Los hermanos Pumarega y el germen de la edición de avanzada

En la primavera de 1914 ya aparece afiliado a la Asociación General del Arte de Imprimir de Madrid (el núcleo fundador de la UGT y del PSOE) el tipógrafo Ángel Pumarega (1897-¿?), quien al año siguiente figura como uno de los miembros del cuerpo de redacción de Los Refractarios. Publicación Anarquista, junto con Manuel Rodríguez Moreno, Mauro Bajatierra o Joaquín Dicenta, de la que sólo se conoce un número.

Al año siguiente, su nombre aparece en las últimas páginas de Los Nuevos. Revista de Arte, Crítica y Ciencias Sociales como colaborador, con Jaime Queraltó, Emilio V, Santolaria, Juanonus (Juan Usón) y, entre otros, Francisco Solano Palacio, casi tan conocido por haberse colado como polizón en el Winnipeg para exiliarse a Chile que por libros como Quince días de comunismo libertario en Asturias (Ediciones La Revista Blanca, reeditado en 1936 por Ediciones El Luchador, en 1994 por Ediciones Rondas y reeditado en 2019 por la Fundación Anselmo Lorenzo), La tragedia del norte (Ediciones Tierra y Libertad, 1938) o El éxodo (Editorial Más Allá, 1939).

Última redición hasta la fecha del libro más famoso de Solano Palacio.

El de 15 de octubre de 1916 parece ser el último número de Los Nuevos, y el nombre de Ángel Pumarega desaparece del primer plano editorial ‒no del político‒ hasta 1922, en que se encuentra trabajando como corrector en la seminal Revista de Occidente, y al mismo tiempo como el principal impulsor de la Unión Cultural Proletaria, uno de cuyos proyectos era una no nata Biblioteca de El Comunismo.

Mayor interés tiene incluso una también efímera publicación en la que confluye con su hermano Manuel (1903-1958), El Estudiante, germen tanto del movimiento que desembocaría en la creación de la FUE (Federación Universitaria Escolar) como de iniciativas editoriales como las revistas Post-Guerra y Nueva España, y revista en la que además Alejandro Civantos identifica un foco de conocimiento y relación de «los protagonistas del futuro movimiento editorial de avanzada», en referencia a Joaquín Arderíus (1885-19699, José Antonio Balbontín (1893-1978), Rodolfo Llopis (1895-1983), José Díaz Fernández (1898-1941), Rafael Giménez Siles (1900-1991), Esteban Salazar Chapela (1900-1965) o Graco Marsá (1905-1946). En la etapa madrileña de El Estudiante, que se imprimía en la célebre Caro Raggio, se publicaron los primeros pasajes del Tirano Banderas, de Valle Inclán. Por su parte, Manuel Pumarega empezaba entonces a hacerse un nombre como traductor del inglés en la editorial Aguilar, en la que ese mismo año 1925 se publicaba su versión de Hoy y mañana, de Henry Ford, y más adelante traduciría Doce historias y un cuento, de H. G. Wells, entre otras obras menos perdurables.

Tras la desaparición de El Estudiante (probablemente como consecuencia de la censura primorriverista), el impresor Gabriel García Maroto (1889-1969) y Àngel Pumarega crean las Ediciones Biblos, proyecto en el que cuentan con la colaboración de Pedro Pellicena Camacho (1881-1965) como depositario y distribuidor y Manuel Pumarega como principal traductor (en la posguerra trabajaría a menudo para José Janés).

Sin embargo, no parece una iniciativa editorial equilibrada o con una idea suficientemente clara de cuál era su destinatario. La selección de títulos, como se verá, parecía tener en el punto de mira a la incipiente masa lectora proletaria, pero el aspecto de los libros respondía a un modelo más propio de la industria editorial más eminentemente burguesa, con su preferencia por la encuadernación en carttón o tela o el esmero en las ilustraciones, que sólo con tiradas extraordinariamente enormes podían abaratar unos costes que ni de ese modo podían hacer accesibles estos libros a los obreros. En palabras de nuevo de Civantos al describir esta editorial, se trataba de «caras tiradas, en tapa dura, singulares diseños tipográficos e ilustraciones de Maroto, que dificultaron su conexión con el público».

Gabriel García Maroto.

Se estrenaron con Las ciudades y los años. Novela rusa 1914-1922, de Konstantin Aleksandrovich Fedin, de la que muy probablemente el filósofo francés Norberto Guterman (1900-1984) hizo una primera versión del ruso y Ángel Pumarega la reescrbió, aunque ambos aparezcan como traductores, y acompañaba le edición capitulares y grabados de Maroto. Con este título se estrenaba una Colección Imagen que fue la más nutrida y tendría continuidad con Los de abajo, de Mariano Azuela; La caballería roja, de Isaac Babel; La mancebía de Madame Orilof, de Ivan Byarme, La leyenda de Madala Grey, de Clemence Dane, y La semana, de Lebedinsky.

Hubiera sido interesante para conocer la propuesta de canon de los editores de Biblos que la colección Clásicos Modernos hubiera tenido continuidad, pero sólo se publicó en ella Barbas de estopa, de Dostoievski (se trata de fragmentos de Los hermanos Karamazov). La traducción la firma en esta ocasión Carmen Abreu de la Pena (1898-1981), socia fundadora del Lyceum Club y de la que sólo se conocen traducciones del francés (Charles-Louis Philippe, René Theverin) y algunas muy destacadas del inglés (en particular de Dickens, que Austral seguía reeditando en 2012, y Defoe), lo que invita a suponer que fue una traducción indirecta. El año anterior, Abreu había visto publicada en las Ediciones de la Revista de Occidente el pionero ensayo de Lothrop Stoddard La rebeldía contra la civilización, y al siguiente (1928) aparecería en Biblos la de la mencionada de Clemence Grey (durante su exilio en Suiza al final de la guerra civil Abreu se incorporó como traductora a la Orgaización Internacional del Trabajo).  

Margarita Nelken,

Se publicó también en Biblos a Tortsky (¿Adónde va Inglaterra?, con traducción firmada por Ángel Pumarega), a Conan Doyle (La religión psíquica), a Henri Poulaille (Charlot, con prólogo de Paul Morand y traducido por Pellicena) y a Margarita Nelken (Johan Wolfgang von Goethe. Historia del hombre que tuvo el mundo en la mano) en colecciones de corto recorrido, pero el grueso de su producción, del total de una veintena de títulos, aparecieron en la colección Idea, en cuyo catálogo figuran el ingeniero francés Félix Sartiaux (1876-1944), el político belga Richard Kreglinger (1885-1928), el economista alemán Moritz Julius Bonn (1873-1965) o el historiador y teólogo francés Albert Houtin (1867-1926).

Y a todo ello, pese a la brevedad de la vida de Biblos (1926-1927), hay que añadir aún dos libros importantes de García Maroto, La Nueva España 1930. Resumen de la vida artística española desde el año 1927 hasta hoy (1927), Andalucía vista por el pintor Maroto, 105 dibujos y 25 glosas y 65 dibujos, grabados y pinturas, con una autocrítica y diferentes opiniones acerca de este pintor.

Tras el cierre de Biblos, aperecen firmadas por Ángel Pumarega algunas exitosas novelas del francés Maurice Dekobra (Ernest-Maurice Tessier, 1885-1973) en Aguilar, que se han señalado como introductoras de lo que se dio en llamar la novela cosmopolita (que representaban también Paul Morand o Scott-Fitzgerald), Griselda, te amo (1928), Ha muerto una cortesana (¿1929?) y La Madonna de los coches-cama (1930).

De 1931 es su traducción a cuatro manos con Marian Rawicz de Nueva York, Moscú,  de Ernst Toller, para las Ediciones de Hoy, donde es muy probable que, de nuevo, Rawicz hiciera una primera traducción literal y Pumarega la aderezara a un español literario. Se ha atribuido al talento de Pumarega para llevarse bien con todo el mundo la facilidad que tuvo para trabajar, tanto él como su hermano Manuel, para muy diversas editoriales, tanto en las eminentemente comerciales como en las pioneras de avanzada.

Así, ese mismo año publica en Ediciones Oriente, y en los siguientes en Bergua, Aguilar, Fénix, y en Ediciones Jasón aparecieron algunos títulos que originalmente Ángel Pumarega había traducido para la Biblioteca Lanoremus (de la que fue administrador Pedro Pellicena). Con todo, su trabajo se centró en esos años en el periodismo, como segundo de a bordo en Mundo obrero y con colaboraciones en la revista gráfica Estampa y en el periódico de las Juventudes Socialistas Unificadas Ahora.

Por su parte, su hermano Manuel había publicado en 1930 para la Editorial Historia Nuevala traducción de El club de los negocios raros, de Chesterton (que José Janés reimprimiría en 1943 en Al Monigote de Papel) y El torrente de hierro, de Serafimovich, y Los hombres en la cárcel de Victor Serge (con prólogo de Panait Istrati) para Cénit, para la que firmaría también la de Un patriota cien por cien, de Upton Sinclair, en 1932. A ello añadiría en  los años treinta su traducción de Doce sillas: novela de la Rusia revolucionaria, de Ilyá Ilf y Yevgueni Petrov, en las editoriales Fénix y Zeus, así como una ingente cantidad de obras para Ediciones Oriente (Panorama político del mundo, de Paul Louis, Historia de una vida terrible: biografía de una proxeneta famosa, de Basilio Tozer, La bancarrota del matrimonio, de  Calverton, etc.), Ediciones Hoy (El amor de Juana Ney, de Ilya Ehrenburg, Hija de la Revolución y otras narraciones, de John Reed…), Fénix (10 HP, de Ehrenburg; Fugados del infierno fascista, de Francesco Fausto Nitti), Jasón (La inquietud sexual, de Pierre Vachet), pero no por ello deja de trabajar con Aguilar (para la que traduce el Nuevo tratado de las enfermedades urinarias, de Louis Genest, por ejemplo). Una oleada enorme de traducciones que probablemente no sean tantas como parece, porque algunas de ellas corresponden a un mismo texto al que se le daban títulos diversos en editoriales diferentes (La historia de una vida terrible que publica Oriente en 1931 es la misma obra que Fénix publica en 1933 como Mercado de mujeres).

De Alberto parece desaparecer el rastro a raíz de la guerra, pero Manuel llegó exiliado a Argentina a bordo del De la Salle en febrero de 1940 (con Luis Bagaría, Juan Chabás o Agustí Bartra, entre otros intelectuales españoles), pero posteriormente pasó por la República Dominicana (donde fue profesor en Puerto Planta), antes de establecerse en 1944 en México, donde moriría en 1958. En este último país publicó dos libros de muy larga vida comercial: ya en 1945 y en la Compañía General de Ediciones El inglés sin maestro en veinte lecciones, al que seguiría en 1947, en Ediapsa, Frases célebres de hombres célebres, y fue además redactor de la revista Tiempo. Pero sobre todo siguió su carrera como traductor, en la Compañía General de Ediciones (para la que tradujo la imponente obra colectiva Filosofía del futuro. Exploraciones en el campo del materialismo moderno, 700 apretadas páginas), en Ediapsa, en la Editorial México y en el Fondo de Cultura Económica.

Ilustración de cubierta de Mauricio Amster.

Fuentes:

Irene Aguilar Solana, «Pumarega García, Ángel», en Diccionario histórico de la traducción en España, Portal Digital de la Historia de la Traducción en España.

Gustavo Bueno, «Ediciones Biblos 1927-1928», Filosofía en Español.

Alejandro Civantos Urrutia, «Esplendor y miseria de Ediciones Oriente (Madrid 1927-1932). Un grupo editorial de avanzada para construir la República», Cultura de la República. Revista de Análisis Crítico, 3 (junio 2019), pp. 114-144.

Alejandro Civatos, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2017 y Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero en España (1917-1931), Tren en Movimiento, 2022.

Adolfo Díaz-Albo Chaparro, Gabriel García Maroto y sus hijos artistas, Gabriel y José García Narezo, Catálogo de la Exposición en la Biblioteca Pública del Estado en Ciudad Real, en noviembre de 2020.

Mariano Rawicz, Confesionario de papel. Memorias de un inconformista, prólogo de Virginia Rawicz e introducción de Horacio Fernández, Granada, Editorial Comares-Instituto Valenciano de Arte Moderno, 1997.

Gonzalo Santonja, La república de los libros. El nuevo libro popular de la II República, Barcelona, Anthropos, 1989.

Nona Fernández: la internacionalización de una trayectoria editorial

El año 2012, tras ser señalada en la Feria de Guadalajara como uno de los mayores secretos por descubrir, Nona Fernández da a conocer en la multinacional Mondadori su tercera novela, Fuenzalida —que en un perspicaz artículo Gustavo Carvajal pondría luego en diálogo con «El lugar del otro», de Pía Barros—, y por otra parte ve como en abril se estrena por primera vez una obra teatral suya, El taller, que al año siguiente se publica junto con Medusa, de Ximena Carrera, y Grita, de Marcelo Leonart, con el título Bestiario freakshow para conformar número inicial de la efímera colección de Dramaturgia creada por Ceibo Ediciones (pero la muy premiada El taller la recuperará en 2019 la editorial de Paula Gaete e Ismael y Jaime Rivera, Oxímoron —no confundir con la argentina Oxymoron—, para su colección Escena, donde comparte catálogo con Carla Zúñiga, Gerardo Oettinger, Bosco Cayo y María José Pizarro).

De esa multinacional por entonces en pleno crecimiento, la obra de Nona Fernández pasa en 2013 a engrosar el catálogo de Alquimia, una editorial nacida en 2006 vinculada a un taller y refundada en 2012 con Filial, de Matías Celedón, que se define como una editorial «autónoma» cuyo catálogo «se caracteriza por publicar obras experimentales que problematizan los géneros literarios, procurando una cuidada edición y agregando detalles gráficos a los libros». En este sentido, son interesantes unas declaraciones de la autora a Pedro Pablo Guerrero: «cuando empecé a escribir Space Invaders pensé que era un cuento. Pero justo ahí comenzó mi sociedad con Alquimia, y su editor, Guido Arroyo, me dijo que le parecía una novela cortita».

Distribuidos por Big Sur tanto en Chile como en Argentina, los libros de Alquimia los distribuye en España Canoa Libros, en cuyo catálogo figuran editoriales como Catalonia, LOM, La Pollera, Overol, Beatriz Viterbo, Colihué y algunas universitarias (Universidad de Valparaíso, Ediciones UDP o la Universidad de Talca, etc.), pero su presencia tanto en medios de comunicación como en librerías es relativamente modesta, por lo que en buena medida aún entonces la obra de Nona Fernández seguía estando por descubrir en el mercado peninsular.

En cambio, al año siguiente aparecen las traducciones de Anna Gentz al alemán de El Cielo para Septime (una editorial pequeña pero en cuyo catálogo figuran Arreola, Cabrera Infante y Cortázar, así como Shusaku Endo y James Tiptree), y de Anne-Claire de Fuenzalida para Zinnia Éditons (creada en 2013 en Lyon y centrada exclusivamente en literatura latinoamericana: Ángel Rama, Alejandro Zambra, Ricardo Strafacce…). Ese mismo año 2014, Carolina Andrea Parra Rojas presenta en la Universidad de Chile la tesis de licenciatura La reconstrucción de la memoria familiar y la construcción de la identidad en «Mapocho», de Nona Fernández, a la que el año siguiente se añadiría la de Carolina Ester Castillo Barrahona, en la misma universidad, Alegorías de la derrota y trabajo de memoria en tres novelas de Nona Fernández, que se centraba en Av. 10 de julio Huamachuco, Mapocho y Fuenzalida y tenía el acierto de proponer situar el análisis de estas novelas no sólo en paralelo con el de otras cuyos autores pertenecían su misma generación, como Zambra, Costamagna o Jeftanovic, sino también con  la de otros escritores latinoamericanos afines, y mencionaba concretamente a la escritora, traductora y editora francesa de origen argentino Laura Alcoba (sobre todo por Manèges, traducido por Leopoldo Brizuela como La casa de los conejos).

También en 2015 aparece la novela Chilean electric, de nuevo en Alquimia, lo que hace pensar que quizás por fin la autora había encontrado su editorial idónea. Retrospectivamente, Nona Fernández evocó para Esther Lázaro la recepción de ese libro en los siguientes términos:

Fue muy buena. Yo tenía este miedo […]. Ahora ya estamos más acostumbrados, yo diría, por lo menos en mi país, a este tipo de libro. Pero, en ese momento, no. Y yo tenía un poco de miedo porque yo misma no sabía cómo iba a presentarlo, de qué iba a hablar, qué era lo que había escrito. Pero fue muy bien recibido, se ganó un premio [del Consejo Nacional del Libro y la Lectura], incluso, en Chile.

Ese mismo año aparecen las ediciones italiana (en Edicola, traducida por Rocco D’Alessandro) y argentina de Space Invaders, esta última publicada por Eterna Cadencia, la editorial por entonces todavía relativamente joven creada por el librero Pablo Brown y la editora Leonora Djament (con experiencia previa en Alfaguara y Norma) y que José Enrique Navarro caracteriza del siguiente modo:

Cabe encuadrar a Eterna Cadencia dentro de la tercera hornada de editoriales independientes que —siguiendo la estela de sellos como Beatriz Viterbo o Adriana Hidalgo— surgió tras el proceso de compra en la última década del siglo pasado de editoriales históricas argentinas —Sudamericana, Emecé, Javier Vergara, etc.— por grandes grupos mediáticos europeos.

Acerca de la acogida que tuvo su novela breve Space invaders, explicaba entonces la autora a la prensa argentina:

Hasta ahora sólo he recibido buenos comentarios tanto de la crítica como de los lectores, despierta un entusiasmo que nunca pensé que despertaría. De hecho, es el más reseñado de mis libros. […]. Cuando decidí trabajar este material no pensé que dialogaría tan fluidamente con los lectores y sobre todo con los lectores de generaciones más jóvenes.

También en 2015, además de estrenarse en octubre la obra teatral Liceo de niñas (que el año siguiente publica Oxímoron), aparece la edición alemana de Mapocho, de nuevo en traducción de Anna Gentz y publicada por Septime.

En noviembre del año siguiente está fechada la primera edición de La dimensión desconocida, que publica Penguin Random House, y será la primera obra de la autora que circula con fluidez por la península Ibérica y por el resto de Europa, coincidiendo con la presentación de la que quizá sea la primera tesis doctoral en España sobre Nona Fernández: Memoria y desmemoria en Chile: Diamela Eltit y Nona Fernández, presentada en la Universidad de Salamanca por la camerunesa Hortense Sime Sime.

De marzo de ese 2017 es la versión italiana de Stefania Marinoni de Mapocho, publicada por Gran Via, una editorial de Narni (Umbria) nacida en 2006 pero que vivió una profunda transformación en 2011 y que por entonces se centraba sobre todo en literatura latinoamericana y peninsular (ha reunido en su catálogo a los mexicanos Sergio Pitol y Juan Villoro, los catalanes Ferran Torrent y Jesús Moncada, los argentinos Marcelo Cohen y Patricio Pron o la chilena Daniela Eltit, entre otros). En diciembre aún aparecería en la colección de Gran Vía Dédalos Tintas. Tredici Raconti de Cile, una antología preparada por María Cristina Secci que recogía un cuento de Fernández junto a otros de Costamagna, Jeftanovic, Meruane, Zambra, Leonart, etc.

El premio Sor Juana Inés de la Cruz, entregado en México durante la Feria del Libro de Guadalajara en 2017, supuso un nuevo espaldarazo a la internacionalización de la obra de Nona Fernández, este ya definitivo: Space invaders se publica traducida al francés por Anne-Claire Huby en la ya mencionada Zinnia Éditions, pero La dimensión desconocida, traducida por Anne Plantagenet como La quatrième dimension, se publica en una editorial de más solera perteneciente a Hachette, Stock (con una veintena de premios Nobel en su catálogo). También en 2018 la editorial de Córdoba (Argentina) Caballo Negro, que entonces estaba a punto de cumplir diez años desde su fundación (2009) y a cuyo frente se encuentra Alejo Carbonell, publica El Cielo, y aún de ese mismo año es la edición de Space Invaders en la colombiana Laguna Libros, que se autodefine como «una editorial que presenta voces latinoamericanas destacadas en literatura de ficción y de no ficción: autores que amplían la concepción del mundo mediante su mirada y su narrativa»; a estas se añaden la traducciones al alemán de Avenida 10 de Julio y Space invaders (en Septime), la primera al sueco (de La dimensión desconocida en Palabra Forlag),  así como la inclusión de Nona Fernández en SCL La nueva Extremadura. Guía literaria de Santiago, compilada por Guido Arroyo González para Alquimia.

Cuando también en 2018 apareció en España Chilean Electric en Minúscula (en la impresionante colección Paisajes Narrados) su editora Valeria Bergalli anunció—en la ya mencionada entrevista con Esther Lázaro— la publicación de Mapocho describiéndola, no sin razón aunque eso pudiera asombrar al lector español, como «un clásico de las letras chilenas».

Antes de que la barcelonesa Minúscula publicara en septiembre de 2020 Mapocho en la exquisita colección Tour de Force (donde ha reunido a Shirley Jackson, Jocelyn Saucier y Leonor de Recondo entre otros nombres), en 2019 se sucedieron las ediciones de Voyager en Penguin Random House, la mexicana de Space invaders (en el Fondo de Cultura Económica) y las traducciones de ese mismo libro al alemán (en Septime) y al inglés (en Graywolf Press y de la mano de Natasha Wimmer, traductora habitual de Álvaro Enrigue y Bolaño, entre otros), la italiana de Fuenzalida (en Gran Via), la edición boliviana de Mapocho (en El Cuervo de Fernando Barrientos, que ha publicado a Gabriela Alemán, Andrés Izaguirre y el Trucha panza arriba de Rodrigo Hasbún, entre otros), y a eso hay que añadir aún las edición en Primento Digital Publishing de Fuenzalida y de Chilean Electric y Mapocho en el mal llamado audiolibro (en Audible). La internacionalización, pues, avanzaba en ese momento muy deprisa, y ya no pararía.

Sin embargo, como se ha visto en esta y la entrada anterior, cada país ha tenido acceso a la obra de Nona Fernández en un orden cronológico diferente, la ha conocido en un grado de madurez distinto, cosa que quizás en parte podría atribuirse en última instancia y entre otros factores, a las dificultades para las editoriales independientes para internacionalizar su distribución y un grado de trabazón entre las pequeñas editoriales de diferentes países aún insuficiente —pese a iniciativas muy loables— para conseguir lanzamientos simultáneos por lo menos en los países que comparten una misma lengua.

Fuentes:

Lorena Amaro Castro, «Parquecitos  de  la  memoria:  diez  años  de  narrativa  chilena (2004-2014)». Revista Dossier, n.° 26 (2014), pp.35-41.

—, «Formas de salir de casa o cómo escapar del Ogro: relatos de filiació en la literatura chilena reciente», Escritura y Lingüística, núm. 29 (2013), pp. 109-129.

Gustavo Carvajal, «Postmemoria y género: Hijas reescribiendo legados en “El lugar del otro”, de Pía Barros, y Fuenzalida, de Nona Fernández», Hispanic Research Journal, núm. 21 (2020), pp. 423-442.

Ricardo Ferrada, «La recursividad de la historia en Mapocho de Nona Fernández», Literatura y lingüística, n.° 33 (2016), pp. 149-168.

Javier García, «Crónica de un torturador la nueva novela de Nona Fernández» La Tercera, 30 de noviembre de 2016.

Pedro Pablo Guerrero, «Nona Fernández (entrevista)», Cuadernos Hispanoamericanos, noviembre 2022.

Esther Lázaro, «“La memoria es una especie de palimpsesto”. Entrevista con Nona Fernández (y Valeria Bergalli)», La Huella Digital, 21 de diciembre de 2018.

Gonzalo Maier, «Bruce  Lee  en  Chile:  ironía  y  parodia  en Fuenzalida de   Nona   Fernández», Symposium:   A Quarterly   Journal   in   Modern Literatures, vol.71, n.° 1 (2017),pp.38-49.

Cristián Opazo, «Mapocho de Nona Fernández: La inversión del romance nacional», Revista Chilena de Literatura, núm. 64 (2004), pp. 29-45.

Demian Paredes, «Nona Fernández (entrevista)», Izquierda Diario.es, 28 de febrero de 2015.

Macarena Urzúa, «Cartografía   de   una   memoria: Space   Invaders de   Nona Fernández   o   el   pasado   narrado   en   clave   de   juego», Cuadernos   de Literatura, vol. 21 n.° 42 (2017), pp. 302-318.

Luis Valenzuela Pardo, «Formas residuales en la narrativa de Nona Fernández», Mitologías Hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios americanos, vol.º 17 (junio de 2018), pp. 181-197.

Los orígenes remotos de Norma Ediciones: de la imprenta al imperio editorial

En la ciudad colombiana de Palmira, en el valle del Cauca, se publicó en 1871 la novela Júlia, de Adriano Scarpetta (1839-1881), quien dos años después publicaría la que acaso sea su obra más conocida, Eva, novela caucana. La impresión de la primera de estas novelas la llevó a cabo Teodoro Materón, que en 1875 se ocupó también del libro del reconocido escritor y pionero fotógrafo Luciano Rivera y Garrido (1846-1899) De Europa a América: recuerdos de viaje.  Sin embargo, el negocio de Mateón se sustentaba sobre todo en el periódico El telégrafo, del que el immpresor era copropietario y fundador con Santiago Eder.

»En 1894, asociado con Belisario Palacios, Ignacio Palau y José Antonio Sánchez, Manuel Carvajal Valencia (1851-1912) compró esta empresa, la trasladó a Cali, la rebautizaron como Imprenta Comercial y con ella puso los cimientos de un auténtico imperio editorial. En su estudio sobre las imprentas de Cali durante las primeras décadas del siglo XX, Maira Beltrán describe este taller del siguiente modo: «Estaba conformada por una prensa tipográfica Washington [de R. Hoe & Co.] y algunas cajas de tipos móviles, que habían llegado a Palmira en el siglo XIX [concretamente en 1867] después de pasar de mano en mano desde su fabricación en Londres en 1797. Con semejantes materiales, podían llegar a imprimir unas doscientas hojas por hora».

No tardó en ocuparse de la impresión de algunas publicaciones periódicas, como el semanario La Patria (1897-1998) y el diario Correo del Cauca (1903-1939), dirigidas ambas por su socio Ignacio Palau, o como El Día, que crearon y dirigieron sus hijos Hernando y Alberto. La concordia entre los socios no duró demasiado tiempo, y entre 1904 y 1905 Carvajal compró la parte de sus colegas, que luego renombraría Tipografía Carvajal y Cía. (la compañía eran sus dos mencionados hijos), mientras que Palau se asoció con sus hermanos y su yerno para poner en pie una empresa mejor dotada, con justicia bautizada como Imprenta Moderna. Como es fácil suponer, a partir de ese momento la Moderna se ocupó del Correo del Cauca, entre cuyos primeros trabajos importantes se cuentan también el libro de 247 páginas y encuadernado en cartoné Episodios nacionales en Nueva Granada héroes y patriotas (1907), del famoso escritor de literatura juvenil William H. G. Kingston (1814-1880), cuya traducción (anónima) había aparecido por primera vez en el Correo del Cauca.

Tampoco la Comercial tardó demasiado en sacar algunos libros de cierta importancia, como es el caso de Centenario en Cali (1910), en el que Ernesto Ayala y Ramón Bonilla compilan diversos discursos pronunciados en conmemoración de los cien años de independencia, o la edición en volumen de Los gusanos urticantes del Valle del Cauca (1910), de Evaristo García (1845-1921), que la Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales reprodujo con las magníficas ilustraciones originales en su número 24 del volumen VI (septiembre 1945-marzo 1946), en reconocimiento a quien fuera fundador de la Sociedad de Medicina del Cauca y de la Sociedad de Medicina de Bogotá (germen de la Academia Nacional de Medicina). Con todo, vale la pena mencionar también la publicación de una colección de ensayos y poemas de publicación periódica titulada Bajo el Sol del Valle, a cuyo frente se encontraba Alberto Carvajal Borrero (1982-1946), quien no tardaría en asistir a la impresión de sus propios libros y en 1930 vería publicado en la barcelonesa Araluce Héroes y fundadores. Ensayos de historia americana.

A la muerte en 1912 de Manuel Carvajal Valencia en 1912, le sucedió al frente de la empresa uno de sus hijos, Hernando Carvajal (1884-1939), que emprendió un profundo y riguroso proceso de modernización de la empresa que empezó por adaptar un motor eléctrico a la prensa manual que había comprado su padre. Por aquel entonces la empresa contaba ya con un local en propiedad destinado exclusivamente al almacenaje y comercio de material de papelería, cuya importación se había iniciado en 1907. Además, a partir de 1914 inicia la comercialización de los primeros blocs de notas y libretas encuadernados por Carvajal & Cía.

Hernando inició también un largo viaje a Leipzig y por otras ciudades europeas con el propósito de poner la empresa al día, y regresó del él con dos prensas impresoras con piedras litográficas, un juego completo de tipos en plomo y con cinco operarios especializados con contrato para manejar las prensas. A mediados de la década se sucedieron la compra y construcción de edificios donde dar cabida a la expansión de la empresa (que compró los saldos de José Vicente Mogollón y Cía, un lote de cajas registradoras, instrumentos musicales, máquinas de escribir Underwood…). Según lo explica Brayan Delgado Muñoz: «Así abrieron nuevos locales para el crecimiento en cuanto infraestructura de la compañía, debido a que la casa paterna donde habían funcionado los talleres industriales se había quedado definitivamente pequeña para sus actividades», y añade un poco más adelante:

Las nuevas instalaciones de los talleres que fueron intervenidos para realizar en ellas la ampliación de la infraestructura, que permitió a Carvajal & Cía. separar los talleres de impresión litográfico y tipográfico, llevó a la empresa a ofertar mejores servicios y así abarcar la demanda interna (con la producción de empaques, tiquetes, envolturas) en las artes gráficas de diseño e impresión litográfica, resultado del desarrollo industrial que se había iniciado desde la década del veinte. Carvajal se posicionó como una empresa que estaba a la altura con medios de producción más tecnificados, en la rama de la impresión y el diseño a nivel regional y nacional…

Cuando hubo completado el bachillerato, Hernando mandó a su hijo Alberto Carvajal Sinisterra a ampliar estudios a Europa, concretamente a Bruselas, y a su regreso en 1932, en una época de crisis (la «violencia bipartidista»), agravada por las guerras fronterizas con Perú, Alberto abandona sus estudios para incorporarse a la empresa familiar, donde desempeñó un papel importante para mantener la imprenta en vanguardia de las innovaciones técnicas con la compra de nuevas máquinas, entre las que destaca la adquisición en de una impresora offset bicolor en 1935. Progresivamente, Alberto Carvajal fue tomando el mando de la empresa, mientras que Manuel se hacía cargo de la litografía y en 1936 se incorporaba Mario Carvajal (hermano de Hernando) como gestor.

Al margen de la diversificación de Carvajal y Cía en otros sectores (la importaciones de automóviles entre ellos), y de la apertura de la primera sucursal en Bogotá, destaca en esa época la creación de una marca destinada a la confección y comercialización de productos de papelería, Norma, que se hizo conocida sobre todo por los cuadernos coloridos o con la cubierta ilustrada, que en 1960 cristalizará en la fundación de la Editorial Norma, inicialmente destinada sobre todo al libro de texto, pero que no tardó en añadir títulos de literatura como el volumen con la Poesía (1963) del filósofo Óscar Gerardo Ramos (1928-2010) o libros destinados a la educación superior y de interés más general, como el Curso elemental de Bibliotecología (1966) de Araceli Oramos Cardona, la traducción de la republicana española exiliada en México Núria Parés del Panorama de las letras norteamericanas desde el siglo XVIII hasta la era atómica (1966), de Norman Foerster, la de Sara Galofré de Estados Unidos: juicio y análisis (1966), de Seymour Martin Lipset… A la larga, sin embargo, y pese a haber creado algunas colecciones literarias brillantes con autores como William Ospina, Álvaro Mutis, Óscar Collazos, Bioy Casares, Pablo Simonetti o Gabriel García Márquez (que en realidad acabó por ser una piedra en el zapato) y haber convocado un notable premio literario entre 2005 y 2011, La Otra Orilla (que galardonó a Marco Schwartz, Horacio Vázquez Rial y Gioconda Belli, entre otros), el sello acabó por regresa a sus orígenes y a centrarse en proyectos educativos o destinados a los jóvenes, ámbito en el que cosechó éxitos incontestables y duraderos.

Fuentes:

Web del Grupo Carvajal.

 Historia de Manuel Carvajal Valencia (vídeo).

Maira Beltrán, «Imprentas e impresores en las primeras décadas del siglo XX en Cali», Papel de colgadura, núm. 16, pp. 104-109.

Brayan Delgado Muñoz, Prácticas empresariales en los negocios de la familia Carvajal Borrero: Inicio, desenvolvimiento, consolidación y crecimiento económico en Cali, 1880 -1939, tesis de licenciatura presentada en la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle (Santiago de Cali), 2014.

 Julio César Londoño, Manuel Carvajal Sinisterra (Una vida dedicada a generar progreso con equidad), Cali, Universidad Icesi (Colección …a conocer el hielo), 2016.

Nancy Estella Vargas Castro, «Un breve recorrido por la historia de la editorial Norma (1960-2016) y sus colecciones de ficción y literatura para adultos», Estudios de Literatura Colombiana, núm. 46 (enero-junio 2020), pp. 159-176.

Primeros topetazos de la Editorial ZYX con la censura franquista (1963-1969)

Las relaciones en los años sesenta entre la censura franquista y la Editorial ZYX, nacida del entorno de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica, creada en 1946), guarda algunos puntos de contacto con las que tuvieron en esos mismos años las catalanas Nova Terra, Fontanella, Edima o en cierta medida Edicions 62, consistente sobre todo en estrangularlas económicamente sirviéndose de la conocida como ley Fraga, considerada a veces menos severa que la vigente hasta entonces (de 1938; es decir, durante la guerra civil) pero seguía cumpliendo el cometido de anular o atenuar el posible efecto de las editoriales progresistas.

Manuel Fraga (sin uniforme) y el dictador.

Como es bien sabido, la novedad más importante que introducía la ley Fraga fue la opcionalidad de presentar las obras a censura previa, salvo si la editorial que pretendía publicarlas carecía de número de registro (como fue el caso de 62, por ejemplo), y poderse arriesgar así a poner en circulación lo que quisieran y, una vez en la calle, sobre todo si se producía alguna denuncia, ver la edición secuestrada y, por lo general, la editorial multada.

La ZYX empieza a gestarse en el verano de 1963 en Segovia por iniciativa de algunos sacerdotes y obreros procedentes de la HOAC (Luis Capilla, Julián Gómez del Castillo, Tomás Malagón, etc., que reclutan enseguida a Guillermo Rovirosa como presidente) y se constituye como una cooperativa en la que participan casi trescientos socios, si bien no se inscribe en el Registro Mercantil hasta marzo de 1964. Mª del Mar Araus y Ana Sánchez resumieron con mucha claridad cómo se creó la empresa:

La editorial ZYX se constituye con algo menos de 300 personas, unas 180 de las cuales provenía de la HOAC. Sostiene la editorial la aportación de 1.000 pts. que hacía cada uno de los socios, a los que unía su suscripción al libro de la colección «Lee y discute», serie roja, que valía 20 pts. y se editaba mensualmente. Otros socios además se hacían voluntariamente paqueteros. Serían considerados como suscriptores los que lo eran de los «Cuadernos Copin» (Cooperativismo Integral). El capital inicial de la editorial ZYX fue de 300.000 pesetas, fruto de muchas pequeñas aportaciones.

Antes de marzo de 1964, sin embargo, ya habían puesto manos a la obra e incluso es posible que esa inscripción no se hiciese hasta que fue inevitable, pues en enero de ese año ZYX ya presentó a censura el libro Hijos d’algo e hijos d’hambre, del obrero asturiano Jacinto Martín Maestre (quien acababa de publicar en la editorial Euramérica La lucha obrera). El informe censorio fue negativo, calificaba la obra de «mitinera y panfletaria» y en febrero la obra fue denegada si no se hacían algunos cambios en el texto y, sobre todo, si no se le cambiaba el título. Así se hizo, con el consiguiente entorpecimiento de lo que hubiera sido el normal parto de la editorial, y el libro se publicó finalmente en junio de 1964 como Juventudes de hoy.

No obstante, parece evidente que, mientras tanto, estuvieron trabajando en el que resultó ser el primer libro publicado, ¿De quién es la empresa?, del mencionado militante obrero cristiano e inventor Guillermo Roviosa (1897-1964). Pero tampoco en esto tuvieron suerte, pues el autor murió sólo cuatro días después de la presentación del libro, del que por otra parte llegaron a venderse veinte mil ejemplares (en varias ediciones). Al margen de los ejemplares que se empaquetaban y remitían a los socios suscriptores (unos 4.500), las ventas se hacían directamente, a las puertas de los centros de trabajo, en la universidad, en puestos más o menos estables en la calle con motivo de cualquier mercado, festividad o similar.

Enseguida toma ZYX un muy notable ritmo de producción, que supera los cuarenta títulos anuales y se estructura en cuatro colecciones: Lee y Discute (con una serie roja y otra verde, y que fue quizá la más popular), Promoción del Pueblo, Se hace camino al Andar y Pueblo de Dios. En cuanto a su orientación, Pedro Rújula López ha escrito que:

intentó proponer lecturas que ponían en cuestión la ortodoxia cultural del Régimen. Lo hizo en una doble dirección: mirando a la historia y analizando el presente. Entre sus títulos aparecen los que analizan las revoluciones del pasado […], las Intenacionales obreras, el anarquismo o el socialismo, con especial atención a la dimensión española de este fenómeno […] En cuanto al análisis del presente, el panorama de temas tratados fue muy amplio, desde el mundo obrero y sindical […] hasta la economía […], la sociedad […] o la religión.

Valgan como ejemplo del ya previsible choque con la censura española de esos años algunos de los primeros títulos: Desarrollo sindicalista (1964), de José Luis Rubio; La Iglesia y la pobreza, de Alfredo Ancel; Historia del movimiento obrero (1965) de Édouard Dolléans, Las clases sociales. Qué son y qué significan (1965), de Eduardo Obregón; el colectivo Derecho de huelga (1965); Sistemas de educación [no «de ecuación», como transcribe Rújula] de los seminarios (1965), de José María de Lachaga; Pensamiento político de Mounier, de François Goguel y Jean-Marie Domenach, El marxismo, de Henri Harvon; Problemas fundamentales de la agricultura española (1966) y Los monopolios en España (1968), ambos de Ramón Tamames; Democracia. Exigencia y condición de la dignidad humana, de Eduardo Obregón y prologada por el miembro de la Real Academia de la Historia (y esposo de la escritora Elena Quiroga) Dalmiro de la Válgama; Historia del movimiento obrero español (1967), de Diego Abad de Santillán, Introducción a Cuba (1968), de Andrés Sorel…

A principios de los años sesenta, era imposible que una iniciativa semejante del cristianismo obrero pudiera eludir la presión censora, y menos habiendo creado una red de distribución tan heterodoxa y difícil de controlar por las autoridades.

La llegada de la conocida popularmente como Ley Fraga, que descargaba de trabajo a unos lectores de censura sobreexplotados, implicaba la necesidad de obtener de todas las editoriales un número de registro previo informe acerca de quién estaba detrás de la empresa y cuáles eran sus objetivos editoriales, y esa argucia sirvió no sólo para denegarlo, sino además en muchos casos para que se produjera un silencio administrativo que aumentaba considerablemente el riesgo para quienes, sin número de registro, se atrevieran a publicar. En el caso de ZYX, según explica Carmen Menchero de los Ríos, fue «[m]uy beligerante, siguió la táctica de eludir cualquier filtro previo, recibiendo en contrapartida continuas denegaciones que asfixiaban su viabilidad económica como empresa». Es decir, presentaban los libros directamente a depósito, sin haber presentado previamente los textos por lo que eufemísticamente se llamaba «consulta voluntaria». Eso supuso el secuestro de cuatro de sus títulos y el silencio administrativo a todas las obras que publicaban, que quedaban así expuestas a la denuncia de cualquier lector furibundo o simplemente discrepante con sus planteamientos.

Aun así, y estando ya vigente la ley Fraga, siguieron con su plan de publicaciones, hasta que en noviembre de 1968, alegando que carecían de número de registro, se obligó a la editorial a presentar todos los textos a consulta previa. El Estado de Excepción de 1969, decretado el 24 de enero para, según el propio Fraga, «luchar contra las acciones minoritarias sistemáticamente dirigidas a alterar la paz […] y a arrastrar a la juventud a una orgía de nihilismo y anarquía», sólo empeoró la situación, pues a partir de ese momento el Ministerio de Información y Turismo impidió sistemáticamente cualquier publicación de ZYX, lo que obliga a la editorial a mantenerse inactiva como editorial durante trece meses con toda su inversión paralizada, si bien se reconvierte en distribuidora de fondos de otras editoriales.

Según el muy completo estudio que Mª del Mar Araus y Ana Sánchez dedicaron a la trayectoria de ZYX, esto supone la «auténtica ruptura o desaparición de la editorial tal y como fue concebida y desarrollada en sus orígenes, fundamentalmente por la politización de la misma, entendida el sentido de la priorización de la tarea política (en la línea de los partidos políticos) sobre la labor apostólica con la que nació», si bien a finales de 1969  consiguió inscribirse de nuevo en el registro (con nuevos promotores, entre los que se encontraba , manteniendo las mismas colecciones y poco después se remozaría en la Editorial Zero-Zyx. En 1974 se produciría una primera escisión debida a disputas sobre el componente político de la editorial y, ya en 1980, por suspensión de pagos, la desaparición por completo del proyecto.

Fuentes:

Blog de Zero-ZYX, aquí.

Carmen Menchero de los Ríos, «Editoriales disidentes y el libro político», en Jesús A. Martínez Martín, dir., Historia de la edición en España 1939-1975, Madrid, Marcial Pons, 2015, pp.809-834.

José Miguel Oriol, 30 años de Encuentro. Memoria de una aventura editorial, Madrid, Ediciones Encuentro, 2008.

Francisco Rojas Claros, «Poder, disidencia editorial y cambio cultural en España durante los años 60» Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, núm. 5 (2006), pp. 59-80

Francisco Rojas Clarós, Dirigismo cultural y disidencia editorial en España (1962-1973), San Vicent del Raspeig, Publicacions Universitat d’Alacant, 2013.

Pedro Rújula López, «El ensayo y los libros en ciencias sociales», en Jesús A. Martínez Martín, dir., Historia de la edición en España 1939-1975, Madrid, Marcial Pons, 2015, pp. 783-808.

Marta Simó, «Conciencia democrática e industria editorial en los primeros años de la Transición española: la Biblioteca de divulgación política», en Amnis. Revue de civilisation contemporaine Europes/Amériques, n.º 14 (2015).

Librero, profesión de riesgo en España (1970-1975)

En fecha tan tardía como es el fin de semana del 12 y 13 de junio de 2021, aún se vivió en España un episodio de ataque de las fuerzas de ultraderecha contra una librería; en ese caso la víctima fue la madrileña Fundación Anselmo Lorenzo.

Beatriz de Moura y Jorge Herralde.

Semejante alarde de barbarie tiene en la península una ya bastante ‒a todo punto excesiva‒ tradición, aunque no siempre la prensa ha empleado el mismo término para caracterizarla. Al hablar de los embates de la censura contra Anagrama durante los años setenta, escribe Jorge Herralde: «No hay que olvidar otro tipo de “censura”, la que practicaban los grupos ultras, alentados o permitidos por el gobierno, con sus atentados a las librerías progresistas».

Suele considerarse la colocación de una bomba en la imprenta-librería Mugalde de Hendaya, la madrugada del 7 de abril de 1975, como primer atentado del llamado «terrorismo tardofranquista». Situada en territorio francés, la Mugalde se había especializado casi en libros prohibidos en España, por lo que se había convertido en punto de peregrinación para muchos lectores, además de en sede de encuentros de la oposición abertzale al franquismo y de exiliados diversos. Por si fuera poco, el 20 de mayo sería objeto de un segundo atentado, de nuevo con explosivos, y dos días después gendarmes franceses acompañaban hasta la frontera a un sospechoso trío que tomaba fotografías en el lugar, ante lo que el semanario Enbata (editado en Iparralde) se preguntaba:

Enlace tras el atentado de 1974.

¿Y qué se puede decir sobre los tres policías españoles vestidos de civil sorprendidos el miércoles 21 de mayo ante la librería vasca Mugalde en Bayona por refugiados vascos, que fueron entregados por ellos a la policía francesa, que todo lo que hizo fue conducirlos sin problemas a la frontera? ¿Por qué no se quiso controlar la identidad de los dos «turistas» españoles que fotografiaban a los militantes vascos ante el tribunal de Bayona?

Se mencionó a menudo y vagamente a los responsables como «los de Cristo Rey», pero nunca se identificó a ninguno de los terroristas.

Sin embargo, unos años antes, en diciembre de 1970, ya se había producido otro atentado terrorista sonado, en ese caso en la librería Lagun («amigo» en euskera) de San Sebastián, abierta dos años antes por María Teresa Castell, José Ramón Rekalde e Ignacio Latierro. Era sabido que en la trastienda vendía libros prohibidos, y entre sus clientes ocasionales contaba además con sospechosos habituales de desafección al régimen, como los historiadores Pierre Vilar (1906-2003) y Manuel Tuñón de Lara (1915-1997).

Manuel Tuñón de Lara.

Apenas unos meses después, el 23 de mayo de 1971, se produjo otro atentado de entidad ‒las roturas de escaparates y las pintadas en librerías izquierdosas pronto fueron más o menos habituales‒, en ese caso en la librería valenciana Tres i Quatre, fundada también en 1968 por Eliseu Climent y sede de encuentros clandestinos de sindicalistas y activistas culturales, entre los que destacan el ensayista Joan Fuster (1922-1992), el grafista Josep Renau (1907-1982) a su regreso del exilio, el poeta Vicent Andrés Estellés (1924-1993) o el escultor Andreu Alfaro (1929-2012). En este caso, se lanzó una bomba de pintura al interior del local, que produjo unas pérdidas de 140.000 pesetas de la época. Santiago Cortés Hernández ha documentado hasta qué punto esta librería se convirtió en aquellos años en objetivo de la extrema derecha en «El llibre, un perillós enemic. Atemptats contra la llibrería Tres i Quatre (1970-2007)» (Espill, núm. 38, pp. 155-166).

El 28 de octubre de ese mismo año, se produjeron ataques simultáneos a tres conocidas librerías madrileñas, Visor, Cultart y Antonio Machado, lo que ponía de manifiesto que se trataba de atentados planificados, si bien lo que vinculaba a estas tres librerías en ese momento es haber dedicado sus escaparates a Pablo Picasso (1881-1973), con motivo de su noventa cumpleaños, con libros dedicados a su obra, pósters, carteles o grabados.

Obviamente, esa misma onomástica se celebró en Barcelona, donde la Galería Aquitania organizó una exposición de la que saldría luego el libro Picasso 90 (con obra de Brossa, Tàpies y Tharrats, entre otros, y textos de Luis Racionero, Vázquez Montalbán, Fernando Quiñones…). En la Ciudad Condal la víctima fue la muy popular y céntrica librería Cinc D’Oros, cuyos escaparates recibieron el impacto de varios cócteles molotov, que a su vez incendiaron el interior del local y destruyeron sus entonces innovadoras máquinas expenedoras de libros; las pérdidas económicas se estimaron en un millón de pesetas.

La librería Cinc d’Oros tras los atentados terroristas de octubre de 1974.

Un sistema similar se empleó en 1974 contra la Tres i Quatre, de nuevo en horario comercial, mientras en su interior un jurado compuesto por Baltasar Porcel, Celso Emilio Ferreriro y Lluís y Josep María Carandell deliberaba sobre los Premis Octubre de ese año. En esta ocasión, los cócteles fueron lanzados desde un automóvil en marcha, y reivindicó la acción el Partido Español Nacional Socialista (donde al parecer militó el policía torturador Luis Antonio González Pacheco, conocido como Billy el Niño). Ya en abril de ese mismo año habían aparecido pintadas del PENS en el atentado y robo a la sede barcelonesa de Agermanament (que desarrollaba su actividad humanitaria en Camerún, Chile y Catalunya y editaba una revista homónima).

Muy relacionados con esta serie de atentados terroristas perpetrados en Barcelona por grupos de extrema derecha se encuentran otros que por esos meses tuvieron como objetivo la editorial Nova Terra (Primero de Mayo de 1973), la sede de la revista El Ciervo (4 de julio de 1973) ‒atribuido al Quinto Comando Adolfo Hitler‒, la librería Viceversa (16 de agosto), la librería PPC (Propaganda Popular Católica), la editorial Gran Enciclopèdia Catalana (4 de agosto de 1973) y los almacenes de las Distribuidoras de Enlace (noche del 2 al 3 de julio de 1974), que aglutinaba a editoriales cultural e ideológicamente rompedoras como Laia, Cuadernos para el Diálogo, Estela, Anagrama, Tusquets, etc. y cuyas pérdidas alcanzaron los doce millones de pesetas y supusieron poco menos que la asfixia de la empresa; enseguida se publicó un texto de repulsa firmado por 173 escritores (García Márquez, Heinrich Böll, Samuel Beckett, Manuel de Pedrolo, Alberto Moravia, Peter Weiss, Umberto Eco, Julio Cortázar, Teresa Pàmies…). En todos estos casos, el incendio se acompañó de pintadas filofascistas y en algunos casos de robos de material.

Rueda de prensa en Enlace.

Ante lo abrumador e interminable de esta retahíla, no circunscrita a Barcelona, en diciembre de 2015 Ángel Vivas resumió de modo contundente esa etapa en un artículo titulado «Heroicas librerías»:

En los cinco últimos años del franquismo sufrieron ataques de diversa intensidad librerías de Madrid (Antonio Machado, La Tarántula, Visor, Fuentetaja, Libyson, Cultart…), Barcelona (Cinc d’Oros, El Borinot Ros, Tahull), Valencia (Ausias March, Dau al Set y Tres i Quatre), San Sebastián (Corcuera, además de Lagun), Pamplona (El Parnasillo), Valladolid (Clamor, Villalar), Sevilla (Antonio Machado), Zaragoza (Pórtico, que ya fue amenazada en 1946 por exponer libros que aludían a la derrota del Eje).

La Pórtico tras un atentado terrorista.

Como es lógico, por el hecho de estar situadas en territorio francés, no menciona por ejemplo la explosión de una bomba en la sede de la Editorial Ebro (del PCE) en París, el atentado con bomba del 12 de junio de 1975 contra Nafarroa, propiedad de refugiados políticos vascos, que tres días después de reabrir volvió ser atacada (el 14 de julio) o a la editorial Elkin, ni la más sonada contra la sede de la editorial Ruedo Ibérico en la rue Latran el 14 de octubre (una semana antes de la muerte del dictador y mientras su editor se encontraba en la Feria del Libro de Frankfurt). En su biografia del editor de Ruedo Ibérico, Albert Forment recoge la siguiente carta de José Martínez Guerricabeitia (1921-1986) a Francisco Carrasquer (1915-2012):

Una carga de plástico hizo saltar la librería. Todo está en un desorden indescriptible. Los desperfectos sólo en  nuestro domicilio ‒la calle se quedó sin vidrios y varios autos fueron reventados‒ superan el millón de pesetas. […] El atentado ha sido reivindicado por Antiterrorismo-ETA [grupo de ultraderecha más conocido como ATE]

La Ruedo Ibérico tras el atentado terrirista.

Apostilla Forment que los daños directos se cifraron en 70.000 francos y en unos 12.000 los derivados del obligado cierre, lo que generó una ola de solidaridad que se tradujo en la cesión de obras de Joan Miró (1893-1983) y Antoni Tàpies (1923-1012), así como en aportaciones económicas importantes de Josep Tarradellas (1899-1988) y Francisco Carrasquer o en la cesión de derechos de Gabriel Jackson (1921-2019), entre otras muchas ayudas.

Los atentados terroristas contra librerías no se atenuaron tras la muerte de Franco, y como escribe Aránzazu Sarría Buil:

Convertida en medio para ejercer una presión política y en finalidad para desestabilizar el proceso democrático en ciernes, la violencia ocupó un papel destacado que se extendió a lo largo de todo el período de la transición […] En los meses que sucedieron la muerte de Franco las librerías de las ciudades españolas más importantes fueron testigo de una escalada de violencia política sin precedentes cuya autoría, no siempre reivindicada, recaerá en grupos de la ultraderecha.

A tenor de todo ello, no es de extrañar que el 6 de mayo de 1976 la escritora y periodista cultural Rosa Pereda titulara un abrumador artículo en El País: «Un centenar de atentados a librerías españolas».

Fuentes:

AA.VV., El terrorismo desconocido. Atentados terroristas de extrema derecha en Navarra (1975-1985). Informe 2020, Gobierno de Navarra, 2020.

Cooperartiva de Cine Alternatiu 1975, Atentados fascistas. Los reductos neo-fascistas contra organizaciones y librerías progresistas (vídeo).

Santiago Cortés Hernández, «El llibre, perillós enemic. Atemptats contra la llibreria Tres i Quatre (1970-2007)», L’Espill, núm. 38 (2011), pp. 155-166.

Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo ibérico, Barcelona, Anagrama (Argumentos 247), 2000. 

Jorge Herralde, «La censura», en Anagrama. 50 Años, Anagrama, 2019, pp. 23-25.

Rosa María Pereda, «Un centenar de atentados a librerías españolas», El País, 6 de mayo de 1976.

Aránzazu Sarría Buil, «Atentados contra librerías en la España de los setenta. La expresión de una violencia política», en Marie-Claude Chaput y Manuelle Peloile, coords., Sucesos, guerras, atentados. La escritura de la violencia y sus representaciones, PILAR (Presse, Imprimés, Lecture dans l’Aire Romane), 2009.

Ángel Vivas, «Heroicas librerías», El Mundo, 8 de diciembre de 2015.

Primeras aventuras editoriales de Germán Plaza Pedraz

Si bien uno de los pilares de Plaza & Janés, el editor Josep Janés (1913-1959), ha sido objeto de cierto número de estudios y acercamientos analíticos, se ha dedicado bastante menos atención a Germán Plaza Pedraz (1903-1977), auténtico artífice de esa empresa desde el momento en que, el 5 de agosto de 1959, constituyó con sus hijos Germán, Carlos y Guadalupe Plaza de Diego, y sus respectivos cónyuges, la editorial Plaza & Janés con un capital inicial de cinco millones de pesetas.

Germán Plaza.

Sin embargo, con toda la razón puede escribir José Carlos Rueda Laffond que el nombre de Germán Plaza «constituye un paradigma en las dinámicas de adaptabilidad y diversificación en el sector de la literatura de quiosco». Plaza, nacido un 2 de mayo en Pozálvez (Valladolid), residió con su familia en Salamanca y Madrid, antes de casarse y trasladarse a Barcelona –en 1928 o en 1931– como representante de la Editorial Católica. Se iniciaba pues en el negocio de las publicaciones más o menos al mismo tiempo que Josep Janés empezaba con sus primeros proyectos editoriales (los Quaderns Literaris, de venta periódica). En los años treinta puso en pie una empresa distribuidora, Comercial Gerplá, cuya marca condensaba su nombre y apellido, como luego haría con Ediciones G.P. y que a finales de los años cincuenta aparece como sello en algunos libros como Exclusivas Gerpla.

Sin embargo, parece que ya en tiempos de la República –es difícil precisar fechas porque estas ediciones no las indicaban– empezaron a aparecer bajo responsabilidad de Germán Plaza unos pequeños y breves volúmenes con el sello Cisne destinados a un público muy amplio. Es el caso por ejemplo de los Manuales Cisne, muchos de ellos firmados con seudónimo, y entre cuyos primeros títulos se cuentan Ciclismo, firmado por Aerre; Secretario de los amantes: Novísimo correo del amor (número 3), de Angelita Cuenca; Declaraciones de amor y arte de enamorar (núm. 4) y Cartas de amor, de odio, de sentimiento y ternura, ambos de Fernando Álvarez Llosés, o, acaso más interesante, algunos títulos firmados por el luego muy prolífico escritor y traductor Guillermo López Hipkiss (1902-1957), como 1000 refranes, proverbios y adagios, 200 pasatiempos, jeroglíficos y crucigramas, ¿De dónde es usted?, o, en la Colección Turquesa, La reina de los aires; y se ha especulado incluso con la posibilidad de que otro seudónimo que aparece a menudo en esta editorial, Gamma Lambda, oculte a López Hipkiss (mediante las iniciales de su nombre de pila y primer apellido). También resultan cuanto menos curiosos un Usted puede ser estrella de cine, firmado por Juan Mira, que acaso sea el mismo Juan José Moreno Sánchez (1907-1980) que, con el seudónimo Juan José Mira, se convirtió en 1952 en el primer ganador del Premio Planeta con En la noche no hay caminos; y La natación. Método sencillo y práctico, firmado por José Mallorquí (1913-1972), más adelante celebérrimo por las aventuras de El Coyote.

No obstante, la presencia de estos nombres hace que a la hora de fechar estos libros se planteen algunas dudas razonables y haya que tener en cuenta ciertos indicios no corroborados. Es bien sabido, por ejemplo, que a partir de 1931 Mallorquí se dedicó intensamente al deporte, a raíz de morir su madre y recibir una cuantiosa herencia que le permitía vivir holgadamente sin trabajar, y que en 1933 ya estaba empezando a publicar en Molino, que era una de las editoriales que distribuía Gerplá. Es probable, pues, que en esa misma época empezara a colaborar también en Cisne, pero es igualmente posible que estas colaboraciones se produjeran ya en la posguerra.

Otra colección interesante de Cisne fueron los Cuentos de Hadas, firmados por López Hipkiss e ilustrados en blanco y negro por Tomás Porto (1918-2003) –que durante la guerra civil trabajaría en el Comisariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya–, cuyos primeros títulos fueron La aventura de Mayita, Madrinita bella, La reina de los aires, La cenicienta y Blanca Nieves.

Con todo, en los años inmediatamente previos a la guerra, con el sello Cisne y distribuidos siempre por Gerplá, tuvieron muchísima difusión a partir de 1935 algunas colecciones teatrales ilustradas y de publicación semanal de las que se han ocupado Julia María Labrador Ben y Alberto Sánchez Álvarez-Insúa en Teatro Frívolo y Teatro Selecto, la producción teatral de editorial Cisne, Barcelona (1935-1943). Sobre la primera de estas colecciones escriben los mencionados estudiosos ya en la introducción a su obra que

tuvo un carácter singular, ya que reunió hasta veintinueve títulos catalogables dentro del subgénero de la revista musical, caso único dentro de la bibliografía teatral española, pues aunque las revistas se editaron en colecciones teatrales de carácter general y en publicaciones de la S. A. E., nunca lo fueron de forma seriada con anterioridad ni tampoco lo serían después

En la colección de Teatro Selecto alternaron los clásicos más ligeros y amenos de la tradición dramática española (Lope de Vega, Moreto, Alarcón…) con obras de algunos de los dramaturgos más famosos del momento (Alejandro Casona, Jacinto Benavente, Enrique Jardiel Poncela, Juan Ignacio Luca de Tena, Luis Fernández Ardavín, los hermanos Quintero…).

Otra colección bastante curiosa y que sin ningún género de duda ha de ser previa a la guerra fue Cultura Física y Sexual, que, según se describía en la publicidad, se «publica quincenalmente profusamente ilustrada con magníficas y originalísimas fotografías y dibujos» y que

Constituirá la más perfecta y acabada biblioteca sobre cuestiones físico-sexuales, de presentación esmeradísima, con gran riqueza de ilustración gráfica. Sus originales están redactados con una maestría y sencillez insuperables por el tan discutido pero indiscutible maestro de estas materias.

El «maestro» en cuestión era quien firmaba como Á[ngel] Martín de Lucenay, que previamente había publicado una extensa serie de Temas Sexuales en la Biblioteca de Divulgación Sexual en la editorial Fénix, y que en 1938 tuvo que exiliarse a México (donde, tras una estrepitosa incursión en el cine, acabó triunfando en el cómic con la serie Chanoc, ilustrados por Ángel Mora). En cuanto a la riqueza de ilustración gráfica mencionada en la publicidad, se concretaba sobre todo en fotografías fuera de texto impresas sobre papel satinado, y todo ello hace pensar que, por decirlo de algún modo más o menos elegante, su clientela no era –cuanto menos– estrictamente la comunidad científica.

También anterior a julio de 1936 es el arranque de la colección Mundo Aventurero, que Vázquez de Parga describe como construida «a base de novelitas breves de autoría anglosajona».

Concluida la guerra Germán Plaza se convierte con Cisne en el primer editor de los cromos, y los correspondientes álbumes, de la primera y segunda división de Liga Española de Fútbol en los que las imágenes de los futbolistas se ofrecen, ya no mediante dibujos coloreados, sino en fotografías. Entre los muy aficionados al género esta primera edición es conocida porque, por un muy comentado error, en la página correspondiente al Atlético de Madrid aparecía como portero el que era delantero centro del Barcelona, Mariano Martín (y viceversa, en el caso del portero del Atlético en aquel entonces, Luis Martín Camino).

Pero también es por aquel entonces cuando Plaza empieza una extraordinaria ampliación de su radio de acción que Vázquez de Parga explica del siguiente modo:

Ante las restricciones que en la primera posguerra sufría Molino y las facilidades que Plaza tenía para obtener cupos de papel, se lanzó de lleno a la edición de novelas populares, empezando por una nueva colección policíaca para la que conservó el nombre editorial de Cisne.

Es sabido que precisamente una de las estrategias, empleada también por Janés, para aumentar tanto las asignaciones de papel como de divisas consistía en crear diversos sellos, puesto que el gobierno franquista de la inmediata posguerra asignaba los cupos no a editores personales sino a empresas, y quizá eso explique en parte esa diversificación, aunque Vázquez de Parga no especifica cuáles eran esas facilidades ni por qué Plaza gozaba de ellas, pero también tenían mayores facilidades las publicaciones periódicas (en principio porque imprimían papel de cualquier calidad, por ínfima que esta fuese).

Por esas mismas fechas, concretamente en 1942, crea Germán Plaza la editorial Clíper, que lanza un montón de historietas de publicación periódica y venta en quioscos (Tontaina y Filetito en 1942, el famosísimo El Coyote en 1947, Billy el Niño y Nicolás en 1948, Florita, McLarry y El Encapuchado en 1949…) y de la que enseguida se hace muy famosa la colección de libros Wallace, destinada a novela policíaca y escrita siempre bajo seudónimos de resonancia anglosajona, así como otras igualmente dedicadas a publicar novela de género, entre las que una de las primeras fue Novelas del Oeste (dirigida por José Mallorquí y donde en su número 9 nació el personaje del Coyote). De 1943 es por ejemplo la Colección de Misterio, de nuevo policíaca, para la que Plaza contrató como coordinador a López Hipkiss (que escribió casi una veintena de títulos, bajo seudónimos diversos). Y de dos años después Fantástica, que se presentaba como un «magazine de historias, leyendas y relatos impresionantes» y que publicó diez números, más ocho extraordinarios.

Se atribuye a José Mallorquí la idea de Futuro, otra colección bajo la égida de Plaza, que a menudo aparece mencionada entre las pioneras entre las colecciones destinadas a la ciencia ficción, si bien lo suyo eran más bien aventuras en el espacio (o space opera). De los treinta seis títulos que publicó a partir de 1953, veinticuatro los escribió Mallorquí, con diversos seudónimos, y creó algunos personajes que calaron entre los lectores, como la pareja formada por el capitán Pablo Rido y el sargento Sánchez Platz.

De 1950 es el sello Ediciones Plaza (que entre otras cosas publica la revista femenina de «fascículos encuadernables» Festival y las fotonovelas de westerns Cimarrón) y ya avanzados los años cincuenta se añaden a este creciente y laberíntico entramado las Ediciones G.P., en cuyo seno aparece inicialmente Libros Alcotán, que publica como número 2 la traducción de Romero de Tejada de El velo pintado, de Somerset Maugham, que en 1946 ya se había publicado en la Editorial L.A.R.A. (poco antes de que el buen amigo de Plaza Josep Janés le comprara esta editorial a su fundador, José Manuel Lara Hernández). Entre los autores que publicará en esos primeros años Alcotán se encuentran también Julio Verne, H.G. Wells, Jack London y la serie sobre el oficial de la marina Horatio Hornblower de C. S. Forester. Y muy poco posteriores (¿1951?) deben de ser los popularísimos libros Pulga.

De mediados de la década (¿1955?) parece ser el primer volumen de una serie de Libros Plaza, encuadrados en las Ediciones G.P. y de aparición semanal, Grandes almacenes, de Cecil Roberts, al que seguiría, como volumen 2, la versión de Juan Luis Calleja de En tinieblas, de Rudyard Kipling, El Danubio Rojo (volumen 3), de Bruce Marshall y la traducción de Manuel Bosch Barrett de El rumor del torrente, de W. A. Mason; el número 7 fue el primero de autor español, Martín de Caretas, de Sebastià Juan Arbó, a quien seguiría Ignacio Agustí con Mariona Rebull y El viudo Rius (números 16 y 17, respectivamente).

Otra de las colecciones de Plaza, G.P. Policiaca, constituye uno de los ejemplos más claros de la colaboración con José Janés, pues arrancó inicialmente reimprimiendo aquellas obras de contenido más adecuado que previamente habían aparecido en colecciones janesianas, y si bien a ambos les interesaba el lector de policíacas, sus modos de publicación diferían enormemente y se dirigían a sectores de poder adquisitivo muy distinto.

En ese año 1955 se había incorporado a la empresa, inicialmente como coordinador editorial y traductor, Mario Lacruz, quien a su vez incorporó en septiembre del año siguiente a Rafael Borrás Betriu (que acababa de dejar Caralt), para completar un departamento literario en el que trabajaba también el doctor Mas Beya. En el primer volumen de sus memorias, Borrás Betriu dejó el siguiente retrato de Germán Plaza:

Don Germán me pareció una bellísima persona, con un punto de deslumbramiento por la letra impresa, tal vez debido a su condición de autodidacta, lo que hacía más meritorio su deseo de publicar a precios asequibles unas obras «para miles de lectores», como rezaba el eslogan de Libros Plaza.

Fuentes:

Anónimo, «Falleció el editor don Germán Plaza Pedraz», La Vanguardia, 18 de febrero de 1977.

Manuel Barrero, «Editorial Cisne», en Tebeosblog, 16 de agosto de 2010.

Julia María Labrador Ben y Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, Teatro Frívolo y Teatro Selecto. La producción teatral de editorial Cisne, Barcelona (1935-1943), Madrid, CSIC, 2005.

Manuel Llanas, L’edició a Catalunya: el segle XX (1939-1975), Barcelona, Gremi d’Editors de Catalunya, 2006.

Felipe B. Pedraza, eds., «Editorial Cisne y las colecciones populares de teatro», en La comedia española en la imprenta catalana, Universidad de Castilla-La Mancha (Corral de Comedias 32), 2015, pp. 127

José Carlos Rueda Laffond, «Las colecciones populares: literatura de quiosco y tebeos», en Jesús A. Martínez Martín, Historia de la edición en España, 1939-1975, Madrid, Marcial Pons, 2015, pp. 657-679.

Salvador Vázquez de Parga, Héroes y enamoradas. La novela popular española, Barcelona, Glénat (Parapapel 3), 2000.

Rufino Torres Castañeira, importador clandestino de libros

«Tú sabrás quién tocó la cuestión. Si atas cabos sacarás el resultado. No dudes que tienes amigos de los otros en la organización».

Esta advertencia que a simple vista puede parecer inocua o incomprensible constituye uno de los estremecedores testimonios de la ingente y peligrosa labor llevada a cabo por editores, distribuidores y libreros durante el franquismo para hacer llegar a los lectores libros que en España estaban prohibidos. El pasaje pertenece a una carta del 8 de agosto de 1973 dirigida por el distribuidor pontevedrés afincado en Barcelona Rufino Torres al editor de Ruedo Ibérico, José Martínez Guerricabeitia, en la que aborda una cuestión bastante recurrente en algunos momentos de su relación: la existencia de algún «topo» que informaba a las fuerzas represoras franquistas acerca de los envíos de libros que Ruedo Ibérico hacía desde su exilio en París para que de este modo la policía pudiera incautarse de los libros, con las pérdidas tanto culturales como económicas que eso conllevaba.

La cuestión de la distribución y venta de libros prohibidos es uno de los ámbitos aún más desconocidos, en buena medida debido a las comprensibles pero en ocasiones insuperables y desesperantes dificultades que supone su estudio. Lo sabe bien, por ejemplo, Jordi Cornellà-Detrell, que lleva ya algunos años recabando datos acerca de la circulación de libros prohibidos, de sus redes de distribución y de los puntos de venta y cuyos estudios han dado ya algunos frutos importantes y quien ha explicado que:

…había, claro está, importadores a pequeña escala que utilizaban su propio automóvil o los hacían llegar por correo postal en pequeños paquetes En cuanto llegaban a Catalunya, los libros se almacenaban en el depósito de distribuidores como Siegfried Blume, gerente de la Librería Técnico-Extranjera, en la calle Tuset, o Eduardo Beneyto, que los escondía en una habitación secreta en su distribuidora Vilben, situada en la calle Aragó.

Aun así, la exhumación del rico epistolario entre José Martínez Guerricabeitia y sus distribuidores llevado a cabo por Albert Forment ha permitido conocer algunos otros aspectos particulares acerca de la distribución clandestina de libros en España.

Eduardo Fidalgo.

Entre los escasos distribuidores de los que se tiene información suele destacarse precisamente la importancia de los de Ruedo Ibérico Siegfried Blume y Rufino Torres, al segundo de los cuales describió Jorge Herralde en Por orden alfabético como un «antiguo ex-guardia civil que, por razones obvias, conocía bien los entresijos fronterizos». Entre sus principales colaboradores tuvo Rufino Torres a su cuñado Eduardo Fidalgo Cerreda (1934-2015), hijo de un exiliado en Cuba y que, según contó su hija, «trajo muchos libros de América Latina, sobre todo de Argentina, libros que llegaban al puerto disimulados con las mercaderías». Sin embargo, fue sin duda Albert Forment quien más datos sacó a la luz acerca de la actividad de Rufino Torres y quien la ha explicado con más detalle.

Al parecer, Rufino Torres, que tenía como una de sus direcciones la calle Calabria número 137 y un almacén en Viladomat, 247, tenía la importación de libros sobre todo de Francia como una fuente adicional, pero lucrativa, de su negocio como distribuidor, aun a sabiendas de los riesgos que corría; a través de Blume contactó con el editor de Ruedo Ibérico y a partir de 1964, propiciado además por las dificultades económicas a que tuvo que enfrentarse Blume, se convirtió en su principal distribuidor. Así cuenta Forment el modo de proceder, que en buena medida explica los altos precios que alcanzaban estos ejemplares (es sabido que, con la venta de los que poseía, Goytisolo se financió su viaje a París):

Rufino tenía verdadero olfato para los negocios editoriales ilegales que la censura hacía florecer indirectamente, además de los legales que le servían de cobertura y eran la parte del león de su negocio. Al tanto de los usos y costumbres de los cuerpos de seguridad franquistas, entre los cuales se decía que conservaba buenas amistades, supo sortear el acoso policial durante quince años, hasta la época de la transición política, convirtiéndose en la otra gran pieza clave [junto con Blume] del dispositivo de distribución de Ruedo Ibérico en España [..] Rufino compraba con tan descomunales descuentos que apenas daban beneficio a la editorial […], y los revendía luego al por mayor a otros distribuidores, cobrando su propia comisión.

A finales de los años sesenta, esos descuentos de los que gozaba Distribuciones Torres podían alcanzar el 55% por ciento, al que se añadía aún un 3% adicional por pronto pago, lo cual pone de manifiesto que entre las prioridades de Ruedo Ibérico no estaba ganar dinero, sino hacer que sus libros llegaran a los lectores. Refiriéndose también a esos años finales de la década de los sesenta, otro de los puntales de Ruedo Ibérico, Marianne Brull, explicó en una entrevista con Carlos Prieto el modo de proceder:

Mandábamos los libros a Barcelona en sacas postales de unos treinta kilos, y él [Torres] se encargaba de que nadie las inspeccionara en Correos… […] Los envíos se hacían siempre desde la misma oficina de correos en París, el día que nos indicaba Rufino, sin remite y de manera que pudieran ser localizados fácilmente por los empleados de aduanas… previamente sobornados por Rufino. Fácil no era.

No cuesta imaginar que no debía de ser fácil. Para evitar que se pudieran rastrear los pagos, en ocasiones estos los hacía Rufino Torres desde Andorra, adonde se desplazaba con cierta regularidad, y las dificultades impuestas por el acoso policial explican que en más de una ocasión los distribuidores se vieran en la necesidad de pedir a Ruedo Ibérico que retuviera los envíos.

François Maspero.

Es lo que sucedió, por ejemplo, a finales de 1966, cuando surgieron serias sospechas de que alguien desde París estaba informando a las autoridades españolas de los detalles de los envíos. Tanto Blume como Torres sospechaban que acaso se tratara de alguien que trabajaba para el editor francés François Maspero (1932-2015), que era quien distribuía los libros de Ruedo Ibérico en casi toda Francia (salvo en Iparralde). El caso es que, según contaba Tores a Martínez Guerricabeitia en febrero de 1967, los envíos que se hacían directamente a particulares eran retenidos y confiscados, y la misma situación se mantuvo en los meses siguientes.

No fue hasta junio de 1967, cuando ya llevaban varios años de comunicación epistolar, que el editor exiliado y el ex guardia civil se conocieron personalmente, en Perpinyà. Las dificultades a las que los heterodoxos modos de gestión y producción abocaron a Ruedo Ibérico propiciaron que en 1969 se llegara a un acuerdo por el cual Rufino Torres avanzaba 18.500 francos para que el editor exiliado en París pudiera llevar a cabo la reimpresión de cinco de los títulos que mejor habían funcionado de su catálogo y que por entonces se hallaban agotados, pero ya a principios de 1966 tanto Torres como Blume habían ofrecido ayudas en metálico a José Martínez (en cierto modo, la dadivosidad de Blume contribuye a explicar las dificultades por las que pasó la Editorial Blume, fundada en 1965).

José Martínez Guerricabeitia.

A principios de 1973 volvieron a surgir recelos acerca de las filtraciones de información sobre los envíos clandestinos de libros, y en mayo de ese año escribe Torres a Martínez Guerricabeitia:

Hemos tenido noticias de que estáis preparando catálogos para un fuerte envío. Tus amigos ya lo saben y han tomado precauciones. Se conoce que dentro del ramo hay quien te vigila y procura por tus intereses. Desgraciadamente debes estar bien acompañado, no lo dudes.

El editor de Ruedo Ibérico sospechaba que, caso de haber filtraciones, estas se debían probablemente a la indiscreción del filósofo del Opus Rafael Calvo Serer (1916-1988), que desde noviembre de 1971 se encontraba en París a raíz de sus críticas al gobierno franquista publicadas en Le Monde, o bien a alguien de su entorno, pero en agosto, como pone de manifiesto el pasaje reproducido inicialmente, los recelos persistían:

La nota indicaba se están preparando envíos, forma de caja, embalaje, peso y otros detalles reales, ignorando de momento la dirección. El caso es que coordinaba todo perfectamente. ¿Quién podía saberlo? Tú sabrás quién tocó la cuestión…

Según cuenta Forment, más tarde los colaboradores habituales de Ruedo Ibérico llegaron a sospechar, aunque sin pruebas fehacientes, que las filtraciones se debieron a Luis Palomeque, militante comunista que entre finales de 1971 y enero de 1972 había sido despedido de Ruedo Ibérico tras dos años como empleado, pero aun así en 1974 Rufino Torres propuso poner a prueba la solvencia de la confidencialidad en las comunicaciones. Se preparó un envío comunicando detalles a los allegados a la editorial, y se comprobó que ninguno de los detalles divulgados llegó a oídos de las autoridades españolas.

Al margen de las motivaciones que tuviera Rufino Torres (que ya había empezado a publicar algunos libros como Ediciones R. Torres) tras una reunión con Martínez Guerricabeitia durante la Feria del Libro de Frankfurt de 1976 llegaría a convertirse en coeditor de Trotski, concretamente de los dos volúmenes de sus Escritos militares, así como del Diario de la Revolución Cubana de Carlos Franqui (1921-2010). No está mal, tratándose de un ex guardia civil.

Fuentes:

Jordi Cornellà-Detrell, «Estratègies contra la censura durant el período democràtci: reedició, reescriptura i polítiques editorials», en Montserrat Bacardí i Pilar Godayol, Traducció i franquisme, Lleida, Punctun-Grup d’Estudi de la Traducció Catalana comntemporània (Visions 8), 2017, pp. 121-137.

—«La circulación de libres clandestins durant el franquisme», Querol, núm. 22 (2018), pp. 44-50.

Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico, Barcelona, Anagrama (Argumentos 247), 2000.

Domingo Marchena, «El señor de los libros», La Vanguardia, 21 de abril de 2015.

Ana Martínez Rus, «Ni rojos ni ateos: las difíciles relaciones editoriales entre la España franquista y el exilio argentino», Kamchatka. Revista de análisis cultural núm. 7 (junio de 2016).

Núria Navarro, «Escondía los libros en un armario con doble fondo» (entrevista a Eduardo Beneyto), El Periódico, 21 de noviembre de 2010.

Carlos Prieto, «Los papeles secretos del Opus Dei: de las confidencias “salvajes” a la maleta del 23-F», El Confidencial, 10 de marzo de 2018.

Redacción, «Muere Eduardo Fidalgo, defensor y amante de los libros», El Periódico, 18 de abril de 2015.

Joaquín Almendros y Aristeo Andrés en Chile: la librería Séneca

En una entrevista al magnate de las librerías chilenas Juan Aldea Vallejos, creador de la Feria Chilena del Libro (que en los dieciséis locales que en 2015 tenía por todo el país, concentraba el 40% las ventas en Chile), se cuenta que, tras hacer sus pintos como poeta, su entrada en el negocio de los libros se produjo «apadrinado por los refugiados españoles Joaquín Almendros y Aristeo Andrés [Cercós]», propietario y gerente, respectivamente, de la librería Séneca. Allí, en un primer momento como contador y más adelante como librero, aprendió Aldea Vallejos «los trucos del oficio», hasta que decidió establecerse por su cuenta y riesgo.

Joaquín Almendros.

De la trayectoria en el mundo del libro del editor, librero y distribuidor Joaquín Almendros (1904-¿?) son conocidos unos cuantos datos que permiten trazar una imagen de la misma, aunque sea incompleta, pero menos conocida es la enigmática historia de su socio en la librería Séneca, al igual que Almendros llegado a Chile como exiliado a bordo del legendario buque Winnipeg (que atracó en Valparaíso la noche del 2 de septiembre de 1939).

Algunos datos acerca de la actividad de Andrés Cercós durante la guerra civil española de 1936-1939 pueden recabarse de los ejemplares del Diario Oficial del Ministerio de Defensa republicano. De ellos se extrae que en junio de 1937 servía en el Batallón Montaña número 4, y el 17 de ese mismo mes fue ascendido a teniente de Infantería y destinado a la recién creada 97 Brigada Mixta del Ejército Popular de la República (constituida en las inmediaciones de Cartagena con mozos de los remplazos de 1932 a 1935), que partió de Almería con destino al frente de Teruel como unidad de refuerzo. Durante el verano de ese mismo año intervino en el fallido intento de recuperar las localidades de Villastar y Fuente Artesa y posteriormente sufrió muchas bajas por enfermedad y congelación como consecuencia del rigor de la batalla de Teruel (diciembre 1937-febrero 1938). Sin embargo, el 28 de diciembre de 1937 Aristeo Andrés Cercós había sido destinado al CRIM número 18 de Tarragona, y el 31 de mayo seguía en ese destino, pues según dice una circular con esa fecha firmada por el subsecretario de Defensa Antonio Cordón (1895-1969/1971): «He resuelto dejar sin efecto el destino adjudicado por orden circular de 16 de abril pasado (D. O. núm. 94) al teniente de INFANTERÍA profesional D. Aristeo Andrés Cercos, quedando subsistente el asignado al Centro de Reclutamiento, Instrucción y Movilización núm. 18 (Tarragona), por circular de 24 de diciembre anterior (D. O. núm. 311)».

En ese mismo periodo, Joaquín Almendros estaba también en Cataluña, donde fue el único representante de la Federación catalana del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) en el primer Comité Ejecutivo del PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya), partido creado el 24 de julio de 1936 y en cuyo comité estaban representados también la Unió Socialista de Catalunya (por Joan Comorera, como secretario general, y Pau Sirera), el Partit Comunista de Catalunya (por Miquel Valdés, Feilp Garcia y Pera Arcadia) y el Partit Català Proletari (Artur Cussó y Lluis Álvarez). Almendros fue durante la guerra secretario militar del PSUC y comisario de guerra del Ejército del Este —en los años setenta publicó unas memorias sobre esta época, Situaciones españolas, 1936-1939: el PSUC en la guerra civil (Dopesa, 1976), que en general no cuenta con mucho crédito por parte de los historiadores—, y no es demasiado arriesgado suponer que, si no fue ya a bordo del Winnipeg, por aquel entonces coincidiera con Aristeo Andrés Cercós.

Al poco tiempo de llegar a Santiago de Chile, Almendros empezó a trabajar como comercial y distribuidor para la revista y editorial Ercilla (jefe de circulación y propaganda), cuya revista homónima dirigía de facto el escritor peruano y político del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) Manuel Seoane (1900-1963) —aunque por ley un extranjero no podía figurar como director de un medio de comunicación—, que también se encontraba exiliado en Chile. Así lo contó el periodista Hernán Millás (1921-2016) ya a principios de los años noventa:

Tenía treinta y siete años cuando se embarcó [en el Winnipeg]. Era técnico en perforaciones mineras. Pero a los pocos días de llegar a Chile tropezó con Manuel Seoane (un peruano, otro exiliado), que era director de la revista Ercilla, y cambió la prospección por los libros. Tanto le apasionaron, que después se instaló con la librería Séneca, y más tarde fundó la editorial Orbe. […] Aún recuerdo con simpatía a este conversador andaluz [había nacido en Linares, Jaén] en el altillo gerencia de un local de la Galería Imperio, desapareciendo entre rumas de libros.

Por su parte, en un artículo de Liballe publicado en 1972 en el periódico chileno La Nación y dedicado a Joaquín Almendros, se cuenta del siguiente modo la relación entre ambos exiliados:«El periodista peruano había conocido al padre de Joaquln en Buenos Aires, cuando la familia Almendros estuvo exiliada en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera. Seoane sufría, a su vez, el exilio por Ia dictadura de Sánchez Cerro en Perú».

No está del todo clara la cronología de los acontecimientos, pues ya en 1941 aparecían libros de Ediciones Orbe. De ese año son, por ejemplo, Quince poetas de Chile, de Carlos Réné Correa (1912-1999), Cabo de Hornos, de Francisco Coloane (1910-2002) y con prólogo de Mariano Latorre (1856-1955), Ahumada 75, del boliviano Luis Toro Ramallo (1899-1950) e Historia de una derrota (25 de octubre de 1938), del escritor y por entonces diputado Ricardo Boizard (1903-1983), que dan buena muestra de la variedad de géneros que desde un principio acogió Orbe. Sin embargo, al parecer Almendros no adquirió la editorial hasta 1945 (de manos de Vega y Kamisnky).  Y unos pocos años antes, por lo menos antes del verano de 1944, estaba ya activa la Librería Orbe (en San Antonio 212), que se anunciaba como especializada en «ediciones chilenas, figurines y novedades extranjeras».

Al parecer, antes incluso de tomar los mandos de Orbe había fundado Almendros una librería llamada Mundi, pero en 1944 la vendió y creó la Séneca, domiciliada en Huérfanos, 836, a cuyo frente puso como gerente al eximilitar profesional Aristeo Andrés Cercós.

Según cuenta Aldea Vallejos en la entrevista mencionada, entre los clientes más o menos habituales de la Séneca se encontraban los escritores Mariano Latorre, Manuel Rojas, María Luisa Bombal (de quien Almendros se convirtió más adelante en editor), Benjamín Subercasseaux y Pablo Neruda (que, al parecer, casi nunca compraba nada en esa librería pero la frecuentaba).

Sin embargo, mediada la década Joaquín Almendros pasó a México, y ya en el año 1944 está fechada la edición mexicana en Orbe de la novela Caravana nazarena. El sudor de sangre del antifascismo español, del anarcosindicalista y escritor Ángel Samblancat (1885-1963). Al parecer, según el ya mencionado artículo en La Nación:

El editor tuvo que huir de nuestra tierra durante el gobierno de Gabriel González Videla, antes de ser detenido acusado de actividades extremistas Eran los tiempos de la Ley de Defensa de la Democracia y de la ofensiva anticomunista y Almendros, como muchos otros intelectuales de avanzada, traspasó las fronteras en forma clandestina, fue detenido en Bolivia, remitido a Perú y asilado en México.

De la actividad posterior del gestor de la librería Séneca, la única pista hallada hasta el momento es el registro de una edición del Libro de Buen Amor, en una versión modernizada y versificada por Clemente Canales y con un estudio preliminar de María Cristina Vergara, que publicó en Santiago de Chile la Editorial Renacimiento en su colección Delfín en 1980 (según indica José Jurado en Bibliografía sobre Juan Ruiz y su Libro de Buen Amor [CSIC, 1993]), que al parecer incluye en sus páginas 23 a 25 un breve prólogo de Aristeo Andrés Cercós.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, vol. 1 (Abad-Casalduero), Sevilla, Renacimiento (biblioteca del Exilio 30), 2016.

Diario Oficial del Ministerio de Defensa, 1936-1939.

Fernando Larraz, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio 36), 2018.

Liballe, «Joaquín Almendros: «Soy mucho más que un editor»», La Nación, 8 de octubre de 1972, p. 4.

Hernán Millás, Habráse visto, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1993.

Juan Carlos Ramírez, «Juan Aldea, dueño de la Feria Chilena del Libro: Las batallas del librero más antiguo de Chile», La Segunda, 23 de enero de 2015.

Un impresor de Granollers que contribuyó a modernizar las imprentas colombianas y chilenas

En su concienzudo estudio de la editorial Pòrtic, Mireia Sopena dedica en un interesante capítulo sobre «La editorial, de puertas adentro» unas líneas a uno de los colaboradores de Josep Fornas (n. 1924) en esta editorial que difícilmente pueden dejar indiferente a quien se interese por el mundo del libro. En apenas tres párrafos,  Sopena consigna las vertientes de periodista, narrador, cineasta, político, gestor cultural e impresor de Miquel Joseph i Mayol (1903-1983), un personaje sin duda fascinante. Los testimonios orales permiten incluso a Sopena precisar que en Pòrtic se le tenía por un hombre de una gran formación, «muy interesante y muy culto» (Fornas) y por «una gran persona, de un trato exquisito» (el corrector Jordi Pla [1923-2006]), pero también que durante los meses de 1973 y 1974 que trabajó para Pòrtic acudía a las oficinas de Via Laietana sólo por las mañanas y que sus tareas consistían en ocuparse de la producción y asesorar a Fornas en cuestiones de impresión.

Miquel Joseph i Mayol.

Sin embargo, fue el historiador Josep Grau quien acometió el trabajo más exhaustivo y escrupuloso hasta la fecha acerca de Miquel Joseph i Mayol, y a la vista de su espléndido trabajo a nadie extrañará que esas fueran las funciones de Joseph i Mayol en la editorial de Fornas, pues estuvo en contacto con las imprentas desde su más tierna infancia y se mantuvo toda la vida cerca de ellas.

Hijo de Jaume Joseph i Viladerbó (1866-1951), que se había iniciado como aprendiz de imprenta antes de poder crear en su Granollers natal la Impremta La Indústria, a los diecisiete años Miquel ya publicaba sus primeros relatos y artículos periodísticos en algunas de las publicaciones periódicas que imprimía su padre, como La Revista Literària de Granollers (1919-1921) y más tarde en el primer diario de la ciudad, Diari de Granollers, hasta que en 1930 fundó su propio periódico, Crónica.  El año siguiente daba el salto a Barcelona, donde estrenó una obra teatral, creó la Revista de la Llar y en 1931 publicó el relato Un adolescent fet home en los talleres gráficos NAGSA, donde se imprimían también las revistas Imatges y D’Ací  i d’Allà (en las que, al parecer, colaboró).

De esta única incursión en la narrativa de ficción de Joseph i Mayol se publicó en la influyente Revista de Catalunya una crítica en septiembre de 1931 en la que se la describía como «una novela de ambiente cosmopolita que pone de manifiesto ciertas aptitudes del autor para escribir narraciones entretenidas», pero censuraba sin paliativos la prosa («embrionaria») y el deficiente dominio de la lengua: «La prosa catalana hace ya bastante tiempo que ha salido de la infancia como para que un autor pueda permitirse aún este tipo de balbuceos».

Nació por aquellos años un intenso interés de Joseph i Mayol por el cine que le llevó a ser nombrado en 1932 secretario interino del Comitè de Cinema de la Generalitat y a publicar innovadores ensayos sobre el poder pedagógico del cine en el Butlletí dels Mestres, y sobre la organización de la industria en Cinegramas y Arte y Cinematografía, pero sobre todo a dirigir algunos cortometrajes ─en muchos casos hoy desaparecidos─, como Els camins d’en Serrallonga y Elx, simfonia de palmeres o, en colaboración con Albert Grasset, algunos musicales, como La maja y el abanico o Si yo supiera escribir.

Simultáneamente se convertía en un importante promotor cultural, primero participando en el Museu de Granollers y, ya durante la guerra, inventariando y catalogando el patrimonio cultural incautado como funcionario de la Conselleria de Cultura de la Generalitat de Catalunya, además de intervenir en la organización de la Exposición de Arte Catalán en París en 1937 en el Jeu de Paume y participar en la junta de gobierno de la Cambra Oficial del Llibre de Barcelona, y al concluir la guerra, organizar la famosa salida del país en bibliobús de los miembros de la Institució de les Lletres Catalanes (Mercè Rodoreda, Francesc Trabal, Joan Oliver, etc.).

Miquel Joseph i Mayol.

Gracias a la colaboración del pedagogo y escritor Pau Vila (1881-1980), que había vivido en Bogotá y conocía al presidente Eduardo Santos (1888-1974), tanto Joseph i Mayol como el pintor Ignasi Mallol (1892-1940) ─hombre clave en la conservación del patrimonio artístico y cultural tarraconense durante la guerra─ y el filósofo y escritor Josep Maria Capdevila (1892-1972), los tres tuvieron Colombia como primer país de residencia al exiliarse, donde se les garantizó un puesto de trabajo en el sistema educativo. Mientras que Mallol murió poco después y Capdevila impartió literatura y filosofía en la Universidad de Popayán (luego en la de Santiago de Cali), Joseph y Mallol se convirtió inicialmente en asesor del Departamento de Cinematografía Educativa del Ministerio de Educación colombiano, pero ya en 1940 fundó con un socio una imprenta que no tardó en contar entre sus clientes con los principales periódicos bogotanos, El Tiempo y El Espectador, e incluso rechazó la oportunidad de convertirse en distribuidor de Xerox para poder así seguir vinculado a la impresión.

En el ámbito del cine, en 1944 abandonó a medio rodaje un encargo de Patria Films para rodar una película basada en la vida de la heroína de la independencia Antonia Santos, y cuatro años más tarde vendió su parte en la imprenta para pasar a dirigir la Dirección de Extensión Cultural y Bellas Artes del Ministerio de Educación.

Como consecuencia, al parecer, de una trombosis, decidió trasladarse a un país a menor altitud, y fue entonces cuando recaló en Santiago de Chile, donde una de sus primeras ocupaciones fue la importación y distribución de maquinaria destinada a la industria gráfica, pero en los sesenta vuelve a desplazarse, en este caso a Panamá, donde funda la imprenta Industrial Gráfica, S.A. (IGSA), que en 1962 compró una notable cantidad de material procedente de la empresa Importadora Balboa, S. A. (que se encontraba en liquidación) y no tardó en convertirse en una de las imprentas más importantes del país.

Entre 1966 y 1974, Joseph y Mayol hizo una larga estancia en Barcelona, durante la cual llevó a cabo la colaboración con la editorial Pòrtic que detalla Mireia Sopena, y en 1977 regresó de nuevo y, muerto Franco, en septiembre de ese año decidió solicitar de nuevo un documento de identidad nacional. Fue en esta etapa cuando aparecieron sus libros (casi todos en Pòrtic), algunos de ellos referencia en su materia, como Iberoamércia, continent de l’esperança (1969), La imprenta del meu pare. El regionalisme a la comarca (1970), El salvament del patrimoni artístic català durant la guerra civil (1971), Opus IV. Éxode de 1939. De retorn a Catalunya (1974) y sobre todo, para lo que aquí interesa, Com es fa un llibre. Diccionari de les arts gràfiques (1979, reeditado en 1991).

Fuentes:

Josep Grau, «Miquel Joseph i Mayol: vida i obra d’un granollerí singular».» Ponències Anuari del Centre d’Estudis de Granollers 2007, pp. 77-114.

Mireia Sopena, Editar la memòria. L´etapa resistent de Pòrtic (1963-1976), Barcelona, Publicacions de l´Abadia de Montserrat (Biblioteca Serra d´Or 366), 2006.

Catalonia, la librería y la editorial chilenas

Al pueblo chileno, que a tantos intelectuales catalanes acogió en 1939

Apenas iniciada la primera década del siglo XXI, se abrió en Santiago de Chile una librería cuyo nombre remitía de inmediato a una de las más míticas e influyentes de cuantas estuvieron en activo en Barcelona durante la Segunda República, Catalonia. La Catalonia catalana la había fundado el luego famoso impulsor de Editorial Sudamericana, Antoni López Llausàs (1888-1979), asociado a Manuel Borràs de Quadras y al más tarde editor de la legendaria Selecta Josep Maria Cruzet (1903-1962). Sucedía esto en 1924 e inicialmente con sede en la plaza Catalunya, en lo que hasta entonces había sido un comercio de material eléctrico, y enseguida empezó a destacar como una librería moderna, entre cuyas peculiaridades estaba la posibilidad de hojear los libros, dispuestos contra lo que era habitual en mesas en lugar de en anaqueles, y la musculosa actividad cultural que generó, incentivo y promovió (conferencias, debates, lecturas, presentaciones de libros…). Hay testimonio gráfico del enorme despliegue que solían llevar a cabo con motivo del Día del Libro, pero todo eso concluyó como consecuencia del resultado de la guerra civil española, tras la cual se vio obligada a cambiar su nombre por el de La Casa del Libro.

La Catalonia barcelonesa.

Tendrían que pasar casi sesenta años para que alguien les tomara el relevo. Unos pocos años antes de la creación de la Catalonia barcelonesa, en 1918, había llegado la luz a lo que a principios de siglo era una zona del sector oriente de Providencia (en Santiago de Chile), donde existía un famoso establecimiento de restauración con música y baile regentado por unas hermanas (las Urbinas), en el que solían detenerse los habitantes del centro que salían hacia la periferia en busca de espacios más abiertos y rurales. De estas hermanas procede el nombre de la calle en la que estaban, el callejón de las Urbinas, donde, pasado el tiempo y modernizada la zona, en el año 1996 Drina Beovic Gómez (1948-2001), a quien su hija Laura Infante Beovic recuerda como «muy sociable y alegre», decidió fundar la librería Catalonia.

Drina Beovic.

La web de esta librería, que en los años noventa llegó a disponer de cuatro establecimientos diseminados por la capital chilena, pone claramente de manifiesto la voluntad de dar continuidad al proyecto catalán:

…desde su comienzo intentó recoger la tradición de la mítica librería barcelonesa de la plaza Cataluña, en España. En su inicio, la librería desarrolló una importante difusión de catálogos de editoriales hasta entonces desconocidas para el lector chileno, y se destacó por la gran cantidad de actos culturales que buscaban vincular al lector y al autor. Llegó a tener cuatro locales de venta existentes en los noventas, lo que la posicionó como una de las librerías más importantes de la capital.

A la muerte de la fundadora, la librería vivió una etapa de cierta languidez, ya con sólo la sede de Las Urbinas en pie, pero mientras tanto el editor de la diáspora Arturo Infante Reñasco, hermano menor del poeta Sergio Infante Reñasco, había creado a finales del año 2003 la Editorial Catalonia, que se presenta como «una empresa chilena, independiente, de vocación literaria y cultural». Sergio Infante, que huyendo de la dictadura de Pinochet se había establecido en Barcelona, cuando fundó la editorial Catalonia tenía ya una larga trayectoria en el mundo editorial, que había iniciado en 1974 en Seix Barral, después de haberse licenciado en filología hispánica en la Universitat de Barcelona. Posteriormente, además, había dirigido la sede bonaerense de esta editorial, de donde pasó a dirigir la del Grupo Planeta en la misma ciudad hasta que regresó a Chile para fundar y dirigir la estructura de Editorial Sudamericana (que por entonces dirigía la nieta de Antoni López Llausàs, Gloria Rodrigué) en Chile, hasta el momento en que Sudamericana fue subsumida en lo que por entonces era el Grupo Random House- Mondadori (hoy Penguin-Random House).

Antes de que terminara 2003 aparecían en la Editorial Catalonia la Historia de Chile desde la invasión incaica hasta nuestros días, de Armando de Ramón (1927-2004), Premio Nacional de Historia en 1998 y conocido sobre todo por sus obras sobre historia del urbanismo; Chile, un país dividido, del profesor y luego diplomático Carlos Huneeus e Historia de los antiguos mapuches del Sur, del antropólogo José Bengoa, que obtuvo por él el Premio Municipal de Literatura, pero también los menos académicos Diario enamorado, del veterano poeta y ensayista Armando Uribe Arce, y Las diez cosas que un hombre en Chile debe hacer de todas maneras, de la periodista Elizabeth Subercaseaux (cuya carrera en la ficción había iniciado en 1986 con el libro de relatos entrelazados Silendra, publicado por Ediciones del Ornitorrinco) y sobre todo, Allende, cómo la Casa Blanca provocó su muerte, de la periodista y escritora Patricia Verdugo (1947-2008), cuyo resonante éxito permitió asentar los pilares de una labor a más largo plazo.

Progresivamente, desde la historia y las ciencias políticas, el foco de Catalonia fue abriéndose a las crónicas y libros de testimonio, la filosofía, la investigación periodística y, en el ámbito de la ficción, a la narrativa, la poesía y el libro infantil. Y, además de ser fiel editor de alguno de los autores iniciales, como es el caso Bengoa (El tratado de Quilín, 2007, y la reedición de Mapuche, colonos y el Estado nacional, 2014), ha incorporado a su catálogo a escritores de prestigio como, entre otros muchos, la antropóloga Sonia Montecino (Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 2013), a quien entre otros libros publicó una reedición ampliada y actualizada de Madres y huachos, alegorías del mestizaje chileno (2007), el filósofo Humberto Giannini (1927-2014), también galardonado con el Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (en 1999) y que con La metafísica eres tú (Catalonia, 2007) obtuvo el Premio Nacional del Libro y la Lectura 2008 y el Premio Altazor de Ensayo 2009, o el abogado y escritor comunista Volodia Telteiboim, a quien en 2004 le publicaron Neruda 100 Multiuso/Todoterreno.

Paralelamente al crecimiento del catálogo de la editorial, Catalonia se convirtió además en una de las distribuidoras de referencia para las editoriales españolas, y gestiona por ejemplo los catálogos de Blackie Books, Comanegra, Candaya, Plataforma Editorial, Claret, Serres, así como sellos de varios países latinoamericanos (Brujita de Papel, Latin Books, Peisa, Libros de la Araucaria, Losada…).

Al iniciarse la segunda década del siglo, la librería recibió un nuevo impulso, se revitalizó y modernizó, abrió en 2015 una sucursal en Santa Isabel (también en Providencia), empezaron a organizar encuentros, debates, talleres y uno de los primeros y más importantes clubs de lectura de Santiago de Chile, dirigidos por la profesora de Letras María José Navía y el pedagogo y librero de la Catalonia Gerardo Jara, en los que la inscripción a los mismos consiste en la compra del libro que se comenta y que no tardó en ramificarse en tres: un club de poesía, a cargo del editor y profesor de literatura James Staig, otro de narrativa y un tercero de ensayo feminista, dirigido o coordinado por la historiadora, biógrafa y editora de contenidos de Memoria Chilena María José Cumplido, autora de Chilenas (2017), Chilenas rebeldes (2018), Chilenas rebeldes 2 (2019).

Al frente de esta renovación y ampliación, cuando se cumplían diez años de la muerte de Drina Beovic, estaban sus hijas Catalina (también editora en Catalonia) y Laura Infante Beovic, así que no sería de extrañar que quizás algún día Las Urbinas se conozca como las Infante Beovic…

Fuentes:

Web de la Librería Catalonia

Web de la Editorial Catalonia

Martí Crespo, «Unes llibreries Catalonia a 11.000 km, de Barcelona», Vilaweb, 5 de septiembre de 2019.

Vale Lopresti Fuenzalida, «El boom de los clubes de lectura en Chile explicado por un librero», El Definido, 14 de mayo de 2014.

Tamy Palma, «Laura Infante: “Mi mamá murió el día de mi cumpleaños» (entrevista), La Tercera, 29 de marzo de 2019.