La Colección Penélope y los antecedentes de la editorial Planeta

En el año 1949 aparecía en la por entonces recién creada Editorial Planeta una novela de Margaret Simpson titulada Demasiado tarde…, que se anunciaba como primer número de una flamante Colección Penélope. La traducción de este libro se atribuía a Matias Tieck, que no parece que firmara ninguna otra traducción, se imprimió en las barcelonesas Gráficas Londres y se encuadernó en tapa dura con una sobrecubierta ilustrada (con no mucho acierto en cuanto a la legibilidad del nombre de la autora). Unos cuantos años más tarde, en 1956, ese mismo libro aparecería en otra colección de Planeta, Goliat, y aún se reeditaría en la misma editorial en 1967. También la segunda novela de Margaret Simpson en Penélope se publicó ese año 1949, Ana Isabel, en este caso traducida por Victor Scholz, que fue un prolífico traductor de novela romántica decimonónica que el año anterior había visto salir en Ediciones Reguera su versión de El Nabab, de Alphonse Daudet, y que más tarde traduciría a Thomas Mann, Lewis Sinclair y Boris Pasternak, entre otros, lo que le acreditaría (si traducía de las lenguas originales) como un sorprendente políglota.

Ese mismo año 1949 se añadirían a la Colección Penélope nuevos títulos ‒ninguno de ellos muy a menudo recordados a día de hoy‒, todos ellos impresos en la mencionadas Gráficas Londres. Es el caso por ejemplo de Esta es mi cosecha, una novela firmada por un también incógnito Lee Atkins, y en este caso traducida por Mary Rowe (conocida en esos años como traductora de Tres soldados, de John Dos Passos, para José Janés, más que por algunas novelas propias que había publicado en las editoriales Betis, Molino y Clíper).

De Mildred Masterson Mac Neily (1910-1997), que al año siguiente publicaría en inglés su única novela relativamente famosa (Each Bright River), aparecería también en 1949 en Penélope la novela La última esperanza, traducida de nuevo por Victor Scholz. Asimismo, entra en el catálogo de Penélope Locura de reina, de la también novelista estadounidense Elswyth Thane (1900-1984), quien en los años inmediatamente posteriores vería traducidas al español El gran anhelo (Mateu, 1950, en traducción de Ballester Escalas, recordado por su traducción de Alicia en el País de las Maravillas, también en Mateu) y La moza Tudor (Planeta, 1956, en versión de Herta M. E.). Quizá venga a cuento recordar que en alguna ocasión José Manuial Lara Hernández declaró que quien le había sugerido que se dedicara a la edición de libros, si quería ganar dinero, fue precisamente Francisco Fernández Mateu.

A estos títulos hay que añadir aún Caballero sin espada, de Lewis R. Foster (1898-1974) y traducida por Fernando Arce Solares, en cuya sobrecubierta aparece una imagen claramente inspirada en el cartel cinematográfico de la película que a partir de esta narración había dirigido diez años antes (en 1939) Frank Capra, con James Stewart y Jean Arthur como protagonistas. El hábito de aprovechar las imágenes cinematográficas se hizo enseguida muy habitual cuando se daba la ocasión, no sólo en Planeta, sino también en muchas otras editoriales barcelonesas del momento.

Pero sobresale en este primer año de la Colección Penélope de Planeta la única novela escrita originalmente en español, Nina, de la poeta y narradora Susana March (1915-1990). La muy precoz escritora barcelonesa (en 1932 ya publicaba poemas en el periódico La Noticia y La dona catalana y en 1938 apareció su poemario Rutas con pie de la Imprenta y Librería Aviñó) llevaba ya casi una década casada con el también escritor y pionero del tremendismo literario Ricardo Fernández de la Reguera (1912-2000), que años más tarde entraría a formar parte del jurado del Premio Planeta, pero seguía publicando novela rosa para, según sus propias declaraciones retrospectivas, «equilibrar [su] presupuesto económico de joven recién casada en los duros tiempos de posguerra española». Sin embargo, el gran éxito de Susana March en el campo de la narrativa se produciría bastantess años después con Algo muere cada día, publicada a principios de 1955 en Planeta y traducida al francés, el alemán y el ruso, y considerada en su momento por José Luis Cano como un ejemplo de la preeminencia de la mujer en la corriente del tremendismo (con Los Abel, de Ana María Matute, y Juan Risco, de María Cajal). Con todo, Susana March no llegó nunca a ocupar un puesto destacado en la historia de la novela española, si bien Círculo de Lectores recuperó esta novela en 1969.

La colección Penélope no tuvo continuidad más allá de 1949, acaso porque existían otras editoriales que estaban publicando con mejor gusto y más visión comercial novelas específicamente destinadas a las lectoras, pero lo que tal vez sea menos conocido es que esta colección sí tenía un antecedente, cuya creación en ningún caso cabe atribuir a José Manuel Lara, y que la numeración de los títulos en su continuidad en Planeta puede llevar a confusión.

En 1942 había aparecido una traducción de Climas, de André Maurois (1885-1967), en una Colección Penélope encuadrada en la Editorial Tartessos de Félix Ros (1912-1974), y de hecho se especificaba que era este periodista, poeta y traductor falangista el director de la colección. Al parecer, cuando compró Tartessos la intención de Lara parecía, pues, dar continuidad a la labor que en ella se venia haciendo, pero no se explica muy bien por qué no lo hizo de inmediato y tardó tanto tiempo en recuperar el nombre de esta colección. En el caso de Climas, se trataba de un libro relativamente lujoso, encuadernado en tapa dura y con sobrecubierta, con las guardas ilustradas, con el canto superior tintado y con algunas ilustraciones a plumilla en el interior. La traducción era la del prolífico grafómano Juan Ruiz de Larios y las ilustraciones obra de José Picó Mitjans (1904-1991), quien antes de la guerra ya se había hecho un nombre como dibujante en revistas «galantes» o tímidamente sicalípticas de los años veinte (como Cosquillas o Varieté). Nada que ver con lo que serían los libros de Penélope en manos de Lara. 

En la misma colección Penélope de Tartessos aparece también en 1942 la traducción de Alberto Gracián de Clara, entre los lobos, del cineasta, periodista y escritor italiano Arnaldo Fratelli (1888-1965), quien en 1939 había obtenido con ella un ex aequo en el Premio Viareggio. En este caso las ilustraciones de la edición son obra de Joan Fors, por entonces un habitual de las ilustraciones para libros pero que entró hasta el fondo de la memoria de los españoles por haber creado la imagen publicitaria de los productos de limpieza Netol. Al año siguiente aparecieron dibujos suyos en la edición de publicada por la editorial Olimpo de la obra de José María García Rodríguez La Gracia en la locura (enamorados, locos y bufones), que se imprimió en la Clarasó y para la que diseñó y realizó también la ilustración de sobrecubierta. En la misma colección de la editorial Olimpo, la Biblioteca Pretérito, aparecería al año siguiente, también con ilustración de sobrecubierta de Fors, Elisabeth Vigée Le Brun. Pintora de reinas, de Laura de Noves.

No es frecuente evocar los inicios de Lara previos a la creación de Planeta, pero en ellos, como ejemplifica el caso de la colección Penélope creada por Félix Ros, se encuentran muchos hilos de los que después tirará. Es también el caso de su intención de triunfar económicamente con la publicación de autores españoles, que más allá del libro mencionado de Susana March, se había manifestado también con el sabadellense Bartolomé Soler (1894-1975).

Pese al tremendo éxito que Soler había tenido en Hispanoamericana de Ediciones en 1945 con La vida encadenada, de la extensa novela que le publicó Lara en 1946, Karú Kinká (ambientada en la Patagonia), vendió al parecer unos quinientos ejemplares. Aun así, a Bartolomé Soler lo había publicado por primera vez José Manuel Lara en la colección Nuevos Horizontes, perteneciente a la efímera Editorial LARA, con sede en el número 72 de la calle Bruch, donde, además de Lara, trabajaba el profesor republicano Francisco Ortega como corrector y Angelita Palacios como secretaria (además de un chico de los recados no identificado). Esa misma novela de Soler volvió a publicarla Lara en Planeta en 1954. Y en LARA se publicó también al periodista de Terrassa (lo que puede tener su gracia para los vallesanos, que conocen bien la tradicional rivalidad entre las dos capitales de comarca, Sabadell y Terrassa) Luis Gozaga Manegat (1888-1971). Manegat había sido en su ciudad natal director de la revista infantil Alegria, nacida en 1925 en los círculos primorriveristas con el expreso propósito de combatir a la celebérrima En Patufet y cuyo mayor mérito es quizás haber albergado ilustraciones del pintor uruguayo Rafael Barradas (1890-1929) y algunas de las escasas ilustraciones que se le conocen al filólogo y editor Francesc de Borja Moll (1903-1991). En LARA, Manegat (que había sido director de la revista Mundo Católico y en 1940 había publicado en la Librería Araluce Muy falangista) publicó, en fecha imprecisa pero antes de la venta de esta editorial a José Janés, Luna roja en Marrakex [sic], que en 1947 aparecería en traducción al francés gracias a la librería y editorial creada en Ginebra por Jean-Henri Jehebe (1866-1931).

La intención de Lara de publicar a autores españoles venía de lejos, pues, y había cosechado sonados fracasos. En cualquier caso, quizá una mirada más profunda a esos años iniciales de Lara en el campo de la edición, además de subrayar sus vínculos con los periodistas y los políticos más rancios de su tiempo (por mucho que empleara a izquierdosos), ponga de manifiesto y permita reseguir su aprendizaje en el ámbito de los negocios, porque al parecer en el del criterio literario y estético su inanidad era innata.

Tiempo, con la familia Lara en segundo plano y su editorial al fondo

Cuando alguien ve en la carta de un bar o restaurante «bistec con patatas fritas», es lógico que sus expectativas lo lleven a interpretar que se le ofrece un plato con un buen pedazo de carne bovina y unas patatas de acompañamiento, aun a riesgo de que se trate de patatas congeladas y al margen de la calidad de la carne. Por tanto, se sentirá muy defraudado si le ponen delante un plato a rebosar de patatas y, casi oculto entre ellas, un minúsculo y anónimo trozo de carne indocumentada, aun en el supuesto de que la calidad de la carne fuese excelente. Del mismo modo, ante un libro que lleva por título Los Lara y como subtítulo Aproximación a una familia y a su tiempo, el lector tenderá a esperar una biografía coral de los Lara, contextualizada en su tiempo. Y no es este el caso.

Es muy probable, además, que los estudiosos e interesados en el mundo del libro se acerquen a este volumen de José Martí Gómez con la esperanza de encontrar en él algún dato, documentación o interpretación original referidas a la historia de lo que sin duda es una de las editoriales y grupos editoriales más importantes en la historia del sector del libro en lengua española; en tal caso, el sentimiento de decepción está doblemente asegurado.

Por ejemplo, es muy probable que resulte descorazonadora la escasa atención que se dedica a la infancia, juventud y a los primeros años como editor de José Manuel Lara Hernández, la ausencia de la más mínima referencia al papel del agente literario y traductor Ferenc Oliver Brachfeld en estos inicios aun cuando fue pieza fundamental en ellos, la apresurada manera en que se cuenta la venta de la editorial L.A.R.A., hasta tal punto que resulta imposible saber por qué quien la compró (el editor Josep Janés) se refería a ella como Los Autores Realmente Antifascistas, y sin mayor alusión, además, al controvertido compromiso de Lara Hernández de no volver a dedicarse al negocio editorial. También sorprenderá, al tipo de lector antes descrito, descubrir que en este libro, aparte de Rafael Borrás Betriu (y básicamente para citar sus memorias), no tienen apenas ningún papel los editores y asesores más conocidos de Planeta, como es por ejemplo el caso de Manuel Lombardero, Sílvia Bastos, Pere Gimferrer o, particularmente, una figura tan importante como Carlos Pujol, que paradójicamente, durante varios años publicó en La Vanguardia unos espléndidos y utilísimos resúmenes de carácter general de las obras presentadas al Premio Planeta. Si se trata, como algunos detalles permiten suponer, de una obra de encargo o de una biografía autorizada y supervisada, es una lástima que no se haya sacado mayor provecho a los archivos de Planeta, ni a los epistolarios que se puedan conservar, que consta que en alguna medida existen.

Ferenc Ooliver Brachfeld.

En una crítica más bien severa del libro de Martí Gómez publicada el 2 de agosto de 2019 en El Nacional y firmada por Gustau Nerín se señala que «muchos de los hechos reseñados en Los Lara son de difícil verificación, situándose entre la leyenda urbana y el hecho real. Hay otros muchos que, en realidad, ni siquiera atañen a los Lara.» Es incuestionable. Por un lado, porque un porcentaje altísimo de la información que Martí Gómez consigna procede exclusivamente de entrevistas grabadas a personas que, en muchos casos, de una manera u otra, pueden tener un recuerdo sesgado de lo que cuentan o una opinión mediatizada, o bien interesada, y que no se contrastan con otras fuentes que las podrían poner en cuestión. Por si esto no bastara, la ausencia de notas a pie de página o de bibliografía ‒ni siquiera índice onomástico‒ hace imposible comprobar la procedencia de muchas otras informaciones y datos que van condimentando los capítulos de Los Lara. El grado con que el autor saca rendimiento al montón admirable de entrevistas que ha realizado a lo largo de su brillante trayectoria periodística resulta a ratos abrumador, pero lo que resulta más irritante es la paja, esas derivas hacia episodios e informaciones que muy lejanamente colaterales ‒expuestos exhaustivamente y demasiado a menudo con prolijas citas de documentos‒ que poca o ninguna relación tienen ni con la editorial Planeta ni con ninguno de sus protagonistas principales. Pero esto mismo lleva al autor a confesiones que se hace difícil leer sin, cuanto menos, alzar una ceja: «Cuando José Manuel [Lara Bosch] se hizo cargo de la revista [Opinión] ya era difícil salvarla, pero lo intentó fichando a un nuevo director residente en Madrid. No recuerdo su nombre» (p. 129).

José Manuel Lara Hernández y Rafael Borràs Betriu.

La conjunción de hechos relevantes escamoteados y datos muy remotamente vinculados con la familia Lara y su labor empresarial hacen suponer que el editor del texto no ha hecho aquello que más a menudo suelen hacer y que a veces es imprescindible ni que sea por respeto al lector (suprimir pasajes irrelevantes que no aportan nada), y la explicación a ello es en ocasiones que el libro tenga un cierto número de páginas (291) que permita justificar un determinado precio de venta al público (21,50 €). Quizá sea esta una suposición muy osada, pero hay pasajes cuya presencia se hace difícil de justificar y que, en cualquier caso, hacen responsable del desequilibrio también al editor por no haberle puesto remedio. Valga como ejemplo la siguiente comparación referida a la manera de fumar de Juan José Mira (seudónimo con el que Juan José Moreno ganó el Premio Planeta en su primera edición), que lleva al autor a enzarzarse en una maraña de datos acaso curiosos pero más bien inoportunos e irrelevantes de un personaje que no guarda ninguna relación con los Lara:

Carlos Pujol Jaumandreu.

Fumaba mucho, sosteniendo el cigarrillo en posición vertical sin que cayese la ceniza, cosa que solo le he visto hacer a Ramón Mendoza, el presidente del Madrid, que se definía como un viajante distinguido que igual vendía compresas a mujeres de Nigeria que hacía de intermediario en la compra de petróleo en la Unión Soviética de Brézhnev, de ahí que gestionase la publicación en España de la hagiografía, que no biografía, del longevo dirigente de la URSS. (p. 22).

Más irritantes incluso son las veinticinco páginas dedicadas a evocar a cada uno de los ganadores y finalistas del Premio Planeta, cuando por otro lado no se aporta ninguna información nueva ni se aprovechan como sería deseable las dos tesis doctorales de que ya había sido objeto este premio. El crítico literario Fernando Valls, al reseñar Los Lara en el periódico Infolibre, señalaba además algunos errores de cierto calibre en estas mencionadas páginas (Lituma de los Andes per Lituma en los Andes, de Vargas Llosa, por ejemplo, o la afirmación de que Ángel Vázquez [1929-1980] desapareció del panorama literario tres ganar en 1962 el Premio Planeta, olvidando no solo la novela Fiesta para una mujer sola, sinó también la más exitosa La vida perra de Juanita Narboni, publicada precisamente por una editorial del Grupo Planeta, Seix Barral, y convertida en película por la cineasta marroquí Farida Benlyazid). Más llamativas incluso son otras erratas sobre les cuales advierte también Valls, como referirse reiteradamente al autor de La catedral del mar como Falcone (p. 283) o mencionar como la que invistió a Lara Hernández doctor honoris causa la inexistente «Universidad de Lebrija» (p. 103) en lugar de la madrileña Universidad Nebrija. La de Valls es una reseña por completo contrapuesta a la anteriormente mencionada de Nerín, pero aun así hay alguna que otra coincidencia: «El libro de Martí Gómez, en suma, tiene mucho interés y se lee con gusto, pues está escrito con fluidez y amenidad, aunque en algunos momentos me parezca que se va del tema. En otros, sepa a poco y debiera seguir ampliándolo para una posible próxima edición».

Pío Baroja y José Manuel Lara Hernández.

Cuatro páginas citando recuerdos de Antoni Castells sobre el pasado reciente de Cataluña y España (pp. 115-121), la reproducción literal de diez puntos expuestos por José Montilla sobre la situación económica en una conferencia (pp. 143-144), una extensa conversación con Carlos Güell (pp. 193-194), la reproducción (¿íntegra?) del documento «El papel del Estado en el mantenimiento del equilibrio económico territorial de España» (pp. 198-203) o una extemporánea conversación con Bibis Salisachs de Samaranch («No me gusta Ana Karénina. Considero que la protagonista es una estúpida. ¡Suicidarse por un adulterio!», p. 217) podrán valer como ejemplos de esta tendencia a irse por las ramas, de irse del tema; pero hay también otras citas excesivamente prolijas (como la entrevista de Xavi Ayén a la agente Carmen Balcells y José Manuel Lara Bosch publicada la Diada de Sant Jordi de 2003 en La Vanguardia, que ya empieza citando con errores de detalle [«Ustedes se deben haber enfrentado muchas veces» per «Ustedes se habrán enfrentado muchas veces»], pero que ocupa cinco páginas del libro de Martí Gómez [p. 162-167]).

José Manuel Lara Hernández.

Sobre la trayectoria de los Lara, también con una mirada más bien complaciente y de síntesis, resultará sin duda mucho más útil a quien se interese por la su trayectoria y su papel en el mundo de la edición el capítulo que le dedica Francesc Canosa en Capitans d’indústria (Mobil Books, 2013), aunque Martí Gómez sí que aporta más datos sobre la implicación de los Lara, sobre todo de Lara Bosch, en las organizaciones empresariales catalanas y sobre sus relaciones con los poderes mediáticos y políticos españoles. Pero, al fin y al cabo, quien se acerque a Los Lara con la pretensión de conocer la trayectoria de la editorial Planeta, las patatas apenas le permitirán ver el bistec.

Martí Gómez, José. Los Lara: aproximación a una familia y a su tiempo, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2019.

La Regenta, la censura y los editores de El Pedroso (Sevilla)

Leopoldo Alas (1852-1901).

A la memoria de Sergio Beser (1934-2010).

Hay quien todavía hoy se sorprende de que la censura franquista prohibiera la circulación de la que está ampliamente considerada la mejor novela española del siglo XIX, La Regenta (1885), de Leopoldo Alas (1852-1901), Clarín, pero lo cierto es que después de la guerra tuvieron que pasar más de quince años antes de que se autorizara su publicación, e incluso cuando se hizo, en 1946, sólo se autorizó como parte de una edición de lujo de las Obras selectas de Leopoldo Alas que llevó a cabo José Ruiz-Castillo. Es indudable que esta autorización respondía, por un lado, al catálogo que había ido creando Ruiz-Castillo, poco molesto para el régimen, y sobre todo por tratarse de una edición destinada a un público adinerado y, en consecuencia (a ojos del mojigato régimen franquista), poco susceptible de dejarse arrastrar por el anticlericalismo de la novela. En las elocuentes palabras del informe, que Carmen Servén ha reproducido en uno de sus enjundiosos trabajos sobre la materia:

En esta obra Clarín parece que tiene una cuestión personal con el clero. Las Dignidades eclesiásticas lo ponen fuera de sí. La obra, meritoria en diversos aspectos, es, en general, peligrosa para personas que no estén suficientemente formadas en el orden moral y religioso […] en ocasiones roza la herejía.

Eso favorecía de un modo enorme a la editorial de Ruiz-Castillo (Biblioteca Nueva), no sólo por el hecho mismo de poder publicarla, sino que además en el momento de intentar seducir a otros autores importantes, en particular en el caso del Nobel Juan Ramón Jiménez, el hecho de poder ofrecer incorporarlo a una colección en la que figuraban ya las de Azorín y Clarín resultaba muy tentador.

Edición de las Obras Selectas de Clarín en Biblioteca Nueva. Adviértase que el título y autor sólo aparecen en el lomo.

Sin embargo, acaso alentada por esta primera autorización, la por entonces jovencísima Editora y Distribuidora Hispanoamericana (Edhasa) intentó importar doscientos ejemplares de la edición de la novela de Alas que la argentina Ediciones Emecé acababa de publicar (1946) en dos tomos. Censura denegó a Edhasa el permiso en 1947, que hizo luego una solicitud de importación de doscientos ejemplares de Doña Berta, también de Clarín.

El siguiente intento de publicar La Regenta durante la posguerra española es el que hace en 1956 Alfredo Herrero Romero (de AHR), hoy quizá más famoso por haber nacido en el mismo pueblo que José Manuel Lara (El Pedroso), por haber publicado la primera biografía de Francsico Franco (Centinela de Occidente) o por la mutilación a la que sometió la traducción que Vidal Jové hizo (a partir de la traducción francesa) del Ulysses de Joyce que otras cosas.

El Pedroso en 1888, pueblo del que a José Manuel Lara le gustaba decir que dio dos editores y ningún lector. Podría haber sido al revés.

Es curioso que Alfredo Herrero Romero (1924-1974) recurriera a un recurso muy similar al de su paisano de El Pedroso a la hora de elegir nombre para su editorial. Servirse de las iniciales de sus nombres no es muy distinto al L.A.R.A. con que José Manuel Lara Hernández se estrenó en el mundo de la edición antes de fundar Planeta. Algunas de las colecciones de AHR más famosas fueron la Epopeya y su Héroes, y no hará falta decir a qué “epopeya” aludía al título tras mencionar algunos de los biografiados, además de Franco: Queipo de Llano, Calvo Sotelo, Mola, Primo de Rivera, el general Sanjurjo, Millán Astray… Sin embargo, no puede decirse que se tratara de una editorial monotemática, pues, en un asombroso alarde de heterogenia, también publicó desde 1954 la revista de misterio Elery Queen, la colección infantil y juvenil Fantasía, Medianoche, la destinada a novelas policíacas, y sin duda la mucho más interesante Grandes Novelistas. Pero entre otras rarezas, sus catálogos incluyen también, por ejemplo, las memorias del bohemio periodista y escritor de novelas psicalípticas Eduardo Zamacois (1873-1971) o una todavía aún más incomprensible colección de literatura traducida al catalán en la que, junto al ya mencionado Ulises (para el que intentó sin éxito que Cela escribiera un prólogo) se publicó un Decameró de Boccaccio.

José Manuel Lara Hernández (1914-203).

Según se describe en la solicitud a Censura, lo que se proponía AHR respecto a La Regenta era de nuevo publicar una edición de lujo, pero en este caso en un volumen suelto. El informe que redacta A. Sobejano en respuesta a la petición de AHR de publicar la novela no tiene desperdicio:

 En realidad, los verdaderos protagonistas de la obra son la simonía y la lujuria, que convierten un bellísimo idilio digno de Santa Teresa o San Juan de la Cruz en un torbellino de lascivias sacrílegas que llegan hasta el crimen y hacen olvidar en su nauseabunda fealdad las innumerables bellezas de una pluma magistral como la de Alas. Estimando que esta joya de la literatura es más demoledora por su misma condición de joya, opinamos que NO DEBE AUTORIZARSE.

La Regenta vista por Mauro Álvarez (Plaza de Alfonso II de Oviedo).

El siguiente censor que se enfrentó a la obra, y el primero que paradójicamente la autorizó en una edición suelta, fue Manuel de la Pinta Llorente, conocido sobre todo por dos trabajos como historiador, a cuál más irónico tratándose de un lector de Censura: La Inquisición Española (1948) y La Inquisición Española y los problemas de la cultura y de la intolerancia (1958). En esta ocasión, el 30 de agosto de 1962, quien había presentado La Regenta era la editorial del otro editor del Pedroso, José Manuel Lara, y en el informe de Pinta Lorente se defendía su autorización acudiendo, ya no a la necesidad de restringir el público, sino a que la novela misma de Alas no contaría con el favor de los lectores porque era una novela que él mismo describe como “una joya de la literatura”:

Ciertamente, la novela responde en muchas de sus páginas al inveterado y soez anticlericalismo español de entonces y de «ahora», pero ha de entenderse que se trata de una novela de un intelectual con público bastante restringido, y consideramos una grave equivocación, pese a censuras anteriores negativas, prohibir esta obra, novela capital en nuestras letras contemporáneas.

Un cúmulo de despropósitos, por supuesto. Sin embargo, la autorización para que José Manuel Lara pudiera poner a la venta La Regenta abrió la veda para que pudieran publicarse a continuación tanto la previamente denegada edición de lujo de AHR (el 17 de octubre de 1963), como sobre todo la edición en bolsillo en un solo volumen a Alianza Editorial (16 de noviembre de 1966). Esta última es especialmente importante porque vino a paliar definitivamente un problema del que en 1975 dejaba constancia Francisco Pérez Gutiérrez en El problema religioso en la Generación de 1868:

En los años cuarenta Clarín no se hallaba al alcance de los pobres estudiantes que habíamos contraído el vicio de leer. Su edición de La Regenta, publicada por Emecé, en Buenos Aires en 1946, era caso imposible encontrar; sus Obras Escogidas de Biblioteca Nueva resultaba inasequible por su precio.

Sin embargo, bien pudiera suceder al lector de nuestros días que el saber que La Regenta fue prohibida por la censura franquista actuase como estímulo para leer una de las grandes novelas europeas del siglo XIX.

Folio autógrafo de La Regenta.

 

Fuentes:

Leopoldo Alas, Clarín, La Regenta (edición de Gonzalo Sobejano), Madrid, Castalia (Clásicos Castalia 110 y 111), 1980 (5ª ed.).

Sergio Beser, ed., Clarín y “La Regenta”, Barcelona, Ariel (Letars e Ideas), 1982.

Clarín y La Regenta en su tiempo. Actas del coloquio internacional, Oviedo, Universidad de Oviedo-Ayuntamiento de Oviedo, Consejería de Educación, Cultura y Deportes, 1987.

La Regenta en Libro de Bolsillo (Alianza Editorial).

José Ruiz-Castillo Basala, El apasionante mundo del libro. Memorias de un editor, Madrid, Agrupación Nacional del Comercio del Libro, 1972.

Alberto Lázaro, “El misterio del primer Ulysses catalán: la odisea de Joan Francesc Vidal Jové”, en Santiago José Henríquez Jiménez y Carmen Martín Santana, eds., Estudios Joyceanos en Gran Canaria. Joyce in his Palms, Madrid Huerga & Fierro (Ensayo 51), 2007.

Carmen Servén Díez, “La Regenta frente a la censura franquista”, en María del Pilar García Pinacho e Isabel Pérez Cuenca, eds., Clarín, espejo de una época. Actas del Congreso Internacional celebrado en 2001 en la Universidad San Pablo-CEU.

Carmen Servén Díez, “Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas frente a la censura franquista”, Actas del Séptimo Congreso Internacional de Estudios Galdosianos, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, 2001, pp. 7434-756.

María José Tintoré, “La Regenta” de Clarín y la crítica de su tiempo (prólogo de Antonio Vilanova), Barcelona, Lumen (Palabra Crítica 1), 1987.

 

Lara, el tahúr, y notas sobre el Premio Planeta

A menudo se han señalado paralelismos entre editar y el juego, generalmente referido a juegos de azar. Beatriz de Moura (n. 1939) lo comparó con la ruleta, y de Esther Tusquets (1936-1912) es conocida su afición a las partidas de cartas y al bingo porque ella misma dejó constancia de ello en sus libros de memorias (así como en la novela ¡Bingo!). En cambio, a José Manuel Lara Hernández (1914-2003), al parecer, lo que le iban eran los juegos en los que el azar intervenía poco: el billar y más tarde el ajedrez.

Lara y Torrente Ballester.

En mayo de 2003, Salomé Machío dedicó un curioso reportaje a los orígenes de Lara Hernández en el pequeño pueblo sevillano de El Pedroso –por cierto, cuna de otro interesante editor, Antonio Herrero Romero–, y en él recogía algunas declaraciones no muy discretas de compañeros de infancia de quien en 1994 llegaría a ser nombrado Marqués de El Pedroso. Eloísa Neyra, por ejemplo, suelta allí que “Pepe era un golfo, yo no digo más que la verdad”, mientras que Pablo Muñoz recuerda haberle visto en sotana durante su breve etapa en el seminario, rememora que “a Pepe le gustaba mucho jugar, pero nunca pagaba” y añade que “era un poco fullero, porque en las canicas siempre hacía trampas, no le gustaba perder”. Se cuenta que, ya en Barcelona –adonde entró por la Diagonal como legionario con las tropas franquistas del general Yagüe–,  solía enviar a su chófer a buscar café cuando estaban a media partida de ajedrez y las cosas pintaban feas, y cuando regresaba, por ensalmo, la partida había tomado un giro inesperado (un giro favorable a Lara, por supuesto).

Félix Ros (1912-1974)

Félix Ros (1912-1974)

Sin embargo –y si bien sus éxitos son sobradamente conocidos–, en el juego de la edición Lara Hernández también perdió alguna que otra partida. Suele ocultarse que, tras comprar la editorial Tartsesos a Félix Ros y montar una editorial con su nombre (Editorial Lara), al acabar la guerra mundial y ante las consecuentes dificultades para pagar en divisas los derechos de autor Lara acabó vendiéndosela a José Janés para crear un almacén de papel. Según ha referido Manuel Lombardero, durante muchos años mano derecha de Lara Hernández, “Lara se había comprometido con Janés, puede que verbalmente, a dedicarse al negocio del papel y que no pondría una editorial. Pero el negocio del papel se liberalizó y dejó de ser tal negocio, con lo que Lara montó Planeta” (lo cuento con más detalle en A dos tintas, pp. 287-290).

De izquierda a derecha, Ángel González, Joaquina Hoyas, Manuel Lombardero hijo, Juan Marsé y Manuel Lombardero.

También son conocidos, por ejemplo, los fracasos en los intentos de contratar las memorias del futbolista Helenio Herrera, de conceder el Planeta a Delibes, o de fichar a autores tan dispares pero exitosos como Javier Marías o Arturo Pérez-Reverte.

Helenio Herrera (1910-1997)

Como se ha recordado en numerosas ocasiones, a Lara Hernández “le encantaba fotografiarse con sonrisa de oreja a oreja entregando el talón millonario –o un fajo de flamantes billetes de mil pelas encuadernados– al sonrojado ganador [del Premio Planeta]” (Manuel Rodríguez Rivero), y Antonio Prieto ha contado que, en su caso, “el Premio, vamos, el dinero, lo recibí en un acto que se celebró en el Ateneu Barcelonès. Me dieron las 10.000 pesetas en billetes de 100, puestos uno encima del otro en una bandeja de plata”. También es conocido que después de 1959 se produjo un relativo cambio en el modo de proceder a las votaciones del Premio Planeta, aunque quizá lo es menos el motivo de tal cambio. Ese año apoyaban como ganador al que fuera director de Abc Torcuato Luca de Tena (1923-1999), próximo al régimen pese a sus problemas con Arias Salgado, los miembros madrileños del jurado y el propio Lara, pero los barceloneses preferían a Julio Manegat (1922-2011), que quedaría finalista. Eso provocó que, al emplear el llamado método Goncourt (ir eliminado de la lista a los peor calificados en sucesivas votaciones) este enfrentamiento entre los miembros del jurado desembocara en la eliminación de los dos favoritos (y ganara Fernando Bermúdez de Castro con un título que ni hecho aposta, Pasos sin huellas). Escribió entonces Lara a Luca de Tena:

Torcuato Luca de Tena (1923-1999)

He decidido cambiar el sistema de votación por ser éste peligrosísimo y prestarse a cosas como la acontecida en esta última edición del premio, donde una novela como la tuya [Edad prohibida] , que llevábamos como ganadora cinco de los miembros del jurado, fue eliminada en la tercera votación.

Un poco más complicado fue el lío que se produjo unos años después, en 1962, cuando entre 178 obras un jurado formado por Ignacio Agustí, Joaquín de Entrambasaguas, Ricardo Fernández de la Reguera, José María Gironella, Sebastián Juan-Arbó, Carmen Laforet, José Manuel Lara y Manuel Lombardero (secretario) eligió como vencedora una novela de Concha Alós (El sol y las bestias) que con el título Los enanos tenía comprometida ya con la colección de Plaza & Janés Selecciones Lengua Española que dirigía Tomás Salvador (ganador del Planeta en 1960, por cierto), quien montó un pollo al anunciarse el fallo y la publicó ese mismo

Concha Alós (1926-2011) vista por Manuel del Arco (1909-1971)

año 1962. Como es de suponer, el asunto se resolvió al estilo Lara: Alós ganaría el Planeta en 1964 con Las hogueras y todos contentos.  De hecho, el Premio Planeta, entre cuyos galardonados se encuentran también firmas del renombre de Santiago Lorén (1953), Andrés Bosch (1959), Ángel Vázquez (1962), Rodrigo Rubio (1965), Marta Portal (1966), Manuel Ferrand (1968), Marcos Aguinis (1970) o Jesús Zárate (1972), le permitió a Lara Hernández alguna que otra buena jugada. Así, en 1957, cuando apenas hacía un año que Lombardero (n. 1924) había montado para Lara Crédito Internacional del Libro, obtuvo un gran éxito al conseguir que el Ministerio de Trabajo les hiciera una importante compra de libros de consulta y enciclopedias destinadas a las universidades laborales. El problema era que el susodicho ministerio retrasaba mucho el pago, lo que ponía a Planeta en jaque, así que ese año ganó el Planeta La paz empieza nunca, de Emilio Romero (por entonces director de Pueblo y personaje influyente tanto en el Sindicato Vertical como, de rebote, en el Ministerio de Trabajo). Antes de acabar el año, la deuda estaba –¿milagrosamente? – saldada.

Emilio Romero (1917-2003)

Es bastante dudoso, como se ha proclamado machacona e insistentemente desde Planeta (y la prensa ha repetido) que el premio haya contribuido a acrecentar los hábitos de lectura de los españoles, sino que más bien les ha vendido algo parecido a melones –melones que debían rentabilizar el oneroso esfuerzo de promoción, eso sí–, porque al fin y al cabo hay que abrirlos para saber si son buenos o putrefactos, incluso cuando el autor es alguien con una carrera ya hecha y de cierta solvencia (pienso en los Planeta de Cela o de Vargas Llosa, por ejemplo). Con lo cual, sin duda, se distorsiona el papel prescriptor que los premios literarios acostumbran a tener en las sociedades más o menos cultas.

 Fuentes:

Anónimo, “José Manuel Lara”, Qué Leer, junio de 2003, p. 20.

Rafael Borrás Betriu, La guerra de los Planetas, Barcelona, Ediciones B, 2005.

Antoni Capilla, “Medio siglo creando mitos”, suplemento Libros de El Periódico, 12 de octubre de 2001, pp. 1-3.

Màrius Carol, «José Manuel Lara Hernández», en Noms per a una història de l´edició a Catalunya, Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2001, pp. 9-40.

Manuel del Arco, «Mano a mano. Concha Alós«, La Vanguardia Española, 16 de octubre de 1962.

Ignacio Echevarría, «El tinglado de los premios«, Babelia, 10 de mayo de 2003.

Julio Fernández, «José Manuel Lara: Quisiera empezar de nuevo», El Periódico, 31 de agosto de 1981.

Fernando González Ariza, Literatura y sociedad: El premio Planeta, tesis de doctorado presentada en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid en

Josep Maria Huertas, “El Premio Planeta no viene de París”, suplemento Libros de El Periódico, 13 de octubre de 2000, pp. 1-3.

Josep Maria Huertas (1939-2007)

Josep Maria Huertas, “Las obras favoritas de Lara”, suplemento Libros de El Periódico, 13 de octubre de 2000, p. 4.

Óscar López, “Planeta, el oro de la familia Lara”, suplemento Libros de El Periódico, 28 de mayo de 1999, pp. 4.

Óscar López, “La última morada del gigante”, suplemento Libros de El Periódico, 16 de mayo de 2003, pp. 20-21.

Salomé Machío, “Una vida de best-seller”, suplemento Libros de El Periódico, 16 de mayo de 2003, pp. 18-19.

Claudi Pérez, “Un astro que amplía su universo”, suplemento Libros de El Periódico, 16 de mayo de 2003, p. 19.

Manuel Rodríguez Rivero, “La muerte del faraón”, suplemento Blanco y Negro de Abc, 17 de mayo de 2003.

Julio Rodríguez-Puértolas, Historia de la literatura fascista española, Madrid, Akal, 2008.

Ricard Ruiz Garzón, “Las 5 bases del premio”, suplemento Libros de El Periódico, 6 de enero de 2005, pp. I-III.

José Serrano Belmonte, «Los premios literarios: la sombra de una
duda», en José Manuel López de Abadía, Neuschäfer Hans-Jörg López Bernasocchi Augusta eds., Entre el ocio y el negocio: industria editorial y literatura en la España de los 90, Madrid, Verbum, 2001, pp. 43-53.

Julio Trenas, «Veinte años de historia de un premio literario«, Abc, 15 de octubre de 1971,

José Manuel Lara Hernández (1914-2003).

Lara, Janés y la vocación de Santiago Lorén

«[José Manuel] Lara [Hernández] dijo que es lo mismo hacer libros que chorizos; para mí, y para muchos, no. Editar es algo más.» Hay que haber oído la contundencia con que Esther Tusquets pronunciaba estas palabras para hacerse una idea cabal de la indignación con que lo hacía, e incluso ante la aducción de que probablemente la afirmación de Lara tenía sólo una intención provocadora, insistía Tusquets: «Pues yo recojo la provocación y digo que no, que de ninguna manera. Hay libros que editamos que son muy importantes y que tienen unos gastos que posiblemente no se van a cubrir».

La editora Esther Tusquets (1936-2012)

Esa misma idea de que el editor debe financiar el fogueo de nuevos (o no tan nuevos) autores innovadores o interesantes con las ganancias que obtiene de los autores de best séllers la expresó ya en 1955 José Janés (1913-1959) en la interesantísima conferencia «Aventuras y desventuras de un editor», y era también Janés uno de los muchísimos editores con vocación cultural que se las tuvieron tiesas con Lara Hernández (1914-2003).

Tan exquisito y elegante, Janés, con ese humor tan fino, tan británico, y con una trayectoria en el sector editorial iniciada manchándose los dedos de tinta en la imprenta, compaginando periódicos, capitaneando elegantes revistas culturales como Rosa dels Vents… Un hombre cuyo pudor le llevaba en la posguerra a encargar traducciones que sabía que la censura le impediría publicar –y a pagarlas muy bien y anticipadamente– para ayudar así a represaliados, exiliados, presos y depurados, etc. que lo necesitaban. Y, por otro lado, un Lara Hernández al que le gustaba que le fotografiaran entregando en metálico la dotación de sus premios literarios… En pocas palabras, un editor completamente distinto.

José Manuel Lara Hernández (1914-2003)

Tal como lo explicaba Francisco Candel  (1925-2007), parece ser una cuestión de evidente incompatibilidad de caracteres, :

Janés y Lara se tenían verdadera inquina […] Janés fue un editor culto, refinado, romántico y humanista […] Un editor de trato amistoso y personal con sus autores que ahora ya no se da. En aquellos escabrosos tiempos de posguerra ayudó a prohombres catalanes abatidos, derrotados y arrinconados contra las cuerdas del desespero por el franquismo […] Lara editor era todo un fenómeno al revés. Lara dijo, en entrevista a Del Arco, periodista que te hacía firmar sus entrevistas para que luego no te retractaras: «Yo he triunfado en la vida porque he dado muchos golpes bajos».

Uno de los primeros y más serios conflictos que enfrentaron a Lara y Janés fue la compra de la editorial Lara por parte de Janés, cosa que impidió que Lara pudiera emplear su apellido para bautizar ninguna empresa en el ámbito editorial. Incluso Manuel Lombradero (n. 1924), que trabajó muchos años junto a Lara, se ha referido a un acuerdo verbal mediante el cual Lara se comprometía a dedicarse sólo al negocio del papel y no crear nunca una empresa editorial. Sin embargo, después de este episodio de la venta de la Editorial Lara, las armas entre Janés y Lara siguieron en alto aún durante mucho tiempo. Y Lara creó Planeta.

Alrededor de 1950, Santiago Lorén (1918-2010), un ginecólogo de Calatayud hijo de un pastelero, mandaba al editor barcelonés e hijo de un panadero José Janés una novela que –diga lo que diga la faja– podía leerse como una amable parodia de una de las novelas más exitosas de cuantas publicó Janés a lo largo de toda su carrera, Cuerpos y almas, del escritor francés Maxence van der Meersch (1907-1951).

Imagen de sobrecubierta de Cuerpos y almas, de Maxence van der Meersch (Lauro, 1946).

A Janés le gustó la novela de Lorén (Cuerpos, almas y todo eso), que Antón Castro ha descrito como «una radiografía de personajes inspirados en Calatayud», y en su carta de respuesta al joven médico y escritor, bromeaba Janés: «¿Está usted seguro de que nunca ha publcado nada antes?». Sin embargo, como contó en alguna ocasión Lorén y recogió José Ramón Miranda, no fue fácil llegar a ver el libro en la calle, pero entonces mostró su innegable vocación de triunfar:

Un día –cuenta Lorén– para mi desesperación me devolvió (refiriéndose a Janés) el foliado original en el que la censura de aquellos tiempos (se refiere a 1951 y la censura férrea ejercida por Arias Salgado, ministro de Información) se había ensañado con cruel animosidad. […] No me rendí, sin embargo, y hablando con el que era entonces alcalde de Calatayud y procurador en Cortes, me dio una tarjeta de recomendación para el secretario del Ministerio que me permitió introducirme en la covachuela de la censura de la calle Génova… etcétera». en resumidas cuentas, tras las pertinentes tachaduras en rojo, pudo publicarla medio año más tarde.

Imagen de sobrecubierta y faja de Cuerpos, almas y todo eso (1952).

La primera edición de la novela, efectivamente, apareció en José Janés Editor en 1952, y si bien no tuvo una gran repercusión, se presentó al Premio Ciudad de Barcelona, donde no fue descartada hasta la quinta votación, en la que Amorrortu, de Juan Antonio Espinosa, se llevó 7 votos, Hijos de algo, de Manuel Vela Jiménez, 6, la obra de Lorén, 5, y Vendaval en el centro, de Francisco Bernaldo, 2. En Calatayud, en cambio, sí armó cierto revuelo la novela de Lorén, pues enfadó a quienes se vieron convertidos en personajes literarios e indignó a quienes no tuvieron ese honor y se creían con méritos para ello. Sin embargo, las dos reediciones siguientes de la obra se publican en la editorial Corinto, de la que Manuel Lombradero era uno de los fundadores y que se hizo conocida sobre todo por su colección Vocación Juvenil.

Imagen de sobrecubierta de Una casa con goteras (Planeta, 1953)

Y no sólo eso, sino que la segunda novela de Santiago Lorén (Una casa con goteras) la publicó Lara como consecuencia de haber obtenido ésta el Premio Planeta en su segunda edición (1953), en la que había pasado de suponer 40.000 pesetas a convertirse en un galardón de 100.000. Las circunstancias en que se produjo esto las expuso Lorén en diversas ocasiones y aquí las tomo de Antón Castro: «se presentó en la sede de Planeta con el manuscrito, pidió ver a José Manuel Lara y le espetó: «Si en este galardón no valen las recomendaciones, ahí tiene la novela ganadora de este año»». En alguna ocasión contó Lorén que no se la mandó a su descubridor porque por entonces Janés estaba pasando una crisis (como si, de considerar que era una crisis pasajera, no la estuviera pasando ya cuando le mandó su primera novela).

Se da la curiosa coincidencia de que por esas mismas fechas Manuel Lombardero había recibido una propuesta de Lara para entrar a trabajar con él, y muy sensatamente decidió consultarlo con dos editores a los que respetaba y que le dieron respuestas muy distintas: «Si te firma ese contrato, lo cumple» (Alfredo Herrero Romero, de la editorial AHR y nacido, como Lara, en El Pedroso, Sevilla) y «Antes se asocia usted con el diablo que con ése» (José Janés, por supuesto).

Portada de la edición en bolsillo de Cuerpos, almas y todo eso, en Planeta.

La tercera edición de Cuerpos, almas y todo eso (1963) se publicó ya en Planeta, lo mismo que el grueso de la obra de Lorén, quien dio una explicación cuando menos curiosa al ser preguntado en 1978 si no supuso una relativa decepción para él quedar sólo finalista (con Memoria parcial) del Premio Espejo de España que ganó Baltasar Porcel con La revuelta permanente.

No. Ya me había advertido Lara que, en cierto modo, mi libro no se atenía a las bases del premio, pero que me presentara, puesto que como fondo en mi libro aparece la preguerra vista por un adolescente y en cierta forma es un espejo de aquel acontecer. Sólo por la calidad literaria, cosa que consta en el acta del Jurado, me dieron el accésit. La calidad literaria venció a cierta legalidad del premio.

¿Quizás debamos interpretar que en el Premio Espejo de España sí «valían recomendaciones» y en el Premio Planeta no? Por cierto, que sin que esté muy claro el motivo, en numerosas biografías de Lorén (en la de la web de Planeta, en la de wikipedia), se le atribuye erróneamente a Memoria parcial el Premio Espejo de España de 1985, año en el que, de modo extraordinario, se otorgó a otros dos autores también afectos al régimen, Emilio Romero y Ernesto Giménez Caballero.

Fuentes:

Castro, Antón, “Dos autores nonagenarios que sueñan”, Heraldo de Aragón, 1 de marzo de 2010.

Castro, Antón, “Fallece el escritor, médico, guionista y periodista aragonés Santiago Lorén”, Heraldo de Aragón, 26 de noviembre de 2010.

José Janés, «Aventuras y desventuras de un editor», anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1955.

Josep Mengual Català, «Editoras para el siglo XXI. Pilar Beltrán y Esther Tusquets ante el futuro», Quimera 223 (diciembre de 2002), pp. 44-51.

Santiago Lorén

J. Morán, Entrevista a Manuel Lombardero, Asturama, 23 de julio de 2012.

José Ramón Miranda, «Un recuerdo para Santiago Lorén«, A la intemperie, 25 de noviembre de 2010.

Pilar Trenas,  “Santiago Lorén y su Memoria parcial”, Abc,  11 de abril de 1978, p. 44.

Félix Ros, escritor en catalán

Andrés Trapiello señaló a Félix Ros y Luys Santa Marina como los dos escritores catalanes más notables entre los falangistas, pero apenas ha

Andrés Trapiello, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), Barcelona, Destino (Imago Mundi 167), 2010 (edición que revisa y amplía las anteriores). Lo citado, en p. 413.

Andrés Trapiello, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), Barcelona, Destino (Imago Mundi 167), 2010 (edición que revisa y amplía las anteriores). Lo citado, en p. 413.

quedado algo más de la obra literaria del primero de ellos que Preventorio D. Ocho meses en el SIM (Barcelona, Yunque, 1939; reeditado en 1974 con el subtítulo Ocho meses en la cheka en Prensa Española), que se ha destacado a menudo como el ejemplo más interesante, o cuanto menos de los más legibles, de entre el aluvión de libros memorialísticos que en la inmediata posguerra evocaban el período bélico. En algún momento se ha recordado también a Ros como colaborador de la revista Cruz y Raya que en Madrid dirigió José Bergamín entre 1933 y 1936, en la que Ros publicó, entre otras cosas, una selección y traducción de obra de Jordi de Sant Jordi y de algunas de las Estances de Carles Riba. Pero menos conocida y quizá más sorprendente, dada su filiación política, es su veta como escritor en catalán y que quizá se explicaría muy difícilmente si no se tuviera en cuenta la amistad con el poeta y editor Josep Janés i Olivé.

En la espléndida revista Rosa dels Vents, se publica en el tercer y último número (junio-julio de 1936) un poema de Ros titulado “Rastre d´un llavi…” dedicado al director de la revista, Josep Janés i Olivé, de quien en la posguerra Ros sería socio en sus primeras y fugaces empresas editoriales, antes de crear Tartessos (que acabaría vendiendo a José Manuel Lara Hernández). He aquí el poema en cuestión:

Rastre d´un llavi, abandonat

sobre el mocador – i ignorat,

forma d´un bes sense record.

¿Qui va deixar ta sang, tan dolça,

sobre ma boca, que ara polsa

sil·labes certes, cert conhort?

Oh moment quiet – o fugitiu!

Oh gràcia lassa – àgil, potser!

Encara, com inútil riu,

esperen hores (ja atrevides

a sa esfera, invisible) fer

noves senyals d´amors i vides.

Mentre tu, mocador besat

de qui sap qui, enfonsis en l´ona

ton ventre de vent, fluix, sagnat,

sobre el qual l´encís s´arrodona…

I perdis el corall – despulla.

I tornis a ésser blanca fulla.

El periplo de Ros durante los meses siguientes a la publicación de este poema puede seguirse a través del mencionado Preventorio D, pero menor rastro, muy probablemente por razones de censura, han dejado los intentos del autor por volver a publicar en catalán, concretamente su libro de ensayos y notas El paquebot de Noé (en el que destacan las páginas dedicadas al poeta López-Picó) y el poemario Amosa ment. La noticia del primero de estos títulos se encuentra por primera vez en la sobrecubierta del número 74 de los Quaderns Literaris que Janés siguió dirigiendo durante la guerra civil, donde se señala entre los 64 números previstos, y cuya publicación se anuncia para octubre de 1937. Se anunció también en junio de 1939 en el quinto número del boletín bibliográfico que publicaba la Editorial Apolo, y a la altura de 1944 aún se consigna entre las obras de Ros “en prensa” en la editorial Tartessos, que dirigía el propio Ros. Finalmente sólo apareció en 1946, en la colección Genil de José Manuel Lara, traducido al español y censurado.

Sobrecubierta de El paquebot de Noé, en la colección Genil, de la editorial LARA.

Sobrecubierta de El paquebot de Noé, en la colección Genil, de la editorial L.A.R.A. (que poco después compraría Janés).

En cuanto a Amorosa ment, se menciona en la sobrecubierta de la edición de Tres suites, de Carles Riba, aparecida en la janesiana Biblioteca de Poesia de la Rosa dels Vents en 1937, pero no me consta que dejara otro rastro. También de 1937 es la traducción al español de la novela de Sebastià Juan Arbó Camins de nit, aparecida en la Editorial Luis Miracle, si bien cuando José Janés intentó publicarla, en 1947, en lugar de recuperar esa traducción el autor prefirió autotraducirse por considerar la de Ros una traducción excesivamente libre. Como colofón a este breve repaso de lo que parece obra más o menos perdida de Ros, quizá puedan mencionarse las numerosas traducciones del catalán al español que incluye Félix Ros en su libro Prácticas de literaturas no castellanas. Un panorama completo de todas las literaturas desde el siglo –X hasta 1944 (Selección de textos de literaturas extranjeras y las regionales de España para estudiantes de bachillerato (Barcelona, Tartessos, 1944), en cuyas páginas iniciales, por cierto, aparece aún El paquebot de Noé como “en prensa”, y en el que firma traducciones de fragmentos de Bernat de Ventadorn, Ramon Llull,  Jacint Verdaguer, Àngel Guimerà, Joan Alcover, Frederic Mistral, Joan Maragall, Josep Maria López-Picó y Carles Riba. Pas mal. Y a ello hay que añadir aún la Antologia poética de la lengua catalana (puesta en versos castellanos) que le publicó Editora Nacional en 1965. Todo un tour de force.

A raíz de la publicación de este libro, Félix Ros declaraba a Manuel del Arco: «el poeta catalán tiene más fácil serlo en francés y sobre todo en inglés que en castellano. El catalán lo que pierde en variedad lo gana en profundidad y es más difícil traducir el verso castellano al catalán que al revés». (La Vanguardia, 17 de diciembre de 1965).

Fuentes

Jacqueline Hurtley, Josep Janés, El combat per la cultura, Barcelona, Curial (Biblioteca de Cultura Catalana 60), 1986.

Félix Ros, Prácticas de literaturas no castellanas. Un panorama completo de todas las literaturas desde el siglo –X hasta 1944 (Selección de textos de literaturas extranjeras y las regionales de España para estudiantes de bachillerato, Barcelona, Tartessos, 1944.

Andrés Trapiello, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), Barcelona, Destino (Imago mundi 167), 2010 (3ª ed., que corrige y aumenta las anteriores).