«Persona non grata», de Jorge Edwards (1931-2023), festín ecdótico.

Cuando se publicó la primera edición de Persona non grata, su autor, Jorge Edwards (1931- 2023), hacía ya veinte años que, siendo aún un veinteañero estudiante de Derecho, se había estrenado como escritor con la recopilación de cuentos El patio («El regalo», «Una nueva experiencia», «El señor», «La virgen de cera», «Los pescados», «La salida», «La señora Rosa» y «La desgracia»), de la que aparecieron solo quinientos ejemplares bajo los auspicios del editor español exiliado en Chile Carmelo Soria (1921-1976), con fecha de junio de 1952 y enriquecida con una viñeta del también exiliado Emilio Piera en la portada. Además de muy buena acogida por parte de la crítica, uno de estos textos fue incluido en la influyente recopilación preparada por Enrique Lafourcade (1927-2019) Antología del nuevo cuento chileno (Zig-Zag, 1954) ‒«Los pescados», al que añadió el entonces inédito «La herida»‒ y  volvió a incluir a Edwards en Cuentos de la generación del 50 (Editorial del Nuevo Extremo, 1959) ‒«A la deriva», cuento que aparecería luego en Gente de la ciudad‒.

De la edición de Gente de la ciudad, que incluye los cuentos «El funcionario», «El cielo de los domingos», «Rosaura», «A la deriva», «El fin del verano», «Fatiga», «Apunte»  y «El último día», y se plantea como un homenaje al Dublineses de Joyce, se ocupó la Editorial Universitaria, que lo publicó en 1961 y poco después le valió a su autor el Premio Municipal de Literatura de Santiago, en la categoría de cuento.

Sin embargo, tras un posgrado en diplomacia en la Universidad de Princeton, en 1962 Edwards es nombrado secretario de la embajada de Chile en París, donde permanecería hasta 1967 y donde escribiría la novela El peso de la noche (1965), ganadora de los premios Atenea y Pedro de Oña, y los cuentos reunidos en La máscara («Después de la procesión», «La experiencia», «Griselda», «Adiós Luisa», «Los domingos en el hospicio», «Los zulúes», «Noticias de Europa» y «El orden de las familias»), publicados ambos, a instancias de Mario Vargas Llosa, por la barcelonesa Seix Barral.

Jorge Edwards en los años cincuenta.

Carlos Barral, tras comentar el empleo de la urgencia como argucia para imponer determinadas obras al jurado del Premio Biblioteca Breve de novela, cuenta en sus memorias cómo fue el caso de El peso de la noche, que por entonces tenía el título provisional de La selva gris:

Era una operación, esta del previo compromiso con un novelista que inspirase confianza, llena de peligro y que no siempre salía bien. […] Otras veces se corrió el riesgo y efectivamente salió mal, como en el caso de El peso de la noche, de Jorge Edwards, que yo había ido a buscar a París guiado por Vargas Llosa en septiembre de 1963, el año del premio a Vicente Leñero [por Los albañiles]. Pero el libro no estaba maduro y necesitaba más reposo. Seguramente se malogró con aquellas prisas. Lo publiqué un año más tarde, sin premio, y fue coronado después con dos galardones chilenos de cierta resonancia en el confín austral.

Ya de regreso en Chile, en 1969 se publicaba en la colección diseñada por Mauricio Amster Cormorán, de la Editorial Universitaria, una selección de sus relatos preparada y prologada por Enrique Linh (1929-1988) y titulada Temas y variaciones. Antología de relatos, con la que por segunda vez obtuvo Edwards el Premio Municipal de Literatura de Santiago.

Así pues, cuando en diciembre de 1973 Seix Barral publica la primera edición de la inclasificable Persona non grata ‒que, como es bien sabido, nace de la experiencia del autor como diplomático en La Habana, después de que Salvador Allende lo pusiera al frente de la embajada chilena en Cuba‒, la carrera literaria de Jorge Edwards no era singularmente nutrida pero sí había obtenido un reconocimiento crítico amplio y muy notable. Por otra parte, la infame llegada al poder de Pinochet en Chile había puesto un abrupto punto y final definitivo a su carrera diplomática. Así lo contaba el autor en el epílogo a una edición de Persona non grata de 2006:

Se produjo el golpe de Estado del once de septiembre de 1973, y yo, que ya gozaba de los primeros días de permiso en el pueblo catalán de Calafell, retuve mi manuscrito y le agregué las páginas de aquel «Epílogo parisino» acerca del golpe militar de mi país. En octubre de ese mismo año fui expulsado del servicio diplomático chileno por la junta militar; me encontré, en la práctica, como exiliado en España y, por primera vez en mi vida, escritor a tiempo completo.

De esa primera edición de 1973 en Seix & Barral, a la que precedía un breve prólogo en el que se cuenta el origen del libro y la coyuntura política en Chile, se hizo ese mismo año una primera reimpresión y una segunda al año siguiente, pero en 1975 ya aparecía una segunda edición en Grijalbo, si bien las diferencias tanto estructurales como textuales entre una y otra son nimios. En el Chile pinochetista, el libro no obtuvo el llamado «permiso de circulación» ‒no lo conseguiría hasta 1978‒ y el único modo en que circuló fue de manera clandestina, pero aun así fue comentado en la prensa y en Valparaíso se imprimió incluso una edición pirata y expurgada del capítulo «Sobre las olas» (que recrea la visita oficial del buque escuela chileno La Esmeralda a Cuba).

Desde su misma creación el libro estuvo indeleblemente marcado por el contexto político e incluso por el posicionamiento ante el mismo de los intelectuales latinoamericanos, y particularmente de los escritores y críticos que habían asentado su posición en el campo literario como consecuencia del llamado boom. En este sentido, es elocuente el ya mencionado «Epílogo parisino». Por ello mismo, no sorprende en exceso que en esa edición no se cuente apenas nada de Lezama Lima (1910-1976), por ejemplo, uno de los autores a los que Edwards más frecuentó en Cuba y que sólo se explica porque en esos momentos el escritor cubano seguía residiendo en la isla y eso podría perjudicarle (aún más).

En 1982, la misma editorial publica una segunda edición que se presenta como «versión completa» y a la que precede un interesante y muy citado nuevo prólogo en el que Edwards cuenta, por ejemplo, que recibió una propuesta de traducir el libro al polaco, siempre y cuando aceptara que se mutilaran de él lo que eufemísticamente llama «pasajes subjetivos»; además esta edición restituye muchos pasajes que el propio Edwards había autocensurado del manuscrito original. Así, aparecen por primera vez en esta edición alusiones no solo al ya fallecido Lezama Lima, sino también al poeta Heberto Padilla (1932-2000), que en 1980 se había establecido en Nueva York. Esa fue la edición que dio pie a un conflicto con el gobierno chileno cuando, en contra de la propia legislación pinochetista para estos casos, en la aduana del aeropuerto de Santiago se retuvo una partida de dos mil ejemplares sin intervención previa del Ministerio del Interior. Además del daño moral al escritor, eso se tradujo en unos gastos de almacenaje inesperados que llevaron a Seix Barral a plantearse incluso reembarcar los libros, pero se optó por dar batalla y tanto Edwards (en calidad además de fundador del Comité de Defensa de la Libertad de Expresión) como la editorial (en la persona de Jorge Ovalle Quiroz) presentaron recurso de protección ante la Corte Suprema de Apelaciones.

Además de una reimpresión en Seix Barral al año siguiente, ese mismo texto fue publicado también por Plaza & Janés en 1985, pero casi una década más tarde, en 1991, la también barcelonesa Tusquets Editores publica en su colección Andanzas una nueva edición con variantes muy significativas. En este caso se mantiene el prólogo de 1982 pero se le antepone otro adicional, y aun en el año 2000, cuando se publica en la colección Tiempo de Memoria, esos dos prólogos pasan a convertirse en apéndices y se le antepone otro prólogo explicativo y actualizador («Prólogo para generaciones nuevas»).

El siguiente cambio notable se da en la edición de la madrileña Alfaguara en el año 2006, cuando se eliminan los paratextos anteriores y, además de actualizar algunos pasajes, se le añade un nuevo epílogo, «La doble censura», en el que se cuenta, por ejemplo, el asombro que produjo en su agente (Carmen Balcells) que cierto editor alemán ‒no especifica cuál‒ le advirtiera preventivamente de que no deseaba recibir un ejemplar de lectura para evaluar su posible traducción porque había tomado ya la decisión de no hacerlo, y cómo la firmeza y constancia de la negativa de diversos editores alemanes explica que no se publicara en ese país hasta treinta años después de su primera edición. En este sentido cabe señalar que por ejemplo en Venezuela Persona non grata no se publicó (por la caraqueña Editorial El Estilete) hasta el año 2017.

Unos años antes, en 2013, había aparecido en la colección Debolsillo una nueva edición que eliminaba el prólogo de 2006 y el epílogo parisino y anteponía en cambio un nuevo texto preliminar, y en 2015 aparecería con el prólogo «Cuarenta y tantos años». Añádase que a medida que habían ido falleciendo algunos de los personajes mencionados y cuya mención explícita podía ser problemática para ellos se han ido aclarando en las sucesivas ediciones y se han actualizado muchos detalles, lo que hace de Persona non grata un festín ecdótico.

Polémica y desafortunada edición francesa, en Plon, a la que se añadió una coletilla al título que molestó profundamente al autor porque restringía el tema de la novela a la situación en Cuba.

Fuentes:

Juan Carlos Chirinos, «El rey siempre va desnudo», The Objective, 15 de marzo de 2023.

Jorge Edwards, Persona non grata, edición de Ángel Esteban y Yannelis Aparicio, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas), 2015.

Gerardo Fernández Fe, «Edwards, micrófonos, camarones principescos», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 787 (enero de 2016), pp. 52-69.

Memoria chilena.

s.f., «A la justicia el caso Persona non grata», El Mercurio, 18de diciembre de 1982.

Hugo Duarte y las dificultades de la edición en el Paraguay

«Editar era, por decirlo así, una determinación política con frecuencia arriesgada. Esa cualidad de formar parte de la “resistencia” se ha perdido en la pseudotransición, que sigue hasta ahora sin aportar nada significativo ni a nuestra sociedad ni a nuestra cultura.»

Hugo Duarte, «La condición editorial», 2002.

Augusto Roa Bastos.

La del cuento «Lucha hasta el amanecer», de Augusto Roa Bastos (1917-2005), si damos credibilidad a las declaraciones de su autor, es una de las historias creativas más interesantes de la narrativa latinoamericana del siglo XX (lo que no es decir poco).

Cuando se publicó por primera vez en el número de enero-marzo de 1978 de la revista fundada en Xalapa por el profesor uruguayo Jorge Ruffinelli Texto Crítico (pp. 3-8), lo precedía un texto explicativo fechado en Toulouse en 1978 en el que el autor explicaba su origen remoto:

Este cuento, el primero que escribí, quedó perdido y olvidado durante más de una treintena de años. Durante esos años de amnesia, de seguro no inocente, dudé incluso que lo hubiese escrito alguna vez. Llegué a pensar que el tal cuento no fuese más que una nebulosa de proyecto literario […]

Cuando hacia 1968 comencé a compilar Yo El Supremo, encontré el cuento esfumado entre las páginas del Tratado de la pintura, de Leonardo da Vinci, libro que yo aprecio particularmente y que me enseñó a ver el sentido del mundo como un vasto jeroglífico en movimiento pero cuyos signos son tal vez indescifrables.

La publicación en esta revista se presenta, pues, como la reconstrucción de un «manuscrito roto, casi ilegible y al que le faltaban dos páginas» escrito cuando el autor contaba unos trece años, pero que Paco Tovar describió como «verdadero núcleo generador del proceder literario roabastiano y piedra de toque en donde confluyen la biografía, las reflexiones y los sueños del autor, a la luz de la violencia y de la muerte».

Un poco después se publicó este trascendental relato en el número 33 de la revista francesa Caravelle, con el mismo texto introductorio, pero su primera edición en forma de libro es la que estrena la ambiciosa colección Linterna, creada en el seno de la editorial paraguaya Arte Nuevo.

Primera edición de Yo el Supremo (1974).

La editorial Arte Nuevo fue creada en Asunción a partir de la imprenta homónima por Hugo Duarte Manzoni (1956-2013), nieto de José María Duarte, quien a su vez a principios del siglo xx había sido el impulsor de la Imprenta y Librería La Mundial (que publicó por ejemplo Nuestra epopeya, de Juan Emiliano O’Leary, en 1919). Retrospectivamente, la reputada guitarrista Berta Rojas recordaba la escrupulosidad y esmero del joven Duarte como impresor:

Hugo era mi «imprentero». El director de la imprenta Arte Nuevo donde imprimí casi todos mis programas de conciertos, afiches, folletería a lo largo de mi vida artística. Pronto en mi carrera, Hugo me enseñó que con la calidad no se transa, que cuando alguien toma en sus manos un producto impreso con tu nombre, el papel tiene que ser de la mejor calidad porque se tiene que «sentir» el profesionalismo ya desde el tacto.

Por su parte, el propio protagonista dejó por escrito los motivos que le llevaron a emprender la aventura de convertirse en editor de libros en un mercado difícil como el paraguayo:

Como hombre de imprenta tenía la ventaja de contar con mi propia impresión, y todo empezó como un intento de ver convertidos en libros algunos textos que me interesaban, además de mis propios títulos. Entonces como ahora, yo no tenía demasiadas expectativas de que la cultura, en el Paraguay, pudiera ser un buen negocio. Sin embargo, creí que podría autosustentarse; y que, a largo plazo, un movimiento editorial iría creando su propio público, cosa que, evidentemente, no ocurrió.

Más allá de algunas revistas, folletos, impresos menores y de la colección Estudios Folklóricos Paraguayos (que se estrena con Angu’a Pararä y Estacioneros, de José Antonio Gómez-Perasso y Luis Szaran), Arte Nuevo se da a conocer pues con ese importante librito de Roa Bastos, con diseño de cubierta de Gerardo Escobar e ilustraciones de Jorge Aymar, de cuarenta y cinco páginas y del que, según consta en el colofón, el 26 de septiembre de 1979 se terminaron de imprimir en los talleres gráficos Arte Nuevo los mil quinientos ejemplares de los que constó la edición (y que fue la cifra habitual de los libros publicados por esta editorial).

Más adelante llegaría la recopilación de textos memorialísticos de Juan Rivarola Matto (1933-1991) La belle époque y otras hadas (1980), y progresivamente se crearía una identidad de editorial con vocación literaria pero también muy comprometida con la historia (con la creación de una serie específica) y la no ficción. El propio impresor-editor es uno de los autores de Rasmudel o el relato de tres relatos (1983), con el poeta, actor y dramaturgo Moncho Azuaga (Ramón Sosa Azuaga, n. 1952) y el ya mencionado Jorge Aymar, con ilustraciones de Ramón Rojas Veia (n. 1956).

Entre los libros de carácter no ficticio publicados por Arte Nuevo en los primeros años de su andadura destacan, por su singularidad, el breve ensayo del profesor de la Universidad Estatal de Texas Charles L. Carlisle La mujer en la ficción de Ana Iris Chaves de Ferreiro (1982), acaso el primer ensayo importante acerca de la obra de una de las mujeres más importantes en la vida intelectual paraguaya de su tiempo, y, por el renombre de su autora y la influencia cultural que ejerció, el estudio histórico de la exiliada española Josefina Pla (1903-1999) Los británicos en el Paraguay 1850-1870 (1984).

De 1985 es la publicación de una obra ambiciosa y que según Hugo Duarte «llevaba veintinueve años esperando editor», la Enciclopedia guaraní-castellano de Ciencias Naturales y conocimientos paraguayos (1985), del doctor Carlos Gatti, quien hacía con esta obra una contribución decisiva para preservar un rico acervo lingüístico y cultural en peligro de extinción.

Del año siguiente es el poemario De Gua’u. La gente no cambia, de Jorge Canese (n. 1947), a quien durante la dictadura de Stroessner habían censurado y secuestrado la primera edición del poemario Paloma blanca, paloma negra (publicado en 1982 por la editorial Botella del Mar del exiliado español Arturo Cuadrado).

Al año siguiente aparecen tanto el poemario de Óscar Ferreriro El gallo de la alquería y otros compuestos y la novela del mencionado Rivarola Matto La isla sin mar, como la compilación de artículos de Hugo Rodríguez Alcalá (1917-2007) La incógnita del Paraguay y otros ensayos, libro que, coincidiendo con el regreso del eminente crítico literario a su país natal tras su jubilación, reúne textos divulgados previamente en revistas de diversos países pero inéditos en el Paraguay, donde además apenas habían circulado (y entre los que se cuentan algunos tan interesantes como «Sobre Elio Vittorini y Juan Rulfo: dos viajes en la cuarta dimensión» o «La narrativa paraguaya entre 1960 y 1970», entre otros).

Hugo Duarte aún publicaría otro libro en Arte Nuevo, Drogas en Asunción. Más allá del miedo (1989), undécimo número de la Serie Ensayos y que apareció precedido de un prólogo de Jorge Kanese, y si bien el propio editor reconocía que económicamente el proyecto era inviable debido a su propia incapacidad para generar y hacer crecer su propio público («editar para vender, en dos o tres años, mil ejemplares, era una pérdida de tiempo y dinero», escribió), Arte Nuevo llegó a publicar medio centenar largo de interesantes títulos antes de la muerte de Duarte.

Fuentes:

Liliana M. Brezzo, Andrea Tutté y Ricardo Scavone Yegros, «Notas para una historia del libro y la edición en el Paraguay», publicado en texto en El Nacional en tres partes: 24 de octubre de 2021, 31 de octubre de 2021 y 7 de noviembre de 2021, y disponible también en versión vídeo.

Hugo Duarte Manzoni, «La condición editorial. Un acercamiento a las condiciones culturales y editoriales en el Paraguay en los últimos años del stronismo y los primeros de la transición», América sin nombre, núm. 4 (diciembre de 2002), pp. 23-27.

M. Mar Langa Pizarro, Guido Rodríguez Alcalá en el contexto de la narrativa histórica paraguaya, tesis doctoral presentada en 2001 en la Universidad de Alicante.

José Vicente Peiró Barco y Guido Rodríguez Alcalá, Narradoras paraguayas, Asunción, Expolibro, 1999.

Portal Guaraní.

s.f., «Hugo Duarte Manzoni deja huellas de cultura y amistad», Última hora, 22 de enero de 2013.

Paco Tovar, «”Lucha hasta el alba”, de Augusto Roa Bastos. Fábula restaurada de un texto recuperado», Scriptura, núm. 1 (1986), pp. 91-96.

Paco Tovar, «Vueltas de memoria: Contravida, de Augusto Roa Bastos», Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 28 (1999), pp. 1223-1235.

Las iniciativas editoriales del granadino José Carvajal en Puerto Rico

La trayectoria biográfica de Francisco Carvajal Narváez (1913-2019) es un caso de éxito empresarial del exilio republicano de 1939, además de serlo también de extraordinaria longevidad. Nacido en Albolote (Granada) y desde 1932 militante de la CNT, durante la guerra fue detenido por las fuerzas golpistas, que le tuvieron preso hasta que en 1937 consigue pasarse a la zona republicana (donde inicialmente fue asimismo detenido por el SIM, bajo sospecha de espionaje). Sin embargo, no tardó en ser liberado y, tras su paso por la escuela popular de guerra de Paterna (Valencia), llegó a ser teniente de caballería y entró en combate en la batalla de Teruel y en la del Ebro. Una vez consumada la derrota republicana, pasó por el campo de refugiados de Le Bacarès hasta que pudo embarcarse con rumbo a la República Dominicana (donde ya había residido durante un par de años en su adolescencia), que pasado un tiempo abandonó para instalarse definitivamente en Puerto Rico en los primeros meses de 1942.

Estatua a Carvajal Narváez en Albolote.

En Puerto Rico se relaciona Carvajal con Fernando de los Ríos cuando este viaja a la isla, y a través de este entra en contacto también con insignes representantes del exilio republicano español, como Juan Ramón Jiménez, Pau Casals y Francisco Ayala, entre otros. De estos vínculos nace su participación en la Asociación Pro Democracia Española, de la que llegaría a ser tesorero. No es fácil rastrear las publicaciones de esta asociación, pero en los años setenta aparecieron con su sello el folleto La abolición de esclavitud (1974), de los historiadores Lidio Cruz Montova (1899-1983) y Arturo Morales Carrión (1913-1989).

También en Puerto Rico crea Francisco Carvajal en 1949 la exitosa empresa textil Olympic Mills Corp., en Guaynabo, que se caracteriza por asumir todo el proceso de producción ‒en lugar de limitarse a manufacturar con materia prima importada, como era usual hasta entonces en Puerto Rico‒, pero lo que más singulariza la empresa de Carvajal es el trato con los empleados. A partir de 1969, después de apartar un 5% de los beneficios obtenidos para obras filantrópicas, el resto se repartía entre los accionistas y los empleados. Fiel a esa misma filosofía, en 1973 implanta un plan de horario flexible, para facilitar la conciliación entre trabajo y familia, y en 1978 crearía la Fundación Pública de Puerto Rico (luego Fundación Francisco Carvajal).

José Carvajal.

Para unirse a la empresa viajó en 1963 a Puerto Rico, desde su Granada natal, José Carvajal, sobrino del fundador, que mientras ocupaba puestos ejecutivos en Olympic Mills se graduó con honores en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico. Fruto de su interés por la historia y por las humanidades en general, José Carvajal creó a finales de la década la Librería Internacional, que después se ampliará a Ediciones de Librería Internacional, con la traductora Clara Cuevas como asistente editorial y sede en el primer piso de la calle Saldaña número 3 de Río Piedras, que sería a su vez germen de las Ediciones Puerto.

Con pie de las Ediciones de Librería Internacional en 1971 se publicaron como segundo número de una colección Diálogos unas Consideraciones antropológicas y políticas entorno a la enseñanza del spanglish en Nueva York, que el doctor nacido en España a pocos meses de iniciarse la guerra civil Carlos Varo (1936- 2011) había presentado previamente en Madrid en el II Congreso Internacional de la Enseñanza del Español. El diseño de la cubierta lo firma Manuel García, y en una de las páginas iniciales de este libro aparece la nómina de asesores de la colección, formada por Juan Hernández Cruz, Manuel Maldonado Denis, Félix Mejías, Antulio Parrilla, Carlos Quesada, Víctor Quiñones, Carlos Manuel Rama, Pedro Juan Soto, Marta Traba y el propio Carlos Varo.

Primera sede de la Librería Internacional.

Esa colección se había iniciado ese mismo año con el libro de otro de los miembros del mencionado comité asesor, el escritor uruguayo Carlos M. Rama, titulado La idea de la Federación Antillana en los independentistas puertorriqueños del siglo XIX, y prosiguió con la obra de otro miembro, el sacerdote jesuita e impulsor del cooperativismo en Puerto Rico Antulio Parrilla (1919-1994), que publicó ese mismo año, con prólogo de Margot Arce de Vázquez y cubierta de Antonio Maldonado, Puerto Rico. Supervivencia y liberación, que en parte se había publicado ya en Cuernavaca (México)por el Centro Intercultural de Comunicación (CIDOC). La intención de distribuir este libro en España quedó cercenada por la negativa del Ministerio de Información y Turismo, que cuando recibió la petición la prohibió. En palabras del historiador José Antonio González Torres, este texto «contenía un mensaje liberador de carácter universal, por el cual no fue aprobada su circulación en el país ibérico». A estos libros hay que añadir aún, por lo menos, Puerto Rico: grito y mordaza, de Luis Nieves Falcón, Pablo García Rodríguez y Félix Ojeda Reyes, todos ellos de difícil difusión fuera de la isla.  

Al año siguiente aparecieron con este mismo sello Clima ideológico de un grupo de jurados, de Luis Nieves Falcón (1929-2014),Gandhi: evocación del centenario, de José Ferrer Canales (1913-2005), Lo que cuesta morirse en Puerto Rico, de Manuel Méndez Saavedra y Puerto Rico y la minería, del sociólogo puertorriqueño Neftalí García Martínez, en este segundo caso en coedición del Grupo de Evaluación Borinquen, y el libro editado por los profesores de la Universidad de Puerto Rico Rafael Luis Ramírez, Barry B. Levine y Carlos Buitrago-Ortiz Problemas de desigualdad social en Puerto Rico. Los títulos bastan para hacerse una idea de por qué caminos discurría la línea editorial de esta iniciativa, aunque también hay sorpresas como el libro a color el volumen La rebelión de los santos, de Marta Traba, con fotografías de Gabriel Suau y apéndice de Irene Curbelo.

Sin embargo, más sorprende la edición en 1972 de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, con profusión de láminas e ilustraciones a todo color de Resti, inspiradas en los grabados de Gustavo Doré, cuya impresión se llevó a cabo en Madrid. Se trata de dos tomos de 427 y 466 páginas impresas en papel couché y encuadernadas en gualflex, que se apartan mucho tanto del contenido como de las características físicas de los libros publicados hasta entonces por la editorial.

De 1973 es la novela El 27, del más famoso escritor del movimiento Guajana, Ramón Felipe Medina, pero ya desde el año anterior, bajo la batuta también de José Carvajal habían empezado a aparecer libros bajo el sello de Ediciones Puerto.

Destaca en Ediciones Puerto la colección Aguja Para Mareantes, que dirige el pontevedrés Carlos Varo, quien previamente había dirigido (y financiado con 80.000 franmcos) la colección Buen Amor, Loco Amor para la editorial Ruedo Ibérico de José Martínez Guerricabeitia y la estrenó con La filosofía en el «boidoir», del Marqués de Sade. Aguja Para Mareantes sale a la palesytra en 1972 con la novela del escritor afroaviequense Carmelo Rodríguez Torres (n. 1941) Veinte siglos después del homicidio, publicada originalmente el año anterior en la Editorial Mester y con sucesivas ediciones y traducciones en los años inmediatamente posteriores.

A esta siguen sucesivamente en la misma colección la tercera edición de la novela El francotirador, de Pedro Juan Soto; las obras teatrales La ventana, de Juan Torres Alonso, y El huésped, la máscara y otros disfraces, de Soto, y la cuarta edición, ampliada y revisada, de la novela A mis amigos de la locura, de Ernesto Ruiz Ortiz, y aún en 1973 aparecerán en ella el ensayo de Helmy F. Giacoman, Pedro Yanes y José de la Torre Perspectivas de nueva narrativa hispanoamericana, la recuperación de El hombre que trabajo lunes, de Emilio Díaz Valcárcel; las novelas La otra voz, de Josefina Guevara Castaneira, Luis Palés Matos y su trasmundo poético, de José Isaac de Diego Padró (1896-1974) y Leche de la virgen azul, de Anagilda Garrastegui, el poemario Wydondequiera, de Etnairis Rivera, etc.

La otra gran colección en los primeros años de Ediciones Puerto fue la mencionada Diálogos, en la que destaca ya en 1974 el polémico ensayo de José Enamorado Cuesta (1892-1976) El imperialismo yanqui y la revolución en el Caribe, pero donde se publicó también Anatomía de una isla (1973), de Enrique T. Blanco Lázaro, Los encadenados, novela (1973), de Josefina Guevara Castaneira, y Puerto Rico: Radiografía de un pueblo asediado, del propio Carlos Varo, entre otros muchos.

La impronta de José Carvajal en el panorama editorial puertorriqueño se profundizó en 1997 con la celebración de la primera edición de la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, que emprendió en colaboración de su esposa la poeta y artista visual Dalia Nieves Albert, y de Edwin Rodríguez, y que probablemente sea una de las organizaciones sin ánimo de lucro más exitosas del país, y que además desde entonces no ha dejado de crecer y diversificar sus actividades, hasta el punto de liderar en Puerto Rico la labor de difusión, promoción y fomento de la lectura, tanto entre jóvenes como entre adultos. Como colofón, fue además el artífice del Museo de la Imprenta de Puerto Rico.

Fuentes:

Web de Ediciones Puerto.

María Colón Cruz, «El secreto de las máquinas de don Domingo», Diálogo Universidad de Puerto Rico, 19 de marzo de 2016.

José Antonio González Torres, «A cincuenta años de la publicación del libro Puerto Rico: Supervivencia y liberación del obispo puertorriqueño Antulio Parrilla Bonilla, S. J. (1919-1994)», Claridad, núm. 3559 (11-17 de noviembre de 2021), pp. 21-23.

Consuelo Naranjo Orovio, María Dolores Luque, Matilde Albert Robatto, coords., El eterno retorno: Exiliados republicanos españoles en Puerto Rico, Madrid, Ediciones Doce Calles, 2011.

Juan Ortiz, «5 editoriales en Puerto Rico», Writing Tips Oasis.

Alfonso Rodríguez, «El empresario anarquista que repartió beneficios entre sus trabajadores», Público, 2 de mayo de 2014.

Los hermanos Pumarega y el germen de la edición de avanzada

En la primavera de 1914 ya aparece afiliado a la Asociación General del Arte de Imprimir de Madrid (el núcleo fundador de la UGT y del PSOE) el tipógrafo Ángel Pumarega (1897-¿?), quien al año siguiente figura como uno de los miembros del cuerpo de redacción de Los Refractarios. Publicación Anarquista, junto con Manuel Rodríguez Moreno, Mauro Bajatierra o Joaquín Dicenta, de la que sólo se conoce un número.

Al año siguiente, su nombre aparece en las últimas páginas de Los Nuevos. Revista de Arte, Crítica y Ciencias Sociales como colaborador, con Jaime Queraltó, Emilio V, Santolaria, Juanonus (Juan Usón) y, entre otros, Francisco Solano Palacio, casi tan conocido por haberse colado como polizón en el Winnipeg para exiliarse a Chile que por libros como Quince días de comunismo libertario en Asturias (Ediciones La Revista Blanca, reeditado en 1936 por Ediciones El Luchador, en 1994 por Ediciones Rondas y reeditado en 2019 por la Fundación Anselmo Lorenzo), La tragedia del norte (Ediciones Tierra y Libertad, 1938) o El éxodo (Editorial Más Allá, 1939).

Última redición hasta la fecha del libro más famoso de Solano Palacio.

El de 15 de octubre de 1916 parece ser el último número de Los Nuevos, y el nombre de Ángel Pumarega desaparece del primer plano editorial ‒no del político‒ hasta 1922, en que se encuentra trabajando como corrector en la seminal Revista de Occidente, y al mismo tiempo como el principal impulsor de la Unión Cultural Proletaria, uno de cuyos proyectos era una no nata Biblioteca de El Comunismo.

Mayor interés tiene incluso una también efímera publicación en la que confluye con su hermano Manuel (1903-1958), El Estudiante, germen tanto del movimiento que desembocaría en la creación de la FUE (Federación Universitaria Escolar) como de iniciativas editoriales como las revistas Post-Guerra y Nueva España, y revista en la que además Alejandro Civantos identifica un foco de conocimiento y relación de «los protagonistas del futuro movimiento editorial de avanzada», en referencia a Joaquín Arderíus (1885-19699, José Antonio Balbontín (1893-1978), Rodolfo Llopis (1895-1983), José Díaz Fernández (1898-1941), Rafael Giménez Siles (1900-1991), Esteban Salazar Chapela (1900-1965) o Graco Marsá (1905-1946). En la etapa madrileña de El Estudiante, que se imprimía en la célebre Caro Raggio, se publicaron los primeros pasajes del Tirano Banderas, de Valle Inclán. Por su parte, Manuel Pumarega empezaba entonces a hacerse un nombre como traductor del inglés en la editorial Aguilar, en la que ese mismo año 1925 se publicaba su versión de Hoy y mañana, de Henry Ford, y más adelante traduciría Doce historias y un cuento, de H. G. Wells, entre otras obras menos perdurables.

Tras la desaparición de El Estudiante (probablemente como consecuencia de la censura primorriverista), el impresor Gabriel García Maroto (1889-1969) y Àngel Pumarega crean las Ediciones Biblos, proyecto en el que cuentan con la colaboración de Pedro Pellicena Camacho (1881-1965) como depositario y distribuidor y Manuel Pumarega como principal traductor (en la posguerra trabajaría a menudo para José Janés).

Sin embargo, no parece una iniciativa editorial equilibrada o con una idea suficientemente clara de cuál era su destinatario. La selección de títulos, como se verá, parecía tener en el punto de mira a la incipiente masa lectora proletaria, pero el aspecto de los libros respondía a un modelo más propio de la industria editorial más eminentemente burguesa, con su preferencia por la encuadernación en carttón o tela o el esmero en las ilustraciones, que sólo con tiradas extraordinariamente enormes podían abaratar unos costes que ni de ese modo podían hacer accesibles estos libros a los obreros. En palabras de nuevo de Civantos al describir esta editorial, se trataba de «caras tiradas, en tapa dura, singulares diseños tipográficos e ilustraciones de Maroto, que dificultaron su conexión con el público».

Gabriel García Maroto.

Se estrenaron con Las ciudades y los años. Novela rusa 1914-1922, de Konstantin Aleksandrovich Fedin, de la que muy probablemente el filósofo francés Norberto Guterman (1900-1984) hizo una primera versión del ruso y Ángel Pumarega la reescrbió, aunque ambos aparezcan como traductores, y acompañaba le edición capitulares y grabados de Maroto. Con este título se estrenaba una Colección Imagen que fue la más nutrida y tendría continuidad con Los de abajo, de Mariano Azuela; La caballería roja, de Isaac Babel; La mancebía de Madame Orilof, de Ivan Byarme, La leyenda de Madala Grey, de Clemence Dane, y La semana, de Lebedinsky.

Hubiera sido interesante para conocer la propuesta de canon de los editores de Biblos que la colección Clásicos Modernos hubiera tenido continuidad, pero sólo se publicó en ella Barbas de estopa, de Dostoievski (se trata de fragmentos de Los hermanos Karamazov). La traducción la firma en esta ocasión Carmen Abreu de la Pena (1898-1981), socia fundadora del Lyceum Club y de la que sólo se conocen traducciones del francés (Charles-Louis Philippe, René Theverin) y algunas muy destacadas del inglés (en particular de Dickens, que Austral seguía reeditando en 2012, y Defoe), lo que invita a suponer que fue una traducción indirecta. El año anterior, Abreu había visto publicada en las Ediciones de la Revista de Occidente el pionero ensayo de Lothrop Stoddard La rebeldía contra la civilización, y al siguiente (1928) aparecería en Biblos la de la mencionada de Clemence Grey (durante su exilio en Suiza al final de la guerra civil Abreu se incorporó como traductora a la Orgaización Internacional del Trabajo).  

Margarita Nelken,

Se publicó también en Biblos a Tortsky (¿Adónde va Inglaterra?, con traducción firmada por Ángel Pumarega), a Conan Doyle (La religión psíquica), a Henri Poulaille (Charlot, con prólogo de Paul Morand y traducido por Pellicena) y a Margarita Nelken (Johan Wolfgang von Goethe. Historia del hombre que tuvo el mundo en la mano) en colecciones de corto recorrido, pero el grueso de su producción, del total de una veintena de títulos, aparecieron en la colección Idea, en cuyo catálogo figuran el ingeniero francés Félix Sartiaux (1876-1944), el político belga Richard Kreglinger (1885-1928), el economista alemán Moritz Julius Bonn (1873-1965) o el historiador y teólogo francés Albert Houtin (1867-1926).

Y a todo ello, pese a la brevedad de la vida de Biblos (1926-1927), hay que añadir aún dos libros importantes de García Maroto, La Nueva España 1930. Resumen de la vida artística española desde el año 1927 hasta hoy (1927), Andalucía vista por el pintor Maroto, 105 dibujos y 25 glosas y 65 dibujos, grabados y pinturas, con una autocrítica y diferentes opiniones acerca de este pintor.

Tras el cierre de Biblos, aperecen firmadas por Ángel Pumarega algunas exitosas novelas del francés Maurice Dekobra (Ernest-Maurice Tessier, 1885-1973) en Aguilar, que se han señalado como introductoras de lo que se dio en llamar la novela cosmopolita (que representaban también Paul Morand o Scott-Fitzgerald), Griselda, te amo (1928), Ha muerto una cortesana (¿1929?) y La Madonna de los coches-cama (1930).

De 1931 es su traducción a cuatro manos con Marian Rawicz de Nueva York, Moscú,  de Ernst Toller, para las Ediciones de Hoy, donde es muy probable que, de nuevo, Rawicz hiciera una primera traducción literal y Pumarega la aderezara a un español literario. Se ha atribuido al talento de Pumarega para llevarse bien con todo el mundo la facilidad que tuvo para trabajar, tanto él como su hermano Manuel, para muy diversas editoriales, tanto en las eminentemente comerciales como en las pioneras de avanzada.

Así, ese mismo año publica en Ediciones Oriente, y en los siguientes en Bergua, Aguilar, Fénix, y en Ediciones Jasón aparecieron algunos títulos que originalmente Ángel Pumarega había traducido para la Biblioteca Lanoremus (de la que fue administrador Pedro Pellicena). Con todo, su trabajo se centró en esos años en el periodismo, como segundo de a bordo en Mundo obrero y con colaboraciones en la revista gráfica Estampa y en el periódico de las Juventudes Socialistas Unificadas Ahora.

Por su parte, su hermano Manuel había publicado en 1930 para la Editorial Historia Nuevala traducción de El club de los negocios raros, de Chesterton (que José Janés reimprimiría en 1943 en Al Monigote de Papel) y El torrente de hierro, de Serafimovich, y Los hombres en la cárcel de Victor Serge (con prólogo de Panait Istrati) para Cénit, para la que firmaría también la de Un patriota cien por cien, de Upton Sinclair, en 1932. A ello añadiría en  los años treinta su traducción de Doce sillas: novela de la Rusia revolucionaria, de Ilyá Ilf y Yevgueni Petrov, en las editoriales Fénix y Zeus, así como una ingente cantidad de obras para Ediciones Oriente (Panorama político del mundo, de Paul Louis, Historia de una vida terrible: biografía de una proxeneta famosa, de Basilio Tozer, La bancarrota del matrimonio, de  Calverton, etc.), Ediciones Hoy (El amor de Juana Ney, de Ilya Ehrenburg, Hija de la Revolución y otras narraciones, de John Reed…), Fénix (10 HP, de Ehrenburg; Fugados del infierno fascista, de Francesco Fausto Nitti), Jasón (La inquietud sexual, de Pierre Vachet), pero no por ello deja de trabajar con Aguilar (para la que traduce el Nuevo tratado de las enfermedades urinarias, de Louis Genest, por ejemplo). Una oleada enorme de traducciones que probablemente no sean tantas como parece, porque algunas de ellas corresponden a un mismo texto al que se le daban títulos diversos en editoriales diferentes (La historia de una vida terrible que publica Oriente en 1931 es la misma obra que Fénix publica en 1933 como Mercado de mujeres).

De Alberto parece desaparecer el rastro a raíz de la guerra, pero Manuel llegó exiliado a Argentina a bordo del De la Salle en febrero de 1940 (con Luis Bagaría, Juan Chabás o Agustí Bartra, entre otros intelectuales españoles), pero posteriormente pasó por la República Dominicana (donde fue profesor en Puerto Planta), antes de establecerse en 1944 en México, donde moriría en 1958. En este último país publicó dos libros de muy larga vida comercial: ya en 1945 y en la Compañía General de Ediciones El inglés sin maestro en veinte lecciones, al que seguiría en 1947, en Ediapsa, Frases célebres de hombres célebres, y fue además redactor de la revista Tiempo. Pero sobre todo siguió su carrera como traductor, en la Compañía General de Ediciones (para la que tradujo la imponente obra colectiva Filosofía del futuro. Exploraciones en el campo del materialismo moderno, 700 apretadas páginas), en Ediapsa, en la Editorial México y en el Fondo de Cultura Económica.

Ilustración de cubierta de Mauricio Amster.

Fuentes:

Irene Aguilar Solana, «Pumarega García, Ángel», en Diccionario histórico de la traducción en España, Portal Digital de la Historia de la Traducción en España.

Gustavo Bueno, «Ediciones Biblos 1927-1928», Filosofía en Español.

Alejandro Civantos Urrutia, «Esplendor y miseria de Ediciones Oriente (Madrid 1927-1932). Un grupo editorial de avanzada para construir la República», Cultura de la República. Revista de Análisis Crítico, 3 (junio 2019), pp. 114-144.

Alejandro Civatos, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2017 y Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero en España (1917-1931), Tren en Movimiento, 2022.

Adolfo Díaz-Albo Chaparro, Gabriel García Maroto y sus hijos artistas, Gabriel y José García Narezo, Catálogo de la Exposición en la Biblioteca Pública del Estado en Ciudad Real, en noviembre de 2020.

Mariano Rawicz, Confesionario de papel. Memorias de un inconformista, prólogo de Virginia Rawicz e introducción de Horacio Fernández, Granada, Editorial Comares-Instituto Valenciano de Arte Moderno, 1997.

Gonzalo Santonja, La república de los libros. El nuevo libro popular de la II República, Barcelona, Anthropos, 1989.

Felipe Trigo, de autopublicado a recuperado

El de la literatura del escritor Felipe Trigo (1864-1916) en el canon de la literatura española es un caso bastante singular en cuanto a movilidad, y de hecho ya desde el primer momento, cuando se autopublicó sus primeras obras, la crítica de su tiempo tuvo actitudes muy enfrentadas en cuanto al valor de su obra. En términos generales, en cambio, los lectores se sintieron más que satisfechos con su propuesta y lo convirtieron en uno de los escritores de mayor éxito de principios del siglo xx, si no el que más, en un momento en que ciertos ámbitos editoriales estaban cobrando fuerza con libros destinados a un nuevo público al que le ofrecían la literatura que les interesaba a unos precios muy competitivos. Acaso por morbo sicalíptico, o bien por la contunfdencia de su crítica social, el caso es que su éxito fue extraordinario y en aquellos años solo comparable al de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928).

Felipe Trigo

Cuando Trigo publica los dos volúmenes de su primera novela, Las ingenuas, tenía ya un cierto nombre tanto por considerársele un héroe como consecuencia de su paso como médico por Filipinas como por su actividad como periodista. Había publicado además una recopilación de artículos aparecidos originalmente en El Globo, Etiología moral (psicomecánica) en la imprenta del periódico El Emeritense y, con mayor éxito, La campaña filipina: impresiones de un soldado. A él se debía además la fundación y dirección inicial en 1893 de un periódico satírico de muy breve vida y modesta presentación (ocho páginas en blanco y negro) titulado Sevilla en broma, que apenas publicó dieciséis números en sus cuatro meses de existencia, pero reunió a ilustradores de cierto fuste: los hermanos Teodoro y Ricardo Aramburu Murua, Fernando Tirado, Pinto, Nicolás Pineda, Luis Cáceres, Wisse y A. P. Cides, y también durante su estancia en Sevilla la compañía de Julián Romea le había estrenado el juguete cómico El primo de mi mujer.

La escritura de esa novela le llevó al parecer dos años, mientras seguía ejerciendo en Mérida su profesión de médico, y en cuanto la terminó mandó a la barcelonesa editorial Maucci una muestra significativa de la obra. Es conocida la fama de tacaña de la poco escrupulosa Maucci, que si bien estaba dispuesta a darle la alternativa al bisoño novelista, le ofreció un trato económico que a Trigo no le pareció satisfactorio. Su amigo y contertulio Francisco Corchero Ramos (1857-1931) le ofreció entonces la oportunidad de hacerse cargo del trabajo a cambio de una participación en las ganancias, pero con la novela ya impresa le entraron las dudas y Trigo le compró la edición por quinientas pesetas de la época. Corchero Ramos acababa de poner en pie en 1900 la empresa Corchero y Compañía, después de haberse disuelto la Tipografía de Plano y Corchero debido a la prematura muerte de su socio y director del mencionado El Emeritense Pedro María Plano García (1851-1900).

Los quinientos ejemplares de la primera edición de Las ingenuas (1901), publicada con cierto lujo en dos volúmenes que conformaban más de setecientas páginas, se agotó en tres meses, y a la altura de 1916 y tras diversas reediciones en la librería de Fernando Fe y luego en Renacimiento, le había reportado al autor unas cien mil pesetas, aproximadamente. Se hace difícil ofrecer cifras exactas debido a la muy lamentable desaparición de los archivos de la editorial Renacimiento (que es la que publicó luego el grueso de la obra de Trigo), pero según la contabilidad de la familia en 1929 esta novela iba por la decimosexta edición.

Las primeras ediciones de sus siguientes novelas, La sed de amar (1903), Alma en los labios (1905), Del frío al fuego (1906) y En la carrera (Un buen chico en Madrid) (1906), así como la del ensayo Socialismo individualista (1904), también las publicó a través de los servicios de Corchero y Compañía.

Así lo explicaba el autor en una entrevista concedida a El Caballero Audaz (José María Carretero Novillo, 1887-1951)  y con fotografías de Campúa (José Luis Demaría López, 1900-1975) que se publicó en el número correspondiente al 24 de julio de 1915 de la revista La Esfera, donde afirmaba además que por entonces había años en que su obra literaria le reportaba hasta sesenta mil pesetas.

Allí, como ya no tenía nada que hacer, escribí Las Ingenuas. Cuando yo me encontré con aquel montón de cuartillas escritas pensé en publicarlas. Yo no tenía un céntimo. ¿Cómo, pues?… Le escribí a Maucci, proponiéndole la edición: le enviaba un capítulo del principio, otro del medio y otro del final de la novela y le explicaba el asunto. Me contestó Maucci ofreciéndome ¡500 pesetas! por la propiedad del libro; yo estuve tentado de dárselo, pero mi mujer, que para esto siempre ha tenido un claro instinto, se opuso. Es una novela que me lleva producidas unas cien mil pesetas. Bueno, pues para reunir fondos para editarla resuelvo marcharme a Mérida a ejercer la carrera [de médico]. A los tres meses tenía ahorradas ocho mil pesetas, las cuales dediqué íntegras a la primera edición de lujo, que se agotó a los tres meses. Me alentó aquel éxito, y publiqué enseguida La sed de amar y después las demás.

Valga el paréntesis: No deja de tener su miga irónica que en ese mismo número de La Esfera (que contiene las firmas de Bartolozzi, Luis Bello, José Francés y Miguel de Unamuno, entre otros) se dé noticia, a página entera y con fotografía, de la muerte de la cupletista Fornarina (Consuelo Bello Campo, 1884-1915), pues Trigo aplicaría ese nombre como mote a uno de los personajes principales de una de sus novelas más reeditadas y mejor valoradas por la crítica, Jarrapellejos.

A partir de 1907, las primeras ediciones de sus nuevos títulos, así como las siguientes (a menudo revisadas), de sus obras anteriores salen de la Librería de [Gregorio] Pueyo, que hace por ejemplo la de La Altísima en la Imprenta de Antonio Marzo. Pero empieza también pronto a publicar novelas breves en la recién estrenada colección de Eduardo Zamacois y Antonio Gallardo El Cuento Semanal con Reveladoras (marzo de 1907), a la que luego añadiría El gran simpático (junio de 1908), Las posadas del amor (noviembre de 1908), Lo irreparable (marzo de 1909), Así paga el diablo (octubre 1909), etc., y a partir de 1909 se convertirá también en uno de los autores más asiduos de la muy popular colección Los Contemporáneos que había estrenado ese mismo año Joaquín Dicenta con El lobo. Aun así, el principal editor de Trigo fue la poderosa editorial Renacimiento de Victoriano Prieto, Martínez Sierra (1881-1947) y José Ruiz Castillo (1875-1945).

Y añádanse a ello volúmenes en los que recopilaba algunas de estas obras narrativas breves para hacerse una idea del incombustible éxito que tuvo Trigo, incluso con sus obras póstumas.

Con todo, la crítica estuvo desde el primer momento dividida en cuanto a la calidad literaria de la narrativa de Trigo, y a partir del final de la guerra civil española su obra desapareció por completo del panorama editorial peninsular (aunque se le reeditó tanto en México como en Argentina), y no fue hasta aproximadamente los años ochenta del siglo XX cuando su obra empezó a ser objeto de estudios y tesis y experimentó una cierta recuperación editorial al margen de las multinacionales y de los circuitos más hegemónicos: El moralista (Emiliano Escolar, 1981), En la carrera (Universitas, 1981; Turner, 1988; Carisma, 2002), Jarrapellejos (Austral, 1988; Castalia, 2004), El semental y otros relatos (Ágata, 1994), Las ingenuas (Otero, 1996), La de los ojos color de uva (Clásicos Extremeños, 1997), Cuentos ingenuos (Clan, 1998), El médico rural (Carisma, 2000), El papá de las bellezas (Pellecín, 2002), Alma en los labios (Renacimiento, 2004), Cuentos diabólicos (Clan, 2005), El odio es amor inverso (Libros de la Ballena, 2015), Teresilla (Renacimiento, 2020)…

Parece razonable pensar que, si bien por un lado parte de la crítica más elitista ‒a la que el éxito popular le resultaba cuanto menos sospechoso‒ ha considerado siempre la obra de Trigo como poco menos que pornográfica y pedestre, por el otro el aspecto de reivindicación de la dignidad de la mujer y de crítica del caciquismo, así como de algunos convencionalismos sociales y políticos, han propiciado una relectura y reconsideración de su obra y, en consecuencia, una resurrección editorial que ya no se ha detenido a medida que ha ido avanzando el siglo XXI.

Reunión en la sede de Renacimiento. Puede identificarse, de izquierda a derecha, a Gregorio Martínez Sierra, José Francés, Francisco Villaespesa, Ruiz Castillo, el actor Villangómez (leyendo), el escritor argentino David Peña, Felipe Trigo y Alberto Insúa.

Fuentes:

AA. VV., Encuentros de estudios comarcales de Vegas Altas, La Serena y La Siberia- Felipe Trigo, 150 aniversario (1864-2014), Imprenta de la Diputación de Badajoz, 2015.

Rafael Conte, «Trigo, nuestro contemporáneo», en Felipe Trigo, Jarrapellejos, Madrid, Turner, 1975, pp. VII-XIX.

Carlos Fortea, «Introducción biográfica y crítica», en Felipe Trigo, Jarrapellejos, Madrid, Castalia (Clásicos Castalia 278), pp. 9-45.

Víctor Guerrero Cabanillas, «Felipe Trigo, un escritor postnaturalista», en Juan Diego Carmona Barrero y Matilde Tribiño García, Tres centenarios. Teatro Carolina Coronado, Cervantes y Rubén Darío Almendralejo, Asociación Histórica de Almendralejo, 2017, pp. 223-242.

Ángel Martínez San Martín, Contribución al estudio crítico de la novelística de Felipe Trigo, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, 1980.

Martín Muelas Herráiz, La obra narrativa de Felipe Trigo, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filosodía y Letras de la Universidad de Alicante en 1986.

Felipe Traseira González, «Felipe Trigo, “padre” de la novela erótica española», Los Cuadernos del Norte, núm. 15 (septiembre-octubre 1982), pp. 36-41.

Italo Calvino y Carlos Barral

A Cristina Suárez Toledano,

con los mejores deseos y toda la confianza en su éxito.

Italo Calvino

El 24 de mayo de 1959, desvinculado del Partido Comunista, enfrascado con Elio Vittorini (1908-1966) en el proyecto de revista Il Menabò y habiendo cerrado ya la trilogía Nuestros antepasados con El caballero inexistente, llegaba a Barcelona Italo Calvino (1923-1985) para participar en Formentor, en calidad de representante de Einaudi, en el Primer Coloquio Internacional de Novela organizado por Jaime Salinas (1925-2011) a instancia de Carlos Barral (1928-1989) y gracias a la red de relaciones de Monique Lange (1926-1996). Son muy abundantes los datos e indicios que permiten situar en ese momento el arranque de la actividad de Calvino como propiciador del intercambio entre las culturas de raíz hispánica y la italiana, que tendría continuidad en los encuentros de los tres años siguientes y que se reflejaría en diversas ediciones y en unos cuantos proyectos frustrados. Además de con Barral y Salinas, en estas reuniones Calvino conocería al entorno de lo que se ha llamado la Escuela de Barcelona (Barral, Gil de Biedma, Costafreda, los Goytisolo, Ferrater, Castellet…), pero también a Miguel Delibes, a a Camilo José Cela, a Gabriel Celaya, a Juan García Hortelano, a Jesús López Pacheco o a Carmen Martín Gaite. Sin embargo, en ese momento, en que Calvino estaba empezando a desinteresarse por el neorrealismo por considerar que había fallado en sus objetivos y a explorar nuevas opciones estéticas, pronto le interesó más la novela latinoamericana de autores como Rulfo o Cortázar que la española, que en el contexto de la narrativa occidental podría considerarse epigonal.

En ese momento la literatura latinoamericana estaba siendo divulgada en Italia sobre todo por editoriales como Guanda (que ya en los años cuarenta había demostrado un enorme interés por la literatura hispánica, seguramente por obra y gracia de Oreste Macrì) y en menor medida por Bompiani y Feltrinelli, pero también Einaudi había publicado por ejemplo a Jorge Luis Borges ya en 1955, animado por la recomendación de Gallimard, y resulta indicativo que la primera traducción de esa obra fuera traducida (por Franco Luncentini) a partir de la traducción francesa (firmada por P. Verdevoye y N. Ibarra). De ese mismo 1955 es la publicación de un volumen de la Poesia de Pablo Neruda en traducción de Salvatore Quasimodo (1901-1968), con lo que esa edición, ilustrada por Renatto Guttuso (1911-1987), reúne a dos escritores premiados luego con el Nobel de Literatura.

En cuanto a la literatura española, Francesco Luti subrayó en su tesis que ya en carta de Barral fechada el 14 de junio de 1956 éste recomendaba a Einaudi la traducción al italiano de La colmena, de Cela (desconociendo quizá que el año anterior ya la había traducido Sergio Ponzanelli y publicado Aldo Martella Editore); El Jarama, de Sánchez Ferlosio; El camino, de Delibes, y Duelo en el paraíso, de Juan Goytisolo. Justo el año siguiente aparecía en Einaudi la muy influyente edición en dos volúmenes del Quijote en traducción de Vittorio Bodini (1914-1970) y con las ilustraciones de Honoré Daumier (1808-1879), pero en esos años también la cultura española más reciente tendría una presencia muy notable en los catálogos de Einaudi: el ensayo Gli intellettuali e la guerra di Spagna (1959), de Aldo Garosci; la edición de Elena Croce de los Poeti del Novecento (italiani e stranieri) (1960), que incluía a Alberti, Guillén, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Machado, Unamuno; La familia de Pascual Duarte (1960), traducida por Salvatore Battaglia; Las afueras (1961), de Luis Goytisolo, que en 1958 había obtenido el Premio Biblioteca Breve de Seix & Barral, traducida por Luisa Orioli; Fiesta al noroeste (1961), de Ana María Matute; Tormenta de verano (1962), de Juan García Hortelano y traducida también por Orioli; la muy polémica antología Canti de la nuova Resistenza spagnola (1939-1961) (1962), que tantos problemas acarrearía a Einaudi con las ultraderechas españolas e italianas; La hora del lector (1962), de Josep Maria Castellet: la antología de Bodini de Poeti surrealisti spagnoli (1963); El Jarama (en traducción de Raffaela Solmi) (1963)…

En lo que se refiere a la dirección contraria, en 1956 Barral había presentado a censura dos novelas breves del muy einaudiano Cesare Pavese (1908-1950), Il compagno y La spiaggia, aunque solo del segundo recibió autorización y con mutilaciones muy notables en cuanto a su extensión, de modo que se le añadieron otros textos narrativos breves y se publicó con el título La playa y otros relatos (en traducción de Enrique Sordo). Como se verá, ciertos aspectos de este episodio empezaron a enojar al agente literario de Pavese, que lo era también de Calvino.

La llegada de Calvino a España coincide con el momento en que éste está empezando a dar a conocer en Italia algunos escritores muy barralianos, como Juan Goytisolo, que en 1959 y justo antes del viaje había publicado en Einaudi Fiestas (traducida por Vittorio Bodini), a la que seguirá unos años después La isla. Pero todo parece indicar que la circulación de textos funcionó sobre todo en dirección opuesta, y que fracasó por los problemas organizativos y de comunicación de Seix & Barral y sobre todo de su tormentosa relación con el principal agente de los escritores italianos más pujantes, Erich Linder (1924-1983), quien en 1951 había pasado a dirigir la Agenzia Letteraria Internazionale (ALI), que representaba entre otros muchísimos a Giorgio Bassani, Dino Buzzati, Benedetto Croce, Beppe Fenoglio, Carlo Emilia Gadda, Eugenio Montale, Elsa Morante, Leornardo Sciascia, Italo Svevo o el propio Calvino; de hecho, en ese momento la ALI era la única agencia literaria de importancia internacional en Italia.

En junio de 1960, Barral escribe a Linder expresándole su intención de publicar en su editorial una novela publicada por Einaudi, La ragazza di Bube, con la que Carlo Cassola (1917-1987) acababa de ganar el Premio Strega y cuyos derechos cinematográficos no tardaron en venderse para que Luigi Comencini hiciera una notable película (protagonizada por Claudia Cardinale y Georges Chakiris); a principios del mes siguiente añade el interés por otra novela de Cassola, Fausto e Anna. Ante este perentorio interés, Linder se mueve para satisfacer la intención de Barral de adquirir los derechos mundiales de estas obras en lengua española, lo que supone atajar las posibles aspiraciones de los editores americanos que pudieran tener en estudio o incluso derecho preferencial sobre las obras de Cassola (probablemente se tratara de Sudamericana). En cualquier caso, ya en carta del 20 de julio de 1960 el agente informa a Barral de que los derechos sobre las dos obras que desea están disponibles; y aquí empiezan los problemas con la censura, que hacen que el editor barcelonés renuncie a los derechos y en consecuencia que Cassola vea cómo la aparición en español de su obra más exitosa se retrase. Finalmente, Sara Gallardo tradujo La ragazza y Dolores Sierra El cazador para la bonaerense Sudamericana, que las publicaría en 1963 y 1965, respectivamente.

Dos años después, también es la censura la que obliga a un cambio de planes, y la oferta por La calda vita, de Pier Antonio Quarantotti-Gambini (1910-1965), se sustituye por otra obra del mismo autor (Cavallo di Tripoli), pero, aun siendo comprensivo con los problemas a los que se enfrentaban los editores españoles bajo el franquismo, lo que hizo que Linder perdiera la paciencia fue el modo de trabajar caótico, los errores en los documentos y los retrasos en los pagos de la editorial capitaneada por Barral, y en palabras de Sara Carini, que ha estudiado con detenimiento estas relaciones a partir sobre todo de los epistolarios:

Los pagos empiezan a solicitarse y Linder demuestra ahí toda su firmeza: las cartas se vuelven secas, duras y amenazan con anular todo tipo de contrato si no llega el pago y, en el caso de que no llegue y el libro se publique –algo que ya se había dado con Pavese–, denunciar a los editores por fraude. Finalmente, la cuestión se aplaca, pero estas son quizás las razones por las que a partir de 1963 la agencia de Linder deja de ser tan complaciente con Seix Barral y los problemas empiezan a acumularse en un sinfín que explota, en 1965, en la amenaza de dejar de enviar libros a Seix Barral.

Carlos Barral

No menos engorroso debió de ser el envío del contrato por Teoriche del film de Guido Aristarco (1918-1996) en junio de 1963, y ver cómo a finales de año el editor los devolvía sin firmar y sin aclarar el motivo por el que la censura le había denegado autorización, tras haberlo presentado en dos ocasiones (con los consiguientes retrasos en ver publicado el libro, que no se publicaría hasta 1968, en Lumen, en una edicion ampliada). Las gestiones de quienes representaban a la Agenzia Letteraria Internazionale en España, la recién instalada en Barcelona International Editors (IECO), no obtenían resultados mucho mejores, pese a las constantes reclamaciones de respuestas acerca de manuscritos enviados para su estudio y de pagos pendientes.

Tal como lo resume Sara Carini: «Entre 1965 y 1966 las relaciones empeoran y los problemas son siempre los mismos: censura y dinero». Y llegó un momento en que Calvino se vio en medio del rifirrafe. Ante la negativa de Linder a aceptar la necesidad expresada por Barral de traducir de nuevo obras de Calvino que ya se habían publicado en Argentina con demasiados americanismos para su gusto —El sendero de los nidos de ara­ña (1956) y Las dos mitades del vizconde (1956), en la Editorial Futuro, El barón rampante (1958) en Compañía General Fabril Editora, Entramos en la guerra (1961) en Peuser e Idilios y amores difíciles (1962) en Losada—, en carta del 16 de junio de 1966 Calvino mostró al editor catalán su acuerdo con tal conveniencia, pero adujo la negativa de Linder, tras mostrarle éste los números de sus tratos con Barral, como un problema irresoluble, comprensible y ante el cual nada podía hacer él. Sin duda Calvino, por su amplia experiencia como editor y porque a esas alturas debía de conocer a Barral, debió de comprender con claridad dónde residía el problema, y sabía bien que una de las funciones de una agencia literaria es evitar a los autores —que son sus auténticos clientes— tener que pelearse con los editores por cuestiones de dinero que puedan enturbiar sus relaciones o perjudicar la divulgación de sus obras. Pero es absurdo pensar que un agente literario actuara en contra de los deseos y los intereses de su cliente o tomara sin su consentimiento decisiones que afectaran a su obra, sobre todo cuando se trataba además de un escritor que conocía bien el sector editorial. Aun así, y para complacer en la medida de lo posible a Barral, Calvino obtuvo de Linder el compromiso de que, si en algún momento quedaban libres los derechos de algunos de sus libros (si caducaban y las editoriales americanas no los renovaban), Seix Barral fuera la primera editorial en ser informada de ello. ¿Qué más se podía pedir razonablemente?

Erich Linder

De ahí, entre otros motivos, que resulte tan sorprendente el pasaje en que (confundiendo además la ALI con IECO y, en una nota, al editor Jaime Salinas con el futbolista Julio Salinas) Francesco Luti resume del siguiente modo en Cuadernos Hipsanoamericanos la razón de que en España la obra de Calvino no se publicara regularmente en castellano (sí en catalán, y gracias a Castellet) hasta los años ochenta: «El mayor impedimento estaba cerca del mismo Calvino: fue su propio agente literario, el judío Erich Linder, de International Editors, quien se reveló un hueso demasiado duro de roer para los dientes de Barral, que siempre se arrepentiría de no haber incluido finalmente a Italo en su catálogo».

Fuentes:

Sara Carini, «Censura, economía y literatura: los contactos entre la editorial Seix Barral y Erich Linder», Oggia. Revista Electrónica de Estudios Hispánicos, núm. 28 (2020), pp. 243-258.

Italo Calvino

Monica Ciotti, «Italo Calvino in lingua spagnola. Dall’escordio argentino allá prima edizione castigliana pubblicata in Spagna», Cuadernos de Filologia Italiana, núm. 28 (2021), pp. 363-378.

Ernesto Ferrero, La tribu Einaudi. Retrato de grupo, traducción de Chiara Giordano y Javier Echalescu y prólogo de Manuel Rodríguez Rivero, Madrid, Trama Editorial (Tipos Móviles 31),  2020.

Francesco Luti, Italia-España, un entramado de relaciones literarias: la «Escuela de Barcelona», Tesis doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 2012.

Francesco Luti, «Italo Calvino en España», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 785 (noviembre de 2015), pp. 2-17.

Michel Martino, Calvino editor e ufficio stampa. Dal «Notiziario Einaudi» ai Centopagine, Roma, Oblique Studio, 2012.

La colección Ucronía y el underground catalán del postfranquismo

La historia de la colección Ucronía ha quedado hasta tal punto marcada por su polémico desenlace —un episodio que concluyó con un manifiesto «Contra cualquier censura» firmado por Juan Cruz, Jaime Gil de Biedma, Lluís Llach, Severo Sarduy y Copi, entre otros—, que apenas se recuerda otra cosa de su muy interesante trayectoria que ese funesto conflicto protagonizado sobre todo por el escritor mallorquín Biel Mesquida y el periodista oriolano Federico Jiménez Losantos.

Todo empezó a cocerse en una empresa llamada Iniciativas Editoriales, cuya cabecera más emblemática fue la revista de izquierdas El Viejo Topo, que había sido creada en 1976 por el periodista y crítico musical Claudi Montanyá (1944-1977), el profesor de filosofía Josep Sarret y el periodista y editor Miguel Riera, y que no tardó en disponer también de una editora de libros.

Biel Mesquida.

En el seno de esta casa editorial y al parecer por iniciativa de Montanyà se creó pues la colección Ucronía, en la que fungía como codirector Miguel Riera y dirigía un joven Biel Mesquida avalado ya por una trayectoria cuanto menos prometedora. Por entonces hacía poco que su novela L’adolescent de sal se había alzado con el premio Prudenci Bertrana de 1973, un galardón que en esos años había empezado a dar a conocer a nuevos autores y apostaría en los siguientes por novelas inequívocamente rompedoras, como es el caso de Oferiu flors als rebels que fracassaren, de Oriol Pi de Cabanyes (premiada en 1972) o lo sería en menor medida después el de Cavalls cap a la fosca, de Baltasar Porcel (en 1975, después de dejar desierto el de 1974) y sobre todo el caso de L’udol del griso al caire de les clavegueres de Quim Monzó (en 1976).

Tampoco pasaban desapercibidas en ciertos círculos de tintes contraculturales las colaboraciones de Mesquida en Qwerty Poiuy. Revista de Literatura (1974-1977) creada en el seno de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona por un grupo de estudiantes entre los que se contaban, además de Mesquida, Alberto Cardín, Jiménez Losantos y Jordi Llovet, y heredera de esta suele considerarse la revista Diwan, fundada en enero de 1978 por Mesquida, Cardín, Jiménez Losantos y Javier Rubio, todos ellos muy próximos a la órbita de El Viejo Topo, cuando no colaboradores de la misma.

Cuando empiezan a distribuirse los primeros libros de Ucronía, Mesquida había visto ya por fin publicada en 1975 L’adolescent de sal, cuyo retraso en aparecer hay que atribuir a la censura, además de haber hecho una edición privada del poemario Matèria de cos, en colaboración con Steva Terrades. Los títulos publicados en Ucronía son representativos de ese mismo momento fugaz de la contracultura y el underground catalán, del que forma también parte el volumen colectivo aparecido en 1974 El parking de les feres (con obra literaria y gráfica de Fina Miralles, Arcadio Reynes, Oriol Pi de Cabanyes, Wendy Granger, Fernando Trias, Junoy y Jaume Vallcorba, entre otros), que constituye el origen de lo que serían una serie de volúmenes atribuidos a Edicions 62 por cuestiones legales pero llevadas a cabo por unas efímeras Edicions 1068: Anotacions-31 de desembre de 1974 (1975), de Bigas LunaExercicis de cal·ligrafia (1975), de Alexandre Ferrer i Pucci Vilurbina, y  Notes nocturnes (1976), de Albert Ràfols-Casamada.

Se trata de iniciativas que, no sin cierto retraso, llegaban empapadas de las teorías literarias francesas de las que en Cataluña estaban empezándose a traducirse algunos textos, sobre todo en revistas especializadas como Els Marges. En palabras del poeta y exguitarrista de Rigor Mortis Eduardo Haro Ibars (1948-1988) reseñando un título de Ucronía:

 [Cataluña[ sigue siendo una colonia cultural francesa; que la influencia anglosajona, tan importante en el resto del mundo, aquí ha pasado de una manera un tanto tangencial en materia de pensamiento. Francia sigue dictando aquí sus modos culturales: se es telqueliano, estructuralista o lacaniano de una manera natural y con unos años de retraso sobre los originales.

En 1977 publica Ucronía Self service, que en una muy perspicaz reseña Maria Campillo describió en su momento como «una recopilación de cuentos, manifiestos, declaraciones de principios, relatos que parecen guiones cinematográficos, índices bibliográficos que parecen manifiestos y manifiestos que parecen índices bibliográficos, etcétera», algunos de ellos obra de Mesquida y el resto por Quim Monzó.

Presentación de Self Service, porrón mediante, en la Ramblas de Barcelona en el Sant Jordi de 1978. Biel Mesquida, Pepa López, Pep-Maür Serra, dos personajes no identificados, Claudi Montanyá i Quim Monzó.

Del mismo año es Puta Marès (Ahí), de nuevo de Mesquida, lo que podría empezar a incentivar la idea de que se trataba de una colección destinada sobre todo a dar salida a su ebullición creativa. La intertextualidad, la dinamitera subversión de la narrativa popular, la mezcolanza de lenguas (catalán, francés, español y en mucha menor medida inglés y árabe), la crudeza expresiva, la transgresión sexual, discursiva y de valores la convirtieron en un asombroso zapatazo sobre la mesa de un panorama literario cuyos debates centrales eran en aquellos años la recuperación de una tradición literaria muy debilitada por los largos años de franquismo (con una continuidad problemática), la normalización d la lengua catalana en cuanto a su uso social y la cuestión de la lengua literaria catalana, de modo que la crítica especializada no supo muy bien cómo hacer encajar esa obra, pese a que esta incluye también el manifiesto (o parodia de los tan frecuentes manifiestos de aquellas fechas) «Babel catalana, on no ets?», publicado previamente en el primer número Diwan (de enero de 1978).

A continuación se publicó en Ucronía, ya en 1978 y en traducción del francés de Javier Rubio, El buen sexo ilustrado (1978), del famoso pedófilo confeso y escritor Tony Duvert (1945-2008), quien unos años antes había obtenido el premio Médicis por Paysage de fantasie (en Editions de Minuit). Conocido sobre todo por la desarticulación de las convenciones de la novela clásica de sus primeras novelas (juegos tipográficos, diversidad de tramas y de puntos de vista, alteración del orden cronológico, etc.) y del marcado componente político de su obra, la publicación de un autor como Duvert (a quien en España sólo se le publicó luego el Diario de un inocente en traducción de Manuel Arranz en Pre-Textos), es ya orientativo de los modelos y las influencias que estaba adoptando y adaptando el grupo de escritores que se movían alrededor de Ucronía.

Varios de ellos aparecen en el siguiente de los libros publicados por esta editorial, una obra colectiva provocativamente titulada La revolución teórica de la pornografía (1978), preparada por Cardín y Jiménez Losantos y que incluye textos de, en orden alfabético, Mesquida (que firma B. Amengual), el psicoanalista argentino Adolfo Berenstein, el antropólogo y ensayista asturiano Alberto Cardin (1948-1992), J.F. David, el crítico cinematográfico Christian Deschamps, el psicólogo y publicista argentino Germán L. García, Sara Glasmann, la filósofa y lingüísta belga Luce Irigaray, el periodista francés G. Hennebelle, Jiménez Losantos, el escritor y periodista francés Gilles Lapouge, el crítico cinematográfico italofrancés Joseph Marie M. Lo Duca (1910-2004), el psicólogo argentino Óscar Masotta (1930-1979), el psicólogo italiano D. Poggi y el crítico y novelista francés Philippe Sollers. En parte por lo menos, el libro había tenido su origen en una mesa redonda celebrada en la casa barcelonesa de Masotta el 13 de febrero de 1977 (cuyos resultados se publicaron en octubre 2002 en Buenos Aires en el tercer número de la Revista Conceptual. Estudios de Psicoanálisis con el título «El psicoanálisis ante la pornografía»).

El listado de títulos publicados por Ucronía se completa, salvo error, con dos libros más; los cuentos de Alberto Cardín ilustrados con dibujos del diseñador Adolfo Fernández Punsola Detrás por delante (de enero de 1978), recuperado por Laertes en 1986 y que en la edición original se presenta, con la delirante verbosidad jergal propia de la época, como «ante todo un artificio retórico, figura de detracción lo suficientemente equívoca para resultar vendible. […] Hay una torcedura básica, a pesar de todo, un hilo de través, que encadena los temas al significante, haciendo que éste adopte la forma ya manida de aquéllos o éstos se borren en favor de aquél».

Y, por último, la novel·la con la que el debutante valenciano Ferran Cremades había ganado el Premi Sant Jordi en 1977, Coll de serps (1978), que ya suscitó un memorable follón porque la editorial que solía publicar a los ganadores, la Selecta, se negó a incluirlo en su catálogo por temor a represalias, la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana protestó con vehemencia y el crítico y editor Josep Maria Castellet (1926-2014) fue apartado del jurado, lo que a su vez provocó la renuncia de otros dos miembros del mismo, Jordi Llovet y Jordi Castellanos (1946-2012). Así pues, el libro de Cremades apareció en las corajuda colección Ucronía.

Sin embargo, la pataleta de Jiménez Losantos cuando Riera se negó a publicarle fue ya demasiado, así que la colección acabó por desaparecer sin dejar más rastro.

Fuentes:

Maria Campillo, reseña de Self-service, de Biel Mesquida y Quim Monzó, Els Marges, núm. 12 (1978), pp. 126-128.

Jaume Guillamet, «No s’autoritza el Bertrana 73» (entrevista a Biel Mesquida), Presència, 13 de julio de 1974, p. 20.

Eduardo Haro Ibars, «Porno-pasión y porno-reflexión», Triunfo,  núm. 814 (2 de septiembre de 1978), pp. 47-48.

Max Hidalgo Nátcher, Los estudios literarios en Argentina y en España. Institucionalización e internacionalización. 1 Teoría en tránsito. Arqueologóa de la crítica y la teoría literaria españolas de 1966 a la posdictadura, Ciudad de Santa Fe, Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2022.

Margalida Pons, «Aproximació a la narrativa experimental postfranquista», Catalan Review, núm. 19 (2005), pp. 173-196

Margalida Pons, «La subversió lingüística com a alternativa identitària en la narrativa postfranquista», Journal of Catalan Studies, 2017, pp. 104-125.

Enric Sullà, reseña de L’udol del griso al caire de les clavegueres, de Quim Monzó, Els Marges, núm. 10 (1977), pp. 127-129.

Sobre el primer libro en catalán tras la guerra civil y el «Mosaic III» de Víctor Català

Parece que hay negacionistas para todo, incluso para rebatir que tras la guerra civil española se prohibió la publicación de libros en catalán. Y, según como se exprese, la afirmación puede incluso parecer cierta porque más que una prohibición explícita lo que hubo es la limitación de publicar, solamente, aquellos libros que apenas nadie desearía leer (y en ningún caso novedades literarias).

Se ha mencionado a menudo Mosaic III (1946), de Victor Català, como la primera novedad publicada en catalán después de 1939, cosa que además de requerir matización no es correcta en sentido estricto. En primer lugar, porque sobre todo en los primeros años de posguerra hubo unas cuantas ediciones que circularon con páginas de créditos falsos (con fechas anteriores a 1939) o se publicaron y distribuyeron de forma clandestina, pero aún hay más.

 En un libro publicado en 1975, Els altres quaranta anys, el lingüista y editor mallorquín Francesc de Borja Moll (1903-1991) contó cómo logró colar a censura ya en 1943 un nuevo libro de Miquel Dolç (1912-1994), El somni encetat, encuadrándolo entre autores consagrados y dando a entender que se trataba de un clásico en la colección Les Illes d’Or, creada en 1934 y en la que figuraban Joan Alcover (1824-1926), Antoni Maria Alcover (1862-1932), Miquel Costa i Llobera (1854-1922) y Pere d’Alcàntara Penya (1823-1906), entre otros. Después de haber visto como le denegaban permiso para publicar una traducción suya de Das Fräulein von Scuderi de ETA Hoffmann y Cançons mallorquines de Guillem Colom (1890-1979) e incluso una pieza teatral del muy franquista Josep M. Tous i Maroto (1870-1949), a Moll debió de parecerle una buena idea, y el caso es que coló.

Sin embargo, la primera novedad que recibió autorización a cara descubierta, entre otras cosas porque mantenía las convenciones ortográficas anteriores a las normas de Pompeu Fabra (1868-1948) y por tanto presentaba severas dificultades para el lector común, fue ciertamente el mencionado libro de Víctor Català (Caterina Albert, 1869-1966), quien previamente había publicado ya una reedición de la traducción que en 1907 hiciera Francesc Xavier Garriga (1864-1941) para Montaner y Simón de Solitud (1942), así como una edición de bibliófilo de la novela en castellano Retablo (1944), ilustrada por Joan Colom (1879-1964) y decorada por Evarist Mora para la que tuvo que escribir un segundo prólogo porque el primero lo rechazó la censura debido a las alusiones a la catalanidad de la autora.

De la existencia de Mosaic ya tenían noticia el común de los lectores interesados por lo menos desde 1926, cuando en declaraciones al célebre poeta y traductor Tomás Garcés (1901-1993) publicadas en la prestigiosa Revista de Catalunya la autora explicaba que, además de un libro de versos, tenía inédita una recopilación de trabajos en prosa titulado Mosaic. Pero sus orígenes se remontan aún a varias décadas atrás.

La edición de Mosaic III de 1946 incluye veinticuatro textos, por lo menos muchos de ellos publicados previamente en los primeros años del siglo xx en la revista La Renaixença («La Tramuntana»), en la Ilustració Catalana («Ma cambra blanca», «Les teulades», «Mon niu», «La tortuga», «La tramuntana», «L’euga») y en el suplemento de esta última publicación, Feminal, que dirigía Carme Karr (1865-1943) («L’hort»). Sin embargo, el primer indicio de este libro se encuentra en la primera edición en volumen de la novela más conocida de Víctor Català, Solitud (1905), en cuya contracubierta se anuncia «Intimitats».

De Mosaic III se hizo en 1946 una edición de bibliófilo en cuya página de cortesía puede leerse (traduzco):

Por imposibilidad material de preparar el volumen entero Mosaic para poder darlo al público en fecha determinada, sale hoy su última parte, esperando que sea factible publicar a no tardar las dos primeras, titulada una de ellas «Vibracions» y la otra, «Encunys».

Puede deducirse de ello que la única parte que la autora llegó a ordenar y compilar fue esta tercera parte originalmente titulada «Intimitats», si bien el subtítulo que lleva es «Impressions literàries sobre temes domèstics».

De esa edición de bibliófilo acabada en la Imprenta Vda. de J. Ferrer i Coll, se tiraron veintinueve ejemplares en papel de hilo, cuatro de ellos fuera de venta, más veinticinco ejemplares numerados y, según la justificación de tirada, «firmados por el autor» (lo cual no parece ni casualidad ni error tratándose de una autora como Víctor Català). En cambio, de la edición comercial se tiraron unos tres mil y la única diferencia fue que se encuadernó con una cubierta distinta en la que, en lugar del sello de Llibreria Dalmau (Passeig de Gràcia, 80) figuraba el de Dalmau i Jover. Pero la diferencia más significativa es que en la edición de bibliófilo esta edición se consignaba como el primer título perteneciente a una Biblioteca Nova Renaixença tanto en la portada como en la cubierta y la contracubierta, mientras que en la edición comercial solo aparecía esa mención en la portada.

De nuevo, el motivo parece ser la censura, que vetó el nombre de la colección cuando el editor Rafael Dalmau (1904-1976) la propuso, así que con el interior ya impreso debió de encuadernar la tirada con una nueva cubierta de la que desapareciese la mención a La Nova Renaixença y, sobre el mismo logo, apareciera una a Biblioteca Literaria Catalana, que así fue como finalmente decidió llamar a la colección.

Rafael Dalmau se había iniciado como editor poco antes de la guerra civil, y en unas iniciales Edicions Mediterrània (en la calle Mallorca, 95) tuvo tiempo de publicar libros iniciales de colecciones diversas: L’empeltament dels arbres fruiters, de Oscar Bonfiglioli, con muchas ilustraciones en blanco y negro, El Sis d’Octubre des del Palau de Governació, de Josep Dencàs (1900-1966), una traducción del propio Dalmau de Pilsudski, de Sigismomd Stanislav Klingsland, con prólogo de Rafael Cardona (1890-1943) y Les aventures de Marcel, de Antoni Jaume y con ilustraciones de J. Altamira. No fue hasta el término de la guerra que este militante de Estat Català y de Unió Catalanista pudo reincorporarse al mundo del libro, inicialmente como librero.

Al Mosaic III de Víctor Català con el que se inició la Biblioteca Literaria Catalana le siguieron Cromos de la vida noucentista. (Memòries d’un barceloní), de Joaquim M. Nadal (1883-1972), Memòries d’un antiquari, novela del propio Rafael Dalmau; el poemario Urània o la música de les esferes, de Agustí Esclassans (1895-1967), y la novela de Josep Ribalta Clos (1890-1966) Jaume Farell.

Para que se completara el Mosaic III tal como la autora lo concibió originalmente hubo que esperar a la edición de 2021 que Agnès Prats y Blanca Llum Vidal prepararon para Club Editor, que dio pie tanto a una cierta reinterpretación de esta obra como a una revisión de la imagen pública de Víctor Català.

Fuentes:

Pilar Arnau i Segarra, «Paratextos en el discurs literari català durant el franquisme: censura i compromís en els pròlegs de Josep Maria Llompart», Journal of Catalan Studies, núm. 17 (2014), pp. 90-113.

Maria Josepa Gallofré i Virgili, L’edició catalana i la censura franquista (1939-1951), Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat,1991.

Tomás Garcés, «Conversa amb Victor Català», Revista de Catalunya, núm. 26 (agostp de 1926), pp. 126-134.

Irene Muñoz i Pairet, «Epistolari entre Francesc Matheu i Víctor Català (1902-1934)», Actes del XVIIè Col·loqui de l’Associació Internacional de Llengua i Literatura Catalana (València, 2015), pp. 403-411.

La editorial Ciencia Nueva y las estrategias censorias

En su impresionante análisis de Los estudios literarios en Argentina y España, Max Hidalgo destaca a la editorial Ciencia Nueva como fundamental en la introducción en España de unos determinados textos estructuralistas que marcaron muy definitivamente el tipo de recepción y la incidencia de éste en el campo literario peninsular; y ya antes, Francisco Rojas Claros había descrito esta singular empresa de vida breve (1965-1970) como «pionera en cuanto a publicación de libros de corte marcadamente político e ideología marxista disidente con los postulados tradicionales del régimen [franquista]» y Carmen Menchero de los Ríos la había definido como «un caso ejemplar del recurso al ordenamiento jurídico como coartada para la acción punitiva de las instituciones sobre la producción cultural.».

La estructura empresarial de Ciencia Nueva ya es indicativa de algunas iniciativas eminentemente colaborativas que empiezan a abundar en el sector editorial español a mediados de los años sesenta: la crean con un capital declarado —al parecer sin correspondencia con la realidad— de quinientas mil pesetas una docena de estudiantes vinculados a la Universidad Complutense de Madrid ideológicamente próximos al Partido Comunista de entre los que algunos tendrán luego una trayectoria profesional muy notable en el ámbito de la cultura, como es el caso de la socióloga Valentina Fernández Vargas (n. 1940), el luego editor de Turner José Esteban (n. 1935), el poeta y más tarde fundador de la editorial Hyperion Jesús Munárriz (n. 1940), la dramaturga y narradora Lourdes Ortiz (n. 1943), la historiadora y traductora María Rosa de Madariaga Álvarez-Prida (1937-2022) o el dirigente comunista por entonces en la clandestinidad y más tarde diputado en la primera legislatura posfranquista Jaime Ballesteros (1932-2015). Y a este núcleo inicial se sumarían además enseguida otros intelectuales emergentes destacados, como los filósofos Gustavo Bueno (1924-2018) y Manuel Sacristán (1925-1985), el jurista Roberto Mesa (1935-2004) o los historiadores Valeriano Bozal (n. 1940) y Antonio Elorza (n. 1943).

Hay un consenso en situar Ciencia Nueva un una tendencia a la creación de pequeñas editoriales con un marcado compromiso con la renovación ideológica cuyo público potencial eran unos sectores de jóvenes universitarios, cada vez más amplios, y a la que en muchos casos caracteriza una estructura empresarial y unos sistemas de distribución que se apartaban por completo de las convenciones de la época y de las que son ejemplo la evolución que estaban teniendo Ariel (n. 1942), las barcelonesas Terra Nova (1958-1978), Estela (1958-1971) y su continuadora Laia (1972-1989) y empresas como Edicions 62 (n. 1962), ZYX (1963-1968) o Edicusa (1965-1978), a las que a finales de la década se añadirían aún otras como la Lumen de Esther Tusquets (1936-2012) y sobre todo Kairós (n. 1964), Anagrama (n. 1969) o Tusquets Editores (n. 1969).

La creación en octubre de 1965 de la editorial —que se estrena con el libro publicado originalmente en inglés en 1939 Ciencia y política en el mundo antiguo, del erudito irlandés Benjamin Farrington (1891-1974), y con La evolución de la sociedad, del filólogo y arqueólogo australiano Vere Gordon Childe (189-1957), cuya edición original en inglés era de 1951—, se anticipaba en poco a cambios significativos en la legislación sobre censura, y en particular a la promulgación de la Ley de Prensa e Imprenta de marzo de 1966 (conocida popularmente como «ley Fraga» y que venía a sustituir una de 1938; esto es: redactada durante la guerra civil). Tal circunstancia hizo que, como todas las editoriales ya en activo, Ciencia Nueva tuviera que solicitar el prescriptivo número del Registro de Empresas Editoriales, cosa que hizo en febrero 1967 y se topó entonces con un silencio que no se rompería hasta marzo de 1969, cuando le fue denegado alegando falta de información sobre los miembros de la editorial e insuficientes datos acerca del patrimonio de la empresa en lo que Carlota Álvarez Maylín ha descrito como «uno de los procesos más importantes» entre las editoriales y la administración del tardofranquismo. Se entró entonces en un proceso de negociación que hizo que incluso después de desaparecida la empresa el asunto aún estuviera pendiente de resolverse. Esto hizo que Ciencia Nueva, que tuvo muy buena acogida tanto entre los lectores como entre la prensa de izquierda, fuera durante toda su trayectoria muy vulnerable a la acción de la censura.

El catálogo de Ciencia Nueva fue construyéndose sobres cuatro colecciones nacidas casi simultáneamente: la inicial Ciencia Nueva, Los Complementarios (dirigida por Ballesteros en cuanto salió de una estancia en prisión), que se estrenó en 1966 con Cine español en la encrucijada (1966), de César Santos Fontenla (1931-2001), Cuadernos Ciencia Nueva, cuyo primer título fue Cervantes humanizado, del poeta y ensayista Ramón de Garciasol (Miguel Alonso Calvo, 1913-1994) y el editor y traductor Arturo del Hoyo (1917-2004) y Clásicos Ciencia Nueva, que arranca al año siguiente con una edición a cargo de Jesús Munárriz de En defensa de las Cortes, con dos apéndices, uno sobre la Libertad de Imprenta y otro en Defensa de los Derechos de Reunión y Asociación de quien fuera diputado en las Cortes de Cádiz Álvaro Flórez Estrada (1766-1853). A ellas se añadiría en 1968 la colección Las Luchas de Nuestros Días, que se estrenó con un título de quien dirigía la colección, Roberto Mesa: Vietnam, conflicto ideológico.

Billete de 25 pesetas con el retrato de Flórez Estrada.

A estas habría que añadir aún El Bardo, la valiente colección de poesía creada en 1964 por José Batlló (1939-2016) y que en su periplo por diversas editoriales, en 1967 recayó durante unos años en Ciencia Nueva a partir del número 36 de la colección (Epopeya sin héroe, de Rafael Soto Vergés).

Tras un perspicaz análisis del catálogo, Rojas Claros describe su contenido como «los límites de lo editable» en el contexto de esa época de modernización de la censura y subraya la enorme cantidad de títulos que se presentaban a consulta previa (para evitar un secuestro posterior, que sus debilidad económica no hubiera podido soportar) con la esperanza de que algún porcentaje de los títulos fuera autorizado. Así pues, la censura franquista operaba contra Ciencia Nueva por dos caminos que también padecieron otras editoriales pequeñas y de rasgos similares: por un lado, obligándolos, en la práctica (aprovechando que financieramente no podían resistir los secuestros administrativos de ejemplares) a presentar a censura previa todo aquello que pretendieran publicar (pudiendo en tal caso obligar a cambios en el título, supresiones de pasajes o prólogos o incluso alteraciones de las tiradas previstas), y por otro lado denegando, simple y llanamente, la autorización para publicarlos. Explica Carmen Menchero de los Ríos (quien abordó ya el asunto en su Memoria de Suficiencia Investigadora): «De un total de doscientos títulos proyectados en la historia de la editorial, topó con la denegación de cuarenta y seis obras y se vio obligada a realizar mutilaciones en el texto de otras treinta y cuatro, atendiendo a las “tachaduras” del cuerpo de lectorado».

Rojas Claros ofrece de ello algunos ejemplos muy ilustrativos: En abril de 1965 censura deniega a Ciencia Nueva autorización para publicar Lengua libre y libertad lingüística, del académico Benvenuto Terracini (1886-1968), atendiendo a una nota firmada el 31 de marzo de ese año por el jefe de la Oficina de Enlace, Luis Santiago de Pablos, y dirigida a los Servicios de Orientación Bibliográfica, según la cual «hasta nueva orden, no se admitirá para su publicación en España obra alguna que haya sido editada por Einaudi», lo cual sin duda tiene que ver con la publicación en la combativa editorial de Giulio Einaudi (1912-1999) de los Canti della nuova resistenza spagnola (1939-1961) (1962), en el que miembros del grupo musical Cantacronache compilaban veintiséis canciones y tres poemas antifranquistas recogidos durante su gira por España en 1961. Es decir, se les impedía publicar ese título a modo de venganza contra una editorial italiana no afecta al régimen franquista.

A este todavía añade Roja Claros los casos del Ensayo sobre la concepción monista de la historia, de Gueorgui Plejánov (1856-1918) en noviembre de 1966, los de Hombre y evolución (que en México había publicado Grijalbo ya en 1962) y Socialismo e individuo de John Lewis en enero del año siguiente e incluso el de Las luchas de clases en Francia, de Marx y Engels, en el que no valieron nada las alegaciones del carácter de clásico y se les obligó a eliminar tres citas de Lenin del texto y un pasaje en el texto de contracubierta, y el caso es que se solicitaba autorización para hacer tres mil ejemplares a quince pesetas y finalmente se hicieron solo quinientos a sesenta pesetas (ya en los años cuarenta el hecho de que un libro fuera caro era un argumento para autorizarlo, pues se presuponía que de ese modo no llegaría a manos de lectores de poco o mal criterio).

En el aspecto más formal, los libros de Ciencia Nueva vienen marcados por la impronta que les dan los primeros trabajos como diseñador gráfico del polifacético Alberto Corazón (1942-2021), quien entre 1960 y 1965 había cursado Sociología y Ciencias Económicas en la Universidad Complutense y en esos años hace su gran despegue como uno de los grafistas más interesantes del sector editorial español y poco después dará nombre a la editorial que recoge el testimonio de Ciencia Nueva: Alberto Corazón Editor.

Fuentes:

Carlota Álvarez Maylín, «El Registro de Empresas Editoriales: la censura en la Ley de Prensa e Imprenta de 1966», Studia Historica. Historia Contemporánea, núm 38 (2020), pp. 297-326.

Max Hidalgo Nátcher, Los estudios literarios en Argentina y en España. Institucionalización e internacionalización. 1 Teoría en tránsito. Arqueologóa de la crítica y la teoría literaria españolas de 1966 a la posdictadura, Ciudad de Santa Fe, Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2022.

Carmen Menchero de los Ríos, «Editoriales disidentes y el libro político», en Jesús A. Martínez Martín, dir., Historia de la edición en España (1939-1975), Madrid, Marcial Pons, 2015, pp. 809-834.

Francisco Rojas Claros, «Una editorial para los nuevos tiempos: Ciencia Nueva (1965-1970», Represura, (enero 2017), publicado originalmente en «Revista Historia del Presente, Departamento de Historia Contemporánea de la UNED, Madrid, 2005, pp. 103-120.

Francisco Rojas Clarós, Dirigismo cultural y disidencia editorial en España (1962-1973), San Vicent del Raspeig, Publicacions Universitat d’Alacant, 2013.

Exilio y edición de literatura juvenil: Herminio Almendros y Ruth Robés Masses

Con motivo de la Feria Internacional del Libro de La Habana, en el año 2010 se reeditó uno de los libros infantiles más exitosos en la isla, Había una vez…, en esa ocasión con la participación de una treintena de ilustradores entre los que se contaban Bladimir González, Vicente Rodríguez Bonechea y Yahilis Fonseca.

Herminio Almendros.

El libro aparecía firmado por el pedagogo de origen español Herminio Almendros (1898-1974), que se había estrenado como autor en tiempos de la Segunda República Española. Poco después de aparecer en las Publicaciones de la Revista de Pedagogía su primer libro, La imprenta en la escuela. La técnica Freinet (1932), Almendros se encontraba en Arán formando parte de una de las célebres Misiones pedagógicas con su compañero Alejandro Rodríguez (1903-1965), cuando se enteraron de que ambos habían planeado presentar candidatura al Premio Nacional de Literatura de ese año con las adaptaciones de cuentos tradicionales y folklóricos que acababan de leer para los habitantes de la zona. Ante semejante coincidencia, Herminio Almendros decidió desistir, y su compañero, que firmaba entonces como Alejandro Rodríguez «Casona», obtuvo el galardón con Flor de Leyendas, que publicó Espasa Calpe en 1933 con ilustraciones de Francisco Rivera Gil (1899-1972) y desde entonces se reeditó en numerosas ocasiones e ilustrado por firmas tan insignes como Faustino Goico-Aguirre (1906-1987) o Gori Muñoz (1906-1978).

Por su parte, Almendros publicó su Pueblos y leyendas en la barcelonesa Seix Barral, que la reimprimió también en numerosas ocasiones si bien más adelante Almendros le cambiaría el título por el de Oros viejos.

Al término de la guerra civil, durante la que había participado en el Consell de l’Escola Nova Unificada y en la Comissió Tècnica de Material Escolar i Pedagògic de la Generalitat de Catalunya, Herminio Almendros cruzó los Pirineos en compañía de su amigo Josep Ferrater Mora (1912-1991), dejando en Barcelona a su familia (con la que tardaría diez años en rencontrarse). Poco después, ayudado por Casona, se embarcó con destino a Cuba, donde no se le reconocieron sus titulaciones y tuvo que cursar estudios en la Universidad de Oriente en Santiago, de donde en 1952 se doctoró con una tesis sobre La inspección escolar. Sin embargo, ya en los años cuarenta impartió clases en la Escuela José Miguel Gómez y en la Escuela Libre de La Habana, para después intentar crear un colegio en el Vedado, asociado a los exiliados españoles Francisco Alvero Francés (1904-1989), con quien elaboró diversos libros de enseñanza de lengua española, y Julio López Rendueles (1893-1986) que tuvo corta duración. También en esos años se dedica a la traducción de textos pedagógicos para la Editorial Cultural S.A. (surgida en 1926 de la unión de las librerías Cervantes de José López Serrano y la del español Ricardo Veloso La Moderna Poesía).

En colaboración con Ruth Robés Massés, habían creado con el apoyo de la Editiorial Selecta Ronda: la revista de los niños, que inicia su andadura en octubre de 1941 pero desaparece al año siguiente. Formada en la Escuela Normal para Maestros, Ruth Robés llegaría con el tiempo a ser directora de la escuela municipal femenina Alfredo M. Aguayo, pero el advenimiento de la revolución truncaría esa trayectoria.

Existen unos cuantos libros escritos a cuatro manos por Herminio Almendros y Ruth Robés Massés. De 1949 es Salud y seguridad, un curso de higiene y fisiología humanas para cuarto grado y del año siguiente el título equivalente para quinto grado, ambos publicados en la robusta Editorial Cultural S.A. Mayor interés para lo que nos atañe aquí tiene la anterior Cuentos y poemas para la escuela (1945), publicada por la misma editorial.

El año siguiente Herminio Almendros y Ruth Robés publican, ilustrado por la maestra y librera Rebeca Robés Masses, lo que Omar Felipe Mauri Sierra calificó como «el mayor best seller de los niños cubanos», Había una vez…, una amplia selección de textos de tradición oral que inicialmente fue contratado por la Cultural con el título Cuentos y poemas para la escuela (se publicó con el subtítulo «Cuentos y poemas para el hogar y la escuela»), lo cual quizás explique que a menudo esa primera edición se haya pasado por alto.

Lo sorprendente —o en realidad no tanto— es que después de la quinta edición (de 1960), el nombre de Ruth Robés desaparece de las cubiertas de las ediciones de este libro, si bien hay constancia de que recibía los derechos de autor que le correspondían. Sin duda, es un peculiar caso de censura que recayó sobre la obra de Robés, pero no el único y tampoco resulta fácil de explicar.

Uno de los cuentos originales más conocidos de esta autora, «Las navidades de Higinio», se había incluido en el volumen colectivo Navidades para un niño cubano, una amplia recopilación de piezas teatrales, cuentos y poemas publicada por la Dirección General de Cultura el 15 de diciembre de 1959 (recién derrocado Batista). En este relato se pone de manifiesto ya el contraste entre los años republicanos y los revolucionarios, y se alude directamente a «la lucha contra la tiranía asesina», pero aun así la autora se vio impelida a exiliarse a Estados Unidos y su nombre desapareció del exitoso Había una vez…, mientras que la mencionada compilación navideña desapareció rápidamente y no volvió a ser reeditada (acaso por su excesiva connotación religiosa a ojos de las nuevas autoridades culturales).

Por su parte, el exiliado republicano español Herminio Almendros prosiguió su labor tanto en el campo de la pedagogía como en el de la creación literaria, pero además, mientras Había una vez… iba reimprimiéndose a su nombre, en 1962 Armando Hart Dávalos le nombra director de la Editorial Juvenil, adscrita a la Editorial Nacional de Cuba, y ocupó este cargo hasta la desaparición de ésta en 1967 (cuando se reconvirtió en la Editorial Gente Nueva) y además publicó en ella Pasteur y Finlay (1963), Cuentos de animales (1963), Cosas curiosas de la vida de algunos animales (1964), Estupendas excursiones de los animales (1964) y El gallo de boda (1965). Se trataba del primer sello en Cuba dedicado en exclusiva a la literatura destinada a niños y jóvenes, y difícilmente podría encontrarse profesional más cualificado para poner al frente de la misma.

Se ha señalado como modelo o referencia de la labor llevada a cabo por Almendros en esta editorial La Edad de Oro, una revista infantil de la que entre julio y octubre de 1889 habían aparecido apenas cuatro números (si bien en 1921 se había publicado en volumen en Costa Rica), pero cuyo autor único se encontraba entre los mayores intereses de Almendros: el escritor y político cubano José Martí (1853-1895). Entre otros textos dedicados a Martí, en1956 la Universidad de Oriente le había publicado a Almendros A propósito de «La Edad de Oro», de José Martí. Notas sobre la literatura infantil, y en 1959 el Ministerio de Cultura En torno a la Edad de Oro, de José Martí (como cuarto número de las Publicaciones para Maestros).

Con el objetivo de poner al alcance de niños y jóvenes lo más selecto de la tradición narrativa universal, Almendros creó un notable equipo del que formaron parte entre otros Renée Méndez Capote, que tradujo y adaptó el Ivanhoe (1965) de Walter Scott y adaptó El último de los mohicanos (1966), de Fenimore Cooper, además de publicar su propia obra (Relatos heroicos en 1965 y Dos niños en la Cuba colonial al año siguiente); Anisia Miranda, autora de Becados (1965) y Mitos y leyendas de la antigua Grecia (1966), antes de convertirse en destacada colaboradora del semanario infantil Pionero (1966-1967); o el periodista y prolífico corrector nacido en la ciudad catalana de Mataró José Elizalde Manent (1902-1988), que firmaba como Santiago Velasco (ocasionalmente como J.E. Manent) y que en los años cuarenta había dirigido la revista Combate (órgano de la Asociación de Excombatientas Antifascistas Revolucionarios) y en los cincuenta había sido el administrador de la revista ácrata Estudios. Mensuario de la Cultura, cuyo consejo de redacción incluía a Marcelo Salinas, Abelardo Iglesias y Roberto Bretau. En 1944, Santiago Velasco había sido uno de los fundadores de la Alianza de Intelectuales Antifranquistas de Cuba, junto con el periodista José Luis Galbe (1904-1985), el poeta y escritor Juan Chabás (1900-1954) y el propio Herminio Almendros.

Fuentes:

Néstor Almendros, «Perseguido en España, olvidado en Cuba», El País, 13 de marzo de 1986.

Sergio Andricaín y Antonio Orlando Rodríguez, «Apuntes sobre la censura de autores y libros de literatura infantil en Cuba (1960-1985)», MiauBlog, Literatura, lectura, libros para niños y jóvenes, 15 de septiembre de 2022.

Maritza Carrillo Gibert, «Vigencia de Herminio Almendros en la tradición pedagógica cubana», en la web de la Asociación Cultural Torre Grande Almansa, 7 de octubre de 2007, pp. 125-133.

Carmen Diego Pérez, «Las bibliotecas del Patronato de Misiones Pedagógicas en la provincia de Palencia: dotación y depuración de fondos», segunda parte de «Un caso paradigmático de represión cultural: Depuración de bibliotecas escolares en la provincia de Palencia durante la guerra civil española», Represura, núm 7 (2011).

Jorge Domingo y Róger González, Sentido de la derrota. Selección de textos de escritores españoles exiliados en Cuba, Bellaterra, Associacio d’Idees-Gexel, 1998.

José Gómez Cortés, «Herminio Almendros y la generación del 27. Algunas cartas inéditas desde su exilio cubano», web del I.E.S. Herminio Almendros de Almansa.

Jesús Gómez Cortés, Antoni Petrus Rotger, Isabel Cantón Mayo y Martí Teixidó Planas, «Centenario de Herminio Almendros. Un personaje del pasado, una figura del presente, una referencia para el futuro», número monográfico de los Cuadernos de Estudios Locales de Almansa, núm. 14 (febrero de 2001).

José Mª Hernández Díaz, «Un exponente de la pedagogía española en el exilio: Herminio Almendros y la edición en Cuba», Revista de Educación, núm. 309 (1996), pp. 217-237.

Omar Felipe Mauri Sierra, «La isla de los niños», en Mª Teresa González de Garay y Juan Aguilera Sastre, eds., El exilio literario de 1939. Actas del congreso celebrado en la Universidad de la Rioja del 2 al 5 de noviembre de 1999.    Pp. 451-458.

Héctor E. Paz Aguilar, «Herminio Almendros, maestro, pedagogo, escritor…», Invasor, 6 de diciembre de 2021.

Enrique Pérez Díaz, «El misterio de Había una vez…», Cubainformación, 20 de marzo de 2021.

Joel Franz Rosell, «La literatura cubana para niños y jóvenes: un inesperado fruto de la revolución», Revue l’Autre Amérique, 18 de enero de 2022.

Ferran Zurriaga, «Heminio Almendros, un maestro», Triunfo, Año XXIX, n. 637 (14 diciembre 1974), pp. 60-61.