La novelesca vida de una correctora y traductora: Carmen López Landa

Es difícil pensar en una traductora y correctora de estilo con una biografía más novelesca que Carmen López Landa (1931-2006), y aun así su historia está todavía por contar como merece, pese a haber legado un nutrido fondo documental al Arxiu Nacional de Catalunya.

Matilde Landa Vaz.

Hija de dos miembros destacados del Partido Comunista de España —Francisco López Ganivet (1907-1961) y Matilde Landa Vaz (1904-1942)—, antes de cumplir seis años la guerra civil pilló a Carmen en San Fiz de Vixoi (Galicia), y luego pasó por Villagordo del Júcar y Valencia, antes de poder reunirse con su madre en Barcelona. Desde allí, partió en 1938 con destino a Leningrado y poco después Moscú —donde fue alumna de quien había sido en España pionera del hockey sobre hierba Clara Sancha, esposa del escultor Alberto Sánchez (1895-1962)—, para embarcarse en agosto de 1939 rumbo a México.

Allí se formó en los centros educativos creados por los exiliados republicanos (pasó por la Academia Hispano-Mexicana, el Ruiz de Alarcón y el instituto Luis Vives) y supo de la muerte de su madre a manos de las autoridades franquistas (en una cárcel mallorquina). Acabada la guerra mundial aterriza em Londres, donde se había exiliado su padre, y completa los estudios secundarios en la Paddington and Maida Vale High School, pero abandona sus planes de iniciar estudios universitarios en Biología para entrar a trabajar durante cuatro meses en una empresa del sector textil, Goodman & Son Ltd.

Paddington and Maida Vale High School

Miembro ya por entonces de las Juventudes Socialistas Unificadas y del PCE, en enero de 1951 Carmen López viaja a Praga para incorporarse como traductora e intérprete de la Unión Internacional de Estudiantes (fundada en 1946). Según cuenta en una interesantísima entrevista de Eduardo Mateo Gambarte, además de completar dos cursos de Ciencias Biológicas, en Praga «traducíamos el boletín [de la UIE] directamente al esténcil, o cartas interminables de 5 o 6 folios a un espacio, originales en los que no podías cometer la menor errata. Si cometías una, a copiarla otra vez».

A principios de la década de los sesenta malvive un par de años en España. Según cuenta en la referida entrevista:

En [la editorial] Aguilar le dieron a Ramiro [López Pérez, veterano de la guerra civil y la resistencia, y su esposo desde 1958] un trabajo de venta de libros por las casas. ¡No vendía ni uno! Fue Pradera quien me proporcionó una traducción de Tecnos (Lógica de las matemáticas, de Whitehead). Cada 2 o 3 días yo le llevaba a Pradera los folios, él me pagaba en efectivo y yo hacía la compra… Pasamos hambre de verdad, y la situación no mejoraba.

Como es sabido, Javier Pradera (1934-2011) entró en Tecnos como agente comercial en 1959 por intercesión de un compañero de universidad, Gabriel Tortella. Probablemente sea un fallo de memoria lo que impide identificar esa traducción a la que alude Carmen López en la entrevista. Lo más probable es que se trate en realidad de El pensamiento científico, de C.D. Broad (1887-1971), publicado por Tecnos en 1963 en la colección que por entonces dirigía Enrique Tierno Galván (1918-1986) y cuya traducción se acredita a R. L. Pérez y C. L. Landa (sin duda, Ramiro López Pérez y Carmen López Landa). Antes había aparecido en la editorial Vergara de Barcelona la traducción de la biografía que Roger Manvell y Frankel Heinrich habían escrito de Goebbels (1961), que el padre de Carmen dejó inacabada cuando se suicidó en abril de ese año y ella se ocupó de concluir (aunque en los créditos sólo aparece Francisco López Ganivet).

Ante estas enormes dificultades para establecerse en España, en 1962 viaja de nuevo a México, donde el poeta republicano Juan Rejano (1903-1976) le consigue un trabajo como secretaria del agregado cultural de la embajada checa. Prosigue además su labor como traductora y, según dice, se ocupa de «tres libros (uno para UTEHA y otro para Trillas)», hasta que es contratada en Aguilar como correctora. De nuevo parece una simple y comprensible traición de la memoria (o un cruce de números y títulos), pues aparecen firmadas con su nombre completo las traducciones de Las zonas subdesarrolladas (Trillas, 1964), de Pentony DeVere, el voluminoso Educación para la salud (Trillas, 1965), de Berenice Moss, Warren Southworth y John Lester Reichert, y  Cómo enseñar a leer en las escuelas elementales (Manual UTEHA Breve, 1968), de Caroline Foley Vogts.

La década de 1970 la inicia regresando de nuevo a Madrid, donde empieza a colaborar como correctora para Alianza Editorial (fundada cuatro años antes por José Ortega Spottorno):

Ramiro encontró trabajo de corrector y maquetista en editoriales. Yo trabajaba en casa para Alianza. Los directores eran Spottorno y Pradera. Por cierto que Spottorno se portó muy bien. Yo le dije que podía seguir trabajando en la cárcel y él le dijo a Mariano que no me preocupase, que pasase lo mejor que pudiera ese tiempo y que sin armar mucho revuelo pasara a cobrar como si nada hubiera pasado.

Sospechosa habitual a ojos de las autoridades franquistas y objetivo frecuente de sus ansias punitivas, Carmen López Landa fue encarcelada en Yeserías durante dos meses en 1975 por no poder pagar las 200.000 pesetas de multa (por no haber pagado a su vez una que tenía pendiente desde 1962 de 10.000 pesetas). Previamente, en 1972, apareció uno de los megaéxitos que López Landa corrigió para Alianza y uno de los libros en español más vendidos de todos los tiempos, 1080 recetas de cocina (no 180, como se indica en la entrevista), de Simone Klein Ansaldy (1919-2008), quien por ser esposa de Ortega Spottorno lo firmó como Simone Ortega.

El caso es que Carmen López entró finalmente como correctora fija en Alianza, lo que suponía una cierta estabilidad laboral, pero su activismo sindical, como le advirtió Pradera, la había puesto en el punto de mira de Spottorno. En este punto entró en escena Jaime Salinas (1925-2011):

Entonces es cuando Jaime Salinas me dice: «Mira, Carmen, yo quiero hacer una empresa modelo —pobrecillo, cómo salió todo después—. A mi estilo, aquí vas a estar mucho más cómoda…» Y a los dos o tres años Alfaguara, zas, se viene abajo. Se fue todo al garete. Despido colectivo y todos a la calle. Jaime estaba muy preocupado por mí. Yo tenía cuarenta y ocho años, no estaba ni para encontrar trabajo ni para jubilarme. Abrazados, llorando, él me decía: «Carmen es tu caso el que me preocupa». Yo le contestaba: «No te preocupes Jaime que de peores situaciones hemos salido». No me faltó trabajo, los de Alfaguara me siguieron dando trabajo para casa.

Carmen López Landa.

La editora Felisa Ramos (receptora de la famosa última carta escrita por Julio Cortázar y luego editora en Destino) siguió proporcionándole trabajo, pero llegó un punto en que Carmen López se vio desbordada por las quince horas o más diarias que se veía en la necesidad de trabajar como correctora para poder pagar la hipoteca en la que se había embarcado, así que devolvió el trabajo que tenía entre manos, aunque siguió haciendo algunos trabajos para Planeta, Nuestra Cultura, el Museo Universal, estuvo unos meses contratada en Anaya y justo antes de jubilarse hizo el último trabajo para Imelda Navajo (a quien conocía de los tiempos de Alianza), cuando esta creó en 1987 Temas de Hoy. En sus años finales se dedicó con ahínco al activismo por la memoria histórica en el seno de la Asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE).

Ni siquiera identificar las obras que tradujo Carmen López Landa es del todo fácil, ni hablar ya siquiera de las que corrigió, pero no estaría mal que alguien se animara a investigarlo en profundidad y en serio. Igual acababa escribiendo una novela…

Fuentes:

Inmaculada de la Fuente, «Carmen Landa, “niña de la guerra”», El País, 25 de enero de 2006.

David Ginard i Féron, «Carmen López Landa, Exiliada y Militante Antifranquista, (1931-2006)», Ebre 38: Revista Internacional de la Guerra Civil, 1936-1939, núm. 3 (febrero 2008) pp. 77-83.

Eduardo Mateo Gambarte, «Entrevista con Carmen López Landa», Laberintos. Revista de Estudios sobre los Exilios Culturales Españoles, 22 (2020), pp. 435-451.

Anagrama en su contexto, Herralde en su salsa

NOTA: Esta reseña fue publicada originalmente en catalán como «Un día en la vida de un editor» en el Blog de l’Escola de Llibreria de la Facultat d’Informació i Mitjans Audiovisuals de la Universitat de Barcelona en enero de 2019.

«En el mundillo de la edición casi todo se acaba sabiendo»
Jorge Herralde

No es probable que existan muchas cátedras universitarias que lleven el nombre de una editorial; también en esto la barcelonesa Anagrama probablemente sea una excepción, como pone de manifiesto uno de los últimos capítulos de Un día en la vida de un editor (pp. 419-429), en el que se cuenta la gestación y la tarea llevada a cabo por la Cátedra Anagrama de la Universidad Autónoma de Nuevo León (Monterrey), por iniciativa del ensayista y responsable de ediciones de esta universidad, José Garza, desde su fundación el año 2007.

De izquierda a derecha, Gustavo Guerrero, Lali Gubern y Jorge Heralde.

En una entrevista de 2001 incluida asimismo en este libro («Jorge Herralde, la virtud, los tiburones y la red», p. 128-131), el también gran editor Javier Pradera señala otra de las muchas singularidades interesantes de la trayectoria de esta influyente editorial:

Anagrama es una de las pocas editoriales culturales fundadas durante los esperanzados años sesenta, a uno y otro lado del Atlántico, que han logrado sobrevivir como empresas independientes. No son muchas: solo Ediciones Era en México y un puñado de editores en España –se pueden contar con los dedos de la mano– han aguantado el huracán de las concentraciones empresariales.

Beatriz de Moura y Jorge Herralde.

Aun cuando, como también se explica en detalle en este libro («Operación Feltrinelli», p. 372-386), desde 2017 Anagrama pertenece mayoritariamente a la selecta editorial italiana fundada por el legendario Giangiacomo Feltrinelli, que la editorial barcelonesa haya perdido independencia en algún sentido está por demostrar. En cuanto a Javier Pradera, editor en el Fondo de Cultura Económica primero y luego de Alianza Editorial, han surgido en los últimos tiempos libros muy interesantes, como el de Santos Juliá Camarada Javier Pradera (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2012) y en particular el editado por Jordi Gracia y epilogado por Miguel Aguilar Javier Pradera: itinerario de un editor (Trama, 2017), que guarda algunos paralelismos en cuanto a estructura y contenidos con Un día en la vida de un editor: un conjunto de textos inéditos o publicados previamente en la prensa –entre los cuales, entrevistes en profundidad– o bien pensados originalmente como conferencias y discursos, ordenados temáticamente y  acompañados de una estricta selección de documentos (cartas, correos electrónicos) que vienen a cuento y resultan oportunos. Es evidente que, para reconstruir y valorar la trayectoria de Pradera, Jordi Gracia se enfrentaba a la dificultad añadida de la escasez y dispersión de la documentación propiamente editorial, pero en cambio contaba con la hoy ya más que notable bibliografía de Jorge Herralde como posible modelo.

Aun así, en el momento de analizar y evaluar la aportación de Anagrama no es Pradera sino Esther Tusquets y sobre todo Beatriz de Moura –o, dicho de otro modo, Lumen y Tusquets Editores–, los nombres que aparecen una y otra vez entrelazados en la historia de Herralde y, como no podía ser de otra manera, también tienen su protagonismo en este volumen (en particular en el texto inédito «El caso Lumen: incidentes en la absorción de una editorial independiente por un gran grupo», p. 317-320). De hecho, tal vez no haya un modo correcto de estudiar el «fenómeno Anagrama» sin analizar también en paralelo los casos de Lumen y Tusquets. Y viceversa, como ya se ponía de manifiesto, por ejemplo, en las Confesiones de una editora poco mentirosa, de Esther Tusquets (RqueR, 2005) y sobre todo en Por el gusto de leer: Beatriz de Moura, editora por vocación, de Juan Cruz Ruiz (Tusquets, 2014).

André Schiffrin y Jorge Herralde en el programa televisivo de Emili Manzano L´hora del lector

Desde el inicial Opiniones mohicanas (Aldus, 2000, ampliado en Acantilado el 2001) y a lo largo de los ocho títulos que lo han seguido hasta este Un día en la vida de un editor –que apareció coincidiendo con los cincuenta años de la editorial–, Herralde ha ido desarrollando y afinando un esquema de libro que, por el tono cercano y la heterogeneidad y diversidad del contenido, sitúan al lector en una posición de acompañante privilegiado de un paseo entretenido y ameno, trufado de anécdotas contadas con una ironía fuera de serie, por su trayectoria y su día a día; y con el bonus track, como él diría, de toparse, al doblar cualquier página, con algunos de los escritores, editores y agentes literarias más relevantes que le son contemporáneos. Pero aún hay otro bonus track adicional: un pliego de fotografías, con muchas de las cuales ya está familiarizado quien ha tenido la suerte de hojear los diversos libros conmemorativos y no venales que Anagrama ha ido publicando periódicamente.

Con Bolaño.

Del conjunto de los libros de Herralde puede extraerse una imagen de las circunstancias de todo tipo (intelectuales, sociales, políticas, culturales, e incluso deportivas) en que ha ido desarrollándose la historia de Anagrama, y tambien en cada uno de ellos se ha ido trazando la historia de Anagrama, de modo que cada nuevo volumen la actualiza y añade también una pincelada nueva, que en el caso de Un día en la vida de un editor quizá se concreta sobre todo en la mayor atención dedicada al contexto internacional, a las relaciones con otros editores y agentes literarios, pero también con escritores y críticos literarios, lo cual contribuye a situar Anagrama en un mapa más amplio de la edición literaria de los siglos XX y XXI.

Sin embargo, es eminentemente un volumen de lectura independiente y que por tanto no presupone el conocimiento previo de los libros anteriores, y así pues volvemos a encontrar un relato de los primeros pasos de la editorial, centrados sobre todo en el ensayo político y sociológico más combativo y, subsidiariamente, en la literatura underground; aparece asimismo la irrepetible aventura de Enlace, que a finales de los años setenta aglutinaba algunas de las editoriales más ruidosas y rupturistas (Anagrama, Barral, Cuadernos para el Diálogo, Edhasa, Edicions 62, Laia, Lumen y Tusquets), el nacimiento de la espectacular colección Panorama de Narrativas, que no tardaría en convertirse en sede social –y valga la expresión, por lo que tiene también de punto de encuentro– de los autores destinados a entrar en el canon de la literatura universal reciente, el momento en que los editores plantaron cara a los proyectos para acabar con el precio fijo de los libros… y todo aquello que puede satisfacer al lector interesado no sólo en la historia de esta editorial en concreto, sino en el panorama de la edición reciente.

También es cierto que este tipo de lector quizá se reencuentre con algún texto que ya ha leído o incluso con alguno que le ha oído leer al  propio Herralde (somos poco menos que una secta), pero no hay duda de que, insertos en este conjunto y situados en este determinado orden, estos textos cobran un nuevo sentido, se complementan entre sí y con los que hasta ahora permanecían inéditos y, a la manera de un trencadís gaudiniano, componen una imagen colorista, alegre y rigurosa de un fragmento de vida que a los lectores más veteranos les toca muy de cerca porque está íntimamente conectada con su propia biografía lectora.

Si algún día se hiciera lo que suele llamarse una edición ómnibus con todos los libros de Herralde, un Herralde esencial que bien podría incluirse en la anagramática colección Compendium, quizá habría que editarlo con cuidado para evitar algunas reiteraciones, pero si se le añadiera una versión actualizada de los impagables volúmenes conmemorativos y no venales que ha venido publicando Anagrama coincidiendo con sus aniversarios más sonados, tendríamos una visión completa y bastante exhaustiva de la historia de Anagrama; o, dicho de otro modo, una compacta biografía de Jorge Herralde.

Herralde, Jorge. Un día en la vida de un editor y otras informaciones fundamentales. Pról., Silvia Sesé. Barcelona: Anagrama (Biblioteca de la memoria, 39), 2019.

¿Quién no ha leído algún Libro de Bolsillo de Alianza Editorial?

Con su cuidadosa selección y sus miles de títulos, todos ellos con unas cubiertas siempre imaginativas y resultonas, la colección de Libro de Bolsillo de Alianza se convirtió en una de las referencias inexcusables para quienes deseaban acceder a los grandes textos de la literatura universal al alcance del bolsillo de, pongamos por caso, un estudiante. En realidad, costaría encontrar en España alguien con estudios superiores y mínimamente lector de cierta edad por cuyas manos no hubiera pasado ningún ejemplar de esta colección.

Cubierta original, de Daniel Gil, de La Regenta.

El póquer de ases que se encuentra en el origen de la colección, con distintos grados de responsabilidad, lo formaban el empresario José Ortega Spottorno (1916-2002), los editores Javier Pradera (1934-2011) y Jaime Salinas (1925-2011) y, de la mano de este último (excelente y reputado creador de equipos), el diseñador Daniel Gil (1930-2004). El proyecto nació en 1966 con la fundación de Alianza Editorial: ese año lanzó una treintena de títulos a unas cincuenta pesetas cada uno, empezando con Unas lecciones de Metafísica, de José Ortega y Gasset, enmarcado en la serie Humanidades, y continuando (en orden) con Mozart, de Fernando Vela, Ensayo sobre las libertades, de Raymond Aaron, La metamorfosis, de Kafka,  Historia de la civilización en Europa, de François Guizot, Cuentos, de Pío Baroja, La Regenta, de Clarín, Mahoma, de Tor Andrae, Poesía, de Antonio Machado…

Es evidente que en una colección de bolsillo el margen creativo del editor va poco más allá de la selección y planificación de los títulos (que en cualquier caso fue excelente), porque como dejó dicho Jaime Salinas, sin pensar en el editor de mesa, «publicar a Faulkner, Hesse, Camus, Proust, etcétera, sólo requiere hacer trámites burocráticos para conseguir los derechos». Sin embargo, la colección destacó en particular por el diseño de esos volúmenes de 18 x 11 encuadernados en martelé, con contracubiertas con el texto dispuesto justificado a la izquierda y, tras algunas variaciones iniciales, sobre fondos blancos. A diferencia de lo que había sido habitual en las grandes colecciones de bolsillo en España (la Universal de Calpe o la Austral de Espasa-Calpe, por ejemplo), que entre otras cosas permitía abaratar costos, Daniel Gil abandonó el empleo de una misma pastilla con un diseño uniforme, en el que acaso cambiaba sólo el color de la tinta en función de la serie o género, y empezó a crear una identidad de la colección mediante su propio estilo como diseñador, con variedad de técnicas, e incluso tomándose la molestia, en cuanto se reeditaban, de ir reelaborando el diseño de aquellas cubiertas que habían envejecido mal.

Una muestra de cubiertas de Daniel Gil para Libro de Bolsillo.

Probablemente, de la conjunción de la acertada selección de títulos —que en el ámbito de la literatura cabe atribuir a Salinas y en el del ensayo a Pradera—, y el innovador diseño de las cubiertas, obra de Gil, añadido al muy reducido precio de los libros surge el longevo éxito de esta legendaria colección, que sin embargo no sirvió a Salinas para hacer crecer la editorial por los caminos que a él le interesaban, convencido como estaba de que en el caso del Libro de Bolsillo lo adecuado era promocionarla como colección, mientras que otros proyectos requerían una estrategia individualizada:

La propuse a Ortega la creación de la colección Alianza Tres, en la que quería ir recuperando autores olvidados como Corpus Barga, publicar a Cortázar, hacer una antología de poesía concreta. Ahí, me temo, empezaron algunos roces con Javier [Pradera], porque él seguía muy de cerca la parte comercial y se resistía a dar a la nueva colección un tratamiento diferenciado en la distribución. Con razón o sin ella, Javier no me apoyó y es cuando yo empecé a sentirme incómodo en Alianza.

Diseño de Daniel Gil de El mundo de Guermantes, de Proust.

Cuando a través del economista Luis Ángel Rojo (1934-2011) Salinas entró en contacto con el financiero Jesús Huarte en un momento en que este último no sabía muy bien por dónde encarrilar la editorial Alfaguara, se dieron las condiciones para una salida en 1977 de Alianza satisfactoria para Salinas, y para entonces el Libro de Bolsillo ya funcionaba a toda máquina.

Con el tiempo, si bien había una ordenación muy clara entre las secciones de Clásicos de Grecia y Roma, Filosofía, Historia y Humanidades, Literatura, Ciencias Sociales, Ciencias, uno de los aspectos más interesantes fue la creación de las Bibliotecas de Autor, entre las que se crearon las de Azorín, Baroja, Benedetti, Brecht, Camus, Carpentier, Freud, Lovecraft, Mishima, Nietzsche, Pérez Galdós, Proust, Max Weber…

Se trataba en la inmensa mayoría de las ocasiones de ediciones con el texto desnudo o a lo sumo con las imprescindibles notas de traductor, si bien en algunos casos, como en el de los las obras de Edgar Allan Poe, por ejemplo, con un sustancioso prólogo de su traductor cuando este tenía cierto renombre. En el caso concreto de las obras de Poe aparecieron en los volúmenes de Cuentos I (1970, núm. 277), Cuentos II (1970, núm. 278), Narración de Arthur Gordon Pym (1971, núm. 342), Eureka (1972, núm. 384) y Ensayos y críticas (1973, num. 464), todos ellos en traducción y con prólogos de Julio Cortázar (en el caso del primer volumen de cuentos uno proporcionalmente extenso: 48 páginas de las 540 que tiene) y se emplearon, si bien revisados por el propio traductor, los textos que en la primavera de 1953 le había encargado el por entonces responsable de las Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, el escritor español Francisco Ayala, y que en colaboración con la Revista de Occidente aparecieron originalmente en los volúmenes Obras en prosa I. Cuentos de Edgar Allan Poe (1956) y Obras en prosa II. Narración de A. G. Pym. Ensayos y críticas (1956). Ya en el siglo XXI (en 2009, coincidiendo con el segundo centenario de Poe), Páginas de Espuma se sirvió de esas mismas traducciones editadas por Fernando Iwasaki y Jorge Volpi y con textos adicionales de Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa.

Diseño de Daniel Gil.

Un ritmo de producción tan frenético como el del Libro de Bolsillo de Alianza, hacía que en el caso de las traducciones se sirviera de las preexistentes, y eso creaba algunas pequeñas disfunciones, como fue el caso de los tomitos de En busca del tiempo perdido, cuyos dos primeros volúmenes (Por el camino de Swan y A la sombra de las muchachas en flor) firmó Pedro Salinas en los años veinte, el tercero José Mª Quiroga Pla a principios de los treinta (El mundo de Guermantes) y los siguientes ya en la postguerra Consuelo Bergés (Sodoma y Gomorra, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado), lo que hizo que, sobre todo en América, tuviera que competir con la que había concluido de los cuatro últimos tomos Marcelo Menasché para la editorial argentina Santiago Rueda (que había podido publicar la obra completa ya en 1946).

Diseño de Manuel Estrada.

Libro de Bolsillo Alianza superó buena parte de los récords de la edición española, algunos de sus títulos se reimprimían docenas y docenas de veces (de la Historia del tiempo, de Stephen Hawking, vendió 20.000 ejemplares en un mes y llegó a reimprimir 300 títulos anuales), y celebró los primeros mil títulos con una edición en dos volúmenes del Quijote (1993) —ecdóticamente muy discutible y discutida— preparada por Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, quienes en 1996 iniciaban en Alianza la edición sistemática de toda la obra cervantina (empezaron con La Galatea). A la altura de 2016, al cumplir sus primeros cincuenta años, Libro de Bolsillo había rebasado los 3.500 títulos, tras una notable remodelación en 2010 del diseño gráfico a cargo de Manuel Estrada, que en cuanto se puso en circulación (con El señor de las moscas, de William Golding, El arte de envejecer, de Schopenhauer, dos títulos de Salinger y, como novedades, Tiempos difíciles, de Dickens, y El Capital, de Max) generó todo tipo de debates, como no podía ser de otra manera. Con  motivo de ese medio siglo se editaron unos cuantos títulos con cubiertas básicamente tipográficas pero con fotografías del autor, que tampoco fueron unánimemente bien acogidas. Es muy probable que para los lectores más veteranos la colección siempre quede asociada a los diseños de Daniel Gil.

El sutil modo de Daniel Gil de evocar la bandera republicana en los tres volúmenes de Crónica del Alba, de Ramón J. Sender.

Fuentes:

 Manuel de la Fuente, «Libro de Bolsillo cambia de cara, pero no de alma», Abc, 21 de octubre de 2010.

Jordi Gracia, ed., Javier Pradera. Itinerario de un editor, con un epílogo de Miguel Aguilar, Madrid, Trama Editorial (Tipos Móviles 24), 2017.

Fieta Jarque, «Alianza edita la primera de la obra completa de Cervantes», El País, 13 de marzo de 1996.

José Manuel Ruiz Martínez, Daniel Gil. Los mil rostros del libro, Santander, Caja de Ahorros de Santander y Cantabria, 2012.

Jaime Salinas, Travesías. Memorias, 1925-1955, Barcelona, Tusquets, 2003.

Jaime Salinas, El oficio de editor. Una conversación con Juan Cruz (incluye textos de Juan Cruz, Jaime Salinas, Mario Muchnik y Javier Marías), Madrid, Alfaguara, 2013.

Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Barcelona, Destino (Imago Mundi 26), 2003.

Ángel Vivas, «El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial cumple cincuenta años», El País, 7 de marzo de 2016.

El diseño gráfico, entre el arte y la publicidad (Daniel Gil)

A Pepe Far, amic repescat a la xarxa,

i creador de joies per a Minúscula.

Daniel Gil (1930-2004) quizá sea el diseñador español cuya vida y obra ha generado más bibliografía, ya sea desde la admiración (Francisco Calvo Serraller, Enric Satué, Daniel Giralt-Miracle, Jorge Herralde, Javier Pradera) ya desde una posición crítica más o menos desdeñosa (Andrés Trapiello, Valeriano Bozal), por lo que a estas alturas es difícil decir ya algo nuevo u original sobre su trabajo. Además de numerosísimos artículos y reseñas críticas, ha protagonizado varios catálogos importantes, capítulos de libros y monografías (entre ellas, Los herederos de Daniel, 2003, y Daniel Gil. Nuestras mejores portadas, 2005). Desde luego, no es casual, y una primera explicación reside en la enorme influencia que han tenido sus cubiertas para la colección Libros de Bolsillo de Alianza, después de iniciarse en revistas y maquetar para Aguilar y después de haber trabajado durante siete años para Hispavox diseñando fundas de discos.

Fundas de discos diseñadas por Daniel Gil.

El editor Jaime Salinas (1925-2011), al hilo de la reconstrucción de los orígenes de Alianza, refirió ese feliz encuentro entre los editores y el diseñador en los siguientes términos:

Empezamos a hablar de maquetas y me empecé a inquietar mucho, porque me ponen nervioso esas reuniones en que hay tres o cuatro personas y ninguna de ellas domina el tema. Yo insistía en la importancia de la presentación de los libros. ¿Dónde encontrábamos un maquetista entonces? Alberto Corazón [(n. 1942)] parecía entonces el único y me dijeron que su precio era prohibitivo. Pero mi secretaria estaba casada con Daniel Gil, que diseñaba carpetas para discos. Se me ocurrió decírselo, e hizo las portadas muy bien durante muchos años [entre 1966 y 1989].

Daniel Gil

En Alianza, donde empieza trabajando como autónomo pero pronto se convierte en director artístico, goza de unos privilegios poco comunes que sólo podían darse en aquellos años en un determinado tipo de editoriales jóvenes. Por un lado, la editorial de José Ortega Spottorno (1916-2002), José Vergara Doncel (1906-1983), Jaime Salinas y Javier Pradera (1934-2011) fue de las muy pocas que en la segunda mitad de la década de los sesenta contó con un departamento artístico propio. Pero, además, en él Daniel Gil consiguió blindar una libertad e independencia creativa que ni siquiera diseñadores mucho más veteranos y prestigiosos obtenían con facilidad. Los testimonios existentes sobre ello dan la idea de poco menos que carta blanca absoluta para crear diseños de cubierta, ante la que ni siquiera las objeciones que pudieran poner los autores eran gran cosa.

Sin embargo, y eso justificaría la principal crítica que le hace Trapiello, es de suponer en cambio que el diseño de interiores, de maquetas, sí le viniera impuesto por el departamento comercial, de ventas o de producción (que establecerían el número máximo de páginas), pues sólo de ese modo se explicaría convincentemente que alguien que cuida tanto el exterior creara maquetas sin apenas márgenes, con unos interlineados mínimos o con unos cuerpos de letra apenas legibles; interiores indiscutiblemente feúchos.

Un vistazo superficial al tipo de diseños que en aquellos años se crean para las editoriales emergentes en España (Lumen, Tusquets, Anagrama) muestran una notable influencia del pop art y, sobre todo, enseguida una voluntad de poner el diseño al servicio de la creación de una identidad editorial e incluso de colección, cosa que muy a menudo ha pasado por crear un marco muy fijo en el que varía la ilustración central (ya se trate de la reproducción total o parcial de una obra artística preexistente, ya sea una imagen creada ex profeso), un uso recurrente de una misma tipografía y en la misma disposición, etc, que hasta hoy han servido para identificar a primera vista los libros de estas editoriales. Basten algunos ejemplos de esta modalidad seguida hasta hoy:

De la colección Palabra en el Tiempo (Lumen)

Andanzas (Tusquets)

Narrativas Hispánicas Anagrama en la actualidad.

En Los mil rostros del libro (Caja d Ahorros de Santander y el Cantábrico, 2012), José Manuel Ruiz Martínez combina la exhaustiva documentación, el análisis profundo y una exposición de los argumentos que rehuye –en la medida que eso es posible– el lenguaje especializado en exceso sin caer por ello en la trivialización, para ofrecer un magnífico estudio de la obra de Daniel Gil. Para un lector no profesional o no muy versado en la materia, esa claridad expositiva, esa estructuración de los contenidos (ver índice al final) y el impagable apoyo en los ejemplos de cubiertas que se ofrecen permite un conocimiento de las líneas maestras en la evolución de Daniel Gil, así como una comprensión de las fuentes de las que parte (el dadaísmo, el psicoanálisis y el surrealismo, en particular) y del propósito común a una extensísima cantidad de obras (que a su vez da unidad a la colección).

El esmero en la clasificación de los muy diversos procedimientos técnicos y de las figuras retóricas que construye Daniel Gil sirviéndose de ellas, y al mismo tiempo los modos variados en que establece una relación con el título y el texto de la obra a cuyo servicio se pone el diseño es uno de los aspectos más notables del libro de Ruiz Martínez.

Páginas interiores del libro de José Manuel Ruiz Martínez.

Otro, la reflexión previa y genérica (desarrollada más ampliamente en su tesis doctoral) acerca del papel del diseñador gráfico en la industria editorial y de la situación en ella del propio Daniel Gil. Un par de citas (un poco extensas) del libro de José Manuel Ruiz Martínez ejemplifican bien el carácter y orientación de estas reflexiones desarrolladas a partir de la estética de Daniel Gil:

Resultan […] de especial interés todas las observaciones de Daniel Gil que nos orientan hacia una consideración retórica de su quehacer, principalmente cinco: 1) La idea de que el diseñador es un hombre orquesta” que necesita saber de todo así como disponer de una extensa enciclopedia con la que desarrollar más eficazmente su labor comunicativa y “conectar con el receptor. 2) El hecho de que la inspiración viene dada por el “pie forzado” que constituye el título cuya cubierta hay que diseñar y por ende, de alguna manera también defender. 3) La renuncia tanto a un estilo personal como, sobre todo, al no enjuiciamiento de la obra para la que se diseña, con el fin de convertirse en mediador eficaz entre ésta y el público. 4) La oscilación, característicamente retórica entre redundancia y desautomatización, situando la cubierta “entre la obviedad y el hermetismo”. Esto pone asimismo de manifiesto la vocación, también característica […] del mejor diseño de mediación cultural que tiene Gil. En efecto, en la oscilación entre obviedad y hermetismo, Gil consigue, según su propia declaración, ofrecer distintos niveles de significado para un público diversamente alfabetizado en lo visual. 5) Por último, y lo que es más importante, la búsqueda, descrita por él mismo, de que los objetos de sus cubiertas se conviertan en símbolos, para lo cual los somete a procedimientos de manipulación que se corresponden en buena medida con aquellos empleados por la retórica para la elaboración de tropos.

 

 

La dialéctica entre la dependencia del texto para el que se diseña y la dependencia de criterio del diseñador constituye una de las tensiones fundamentales de la poética de Gil y de su quehacer. Podría sintetizarse en su afirmación “No traicionar al libro pero tampoco aniquilarse a sí mismo creativamente” […] Este planteamiento nos lleva a la concepción de Gil del libro como un objeto –organismo, más bien– del que el texto es sólo una parte: quizá la fundamental, pero parte a fin de cuentas: la cubierta, “aun relacionada con el texto”, implicaría la coparticipación del diseñador en un proyecto cultural y estético que constituye el libro en su totalidad, suma estructurada de varias partes […] La edición, por tanto, deja de ser un mero soporte para convertirse en parte constituyente y significativa del libro.

Un último aspecto destacable –de los muchos que podrían abordarse– de este estudio es el eficaz y comodísimo empleo de las numerosas ilustraciones que se reproducen para ejemplificar la diversidad de técnicas empleadas, la variedad de modalidades de relación entre imagen y libro o la heterogeneidad de planteamientos (Y no deja de ser asombroso que mediante esa variedad Daniel Gil dotara a la colección de una poderosa imagen identitaria; tal como lo expresó Javier Pradera, “sólo un talento excepcional para el diseño podía conseguir que cada cubierta fuese percibida a la vez como denotación de un título individual y como la connotación de la editorial que lo publicaba”).

Entre lo uno y lo diverso (cuatro cubiertas de libros de Joseph Conrad)

En definitiva, Daniel Gil ha tenido la suerte no sólo de haber sido objeto de análisis y glosa por parte de diversos colectivos que podían sentirse particularmente apelados por su obra, como críticos e historiadores del arte, diseñadores y editores, sino por contarse entre ellos algunos tan espléndidos y accesibles como Los mil rostros del libro, una obra que vale la pena tener a mano para volver sobre ella.

Fuentes:

Daniel Giralt-Miracle, «El pensamiento visual«, El País, 15 de noviembre de 2004, p. 38.

Gràffica, “Daniel Gil, los mil rostros del libro” (reseña), gràffica, 14 de mayo de 2012.

José Guerrero Martín, “Daniel Gil: un creador de seductores envoltorios de cultura” (entrevista), La Vanguardia, 22 de abril de 1984, pp. 40-43.

Xavier Moret, Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, Barcelona, Destino (Imago Mundi 19), 2002.

c6e2ac4bbef3150951d663d84315115a1.jpgJ. C. Rodríguez, “Daniel Gil y la revolución del diseño editorial”, Alea Jacta Est, 23 de mayo de 2011.

Rosa María Rodríguez Mérida, “Los ojos de Daniel Gil: La cubierta del libro, un espacio preferente para el diseñador”, Ddiseño, abril de 2012.

José Manuel Ruiz Martínez, Los mil rostros del libro, Caja d Ahorros de Santander y el Cantábrico, 2012.

José Manuel Ruiz Martínez, La puerta de los libros. Una aproximación al diseño gráfico a través del análisis de las cubiertas de Daniel Gil para Alianza Editorial, Tesis doctoral presentada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, 2008.

Fernando Samaniego, “El diseño gráfico editorial a través de 2000 cubiertas de Daniel Gil”, El País, 28 de febrero de 1984.

Álvaro Sobrino, Los herederos de Daniel Gil, Madrid, Blur, 2003.

Satué, Enric, “El diseño y los libros, sociedad anónima”, El País, 26 de junio de 1990, p. 10.

Guillermo Schavelzon, “Daniel Gil lleva sus portadas a México,”, El País, 17 de marzo de 1984.

Andrés Trapiello, Tipografía Moderna. Tipografía y literatura en España, 1874-2005, València, Campgràfic, 2005.

Alianza (El Libro de Bolsillo), 1975.

Alianza (El Libro de Bolsillo), 1975.

Material adicional:

Portadas de Daniel Gil en Boek Visual.

Daniel Gil en una entrevista en 1984 (con motivo de la conmemoración en la Biblioteca Nacional de España de las 1.001 portadas de Alianza).

Más cubiertas diseñadas por Daniel Gil en Flickr.

El humor en Editorial Taurus

Vida del repelente niño Vicente (1955)

Vida del repelente niño Vicente (1955)

Se hace hoy difícil pensar en la editorial Taurus como idónea para una colección humorística, pero aun así, en palabras de uno de sus fundadores, Francisco Pérez González (1926-2010), a mediados de los cincuenta «las cosas de humor funcionaban, al menos hasta la Transición, y nos diversificamos en esa dirección con el concurso de los humoristas de La Codorniz; se publica la colección El Club de la Sonrisa, que es una suerte de libros de fácil venta, y vivimos una etapa en la que se intensifica el trabajo en equipo». Así se estrenó en 1955 lo que otro de los hombres clave en Taurus, Javier Pradera (1934-2011), definió como “una innovadora colección de humor bautizada como “El Club de la Sonrisa”, y añade que, «aunque sólo fuera por haber publicado Vida del repelente niño Vicente de Rafael Azcona, su mención sería necesaria”.

Cubierta de la edición de Por qué nos gustan las guapas (Pepitas de Calabaza)

Desde 1951, Rafael Azcona, venía publicando su poesía en la revista Berceo y colaborando, por mediación de Chumi Chúmez, en La Codorniz, la cabecera de literatura humorística por antonomasia de aquellos años. Posteriormente esta exitosa novela la reeditarían El Mascarón (1984) y Aguilar (2005). Afortunadamente, la obra literaria de Azcona (1926-2008) ha ido siendo en buena medida recuperada a principios del siglo XXI por diversas editoriales, si bien no todas ellas han dado la suficiente difusión a sus publicaciones o no disponen de una distribución en concordancia con el meritorio trabajo editorial que están llevando a cabo: hasta ahora (como Taurus), en el Grupo Prisa: Alfaguara (Estrafalario, en 1999, que incluye Los muertos no se tocan, nene, El pisito y El cochecito, con un prólogo de Josefina Aldecoa), pero además, Tusquets (Los europeos en 2006), Ediciones del Viento (Los ilusos, revisada por el autor, y Pobre, paralítico y muerto en 2008) y sobre todo Pepitas de Calabaza, que hasta el momento de escribir estas líneas ha publicado Memorias de un señor bajito (2011) y Por qué nos gustan las guapas. Todo Rafael Azcona en La Codorniz (1952-1955) (2011), en edición de Víctor Sáenz-Díez, José Ignacio Foronda y Julián Lacalle y con prólogo de Bernardo Sánchez, y tiene anunciados para dentro de 2013 los segundo y tercer volúmenes: ¿Son de alguna utilidad los cuñados? (1956-1958) y Repelencias. Dibujos y viñetas (1953-1956). Pendiente en cambio parece la edición de una rareza, la primera novela escrita por Azcona, Cuando el toro se llama Felipe, publicada en Tetuán en una colección dirigida por Ángel Palomino, Buenas Noticias.

 

Cubierta ilustrada por Chumi Chúmez de Don Clorato de Potasa, de Edgar Neville, como número 34 de El Club de la Sonrisa, publicado en 1957.

Hasta 1960, llegarían a publicarse una sesentena larga de números de El Club de la Sonrisa, unos volúmenes encuadernados en rústica con solapas, de 19 x 12 cm, y que oscilan entre las 150 y las 300 páginas. Al inicial de Azcona seguiría en los números siguientes: Este mundo, de la Baronesa Alberta (Mercedes Ballesteros), Pepe. Novela con interferencias, de Rafael Castellano, Los náufragos del “Queen Enriqueta”, de Óscar Pin [Fernando Perdiguero Pérez], Un par de lechuguinos, de Edward Burke, en traducción de Eloísa Castellano de la Fuente, ¿Está en casa el Sr. Brambilla?, de Carlo Manzoni, traducida por Fernando Perdiguero, Papá, mamá, la muchacha y yo del por entonces célebre humorista francés Robert Lamoureaux, Aventuras inéditas del caballero Artagnan, de Cero [seudónimo de Fernando Perdiguero, padre] El doctor en su casa, de Richard Gordon, en traducción de Miseha, y Romeo y Julieta, de Tono [Antonio Lara de Gavilán), todos ellos en 1955 (ver Apéndice). Evaristo Acevedo, Ramón Gómez de la Serna, Julio Camba, Edgar Neville, Miguel Mihura, Santiago Lorén (que había publicado su primer libro con Janés y con el segundo obtuvo el Premio Planeta), Chumi Chumez o Luis García Berlanga son algunos de los nombres que a día de hoy más destacan en el catálogo del Club de la Sonrisa, y que trazan un panorama bastante elocuente de la literatura de humor de esos años. En definitiva, constituyen la mejor selección posible de la literatura de humor española del siglo xx, y a menudo se publicaban con portadas de otro insigne colaborador de La Codorniz, Chumi Chúmez..

Portada del primer número de La Codorniz

Parece bastante evidente que el nombre de la colección procede la colección El Club de la Alegría creada por José Janés en el seno de la editorial Lauro, donde ya en 1946 había publicado a Bob Hope (Nunca salí de mi casa, 1946), Ralph Temple (Cucos y otros pájaros de cuenta), Noel Clarasó (Cuarto creciente, luna llena, cuarto menguante) y Jerome K. Jérome (El arte de cuidar y gobernar a las mujeres), así como varias obras de Wodehouse del ciclo de Míster Muliner (Les presento a Mr. Mulliner, Mr. Mulliner tiene la palabra, Las noches de Mulliner y Sam el brusco). Probablemente esto por sí solo, este tipo de competencia, ya no le haría ninguna gracia a José Janés, pero además por aquel entonces él llevaba algunos años dando a conocer la obra literaria de los principales colaboradores de La Codorniz y había contribuido en no pequeña medida a que estos fueran conocidos más allá de los lectores de la genial revista fundada en 1941 por Mihura (que en determinadas zonas de la Península nunca consiguió tener muy buena distribución). Así, entre los principales colaboradores de la revista a los que Janés había publicado libros se contaban a mediados de la década Edgar Neville (La familia Mínguez [1945], Don Clorato de Potasa [1947], que más tarde publicaría El Club de la Sonrisa, y Torito Bravo [1955]); Álvaro de Laiglesia (Un náufrago en la sopa [1947], El baúl de los cadáveres [1948] y La gallina de los huevos de plomo [1951]); Miguel Mihura (Mis memorias [1948]); Tono (Diario de un niño tonto [1948] y Automentirobiografía [1949]); la Baronesa Alberta (Así es la vida [1953, reeditada en 1955]), y Óscar Pin (Cuando no hay guerra da gusto [1953]). Por ello, no resulta en absoluto extraño encontrar ya en 1947 a Janés como uno de los protagonistas de la célebre encuesta que solía publicar La Codorniz, donde, entre otras cosas graciosas, nos enteramos de que veraneaba en la calle Muntaner, 316; es decir, que los períodos vacacionales los pasaba en la sede de la editorial.

Probablemente, la primera edición de Wodehouse en España, en la colección La Novela Aventura (Hymsa).

Probablemente, la primera edición de Wodehouse en España, en la colección La Novela Aventura (Hymsa).

Evidentemente, tampoco puede decirse que Janés hubiera descubierto a Jerome K. Jérome (1859-1927), a quien ya había publicado por ejemplo Gustavo Gili, o a Wodehouse, de quien, sin embargo, la única edición anterior en español de la que tengo noticia es la de Las genialidades de Sam en Hymsa, en 1935 (una traducción de Guillermo López Hipkiss), e incluso la historia de las primeras colecciones de humor cabría remortarla quizás a los primeros años del siglo, pero sí que acaso se puede considerarse a Janés el impulsor de una cierta moda editorial de la novela de humor en la década de los cincuenta, recuperando a autores aun hoy  intereseantes, sobre todo británicos, y publicando las obras narrativas de humoristas fogueados en otros frentes. Además, a tenor de las reediciones, resulta que tuvo una excelente respuesta por parte de los lectores. Y no sólo en El Club de la Alegría, sino ya incluso antes en colecciones como Al Monigote de Papel o La Hostería del Buen Humor. Sin embargo, en una entrevista con Luis Quesada publicada en 1959, explicaba Janés que ese filón se estaba agotando: “tuvo su momento, [pero] ahora ya no tiene tanta fuerza como antes”.

Aun así, incluso de las antologías que se publicaron en El Club de la Sonrisa (de los “humoristas franceses contemporáneos”, “del humor español” o la «del humor universal» seleccionada por Andrés Guilman) se puede identificar con facilidad un antecedente janesiano ya en 1947, La risa en el mundo. Antología del humor universal, preparado por Ángel Marsá, o incluso antes en obras como la Antología de humoristas húngaros contemporáneos, de Andrés Revész y José García Mercadal, la Antología de humoristas ingleses contemporáneos, de Simón Santainés, o la Antología de Humoristas Italianos contemporáneos, seleccionados por Andrés Guilman, G.B. Ricci y José Janés, y publicadas entre 1942 y 1946 en Al Monigote de Papel.

En cualquier caso, parece que los cincuenta fueron, editorialmente, unos años bastante divertidos, aunque acaso no tan innovadores en cuanto a la creación de colecciones…

Apéndice: Registro de los títulos de El Club de la Sonrisa localizados (salvo error u omisión, se indica número, título y fecha; siguen faltando datos acerca del número 29).

  • 1.Rafael Azcona, Vida del repelente niño Vicente (abril de 1955)
  • 2. Evaristo Acevedo, Los ancianitos son una lata (1955)
  • 3. Rafael Castellano, Pepe, novela con interferencias (1955)
  • 4. Oscar Pin, Los náufragos del Queen Enriqueta (1955)
  • 5. Edward Burkes, Un par de lechuguinos (1955)
  • 6. Carlo Manzoni, ¿Está en casa el Sr. Brambilla? (1955)
  • 7. Robert Lamoureux, Papá, mamá, la muchacha y yo (1955)
  • 8. Cero (¿Fernando Perdiguero?), Aventuras inéditas del caballero Artagnan (1955)
  • 9. Richard Gordon, El doctor en su casa (1955) 2ª ed: Un  médico en la familia.
  • 10. Tono, Romeo y Julita (1955)
  • 11. Arthut Conte, Un yanqui en auto stop (1955)
  • 12. Mercedes ballesteros, Este mundo (1955)
  • 13. Matthew Finch, La muela en boca ajena (1955)
  • 14. Remedios Orad, Matar a una mujer no es nada fácil (1956)
  • 15. Edgar Neville, La familia Mínguez (1956)
  • 16. Jean Paul Lacroix, El hombre que no quería ser ganster (1956)
  • 17. Rafael Azcona, Los muertos no se tocan, nene (1956)
  • 18. Noel Clarasó, Historia de una familia histérica. Novela de malas costumbres (1956)
  • 19. Jorge Llopis, Lo malo de la guerra es que hace pum (1956)
  • 20, Randal Lemoine, Dos pequeños ejemplares (1956)
  • 21. Chumi Chúmez (José María González Castillo), El manzano de tres patas (1956)
  • 22. Giuseppe Marotta, Quinientos millones (1956)
  • 23. Edgar Neville, Producciones García, S. A. (1956)
  • 24. Gonzalo Vivas, Todos los tímidos visten de gris. Método para perder la timidez y hacerse un pillín de aúpa con las mujeres (1956)
  • 25. Juan Pablo Ortega, Olimpo, siglo xx (1956)
  • 26. Robert Lamnoureaux, Papa, mama, mu mujer y yo (1956)
  • 27. ÓScar Pin, El pobre de pedir millones (1956)
  • 28. Carlo Manzoni, Don Venerando (1956)
  • 29.
  • 30. Tono, Conchito (1956)
  • 31. Richard Gordon, El doctor en el mar (1956)
  • 32 Giuseppe Marotta, Todas para mí (1957)
  • 33. Randal Lemoine, Tejas y hombres (1957)
  • 34. Edgar Neville, Don Clorato de Potasa (1957)
  • 35. W.E. Bowman, Al asalto de Khili-Khili (1957)
  • 36. Rafael Azcona, El pisito. Novela de amor e inquilinato (1957)
  • 37. Víctor Vadorrey, ¡Que venga la bruja! (1957)
  • 38. Julio Camba, Ni Fuh ni Fah (1957)
  • 39. Wenceslao Fernández Flórez, De portería a portería. Impresiones de un hombre de buena fe (1957)
  • 40. Richard Gordon, Ánimo, doctor (1957)
  • 41. Evaristo Acevedo, Enciclopedia del despiste nacional (1957)
  • 42. Ramón Gómez de la Serna, El incongruente (1957)
  • 43. Jorge Llopis, ¿Quiere usted ser tonta en diez días? Manual de la mujer moderna (1957)
  • 44. AA.VV., Antología del humor ruso, 1800-1957 (1957)
  • 45. Edgar Neville, La piedrecita angular (1958)
  • 46. Santiago Lorén, Diálogos con mi enfermera (1958)
  • 47. Luis García Berlanga, El jueves, milagro (1958)
  • 48. Cástulo Carrasco, A bordo de un teléfono (1958)
  • 49. Pierre Daninos, La vuelta al mundo de la risa
  • 50. AA. VV., Almanaque 1958 (1957)
  • 51. Jorge Llopis, Operación Paquita (1958)
  • 52. Chumi Chúmez, Mi tío Gustavo, que en gloria esté (1958)
  • 53. Geoffroy Williams, ¡Abróchense los cinturones! Una guía para todos los que viajan por el mundo en super-confortables y super-lujosos super-aeroplanos (1958)
  • 54. Miguel de Salabert, selecc. y prólogo, Antología de humoristas franceses contemporáneos (1958)
  • 55. Carlo Manzoni, ¡Qué gente! (1958). Prólogo de Mosca
  • 56. Jean Duché, Tres sin techo (1959)
  • 57. Andrés Guilman, selecc., Antología del humor universal (1959)
  • 58. Domingo Medrano Balda, Este muerto es un pelmazo (1959)
  • 59. Jean Kerr, Nos os comais las margaritas (1959)
  • 60. Evaristo Acevedo, Cuarenta y nueve españoles en pijama y uno en camiseta (1959)
  • 61. Rafael Castellano, La tasca de Tipsy (1959)
  • 62. Orad Remedios, El pobre seductor (1959)
  • 63. Marco A. Almazan, El arca de José (1959)

Fuentes: 

La Academia de Humor

Rafael Azcona: biblioteca en Cervantesvirtual: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/azcona/

Rafael Azcona en sus palabras (video: 20.42)

Félix de Azúa, La Codorniz, según Félix de Azúa”, El País, 26 de enero de 2012.

Jorge Herralde, “Aterrizaje español del humor inglés”, en Letras Libres (agosto de 2003)

Irreverendos, el blog de humor, recoge varios artículos interesantes sobre Azcona.

Antonio Lago Carballo, coord., Taurus. Cincuenta años de una editorial (1954-2004), Madrid, Santillana, 2004 (edición no venal). Incluye textos de Jean Bécarud, Rafael Gutiérrez Girardot, Javier Huerta Calvo, Emilio Lledó, Antonio Morales Moya, Francisco Pérez Gonzáez, Javier Pradera, Fernando Savater y Ángel Vives, entre otros.

 Xavier Moret, Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, Barcelona, Destino (Imago mundi 19), 2002, que reproduce parcialmente las declaraciones de Francisco Pérez González a Rafael Martínez Alés en «Así es y así era la edición española», Delibros 128 (enero de 2002).

Quesada, Luis, “Editores españoles: José Janés”, Índice, febrero de 1959.

Sociedad de Fomento de los Zánganos (sobre Wodehouse)