En 1963, durante su exilio en México, Max Aub (1903-1972) dio a conocer en la revista mallorquina de Camilo José Cela (1916-2002) Papeles de son Armandans una primera entrega de lo que ya entonces se titulaba Antología traducida y que Aub había mandado en noviembre de 1962.
Consistía esta primicia, que se publicó entre las páginas 143 y 161 del número 92 (noviembre de 1963), en una recopilación de trece traducciones de poemas, en algunos casos fragmentarios, de los autores más diversos y pertenecientes a las tradiciones más heterogéneas, pero en todos los casos absolutamente desconocidos para los lectores españoles (que vivían aún bajo la censura franquista); a los que acompañan breves biografías, generalmente muy parcas y sintéticas, de los antologados, así como muy someras pero contundentes consideraciones críticas. La aparición en la revista de Cela coincide cronológicamente con la publicación en México, en la colección Poemas y Ensayos de la Universidad Nacional Autónoma de México, del volumen con el mismo título, que incluye ya a cuarenta y ocho autores. Dos años más tarde se publicaron algunos textos de esta antología con el título «Nuevas versiones» en la Revista Mexicana de Literatura (núm. 3-4, marzo-abril de 1965); en enero de 1966 se publica otra pequeña muestra de estas traducciones en la revista salmantina Álamo, y en mayo de ese mismo año se publica una segunda entrega de poemas en Papeles de son Armadans, hasta que en 1972 aparece en la serie mayor de la Biblioteca Breve de Bolsillo de Seix Barral la última edición en vida del autor, que incluye sesenta y nueve poetas. El año anterior, también en España, Max Aub había publicado en la colección El Saco Roto de la editorial Helios Versiones y subversiones y en 1972 en México en Alberto Dallal Editor, cuya primera parte se incorpora a la edición de Seix Barral y la segunda la componen, para decirlo en pocas palabras, «traducciones» de autores mejor conocidos.
La Antología traducida iba precedida de una interesante nota introductoria en la que escribe Aub:
Escribí muchos renglones cortos con la esperanza de que fuesen versos. Joaquín Díez-Canedo me los echa siempre en cara. Sin más dificultad que la tristeza, acabó por convencerme. Entonces me puse a mal traducir estos poemas segundones que posiblemente tampoco tienen interés. Peor es publicarlos. Ahora bien, ¿tengo yo toda la culpa?
Aunque su criterio como crítico y sus dotes como filólogo estaban ya más que probados, la experiencia de Max Aub como traductor no parece que fuera muy amplia hasta entonces. En 1944 Aub se había ofrecido por carta a su amigo André Malraux (1901-1976) para traducir sus próximas obras, pero en ese momento el escritor francés estaba ocupado en otros menesteres más urgentes que su obra literaria (concretamente, la segunda guerra mundial); cuatro años más tarde Aub tradujo con el título Doña Millones la obra del hispanista Jean Camp (1891-1968) y el novelista Jean Bommart (1894-1979) La dame d’atout, pero esta obra quedó inédita; en 1949 tradujo el guión cinematográfico de René Clair (1907-1988) Le silence est d’or; en los años cincuenta publicó para el Fondo de Cultura Económica Las clases sociales (1950), de Maurice Halbwachs, e Introducción a la historia (1952), de Marc Bloch; y, salvo error por omisión, en noviembre de 1963 se publicó en la Revista de la Universidad de México su traducción del poema de Antonin Artaud (1896-1948) «Le visage humaine» (fechado en julio de 1947). No es un bagaje muy amplio, al que en 1968 añadiría la traducción del guión de Sierra de Teruel, que las Ediciones Era publicarían profusamente ilustrado con fotografías de la célebre película de Malraux y con un prólogo del propio Aub.
Acerca del primer poeta que aparece en la Antología traducida, anónimo, se dice que es «Sin duda de la época de Amenofis IV, en el que rezuma un curioso anticlericalismo, probable consecuencia de la pérdida de las provincias sirias». Vale la pena destacar el comentario por el contraste entre el «sin duda» y el «probable», muy ilustrativo acerca del contenido de toda la antología, en la que alternan el dato erudito con la hipótesis de apariencia más o menos arriesgada y/o fiable. Esto es, por ejemplo, todo lo que explica Aub acerca de «Juan Manuel Wilkesntein (1623-¿1657/8?). Dicen sus contemporáneos que no salió de las tabernas. Parece que en sus años mozos hizo algunas campañas en Flandes e Italia. Escribió en alemán.»
Una de las cuestiones ya en un primer momento sospechoso, aun a sabiendas del poliglotismo de Aub, es la diversidad de lenguas a partir de las cuales traduce, que va desde el sánscrito al inglés, pasando por el griego, el latín, al arameo o el chino, lo cual solo podría explicarse si, en buena medida, se coligiera que las traducciones no se hicieron a partir de las lenguas originales sino de traducciones puente, como se explicita en algún caso. De hecho, según cuenta el autor en la nota introductoria, Howard L. Middleton («especialista en lenguas y literaturas eslavas», de quien se lamenta su muerte en 1959, le prestó «sus luces y las voces de tantos que tradujeron lo suyo en idiomas para mí comprensibles») y Juan de la Salle (a quien dice haber conocido en 1930 en Madrid ya entonces como insigne arabista y sanscritista, y que en el momento de escribirse la nota está «desaparecido en un convento canadiense») le ayudaron con una colaboración muy intensa. Eso podría inducir a pensar que posiblemente Max Aub está ni más ni menos que atribuyéndose traducciones que en realidad no había llevado a cabo, pero sin duda todo es más complejo y divertido. El hecho de que aparezca, por ejemplo, un Vladimiro Nabukov (1821-1872) que «Nació en Kiev, murió en Berlín. Joven, fue amigo de Tolstoi. Luego se enfadaron era rico; murió harto, del corazón», ya pone sobre la pista, pero más evidente es la inclusión del Max Aub, de quien entre otras cosas se dice que «no se sabe dónde está […] Nadie le conoce.», autor del que, por cierto, por si fuera poco, se incluye lo que a simple vista ya puede detectarse como un plagio de otro de los poetas previamente incluidos en la antología, concretamente de Bernard de Crenne (1501-1547). Y la retranca: de uno de los poemas de Crenne, escribe el antólogo: «A menos que este poema, por el que tengo cierta debilidad, se deba a su prima segunda Hélisenne de Creene, la autora de Las augustas dolorosas que proceden de amores (1538), la primera novela autobiográfica francesa». Añadan a eso que uno de los textos de Subandhu, «poeta persa que, aunque parezca extraño, escribió en persa», se había incluido ya en Del amor (1960), de Max Aub y Leonora Carrington.

De izquierda a derecha: Max Aub, Joaquín Díez Canedo. Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.
Obviamente, pues, Max Aub se hace pasar por traductor y antólogo cuando lo que demuestra ser en realidad es un poeta versátil y un ingeniosísimo creador de heterónimos capaz de poner en pie un excéntrico artefacto literario en el que vienen a confluir lo mejor de la tradición de Pessoa y Borges. Pero no se trata de un simple juego sin más.
Emparentado con la Antología traducida, además de las mencionadas Versiones y subversiones, es el libro que ya dejó preparado en 1971, si bien se publicó póstumamente, Imposible Sinaí, a partir de una selección llevada a cabo con el consentimiento de su autor por Alastair Reid (1926-2014) y Joaquín Díez Canedo (1917-1999). En él reúne Aub lo que presenta como «escritos encontrados en los bolsillo y mochilas de muertos árabes y judíos de la llamada “guerra de los seis días”, en 1967. Las traducciones deben mucho a mis alumnos», donde de nuevo se acompañan los textos de breves notas biográficas fragmentarias. Así, entre otras lindezas, de un tal Wilhelm Hochbach se dice que «Su celebridad nunca pasó las fronteras porque ni fue famoso ni lo merecía […] Lo incluyo en este libro porque lo conocí y me leyó estos versitos escritos el día anterior, en un café, donde esperó en vano –como era natural– a una alumna que le traía el seso revuelto».
Quizá todo es mucho más claro en las palabras que escribió Eleanor Londero, que posteriormente prepararía una edición de la Antología traducida:
Presentarse como antólogo y traductor –es decir, como mediador al infinito– de sesenta y nueve poemas apócrifos presupone poner en tela de juicio una serie de certezas. [..] la validez o, si se quiere, sobre el fundamento de la selección en sí […], la función misma de la traducción y su real capacidad de comunicar o transmitir un mensaje determinado. Por último, sobre la legitimidad de reivindicar cualquier derecho de autoría sobre el texto. […] Supone, en definitiva, moverse en los márgenes ambiguos que separan la configuración estética de su propia reflexión.
Fuentes:
Max Aub, Antología traducida, edición, introducción y notas de Pasqual Mas Usó, presentación de Tomás Segovia, not preliminar de Antonio Gascó y grabados de Luis Bolumar, Segorbe, Fundación Max Aub – Universitat Jaume I (Biblioteca Max Aub 6), 1998.
Max Aub, Imposible Sinaí, Barcelona, Seix Barral (biblioteca Breve), 1982.
José Ángel Cilleruelo, «Comprometidos y apócrifos. Los poemas de Max Aub», Quimera, núm. 134 (abril de 1998).
María Teresa González de Garay, «Las máscaras poéticas de Max Aub», El Correo de Euclides, núm. 1 (2006), pp. 546-554.
Eleonor Londero, «Max Aub, traductor fingido», en Cecilio Alonso, ed., Actas del Congreso Internacional Max Aub y el laberinto español, Ajuntament de València (Col·lecció Encontres), 2006, vol II, pp. 653-658.
José Ramón López García, «Memorialismo, historia e imaginación lírica. Max Aub y el ciclo de Imposible Sinaí», El Correo de Euclides, núm. 1 (2006),pp. 568-580.
Gérard Malgat, Max Aub y Francia o La esperanza traicionada, Sevilla, Editorial Renacimiento (Biblioteca del Exilio. Anejos), 2007.
Ignacio Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, València, Biblioteca Valenciana (Colección Literaria), 2003.