El tipógrafo e impresor Emilio Prados en México

A su llegada a México en mayo de 1939, Emilio Prados (1899-1962) residió brevemente en el domicilio de los escritores Octavio Paz (1914-1998) y Elena Garro (1916-1998) antes de trasladarse a un edificio de la calle Ignacio Mariscal en el que tuvo por vecinos a algunos otros exiliados republicanos, como es el caso del escultor Mariano Benlliure (1862-1947), el pintor Antonio Rodríguez Luna (1910-1985) o el poeta Juan Rejano (1903-1976), entre otros. Tras una breve etapa de cierta bohemia disoluta, Prados pronto empieza a colaborar en las primeras publicaciones periódicas puestas en pie por los exiliados: Romance (1940-1941), cuyo editor era el propietario de EDIAPSA, Rafael Giménez Siles (1900-1991), y más adelante Las Españas (1946-1956), la revista que pudieron crear Manuel Andújar (1913-1994) y José Ramón Arana (José Ruiz Borau, 1905-1973), gracias al crédito que les facilitó la imprenta El Libro Perfecto (donde trabajaba el cajista y linotipista Emilio Álvarez Fariñas, que había sido gerente de Industrial Gráfica, S. A.).

Foto de José Renau del barco Veendam publicada en L’Espill en 1982, en la que puede verse a Emilio Prados (1), Josep Carner (2), Antonio Rodríguez Luna (3), Eduardo Ugarte (4), Teresa Serna de Rodríguez Luna (5), la familia de Paulino Masip (6-9), Luisa Carnés (10) y Rosa, Josefina y Manuel Ballester (11-13).

La imprenta Industrial Gráfica fue la empresa que en 1939, con un capital inicial de 25.000 pesos, creó el Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos Españoles (CTARE) con el propósito dar continuidad al Boletín al servicio de la emigración española e imprimir los libros de la editorial Séneca, así como toda la papelería impresa del propio comité, pero el objetivo principal era sobre todo dar empleo y facilitar la integración en México de los exiliados españoles, muchos de los cuales tenían experiencia en el sector de las artes gráficas.

Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.

Ya cuando idea la editorial Séneca, José Bergamín (1895-1983) piensa en Prados como uno de sus pilares, sin duda teniendo en mente el trabajo previo que había llevado a cabo en la famosa imprenta malagueña Sur, así que el poeta malagueño se convierte en director de trabajos tipográficos de la editorial en cuanto ésta queda constituida, con un sueldo inicial de cien pesos (que en junio de 1941 pasarían a ser doscientos cincuenta). Amigos desde por lo menos los años veinte, Emilio Prados y Bergamín ya habían trabajado juntos en los primeros momentos del exilio, en París, en la Junta de Cultura Española, de la que Bergamín era presidente y Juan Larrea (1895-1980), secretario, y además habían hecho el trayecto desde la capital francesa hasta la mexicana juntos con otros intelectuales españoles (Miguel Prieto, José Renau, Josep Carner, Paulino Masip, José Herrera Petere, etc.).

También desde los primeros planes de publicación de Séneca, el nombre de Prados aparece asociado a sus facetas de poeta y de antólogo (de un previsto e inédito Romancero y cancionero español, con el musicólogo Eduardo Martínez Torner), y en marzo de 1940 se le publica en la colección Lucero Memoria del olvido. Cuando comentó el contrato de edición de este libro, Nigel Dennis (1949-2013) ya subrayó la generosidad que suponía dar al autor un anticipo de 300 pesos (por el 10% de una tirada de 2000 ejemplares). Vale la pena tener en cuenta que por entonces el modesto sueldo que recibía de Séneca era la única fuente de ingresos de Prados, hasta que obtuvo un empleo como asistente en el instituto Luis Vives.

En su faceta de director tipográfico, como ya sucediera en Sur y le pasaba también a su compañero Manuel Altolaguirre, Prados es objeto de numerosas quejas de los autores debido la cantidad de erratas que —en palabras de Rafael Alberti citadas por Dennis— inundan los libros de los que se ocupa, pero por otra parte tanto la prensa como los lectores elogian la modernidad de los libros a su cargo, su buen gusto en la disposición del texto y el acierto en la selección de tipos.

También de 1941 es una antología muy conocida en la que figuran como responsables los mexicanos Octavio Paz y Xavier Villaurrutia y los españoles Juan Gil Albert y Prados, Laurel. Antología de la poesía moderna en lengua española, si bien al parecer este último tuvo una participación muy discreta en el proceso de edición de esta obra y el peso del trabajo cabe atribuirlo sobre todo a Villaurrutia y en menor medida a Paz, mientras que Gil Albert se ocupó sobre todo de los poetas españoles.

De aquella misma época es la creación del Patronato Pro Niños Españoles, integrado por Diego Martínez Barrios,  Mariano Ruiz Funes, Pedro Carrasco, Joaquim Xirau, Rubén Landa y Prados, cuyo propósito era sacar de las calles y ayudar a los jóvenes exiliados, que en muchos casos eran huérfanos y carecían de redes de apoyo familiar y que como consecuencia de todo ello vivían con particular agudeza el desarraigo; lo que hoy conocemos en España como menores no acompañados. A principios de 1942, Prados empieza a acoger a algunos de estos muchachos problemáticos en su propia casa, en particular a Paco Sala Gómez, a Cecilio Baro Fenón y a Miguel Ortega, y su ayuda se extiende a muchos otros, entre los que el más famoso es sin duda el ex niño de Morelia de origen barcelonés Francisco González Aramburu  (1927-2020), quien tras su paso por el instituto Luis Vives, gracias a becas estatales estudió en la Universidad Autónoma de México, ejerció la docencia en la Universidad Veracruzana de Xalapa, donde se inició como corrector de estilo en la editorial homónima, y se ganaría un sólido prestigio como traductor de ensayos del francés y como escritor (si bien su obra ha quedado dispersa en revistas como Presencia o La Palabra y el Hombre y en antologías).

Emilio Prados.

Entre los mayores aciertos que se le atribuyen a Prados en Séneca se cuentan las Obras completas de San Juan, un extenso volumen (1160 páginas) en papel biblia y encuadernado en cuero azul que se publicó en 1942 en la colección Laberinto bajo la dirección editorial del propio Bergamín y cuya selección, notas y bibliografía corrió a cargo del secretario de la editorial, el filósofo gaditano José Manuel Gallegos Rocafull (1895-1963). Los detallados colofones que caracterizan a Séneca permiten saber además que se ocupó, con Bergamín, de El pasajero (impreso en los talleres gráficos de Cvltvra), que apareció en junio de 1943, por ejemplo.

Sin embargo, cuando en 1942 el grupo formado por Jesús Silva Herzog, Bernardo Ortiz de Montellano, Juan Larrea y León Felipe habían puesto en marcha la impresionante revista Cuadernos Americanos (cuyos colaboradores incluyen a Miguel Ángel Asturias, John Dos Pasos, Ernesto Cardenal, José Ferrater Mora, Vicente Huidobro, Juan Ramón Jiménez y D..H. Lawrence, por ejemplo), el propio Larrea ideó una primera maqueta, pero sin embargo puso en manos de Prados el diseño tipográfico de la revista, lo cual pone de manifiesto que Prados fue ampliando su radio de acción gracias a sus contactos con los exiliados republicanos pero también con los intelectuales mexicanos. Dentro de la colección de libros surgida de este proyecto se publicaría además, en 1946, el famosísimo poemario de Prados Jardín cerrado.

En marzo de 1943 llegó a México Manuel Altolaguirre, que enseguida entró como regente de un taller tipográfico de la Secretaría de Educación Pública del Estado, pero al concluir el verano iniciaba ya la editorial La Verónica y en 1944 publicaba Poemas de las islas invitadas con pie de Litoral. En todas estas iniciativas parece que tuvo alguna participación Prados, quien además consiguió para sus ahijados Paco Sala Gómez y Cecilio Baro empleo en la imprenta de su amigo malagueño. Sí es evidente que en 1944, y aun sin ningún entusiasmo, aceptó participar en la resurrección de la célebre revista malagueña Litoral, compartiendo la dirección con Altolaguirre, José Moreno Villa, Juan Rejano y Francisco Giner de los Ríos, y en la que ocupaba el cargo de secretario Julián Calvo (1909-1986), que no tardaría en abandonar su cargo en el Fondo de Cultura Económica (aunque no se desvinculó de él) para establecerse como autónomo.

Emilio Prados y Julián Calvo trabajaron en colaboración en los libros que aparecieron en México con el sello de Litoral, los mencionados Poemas de las islas invitadas, El Genil y los olivos, de Juan Rejano, ambos de 1944, y una edición ampliada de Cántico, de Jorge Guillén, que se publicó ya en 1945. Pero ahí terminó la breve vida de Litoral como editora de libros, si bien sabemos que en su programación figuraban, entre otros, una antología de Juan Ramón Jiménez titulada Con la rosa del mundo, Los siete registros, de José Moreno Villa, Destino limpio, de Francisco Giner de los Ríos, y una reedición de Mínima muerte de Prados (que finalmente publicó en el Fondo de Cultura Económica).

A finales de los años cuarenta, Prados empieza a convertirse en una figura de referencia para la llamada segunda generación del exilio (Tomás Segovia, Carlos Blanco Aguinaga, Jomí García Ascott, Annie Alban, Ramon Xirau, Enrique de Rivas, Luis Rius, Carmen Viqueira, el mencionado Gonazález Aramburu…), que lo visitan a menudo, pero cada vez son más escasas las referencias a sus actividades relacionadas con la imprenta.

Emilio Prados.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Gexel-Renacimiento, 2016.

Francisco Chica Hermoso, Emilio Prados, una visión de la totalidad (Poesía y biografía. De los orígenes a la culminación del exilio), tesis doctoral, Universidad de Málaga, 1994.

Nigel Dennis, «Emilio Prados en la Editorial Séneca», Revista de Occidente, núm. 222 (noviembre de 1999), pp. 101-121.

Larraz, Fernando, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento, 2018.

María de Lourdes Pastor Pérez, «La edición de las obras de Antonio Machado en Editorial Séneca (México, 1940)», en Manuel Aznar Soler, ed., Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Renacimiento, Sevilla 2006, pp. 565-572.

Bernard Sicot, «Témoinage d’exil: Francisco González Aramburu, “ex niño de Morelia”», Exils et Migrations Ibériques au XXè siècle, núm. 1 (2004), pp. 221-258.

James Valender, «Litoral en México», en Rose Corral, Arturo Souto Alabarce y James Valender, eds., Poesía y exilio. Los poetas del exilio español en México, México, El Colegio de México, pp. 301-320.

Aurelio Velázquez Hernández, La otra cara del exilio. Los organismos de ayuda a los republicanos españoles en México (1939-1949), tesis doctoral, Universidad de Salamanca, 2012.

Manuel Altolaguirre, editor durante la guerra civil española

En un pasaje de la novela Campo de los Almendros (1968), el escritor valenciano Max Aub (1903-1972) dejó constancia, en el estilo vivaz y preciso que le caracteriza, de la existencia de un libro editado durante la guerra por el sello creado por Manuel Altolaguirre (1905-1959) que luego ha dado mucho que hablar:

Georgette y César Vallejo por las calles de Madrid en 1931.

–Se llamaba Abraham de segundo nombre. Lo suelen olvidar.

–¿Era judío?

–¡A qué santo! Nieto –por ambas partes– de curas españoles.

–¿De quién estáis hablando?

–De un peruano que dice éste que era muy importante.

–¿Murió?

–Sí, en París.

–¿Cuándo?

–El año pasado.

–¡Ah!

Como si ya diera lo mismo: la muerte pasada carece de importancia, está ahí, alrededor, con la lluvia fría y el mar. Alfredo se relaja, las manos hundidas a más no poder en los bolsillos de su chaquetón de cuero raspadísimo. Vuelve.

–¿Cómo se llamaba?

–Vallejo.

–¿César?

–¿Le conocías?

–Sí, estábamos haciendo la edición de un libro suyo. Lo estarán leyendo los fachas. No sé si [José Herrera] Petere salvó algunos ejemplares. Creo que no.

Efectivamente, no consta que el también escritor José Herrera Petere (José Herrera Aguilera, 1909-1977) lograra conservar ningún ejemplar, o en cualquier caso que este no se extraviara enseguida durante su exilio en el campo de Saint Cyprien, antes de salir con destino a México (gracias a la ayuda de Picasso) y Suiza. Este libro de César Vallejo (1892-1938), el tercero y último de las Ediciones Literarias del Comisariado del Ejército del Este (tras España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra, de Pablo Neruda, y Cancionero menor para los combatientes (1936-1938), de Emilio Prados) era España, aparta de mí ese cáliz, que según el colofón se terminó de imprimir el 20 de enero de 1939; es decir, dos días antes de que los organismos oficiales de la Generalitat fueran evacuados de Barcelona y a una semana de la llegada del Cuerpo del Ejército Navarro y el Cuerpo marroquí a la montaña del Tibidabo.

Se trataba de un librito de 64 páginas de texto, que incluye un dibujo original de Pablo Picasso (1881-1973) y el texto introductorio de Juan Larrea (1895-1980) «Profecía de América», del que se imprimieron 1.100 ejemplares, 250 de ellos numerados. La impresión se llevó a cabo en el monasterio de Montserrat, donde la Generalitat de Catalunya había establecido el Hospital del Ejército del Este y Unidad de Imprentas, aprovechando la infraestructura con la que ya contaba el monasterio (un taller que databa del siglo XV).

Vallejo retratado por Picasso.

Juan Larrea cuenta alguno de los prolegómenos de este libro, en los que también desempeñó un papel importante la buena predisposición y la gestión de la viuda del poeta, Georgette Marie Philippart Travers (1908-1984):

Picasso no conocía a Vallejo. Apenas se produjo la muerte de César, me reuní, una larga tarde, con el pintor y le leí un buen puñado de versos vallejianos. Picasso, profunda y visiblemente emocionado, exclamó: «A éste sí que le hago el retrato». Allí mismo, Picasso, en cosa de diez minutos, acabó varios dibujos del poeta.

En cuanto a las circunstancias en que se llevó a cabo este trabajo, quedan sucinta pero adecuadamente explicadas en la portada del mismo libro:

Soldados de la República fabricaron el papel, compusieron el texto y movieron las máquinas. Ediciones Literarias del Comisariado. Ejército del Este. Guerra de la Independencia. Año de 1939.

Aun así, más jugosas resultan las explicaciones que da Altolaguirre en sus memorias acerca del proceso para fabricar papel empleando unos viejos molinos de la barcelonesa localidad de Orpí, cerca de Capellades (donde actualmente existe un museo-molino papelero) para poder llevar a cabo todas esas ediciones, y, según dice, obtuvo:

un papel precioso. Los trapos viejos triturados y blanqueados se transformaban en hojas blanquísimas de papel de hilo con transparentes marcas de agua. Papel que salía hoja a hoja y que eran colgadas de los cordeles con los mismos ganchos con que las lavanderas cuelgan la ropa limpia. Producción limitada pero sorprendente. El Boletín del Cuerpo de Ejército y su suplemento literario fueron impresos en ese papel de lujo. También editamos varios libros. Entre ellos España en el corazón, de Pablo Neruda; como materia prima para ese libro se usaron banderas enemigas, chilabas de moros y uniformes de soldados italianos y alemanes.

Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.

Y en una carta de noviembre de 1941, que probablemente le sirviera en el momento de redactar sus memorias, incluso aporta Altolaguirre algún detalle más:

el día que se fabricó el papel del libro de Pablo [Neruda] fueron soldados los que trabajaron en el molino. No sólo se utilizaron las materias primas (algodón y trapo) que facilitó el Comisariado, sino que los soldados echaron en la pasta ropas y vendajes, trofeos de guerra, una bandera enemiga y la camisa de un prisionero moro. El libro de Pablo, impreso bajo mi dirección, fue compuesto a mano e impreso también por soldados.

Juan Larrea.

Se suponía que la entrada de los franquistas en el monasterio en febrero de 1939 acabó con todas las ediciones que allí se habían llevado a cabo durante los años de guerra civil. Sin embargo, en 1983 Julio Vélez y Antonio Molino localizaron en el Monasterio de Montserrat cuatro ejemplares de esta obra de Vallejo, que se daba ya por completamente perdida, y al año siguiente la reprodujo en la editorial madrileña Fundamentos (y de 2013 hay un segundo facsímil de la cooperativa Árdora Ediciones, con un epílogo de Alan Smith Soto).

Este texto parafrasea, resume y abrevia las páginas 70-72 de mi A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor, Barcelona, Debate, 2013.

Fuentes:

Manuel Altolaguirre.

Manuel Altolaguirre, El caballo griego, en Obras Completas I, edición de James Valender, Madrid, Istmo (Col. Bella Bellatrix), 1986.

Manuel Altolaguirre, Las vidas de Pablo Neruda, México, Grijalbo, 1973.

Max Aub, Campo de los almendros, edición de Francisco Caudet y Lluis Llorens Marzo, en Obras completas, vol. III-B, València, Institució Alfons el Magnànim, 2002. El pasaje citado, en p. 337.

Marco Aurelio Torres H. Mantecón, «Poetas en guerra: Neruda, Prados y Vallejo en un curioso sello editorial: las “Ediciones Literarias del Comisariado del Ejército del Este” (1938-1939)”», en Congreso Internacional La Guerra Civil Española 1936-1939, celebrado en Madrid el 27, 28 y 29 de mayo de 2006, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, edición electrónica.

Gonzalo Santonja, Un poeta español en Cuba: Manuel Altolaguirre, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1995.

Manuel Altolaguirre.

James Valender, Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Poetas e impresores, Madrid, Residencia de Estudiantes, 2001.

James Valender, «Pablo Neruda y Manuel Altolaguirre. Notas sobre la primera edición española de España en el corazón», que acompaña la edición facsimilar de este texto, Sevilla, Renacimiento, 2004.

Marko Zouvek, «Los libros perdidos de la República Española», blog personal de Marko Zouvek, 15 de mayo de 2014.

Manuel Altolaguirre, última aventura editorial

Cuando a mediados de marzo de 1943 el exiliado republicano español Manuel Altolaguirre (1905-1959), gracias a la ayuda del poeta y ensayista Ángel Augier (1910-2010), llegó a México procedente de La Habana, gozaba ya del aprecio de los connaisseurs en el ámbito de la tipografía y la impresión, quizá más por su buen gusto que por su destreza, pero en cualquier caso, desde los tiempos de la mítica Imprenta Sur hasta su etapa más recientemente al frente de La Verónica en Cuba, era muy bien conocido como editor e impresor.

No es de extrañar por tanto que una de las primeras cosas que hiciera fuese incorporarse al equipo que se puso al frente de la dirección de la tercera época de la legendaria revista de poesía, pintura y música Litoral, con José Moreno Villa (1887-1955), Emilio Prados (1899-1962), Francisco Giner de los Ríos (1917-1995) y Juan Rejano (1903-1976). Sin embargo, es sintomático que cuando esta publicación periódica se acercaba a su fin, tras la publicación de tan sólo tres números, Giner de los Ríos creara, con la colaboración del talentoso Joaquín Díez-Canedo Manteca (1917-1999), la colección Nueva Floresta (en la editorial Stylo de Antonio Caso), y Altolaguirre, por su parte, con el apoyo de la adinerada cubana María Luisa Gómez Mena (1907-1959) pusiera en marcha una nueva iniciativa personal, Ediciones Isla, si bien en esos mismos años se está introduciendo ya en el mundo del cine en la productora Posa-Films.

Desde el principio tuvo Isla problemas administrativos, si bien disponía de un taller espacioso y moderno, de imprenta propia (Manuel Altolaguirre Impresor), de un equipo de obreros tipográficos e incluso de un acuerdo con una sede en La Habana para distribuir en Cuba los libros que se publicaran.

Sin embargo, también desde el primer momento la editorial parecía disponer de un programa de publicaciones muy ambicioso y perfectamente estructurado. Al margen de algunas ediciones importantes fuera de colección, las numerosas ediciones que empiezan a imprimirse se encuadran en cuatro colecciones eminentemente literarias: Los Clásicos, El Siglo de Oro, Los Románticos y los Modernos, de lo que puede deducirse al primer vistazo la voluntad de revisar el canon de los principales autores de la literatura en lengua española, aunque la presencia de autores no peninsulares (caso del nicaragüense Rubén Darío) fue casi residual. En cambio, entre las obras publicadas fuera de colección es muy notable la presencia de escritores republicanos españoles.

En la revista El Hijo Pródigo, fundada en 1943 por iniciativa de los poetas Octavio G. Barreda (1897-1964) y Octavio Paz (1914-1998), se publica en el número 32 (del 15 de noviembre de 1945) un anuncio en que se describe Isla del siguiente modo: «En esta colección bella y originalmente presentada irán apareciendo todas y cada una de las obras más famosas del Siglo de Oro, de la edad romántica, así como de la moderna» y, además de una breve reseña de la edición de Mariana Pineda, de Federico García Lorca (1898-1936), aparece la siguiente lista de volúmenes publicados:

Juan Ruiz de Alarcón, El tejedor de Segovia

Calderón de la Barca, La vida es sueño

Miguel de Cervantes, Entremeses

Tirso de Molina, Don Gil de las calzas verdes

Miguel de Cervantes, El cerco de Numancia

José Zorrilla, Don Juan Tenorio

Manuel Tamayo, Locura de amor

Carlos Arniches, Las estrellas

Benito Pérez Galdós, La loca de la casa

Ricardo de la Vega, La verbena de la Paloma

José Bergamín, La niña de Dios y La niña guerrillera

Fray Luis de León, La perfecta casada

Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas

Juan Valera, Pepita Jiménez

Garcilaso de la Vega, Poesía

Rubén Darío, Canto de vida y esperanza

Lope de Vega, Fuente Ovejuna

Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino

Carlos Arniches, Don Verdades

Por el mismo anuncio, puede saberse que la Librería Madrid del distrito federal ofrecía la posibilidad de obtener veinte volúmenes con un pago inicial de 7,50 dólares y cinco abonos mensuales de 10, mientras que cada volumen individual tenía un precio de 2,50. Además de los consignados, Isla publicó también, por ejemplo, el original libro y que dice mucho sobre la integración de Moreno Villa en México Navidad: villancicos, pastorelas, posadas, piñatas, antologada e ilustrada por el propio Moreno Villa, y en el que se conjugan obras del folklore español con otras de la tradición teatral mexicana (posadas piñatas), así como Lo que sabía mi loro. Una colección folklórica infantil.

Editorial Nuestro Pueblo, 1938.

Entre los autores no españoles se publica al poeta mexicano Elías Nandino (1900-1993) Espejo de mi muerte (1945), pero la presencia de exiliados republicanos es bastante más nutrida, desde el ensayo de tema literario Los designios de Dios, vistos a través de El condenado por desconfiado y otras comedias españolas (1945) de José Manuel Gallegos Rocafull (1895-1963) hasta el poemario De mar a mar, de María Enciso (María Dolores Pérez Enciso, 1908-1949), prologado por Concha Méndez. Entre ellos, y casi simultáneamente, una nueva edición de la novela que José Herrera Petere (José Herrera Pérez, 1909-1977) había publicado ya en Barcelona durante la guerra, Cumbres de Extremadura. Novela de guerrilleros (1945) o la primera novela que se publicaba del espléndido ciclo narrativo Lares y Penares de Manuel Andújar (1913-1994), Cristal herido, con prólogo de José Ramón Arana (1905-1993) y una nota de Benjamín Jarnés (1888-1949).

La aventura no duró más de un año y medio, pero después del poemario del propio Altolaguirre Nuevos poemas de las islas invitadas, con cubierta y dibujo de portada de Moreno Villa en 1946, aún tuvo un pilón en 1949 con Fin de un amor. Sin embargo, en realidad Isla había dejado de funcionar como editora en 1946 y, si bien entonces Altolaguirre se asoció con el impresor Roberto Barrié y con él publica los dos números de la revista Antología de España en el Recuerdo, ya había empezado a decantarse cada vez más por la cinematografía.

Si ya en 1947 Carlos Orellana había estrenado la película La casa de Troya, cuyo guión había adaptado Altolaguirre a partir de la novela romántica homónima del coruñés Alejandro Pérez Lugín (1870-1926), en 1950 había podido crear ya la compañía cinematográfica Producciones Isla, uno de cuyos trabajos fue Yo quiero ser tonta, adaptación de Las estrellas de Arniches (publicada en Isla), que se estrenó eso mismo año dirigida por el guipuzcoano Eduardo Ugarte (1901-1955), para quien Altolaguirre adaptó también la obra de los Álvarez Quintero Doña Clarines y le produjo El puerto de los siete vicios.

Manuel Altolaguirre.

Sin embargo, lo más probable es que fuera sobre todo el éxito internacional de Subida al cielo (Luis Buñuel), de cuyo guión Altolaguirre era coautor, lo que acabó por apartarlo por completo de las imprentas.

Fuentes:

García Chacón, Irene (2015). «Semblanza de Manuel Altolaguirre (1905- 1959)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED:  http://www.cervantesvirtual.com/portales/editores_editoriales_iberoamericanos/obra/semblanza-de-manuel-altolaguirre-bolin/

Julio Neira, Manuel Altolaguirre. Impresor y editor, Consejo Social Universidad de Málaga y Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, Málaga-Madrid, 2009.

Gonzalo Santonja, Un poeta español en Cuba. Manuel Altolaguirre, Barcelona, Círculo de Lectores, 1995.

James Valender, Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Poetas e impresores, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2001.

 

Shum, ilustrador antifascista

La biografía del dibujante popularmente conocido como Shum (pero también como Joan Baptista Acher, El poeta de las Manos Rotas o El Poeta), quizá no suficientemente conocida, constituye un ejemplo de lo que fueron muchas otras trayectorias vitales de creadores anarquistas del siglo XX que, debido al empleo de seudónimos y al paso a la clandestinidad, apenas han dejado rastro o este es muy difícil de seguir.

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Alfons Vila i Franquesa.

Tras la firma Shum que empleaba en su obra gráfica se ocultaba Alfons Vila i Franquesa (1897-1967), quien antes de cumplir los doce años, a la muerte de su madre, se trasladó de su Sant Martí de Maldà a Terrassa y posteriormente a Barcelona, malviviendo del dibujo (retratos y caricaturas) en los cafés. En los años finales de la Gran Guerra (1914-1918) se encontraba en París, donde se imbuyó del ideario anarquista, antes de su regreso a la península en los primeros años veinte. Comprometido con el anarquismo activo, en 1921 participó en el atentado contra el concejal carlista barcelonés Salvador Anglada y, tras el fallido contra Martínez Anido, posteriormente fue detenido y encarcelado a raíz de un accidente mientras manipulaba explosivos en un piso franco. Condenado a muerte, pasó entonces por la prisión Modelo y por el Penal de El Dueso, desde donde empezó a mandar ilustraciones para publicaciones periódicas catalanas como la efímera El Senyor Daixonses/ La Senyora Dallonses (1926) y la más consolidada L´Esquella de la Torratxa (1872-1939), además de iniciarse como ilustrador de libros con cubiertas como la de Quinet, de Felipe Alaiz en HOY en 1924 o con nueve dibujos a color y uno a tinta que aparecieron en la traducción que el también preso José Donday (alias «Pildorita») hizo de El fantasma de Canterville. Cuento panteoidealista, de Oscar Wilde, impreso en la Juan Sallent de Sabadell en 1926. Del año siguiente es la cubierta para La ascensión de Maria. Novela de los bajos fondos barceloneses, de Ángel Samblancat (1885-1963), en la Colección Ideal de Bauzá. Ya en esos años fue un ilustrador muy prolífico de las editoriales y colecciones anarquistas barcelonesas (La Novela Ideal, La Novela Social…).

lirarebeldeTambién de los años veinte, es la cubierta que dibujó para Letras. Lira Rebelde, un volumen de poemas de Elías García, prologado por Ramon Magre y con algunas láminas del pintor uruguayo establecido en L´Hospitalet Rafael Barradas (1890-1929) para la Editorial Lux, que en 1927 reapareció reentapado en tela en la editorial Vértice. Resulta un poco chocante que fuera la escritora Concha Espina (1869-1955) quien emprendiera una intensa campaña para obtener el indulto para el joven Shum, a la que se sumaron enseguida diversos periódicos (con Solidaridad Obrera a la cabeza) y destacadas personalidades del mundo de la cultura como Ramón Mª del Valle Inclán, los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, Jacinto Benavente, Henri Barbusse, Rafael Altamira, Santiago Ramón y Cajal y un larguísimo etcétera. Liberado finalmente en 1931, después de haberle sido conmutada la pena capital por cadena perpetua, regresa a Barcelona, momento que Victor Alba recordó del siguiente modo: «a mediados de febrero, con la amnistía [empezaron a dejarse ver] nombres de exiliados que volvían o de presos que salían de prisión: el dibujante Shum, con una mano lisiada por una bomba de estar por casa que le había explotado». Una vez en Barcelona, crea el Grup dels Sis, con Hélios Gómez (1905-1956), Josep Bartolí (1910-1995), Marcel·lí Porta (1903-1979), Lluis Elias (1896-1953) y Alfred Pascual i Benigani (1902-1995) y colabora en publicaciones políticas, satíricas y humorísticas vinculadas a las izquierdas como L´Opinió, La Humanitat, La Campana de Gracia, etc. Con Maroto, es también uno de los principales ilustradores de la cabecera madrileña Post-guerra (1927-1928).

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Cubierta de 1932.

De 1928 deben de ser sus colaboraciones en el hebdomadario fundado por el comunista Henri Barbusse Monde de París, que menciona Vicente Llorens en Memorias de una emigración, y cuyo comité de redacción da buena muestra de su vocación internacional: Albert Einstein, Mathias Morhardt, Upton Sinclair, P. Fireman, Miguel de Unamuno, Maxim Gorki, Mihaly Karoly y Manuel Ugarte. Pero ya en los años treinta empieza a publicar en Papitu y en algunas cabeceras próximas a la CNT, y 1934 es nombrado vocal de la Junta de Museos de Barcelona, cargo que ocupa hasta el inicio de la guerra civil española, cuando entra a formar parte del Sindicat Professional de Dibuixants; pero no tarda en alistarse y combatir en el frente de Aragón (concretamente en Tardienta), si bien de esos años son también muchas cubiertas para la colección Los Pensadores de las valencianas Ediciones Estudios.

Concluida la guerra, pasa a Francia con su compañera Montserrat Ventós y sus hijos, donde iniciaron un periplo por tierras francesas (Chartres, Toulouse, Perpiñán, París), y allí llega a un acuerdo con la Societé Stock para publicar un libro de dibujos que, estando ya listas las planchas, queda en el limbo debido al avance de las tropas nazis y a la caída de la línea del Sena. Finalmente, pues, embarca con destino a Santo Domingo, donde, en palabras de Llorens:

Llevó una vida muy estrecha, lo que no le impidió compartir su pobreza con otros compatriotas refugiados que estaban peor que él. No pudo acoger en su casa a más de catorce, según dice [el periodista también exiliado] Fraiz Grijalva, «pues al llegar a este número la parva economía de su hogar dio quiebra. Entonces él y su familia partieron al interior y se instalaron en La Vega, durante un año, comiendo yuca y arroz, ha realizado una extensa colección de obras». Volvió luego a la capital de Santo Domingo y allí participó en varias exposiciones y, gracias a una de ellas en que en cinco horas vendió todo lo expuesto, en 1942 se trasladaron a Cuba.

Aparte de exponer en el Casal Català de Cuba y en el Country Club, la obra de Shum es abundante en los números de la revista cubana Lux en 1942 y 1943, así como en El Día Gráfico y Minerva, pero sin duda su publicación más importante en la isla caribeña es la del libro que había quedado en el aire en París, 15 dibujos de Shum, a los que acompañan textos del dramaturgo también exiliado Francisco Parés y que publica nada más y nada menos que Manuel Altolaguirre (1905-1959) en su voluntariosa imprenta La Verónica en 1942. Decía el propio Altolaguirre en una conferencia en el Centro Asturiano de Cuba ese mismo año 1942: «Toda la obra de Shum es una invitación a la poesía. Después de admirar sus cuadros me siento más inclinado a ilustrar poéticamente cada uno de sus dibujos que a escribir un ensayo crítico sobre su arte».

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Caricatura firmada por Shum para Por esas Españas.

En 1944 se encuentra en Estados Unidos, y a partir de esos años, al parecer menos documentados, colabora a menudo con los estudios de la Metro Goldwin Mayer dibujando carteles, tarjetas y todo tipo de material propagandístico, así como haciendo también escenografías. Sin embargo, uno de sus trabajos más lucrativos de esa etapa fueron las ilustraciones de Por esas Españas. Cuentos tragicómicos ([Henry] Holt, Rinehart & Winston, 1944), un libro destinado a la enseñanza del español redactado por Pedro Villa Fernández que gozó de una espectacular acogida en los centros de enseñanza estadounidenses.

Establecido durante mucho tiempo en Estados Unidos, finalmente se trasladó a México, concretamente a Cuernavaca, y en marzo de 1965 expuso en la galería Mer-Kuk 35 óleos en una exposición conjunta con la escultora de origen ruso Dina Frumin (1914-1981). Y finalmente falleció dos años más tarde en Cuernavaca, donde fue enterrado en un féretro envuelto en la bandera catalana.

 

Fuentes:

MemosEmigraciónJaume Capdevila i Herrero, «Dibuixant amb l´esquerra. Els ninotaires de la prensa d´ERC durant la República», Gazeta vol, 2 (2010), pp. 43-53.

José Domingo Cuadriello, El exilio republicano español en Cuba, Madrid, Siglo XXI, 209.

Julià Guillamon, El dia revolt, Barcelona, Editorial Empúries, 2008.

Humoristán, Shum.

Vicente Llorens, Memorias de una emigración. Santo Domingo, 1939-1945, Barcelona, Ariel (Horas de España), 1975.

Sílvia Senz, «El Sindicat de Dibuixants Professionals, la contribució dels cartellistes, dibuixants i ninotaires catalans a la construcció i defensa de la Segona República Espanyola», De Editione, 14 de abril de 2011.

Víctor Alba, Sísif i el seu temps. I-Costa avall, Barcelona, Laertes, 1990.

Manuel Altolaguirre en Cuba (1939-1943)

Mi verso es de un verde claro

y de un carmín encendido:

Mi verso es un ciervo herido

que busca en el monte amparo.

José Martí

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Manuel Altolaguirre en Cuba.

Cuando Manuel Altolaguirre (1905-1959) llega a Cuba lo hace con una amplia experiencia como impresor-editor, producto de su atribulada trayectoria en estos menesteres iniciada en la malagueña Imprenta Sur. Desde la creación de las revistas Ambos (1923), Litoral (1926-1929), Poesía (1931) o, en colaboración con su esposa Concha Méndez, Héroe (1932-1933), hasta las míticas y casi heroicas Ediciones Literarias del Comisariado del Ejército del Este durante la guerra civil, pasando por otras cabeceras como 1616 (1934-1935), Caballo Verde para la Poesía (1935-1936), dirigida por Pablo Neruda, o la célebre revista Hora de España (1937-1939), al desembarcar en la isla caribeña Altolaguirre había puesto en marcha las más diversas imprentas y en las condiciones más variopintas, lo que le había capacitado para adaptarse a todo tipo de circunstancias. Era previsible que no tardara en hacer lo mismo a su llegada a la isla caribeña.

Efectivamente, una de las primeras cosas que hizo en Cuba, gracias al apoyo de varios amigos y sobre todo a la ayuda económica (quinientos pesos cubanos) de quien sería su segunda esposa, la acaudalada Martía Luisa Gómez Mena, fue comprar una imprenta, a la que bautizó como La Verónica y que estrenó con una versión ampliada del libro de ensayos de Juan Marinello (1898-1977) Momento español (colofón del 18 de julio de 1939).

veronica1En los meses sucesivos saldrían de La Verónica varios catálogos para exposiciones de arte y una impresionante serie de revistas compuestas y encuadernadas a mano, a menudo fundadas y dirigidas por el propio Altolaguirre, como Nuestra España (1939-1941), dirigida por Álvaro de Albornoz (1879-1954), Atentamente (1940) o la diminuta revista literaria La Verónica que sale los Lunes (seis números de octubre a diciembre de 1942), donde alternan textos de sus compañeros de generación exiliados como consecuencia del resultado de la guerra civil (Pedro Salinas, Jorge Guillén, María Zambrano, Rafael Alberti, Emilio Prados), con otros de quienes conforman su nuevo contexto literario, como Agustín Acosta (1886-1979), Mariano Brull (1891-1956), Lydia Cabrera (1899-1991), quien en 1940 había publicado en La Verónica Cuentos negros de Cuba, o Cintio Vitier (1921-2009).

Sin embargo, de los más de doscientos títulos que Altolaguirre dejó a su paso por la isla, destacan los que forman la colección El Ciervo Herido, destinada sobre todo a poetas españoles clásicos y modernos. Se trata de una serie de preciosos volúmenes de 13,5 x 8,8 cm encuadernados en rústica y siempre de menos de cien páginas, que se estrena en julio de 1939, haciendo honor a su nombre, con los Versos sencillos del poeta modernista cubano José Martí (1853-1895), de quien poco después publicaría también Versos libres. La segunda entrega de la colección la reserva a su propio poemario Nube temporal, que reúne piezas dispersas en libros y publicaciones periódicas impresos en España, y que presenta «con un autógrafo de Jules Supervielle [«A Manolito Altolaguirre. Vuelvo a encontrarme en tu poesía con toda España, a la sombra y al sol de un gran poeta. Tu antiguo amigo Julio»] y un poema de Stephen Spender», que va situado al final del libro y que el poeta inglés escribió al recibir la falsa noticia de que Altolaguirre había muerto durante la guerra civil.

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Nube temporal, de Manuel Altolaguirre.

Sin embargo, acaso sea significativo de la conciencia de provisionalidad que debía de tener Altolaguirre acerca de su exilio la notable presencia de clásicos españoles en esta colección, e incluso los nombres y títulos elegidos son indicativos de una determinada mirada a la tradición española más reciente a la que, como editor, parece querer dar continuidad. Es el caso por ejemplo de la selección de Poemas escogidos que publica ya en 1939 de su amigo asesinado durante la guerra Federico García Lorca (1898-1936), pero no los son menos los casos, también aparecidos en 1939, de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique (c. 1440-1459), el Canto a Teresa, de José Espronceda (1808-1842) o La tierra de Alvargonzález de Antonio Machado (1875-1939).

En cuanto a los autores españoles vivos, llama la atención Sangre de España: elegía de un pueblo (1941), del periodista y dramaturgo gallego Ángel Lázaro Machado (1900-1985), que había visto truncada una prometedora carrera en el teatro en los años veinte y treinta (El circo de la verbena, La casada sin marido) y que ya en Cuba había dado a conocer un Cancionero español (1937), su Romance de Cuba y otros poemas (1937), La verdad del pueblo español (1939) y había reunido una selección de su obra en verso, Antología poética (1940) para la que Altolaguirre le había escrito el prólogo. Por su parte, el libro de Ángel Lázaro publicado en El Ciervo Herido va precedido de un prólogo escrito por otro escritor español exiliado en Cuba, el poeta valenciano Bernardo Clariana (1912-1962), quien, procedente de Santo Domingo (donde había publicado su primer libro de poesía, Ardiente desnacer), poco después se trasladaría hasta su muerte a «un piso miniatura de Perry Street en el Village, el barrio bohemio de Nueva York», al decir de Vicente Llorens.

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Lluvias enlazadas, de Concha Méndez.

Otras ediciones de poesía española destacadas de El Ciervo Herido son Lluvias enlazadas (1940), de Concha Méndez (1898-1986), al que precede un «retrato lírico» del poeta también exiliado Juan Ramón Jiménez (1881-1958), que por entonces se había establecido en Miami, o la edición de 1942 de las Églogas de Garcilaso de la Vega (1498-1536).

A la mayoría de poetas cubanos vivos a los que publica Altolaguirre en La Verónica, en cambio, los encuadra sobre todo en otra colección, Héroe, donde aparecen poemarios de Regino Pedroso (1896-1983), Nicolás Guillén (1902-1989) y Emilio Ballagas (1908-1954), entre otros. Pero sí publica en El Ciervo Herido, por ejemplo, al argentino establecido en Nueva York Alfonso de Sayons su Oda y jornada, o una nueva edición de las piezas teatrales de Pushkin Festín durante la peste y El convidado de piedra, en la misma traducción de O. Savich y el propio Altolaguirre que en 1938 había publicado en la barcelonesa Tipografía Catalana la AERCU (Asociación Española de Relaciones Culturales con la URSS).

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Particular interés tienen algunas otras ediciones surgidas de una imprenta tan modesta como La Verónica, los 15 dibujos de Shum, por ejemplo. Su autor, cuyo nombre real era Alfons Vila (1897-1967), se había hecho muy popular como ilustrador en los años veinte en cabeceras humorísticas catalanas como El señor Daixonses/La senyora Dallonses y L´Esquella de la Torratxa, y al final de la guerra, también tras pasar episódicamente por Santo Domingo, se estableció en Cuba durante un tiempo, antes de pasar a Estados Unidos y entrar en la Metro Goldwin Mayer como diseñador de carteles cinematográficos.

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Y también es digno de mención el libro en que en 1941 se recoge la pieza teatral de Concha Méndez El Solitario. Misterio en un acto, que va precedido de un precioso prólogo de Maria Zambrano (1904-1991) y con ilustraciones de Macarena Smerdou Picazo y Manuel Altolaguirre. En 1998, las Ediciones Caballo Griego para la Poesía tuvieron el acierto de estrenar su colección El Público con una edición facsímil, preparada por Maya S. Altolaguirre y Manuel Bonsoms, de esta bella edición.

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Cubierta de la novela póstuma del novelista cubano Pablo de la Torriente-Brau (1901-1936) Aventuras del soldado desconocido cubano, publicada en La Verónica.

En cuanto Altolaguirre se trasladó a México, donde por supuesto prosiguió con su labor impresora, creó Aires de Mi España, una muy conocida colección de libritos, también de muy reducido tamaño (el mismo formato que El Ciervo Herido), encuadernados en rústica, con unas muy características cubiertas impresas a dos tintas y también protegidos con sobrecubiertas en papel cristal. En ella publicó antologías de autores españoles clásicos, como Garcilaso de la Vega, San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Quevedo o, cómo no, Luis de Góngora, siempre seleccionadas por el propio Altolaguirre. Junto a ellos, algún otro cronológicamente más cercano, como Miguel de Unamuno (El Cristo de Velázquez, 1947).

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Poesía de Góngora, México, Ediciones de La Verónica, 1943.

Fuentes:

García Chacón, Irene (2015). «Semblanza de Manuel Altolaguirre (1905- 1959)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED: http://www.cervantesvirtual.com/obra/semblanza-de-manuel-altolaguirrebolin/

Jorge Domingo y Róger González, eds., Sentido de la derrota, Bellaterra, Gexel-Cop d´Idees (Cuba 1), 1998.

Vicente Llorens, Memorias de una emigración. Santo Domingo 1939-1945, Barcelona, Ariel, 1975.

Gonzalo Santonja, Un poeta español en Cuba. Manuel Altolaguirre, Barcelona, Círculo de Lectores, 1995.

La imprenta que alumbró a una generación de poetas

Ninguna edición de lujo, nada de príncipes ni de ediciones de filólogos. Cada libro, sin notas, en la edición más clara y más sencilla. Perfección formal del libro. El libro no es cosa de lujo… Eso para los que no leen. Material escelente, seriedad y sobriedad.

Juan Ramon Jiménez (1881-1958), Ideolojía

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Juan Ramíón Jiménez (1881-1958).

El magisterio del ideario y la práctica en el diseño de libros de Juan Ramón Jiménez sobre los principales impresores y editores de la generación del 27 está fuera de toda duda, y basta para ello dar una mirada a algunas de las principales revistas del poeta de Moguer de los años veinte (Índice, Sí, Ley) y confrontarlas con los libros y sobre todo con las revistas que aglutinaron a Manuel Altolaguirre, Max Aub, Jorge Guillén, Benjamín Palencia, Emilio Prados, Pedro Salinas, etc.

La importancia concedida por Juan Ramón a los vínculos entre el poema y su disposición en la página, la atención a los blancos, a la respiración, al equilibrio y la proporción, al papel (ahuesado y marfil, con peso), la preferencia por los formatos reducidos, manejables, las portadas limpias y elegantes o el respeto a los preceptos establecidos por Giambattista Bodoni (1740-1813) en su Manuale tipográfico son seguramente, junto a la preferencia por la Elzeviriana romana y la Bodoni (en menor medida Baskerville y Normanda), el legado que asumieron los tipógrafos más importantes de la generación del 27.

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Sin embargo, a Jiménez bien puede añadirse –empleando el mismo sistema de contrastar ejemplares– el modelo de las Éditions de La Sirène, creadas en 1917 por el empresario cinematográfico Paul Lafitte (1864-1949) y dirigidas entre 1920 y 1922 por el crítico de arte Félix Féneon (1861-1944), con el editor Bertrand Guéguan (1892-1943) como director artístico y el prestigioso tipógrafo, historiador e impresor Marius Audin (1872-1951) como responsable de la impresión. A su alrededor atrajeron a colaboradores de la talla de los grabadores Marcel Roux, Pierre Combet-Descombes y a artistas como Fernand Léger, Pablo Picasso, André Lothe o Jean Cocteau entre otros, y publicaron obras de Blaise Cendrars, Apollinaire y Jean Epstein, si bien su mayor éxito comercial fue la traducción de Théo Varlet al francés de Three Man in a boat, del humorista inglés Jérome K. Jérome.

Alrededor de la revista Litoral, por su parte, se aglutinó un grupo de escritores que, en palabras de José Carlos Mainer, «asumieron con entusiasmo alborozado su condición de minoría literaria y su forma de expresión predilecta fueron las pequeñas revistas poéticas de breve tirada y cuidadosa tipografía». El origen de Litoral, una revista estrictamente poética (sin reseñas, noticias ni ensayos) e ilustrada, está estrechamente vinculado a la compra, por parte del padre de Emilio Prados, de una imprenta que tras un breve paso por la calle Tomás Heredia pasó a instalarse en el número 12 de la calle San Lorenzo con el nombre de Imprenta Sur, que junto con la madrileña Residencia de Estudiantes quizá sea uno de los espacios más míticos en relación a la pléyade de poetas que surgieron por esos años en España. Al frente del proyecto estaba con Prados (1899-1962) el también malagueño Manuel Altolaguirre (1905-1959), con un joven maquinista (y más tarde maestro impresor) José Andrade Martín y una Minerva Monopol de doble fondo alemana, y como regente Antonio Chávez.

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Al abordar la Imprenta Sur es inevitable reproducir, ni que sea fragmentariamente, el retrato que de ella hizo en 1939 el propio Altolaguirre en «Vida y poesía: cuatro poetas íntimos [Prados, Cernuda, Aleixandre y Concha Méndez]»:

Nuestra imprenta tenía forma de barco, con sus barandas, salvavidas, faroles, vigas de azul y blanco, cartas marítimas, cajas de galletas y vino para los naufragios. Era una imprenta llena de aprendices, uno manco, aprendices como grumetes, que llenaban de alegría el pequeño taller, que tenía flores, cuadros de Picasso, música de don Manuel de Falla, libros de Juan Ramón Jiménez en los estantes. Imprenta alegre como un circo y peligrosa para mí cuando Emilio Prados, tirador seguro, dibujaba mi silueta en la pared con unos punzones. […] Son recuerdos prosaicos. Pero la imprenta era un verdadero rincón de poesía. Con muy pocas máquinas, con muchos sillones, con más conversación que trabajo, casi siempre desinteresado, artístico, porque Emilio era y es el hombre más generoso del mundo.

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Altolaguirre y Prados.

En mayo de 1925, Prados y Altolaguirre ya tenían el primer número de Litoral a punto, pero, para desesperación de sus bisoños colaboradores, se producirían algunos retrasos, debidos en buena medida a su intención de incorporar al primer número a Juan Ramón Jiménez, a quien sin duda buscarían como mentor de la revista tanto por afinidad estética como por ser un nombre asentado y prestigioso en el panorama poético. De octubre de 1925 es tanto la visita que les hace Juan Ramón como una carta que el día 2 manda el librero León Sánchez Cuesta al poeta de Moguer diciéndole: «De Málaga me envía Emilio Prados los boletines de suscripción para Litoral. Parece que va a ser una revista bastante agradable, que aspira a tener la perfección tipográfica que usted ha enseñado a todos a buscar».

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Dibujo de portada de Benjamín Palencia, fechado en Madrid en 1926.

Sin embargo, la primera edición importante llevada a cabo en la Imprenta Sur quizá sea el libro de Emilio Prados Tiempo. Veinte poemas en verso, que aparece con un colofón del 31 de diciembre de 1925, cifra que figura también como pie de imprenta, y de poco después es Adán y Eva, el libro de relatos humorísticos con el que se estrenaba Edgar Neville (1899-1967).

Aún como anuncio de la revista, publican en otoño de 1926 Canciones del farero, de Prados, al que seguirán Las islas invitadas y otros poemas, de Altolaguirre, y ya en noviembre y presentado como segundo suplemento de Litoral, el poemario La amante, de Alberti, quien ha escrito acerca de los artífices de Sur: «Eran los héroes solitarios de la imprenta. De aquel minúsculo taller salían, compuestas pacientemente a mano y letra a letra, las páginas más limpias de toda la lírica de entonces».

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De noviembre y diciembre de 1926 son los primeros números de la revista, y suponen ya una nómina bastante ilustrativa y amplia de lo que se conocerá como generación del 27 (Alberti, Altolaguirre, Bergamín, Cernuda, Guillén, Lorca, Prados…), pero sobre todo da pie a un intento de lograr convertirse en impresores de las muy exquisitas revistas de Juan Ramón, quien a través de Sánchez Cuesta les encarga un presupuesto, y lo mismo hace Dámaso Alonso, que por aquel entonces estaba preparando con Pedro Salinas la colección Primavera y Flor para la editorial Signo (y donde publicarían, ya en 1936, ediciones anotadas de la poesía completa de Luis Carrillo de Sotomayor, El lazarillo o una selección de entremeses de Cervantes, entre otras).

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Federico García Lorca (1898-1936).

Paralelamente, y con una cadencia que no se parece en nada a la anunciada, en la Imprenta Sur van publicándose también, en forma de libro, los llamados suplementos de Litoral. El presentado como primero es sin embargo el quinto en aparecer (en septiembre de 1927), Canciones 1921-1924 de Federico García Lorca, y tal vez ello tenga algo que ver con el tremendo enfado que tuvo el poeta granadino al ver las múltiples erratas con que habían aparecido sus poemas («San Miguel», «Prendimiento de Antoñito el Camborio» y  «Preciosa en el aire») en el primer número de la revista. Las numerosas erratas fueron una lacra que siempre persiguió a Altolaguirre, un problema que las bellas «fe de erratas» que incorporaba a sus libros sólo atenuaban parcialmente.

Aun así, la revista no tardó en despertar la atención de la crítica más atenta a las novedades, y el muy perspicaz Enrique Díez-Canedo (1879-1944) la describía en El Sol (11-3-1927) como «la imprenta de la literatura joven», para poco después, en La Nación de Buenos Aires, caracterizarla como de «excelente tipografía, selección en un sentido de «pureza» un tanto pagada de sí misma», y en octubre de 1928 volver a destacarla en una panorámica sobre la poesía española reciente para la misma publicación argentina.

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Con el muy célebre número triple de la revista con que en otoño de 1927 se homenajeó a Luis de Góngora (1561-1627), en el que colaboraron Juan Gris, Benjamín Palencia, Picasso, Antonio Prieto y Falla, entre otros, se acabó la paciencia del padre de Prados, que es quien había financiado hasta entonces una aventura que siempre estuvo lastrada por problemas económicos, pero en primavera 1929 se salvó la continuidad del proyecto mediante la entrada como socio del poeta José María de Hinojosa (1904-1936), que se convirtió también en el nuevo director. Por su parte, los suplementos habían seguido su curso y habían publicado en ellos (siempre autofinanciándolos, como era práctica habitual por entonces) Bergamín, Cernuda, Aleixandre, Villalón y reiteradamente Hinojosa (La rosa de los vientos, Orillas de la luz y La flor de California), y Sur había dado a conocer también la faceta de César M. Arconada (1898-1964) como poeta a través del volumen Urbe. Cuando se reemprende la publicación, de la que sólo aparecerán ya dos números más (con textos de Éluard, Prados e Hinojosa, entre otros), se publica también el poemario de José Moreno Villa (1887-1955) Jacinta la pelirroja. Poema en poemas y dibujos, como suplemento undécimo.

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Páginas interiores de Jacinta la Pelirroja.

Altolaguirre abandona entonces la imprenta y la revista, al decir de Gonzalo Santonja «por desavenencias estéticas e ideológicas de sus dos compañeros (discreto y clásico Prados, comunista de militancia; surrealista Hinojosa, tradicional y conservador en el terreno político)» y se establece como impresor y editor por su cuenta (en colaboración con Concha Méndez).

Imprenta Sur continúa su andadura como imprenta manual de selectas ediciones de poesía, hasta la entrada en Málaga de las fuerzas franquistas, cuando una de las dos Minerva que tenía por entonces, con algunas cajas y comodines, es trasladada al frente de Vélez de Benaudalla para imprimir propaganda repubilcana, y allí acabará por perderse.

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José María Amado.

Al entrar las fuerzas sublevadas a Málaga, y una vez fusilado Hinojosa, incautan la imprenta y le cambian el nombre por el de Dardo, y pasa ocuparse de imprimir la revista falangista homónima (17 números entre 1937 y 1939, dirigida por José María Amado, sobrino-nieto de Carlos Arniches). Litoral, por su parte, vivirá una segunda época en el exilio, en México, de la mano de Prados, Altolaguirre, Moreno Villa, Juan Rejano y Francisco Giner de los Ríos, y contó con la colaboración de ilustradores como Arturo Souto y Rufino Tamayo, pero sólo llegó a publicar tres números en 1944.

En un giro inesperado, en mayo de 1968 (muertos ya Prados y Altolaguirre) Amado lideró una tercera etapa de Litoral en la Imprenta Sur, en la que publicó a varios poetas exiliados (lo que le costó incautaciones por parte de la censura), y en 1975 se unió a la dirección de la revista el pintor Lorenzo Saval, sobrino nieto de Emilio Prados.

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Los empleados de la primera etapa. ante la imprenta Sur.

Fuentes:

Excelente vídeo de Canal Sur (15 minutos) sobre la historia de la Imprenta Sur en el que puede verse la maquinaria usada en los años veinte aún en funcionamiento.

Web de Litoral.

Web de la Imprenta Sur, que sigue en funcionamiento manteniendo el modo de impresión tradicional y puede visitarse.

David Castillo y Marc Sardá, Conversaciones con José «Pepín» Bello, Barcelona, Anagrama (Biblioteca de la Memoria 24), 2007.

María José Jiménez Tomé, «Bernabé Fernández Canibell, testigo de saber de poesía e imprenta. De Litoral (1926-1929) a Caracola (1952-1961)», Impossibilia, núm. 6 (octubre de 2013), pp. 11-31.

José-Carlos Mainer, La edad de plata (1902-1931). Ensayo de interpretación de un proceso cultural, Barcelona, Ediciones Asenet, José Batlló editor, Los Libros de la Frontera, 1975.

César Antonio Molina, Medio siglo de Prensa literaria española (1900-1950), Madrid, Endymion (Textos Universitarios), 1990.

Julio Neira, De musas, aeroplanos y trincheras. Poesía española contemporánea, Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2015.

Gonzalo Santonja, Un poeta español en Cuba: Manuel Altolaguirre. Sueños y realidades del primer impresor del exilio, prólogo de Rafael Alberti, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1995.