Sender y el insoportable peso de la censura franquista

La obra literaria de Ramón J. Sender (1901-1982) ha tenido la inmensa suerte de ser analizada, estudiada y evaluada por una pléyade de grandes filólogos, historiadores de la literatura y críticos: Francisco Carrasquer (1915-2012), Jesús Vived Mayral (1932-2018), Donatella Pini, José Carlos Mainer, Marcelino C. Peñuelas, etc., lo que podría llevar a pensar que ya poco nuevo queda por decir acerca de las vicisitudes de sus libros. Con El triángulo editorial de «Crónica del alba», Olga Pueyo Dolader no sólo desmiente esa arriesgada suposición sino que, situándolo con precisión en su contexto político y editorial, convierte al autor aragonés en ejemplo para explicar la evolución de la censura de libros en España durante la dictadura franquista, sus métodos y objetivos y el efecto, dispar, que tuvo ‒y sigue teniendo‒ en la recepción de la literatura de los exiliados republicanos y en el canon de la literatura española del siglo XX.

Ya en 2020 Pueyo Dolader había llamado la atención sobre el valor y la importancia del rico epistolario del editor barcelonés Jaume Aymà i Mayol (1911-1989) conservado en el Arxiu Nacional de Catalunya en un artículo en la revista Sansueña, y de nuevo aquí constituye una de las principales fuentes de información para reconstruir el proceso de contratación y edición de Crónica del alba y algunas novelas posteriores, así como las delirantes gestiones que el intrépido y benemérito editor se vio en la necesidad de establecer con la censura. Gracias a este epistolario ‒que sería muy útil que algún editor valiente se atreviera a publicar‒ conocemos, por ejemplo, el proceso mediante el cual, con el texto ya compuesto, el editor se ocupó de introducir las enmiendas y correcciones y hacer las supresiones que le pedía el Ministerio de Información de modo tal que no se produjeran recorridos en el texto que obligaran a componerlo de nuevo (con el consiguiente costo y retraso), o que en la siguiente edición, gestionada también por el propio Aymà en la editorial Andorra, esas enmiendas se debieron ya a la mano del propio Sender. ¿Minucias filológicas de variantes textuales para solaz y entretenimiento de especialistas? Depende de cómo se mire, porque en muchos casos se trataba de párrafos enteros y porque, por acumulación ‒como puede comprobarse en el apéndice que incluye este libro‒ llegan a alterar en cierta medida el impacto del conjunto.

Joaquín Maurín

Otro de los puntales sobre los que se sustenta este apasionante recorrido es el archivo personal de Joaquín Maurín (1896-1973) y el magnífico epistolario que mantuvo con Sender y que en su día preparó y editó Francisco Caudet. A través de este material se traza una imagen precisa de las circunstancias en las que debían desenvolverse los escritores del exilio republicano de 1939, con acceso difícil a las editoriales asentadas en sus países de acogida, que además estaban inmersas en sus propios procesos evolutivos, con la alternativa de publicar en empresas a las que se impedía distribuir sus libros en España o de autopublicarse sin ninguna esperanza de una difusión mínimamente decente. En otras palabras, sirve a la autora para cartografiar el mapa del campo editorial anómalo en el que durante muchos años se vieron obligados a jugar este amplio conjunto de escritores valiosos.

Victor Alba

Además de redondear y precisar la imagen que hasta ahora teníamos de Maurín como agente literario oficioso de Sender, por fin queda más precisamente establecidas las circunstancias y los canales mediante los que, ya en septiembre de 1953 y gracias a la iniciativa de Víctor Alba (Pere Pagès i Elies, 1916-2003), Maurín propició que Sender intentara que la editorial de José Janés (1913-1959) le publicara algún libro en España y cómo este se topó con un tipo de censura insalvable pese a informes favorables de los lectores censores: Sender era impublicable no porque su obra defendiera unas determinadas ideas o mostrara una determinada imagen de España, sino simplemente por ser quién era; y la decisión la tomaba la Dirección General de Información. Aun así, es pertinente constatar que, como bien podría hacer cualquier defensor del franquismo, que en 1946 el editor Javier Morata había obtenido autorización para importar ejemplares de un libro suyo, pero conviene no olvidar que se trataba de tan solo diez ejemplares, lo que es tanto como decir apenas nada. También del Archivo General de la Administración, lógicamente, se ha servido con profusión la autora para dilucidar los procesos a los que fueron sometidas las peticiones de diversos editores para dar a conocer la obra de Sender a sus lectores naturales. Asimismo, le permiten establecer y documentar cómo la evolución política del franquismo fue evolucionando no en una estrategia de apertura hacia la obra del exilio republicano, sino más bien como un modo de instrumentalizar determinados textos para limpiar un poco sus manos manchadas de sangre inocente.

Los Aymà, padre e hijo.

También son del máximo interés las páginas dedicadas a la recepción que tuvo a lo largo del franquismo y la posición que ocupó en el canon forjado por los estudiosos de la literatura española, algunos de los cuales demostraron ser incapaces de separar la antipatía personal o la discrepancia política del juicio estético, mientras que otros se enfrentaban a enormes dificultades, cuando no a la imposibilidad, de acceder a la obra completa de los autores a los que pretendían evaluar ( y eso vale para Sender, pero también para Manuel Andújar, Francisco Ayala, Max Aub y una extensísima nómina de escritores de primer orden). Sirva como mínimo de ejemplo de cómo y hasta qué punto varias generaciones de españoles recibieron y en muchos casos asumieron una escala de valores literarios maleados en origen, y sobre todo de advertencia del enorme trabajo que aún queda pendiente de hacer para revertir y actualizar esa situación, pese a la labor ya llevada a cabo, entre otros, por los insignes filólogos mencionados en el párrafo inicial.

Ramón J. Sender.

Como escribe con irrebatible acierto Fernando Larraz en el prólogo, este libro es «una aportación fundamental a la reconstrucción de nuestra historia cultural del siglo pasado que trasciende el mero estudio de caso», porque, si bien sitúa la historia editorial de Crónica del alba en primer plano, el fondo sobre el que se desarrolla esa historia queda perfectamente perfilado y delineado, y saca a la luz toda una serie de aspectos que pueden servirnos para comprender mejor otros muchos casos de «recuperación» de la obra literaria ‒pero también pictórica o cinematográfica, por ejemplo‒ de los exiliados republicanos de 1939 durante el franquismo. En este sentido, quizás el título elegido podría llevar a engaño, porque el texto de Pueyo Dolader va mucho más allá de lo anunciado. Decir que El triángulo editorial de «Crónica del alba» es una pequeña joya sólo es cierto si nos limitamos a contar el número de páginas del volumen; no tiene nada de pequeña pero sí es una joya.

«Los de abajo», de Mariano Azuela, y la edición chicana

Cuando en 1915 se publicó la primera edición de Los de abajo, Mariano Azuela (1873- 1952) ya había dado a conocer en Lagos de Moreno (Jalisco) unas cuantas obras narrativas, entre las cuales las novelas María Luisa (Imprenta de López Arce, 1907), Los fracasados (Tipografía y Litografía Müller Hnos., 1908), Mala yerba (Talleres de La Gaceta de Guadalajara, 1909), Andrés Pérez, maderista (Imprenta de Blanco y Botas, 1911) y Sin amor (Tipografía y Litografía Müller Hnos., 1912), y además había dejado impresos en algunas publicaciones periódicas, como el semanario de la capital Gil Blas Cómico, varios relatos (además de fragmentos de María Luisa), en ocasiones tras seudónimo.

Mariano Azuela.

Sin embargo, la publicación de la novela por la que ha pasado a la historia, Los de abajo, tal vez pueda considerarse como uno de los más conocidos ejemplos de edición chicana, pues en una versión distinta a la comúnmente conocida apareció por primera vez por entregas en las páginas del periódico El Paso del Norte (El Paso, Texas), dirigido por Fernando Gamiopichi, de quien Stanley L. Robe recogió algunas informaciones en Azuela and the Mexican Underdogs (1979). Según recoge este investigador, hasta 1912 en El Paso del Norte, empresa formada íntegramente por mexicanos, figuró como «editor» T. F. Serrano y como director Gamiochipi, pero después de esa fecha al segundo se le identifica como «editor propietario», y Roba incluso da noticia de los nombres de algunos redactores (unos hermanos Calderón, Ugartechea, etc.) y el nombre de quienes se ocupaban de imprimirla, la Imprenta Moderna, que se identificaba a sí misma como la «Casa editora del único Diario Constitucionalista en ambas fronteras» y que según el testimonio del cajista José Jesús Loera Rivera, empleaba una «prensa de cilindro cuádruplo». Mientras duró la publicación por entregas de Los de abajo, Azuela cobró tres dólares semanales, pero no hay ninguna evidencia de que cobrara nada por la edición en rústica que el mismo periódico se ocupó de hacer poco después.

Mariano Azuela.

Anunciaba El Paso del Norte en su número 1763 de la segunda época, correspondiente al 27 de octubre de 1915: «Los de abajo, novela que hoy empezamos a publicar en forma de folletín, aparecerá lujosamente encuadernada y dentro de pocos días estará a la venta para el público». La publicación en forma de folletín de esta primera versión, subtitulada «Cuadros y escenas de la Revolución actual», se prolongó hasta el 21 de noviembre (veintitrés entregas). Señala también Stanley L. Robe que el texto, compuesto enteramente a mano, contiene numerosas erratas y nada hace pensar que fuera sometido a un proceso de revisión o edición, sino que se iba publicando a medida que se iba componiendo.

Pasó todavía un tiempo antes de que apareciera la edición en volumen, que puede fecharse con bastante exactitud el 5 de diciembre, con numerosas enmiendas ortotipográficas y una tirada de mil ejemplares, pero el propio Azuelo dejó testimonio de la escasísima repercusión que tuvo esta edición, de la que al cabo de un mes se habían vendido sólo cinco copias. Tampoco su presencia en la prensa fue generosa, aunque el 10 y 21 de diciembre la reseñaron Enrique Pérez Arce J. Jesús Valdez, respectivamente, en El Paso del Norte ( para cuyos lectores Los de abajo era ya una novela conocida).

La Papelería y librería Boras en los años veinte.

De regreso a México, y saneada su economía gracias a los derechos de autor de la publicación por entregas en El Universal de Los caciques, en 1920 Azuela decidió hacer una nueva edición de Los de abajo por su cuenta y riesgo en la imprenta Razaster, también de unos mil ejemplares, con la que era más probable que pudiera llegar a los lectores potenciales de su obra, y se comercializó en librerías importantes, como por ejemplo en el céntrico comercio de Andrés Botas (que ya se había hecho cargo de la edición de Andrés Pérez, maderista y más adelante publicaría otras obras de Azuela). Además, en esta ocasión el texto sí fue sometido a una severa reordenación y revisión con las cuales la novela tomó ya la forma con la que, en líneas generales, se hicieron las ediciones sucesivas. Sin embargo, el éxito aún tardaría en llegarle, de un modo un poco singular, y antes de que se produjera aparecieron Los fracasados. Novela de costumbres nacionales (Talleres Linotipográficos de El Pueblo, 1918), Las tribulaciones de una familia decente (folletín de El Mundo, 1918) y Las moscas (Talleres de A. Carranza e Hijos, 1919).

José Vasconcelos.

A una agria polémica desatada en diciembre de 1924 por Julio Jiménez Rueda en las páginas de El Universal con el artículo «El afeminamiento en la literatura mexicana» (en que reprochaba a los escritores mexicanos el aislamiento de la realidad social) debe Azuela el resurgir de su obra a ojos de la crítica y de los lectores mexicanos de su tiempo. A Jiménez Rueda replicó desde el mismo periódico Francisco Monterde con «Existe una literatura mexicana viril», y entró también en liza Victoriano Salado Álvarez («¿Existe una literatura mexicana moderna?», Excélsior). En esta polémica salió a relucir el nombre de Azuela y su novela Los de abajo, lo que llevó a El Universal Ilustrado a publicar una encuesta entre diversos escritores del momento (José Vasconcelos, Salvador Novo, Federico Gamboa, etc.) acerca de este asunto a la que Azuela respondió: «Cuando el alma del pueblo está empapada en lágrimas y chorreando sangre todavía, nuestras lumbreras literarias escriben libros que se titulan Senderos ocultos, La hora de Ticiano o El libro del loco amor», y como consecuencia del impacto del debate El Universal Ilustrado decide hacer una edición en cinco cuadernillos de Los de abajo que aparecen entre el 29 de enero y el 24 de febrero de 1925 (por la que toda la retribución que obtuvo Azuela fueron cincuenta ejemplares), lo que a su vez desató una incontable serie de ediciones piratas e incluso traducciones a otras lenguas.

La llegada a Madrid de Gabriel Ortega como corresponsal de El Universal propició que la novela fuera conocida por algunos de los personajes más importantes e influyentes de la cultura literaria madrileña del momento, como el poeta, dramaturgo y crítico literario Cipriano Rivas Cherif (1861-1967), Manuel Azaña (1880-1940), que ese mismo año 1926 ganó el Premio Nacional de Literatura por Viaje de don Juan Valera, el reputado poeta, crítico y traductor Enrique Díaz-Canedo (1879-1944), el célebre escritor Ramón Maria del Valle Inclán (1866-1936), el compositor y escritor Gustavo Durán (1906-1969), etc., lo que hizo que en 1927 la editorial Biblos publicara Los de abajo, con ilustraciones de Gabriel García Maroto  (1889-1969).

La edición en Biblos.

Al año siguiente aparecía también la edición francesa, traducida por Joaquín Maurín, en las páginas de Monde (como L’Ouragan), coincidiendo también con la primera edición estadounidense (en Brentano’s, y con ilustraciones de José Clemete Orozco) y en 1930 una nueva edición de la traducción de Maurín al frances, titulada Ceux d’en bas, prologada por Valery Larbaud (1881-1957) y aparecida en J. O. Fourcade, casi al mismo tiempo que la primera inglesa, a cargo de Jonathan Cape.

Gabriel García Maroto.

Pero más que el rocambolesco camino al éxito de Los de abajo, lo que resulta particularmente ilustrativo es el fracaso de su primera edición, la que quizá podemos considerar chicana, pues diversos condicionantes pueden contribuir a explicarla. Por un lado, es evidente que el periodo de convulsiones oplíticas y militares en que se publicó no propiciaba que pudiera tener una difusión adecuada, pero además el contexto geográfico y las dificultades de distribución plantean cuestiones más interesantes, sobre todo a la luz del crecimiento paulatino de las ediciones de literatura chicana en Estados Unidos.

La existencia desde la década de 1780 de imprentas en las que se publicaban folletos en español en Boston o Filadelfia, la fundación ya a principios del XIX de cabeceras periodísticas como El Misisipí, El Mensajero Luisianés o de El Mexicano de Texas desde 1813 no bastan para explicar la situación peculiar creada como consecuencia del Tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848 con que se puso vergonzosamente fin a la guerra entre Estados Unidos y México, por el que el segundo, por quince millones de pesos (unos 450 millones de euros de nuestros días), cedía la totalidad de los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, así como parte de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma, estableciendo como frontera el río Bravo.

Joaquín Maurín.

Pasarían aun unos años antes de que apareciera la que está considerada la primera novela chicana, La historia de un caminante (1881), de Manuel M. Salazar, pero no tantos en cuanto a la proliferación de cabeceras que mantenían informados a los habitantes mexicanos de estos territorios, como El Clamor Público (1855-1859), El Comercio Mexicano (1886), El Libre Pensador (1890) o La Crónica (1909); sin embargo, el contexto con que coincide la aparición de Los de abajo lo crea sobre todo la Revolución de 1910 e iniciativas empresariales como las llevadas a cabo por personajes como los hermanos Ricardo, Enrique y Jesús Flores Magón, que en Estados Unidos pusieron en pie, primero en San Antonio y luego en San Luis,  una continuación del periódico Regeneración, al que seguiría luego Revolución en Los Ángeles.

Mariano Azuela fue, podría decirse, un visitante coyuntural de los Estados Unidos, que enseguida regresó a México y que sólo publicó más allá de la frontera Los de abajo para obtener un poco de dinero con el que subsistir esa temporada, entrando en contradicción personal además con  los planteamientos políticos carrancista de quienes estaban al frente de El Paso del Norte. Además, las peculiares circunstancias en que se produjo (y sobre todo se distribuyó) esa primera edición en volumen de la novela hizo que fuese casi imposible que llegara a su público potencial, era una novela a efectos prácticos inexistente hasta que la reeditó en México.

Por todo ello, no parece ni razonable ni adecuado considerar esa novela como literatura chicana, pero en cambio, dadas las circunstancias en que se produjo, la edición sí podría quizá considerarse como un ejemplo bastante singular de edición chicana, lo que lleva a plantearse la conveniencia de distinguir entre «edición chicana» y «edición de literatura chicana» (en ocasiones emprendida ya en el siglo XX por sellos pertenecientes a grandes corporaciones empresariales o a centros universitarios «anglos»). Como dirían en México, está pensativo.

Fuentes:

AA.VV., Diccionario de la literatura mexicana. Siglo XX, Universidad Nacional Autónoma de México- Ediciones Coyoacán- Instituto de Investigaciones Filológicas- Centro de Estudios Literarios, 2000.

Edición en rústica en Biblos.

Stanislas Mbasi, Aproximación sociocrítica a «Los de abajo», de Mariano Azuela, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, 2013.

Bernardo Ortiz de Montellano, «Literatura de la Revolución y literatura revolucionaria», Contemporáneos, núm. XXIII (1930), pp. 7-81, recogido en la edición de sus Obras en prosa, preparada por María de Lourdes Franco Bagnouls, Universidad Nacional Autónoma de México, 1988, pp. 236-238.

Marta Portal, «Introducción» a Mariano Azuela, Los de abajo, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas 120), 1989, pp. 9-75.

Stanley L . Robe, «Dos comentarios de 1915 sobre Los de abajo», Revista Iberoamericana, junio de 1975, pp. 267-272.

Stanley L . Robe, Azuela and the Mexican Underdogs, Berkeley-Los Angeles-Londres, University of California Press, 1979.

 

 

Editar es divertido (la colección Aquelarre)

Escribe Roberto Calasso en uno de los textos incluidos en La marca del editor (Anagrama, 2014) que, “si la actividad del editor no es sacudida con frecuencia por una carcajada quiere decir que hay algo que no funciona”, y la explicación que dio Francisco Rivero Gil (1899-1972) de cómo se llegó a crear la editorial hispanomexicana Aquelarre, a partir de la tertulia homónima, le da toda la razón: “El Aquelarre lo estamos tomando como lo que es, una cosa seria; de vez en cuando, para divertirnos publicamos un libro”.

Otaola.

Simón Otaola Oyarzábal (1907-1980), “Ota” para los amigos, narró con mucho gracejo en La librería de Arana la historia de la tertulia del Aquelarre, cuyo nacimiento puede fecharse con exactitud el 17 de diciembre de 1949 alrededor de una olla de callos (en las cocinas del Ateneo Español de México) y formada fundamentalmente por exiliados españoles: el propio Otaola,  publicista cinematográfico, el librero y promotor cultural José Ramón Arana (Ramón Ruiz Borau) (1905-1973), el periodista, traductor y crítico literario y cinematográfico Francsico Pina (1900-1972) y el profesor de literatura Isidoro Enríquez Calleja (1900-1971), a los que, en cuanto fijaron el restaurante El Hórreo como lugar de encuentro los viernes por la noche, no tardaron en añadirse otros más o menos habituales (León Felipe, Álvaro de Albornoz Salas, Manuel Bonilla, Anselmo Carretero, Manuel Andújar, Pedro Garfias, Arturo Perucho, un joven José de la Colina) e incluso algunos eventuales (Efraín Huerta, Manuel Altolaguirre, Luis Rius, etc.).

La tertulia del Aquelarre.

Aquelarre fue una colección destinada a la publicación de textos relativamente diversos obra de los contertulios, financiada como dios daba a entender y con la colaboración de todos los compañeros. Tal como lo cuenta José de la Colina en la introducción a la obra de Otaola ya citada:

Como la literatura era, aparte de España, una pasión central del grupo, surgió pronto el espejismo de los escritores: la editorial para publicarse ellos. En la colección Aquelarre, en la que se cobijaban ediciones de autor y cuyo emblema, dibujado por Rivero Gil, era un escudo en el que una bruja cabalgaba su escoba en un cielo nocturno.

Apenas tarda en llegar este “espejismo”, pues en 1950 ya aparecen por lo menos dos de los libros iniciales de la Colección Aquelarre, firmados por los promotores principales de la tertulia: el libro de Otaola titulado Unos hombres, precedido de prólogo del grafista Juan Renau (1913-1990), en el que lo describe como una “galería de hombres cualesquiera”, y de sendos textos introductorios de los contertulios Efraín Huerta y Francisco Pina, que aparece bajo el ala de las Ediciones Corzo, y la que a menudo la crítica literaria ha considerado entre lo mejor sobre la guerra civil española, el relato de José Ramón Arana, El cura de Almuniaced, una novela corta que se publica acompañada de cuatro cuentos y de la que se tiraron 500 ejemplares.

José Ramón Arana.

La colección se caracteriza por una encuadernación en rústica con solapas, portadas impresas a dos tintas y un tamaño de 13 x 19,5 cm., y en cuanto al contenido hay un cierto predominio de los textos de carácter memorialístico y autobiográfico, pero muy relativo, pues cada libro era un caso particular que se encarga a la imprenta que en ese momento más conviene. El caso concreto de uno de los libros más importantes publicados en la Colección Aquelarre, Charles Chaplin, genio de la desventura y la ironía, de Francisco Pina, y sus vicisitudes con los Talleres de Impresora Juan Pablos, con contados con cierto pormenor en La librería de Arana, del mismo modo que algunos detalles acerca del libro memorialístico de Juan Renau  (Colección Pasos y sombras. Autopsia, que prologa precisamente Pina. Esta promiscuidad en la escritura de prólogos, proemios, textos introductorios e ilustraciones entre los miembros del grupo o tertulia es otra de las características que definen la colección como un proyecto desenfadado y con escasa vocación comercial.

Juan Renau (1911-1990).

Así, por ejemplo, el prolífico Otaola escribe textos para Los niños, las niñas y mi perra (1951), de Álvaro de Albornoz, para . La espiga y el racimo (1951), de Paulita Brook, para Veturian. Drama en un acto (1951), de Arana y para Nuevo retablo, del abogado y político Mariano Granados (1897-1972); un ocasional de la tertulia, Pere Bosch Gimpera, prologa la edición ampliada y anotada por Anselmo Carretero y Jiménez de Las nacionalidades españolas, de Luis Carretero y Nieva, que se publica en 1952, y el joven Luis Rius prologa la edición de Las tres celdas de Sor Juana (1953), de  Isidoro Enriquez Calleja, ilustrada por la pintora soriana Elvira Gascón (1911-2000), artista dilecta de Alfonso Reyes que ilustró mucha obra del Fondo de Cultura Económica, además de colaborar con publicaciones como El Nacional y Novedades. Por no mencionar siquiera las colaboraciones de Juan Renau, José de la Colina, López Cortés, Ras (Eduardo Robles), Esplandíu como ilustradores de la edición en Aquelarre de La librería de Arana de Otaola.

J.A. Balbotín (1893-1977).

Las tiradas de estos títulos eran variables pero nunca muy grandes, como es fácil suponer. Con los datos que he podido recabar, y que nunca son demasiado fiables en estas cuestiones, se puede aventurar que oscilaban entre los 500 de El cura de Almuniaced y La espiga y el racimo, y los 1.000 del libro del exiliado en Gran Bretaña José Antonio Balbotín, La España de mi experiencia (reminiscencias y esperanzas de un español en el exilio), cuyo colofón lo fecha el 31 de diciembre de 1952 (la tirada de la Librería de Arana, por ejemplo, se situaría en los 700 y, aunque sin datos precisos, de Los niños y las niñas se hizo una edición en 1951 y una segunda al año siguiente).

A partir de 1954 parece que decae el impulso editorial de la colección, pero el único libro que publica ese año es muy significativo y muy importante en la historia de la literatura española, Mosén Millán, de Ramón J. Sender, que, como puede comprobarse por el epistolario que mantiene por esos años con Joaquín Maurín, estaba pasando dificultades para conseguir publicar sus libros. Mosén Millán, cuyo título cambiaría en las siguientes ediciones por el de Réquiem por un campesino español, escrito en apenas una semana, cabe deducir, pues, que se publicó a expensas del propio autor, que por entonces había obtenido estabilidad económica gracias a sus clases en la universidad, a los artículos que le colocaba Maurín a través de la agencia ALA y a los derechos de traducción de sus obras.

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Manuel Andújar.

En la decisión de Sender de publicar en Aquelarre debió de pesar su amistosa relación personal con José Ramón Arana. En 1943, Arana había creado una revista destinada a los aragoneses en México que tuvo una vida bastante breve (cinco números entre octubre de 1943 y 1945), y en ella, además de al editor de la revista, Juan Vicens de la Llave (ex colaborador del eminente librero Sánchez Cuesta en su Librairie Espagnole), pueden encontrarse algunos textos de Sender, junto a otros de José Ignacio Mantecón, Manuel Sánchez Sarto o Benjamín Jarnés. Además, desde mayo de 1947 Sender había ido colaborando en otra de las iniciativas mayores puestas en pie por Arana, la prestigiosa revista Las Españas, creada en colaboración con Manuel Andújar (1913-1994).

Ramón J. Sender.

Ramón J. Sender.

De que Sender confiaba en Arana hay prueba también en la carta a Maurín del 7 de marzo de 1953: “Arana tiene talento y pelea recio para vivir y para publicar además cosas interesantes con las que casi siempre pierde dinero: Las Españas y una colección literaria con el título general Aquelarre”, que por las fechas puede quizá vincularse directamente con la publicación de Mosén Millán en esa colección.

Más asombroso incluso es que en 1955, cuando la colección parece ya definitivamente abandonada, aún aparezcan en ella, como únicos títulos, dos obras más de Sender, Ariadna  (relato incluido en 1957 en  Los cinco libros de Ariadna, que se publicó en la Editorial Ibérica que dirigía Victoria Kent en Nueva York) e Hipogrifo violento, una de las partes que acabarían por conformar Crónica del Alba.

Mariano Granados.

Serían los últimos títulos de una colección que, quizás un poco por casualidad, indujo a la publicación de algunos títulos muy oportunos escritos por autores que sin duda tenían cosas que decir (Renau, Arana, Granados…). Como dejó escrito el propio Otaola:

Una de las cosas que habrá que agradecer a la colección Aquelarre será esa de haber despertado, en ciertos amigos, una curiosa pasión creadora, un fervoroso deseo de escribir y publicar libros.

 

Anexo. Títulos localizados de la Colección Aquelarre

Simón Otaola, Unos hombres, prólogo de Juan Renau, Corzo (Aquelarre), 1950.

José Ramón Arana (Ramón Ruiz Borau), El cura de Almuniaced, 1950.

Ramón de Belausteguigoitia, La sombra del Mezquite, Editorial Latina (Aquelarre), 1951.

Paulita Brook (Lucila Harmony), La espiga y el racimo, prólogo de Otaola, 1951.

José Ramón Arana, Veturian. Drama en un acto, presentación de Simón Otaola, 1951.

Carmen Alcázar, Mi soledad y yo. Poemas, prologo de Isidoro Enríquez Calleja, 1951.

Álvaro de Albornoz, Los niños, las niñas y mi perra, prólogo de Simón Otaola, 1951 (2º 1952).

Simón Otaola, La librería de Arana. Historia y fantasía, ilustraciones de Juan Renau, José de la Colina, López Cortés, Ras (Eduardo Robles), Esplandíu y del autor, 1952.

Luis Carretero y Nieva, Las nacionalidades españolas (edición ampliada y anotada por Anselmo Carretero y Jiménez; prólogo de Pedro Bosch Gimpera), Colección Aquelarre, 1952.

Mariano Granados, Nuevo retablo, prólogo de Simón Otaola, de Talleres Gráficos de la Editorial Intercontinental (Aquelarre), 1952.

Francisco Pina, Charles Chaplin, genio de la desventura y la ironía, Talleres de Impresora Juan Pablos (Colección Aquelarre), 1952.

José Antonio Balbotín, La España de mi experiencia (reminiscencias y esperanzas de un español en el exilio), 1952.

Juan Renau, Pasos y sombras. Autopsia, prólogo de Francisco Pina, 1953.

Simón Otaola, Los tordos en el pirul, 1953.

Isidoro Enriquez Calleja, Las tres celdas de Sor Juana, con ilustraciones de Elvira Gascón y prólogo de Luis Rius, 1953.

Ramón J. Sender, Mosén Millán, Aquelarre, 1953.

Ramón J. Sender, Hipogrifo violento, Aquelarre, 1954.

Ramón J. Sender, Ariadna, 1955.

Fuentes:

Javier Barreiro, «José Ramón Arana«, en su blog personal, 14 de abril de 2012.

Fulgencio Castañar, “Un enfoque diferente sobre los exiliados republicanos: Otaola, la épica de los cotidiano desdramatizada”, en en Manuel Aznar Soler, ed., Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (biblioteca del Exilio. Anejos IX), 2006, pp. 729-737.

Francisco Caudet, ed., Correspondencia Ramón J. Sender-Joaquín Maurín, Madrid, Ediciones de La Torre (Nuestro Mundo), 1995.

Francisco Caudet, “Sender en Albuquerque: la soledad de un corredor de fondo”, en Juan Carlos Ara Torralba y Fermín Gil Encabo, eds., El lugar de Sender, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1995, pp. 141-159.

Ricardo Crespo, “Cambio ideológico y trascendencia: Sender en la American Literary Agency”, en José Domingo Dueñas Lorente, ed., Sender y su tiempo. Crónica de un siglo, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2001, pp. 527-534.

Luis Antonio Esteve Juárez, “Los “primeros” libros de José Ramón Arana”, en Manuel Aznar Soler, ed., Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (biblioteca del Exilio. Anejos IX), 2006, pp. 873-882.

Otaola, La librería de Arana. Historia y fantasía (incluye las ilustraciones y textos de la edición de Aquelarre, a lo que añade un texto inicial de José de la Colina y un muy útil índice onomástico), Madrid, Ediciones del Imán, 1999.

Javier Quiñones, “Elvira Godás y José Ramón Arana”, De ahora en adelante, 1 de abril de 2009.

Jesús Vived Mairal, Ramón J. Sender. Biografía (Páginas de Espuma (Voces 14),2002.

 

Joaquín Maurín, el traductor y su sombra

Acerca de lo que David Paradela llamó “Todos los hombres de Janés”, es decir la pléyade de ilustradores, correctores y sobre todo traductores a los que el editor catalán auxilió encargándoles trabajos en lo más duro de la posguerra, siguen habiendo algunos de los que sabemos poco más que el nombre, pese a que es un tema que se explora y analiza en casi todos los libros y artículos que se han dedicado a Josep Janés, y sobre el que aparece también referencias dispersas en numerosos textos memorialísticos y autobiográficos.

J. Maurín.

En el rico espistolario entre quien fuera secretario general de la CNT y del POUM, Joaquín Maurín (1896-1973), y el escritor exiliado Ramón J. Sender (1901-1982) que editó Francisco Caudet, hay una anotación interesante en este sentido. Cuando en funciones de agente literario no oficial, Maurín estimulaba a Sender a intentar publicar su obra en España, le dice en dos cartas separadas por casi dos años:

Podría ver si algún editor con el que yo estuve en contacto en España –hacía traducciones– podría interesarse por algo suyo. Usted verá, y podría ser algo a explorar, sin que me atreva a prever los resultados. [Carta del 7 de septiembre de 1953]

Creo como tú –más que tú– que tus novelas en España se venderían –se venderán– muchísimo.

La primera proposición la haría al editor de Barcelona –José Janés– que edita el libro de Bertram D. Wolfe [Tres que hicieron una revolución, 1956, traducido por Manuel Bosch Barrett y Fernando Barangó Solís]. Es un antiguo amigo mío: me dio trabajo cuando salí de prisión. Espero que –si no hay “veto” político– acepte la propuesta que le haga. [Carta del 9 de junio de 1955]

Ramón J. Sender.

Esa amistad entre Janés y Maurín, que explica que el editor barcelonés estuviera en un tris de convertirse en el editor en España de la obra de Sender –si la censura no se hubiera interpuesto– hay que situarla en el año 1946, cuando, después de un periplo por cárceles españolas (ocultando su auténtica identidad para evitar males mayores), Maurín, condenado a treinta años por inducción a la rebelión, fue indultado y salió en libertad vigilada y con la obligatoriedad de residir en Madrid.

Fue la madre de otro militante del POUM que traducía para Janés ya en la cárcel (Víctor Alba) quien propuso a Maurín que se pusiera en contacto con el editor y aprovechara sus amplios conocimientos lingüísticos para ofrecerse como traductor.

Sherwood Anderson

Naturalmente, el nombre de Joaquín Maurín no figura en ningún libro publicado por Janés, pero hay un buen indicio para identificarlo, por lo menos, como el traductor de una obra del corresponsal de guerra e historiador Alan Moorehead (1910-1983), un conjunto de relatos del narrador escocés A.J. Cronin (1896-1981), una novela de Phyllis Bottome (1884-1963) y otra semiautobiográfica del maestro de la pieza breve Sherwood Anderson (1876-1941).

En una entrevista publicada originalmente en 1977, Luis Portela recordaba haber coincidido con Maurín en 1946 y, ante el ofrecimiento de ayuda económica del partido para paliar las evidentes estrecheces por las que pasaba, Maurín la rechazó alegando que iba defendiéndose a base de traducciones. Preguntado acerca de los títulos en los que podía estar trabajando, declara Portela: “Una de las cosas que tradujo fue un libro sobre el mariscal Montgomery, porque me habló justamente del tipo, del personaje. Otras cosas no sé”.

Inédita, 2009.

Para un conocedor de los catálogos janesianos esa referencia remite sin duda posible a la biografía de Alan Moorehead que publicó Janés en el año 1947 en la colección Los Libros de Nuestro Tiempo, que apareció firmada por un inexistente Mario G. Alcántara. Ese mismo título, Montgomery, fue mucho más recientemente publicado en la editorial Inédita (en traducción firmada, curiosamente, por “Mario G. Alcántara y Miquel Salarich«) en 2009.

Los otros tres libros existentes en los catálogos de Janés firmados por Mario G. Alcántara son: Señal de peligro (1947), de Phyllis Bottome, el libro de relatos Las aventuras de un maletín negro (1947), de A. J. Cronin, y la novela de Sherwood Anderson Tar (en el original inglés, con el subtítulo “A Midwest Childhood”), publicada ya en 1948.

Sobrecubierta de Joan Palet para Señal de peligro.

Por tanto, de entrada podemos añadir un nuevo pseudónimo a los que hasta ahora se le conocían a Maurín (Silivio Kosti, Máximo Uriarte, J.M. Julià, etc.).

Por otra parte, en carta a Manuel Sánchez fechada el 12 de marzo de 1947, escribe Maurín:

Recibí tu carta a su debido tiempo. Perdóname que te conteste con algún retraso. La verdad es que no me queda materialmente tiempo. El trabajo de traductor es absorbente. Lo hago por fuerza, porque no me queda otro remedio.

Teniendo en cuenta la extensión de las obras firmadas como Mario G. Alcántara, y si tan intensamente trabajaba Maurín en estas labores, cabe incluso la posibilidad (tampoco muy probable) de que sea también el autor de alguna otra traducción firmada con otro seudónimo o sin indicación del traductor.

Sin embargo, cuando finalmente ese año 1947 Maurín consigue salir de España y establecerse definitivamente en Nueva York, no cesa el contacto con Janés. Francisco Caudet reproduce un fragmento de una carta de Maurín a Janés, que fecha en enero de 1950, que pone de manifiesto la participación del entonces agente literario y periodista en el Premio Internacional de Novela que Janés había instituido (y que se caracterizó por premiar obras que luego eran censuradas e imposbles de publicar: Rabinad, González Ledesma, etc.):

Tal como le dije verbalmente, deseo que mi novela Los compañeros de prisión vaya al concurso organizado por usted llevando la firma Mario Tiznel. En caso de salir premiada, si por razones editoriales fuese más conveniente darla con mi nombre, podríamos estudiarlo.

Janés, 1947.

En 1999, el Instituto de Estudios Altoaragoneses recuperó dos obras narrativas de Maurín,¡Miau!: historia del gatito Miscelánea (narraciones escritas en la prisión de Jaca) y May: rapsodia infantil (escrita en las de Salamanca y Modelo de Barcelona), y en 2003 la exquisita colección Larumbe publicó Algol en edición preparada por Anabel Bonsón Aventín, pero se sabe además de otras obras narrativas escritas en esos años por Maurín, entre ellas: “Valentín”, el primer relato de En las prisiones de Franco (México, Costa-Amic, 1974, con prólogo de Germán Arciniegas), y Amor y comedia (manuscrito en la Biblioteca del  Bryn Mawr College).

Víctor Alba (1916-2003), correligionario y buen amigo de Maurín, con quien coincidió en la Modelo, dejó escrito en sus memorias acerca de uno de sus primeros encuentros en la prisión:

Un día Kim [Maurín] me dijo que estaba escribiendo un libro (en hojas de papel higiénico, para poder ocultarlo si era preciso). Pude leerlo unos años después (me encargué de sacarlo del país) y lo encontré acertado en muchos aspectos”.

Victor Alba

Víctor Alba no menciona ningún título, pero es posible que aluda a lo que entonces era Los compañeros de prisión y que acabaría publicándose en México como En las prisiones de Franco.

De ello puede deducirse que Maurín y Janés seguían en contacto ininterrumpido, y permite interpretar razonablemente el ofrecimiento que Maurín hizo de la obra narrativa de Sender precisamente a Janés como un modo de agradecer la ayuda que en su día el editor prestó al político recién excarcelado (y con muy pocas posibilidades de ganarse el sustento). Como tantas otras cosas, la censura impidió que ese bello gesto de Joaquín Maurín llegara a buen puerto. E incluso cabe atribuir a la censura el empleo del pseudónimo y, por consiguiente, que estemos tardando tanto en conocer la obra de quienes llevaron a cabo su labor en la España en tiempos de Franco.

Fuentes:

Víctor Alba (Pere Pagès i Elias), «Quan Janés donava feina a escriptors malvistos», Avui dels Llibres IV, 17 de septiembre de 1986, p. 18.

Víctor Alba, Sísif i el seu temps. II. Costa amunt, Barcelona, Laertes, 1990.

Joan Bonet i Martorell, Josep Janés i Olivé: Poeta i editor present en el record de l´amistat. Dietari de les hores grises, Barcelona, Imprenta Moderna, 1963.

Carlos Bravo Suárez, «La faceta literaria de Joaquín Maurín«, en su blog personal el 23 de febrero de 2003, y previamente en el Diario de Alto Aragón.

Francisco Caudet, ed., Correspondencia Ramón J. Sender-Joaquín Maurín, Madrid, Ediciones de La Torre (Nuestro Mundo), 1995.

Ricardo Crespo, “Cambio ideológico y trascendencia: Sender en la American Literary Agency», en José Domingo Dueñas Lorente, ed., Sender y su tiempo. Crónica de un siglo, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2001, pp. 527-534.

Severino Delgado Cruz, “Dos obras nuevas de Joaquín Maurin escritas en el exilio sin salir de España”, en José María Balcells y José Antonio Pérez Bowie, eds., El exilio cultural de la Guerra Civil (1936-1939) (vol. VI de la serie 60 años después), Universidad de Salamanca-Universidad de León, 2001, pp. 295-322.

Pepe Gutiérrez Álvarez, «Joaquím Jorda: Recordando a Maurín en una entrevista con Luís Portela«, Kaos en la Red, 9 de julio de 2012.

Jacqueline Hurtley, Josep Janés. El combat per la cultura, prólogo de Jordi Castellanos, Barcelona, Curial (Biblioteca de Cultura catalana 60), 1986.

Albert Manent, «Josep Janés i Olivé, promotor cultural i poeta”, Serra d´Or, núm. 643-644 (julio-agosto de 2013), pp. 34-35.

Josep Mengual Català, A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor, Barcelona, Debate (Biografías), 2013.

David Paradela, «Todos los hombres de Janés«, Malapartiana, 18 de junio de 2013

José Ramón López, “Joaquín Maurín”, en Diccionario biobibliográfico de los escritores del exilio republicano de 1939.

Rius VilaRius i Vila, Joan, El meu Josep Janés i Olivé, prólogo de Manuel Cruells, L´Hospitalet de Llobregat, Ajuntament de L´Hospitalet de Llobregat, 1976.

Joaquín Roy, ALA- Periodismo y Literatura, Madrid, Hijos de E. Minuesa S.L., 1985.

s.f., «Asuntos laborales nada «inéditos»«, Adenda&Corrigenda, ¿febrero de 2009?

Joaquín Maurín, agente literario de Ramón J. Sender

Cubierta de Cabrerizas Altas, en la que no aparece la J (que corresponde a José) en el nombre del autor.

Cubierta de Cabrerizas Altas, en la que no aparece la J (que corresponde a José) en el nombre del autor.

Como ya es sabido, la obra pseudoautobiográfica de Ramón J. Sender (1901-1982) Crónica del Alba se compone de nueve libros publicados a lo largo de más de veinte años, pero el material narrativo del que se sirvió para escribirlos había ido apareciendo parcialmente en obras como El verdugo afable (Santiago de Chile, Nascimiento, 1951), Los héroes (San Juan de Puerto Rico, Between Worlds, 1960) y Cabrerizas Altas (México, Editores Mexcianos Unidos, 1965), entre otras. La secuencia en que aparecieron los títulos que forman esta gran obra fue la siguiente:

  • 1942 Crónica del Alba (México, Nuevo Mundo)
  • 1954 Hipogrifo violento (México, Aquelarre)
  • 1957 La Quinta Julieta (México, revista Panoramas y Editorial Costa-Amic)
  • 1960 El mancebo y los héroes (México, Atenea)
  • 1963 Con el título Crónica del Alba, Las Americas Publishing Co. de Nueva York publica un primer tomo con los tres primeros libros y un segundo con El mancebo y los héroes y los nuevos La onza de oro y Los niveles del existir.
  • 1965: Aparecen en Delos-Aymà, bajo el título general Crónica del Alba dos volúmenes correspondientes a los publicados por Las Americas. Gana el Premio Ciudad de Barcelona 1966.
  • 1966: Delos-Aymà añade un tercer volumen con Los términos del presagio, La orilla donde los locos sonríen y La vida comienza ahora.

Cuando en octubre de 1953 Sender reanuda el proyecto iniciado en 1942, ya había tomado como agente para sus ensayos a Joaquín Maurín Julià (1896-1973), quien le animó a intentar publicar en España una obra que inicialmente, por su nulo contenido político, no era susceptible de chocar con las prohibiciones de la censura franquista. La interesantísima correspondencia entre Sender y Joaquín Maurín, editada y anotada por Francisco Caudet en 1995 y publicada por Ediciones de la Torre y el Instituto de Estudios Altoargoneses, permite ver cómo se gestó ese proyecto y el papel que en su forma definitiva tuvo Joaquín Maurín, quien en calidad de agente literario (en American Literary Agency) gestionaba los derechos de los artículos periodísticos de Sender, así como los de Miguel Ángel Asturias, Alfonso Reyes y Ramón Gómez de la Serna, entre otros.

El que fuera secretario general de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) entre 1921 y 1922, y posteriormente secretario general del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) entre 1935 y 1936 y diputado a Cortes por Barcelona entre febrero de 1936 y febrero de 1939, había llegado a Nueva York tras unas muy novelescas peripecias que le habían llevado, incluso de incógnito, por diversas cárceles franquistas.

Para evitar que lo expulsaran de Estados Unidos y poder crear una empresa (pues había entrado como turista), el por entonces presidente de Costa Rica, José Figueres (1906-1990), nombró a Maurín asesor de su país en la ONU. Por falta de recursos, Maurín estableció en 1948 su oficina en su apartamento frente al río Hudson. Lo gracioso es que pronto figuraron dos trabajadores en la empresa: Joaquín Maurín, como representante del director, y J.M. Julià (burdo seudónimo) como director. La idea rectora de esta agencia creada por Maurín era extender y generalizar entre los periódicos de habla hispana la costumbre en los periódicos europeos y estadounidenses de contar con artículos de fondo firmados por autores de prestigio. A los autores, por su parte, eso les permitiría unos ingresos adicionales y una mayor visibilidad en países donde su obra tenía escasa presencia o eran poco conocidos. Los primeros clientes de ALA fueron Maurín, Anderson (seudónimo de Maurín), Roy (seudónimo de Maurín), Mayo (seudónimo de Maurín) y el escritor colombiano Germán Arciniegas (1900-1999), a los que más adelante se fueron añadiendo, además de los ya mencionados, autores como Salvador de Madariaga, José Vasconcelos, Alejandro Casona,Víctor Alba, Pablo Neruda…

Joaquín Maurín

Inicialmente se ocupaba sólo de los derechos de artículos para prensa, pero no fue así en el caso de Sender. Resulta por tanto un poco sorprendente lo que escribe el escritor aragonés en carta a su agente del 26 de febrero de 1958:

Yo creo que no necesito agentes. La parte comercial de mi pequeña carrera nunca me ha proporcionado mucho. Algunos años me ha dado bastante dinero (para mis costumbres), otros poco. Pero no me siento capaz de atender la cosa como un negocio.

Aun así, en los años precedentes, Maurín había actuado “de hecho” como agente literario de Sender. Las intervenciones del agente en la publicación de libros de Sender fueron en realidad fruto de la amistad que fue surgiendo entre ellos, como lo demuestra el hecho de que, cuando se le ofreció, el agente rechazara un porcentaje por los derechos de las Novelas ejemplares de Cibola si conseguía colocarlas: “De lo de la comisión –escribe Maurín a Sender en octubre de 1953–, ni hablar. Se ha empeñado usted en hacerme comisionista y no quiero serlo de los amigos”.

Las Américas Publishing Co., 1961.

En agosto de 1953 Sender había intentado sin éxito que la argentina Editorial Sudamericana le publicara ese magnífico libro de relatos, y atribuía las dificultades con que se encontraba a la intervención del escritor español Guillermo de Torre (1900-1971), ante lo cual Joaquín Maurín le ofreció intermediar personalmente, puesto que mantenía una cierta amistad con uno de los accionistas de esta empresa. Posteriormente, en abril de 1954, intervendría también en el intento de colocar el libro en editorial chilena Zig-Zag. Al parecer, estas gestiones no tuvieron el éxito deseado, pues el libro no apareció hasta 1961 en las estadounidenses Las Americas Publishing. Si embargo, desde el primer momento, Maurín le planteó a Sender una posibilidad que el escritor aragonés no podía dejar escapar de ninguna manera:

A propósito: ¿Usted no ha pensado en la posibilidad de editar en España? Quizá la pregunta le sorprenda. A mi modo de ver, espiritualmente habría que ir entrando en España para ponerse en contacto con lo bueno de España, que es la mayoría… [carta del 7 de septiembre de 1953)]

Ramón J. Sender.

Aunque, ciertamente, a Sender pudiera sorprenderle la propuesta de intenar que la Censura framquista permitiera publicar en España la obra de un escritor exiliado como él, pocos meses después Maurín vio enseguida claro que el gran libro pseudoautobiográfico era la oportunidad idónea para intentar reintroducir a Sender en el ámbito editorial español. Sender le escribió a su agente acerca de sus planes el 7 de junio de 1955:

He pensado que mejor que escribir la novela histórica [Bizancio] por ahora, será escribir el tercer tomito de la serie que comencé con Crónica del Alba y con Hipogrifo violento. Creo que los tres volúmenes (el tercero se titulará La Quinta Julieta) podrías ofrecerlos con mi nombre (es decir, sin seudónimo) a alguien en España cuando llegue el momento. Como en esos libros no hay nada político, tal vez no tendrán inconveniente. Y los tres juntos en un solo volumen con el título general Crónica del Alba se venderían en España muchísimo.

El epistolario está lleno de pasajes en que vemos a Maurín informando a Sender acerca de circunstancias del mundo editorial español que Sender desconoce, dándole consejos referidos a su carrera literaria, y pidiéndole en consecuencia comprensión y paciencia, aclarándole las muchas dificultades a que se enfrentan los editores en España y subrayando la importancia de lograr que se publique algo suyo en España, lo cual puede abrir la puerta a otros libros. La respuesta a la última carta citada fue inmediata:

Creo que haces bien decidiéndote a editar en España. Los editores no son Franco y la Falange, sino empresas comerciales, la mayor parte de ellas –o ellos– adversarios de Franco y la Falange. Además, la industria editorial española ha vuelto a reconquistar el mercado de Hispanoamérica. Sólo editando en España se puede tener una difusión general en toda Hispanoamérica. Las editoriales de México, Buenos Aires y Chile han quedado rezagadas y ahogadas en su estrechez.

Me dispongo, pues, a buscarte editor para tus novelas. [carta del 9 de junio de 1955]

Ramón J. Sender.

Las gestiones fueron largas, llenas de tropiezos y dificultades, por razones sobre todo de censura, que era especialmente dura con los autores exiliados, lo que provocó periódicos momentos de desilusión del escritor y frecuentes palabras de aliento y estímulo del agente, quien concedía una enorme importancia al éxito de esa misión. Incluso intervino Maurín haciendo propuestas y sugerencias para conseguir salvar las previsibles objeciones de la censura al prólogo, que de haber sido aceptadas por el escritor hubieran ayudado además a clarificar la estructura de la obra:

Puesto que la novela va a tener tres partes y el título de la primera será Crónica del Alba, el de la segunda Hipogrifo violento y el de la tercera La Quinta Julieta, creo que debieras dar al todo un nuevo título.

A mi modo de ver, seria un error estratégico querer publicar el prólogo [de Lluis Capdevila], que se refiere, aunque indirectamente, a la guerra civil española. La presencia del prólogo puede matar la publicación sin más, por parte de la censura.

Si das a la novela un título general y pones como subtítulo Memorias de José Garcés, el prólogo ya no es necesario.

Tú verás. [carta del 15 de julio de 1955]

Joaquín Maurín.

Maurín era muy consciente, y acertaba de pleno, de cuán importante podía ser que Sender consiguiera publicar en alguna editorial española, y buscó los resquicios que podían facilitarlo sin perder la esperanza y buscando argumentos para convencer además a Sender de que Crónica del Alba era la obra idónea con la que hacerlo (como así se demostró, aunque años más tarde). A finales de enero de 1956, por ejemplo, Maurín seguía pidiendo paciencia y exponía cuál era la situación en España de los editores que seguían bregando con la situación económica y cultural impuesta por el franquismo:

Tú no sabes las dificultades en que se mueven los editores españoles: censura, papel, crédito, mercado de América, derechos de autor, etc. En principio, la mayor parte de los editores son anti-régimen, pero no son contra-régimen, lo cual es muy distinto.

Una imagen muy acertada de cómo, desde el exilio, se juzgaba el mundo editorial en España.

La edición, en tres volúmenes (y muy probablemente versión censurada), en Alianza.

La edición completa en Alianza. Muy sutil la alusión a la bandera republicana (rojo, amarillo, morado). La imagen se amplía al clicar en ella.

 Fuentes:

Víctor Alba, Sísif i el seu temps. II Costa amunt, Barcelona, Laertes, 1990.

Francisco Caudet, “Sender en Albuquerque: la soledad de un corredor de fondo”, en Juan Carlos Ara Torralba y Fermín Gil Encabo, eds., El lugar de Sender, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1995, pp. 141-159.

Francisco Caudet, ed., Correspondencia Ramón J. Sender-Joaquín Maurín, Madrid, Ediciones de La Torre (Nuestro Mundo), 1995.

Ricardo Crespo, “Cambio ideológico y trascendencia: Sender en la American Literary Agency, en José Domingo Dueñas Lorente, ed., Sender y su tiempo. Crónica de un siglo, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2001pp. 527-534.

Luis Antonio Esteve, “El destino de Pepe Garcés y Ramón J. Sender en la Crónica de 1942”, en ibídem, pp.237-248.

Joaquín Roy, ALA- Periodismo y Literatura, Madrid, Hijos de E. Minuesa S.L., 1985.

Jesús Vived Mairal, Ramón J. Sender. Biografía, Madrid, Páginas de Espuma (Voces clásicas 14), 2002.