solano, Glosario sencillo.

Laureano García Ortiz, Conversando.

Cuadro de costumbres. (Varios autores)

Los poetas de América (Julio Herrera y Reising, Leopoldo Lugones y Enrique González Martínez)

Tomás Carrasquilla, El zarco.

Alejandro Mesa Nicholls, Abandono. Nubes de ocaso. Juventud. Dramas.

Tomás Rueda Vargas, Pasando el rato.

Enrique Restrepo, El tonel de Diógenes.

El libro del veraneo (cuentos, cuadros de costumbres y crónicas de José Manuel Gorot, Eduardo Castillo, José Alejandro Bermúdez, Daniel Samper Ortega. Alberto Sánchez, Gabriela Mistral, Joaquín Emilio Jaramillo, Alfonso Gómez, Gabriel Vélez, Hawthorne, Dostoievski, O. Henry y Lenotre).

1926:

Tomás Carrasquilla, Ligia Cruz. Rogelio. Dos novelas cortas.

Roberto Boterro Saldarriaga, En las tierras del oro. Tradiciones y cuentos de Antioquía.

Antonio Gómez Restrepo, Literatura colombiana.

Ricardo Lleras Codazzi, Las conversaciones de Papá Rico.

L. E. Nieto Caballero, Los hombres de fuera.

Historia natural de los fantasmas. Crónicas y supersticiones de Santa Fe de Bogotá. (Varios autores)

José Restrepo Jaramillo, La novela de los tres y varios cuentos.

Antonio Gómez Restrepo, Bogotá. La literatura colombiana a mediados del siglo XIX. Dos ensayos.

Ecco Neli, Cuentos escogidos.

Baldomero Sanín Cano, Indagaciones e imágenes.

José Asunción Silva, Prosas.

1927:

Monseñor M. R. Carrasquilla, Oraciones fúnebres I.

Monseñor M. R. Carrasquilla, Oraciones fúnebres II.

Rafael Maya, El rincón de las imágenes (cuentos y poemas en prosa).

Marco Fidel Suárez, El libro de oro.

Fuentes:

Anónimo, «Germán Arciniegas y su Biografía del Caribe», Correo de las culturas del mundo, 1 de marzo de 2011.

Antonio Cacua Prada, Historia del periodismo en Colombia, Bogotá, Fondo Rotatorio Policía Nacional, 1968.

Juan Gustavo Cobo Borda, «Los libros de Arciniegas», Cuadernos Hispanoamericanos, núm 596 (febrero 2000), pp. 107-118.

Luis Horacio López Domínguez, «Arciniegas, periodista y editor», Revista Credencia Historia, núm. 131 (noviembre de 2000), pp. 10-12.

Paula Andrea Marín Colorado, «Germán Arciniegas, editor: Ediciones Colombia (1925-1927)», en Un momento en la historia de la edición y la lectura en Colombia (1925-1954). Germán Arciniegas y Arturo Zapata: dos editores y sus proyectos, Bogotá, Editorial Universidad del Rosario, 2017, pp. 1-33.

Paula Andrea Marín Colorado, «Semblanza de Ediciones Colombia (1925-1929)», Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2017.

Javier Ocampo López, «Maestro Germán Arciniegas. El educador, ensayista, cuturólogo e ideólogo de los movimientos estudiantiles en Colombia», Revista Historia de la Educación Latinoamericana, núm. 11 (2008), pp. 13-58.

Ángela Rivas Gamboa, «Un estudiante maestro», Historia Crítica (Universidad de Los Andes), núm. 21 (enero-junio de 2001), pp. 7-26.

Margarita Valencia, «La edición en Colombia», Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2017.

Serge I. Zaïtzeff, «El joven Arciniegas a través de su correspondencia con Carlos Pellicer», Historia Crítica (Universidad de Los Andes), núm. 21 (enero-junio de 2001), pp. 71-75.

Editoriales Salamandras en el Cono Sur

Al final de la excelente obra narrativa Enterrar a los muertos (Seix Barral, 2005), Ignacio Martínez de Pisón incluye una bibliografía muy útil para conocer la vida y la trayectoria del traductor José Robles Pazos (1897-1937), y en ella figura un libro de su amigo John Dos Passos (1896-1970) con el título La guerra civil española, con prólogo del biógrafo e historiador Stanley Weintraub (1929-2019), en traducción de Irene Bluthenthal Geis (1938-2002) y publicado en 1976 en Buenos Aires por La Salamandra Editora. Según consta en el colofón, se tiraron de ella tres mil ejemplares, pero lo que la hace singular es sobre todo la potente ilustración de la cubierta, obra del artista español Hélios Gomez (1905-1956).

No deja de tener su punto de ironía que Weintraub se hubiera ocupado previamente de uno de los dos prólogos ‒el otro lo firma el historiador italiano Aldo Garosci (1907-2000)‒ al libro La guerra de España, traducido por Carlos María Gutiérrez y Mario Schijman, publicado por las bonaerense Proceso en 1973 y Corregidor en 1975 y la caraqueña Cid en 1977, donde se recogen textos de Ernest Hemingway (1899-1961) sobre el tema de referencia, y cuya relación don Dos Passos quedó definitivamente maltrecha como consecuencia precisamente del que podríamos llamar «caso Robles Pazos». Sin embargo, Weitraub tenía una sólida reputación como buen conocedor del tema por lo menos desde la publicación de The Las Great Cause: The Intellectuals amd the Spanish Civil War (Weybright y W. H. Allen, ambas en 1968).

Es muy evidente que esta Salamandra que publica La guerra civil española no puede confundirse ni tiene ninguna relación con la editorial creada por Sigrid Kraus y Pedro del Carril inicialmente como sucursal en España de Emecé (luego independizada y hoy en el grupo Penguin Random House). En cambio, no es tan fácil establecer si existen algunos vínculos con una Salamandra que publicó algunos títulos en Montevideo.

En el año 1975 se publican en Buenos Aires con el sello de Salamandra por lo menos el muy reeditado Las fuerzas morales, del científico socialista italoargentino José Ingenieros (1877-1925), y dos traducciones de Victor Goldstein: La lutte avec l’ange (como Los nogales de Altenburg), de André Malraux (1901-1976), y un libro colectivo que recogía una mesa redonda en la que participaron entre otros Jean-Claude Fouquin, Pierre Vilar, Boris Fraenkel, Robert Paris, Stanley Pullberg y François Châtelet y que apareció con el título Dialéctica y pensamiento estructural. Mesas redondas a propósito de los trabajos de Althusser.

Ese mismo año 1975 se publican en Montevideo, encuadrados en una colección titulada Testimonios de Salamandra, algunos libritos de unas cuarenta páginas no menos interesantes: Eduardo Acevedo Díaz: Las batallas de la libertad, que recoge pasajes de las obras «Grito de Gloria» y «Épocas militares de los países del Plata»; La Cruzada de los 33, donde el historiador uruguayo Alfredo Castellanos (1908-1992) compila documentos sobre la llamada Cruzada Libertadora o Desembarco de los 33 en el que las fuerzas revolucionarias orientales se enfrentaron al ejército imperial del Brasil: las «Memorias» del almirante Guillermo Brown y las del general Juan Antonio Lavalleja, «Los sucesos de 1825», de Luis Ceferino de la Torre, los «Apuntes para la historia de la República», de C. Ayala y la «Memoria de la cruzada», de Juan Spikerman;  Julio Herrera Reising, Su vida y su obra, obra de extensión similar en el que la escritora Suleika de Collazo (1930-2013) prologa e incluye el texto completo del poemario del escritor uruguayo Peregrinos de piedra (y que indica en el colofón el 11 de mayo como fecha de fin de impresión).

A estos hay que añadir lo que se presenta como el primer tomo del Teatro completo del dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez (1875-1910), que en sus 244 páginas incluye los sainetes Los curdas (titulado originalmente La gente honesta), Canillita, Mano Santa, El Desalojo, La Tigra, Moneda Falsa y Marta Gruni, editadas, anotadas y prologadas por Fernando García Esteban (1917-1982), quien ya en 1939 había publicado en la chilena editorial Ercilla una biografía del dramaturgo (Vida de Florencio Sánchez, reeditada en 1970 por la editorial Alfa).

Nada más parece haber publicado la Salamandra uruguaya, mientras que la argentina dio a la luz apenas tres libros más y con una cadencia muy moderada: De 1975 es la edición de El estúpido siglo XIX. Informe sobre las insensateces homicidas que se han abatido sobre Francia desde hace 130 años, de León Daudet (1967-1942) y traducido por Benjamín Venegas.

Por último, de 1977 son dos libros que por su aspecto tienen una muy clara vocación de conformar colección, ambos del poeta libanés Jalil Gibran (1883-1931): El loco y El jardín del profeta, de los que en ninguno de los dos casos se indica el traductor.

El logo en la cubierta bastaría para marcar el parentesco con la misma iniciativa que publicó el libro sobre Althauser, pero la diferencia en cuanto al género y la temática pueden resultan bastante asombrosos y no dan indicios de ninguna línea editorial más o menos coherente a simple vista.

Italo Calvino y la autoría editorial: la asombrosa colección Centopagine (1971-1985)

Está fuera de discusión que, salvo en casos muy extraordinarios, la labor editorial es un trabajo colectivo y por tanto personalizar los éxitos y fracasos en este ámbito es erróneo por la propia naturaleza de esta actividad. Sin embargo, sí pueden establecerse grados de responsabilidad, y en este sentido el diseño intelectual de una colección por parte de un hombre de letras tan versátil como lo fue Italo Calvino (1923-1985) presenta diversos aspectos interesantes, empezando por la coherencia y/o desajustes entre sus facetas de teórico, escritor y editor.

Cuando Calvino crea en Einaudi la primorosa colección Centopagine, hacía ya tiempo que había abandonado formalmente la dirección editorial turinesa, que se encontraba en un momento creativo y en los últimos años había asistido al nacimiento de las nuevas colecciones Nuovo Politecino (1965), La Ricerca Letteraria (1965), Serie Politica (1968) y Einaudi Letteratura (1969). La Centopagine pretendía ocupar un hueco poco atendido hasta entonces por el sector editorial italiano pero de largo y fructífero recorrido, el de las obras narrativas breves de grandes autores de todos los tiempos y culturas, y al mismo tiempo redescubrir una parcela de la narrativa italiana escasamente leída (la producida entre finales del XIX y principios del XX).

La colección era por tanto expresión del pensamiento literario de Calvino ‒que hacía poco había publicado el relato tarotísico «El castillo de los destinos cruzados» (1969)‒ y de su reivindicación de la narración, del relato, en contraposición evidente tanto a los grandes monumentos novelísticos decimonónicos como a toda una corriente novelística más o menos emparentada con la antinovela y que abarca el «récit objectif», el «nouveau roman», el «roman objectif», la literatura de la indagación, la «école de minuit», la «école du regard», el neovanguardismo y todos sus sucedáneos y, por decirlo groseramente y en general, la novela en la que los acontecimientos y la acción pasan a un segundo o tercer plano o incluso tienden a desaparecer.

El texto de presentación, obra del propio creador y director de Centopagine, bien podría interpretarse como un manifiesto y una propuesta de modelos a partir de los cuales renovar el panorama literario occidental:

Centopagine es una nueva colección de Einaudi de grandes narradores de todos los tiempos y de todos los países, presentados no en sus obras monumentales, no en vastas novelas, sino en textos que pertenecen a un género no menos ilustre y en modo alguno menor: la «novela breve» o el «cuento largo».

En este sentido, en Centopagine confluyen de manera consciente la reflexión que sobre la literatura estaba llevando a cabo Calvino en esos años, el giro que estaba tomando su propia obra narrativa y su faceta de creador editorial con unos objetivos culturales para entonces muy bien definidos (intervenir activamente en la vivificación y popularización de la literatura de su tiempo), por lo que puede interpretarse también como una proyección, en el ámbito editorial, de la misma exploración o reflexión teórica y creativa que Calvino estaba desarrollando en el ámbito de la escritura. Por ello, y por la implicación de Calvino en muy diversas fases del proceso, no sería ningún disparate consignar esta colección en la bibliografía de Calvino junto a sus novelas, relatos, óperas, letras de canciones, ensayos, traducciones y antologías.

Calvino no se limitó a la muy meditada selección de títulos, que bastaría para identificar muchas de sus filias (ahí están Dostoyevski, Tolstoi, Balzac, Henry James…), sino que eligió e hizo un atento seguimiento tanto de las traducciones (en muchos casos nuevas) como de los textos que acompañaban a las obras editadas, cuando no los escribía él mismo, y desempeñó labores de edición de mesa.

Oreste Macrì

Es inevitable en este punto, para comprender la orientación de los paratextos que acompañaban estas ediciones, evocar una de las frases más citadas de su ya clásico Por qué leer a los clásicos: «Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él». Pero entre quienes escribieron prefacios o de quienes se seleccionaron textos para acompañar los relatos se cuentan nombres tan notables de la cultura europea como Walter Benjamin (1892-1940), Michel Foucault (1926-1984), Leone Grinzburg (1909-1944) y su esposa Natalia (1916-1991), Giorgio Manganelli (1922-1990), Leonardo Sciascia (1921-1989), los críticos literarios Luigi Baldacci (1930-2002), Oreste Macrì (1913-1998) o Vittorio Strada, e incluso un treintañero Claudio Magris (n.1939), que por entonces era profesor titular de Filología Germánica en la Universidad de Turín y se ocupó de todos los textos de autores de expresión alemana (Ludwig Achim von Arnim, Charles Sealsfield y dos libros de E. T. A. Hoffmann).

La colección se abrió en 1971 con Fosca, obra inacabada del anticonformista y bohemio scapigliato Iginio Ugo Tarchetti (1839-1869) y concluida por su amigo Salvattore Farina (1846-1918), en cuyo protagonista Calvino identificaba un antecedente de D’Annunzio y que se publicó precedida de una nota introductoria de Folco Portinari; a la muerte de su creador, en 1985, se habían publicado en Centopagine setenta y siete títulos, con una cadencia media de cuatro títulos anuales, pero con muchas variaciones (doce en 1972 y uno solo en 1978). En cuanto a ámbitos culturales, el número de títulos de autores italianos es muy predominante (44), y le siguen los franceses (18), rusos (11), británicos (10) y estadounidenses (9), muy lejos de los cuatro alemanes o del único título originalmente en español (el Lazarillo de Tormes, editado por Macrì y considerado un precursor de la novela moderna). En cuanto a los períodos históricos, el grueso de los textos procede del siglo XIX y en su mayoría de la segunda mitad (47 de 59), siete del XIX, seis del XVII y sólo dos de los siglos XV y XVI. (Véase el listado completo en el Apéndice al final del texto).

Hay ciertamente pocas sorpresas o novedades absolutas, más allá de la voluntad de redescubrimiento de autores importantes, pero destacan en este sentido el Diario para Eliza, de Lawrence Sterne (1713-1768), El viajero desgraciado, de Thomas Nashe (1567- c. 1601) o La Fanfarlo, de Charles Baudelaire (1821-1867), así como el inesperado éxito de Un matrimonio de provincias, de la pionera del feminismo italiano Marquesa Colombi (Maria Antoniette Torriani, 1840-1920), que sirvió tanto para revalorizar esta novela como para que se iniciara una recuperación del conjunto de la obra de Colombi que ha acabado por canonizarla. Probablemente sea la alternancia de textos muy famosos con otros olvidados por completo lo que explique la disparidad de tiradas, que se movían entre los 10.000 y los 13.000 ejemplares pero en algunos casos llegaban a los 15.000 e incluso más (Tolstoi, Conrad o De Amicis, por ejemplo).

Se ha señalado como modelo intelectual de la colección calviniana la adusta colección de narrativa creada por Giuseppe Antonio Borgesse (1882-1952) para Mondadori Biblioteca Romantica, que publicó una cincuentena de títulos entre 1930 y 1942 y en la que también eran importantes tanto los paratextos como las traducciones llevadas a cabo por escritores de prestigio de obras fundamentales (Don Quijote, La cartuja de Parma, La isla del tesoro, El retrato de Dorian Gray, Ana Karenina, Orgullo y prejuicio…) y se dirigían ambas a un mismo tipo de lectores. Sin embargo, también es evidente que son notables las diferencias, y en primer lugar la presentación un tanto lujosa de la colección de Borgesse.

En cuanto al aspecto visual de los libros (de 19,5 x 11,5 cm) como escribe Ferrero en La tribu Einaudi «cuando había que diseñar una nueva colección, llegaba desde Milán Bruno Munari» (1907-1998), y este caso no fue diferente. La amplísima trayectoria y el ecuménico reconocimiento que para entonces ‒en 1957 había obtenido la Medalla de Oro en la Trienale de Venecia por sus libri illeggibile‒ había convertido ya a Bruno Munari en un referente del diseño gráfico italiano, y puso su talento al servicio de una colección en la que importaban mucho los nombres de los autores y sobre todo de los títulos, que fijó en diversas tipos en función de la época o el carácter de la obra, enmarcó son mucha sobriedad y decoró con mucha imaginación (en algunos casos recurriendo a cenefas y en otros a fotografías). Sólo en la etapa final, entre 1976 y 1980, se ocupó provisionalmente del diseño de las cubiertas el director creativo de Einaudi, Max Huber (1919-1992), que modernizó pero mantuvo la línea general de la colección.

Italo Calvino con J.L.Borges.

Fuentes:

Italo Calvino, Los libros de los otros. Correspondencia (1947-1981), edición de Giovanni Tesio, traducción de Aurora Bernárdez y nota previa de Carlos Fruttero,  Siruela (Biblioteca Italo Calvino 34), 2014.

Per què llegir els clàssics, traducción al catalán de Teresa Muñoz Lloret, Barcelona, Edicions 62 (Llibres a l’Abast), 2016.

Ernesto Ferrero, La tribu Einaudi. Retrato de grupo, traducción de Chiara Giordano y Javier Echalescu y prólogo de Manuel Rodríguez Rivero, Madrid, Trama Editorial (Tipos Móviles 31),  2020.

Ulderico Lorillo, «Calvino e le sue Centopagine», Flanerí, 30 de enero de 2018.

Michel Martino, Calvino editor e ufficio stampa. Dal «Notiziario Einaudi» ai Centopagine, Roma, Oblique Studio, 2012.

VV. AA., «Centropagine Einaudi», en el blog FN.

Apéndice: La colección Centopagine (1971-1985), adaptada de la entrada en Wikipedia.

1. Iginio Ugo Tarchetti, Fosca, nota introductoria de Folco Portinari, 1971.

2. Lev Tolstoi, La sonata a Kreutzer, nota introductoria de Vittorio Strada, traducción de Leone Ginzburg, 1971.

3. Guy de Maupassant, Pierre y Jean, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Gioia Zannino Angiolillo, 1971.

4. Fiódor Dostoyevski, Le notti bianche, nota introductoria de Angelo Maria Ripellino, traducción de Vittoria de Gavardo, 1971.

5. Henry James, Daisy Miller, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Francesco Mei, 1971.

6. Edmundo de Amicis, Amore y ginnastica, nota introductoria de Italo Calvino, 1971.

7. Joseph Conrad, La linea d’ombra, nota introductoria de Cesare Pavese, traducción de Maria Jesi, 1971.

8. Joseph von Eichendorff, Storia di un fannullone, nota introductoria de Cesare Cases, traducción de Ugo Natoli, 1971.

9. Denis Diderot, La monaca, nota introductoria de Franco Cordero, traducción de Carlo Borelli, 1972.

10. Herman Melville, Benito Cereno, nota introductoria y traducción de Cesare Pavese, 1972.

11. Aleksander Pushkin, La figlia del capitano, nota introductoria de Leone Ginzburg, traducción de Alfredo Polledro, 1972.

12. Mark Twain, L’uomo che corruppe Hadleyburg, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Brino Fonzi, 1972.

13. Anton Chejov, Reparto n. 6, nota introductoria de Vittorio Strada, traducción de Agostino Villa, 1972.

14. Stendhal, La badessa di Castro, nota introductoria y traducción de Pietro Paolo Trompeo, 1972.

15. Ludwig Achim von Arnim, Isabella d’Egitto, nota introductoria de Claudio Magris, traducción de Rosa Spaini, 1972.

16. Achille Giovanni Cagna, Alpinisti ciabattoni, nota introductoria de Lorenzo Mondo, nota lingüística de Corrado Grassi, 1972.

17. Carlo Dossi, L’Altrieri. Nero su bianco, nota introductoria de Dante Isella, 1972.

18. Thomas Nashe, Il viaggiatore sfortunato, nota introductoria y traducción de Antonio Sarzotti, 1972.

19. Gaetano Carlo Chelli, L’eredità Ferramonti, nota introductoria de Roberto Bigazzi, 1972.

20. Lazarillo de Tormes, edición de Oreste Macrì, nota introductoria y traducción de Vittorio Bodini, 1972.

21. Honoré de Balzac, Ferragus, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Clara Lusignoli, 1973.

22. Ernest Theodor Amadeus Hoffmann, La principessa Brambilla, nota introductoria de Claudio Magris, traducción de Alberto Spaini, 1973.

23. Marchesa Colombi, Un matrimonio in provincia, nota introductoria de Natalia Ginzburg, 1973.

24. Robert Louis Stevenson, Il padiglione delle dune, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Ninì Agosti Castellani, 1973.

25. Thomas de Quincey, Confessioni di un oppiomane, nota introductoria y traducción de Filippo Donini, 1973.

26. Angelo Constantini, La vita di Scaramuccia, nota introductoria de Guido Davico Bonino, traducción de Mario Bonfantini, 1973.

27. William Beckford, Vathek, nota introductoria de Alberto Moravia, traducción de Giaime Pintor, 1973.

28. Lev Tolstoi, Due ussari, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Agostino Villa, 1973.

29. Madame de La Fayette, La principessa di Clèves, nota introductoria y traducción de Maria Ortiz, 1973.

30. Joseph Conrad, Cuori de tenebra, nota introductoria de Giuseppe Sertoli, traducción de Alberto Rossi, 1973.

31. Voltaire, Zadig, nota introductoria de Franco Ferrucci, traducción de Tino Richelmy, 1974.

32. Charles Sealsfield, La prateria del Giacinto, nota introductoria de Claudio Magris, traducción de Alberto Spaini, 1974.

33. Robert Louis Stevenson, Olalla, nota introductoria de Giorgo Manganelli, traducción de Aldo Camerino, 1974.

34. Fiodor Dostoyevski, Il sogno dello zio, nota introductoria de Angelo Maria Ripellino, traducción de Alfredo Polledro, 1974.

35. Édouard Dujardin, I lauri senza fronde, nota introductoria y traducción de Nicoletta Neri, 1975.

36. Guido Nobili, Memorie lontane, nota introductoria de Geno Pampaloni, 1975.

37. Friedrich de la Motte Fouqué, Ondina, nota introductoria y traducción de Lelio Cremonte, 1975.

38. Nyta Jasmar, Ricordi di una telegrafista, nota introductoria de Giulio Ungarelli, 1975.

39. Giovanni Boine, Il peccato, edición de Giulio Ungarelli, 1975.

40. Henry James, Il riflettore, nota introductoria de Sergio Perosa, traducción de Mario Manzari, 1976.

41. Ambrose Bierce, Storie di soldati, nota introductoria de Francesco Binni, traducción de Antonio Meo, 1976.

42. Neera, Teresa, nota introductoria de Luigi Baldacci, 1976.

43. Giovanni Cena, Gli Ammonitori, edición de Folco Portinari, 1976.

44. Carlo Dossi, Vita di Alberto Pisani, nota introductoria de Alberto Arbasino, 1976.

45. William Butler Yeats, Rosa alchemica, nota introductoria y traducción de Renato Oliva, 1976.

46. Kate Chopin, Il risveglio, nota introductoria y traducción de Erina Siciliani, 1977.

47. Remigio Zena, Confessione postuma: quattro storie dell’altro mondo, edición de Alessandra Briganti, 1977.

48. Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen, Vita dell’arcitruffatrice y vagabonda Coraggio, nota introductoria de Italo Michele Battafarano, traducción de Italo Michele Battafarano y Hildegard Eilert, 1977.

49. Emilio Praga, Memorie del presbiterio: scene di provincia, edición de Giuseppe Zaccaria, 1977.

50. Honoré de Balzac, La ragazza dagli occhi d’oro, nota introductoria de Giancarlo Marmori, traducción de Paola Massino, 1977.

51. Prosper Mérimée, Carmen y altri racconti, nota introductoria de Pietro Paolo Trompeo, traducción de Sandro Penna, 1977.

52. Nikolai Leskov, Il viaggiatore incantato, con un ensayo de Walter Benjamin, traducción de Tommaso Landolfi, 1978.

53. Henry James, Il carteggio Aspern, introducción de Claudio Gorlier, traducción de Maria Luisa Agosti Castellani, 1978.

54. Nikolai Gogol, Le veglie alla fattoria di Dikanka, nota introductoria de Vittorio Strada, traducción de Giovanni Langella, 1978.

55. Luigi Pirandello, Il turno, introducción de Leonardo Sciascia, 1978.

56. Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, Gli elisir del diavolo, ensayo introductorio de Claudio Magris, traducción de Carlo Pinelli, 1979.

57. Enrico Pea, Moscardino. Il servitore del diavolo. Il volto santo, edición de Marcello Ciccuto, introducción de Silvio Guarnieri, 1979.

58. Denis Diderot, Jacques il fatalista y il suo padrone, edición de Michele Rago, traducción de Glauco Natoli, 1979.

59. Herculine Barbin, Herculine Barbin, detta Alexina B.: Una strana confessione: memorie di un ermafrodito, presentación de Michel Foucault, nota introductoria y traducción de Brunella Schisa, 1979.

60. Anatole France, La rosticceria della Regina Pédauque, introducción de Emilio Faccioli, traducción de Anna Maria Salvatorelli, 1980.

61. Charles Baudelaire, La Fanfarlo, nota introductoria y traducción de Anita Tatone Marino, 1980.

62. Gustave Flaubert, Tre racconti, nota introductoria y traducción de Lalla Romano, 1980.

63. Giuseppe Torelli, Emiliano, edición de Maria Patrucco Rustico, nota introductoria de Marziano Guglielminetti, 1980.

64. Fiódor Dostoyevski, Memorie del sottosuolo, nota introductoria de Leone Ginzburg, traducción de Alfredo Polledro, 1980.

65. Lawrence Sterne, Un romanzo politico, nota introductoria de Giorgio Melchiori, traducción de Giuseppe Martelli, 1981.

66. Carlo Dossi, La desinenza in A, edición de Dante Isella, 1981.

67. Honoré de Balzac, I piccoli borghesi, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Luciano Tamburini, 1981.

68. Fiódor Dostoyevski, L’eterno marito, introducción de Alberto Moravia, traducción de Clara Coisson, 1981.

69. Fiódor Dostoyevski, Il giocatore, nota introductoria de Leone Ginzburg, traducción de Bruno Del Re, 1982.

70. William Butler Yeats, John Sherman. Dhoya, introducción de Petro De Logu, traducción y notas de Dario Calimani, 1982.

71. Théophile Gautier, Spirite: novella fantastica, nota introductoria y traducción de Franca Zanelli Quarantini, 1982.

72. Antoine Françoise Prévost, Storia del cavaliere des Grieux y di Manon Lescaut, nota introductoria de Gian Carlo Roscioni, traducción de Maria Ortiz, 1982.

73. Henry James, Una vita londinese, nota introductoria de Sergio Perosa, traducción de Marilla Battilana, 1983.

74. Federigo Tozzi, Con gli occhi chiusi, nota introductoria de Luigi Baldacci, 1983.

75. Henry James, La fonte sacra, nota introductoria y traducción de Sergio Perosa, 1984.

76. Theodor Fontane, Schach von Wuthenow, nota introductoria de Cesare Cases, traducción de Maria Teresa Mandalari, 1985.

77. Algernon Swinburne, Un anno di lettere, nota introductoria y traducción de Masolino D’Amico, 1985.

La colección Ucronía y el underground catalán del postfranquismo

La historia de la colección Ucronía ha quedado hasta tal punto marcada por su polémico desenlace —un episodio que concluyó con un manifiesto «Contra cualquier censura» firmado por Juan Cruz, Jaime Gil de Biedma, Lluís Llach, Severo Sarduy y Copi, entre otros—, que apenas se recuerda otra cosa de su muy interesante trayectoria que ese funesto conflicto protagonizado sobre todo por el escritor mallorquín Biel Mesquida y el periodista oriolano Federico Jiménez Losantos.

Todo empezó a cocerse en una empresa llamada Iniciativas Editoriales, cuya cabecera más emblemática fue la revista de izquierdas El Viejo Topo, que había sido creada en 1976 por el periodista y crítico musical Claudi Montanyá (1944-1977), el profesor de filosofía Josep Sarret y el periodista y editor Miguel Riera, y que no tardó en disponer también de una editora de libros.

Biel Mesquida.

En el seno de esta casa editorial y al parecer por iniciativa de Montanyà se creó pues la colección Ucronía, en la que fungía como codirector Miguel Riera y dirigía un joven Biel Mesquida avalado ya por una trayectoria cuanto menos prometedora. Por entonces hacía poco que su novela L’adolescent de sal se había alzado con el premio Prudenci Bertrana de 1973, un galardón que en esos años había empezado a dar a conocer a nuevos autores y apostaría en los siguientes por novelas inequívocamente rompedoras, como es el caso de Oferiu flors als rebels que fracassaren, de Oriol Pi de Cabanyes (premiada en 1972) o lo sería en menor medida después el de Cavalls cap a la fosca, de Baltasar Porcel (en 1975, después de dejar desierto el de 1974) y sobre todo el caso de L’udol del griso al caire de les clavegueres de Quim Monzó (en 1976).

Tampoco pasaban desapercibidas en ciertos círculos de tintes contraculturales las colaboraciones de Mesquida en Qwerty Poiuy. Revista de Literatura (1974-1977) creada en el seno de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona por un grupo de estudiantes entre los que se contaban, además de Mesquida, Alberto Cardín, Jiménez Losantos y Jordi Llovet, y heredera de esta suele considerarse la revista Diwan, fundada en enero de 1978 por Mesquida, Cardín, Jiménez Losantos y Javier Rubio, todos ellos muy próximos a la órbita de El Viejo Topo, cuando no colaboradores de la misma.

Cuando empiezan a distribuirse los primeros libros de Ucronía, Mesquida había visto ya por fin publicada en 1975 L’adolescent de sal, cuyo retraso en aparecer hay que atribuir a la censura, además de haber hecho una edición privada del poemario Matèria de cos, en colaboración con Steva Terrades. Los títulos publicados en Ucronía son representativos de ese mismo momento fugaz de la contracultura y el underground catalán, del que forma también parte el volumen colectivo aparecido en 1974 El parking de les feres (con obra literaria y gráfica de Fina Miralles, Arcadio Reynes, Oriol Pi de Cabanyes, Wendy Granger, Fernando Trias, Junoy y Jaume Vallcorba, entre otros), que constituye el origen de lo que serían una serie de volúmenes atribuidos a Edicions 62 por cuestiones legales pero llevadas a cabo por unas efímeras Edicions 1068: Anotacions-31 de desembre de 1974 (1975), de Bigas LunaExercicis de cal·ligrafia (1975), de Alexandre Ferrer i Pucci Vilurbina, y  Notes nocturnes (1976), de Albert Ràfols-Casamada.

Se trata de iniciativas que, no sin cierto retraso, llegaban empapadas de las teorías literarias francesas de las que en Cataluña estaban empezándose a traducirse algunos textos, sobre todo en revistas especializadas como Els Marges. En palabras del poeta y exguitarrista de Rigor Mortis Eduardo Haro Ibars (1948-1988) reseñando un título de Ucronía:

 [Cataluña[ sigue siendo una colonia cultural francesa; que la influencia anglosajona, tan importante en el resto del mundo, aquí ha pasado de una manera un tanto tangencial en materia de pensamiento. Francia sigue dictando aquí sus modos culturales: se es telqueliano, estructuralista o lacaniano de una manera natural y con unos años de retraso sobre los originales.

En 1977 publica Ucronía Self service, que en una muy perspicaz reseña Maria Campillo describió en su momento como «una recopilación de cuentos, manifiestos, declaraciones de principios, relatos que parecen guiones cinematográficos, índices bibliográficos que parecen manifiestos y manifiestos que parecen índices bibliográficos, etcétera», algunos de ellos obra de Mesquida y el resto por Quim Monzó.

Presentación de Self Service, porrón mediante, en la Ramblas de Barcelona en el Sant Jordi de 1978. Biel Mesquida, Pepa López, Pep-Maür Serra, dos personajes no identificados, Claudi Montanyá i Quim Monzó.

Del mismo año es Puta Marès (Ahí), de nuevo de Mesquida, lo que podría empezar a incentivar la idea de que se trataba de una colección destinada sobre todo a dar salida a su ebullición creativa. La intertextualidad, la dinamitera subversión de la narrativa popular, la mezcolanza de lenguas (catalán, francés, español y en mucha menor medida inglés y árabe), la crudeza expresiva, la transgresión sexual, discursiva y de valores la convirtieron en un asombroso zapatazo sobre la mesa de un panorama literario cuyos debates centrales eran en aquellos años la recuperación de una tradición literaria muy debilitada por los largos años de franquismo (con una continuidad problemática), la normalización d la lengua catalana en cuanto a su uso social y la cuestión de la lengua literaria catalana, de modo que la crítica especializada no supo muy bien cómo hacer encajar esa obra, pese a que esta incluye también el manifiesto (o parodia de los tan frecuentes manifiestos de aquellas fechas) «Babel catalana, on no ets?», publicado previamente en el primer número Diwan (de enero de 1978).

A continuación se publicó en Ucronía, ya en 1978 y en traducción del francés de Javier Rubio, El buen sexo ilustrado (1978), del famoso pedófilo confeso y escritor Tony Duvert (1945-2008), quien unos años antes había obtenido el premio Médicis por Paysage de fantasie (en Editions de Minuit). Conocido sobre todo por la desarticulación de las convenciones de la novela clásica de sus primeras novelas (juegos tipográficos, diversidad de tramas y de puntos de vista, alteración del orden cronológico, etc.) y del marcado componente político de su obra, la publicación de un autor como Duvert (a quien en España sólo se le publicó luego el Diario de un inocente en traducción de Manuel Arranz en Pre-Textos), es ya orientativo de los modelos y las influencias que estaba adoptando y adaptando el grupo de escritores que se movían alrededor de Ucronía.

Varios de ellos aparecen en el siguiente de los libros publicados por esta editorial, una obra colectiva provocativamente titulada La revolución teórica de la pornografía (1978), preparada por Cardín y Jiménez Losantos y que incluye textos de, en orden alfabético, Mesquida (que firma B. Amengual), el psicoanalista argentino Adolfo Berenstein, el antropólogo y ensayista asturiano Alberto Cardin (1948-1992), J.F. David, el crítico cinematográfico Christian Deschamps, el psicólogo y publicista argentino Germán L. García, Sara Glasmann, la filósofa y lingüísta belga Luce Irigaray, el periodista francés G. Hennebelle, Jiménez Losantos, el escritor y periodista francés Gilles Lapouge, el crítico cinematográfico italofrancés Joseph Marie M. Lo Duca (1910-2004), el psicólogo argentino Óscar Masotta (1930-1979), el psicólogo italiano D. Poggi y el crítico y novelista francés Philippe Sollers. En parte por lo menos, el libro había tenido su origen en una mesa redonda celebrada en la casa barcelonesa de Masotta el 13 de febrero de 1977 (cuyos resultados se publicaron en octubre 2002 en Buenos Aires en el tercer número de la Revista Conceptual. Estudios de Psicoanálisis con el título «El psicoanálisis ante la pornografía»).

El listado de títulos publicados por Ucronía se completa, salvo error, con dos libros más; los cuentos de Alberto Cardín ilustrados con dibujos del diseñador Adolfo Fernández Punsola Detrás por delante (de enero de 1978), recuperado por Laertes en 1986 y que en la edición original se presenta, con la delirante verbosidad jergal propia de la época, como «ante todo un artificio retórico, figura de detracción lo suficientemente equívoca para resultar vendible. […] Hay una torcedura básica, a pesar de todo, un hilo de través, que encadena los temas al significante, haciendo que éste adopte la forma ya manida de aquéllos o éstos se borren en favor de aquél».

Y, por último, la novel·la con la que el debutante valenciano Ferran Cremades había ganado el Premi Sant Jordi en 1977, Coll de serps (1978), que ya suscitó un memorable follón porque la editorial que solía publicar a los ganadores, la Selecta, se negó a incluirlo en su catálogo por temor a represalias, la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana protestó con vehemencia y el crítico y editor Josep Maria Castellet (1926-2014) fue apartado del jurado, lo que a su vez provocó la renuncia de otros dos miembros del mismo, Jordi Llovet y Jordi Castellanos (1946-2012). Así pues, el libro de Cremades apareció en las corajuda colección Ucronía.

Sin embargo, la pataleta de Jiménez Losantos cuando Riera se negó a publicarle fue ya demasiado, así que la colección acabó por desaparecer sin dejar más rastro.

Fuentes:

Maria Campillo, reseña de Self-service, de Biel Mesquida y Quim Monzó, Els Marges, núm. 12 (1978), pp. 126-128.

Jaume Guillamet, «No s’autoritza el Bertrana 73» (entrevista a Biel Mesquida), Presència, 13 de julio de 1974, p. 20.

Eduardo Haro Ibars, «Porno-pasión y porno-reflexión», Triunfo,  núm. 814 (2 de septiembre de 1978), pp. 47-48.

Max Hidalgo Nátcher, Los estudios literarios en Argentina y en España. Institucionalización e internacionalización. 1 Teoría en tránsito. Arqueologóa de la crítica y la teoría literaria españolas de 1966 a la posdictadura, Ciudad de Santa Fe, Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2022.

Margalida Pons, «Aproximació a la narrativa experimental postfranquista», Catalan Review, núm. 19 (2005), pp. 173-196

Margalida Pons, «La subversió lingüística com a alternativa identitària en la narrativa postfranquista», Journal of Catalan Studies, 2017, pp. 104-125.

Enric Sullà, reseña de L’udol del griso al caire de les clavegueres, de Quim Monzó, Els Marges, núm. 10 (1977), pp. 127-129.

La editorial Ciencia Nueva y las estrategias censorias

En su impresionante análisis de Los estudios literarios en Argentina y España, Max Hidalgo destaca a la editorial Ciencia Nueva como fundamental en la introducción en España de unos determinados textos estructuralistas que marcaron muy definitivamente el tipo de recepción y la incidencia de éste en el campo literario peninsular; y ya antes, Francisco Rojas Claros había descrito esta singular empresa de vida breve (1965-1970) como «pionera en cuanto a publicación de libros de corte marcadamente político e ideología marxista disidente con los postulados tradicionales del régimen [franquista]» y Carmen Menchero de los Ríos la había definido como «un caso ejemplar del recurso al ordenamiento jurídico como coartada para la acción punitiva de las instituciones sobre la producción cultural.».

La estructura empresarial de Ciencia Nueva ya es indicativa de algunas iniciativas eminentemente colaborativas que empiezan a abundar en el sector editorial español a mediados de los años sesenta: la crean con un capital declarado —al parecer sin correspondencia con la realidad— de quinientas mil pesetas una docena de estudiantes vinculados a la Universidad Complutense de Madrid ideológicamente próximos al Partido Comunista de entre los que algunos tendrán luego una trayectoria profesional muy notable en el ámbito de la cultura, como es el caso de la socióloga Valentina Fernández Vargas (n. 1940), el luego editor de Turner José Esteban (n. 1935), el poeta y más tarde fundador de la editorial Hyperion Jesús Munárriz (n. 1940), la dramaturga y narradora Lourdes Ortiz (n. 1943), la historiadora y traductora María Rosa de Madariaga Álvarez-Prida (1937-2022) o el dirigente comunista por entonces en la clandestinidad y más tarde diputado en la primera legislatura posfranquista Jaime Ballesteros (1932-2015). Y a este núcleo inicial se sumarían además enseguida otros intelectuales emergentes destacados, como los filósofos Gustavo Bueno (1924-2018) y Manuel Sacristán (1925-1985), el jurista Roberto Mesa (1935-2004) o los historiadores Valeriano Bozal (n. 1940) y Antonio Elorza (n. 1943).

Hay un consenso en situar Ciencia Nueva un una tendencia a la creación de pequeñas editoriales con un marcado compromiso con la renovación ideológica cuyo público potencial eran unos sectores de jóvenes universitarios, cada vez más amplios, y a la que en muchos casos caracteriza una estructura empresarial y unos sistemas de distribución que se apartaban por completo de las convenciones de la época y de las que son ejemplo la evolución que estaban teniendo Ariel (n. 1942), las barcelonesas Terra Nova (1958-1978), Estela (1958-1971) y su continuadora Laia (1972-1989) y empresas como Edicions 62 (n. 1962), ZYX (1963-1968) o Edicusa (1965-1978), a las que a finales de la década se añadirían aún otras como la Lumen de Esther Tusquets (1936-2012) y sobre todo Kairós (n. 1964), Anagrama (n. 1969) o Tusquets Editores (n. 1969).

La creación en octubre de 1965 de la editorial —que se estrena con el libro publicado originalmente en inglés en 1939 Ciencia y política en el mundo antiguo, del erudito irlandés Benjamin Farrington (1891-1974), y con La evolución de la sociedad, del filólogo y arqueólogo australiano Vere Gordon Childe (189-1957), cuya edición original en inglés era de 1951—, se anticipaba en poco a cambios significativos en la legislación sobre censura, y en particular a la promulgación de la Ley de Prensa e Imprenta de marzo de 1966 (conocida popularmente como «ley Fraga» y que venía a sustituir una de 1938; esto es: redactada durante la guerra civil). Tal circunstancia hizo que, como todas las editoriales ya en activo, Ciencia Nueva tuviera que solicitar el prescriptivo número del Registro de Empresas Editoriales, cosa que hizo en febrero 1967 y se topó entonces con un silencio que no se rompería hasta marzo de 1969, cuando le fue denegado alegando falta de información sobre los miembros de la editorial e insuficientes datos acerca del patrimonio de la empresa en lo que Carlota Álvarez Maylín ha descrito como «uno de los procesos más importantes» entre las editoriales y la administración del tardofranquismo. Se entró entonces en un proceso de negociación que hizo que incluso después de desaparecida la empresa el asunto aún estuviera pendiente de resolverse. Esto hizo que Ciencia Nueva, que tuvo muy buena acogida tanto entre los lectores como entre la prensa de izquierda, fuera durante toda su trayectoria muy vulnerable a la acción de la censura.

El catálogo de Ciencia Nueva fue construyéndose sobres cuatro colecciones nacidas casi simultáneamente: la inicial Ciencia Nueva, Los Complementarios (dirigida por Ballesteros en cuanto salió de una estancia en prisión), que se estrenó en 1966 con Cine español en la encrucijada (1966), de César Santos Fontenla (1931-2001), Cuadernos Ciencia Nueva, cuyo primer título fue Cervantes humanizado, del poeta y ensayista Ramón de Garciasol (Miguel Alonso Calvo, 1913-1994) y el editor y traductor Arturo del Hoyo (1917-2004) y Clásicos Ciencia Nueva, que arranca al año siguiente con una edición a cargo de Jesús Munárriz de En defensa de las Cortes, con dos apéndices, uno sobre la Libertad de Imprenta y otro en Defensa de los Derechos de Reunión y Asociación de quien fuera diputado en las Cortes de Cádiz Álvaro Flórez Estrada (1766-1853). A ellas se añadiría en 1968 la colección Las Luchas de Nuestros Días, que se estrenó con un título de quien dirigía la colección, Roberto Mesa: Vietnam, conflicto ideológico.

Billete de 25 pesetas con el retrato de Flórez Estrada.

A estas habría que añadir aún El Bardo, la valiente colección de poesía creada en 1964 por José Batlló (1939-2016) y que en su periplo por diversas editoriales, en 1967 recayó durante unos años en Ciencia Nueva a partir del número 36 de la colección (Epopeya sin héroe, de Rafael Soto Vergés).

Tras un perspicaz análisis del catálogo, Rojas Claros describe su contenido como «los límites de lo editable» en el contexto de esa época de modernización de la censura y subraya la enorme cantidad de títulos que se presentaban a consulta previa (para evitar un secuestro posterior, que sus debilidad económica no hubiera podido soportar) con la esperanza de que algún porcentaje de los títulos fuera autorizado. Así pues, la censura franquista operaba contra Ciencia Nueva por dos caminos que también padecieron otras editoriales pequeñas y de rasgos similares: por un lado, obligándolos, en la práctica (aprovechando que financieramente no podían resistir los secuestros administrativos de ejemplares) a presentar a censura previa todo aquello que pretendieran publicar (pudiendo en tal caso obligar a cambios en el título, supresiones de pasajes o prólogos o incluso alteraciones de las tiradas previstas), y por otro lado denegando, simple y llanamente, la autorización para publicarlos. Explica Carmen Menchero de los Ríos (quien abordó ya el asunto en su Memoria de Suficiencia Investigadora): «De un total de doscientos títulos proyectados en la historia de la editorial, topó con la denegación de cuarenta y seis obras y se vio obligada a realizar mutilaciones en el texto de otras treinta y cuatro, atendiendo a las “tachaduras” del cuerpo de lectorado».

Rojas Claros ofrece de ello algunos ejemplos muy ilustrativos: En abril de 1965 censura deniega a Ciencia Nueva autorización para publicar Lengua libre y libertad lingüística, del académico Benvenuto Terracini (1886-1968), atendiendo a una nota firmada el 31 de marzo de ese año por el jefe de la Oficina de Enlace, Luis Santiago de Pablos, y dirigida a los Servicios de Orientación Bibliográfica, según la cual «hasta nueva orden, no se admitirá para su publicación en España obra alguna que haya sido editada por Einaudi», lo cual sin duda tiene que ver con la publicación en la combativa editorial de Giulio Einaudi (1912-1999) de los Canti della nuova resistenza spagnola (1939-1961) (1962), en el que miembros del grupo musical Cantacronache compilaban veintiséis canciones y tres poemas antifranquistas recogidos durante su gira por España en 1961. Es decir, se les impedía publicar ese título a modo de venganza contra una editorial italiana no afecta al régimen franquista.

A este todavía añade Roja Claros los casos del Ensayo sobre la concepción monista de la historia, de Gueorgui Plejánov (1856-1918) en noviembre de 1966, los de Hombre y evolución (que en México había publicado Grijalbo ya en 1962) y Socialismo e individuo de John Lewis en enero del año siguiente e incluso el de Las luchas de clases en Francia, de Marx y Engels, en el que no valieron nada las alegaciones del carácter de clásico y se les obligó a eliminar tres citas de Lenin del texto y un pasaje en el texto de contracubierta, y el caso es que se solicitaba autorización para hacer tres mil ejemplares a quince pesetas y finalmente se hicieron solo quinientos a sesenta pesetas (ya en los años cuarenta el hecho de que un libro fuera caro era un argumento para autorizarlo, pues se presuponía que de ese modo no llegaría a manos de lectores de poco o mal criterio).

En el aspecto más formal, los libros de Ciencia Nueva vienen marcados por la impronta que les dan los primeros trabajos como diseñador gráfico del polifacético Alberto Corazón (1942-2021), quien entre 1960 y 1965 había cursado Sociología y Ciencias Económicas en la Universidad Complutense y en esos años hace su gran despegue como uno de los grafistas más interesantes del sector editorial español y poco después dará nombre a la editorial que recoge el testimonio de Ciencia Nueva: Alberto Corazón Editor.

Fuentes:

Carlota Álvarez Maylín, «El Registro de Empresas Editoriales: la censura en la Ley de Prensa e Imprenta de 1966», Studia Historica. Historia Contemporánea, núm 38 (2020), pp. 297-326.

Max Hidalgo Nátcher, Los estudios literarios en Argentina y en España. Institucionalización e internacionalización. 1 Teoría en tránsito. Arqueologóa de la crítica y la teoría literaria españolas de 1966 a la posdictadura, Ciudad de Santa Fe, Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2022.

Carmen Menchero de los Ríos, «Editoriales disidentes y el libro político», en Jesús A. Martínez Martín, dir., Historia de la edición en España (1939-1975), Madrid, Marcial Pons, 2015, pp. 809-834.

Francisco Rojas Claros, «Una editorial para los nuevos tiempos: Ciencia Nueva (1965-1970», Represura, (enero 2017), publicado originalmente en «Revista Historia del Presente, Departamento de Historia Contemporánea de la UNED, Madrid, 2005, pp. 103-120.

Francisco Rojas Clarós, Dirigismo cultural y disidencia editorial en España (1962-1973), San Vicent del Raspeig, Publicacions Universitat d’Alacant, 2013.