Las traducciones falsas (y las auténticas) de Max Aub

En 1963, durante su exilio en México, Max Aub (1903-1972) dio a conocer en la revista mallorquina de Camilo José Cela (1916-2002) Papeles de son Armandans una primera entrega de lo que ya entonces se titulaba Antología traducida y que Aub había mandado en noviembre de 1962.

Max Aub.

Max Aub.

Consistía esta primicia, que se publicó entre las páginas 143 y 161 del número 92 (noviembre de 1963), en una recopilación de trece traducciones de poemas, en algunos casos fragmentarios, de los autores más diversos y pertenecientes a las tradiciones más heterogéneas, pero en todos los casos absolutamente desconocidos para los lectores españoles (que vivían aún bajo la censura franquista); a los que acompañan breves biografías, generalmente muy parcas y sintéticas, de los antologados, así como muy someras pero contundentes consideraciones críticas. La aparición en la revista de Cela coincide cronológicamente con la publicación en México, en la colección Poemas y Ensayos de la Universidad Nacional Autónoma de México, del volumen con el mismo título, que incluye ya a cuarenta y ocho autores. Dos años más tarde se publicaron algunos textos de esta antología con el título «Nuevas versiones» en la Revista Mexicana de Literatura (núm. 3-4, marzo-abril de 1965); en enero de 1966 se publica otra pequeña muestra de estas traducciones en la revista salmantina Álamo, y en mayo de ese mismo año se publica una segunda entrega de poemas en Papeles de son Armadans, hasta que en 1972 aparece en la serie mayor de la Biblioteca Breve de Bolsillo de Seix Barral la última edición en vida del autor, que incluye sesenta y nueve poetas. El año anterior, también en España, Max Aub había publicado en la colección El Saco Roto de la editorial Helios Versiones y subversiones y en 1972 en México en Alberto Dallal Editor, cuya primera parte se incorpora a la edición de Seix Barral y la segunda la componen, para decirlo en pocas palabras, «traducciones» de autores mejor conocidos.

La edición de la UNAM.

La edición de la UNAM.

La Antología traducida iba precedida de una interesante nota introductoria en la que escribe Aub:

Escribí muchos renglones cortos con la esperanza de que fuesen versos. Joaquín Díez-Canedo me los echa siempre en cara. Sin más dificultad que la tristeza, acabó por convencerme. Entonces me puse a mal traducir estos poemas segundones que posiblemente tampoco tienen interés. Peor es publicarlos. Ahora bien, ¿tengo yo toda la culpa?

Aunque su criterio como crítico y sus dotes como filólogo estaban ya más que probados, la experiencia de Max Aub como traductor no parece que fuera muy amplia hasta entonces. En 1944 Aub se había ofrecido por carta a su amigo André Malraux (1901-1976) para traducir sus próximas obras, pero en ese momento el escritor francés estaba ocupado en otros menesteres más urgentes que su obra literaria (concretamente, la segunda guerra mundial); cuatro años más tarde Aub tradujo con el título Doña Millones la obra del hispanista Jean Camp (1891-1968) y el novelista Jean Bommart (1894-1979) La dame d’atout, pero esta obra quedó inédita; en 1949 tradujo el guión cinematográfico de René Clair (1907-1988) Le silence est d’or; en los años cincuenta publicó para el Fondo de Cultura Económica Las clases sociales (1950), de Maurice Halbwachs, e Introducción a la historia (1952), de Marc Bloch; y, salvo error por omisión, en noviembre de 1963 se publicó en la Revista de la Universidad de México su traducción del poema de Antonin Artaud (1896-1948) «Le visage humaine» (fechado en julio de 1947). No es un bagaje muy amplio, al que en 1968 añadiría la traducción del guión de Sierra de Teruel, que las Ediciones Era publicarían profusamente ilustrado con fotografías de la célebre película de Malraux y con un prólogo del propio Aub.

Acerca del primer poeta que aparece en la Antología traducida, anónimo, se dice que es «Sin duda de la época de Amenofis IV, en el que rezuma un curioso anticlericalismo, probable consecuencia de la pérdida de las provincias sirias». Vale la pena destacar el comentario por el contraste entre el «sin duda» y el «probable», muy ilustrativo acerca del contenido de toda la antología, en la que alternan el dato erudito con la hipótesis de apariencia más o menos arriesgada y/o fiable. Esto es, por ejemplo, todo lo que explica Aub acerca de «Juan Manuel Wilkesntein (1623-¿1657/8?). Dicen sus contemporáneos que no salió de las tabernas. Parece que en sus años mozos hizo algunas campañas en Flandes e Italia. Escribió en alemán.»

Una de las cuestiones ya en un primer momento sospechoso, aun a sabiendas del poliglotismo de Aub, es la diversidad de lenguas a partir de las cuales traduce, que va desde el sánscrito al inglés, pasando por el griego, el latín, al arameo o el chino, lo cual solo podría explicarse si, en buena medida, se coligiera que las traducciones no se hicieron a partir de las lenguas originales sino de traducciones puente, como se explicita en algún caso. De hecho, según cuenta el autor en la nota introductoria, Howard L. Middleton («especialista en lenguas y literaturas eslavas», de quien se lamenta su muerte en 1959, le prestó «sus luces y las voces de tantos que tradujeron lo suyo en idiomas para mí comprensibles») y Juan de la Salle (a quien dice haber conocido en 1930 en Madrid ya entonces como insigne arabista y sanscritista, y que en el momento de escribirse la nota está «desaparecido en un convento canadiense») le ayudaron con una colaboración muy intensa. Eso podría inducir a pensar que posiblemente Max Aub está ni más ni menos que atribuyéndose traducciones que en realidad no había llevado a cabo, pero sin duda todo es más complejo y divertido. El hecho de que aparezca, por ejemplo, un Vladimiro Nabukov (1821-1872) que «Nació en Kiev, murió en Berlín. Joven, fue amigo de Tolstoi. Luego se enfadaron era rico; murió harto, del corazón», ya pone sobre la pista, pero más evidente es la inclusión del Max Aub, de quien entre otras cosas se dice que «no se sabe dónde está […] Nadie le conoce.», autor del que, por cierto, por si fuera poco, se incluye lo que a simple vista ya puede detectarse como un plagio de otro de los poetas previamente incluidos en la antología, concretamente de Bernard de Crenne (1501-1547). Y la retranca: de uno de los poemas de Crenne, escribe el antólogo: «A menos que este poema, por el que tengo cierta debilidad, se deba a su prima segunda Hélisenne de Creene, la autora de Las augustas dolorosas que proceden de amores (1538), la primera novela autobiográfica francesa». Añadan a eso que uno de los textos de Subandhu, «poeta persa que, aunque parezca extraño, escribió en persa», se había incluido ya en Del amor (1960), de Max Aub y Leonora Carrington.

De izquierda a derecha: Max Aub, Joaquín Díez Canedo. Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

De izquierda a derecha: Max Aub, Joaquín Díez Canedo. Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

Obviamente, pues, Max Aub se hace pasar por traductor y antólogo cuando lo que demuestra ser en realidad es un poeta versátil y un ingeniosísimo creador de heterónimos capaz de poner en pie un excéntrico artefacto literario en el que vienen a confluir lo mejor de la tradición de Pessoa y Borges. Pero no se trata de un simple juego sin más.

Emparentado con la Antología traducida, además de las mencionadas Versiones y subversiones, es el libro que ya dejó preparado en 1971, si bien se publicó póstumamente, Imposible Sinaí, a partir de una selección llevada a cabo con el consentimiento de su autor por Alastair Reid (1926-2014) y Joaquín Díez Canedo (1917-1999). En él reúne Aub lo que presenta como «escritos encontrados en los bolsillo y mochilas de muertos árabes y judíos de la llamada “guerra de los seis días”, en 1967. Las traducciones deben mucho a mis alumnos», donde de nuevo se acompañan los textos de breves notas biográficas fragmentarias. Así, entre otras lindezas, de un tal Wilhelm Hochbach se dice que «Su celebridad nunca pasó las fronteras porque ni fue famoso ni lo merecía […] Lo incluyo en este libro porque lo conocí y me leyó estos versitos escritos el día anterior, en un café, donde esperó en vano –como era natural– a una alumna que le traía el seso revuelto».

Max Aub.

Quizá todo es mucho más claro en las palabras que escribió Eleanor Londero, que posteriormente prepararía una edición de la Antología traducida:

Presentarse como antólogo y traductor –es decir, como mediador al infinito– de sesenta y nueve poemas apócrifos presupone poner en tela de juicio una serie de certezas. [..] la validez o, si se quiere, sobre el fundamento de la selección en sí […], la función misma de la traducción y su real capacidad de comunicar o transmitir un mensaje determinado. Por último, sobre la legitimidad de reivindicar cualquier derecho de autoría sobre el texto. […] Supone, en definitiva, moverse en los márgenes ambiguos que separan la configuración estética de su propia reflexión.

Fuentes:

Max Aub, Antología traducida, edición, introducción y notas de Pasqual Mas Usó, presentación de Tomás Segovia, not preliminar de Antonio Gascó y grabados de Luis Bolumar, Segorbe, Fundación Max Aub – Universitat Jaume I (Biblioteca Max Aub 6), 1998.

Max Aub, Imposible Sinaí, Barcelona, Seix Barral (biblioteca Breve), 1982.

José Ángel Cilleruelo, «Comprometidos y apócrifos. Los poemas de Max Aub», Quimera, núm. 134 (abril de 1998).

María Teresa González de Garay, «Las máscaras poéticas de Max Aub», El Correo de Euclides, núm. 1 (2006), pp. 546-554.

Eleonor Londero, «Max Aub, traductor fingido», en Cecilio Alonso, ed., Actas del Congreso Internacional Max Aub y el laberinto español, Ajuntament de València (Col·lecció Encontres), 2006, vol II, pp. 653-658.

José Ramón López García, «Memorialismo, historia e imaginación lírica. Max Aub y el ciclo de Imposible Sinaí», El Correo de Euclides, núm. 1 (2006),pp. 568-580.

Gérard Malgat, Max Aub y Francia o La esperanza traicionada, Sevilla, Editorial Renacimiento (Biblioteca del Exilio. Anejos), 2007.

Ignacio Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, València, Biblioteca Valenciana (Colección Literaria), 2003.

Reconstruir la historia de la editorial Afrodisio Aguado a ciegas

En el libro que, con motivo de sus primeros cincuenta años, resume la historia de la editorial Taurus, el teólogo y académico Olegario González de Cardedal (n. 1934) subraya la importancia de la editorial de Afrodisio Aguado en las primeras décadas de la posguerra española, en particular en la formación de editores y libreros, pero apunta un buen propósito que no parece que hasta el momento de escribir estas líneas, doce años después de expresado, lleve trazas de verse cumplido:

[La editorial Afrodisio Aguado] ha sido decisiva en la cultura española en los decenios 1940-1960, ya que no sólo editó las Obras completas de Bécquer, Unamuno y Rubén Darío, sino que allí se forjaron libreros que luego serían editores como Marcial Pons y Manuel Sanmiguel, creador primero de Guadarrama y luego de Cristiandad, editorial que tras su muerte subsiste en otras manos hasta hoy. Afrodisio Aguado fue una editorial sorprendente que en la posguerra intentaba sobrevivir como empresa familiar […] De Carmina Aguado, hija del fundador, recibo no sólo información minuciosa sino numerosos libros, que ella guardaba como legado de amor recibido de su padre. Algún día espero poder contar su historia completa.

Lamentablemente, tampoco en el portal EDI-RED figura de momento ninguna información sobre esta editorial, por lo que el único modo de acercarse un poco a ella es espigar algunos datos muy dispersos, inconexos e incluso en algunos casos en apariencia contradictorios.

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Ya en los años diez del siglo XX la empresa de Afrodisio Aguado Ibáñez, con sede en el número 130 de la calle Mayor, era la más importante de la ciudad de Palencia en los ámbitos de la encuadernación y la venta de libros, y en 1919 compró dos Minerva y amplió su radio de acción a la tipografía y la impresión. En 1921, por ejemplo, está fechada una Pedagogía musical de Gonzalo Castrillo con un pie que indica Litografía Librería Afrodisio Aguado, y con el subtítulo «Conferencia sobre el canto popular religioso y su desarrollo en la iglesia española, con ejemplos prácticos», que tuvo como escenario el Teatro Principal de Palencia el 6 de junio de ese año 1921.

También de ese año parece el volumen conmemorativo y ampliamente ilustrado Libro del VI Centenario de la S. I. Catedral de Palencia, según se incica, «publicado por la comisión organizadora en Imprenta y Librería de Afrodisio Aguado». Ese nombre, «Imprenta y Librería Afrodisio Aguado», es el que figura en el pie de imprenta de algunos otros modestos libros de los años veinte, como en la Historia de Palencia vista a través de las gafas de Siro de Gandía (1926), de Emilia Pita Do Rego, y en la Geografía de Palencia (1928) de Sebastián González. En aquellos tiempos el negocio ya estaba tomando unas dimensiones considerables, pues en 1926 contaba con cinco empleados: Jesús Hernández, Félix Calvo, Dámaso Aguado Ibáñez, Gaudencio Caro y Casilda Ibáñez. A partir de 1929 y hasta 1932 se ocuparon también de la impresión de la revista decenal La Escuela.

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El carácter local y musical de estas primeras impresiones toman un sesgo muy distinto con la entrada en la década de 1930, en que se convierte en la imprenta de la revista dirigida por Andrés Redondo (hermano del falangista Onésimo) Igualdad y, de apariencia gráfica muy similar, del semanario vallisoletano Libertad, dirigido por Onésimo Redondo (1905-1936), quien por entonces estaba creando la agrupación fascista Juntas Castellanas de Actuación Hispánica (que ese mismo año se integrarían en la Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, las JONS). En 1934 Afrodisio Aguado, cuya empresa empezaba a tomar impulso, estableció en el número 13 de la calle San Martín de Valladolid una imprenta y librería, y ese mismo año Hacienda estimaba el valor de la maquinaria de que disponía Afrodisio Aguado en nada menos que 30.000 pesetas y además había incorporado a Vidal Fernández (contable) y a los dependientes Moisés Martín, Francisco Abril y Gerardo del Campo.

De esas mismas fechas más o menos debe de ser el libro sin indicación de año sobre la Juventud Obrera Cristiana Qué es la J.O.C., y de 1933 el destinado al público juvenil Mi primer libro de historia, de Daniel González Linacero, al que seguiría el año siguiente Mi segundo libro de historia, del mismo autor. Sin embargo, ya se publica con pie en Valladolid-Palencia, aunque sin fecha, Falange Española. Textos fundamentales y, en Valladolid y bajo el membrete de Ediciones Libertad, Doctrina de F.E. de las JONS, ambas como impresas en Artes Gráficas Afrodisio Aguado. Es probable que algunos de estos libros sin fecha aparecieran ya durante la guerra civil, como es el caso de otros títulos de esas Ediciones Libertad, como 1931-1936, Sindicatos y agitadores nacional sindicalistas, del sindicalista de la JONS Emilio Gutiérrez Palma, la biografía Onésimo Redondo, caudillo de Castilla, anónima, que indica en el colofón el 26 de febrero de 1937 como fecha de salida de los «Talleres Tipográficos de Afrodisio Aguado, en Valladolid». También de la vallisoletana Imprenta Afrodisio Aguado salió en 1938 una de las muchas ediciones del volumen de Redondo El Estado Nacional.

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Otro cartel impreso en Afrodisio Aguado durante la guerra.

Según registraba el Diario Palentino en su sección de «Recuerdos viejos/Palencia hace…» acerca de las noticias más importantes del 31 de agosto, una vez ya iniciada la guerra:

El Instituto Nacional de Previsión pidió a la Diputación palentina unos locales para instalar una clínica de obstreticia. La Corporación Provincial respondió que iba a estudiar esa petición con el mayor interés y trataría de cumplirla satisfactoriamente. Los concejales falangistas Afrodisio Aguado, Alejando Font de Bedoya y Manuel Santamarina presentaron la renuncia de sus cargos municipales, en acatamiento a la disciplina del partido. Empezaban a recibirse cartas de voluntarios y soldados solicitando madrinas de guerra.

Durante la contienda, aparecen con pie de Afrodisio Aguado algunos otros libros de título inequívoco, como Desde el Cuartel General de Miaja al Santuario de la Virgen de la Cabeza. 30 días con los rojos separatistas sirviendo a España. Relato de un protagonista (1937), del capitán Antonio Reparaz Araujo y Tresgallo de Souza, Defensa de Oviedo (1937), del también capitán Óscar Pérez Solís, con prólogo del general Antonio Aranda e ilustraciones fotográficas fuera de texto, así como algunos carteles (uno del Auxilio Social, obra de Carlos Sáenz de Tejada; «La Falange os llama. Ahora o nunca», firmado «V. Fito»), y de fechas no muy posteriores son dos libros de Javier Martínez de Bedoya (que era uno de los empleados de Aguado): Antes que nada, política (1939) y Siete años de lucha. Una generación política, en la que compendia artículos aparecidos previamente en la revista JONS y otros publicados durante la guerra en los que justifica la violencia como el único método de acabar con la burguesía democrática y con el marxismo.

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Página del calendario Aguado de 1946.

Concluida la guerra civil, Afrodisio Aguado se traslada a Madrid, donde abre una librería que no tarda en convertirse en una de las más importantes de la ciudad, y en que se foguean en el mundo de los libros Carmen Abril, Marcial Pons, Alfonso Mangada (que de muy joven fue el gerente y luego crearía Editorial Paraninfo), Manuel Sanmiguel (ya mencionado como fundador Editorial Guadarrama), antes de crear también las Ediciones Afrodisio Aguado (en el número 4 de la calle Barquillo), con talleres propios (en Bravo Murillo, 31). En estas empresas se formaron entre otros el pintor Alejandro Mieres Bustillo (Palencia, 1927), que se inició como dibujante y retocador de originales en los talleres de fotograbados, antes de ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.

Además de dedicarse al libro escolar, partir de octubre de 1942 Afrodisio Aguado se convierte en impresor El Español. Semanario de la Política y del Espíritu, dependiente de la Delegación Nacional de Prensa. Y a esos años pertenecen también las colecciones que permiten a Xavier Moret señalar Afrodisio Aguado como una de las escasas editoriales que en la inmediata posguerra se abrieron a los autores jóvenes, en particular en la serie Literatura de la colección Cuatro Vientos, cuyo nombre parece evocar la revista y colección del grupo formado en la preguerra por Pedro Salinas, Dámaso Alonso y Jorge Guillén. En esta serie de Afrodisio Aguado aparecieron por ejemplo, sobre todo a partir de 1944 y junto varias piezas teatrales de Shakespeare y reediciones de varias obras de Concha Espina (Altar camilojoseMayor, El cáliz rojo, princesas del martirio), la versión definitiva de la novela de Ramón Ledesma Miranda (1901-1963) Almudena o historias de viejos personajes (1944), que revisaba y aumentaba la que con el título Viejos personajes le había publicado previamente la Agencia General de Librerías y Artes Gráficas e incorporaba además dieciocho ilustraciones de Eduardo Vicente; Zarabanda (1944), de Darío Fernández Florez (1909-1977); La canción del jilguero (1947), de José Antonio Jiménez Arnau (1912-1985), así como el poemario de Emilio Carrere Canciones para ellas (1944), pero sin duda el autor más pujante incorporado a esta colección es Camilo José Cela y su Pabellón de reposo (1944), ilustrada con dibujos de Lorenzo Goñi (que firma como Suárez del Árbol). Curiosamente, en las páginas finales de Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes (Ediciones La Nave, 1944) se anunciaba otra obra de próxima aparición en Afrodisio Aguado, el libro de relatos Lo que quedó cuando el amor ya muerto…, que nunca llegó a publicarse con ese título. En cambio, sí aparece Cela en otra edición de Afrodisio Aguado, la novela colectiva publicada al margen de esta colección, Nueve millones (también de 1944), en la que participaron dieciocho escritores (Concha Espina, Emilio Carrere,Carmen de Icaza, Luis Astrana Marín, Benjamín Jarnés, Eduardo Zamacois, Pedro Mata, Fernández Flórez…). Se trata de una edición en rústica, acompañada de fotografías de cada uno de los autores, destinada además, en adaptación de Fernando Garzón, a la radiodifusión por parte del cuadro de actores de Radio Madrid.

Aun así, esta veta de la narrativa en general pronto se vio desplazada en Afrodisio Aguado por las obras clásicas (en colecciones como la célebre Más Allá), las guias de viaje (de las que era pionero) y por el ensayo, así que fueron otras editoriales las que al concluir esa década tomaron el relevo. Sin embargo, habrá que esperar los frutos del anunciado análisis de Olegario González de Cardedal (o bien a que ponga esos materiales que posee a disposición de los investigadores; por ejemplo, a través de EDI-RED) para tener una idea más completa de esa editorial «decisiva en la cultura española en los decenios 1940-1960».

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Una edición de los años cincuenta de Afrodisio Aguado.

Fuentes:

Olegario González de Cardedal, «Un capítulo de la teología en España», en Taurus, cincuenta años de una editorial (1954-2004), Madrid, Santillana, 2004 (edición no venal), pp. 107-198.

Xavier Moret, Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, Barcelona, Destino (Imago Mundi 19), 2002.

José Vidal Pelaz López, «Catálogo de publicaciones periódicas de la provincia de Palencia, 1898-1936», Investigaciones históricas: Época moderna y contemporánea, núm 11 (1991), pp. 229-250.

Camilo José Cela y la industria editorial andorrana

No es probable que la relación del escritor y editor Camilo José Cela (1916-2002) con Andorra haya sido objeto de un interés particular, del mismo modo que a la historia de la industria editorial andorrana se le ha prestado una atención más bien escasa, y sin embargo ambos son temas que ofrecen algún que otro fruto muy interesante.

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Camilo José Cela.

Acerca de la edición en Andorra existe una bibliografía bastante exigua, pero en cambio Carme Ortiz ofreció un muy útil repertorio de todo lo publicado entre 1940 y 1980 en Andorra como tesis de final de carrera, y a ello, para completar las décadas previas, puede añadirse los Materials per a una bibliografía dAndorra preparados por Lídia Armengol y Mònica Batlle entre otros y, para lo que se refiere a sus relaciones con la Península, el libro de Pere-Miquel Fonolleda Pérez, Editorials i societat a Andorra, 1945-1994, i relacions amb Catalunya sota el règim franquista. De la consulta de este material es fácil advertir la importancia que tuvo el país pirenaico como centro de edición en dos etapas cruciales de la historia europea del siglo XX: durante la Ocupación de Francia por parte de las tropas nazis, en que se convirtió en lugar de edición de obras en francés malquistas por el régimen alemán (y que se introducían de matute en Francia), y durante el franquismo, en particular en sus primeras décadas, en que se convirtió en sede de la edición, impresión y publicación de material impreso que en España hubiera sido perseguida, y que igualmente se colaban en la España franquista oculta a los ojos de la policía de aduanas.

camilojoseNo respondieron a esta intención los contactos de Cela con la industria editorial andorrana, sino más bien al aprovechamiento de las muy modernas instalaciones que había puesto en pie la que probablemente sea la editorial más importante de andorra, Casal i Vall. Fundada en 1956 en Sant Julià de Loria (la primera población al cruzar la frontera) por los hermanos Jaume, Joan y Narcís Casal i Vall, después de una década de labor dedicada principalmente al libro religioso (tanto en español como, en francés, con la Encyclopédie Liliput), la empresa se dotó de la más moderna maquinaria disponible para crear unos imponentes talleres gráficos, imprenta y talleres de encuadernación. Al lado de las industrias similares que pudiera haber en España, sujetas a restricciones de papel, con problemas en el flujo de electricidad y enfrentadas a las dificultades para comprar material en el extranjero debido al cambio y a la escasez de divisas, Casal i Vall no tardó en convertirse en un santuario para muchos editores peninsulares, de los que pretendían publicar libros susceptibles de entrar en conflicto con la censura (y ahí entran un buen número de editoriales en catalán) y de los deseosos de publicar los mejores libros posibles. Este fue el caso, entre otros muchísimos (Luis de Caralt, Luis Miracle, López Llausàs, etc.) de Camilo José Cela.

El problema que pudiera representar la exportación de libros, porque no todo lo que se editaba entraba en España de contrabando, se salvó de un modo de lo más asombroso. Dados los acuerdos comerciales entre Andorra y España, que autorizaban al país pirenaico a exportar sólo productos con materia prima andorrana, los envíos de libros se declaraban como fabricados con pasta de papel extraído a partir de la rica masa forestal andorrana, cuando todo el mundo sabía, o podía saber a poco que se esforzara en ello, que Andorra carecía de industria papelera, y mucho menos de la importancia suficiente como para poder publicar unos quinientos libros diarios, que es lo que Pere-Miquel Fonolleda calculó que, entre 1956 y 1976, se imprimía en Andorra, con destino al mercado español (en total, calcula que se exportaron libros de un millar de títulos distintos en ese mismo período).

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Cela con el también escritor Josep M. Espinàs a cuestas.

En 1966 los Talleres Gráficos Casal i Valls se ocuparon de la primera edición en catalán del libro de Cela Viatge al Pirineu de Lleida. Notes d’una passejada a peu pel Pallars Sobirà, la Vall d’Aran i el comtat de Ribagorça, que se publicó en traducción del polifacético poeta y editor mallorquín Josep Mª Llompart (1925-1993). Se trató de una edición de cierto empaque, de 20,5 x 14,5 y 326 páginas, encuadernada en tela editorial con sobrecubierta y con las mismas ilustraciones fotográficas en blanco y negro fuera de texto que contenía la edición en castellano, y con la que se abría la colección de Alfaguara en catalán Ara i Ací. Dos años más tarde, también en Casal i Vall, se hizo una reimpresión de 3.000 ejemplares.

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De hecho, ese mismo año 1966 la empresa andorrana trabajó muchísimo para Alfaguara, ocupándose de algunos libros que, ya por su título, podría preverse que podían tener algunas dificultades con la censura franquista, así como de varios de los títulos que por entonces Alfaguara publicaba en catalán (Aril Avall, de Guillem Viladot, por ejemplo). Es el caso también, otro ejemplo, de la Travesía de Madrid, de Francisco Umbral (1932-2007) o sobre todo de De raptos, violaciones y otras inconveniencias, del exiliado español Francisco Ayala (1906-2009).

ayalaraptosSin embargo, de mayor ambición bibliográfica fue el proyecto que el año siguiente salió de Casal i Valls, los Poemas de Amor, con dos puntas secas del autor, y era este autor nada menos que Rafael Alberti (1902-1999). Se trató de la edición con la que se estrenaba la colección celiana Amans Amens, cuyo segundo número (los Poemas de amor, de Miguel Hernández, prologados por Leopoldo de Luis), también salió de los talleres de Casal i Vall, pero acerca de Amans Amens ya hay una entrada en Negritas y Cursivas.

La sede de Casal i Valls, que en 1961 se había establecido en la capital y acabó por cerrar en 1988, era obra del arquitecto catalán en el exilio Domènec Escorsa, inspirándose en la sede barcelonesa de la editorial Gustavo Gili, y lo singularizaba una chimenea que la historiadora del arte Raquel Lacuesta describe como «de planta lobulada y que remite a diseños de Le Corbusier y de Álvaro Aalto», que se demolió para parcelarla. Sin embargo, los fondos de la editorial y de los talleres (un total de 1385 libros y documentos, entre los cuales casi trescientos 297 discos) fueron en buena medida preservados, y durante las Jornadas de Patrimonio europeo de este año 2016 (18 de septiembre) se ofrecieron visitas guiadas de los mismo en un despacho del edificio Marginets (que la Biblioteca Nacional de Andorra comparte con otros departamentos de Cultura), que incorporaban además obras singulares de la biblioteca familiar.

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Entre las curiosidades de este fondo, además de algunas matrices tipográficas (entre ellas la de los pasaportes andorranos), se cuenta el reglamento interno de la empresa, que llegó a tener una setentena de empleados, en el que se informa de que la jornada laboral es de setenta horas diarias, con una pausa de dos para comer, sábados incluidos, con quince días de vacaciones al año, y despido libre con ocho días de anticipación, así como la terminante prohibición de colgar en las paredes de los talleres «láminas, grabados y papeles que, además de ser desagradables a la vista, son de un gusto muy dudoso». Y no menos curioso es el material relativo a la impresión de los pasaportes andorranos.

Fuentes:

Vídeo en el que puede verse cómo era la sede de Casal i Vall en la capital andorrana, aquí.

Pere Miquel Fonolleda Pérez, Editorials i societat a Andorra, 1945-1994, i relacions amb Catalunya sota el règim franquista, Andorra la Vella, Editorial Andorra (Biblioteca d’Andorra), 2006.

A.L., «Casal i Vall, a terra», El Periódico, 3 de octubre de 2013.

Luengo, A., «El que queda de Casal i Vall», Bon Dia, 19 de septiembre de 2016.

«La Biblioteca Nacional exhibeix el fons de la editorial Casal i Vall», Diari dAndorra, 26 de octubre de 2016.

Neus Ràfols, «Un refugi durant el franquisme», Avui, 23 de abril de 2007, pp. 26 y 28.

Redacció «L’arxiu de Casa Molines i el fons de Casal i Vall, estrelles de les Jornades de Patrimoni», Bon Dia, 10 de septiembre de 2016.

Àlvar Valls, «Aproximació al fet literari a Andorra», en Eliseu Trenc Ballester, ed.,Els Pirineus, Catalunya i Andorra (Actes del Tercer Col·loqui Interancional de la Associació Francesa de Catalanística), Barcelona, Abadia de Montserrat, 2006, pp. 125-138.

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Domingo Escorsa Badia había sido uno de los colaboradores de Josep Lluis Sert y Luis Lacasa en el diseño del Pabellón de la República de París en 1937.

Camilo José Cela y la bibliofilia en Alfaguara: Amans Amens

El epistolario entre Camilo José Cela (1916-2002) y Rafael Alberti (1902-1999), residente por entonces en Roma, permite recabar bastante información sobre el libro que estrenó una de las colecciones más ambiciosas y cuidadas surgidas de la muy fructífera colaboración entre el grabador y bibliófilo Jaume Pla (1914-1995) y el escritor de Iria Flavia: Amans Amens. Se trataba de una colección que debía reunir en ediciones de lujo una antología de poemas amorosos, sobriamente decorada con puntas secas, de los más importantes poetas en lengua española del siglo XX.

ALBERTIVenusPríapoEl proyecto de este libro en concreto se remonta, por lo menos, al primer trimestre de 1965, y en él tuvo un papel importante Pla, quien incluso visitó al poeta malagueño para comentar el proceso de grabación en seco de las ilustraciones que debían acompañar el volumen. Ese mismo epistolario permite descubrir, por ejemplo, las dudas que le planteaba a Alberti la censura, dudas que le llevaron a descartar una de las composiciones inicialmente seleccionadas, “Poema de Venus y Príapo” (“Diálogo de Venus y Príapo”, publicado por primera vez en las Obras Completas de Losada de 1960, formando parte de entre El clavel y la espada) y dos años más tarde se hizo una selecta edición (14 pp., 23 cm) con pie de Ediciones La Arboleda Perdida con un diseño de portada distinto, obra de Alberti, para cada uno de los veintinueve ejemplares. En ciertos aspectos eso lleva a pensar en el volumen que en el por entonces ya lejano 1947 había  publicado La Botella en el Mar de El ceñidor de Venus desceñido (que reunía la poesía erótica de Alberti anterior a su llegada a Argentina), del que se hizo una tirada de cien ejemplares firmados por el autor e ilustrados por Luis Seoane (1910-1979).

ALBERTIVenusPriamo

Adviértase la diferencia del dibujo de portada de un ejemplar a otro de Ediciones La Arboleda Perdida.

Cuando menos en parte, el hecho de que el proceso de edición que tuvo el primer libro de Amans Amens se demorara tanto cabe atribuirlo al hecho de que, aun residiendo en Roma, Alberti fue mandando fragmentariamente los textos, a lo que se añadió el se empeñó del poeta en revisar pruebas, aun en contra de las recomendaciones que le hacía al respecto Cela, asegurándole que lo harían expertos que pondrían en ello los cinco sentidos, lo cual permitiría acelerar un poco el proceso. Temeroso de las erratas, Alberti insiste en corregir pruebas personalmente, y comprometiéndose incluso a devolverlas en veinticuatro horas para minimizar la demora.

En carta fechada el 7 de junio de 1967 en Roma, escribe Alberti:

¡Al fin! Hermoso y perfecto Poemas de amor! Muy contentos María Teresa [León] y yo. […] Estoy de enhorabuena. Muestro el libro a mis amigos italianos. Grandes elogios. Un éxito. […] Felicite a todos los que cuidaron de la edición. Es una maravilla. Muchas gracias.

La impresión, de mil ejemplares, había corrido a cargo de Casal i Vall, y se había previsto una edición corriente en la colección El Gallo en la Torre que, en el caso del libro de Alberti, no llegó a realizarse. Sobre los detalles de la tirada, las que se conocen respecto al segundo título de la colección pueden ser orientativos.

El número 2 de la colección fue el dedicado a los Poemas de amor del poeta de Orihuela Miguel Hernández (1910-1942), seleccionados, prologados y anotados por el crítico y también poeta Leopoldo de Luis (1918-2005) y aparecidos en mayo de 1969. En este caso las dos puntas secas sobre papel hilo con filigraba que incorpora fueron obra del pintor y grabador canario Millares (Manuel Millares, 1926-1972), y al igual que el anterior se imprimieron en Casal i Vall, una empresa fundada en 1956 en San Julián de Loria y trasladada en 1961 a la capital de Andorra que actuó también como editorial y que tenía entre sus principales clientes a Caralt, Vergara y Nauta, además de Alfaguara.

Miguel Hernández (1910-1942).

De este volumen de 161 páginas, encuadernado en arpillera con lomo de pergamino, sabemos que, además de los mil ejemplares numerados para la colección Amans Amens, sobre papel alisado, se tiraron sesenta y cuatro para la colección El Gallo de la Torre los siguientes sobre papel fabricado exprofeso por Guarro:

-Un ejemplar único con los dibujos originales de las dos puntas secas, el cobre de la ilustración y una prueba de cada uno de los grabados en sanguina y otra tirada con las planchas inutilizadas (lo que impide su posterior reimpresión y, por tanto, que más adelante puedan ponerse en circulación más ejemplares que los originalmente impresos). Todas las pruebas de los grabados, en estos ejemplares y en los que se mencionan a continuación, iban acompañados de la firma del grabador.

-Diez ejemplares (numerados 1-10) con una prueba de los grabados en sanguina y otra con las planchas inutilizadas.

-Cuarenta y tres ejemplares (numerados 11 al 53).

-Diez ejemplares para cada uno de los colaboradores (marcados de la A a la I).

En una entrevista concedida a Jorge Burgos y publicada en Abc el 26 de febrero de 1970, el novelista y editor de Alfaguara Jorge Cela Trulock declaraba:

En la colección Amans Amens están ya en la calle Alberti y Hernández. Ahora [Manuel]Viola [José Viola Gamón, 1916-1987] está haciéndonos las puntas secas que ilustrarán el libro de Aleixandre. Como usted sabrá, estos libros pasan luego a la colección La Palma de la Mano, más asequible, que es donde ha salido lo de Otero.

Blas de Otero (1916-1979).

El libro de Blas de Otero al que se refiere Cela Trulock  es Expresión y reunión (1941-1969). A modo de antología (1969), que era el segundo volumen de la colección La Palma de la Mano, tras la publicación de la reedición corregida y aumentada de la Poesía social. Antología (1939-1968), preparada por Leopoldo de Luis y publicada en Alfaguara en 1965 y pronto convertida en obra de referencia en la materia. Sin embargo, bastante más interesante parece la mención del libro en proceso de Vicente Aleixandre (1898-1984), que no parece haber dejado otro rastro (o no he sabido encontrarlo). Parece claro que no llegó a culminarse la edición de este libro de poesía amorosa de Aleixandre ni en Amans Amens ni en ninguna otra colección de Alfaguara. No es fácil identificar esta obra, de la que podemos suponer que el título sería Poemas de amor o algo muy similar. Aun así, quizá pueda identificarse con el libro al que alude un rumor, ni muy fiable ni muy extendido, según el cual existe una edición de un único ejemplar de cierto libro de Aleixandre que se llevó a cabo para la Unesco. No me consta que exista tal ejemplar único ni he hallado más noticia sobre él.

Fuentes:

Antonio Burgos, “El Mundo de los Libros. Declaraciones del novelista-editor Jorge Cela Trulock”, Abc, 26 de febrero de 1970, p. 18.

Camilo José Cela, Correspondencia con el exilio, Barcelona, Destino, 2009.

Fernando Huarte Morton, «Camilo José Cela, bibliófilo y editor», Actas de la VIII Escuela de Verano del CREPA, Madrid, Comunidad de Madrid, 2006, pp. 45-56.

Germán Masid Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero & Ramos, 2008.

Los libros buenos de Camilo José Cela

98448-foto_17508_casEstablecer cuándo se produce primera relación de Camilo José Cela (1916-2002) con lo que se conoce como “bellas ediciones” es realmente difícil, pues ya en sus colaboraciones en el periódico del Movimiento Arriba había escrito sobre la materia, pero la primera importante es muy probable que sea a raíz de su relación con el editor catalán Carlos F[rancisco] Maristany Mathieu (1913-1957), quien a mediados de la década de 1940 creó una editorial de azarosa vida destinada a obras muy cuidadas que se estrenó con una edición numerada de 450 ejemplares numerados (33 de ellos firmados) del poemario de Cela Pisando la dudosa luz del día (1945), encuadernado en rústica pero acompañado de una carpeta ilustrada, al que seguiría ese mismo año una del Cervantes de Sebastià Juan Arbó (1902-1984), con cuarenta fotografías de Gabriel Casas (1892-1973). A estas ediciones iniciales seguirían otras de Huizinga (Erasmo, 1946), la de La familia de Pascual Duarte (1946) y de varias obras del ilustrador y padre de los pop-ups Julian Wehr (La cenicienta, 1947; a la que seguirían otras versiones del mismo artista de cuentos infantiles con ilustraciones móviles), antes de tener que cerrar por insalvables problemas económicos, en cuya resolución Cela intentó echar un cable –sin éxito– poniendo a Maristany en contacto con quienes pensaba que pudieran ofrecerle apoyo financiero. La década de los cuarenta es una etapa de auge de las ediciones de bibliófilo en España, e incluso de las bellas ediciones destinadas al comercio regular, y Cela forma parte del numeroso grupo de escritores que, como José M. Pemán o Eugeni d´Ors, contribuyeron de modo importante a su divulgación de los conocimientos necesarios para evaluar, valorar y apreciar adecuadamente las ediciones.

La edición de Ediciones del Zodíaco del Pacual Duarte [sic] incluye en el frontis un retrato del autor.

Vale la pena citar lo que al respecto escribe Germán Masid Valiñas:

Hay un aspecto importante en el Cela editor, y es la renovación introducida en el lenguaje empleado en la descripción de sus ediciones. Liberó la terminología descriptiva de ciertos arcaísmos y estereotipos que venían utilizándose. Además, debió de estar muy bien asesorado por los técnicos, a juzgar por el rigor con que lleva a cabo sus descripciones en las justificaciones de la tirada, que son características de quien conocía los fundamentos de las técnicas de edición e impresión.

Antonio Rodríguez Moñino.

Tan satisfecho quedó Cela con la edición de sus “poemas de una adolescencia cruel”, que cuando se le ocurrió hacer una edición de bibliófilo, en tirada limitada y numerada de La Colmena para obtener de ese modo autorización de la censura para poder publicar esa obra, se puso en contacto con Maristany, y pese al fracaso de ese intento, volvió a recurrir a él para una edición del Pascual Duarte prologada por Gregorio Marañón y se puede conjeturar que, de no ser por la desaparición de Ediciones del Zodíaco, quizás hubiera publicado también Maristany El coleccionista de apodos, que se imprimió en las madrileñas Gráficas Uguina, antes de incorporar ese breve texto (28 pp.) a El Gallego y su cuadrilla.

De pocos años después son las primeras colaboraciones de Cela en la revista que sobre bibliofilia dirigía el erudito Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970) para la editorial Castalia (Bibliofilia, 1949-1957). A modo de sugerencia: acaso no sería mala idea, en algún momento, recopilar, editar debidamente y publicar esos textos dispersos de Cela sobre libros y bibliofilia, ¿o existe ya tal obra y pasó inadvertida?

De 1952 es la edición mínima (55 ejemplares) de Del Miño al Bidasoa con ilustraciones de Teodoro Miciano, de la que se ocupó la Editorial Noguer, que dos años después haría una tirada aún más reducida (15 ejemplares en papel Guarro, firmados por el autor), de Historias de Venezuela. La Cátira (Novela).

De izquierda a derecha: Cela, Tristan Tzara y Jaume Pla.

Sin embargo, es a partir del momento en que en 1954 se traslada a Mallorca cuando Cela impulsará, a menudo con la inestimable colaboración del editor y artista Jaume Pla, algunas ediciones importantes. Allí, ya en 1956 publica por ejemplo 400 ejemplares numerados y firmados por el autor (más otros 50 de I a L) de la traducción al catalán de Miquel M. Serra Pastor de La familia de Pasqual Duarte, con prólogo de Llorenç Villalonga, gracias a la buena labor de la Imprenta Atlante. Pero será sobre todo a través de las Ediciones de Papeles de Son Armadans (creadas a rebufo de la repercusión y éxito de la revista homónima) y de algunas colecciones de Alfaguara, y sobre todo ya en la década siguiente, cuando Cela se prodigará en el ámbito de las bellas ediciones.

Tal vez una de sus ediciones más famosas sea la que, coincidiendo con una corriente en la editorial Destino, llevaron a cabo en gran formato (38 x 26,5) Cela y Pla del Viaje a la Alcarria en la colección Las Botas de Siete Leguas (de las Ediciones de Papeles de Son Armadans) en 1958, que además de un mapa de la Acarria en el frontis contiene 12 puntas de Pla integradas en el texto y un buen número de xilografías. Se tiraron 126 ejemplares, todos ellos firmados por el autor y por el ilustrador, presentados en caja editorial en arpillera. En la Biblioteca de Catalunya se conservan hasta 89 documentos relacionados con el proyecto de encuadernación de esta obra realizados por el ilustre encuadernador Santiago Brugalla i Aurignac (n. 1929). Germán Masid describe este libro como “una de las mejores ediciones en que intervino Jaume Pla; desde el punto de vista técnico es una prolongación del estilo adoptado en todas las ediciones de la Rosa Vera”.

Emili y Santiago Brugalla.

Emili y Santiago Brugalla.

Por esas mismas fechas Pla intentó convencer a Cela para que creara una serie de textos para un proyecto sobre Castilla que finalmente culminó el otro gran prosista de la lengua española del momento, Miguel Delibes, y que se publicó en Edicions de la Rosa Vera con prólogo de Pedro Laín Entralgo. Pero por entonces el escritor gallego estaba a punto de poner en marcha un ambicioso proyecto muy bien estructurado para publicar bellas ediciones en el ámbito de las Ediciones de Papeles de Son Armadans.

Más suerte tuvo en cambio Pla con la propuesta a Cela de que escribiera un conjunto de textos narrativos breves para una serie de dibujos a la cera que había puesto a su disposición Pablo Ruiz Picasso (1881-1972). El texto se compuso a mano, con letras de monotipias fundidas especialmente para la ocasión, y se compuso con el esmero necesario para evitar tanto la partición de palabras a final de línea como las líneas viudas (la última de un párrafo a principio de página) o huérfanas (la primera de un párrafo a final de página), y con una esmerada reproducción de los colores que cabe atribuir al propio Jaume Pla.

De este cúmulo de experiencias surgirían una serie de colecciones, “las Juanes”, definidas sobre todo por géneros y estrechamente asociadas a la revista:

-Juan Ruiz (poesía), que arrancó con Paisaje con figuras (1956) por el que Gerardo Diego obtendría el Premio Nacional de Literatura,y publicó también Signos del Sur (1962), de Emilio Prados (coincidiendo con su muerte).

-Joan Roiç de Corella (poesía catalana), una colección frustrada por falta de suscriptores que debía estrenarse con Comèdia, de Blai Bonet, y en la que estaban proyectadas ediciones de Gàrgola, el vent, Tirèsies, de Salvador Espriu; Lletres d´un viatge y El cop a la terra, de Joan Perucho, y obras de Joan Vinyoli, J.V. Foix, Carles Riba, Jaume Fuster, Jordi Sarsanedas y Joan Teixidor.

-Juan Rodríguez (poesía gallega), al parecer, también nonata.

-Juan del Encina (teatro), que se estrena con Un hombre ejemplar (drama en dos actos, dividos en dos cuadros), de Fernando Lázaro Carreter.

-Joan Timoneda (relatos), que inicia su camino publicando a Manuel Blanco González Tu mundo propio (1962) y a continuación a María Josefa Canellada La verdadera historia de Montesín (1972)

-Juan Lanas (ilustraciones), donde aparecen los cien ejemplares de los grabados de Joan Todó con el título Los oficios del mesón (1961).

-Juan de Juanes (obra gráfica de pintores de primera fila como Picasso o Joan Miró).

-Príncipe don Juan Manuel (ediciones ilustradas de obras del propio Cela), como Los solitarios y los sueños de Quesada (1963), en formato apaisado (45 x 35) con textos de Cela y láminas del pintor Rafael Zabaleta (1907-1960), de la que se hizo una edición de 299 ejemplares en papel Guarro, o la Gavilla de fábulas sin amor (1962) ilustrada por Picasso y de la que se hizo una tirada más larga (2000 ejemplares).

Aun así, mayores ambiciones bibliográficas tendrían las colecciones celianas Museo Secreto y Puerto seguro, destinadas a divulgar el libro bellamente editado entre el los lectores no particularmente inclinados a él, y en especial las colecciones Amans Amens y El Gallo de la Torre, ya en la etapa madrileña y estrechamente vinculadas a Alfaguara.

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Camilo José Cela.

Fuentes:

Web de la revista Papeles de Son Armadans.

Fernando Huarte Morton, «Camilo José Cela, bibliófilo y editor», Actas de la VIII Escuela de Verano del CREPA, Madrid, Comunidad de Madrid, 2006, pp. 45-56.

Germán Masid Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero & Ramos, 2008.

Adolfo Sotelo Vázquez, Camilo José Cela, perfiles de un escritor, Sevilla, Renacimiento, 2008.

Adolfo Sotelo Vázquez, «Primeras andanzas de los papeles mallorquines de Camilo José Cela», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 688 (febrero de 2005), pp. 70-86.

 

 

 

 

Alfaguara y sus traducciones del español al catalán (la colección Ara i Ací)

A la memoria de quienes, durante el franquismo,

impartieron clases de catalán en la clandestinidad.

 

Con una cierta intermitencia resurge un debate de baja intensidad acerca de la necesidad o incluso la conveniencia de traducir al catalán –y lo mismo valdría para el gallego o el euskera– obras literarias escritas originalmente en lengua española. Se produjo, por ejemplo, al aparecer en 2003 la versión catalana de Ponç Puigdevall de Soldados de Salamina, de Javier Cercas, pero contaba con antecedentes tan interesantes como la de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, que Avel·lí Artís Gener tradujo en 1970 para poner a prueba su dominio del catalán, pero sin pretensiones de publicarla, y muy bien podría haberse suscitado la misma cuestión en 1966, cuando apareció la versión del Viaje al Pirineo de Lérida, de Camilo José Cela, traducida por Josep M. Llompart (quien se vio en la necesidad de justificar de un modo un tanto singular su trabajo mediante un prólogo a la obra):

Traducir del castellano al catalán es una pérdida de tiempo y de energías, un rotundo disparate. […] Vana tortura de la que yo jamás habría aceptado ser agente ejecutivo si no fuera por una causa incontrastable: la voluntad del autor.

Edición dirigida por Pere Antoni Serra de la que se hicieron 400 ejemplares sobre papel de hilo Ingres, numerados, y 50 del I al L, todos firmados por el autor. En 2004 se subastó en El Remate (Madrid) por 400 euros.

A nadie extrañará que, acaso con la mirada puesta ya en el Premio Nobel, Camilo José Cela tuviera mucho interés en que su obra se tradujera a cuantas más lenguas mejor (ya de 1956 es la edición en Palma de Mallorca, con prólogo de Villalonga y traducción de Miquel M. Serra Pastor, de La familia d´en Pascual Duarte; anterior a la gallega); y tampoco sorprenderá a nadie que cuando tuvo la ocasión se sirviera para ello de la editorial que él mismo había contribuido a fundar, Alfaguara, que mediados los años sesenta había abierto en Barcelona una sede con el propósito de, por un lado, publicar en catalán (lo que dio pie a dos colecciones efímeras) y por el otro, captar autores en catalán para su traducción al español (lo que no llegó a suceder). Así lo contó su artífice, Rafael Borràs Betriu:

 En abril de 1966, a los seis meses de hacerme cargo de la delegación en Cataluña, se inició en Alfaguara la publicación de La Novel·la Popular Catalana, a semejanza de la que se publicaba en Madrid dirigida por Jorge C. Trulock: La Novela Popular. Inédita. Popular. Española.

X. Benguerel.

La Novel·la Popular Catalana, dirigida por Manuel Costa-Pau (luego conocido escritor y editor de Llibres de l´Índex y Llibres del Segle), se dedicó a la narrativa breve, con la pretensión inicial de publicar en edición de bolsillo un título mensual, y se estrenó con una obra de Ramon Folch i Camarassa, Adéu abans d´hora, al que seguirían autores como por ejemplo Joaquim Amat-Pinella, Miquel Arimany, Pere Calders, Félix Cucurull, Víctor Mora, Robert Saladrigas, Manuel de Pedrolo… Y hay constancia de textos que no llegaron a publicarse, pues a Llorenç Villalonga se le pidió sin éxito algún texto breve, y a Manuel de Pedrolo se le rechazaron dos textos (uno de ellos, por previsibles problemas con la censura).

Ara i Ací [Ahora y Aquí] tenía una presentación más lujosa, y llegó a constituirse en un catálogo muy interesante y bastante curioso, en el que Xavier Benguerel, como explica Borràs Betriu en sus memorias, ocupó un lugar particularmente destacado, con cuatro títulos de los catorce publicados en esta colección. Con el primero de los libros ya se puso de manifiesto el acierto de tal elección. Como se cuenta en las memorias ya citadas:

Gorra de plat obtuvo un éxito fulminante: se agotaron 3.000 ejemplares (recuérdese, en catalán; recuérdese, en 1967) la tarde del Dia del Libro de aquel año. Dos meses después sacábamos la segunda edición (recuérdese, también, que las técnicas de impresión y encuadernación no eran entonces lo que son hoy), de 3.000 ejemplares más, y todavía una tercera edición, revisada y corregida.

Posteriormente Busquets i Grabulosa ha calculado en 14.000 los ejemplares vendidos sólo en catalán de este título (en 1969 se publicó, también en Alfaguara, la traducción de Luis Carandell). La siguiente obra de Berenguel en Ara i Ací, Els vençuts (1969), fue una creación bastante singular. Consta de una primera parte que es una reelaboración de una novela que había publicado en 1956 en la Editorial Selecta de Josep M. Cruzet con el título Els fugitius, y de una segunda titulada La fam i les fúries. Pero el caso es que fue un éxito todavía mayor.

Tras Viatge al Pirineu de Lleida, L´estiu més bonic, de Folch i Camarassa, y Gorra de plat, el cuarto título, en 1967, fue una novela de Aurora Bertrana (1892-1974), Vent de grop, escrita o por lo menos concluida a instancias de la también escritora Caterina Albert (Víctor Català”), según se dice en la dedicatoria: “A Caterina Albert, verdadera promotora y animadora de esta obra, la cual probablemente no hubiera escrito sin su afectuosa insistencia.” Tres años más tarde, en 1970, se estrenaba una versión cinematográfica a partir de un guión elaborado por Francesc Rovira-Beleta y Joaquim Jordà, con el título La larga agonía de los peces fuera del agua, dirigida por el propio Rovira-Beleta, que se hizo famosa sobre todo porque en ella aparecía cantando algunas piezas Joan Manuel Serrat.

Francisco Rovira Beleta (1912-1999).

 

El quinto número de Ara i Ací fue la novela de Concepció G. Maluquer (1914-2004) Aigua tèrbola, que en declaraciones a El Correo Catalán describió como la que más satisfacciones le dio, por el trato profesional que le dispensó el editor, por la promoción de la obra y, en particular, por el respeto a la integridad de la obra. Maluquer tenía una experiencia previa, poco satisfactoria, con el responsable de El Club dels Novel·listes, Joan Sales, en relación con su novela Gent del Sud (1964), hasta el punto que en el año 2001, con prólogo de Francisco Candel, consiguió por fin publicar la obra que había publicado tal como la había concebido (en la colección Biblioteca Pirinenca de Garsineu Edicions). El año anterior, Maluquer había recibido de Costa-Pau el encargo de una obrita para La Novel·la Popular Catalana, que se concretó en Què s’ha fet d’en Pere Cots? (1966), y le había puesto en contacto con Alfaguara.

También Josep Maria Espinàs, que publicó como número 6 de Ara i Ací La collita del diable, que originalmente se titulada, más explícitamente, Els desterrats, llegó a Alfaguara después de cierto roce con Joan Sales, quien en 1956 le había publicado Tots som iguals. Así lo contó Espinàs:

 Llegó un momento en que terminé una novela […] y se la llevé aa Joan Sales. Entonces va Sales i se lanzó en su estilo: lleno de una profundísima buena fe armada de tozudería. Creyó que la novela “ganaría mucho con algunas alusiones estratégicamente colocadas acerca de los horrores de la guerra en el Priorato. Jo le decía que era partidario de prescindir de “qué novela se hubiera podido escribir”, pero el replicaba “Si antes de imprimir el autor tiene tiempo de mejorarla, me parece que esto es en beneficio de todos: autor, editor y público” […] Su vehemencia chocó contra mi pereza.

Además de Cela, aunque sin duda por motivos bien distintos, se tradujo en Ara i Ací a otro autor en lengua española, el por entonces muy famoso Francisco Candel, y semejante tarea recayó en Ramon Folch i Camarassa (quien al año siguiente publicaría en la misma colección El Rusc, es decir, La colmena). El libro de Candel, Trenta mil pessetes per un home i altres narracions (1968), toma el título de un relato que había aparecido en el número inicial de la revista Tintín (16 de noviembre de 1967) y, a decir de una nota aparecida en Triunfo el 21 de febrero de 1970, de la versión en español de este volumen de dieciocho relatos, que apareció  Alfaguara con posterioridad a la traducción al catalán, en 1969, en  se hizo una tirada realmente asombrosa de diez mil ejemplares.

En realidad, casi todos los catorce títulos publicados en esta colección tienen detrás una historia curiosa o divertida, o están asociados a jugosas anécdotas, y por ejemplo la elaboración y publicación de la Antologia de la poesía social catalana, preparada por Ángel Carmona, es digna de capítulo aparte.

 Apéndice. La colección Ara i Ací (Alfaguara).

 1 Camilo José Cela, Viatge al Pirineu de Lleida, traducció i pròleg de Josep M. Llompart, 1966.

2 Ramón Folch i Camarassa, L´estiu més bonic, 1966.

3 Xavier Benguerel, Gorra de plat, 1967 (2ª ed. 1967; 3ª revisada, 1973) Se calcula que se han tirado 14.00 ejemplares sólo en catalán.

4 Aurora Bertrana, Vent de grop, 1967.

5 Concepció G. Maluquer, Aigua tèrbola, 1967.

6 Josep M. Espinàs, La collita del diable, 1968.

7 Jaume Picas, Tren de matinada, 1968.

8 Francisco Candel, Trenta mil pesetes per un home i altres narracions, traducción de Ramon Folch i Camarassa, 1968.

9 Camilo José Cela, El rusc, versió de Ramon Folch i Camarassa, 1969.

10 Xavier Benguerel, Els vençuts, 1969. Se le calculan unos 25.000 ejemplares sólo de la versión en català.

11 Ángel Carmona, ed., Antologia de la poesía social catalana, 1970.

12 Vicenç Riera Llorca, Joc de xocs, 1970.

13 Xavier Benguerel, Memòries 1905-1940, prólogo de Pere Calders, 1971.

14 Xavier Benguerel, 1939. Segona part de Els vençuts, 1973. Se calculan 6.000 ejemplares vendidos.

Fuentes:

Montserrat Bacardí (traducida como, «La traducció del català al castella. Una història aleatìoria«, 1611. Revista de Historia de la traducción, núm. 1 (2007).

Montserrat Bacardí, “La traducció del castellà al català al segle XX. Esbós d’una història accidentada”, Visat, núm. 9 (abril de 2010).

Lluis Busquets i Grabulosa, Xavier Benguerel, la màscara i el mirall, Publicacions de l´Abadia de Montserrat, 1995.

Josep M. Espinàs, “Record de Joan Sales”, Avui, 18 de noviembre de 1983.

M. Landrón, “Treinta mil pesetas por un hombre (1968)”, en la web El Candel.

Joaquim Molas,  “Dotze cartes inèdites de Llorenç Villalonga”, en Germà Colón, Tomás Martínez Romero y Maria Pilar Perea, eds., La cultura catalana en projecció de futur. Homeantge a Josep Massot,  Castelló de la Plana, Universitat Jaume I, 2004.

 

 

Germán Plaza y la Pulga

Germán Plaza

Germán Plaza Pedraz

A Silvia Sesé

 

El milagro está hecho: en el metro (hasta ahora gabinete de lectura de esas infranovelas fundamentadas en las hazañas del gángster, de la niña ñoña y del héroe estúpido), en el metro decimos, se lee ahora a don Tirso de Molina y a don Leónidas Andreiev y a cualquiera de sus esclarecidos colegas […] Conmovidos, agredidos y turulatos, manifestamos a los inventores de la Enciclopedia Pulga nuestro asombro y nuestro reconocimiento. ¡Enhorabuena!

Mario Lacruz

Así se saludaba en la revista humorística La Codorniz la que quizá sea una de las colecciones más entrañables de los años cincuenta, y que en cierto modo era una respuesta del editor Germán Plaza (1903-1977) a las carencias de papel que se dieron en España en la posguerra española. Acerca de esos “inventores” de los minúsculos volúmenes de tamaño muy similar al de un paquete de cigarrillos (10,5 x 7,5) que albergaron todo tipo de obras importantes, explicó a Rai Ferrer el que fuera su editor, Mario Lacruz (1929-2000):

Hacía algunos años que don Germán había comprado una rotativa Man de seis cuerpos [las célebres Manroland] parecida a una máquina de tren. Un buen día, con la rotativa parada por la caída de los tebeos, tomó uina hoja d papel que imprimía la máquina y comenzó a doblarla una y otra vez. El resultado fue un minúsculo cuadernillo de 64 páginas que lanzó sobre mi mesa diciendo: ¿Qué podemos hacer con esto? A los pocos meses, la Enciclopedia Pulga se convertía en un gran éxito editorial.

Algo tuvo que ver en ello la decidida apuesta por la agresiva y amplia publicidad, en consonancia con unas tiradas amplísimas, que llegaban en algunos casos de obras clásicas (La perfecta casada y obras de Tirso, Cervantes, Dostoievski o Oscar Wilde) a más de cien mil ejemplares. Así lo contó el propio Germán Plaza en una interesantísima conferencia en 1955:

Si bien era condición importante el contar con imprenta propia, no lo era suficiente. Precisábamos tener confianza en la reacción del público y efectuar tiradas lo suficientemente numerosas para que mereciera la pena imprimirlas en rotativa, procedimiento gráfico que, en ediciones de este carácter, permite una apreciable reducción del coste.

Era necesario también mecanizar al máximo el proceso de encuadernación, operación que por lo general invierte una considerable mano de obra. Y la importación de una maquinaria adecuada nos permitió lograrlo. Y además, una tradición editorial desarrollada sobre todo con una colección de tanta popularidad como en su tiempo lo fue El Coyote, nos permitió crear una organización distribuidora en España que nos facultaba para hacer llegar a todos los rincones del país las nuevas colecciones.

La Pulga tenía sin embargo  un muy noble antecedente en Grano de Arena, la colección creada e impulsada entre 1941 y 1942 por José Janés (1913-1959) de un modo mucho más artesanal (era una época incluso más dura, en la que todo estaba por hacer y ni hablar de importar maquinaria). Los pequeños volúmenes de 9 x 6 de Janés albergaron breves textos (pero completos) como Pollock, de H.G. Wells, Satyro, de Goethe, Intermezzo, de Heine, Inocencia reconocida, de Boccaccio, Heroídas, de Flaubert, Una tragedia, de Balzac, Una novela en nueve cartas, de Dostoievski, La modistilla, de Eugenio Heltai, Margarita de Escocia, de Mateo Bandello, Ética del contrabajo (Premio Viareggio 1939), de Orio Vergani, Elogio del gastrónomo, de Anthelme Brillat-Savarin, y obras igualmente breves de Edgar Allan Poe, E.T.A. Hoffmann, Joseph Conrad, R.L. Stevenson, Mark Twain, Edmundo de Amicis, Walt Withman, Oscar Wilde, D.H. Lawrence, Knut Hamsun, Luigi Pirandello o James Joyce.

Interior de Sor Beatriz, de Charles Nodier, en Grano de Arena (1942)

Los criterios de la Enciclopedia Pulga en cuanto a la selección de temas, autores y títulos también los expuso pormenorizadamente su creador:

No vamos a darle a este público, hasta hoy yermo de buena semilla, una literatura sofisticada o de proporciones grandiosas. Sería lo mismo que ofrecer un banquete pantagruélico a quien ha sufrido un ayuno prolongado. En vez de ello, hay que proporcionarle lo que, dentro de un tono de cierta elevación y ambición cultural, guarde proporción con la limitada preparación de que hasta el momento ha adolecido. Éste es otro de los secretos a voces de la Enciclopedia Pulga. No asusta al lector con volúmenes de gran extensión o de contenido abstracto, sino que le ofrece temas sencillos, de interés permanente, expuestos en un lenguaje llano e inteligible.

La selección de títulos llevada a cabo por Mario Lacruz para La Pulga presenta más de un punto de coincidencia con la de Janés en cuanto a algunos autores (Goethe, Wilde, Stevenson, Twain…), si bien una diferencia importante la constituye la presencia de autores españoles. Si en el proyecto de Janés sólo aparecen Eduardo Aunós (con París en el siglo) y Eugenio d´Ors (Historia de enfermos y de viejos), en la de Lacruz se dio cancha a varios escritores destinados a ocupar un lugar importante en la historia de la literatura española, como es el caso de Dolores Medio, César González Ruano, Miguel Delibes, Camilo José Cela o el propio Mario Lacruz, de quien en 1955 se publicó un volumen titulado Un verano memorable que incluía Ana y los niños, La comunidad, La mujer forastera y solitaria, Los brazos y el relato que le daba título (y del que el año 2000 Debate publicó una edición no venal numerada de 500 ejemplares). Por otra parte, y según explica Plaza en la misma conferencia ya citada, lo que más se vendía, y en este orden, eran los encargos hechos por el editor a autores no muy conocidos de obras referidas a temas importantes (Sevilla, Los Estados Unidos al sprint, ¿Jesucristo es Dios?, La religión, ¿para qué?…), autores clásicos como los ya mencionados, los temas de divulgación científica o de humanidades (La energía atómica, Beethoven, Islandia, entre fuego y hielo…) y por último “relatos y narraciones de autores contemporáneos y de “campanillas””. Es notable también la presencia en Pulga de versiones de obras llevadas con éxito a la gran pantalla (Mogambo, de Wilson Collinson, El prisionero de Zenda, de Anthony Hope o Ben-Hur, de Lewis Wallace, obviamente en una versión abreviada a 223 páginas).

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Si se ha recordado hasta la saciedad el eslógan de que se sirvió esta colección («El saber no ocupa lugar»), menos leída ha sido la publicidad que aparecía al final de cada uno de ellos, obviamente destinada a evitar que libros tan baratos como estos fueran objeto de préstamo:

La muerte acecha…

Piense por un momento en los males que puede acarrearle la lectura de novelas que hayan pasado por varias manos.

No olvide que el papel es uno de los vehículos portador de las más terribles enfermedades.

¡Huya de ellos como del mismo demonio!

Ahora ya no necesita usted pedir novelas prestadas porque en la Enciclopedia Pulga encontrará lo que necesita y a un precio sumamente económico. Cada volumen de 64 páginas, con un promedio de 60.000 espacios y cubierta en cartulina, 1’50 Ptas.

Desde luego, se trata de una colección que dice muchas cosas acerca de cómo eran los años cincuenta en España, pero lo que quizá pueda parecer extraño es que los publicistas de dispositivos de lectura digital no hayan empleado todavía ese sagaz argumento…

Fuentes:

El Abuelito, “Pulgas fantásticas” y “Pulgas gigantes”, en El Desván del Abuelito, 11 de febrero de 2009 y 15 de marzo de 2011, respectivamente.

Francisco Lacruz, “Mario, mi hermano”, reproducido en el apéndice a Mario Lacruz, Trilogía de la culpa (El inocente. La tarde.El ayudante del verdugo), Madrid, Funambulista, 2009.  (Colección LiteraDura), pp.609-616.

Laura López Sánchez, “La culpa en la novela de Mario Lacruz”, reproducido en el apéndice a Mario Lacruz, Trilogía de la culpa (El inocente. La tarde.El ayudante del verdugo), Madrid, Funambulista, 2009.  (Colección LiteraDura), pp. 595-608.

Ll. M., “Germán Plaza, el introductor del libro de bolsillo”, La Vanguardia, 17 de marzo de 1984, p. 27.

Xavier Moret,”Plaza y Janés”, en Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, Barcelona, Destino (Imago Mundi 19), pp. 168-174.

Germán Plaza, “Los problemas del libro popular en España”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1955 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa comprendida entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1956.

Pop Ediciones, “Por un puñado de pulgas”, Cultura impopular, 23 de abril de 2012.

Cela en la escudería José Janés Editor

El 23 de octubre de 2013, se celebró en la Sala Prat de la Riba del Institut d´Estudis Catalans una apretada e intensa jornada dedicada a “Josep Janés i l´edició del seu temps (1913-1959)” que, a tenor sólo de las intervenciones de la mañana, puede decirse ya que fue realmente muy fructífera para el esclarecimiento de algunos detalles muy relevantes acerca d la vida y la obra de Josep Janes i Olivé (1913-1959). Imponderables a todo punto inaplazables me impidieron asistir a la sesión de tarde, en la que como colofón se programó un recital a cargo de Eulàlia Ara, con Manuel García Morante al piano, de poesía de Josep Janés i Olivé musicada por Frederic Mompou y García Morante.

Dos ponencias destacaron particularmente en la sesión matutina, “Janés, editor del joven Camilo José Cela”, de Adolfo Sotelo, y “Carles Riba i Josep Janés (1941-1943)”, de Carles-Jordi Guardiola. Me limito de momento a comentar la primera de ellas, no porque sea menos jugosa la dedicada a la relación entre el exiliado Riba y el regresado Janés, sino sólo para no extenderme más de lo habitual y razonable.

Camilo José Cela, perfiles de un escritor (2008)

Adolfo Sotelo, inmerso en la investigación que ha de culminar con la publicación de una biografía de Cela, expuso algunos aspectos bastante reveladores de la práctica editorial en los años cuarenta, tomando como base principal el fluido intercambio epistolar entre Janés y Cela que se abraza de 1945 a 1948 y que actualmente se conserva en la Fundación Pública Gallega Camilo José Cela y cuya importancia ya destacó en su libro Camilo José Cela, perfiles de un escritor (Renacimiento, 2008).

El tema de este epistoalrio es muy predominantemente profesional, lo que quizá pudiera contrastar con el hecho de que en los catálogos de Janés figure una única obra de Cela –y tampoco se cuenta entre las más importantes del autor–, El bonito crimen del carabinero y otras invenciones (1947), volumen compuesto con material narrativo publicado anteriormente en prensa (en la revista Fantasía y el periódico Arriba), precedido de unos textos que fueron oportunamente glosados, “Notas para un prólogo” (paradójicamente, en apariencia, con la novela como tema) y “Habla el autor”.

Camilo José Cela (1916-2002)

Entre los pormenores que Sotelo sacó a la luz, la autoría del texto de solapa de este volumen, que el colaborador de Janés Lluis Palazón solicitó al autor y que el propio editor se entretuvo en justificar ante Cela que no lo escribiera él personalmente. Dice así el texto en cuestión:

He aquí el último libro del autor español más apasionadamente discutido de estos tiempos. Nadie como él ha oído mayores elogios a su obra, ni escuchado mayores diatribas contra sus páginas. Camilo José Cela maneja un lenguaje directo y dice las cosas como son. Sería difícil marcar, a través de los seis libros publicados por él hasta la fecha, una directriz que los unificase. Su autor, que parece complacerse en el juego, acaso involuntario, de desorientar al lector, ha tocado con singular maestría los registros más variados de la literatura, consiguiendo siempre levantar una gran polvareda entorno suyo. Alguien lo ha entroncado con Saroyan, con Steinbeck y con Elio Vittorini; alguien ha escrito de Camilo José Cela que posee los medios narrativos más sencillos y eficaces de las letras españolas contemporáneas. Alguien creyó encontrar en sus novelas un lenguaje y un talento de escritor, realmente impresionantes y excepcionales. De hecho, es uno de los pocos escritores españoles que, de 1936 hasta hoy, ha hecho oír su voz no solamente en España, sino también fuera de España. Es recentísima la selección de la traducción inglesa de La familia de Pascual Duarte como el libro de la semana. Tampoco ha faltado, ciertamente, quien pensase que los libros de Cela, lo mejor que hubieran podido hacer, era no haberse escrito. Con El bonito crimen del carabinero y otras invenciones, vuelve Camilo José Cela a un género, aparentemente sencillo, por el que siempre mostró especial predilección: el cuento, faceta literaria un tanto vaga e imprecisa, pero que para ser abordada precisa de gran firmeza expresiva. Va el libro precedido de la primera declaración estética del autor, hasta ahora inédita. Camilo José Cela, poco amigo de pensar cómo deben ser las cosas, y muy aficionado a que las cosas, por principio, “empiecen por ser”, no había atendido a fijarse un rumbo estético que, sin embargo, su gran talento literario ya intuía. Los seguidores de este escritor encontrarán particularmente gratas estas primeras páginas, clave de las promesas que tácitamente viene haciéndonos Camilo José Cela.

Incluso hoy es práctica muy habitual que sea el propio autor quien escriba los paratextos de sus libros, aunque no deja de tener su interés conocer fehacientemente la autoría, por lo que siempre es de agradecer que estos textos aparezcan firmados (que no es éste el caso). No sé si, a la vista de su bibliografía, debieramos contar la “especial predilección” de Cela por el cuento como una de las exageraciones que contiene este texto, pero más curiosas incluso resultan algunas debilidades estilísticas (“entorno suyo”, “no solamente en España, sino también fuera de España”, puntuación y sintaxis…).

Josep Pla y C.J. Cela.

Otro dato curioso que aportó Adolfo Sotelo es la enorme cantidad de libros justificativos que recibió Cela, ¡cien!, que se explica por haber entre Janés y el escritor el acuerdo de que, dadas las estrechas relaciones de Cela con los medios periodísticos madrileños, el propio escritor se ocuparía de hacer llegar ejemplares a los críticos idóneos. Aun así, ¿no sigue pareciendo cien una cifra excesiva?

Por supuesto, en su intervención Sotelo precisó detalles acerca de propuestas de anticipos, tiradas y precios de venta al público de diferentes ediciones, que serán oportunamente publicadas en el Anales Celianos de 2013.

Más interesante que todo ello, incluso, es conocer la intención inicial de ambos, frustrada, de establecer una relación profesional continuada, duradera, que podría haber convertido a Cela en el buque insignia de la escudería de autores españoles de Janés, quien en esos años, sobre todo mediante la creación del Premio Interancional de Primera Novela, estaba intentando dar brillo a esa sección de su catálogo (que debía competir sobre todo con el atractivo de Destino).

Cela ofreció a Janés por lo menos tres títulos (entre ellos La colmena), e incluso llegaron a ponerse por escrito ofertas, y si, por ejemplo, Janés renunció a La colmena, no fue tanto por el montante que le pedía (2.000 pesetas por una tirada de 5.000 ejemplares, con un PVP de 35) –ni por los previsibles problemas con censura–, sino por la intención de Cela de cobrar esa cantidad en el momento de la firma del contrato, en lugar de hacerlo a la publicación de la obra, o cuando menos a la entrega del original mecanoscrito.

Cela, on the road.

Aceptó en cambio Janés contratar Apuntes carpetovetónicos con las mismas condiciones que El bonito crimen…, antes incluso de leer la obra, pero no sin un cambio de título, que pasó a ser El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos, y fue el con que lo publicó Ricardo Aguilera en 1949, con prólogo de Antonio Rodríguez Moñino. Escribe el prologuista a esa edición que «Quien traza estas líneas recaba orgullosamente el honor de haber insistido en que aparecieran, recogidos en volumen, tan magnífico haz de artículos periodísticos». Sin embargo, en las palabras con que se abre la edición que del mismo título hizo Destino en 1955, dice el propio Cela acerca del “apunte carpetovetónico” que «pudiera ser algo así como un agridulce bosquejo, entre caricatura y aguafuerte, narrado, dibujado o pintado, de un tipo o de un trozo de vida peculiares de un determinado mundo: lo que los geógrafos llaman, casi poéticamente, la España árida», y subraya, contradiciendo a su primer prologuista, que no es artículo porque no necesita articularse con ninguna otra cosa, por lo que parece más cercano al cuadro de costumbres decimonónico, en ocasiones con un cierto dinamismo.

En cualquier caso, el original que recibió Janés era tan exiguo que enzarzó a escritor y editor en un diálogo en el que, a la petición del pago por parte del gallego, el catalán respondía solicitando la prometida ampliación del original, y así podrían haber seguido indefinidamente si antes no se hubiera ido atenuando su relación hasta la completa extinción. Vale la pena recordar que finalmente la edición de Ricardo Aguilera llega a las 242 páginas y la posterior en Destino (en la colección Ánfora y Delfín en 1955), a las 291, lo que induce a suponer que Janés recibió menos textos de los que finalmente compusieron el volumen. A la luz de estos datos, pueden reevaluarse los textos introductorios a El bonito crimen… (en letra de cuerpo muy generoso y con muy amplios márgenes), un volumen de apenas 164 páginas.

Y en el ámbito de la política editorial de Janés, se puede identificar en el de Cela el que tal vez sea el primer caso en que el editor catalán pretende fidelizar como “autor de la casa” a un escritor que llegaría a ser muy importante. En este mismo objetivo fracasaría en el caso del más comercial Santiago Lorén (por ambición económica del autor), en el de Francisco González Ledesma y Antonio Rabinad (debido a la censura, entre otros factores) y no triunfaría plenamente hasta la publicación de las primeras novelas de Francisco Candel.

La suposicion de qué hubiera sucedido si Cela y Janés hubieran llegado a un acuerdo resulta muy sugerente, pero no deja de tener su interés que este escritor, como muchos de los dilectos de Janés (los mencionados Rabinad, Candel y González Ledesma, pero también Jorge Ferrer-Vidal o Juan Goytisolo, por ejemplo) era exponente de un tipo de realismo de cierta brusquedad, aspereza y contundencia que a menudo chocaba con la censura por el hecho de mostrar la cara menos amable de la España franquista. Cela, autor de Janés, suena estupendo.

De izda. a dcha.: Dámaso Alonso, Antonio Rodríguez Moñino, Camilo José Cela y Guillermo Díaz Plaja.

Nota adicional: Es muy conocido que La colmena, presentada por primera vez a censura en enero de 1946, no se publicó hasta 1951 (sometida a la censura peronista), en la colección Grandes Novelistas que dirigía Eduardo Mallea para la editorial argentina Emecé. Menos conocido es que cuando ese mismo año 1951 se presentó una solicitud de importación, censura denegó el permiso para que esa edición de Emecé la importara y distribuyera en España Edhasa.

 Programa completo de «Josep Janés i Olivé i l´edició del seu temps (1913-1959)»:

Inauguración, con la intervención de Manuel Llanas, Xavier Mallafré, Adolfo Sotelo, Alfonsina Janés y Jacqueline Hurtley.

Adolfo Sotelo Vázquez, «Janés, editor del joven Camilo José Cela».

Enric Gallén, «Teatre i món editorial català. Dels anys republicans a la postguerra franquista».

Agnès Toda Bonet, «L´edició en català a Reus durant el franquisme»

Thiago Mori, «Josep Janés, àlies José Janés».

Xus Ugarte i Ballester, «Algunes versions franceses de l´Editorial Maucci».

Carles-Jordi Guardiola, «Carles Riba i Josep Janés (1941-1943)»

Anna Caballé, «Auto/biografies d´editors» Anunciado con este título, finalmente su intervención versó sobre la recepción de Donde la ciudad cambia su nombre, de Francisco Candel y publicada por Josep Janés.

Manuel Llanas, «L´editor Josep Janés a la postguerra. Alguns testimonis»

Mesa Redonda con Miguel Aguilar («Genealogía editorial»), Jordi Cornudella («Grans editorials»), Josep M. Muñoz («Editorials que depenen de revistes»), Jordi Raventós («Editorials independents») y Mireia Sopena («Editorials i tradició al segle XX). En realidad, se sustituyeron las exposiciones anunciadas por un debate acerca de la situación del sector editorial en nuestros días.

Clausura, con la participación de Joandomènec Ros, Maria Campillo y Clara Janés i Nadal.

Hemingway y Cela.

Fuentes adicionales:

Antonio Rodríguez Moñino, prólogo a El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos, Madrid, Ricardo Aguilera, 1949.

Alonso Zamora Vicente, “Camilo José Cela. (Acercamiento a un escritor)”, Gredos (Campo Abierto 5), 1962.

Esther Tusquets, editora confesa (y la Censura)

A Pilar Beltran,

tot recordant «aquella» entrevista amb l´Esther Tusquets

La creación de colecciones inolvidables como Palabra e Imagen, Palabra en el Tiempo o Lumen Femenino le ganaron a quien Carmen Balcells describió como “la gran dama de la edición” un lugar importante en la historia editorial española, del mismo modo que sus novelas y relatos (El mismo mar de todos los veranos, Correspondencia privada, Siete miradas en un mismo paisaje…) le aseguran un puesto entrañable en la memoria de los lectores de literatura. Pero Esther Tusquets (Barcelona, 1936-2012) dejó escritos además algunos libros muy útiles para todo aquel que se interese por la edición española. De 2005 son las deliciosas Confesiones de una editora poco mentirosa, aparecidas originalmente en RqueR, la aventura que emprendió con Milena Tusquets y Oscar Tusquets tras lo que Esther describió como “triste despedida” de Lumen.

Segunda edición en RqueR de las Confesiones de una editora...

Segunda edición en RqueR de las Confesiones de una editora…

Desde el limpio diseño de la portada, pasando por las guardas (en que se reproduce la página 44 de las galeradas con correcciones autógrafas), la selección de fotografías (en pliego) y el colofón, hasta la genial fotografía que ilustra la solapa (de Daniel Mordzinski), es todo él un libro de una belleza sencilla, sin estridencias, que le cuadra perfectamente a un texto del que la propia autora dejó escrito que “no es en absoluto un libro revanchista, ni un libro que pretenda poner al descubierto las lacras miserables del mundo del libro”. Por él desfilan Miguel Delibes, Ana María Matute, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa, Carmen Balcells, Carmen Martín Gaite, Juan Benet, Carlos Barral, Pablo Neruda, Gustavo Martín Garzo y un largo etcétera, al hilo de un relato (en 27 breves capítulos), ameno y preñado de enseñanzas, un buen humor muy refrescantre y lecciones provechosas.

La en su momento muy comentada portada de Habíamos ganado la guerra

La en su momento muy comentada portada de Habíamos ganado la guerra

Tuvo dos ediciones, y una vez desmantelada RqueR se reeditó en Ediciones B después de haberse publicado otro libro de memorias más personales en Bruguera (Habíamos ganado la guerra). Pero luego estas Confesiones quedaron subsumidas (y por tanto comercialmente heridas de gravedad) en la continuación de las memorias, publicadas también en Bruguera con el irónico título Confesiones de una vieja dama indigna. El excelente ilustrador Finn Campbell Notman creó entonces una portada alusiva a la galería de personajes que desfilan por el texto y se agradece en esta edición la ampliación del pliego de ilustraciones, reproducido en este caso en papel satinado y a color, añadiendo por ejemplo una foto de Colita que reúne a Esther Tusquets, Magda Oliver, Ana María Moix, Max Aub y su esposa Peua, Carmen Balcells y Alastair Reid o una divertidísima felicitación navideña del estudio Maspons-Ubiña, pero en cambio no se reproduce la que abría el pliego en la edición de RqueR (fechada quizás erróneamente en el verano de 1960), que muestra a unos jovencísimos Herralde y Oscar Tusquets, con sombrero y guitarreando, y a Esther con una sonrisa impagable. Y la fotografía de la autora en la solapa es en este caso una foto carmet a color bastante insulsa, que queda además estropeada por los reflejos en las gafas de la autora.

La edición en Bruguera de las Confesiones de una vieja dama indigna, presentada como segunda parte de Habíamos ganado la guerra, ilustrada por Finn Campbell Notman.

La edición en Bruguera de las Confesiones de una vieja dama indigna, presentada como segunda parte de Habíamos ganado la guerra, ilustrada por Finn Campbell Notman.

Significativo de la orientación de las ampliaciones de texto en este nuevo libro es que el capítulo “Primer encuentro con un autor importante: Ana María Matute” se convierte en “Primer encuentro con Ana María Matute y primeras escapadas a Madrid” o “Delibes, Castilla, las perdices rojas” en “Viajo a Valladolid para hablar de perdices y me libero allí por fin de la virginidad”. Ya no se trata, queda claro, de unas memorias de editora, que también, sino que Esther Tusquets muestra aquí otros aspectos de su personalidad que van bastante más allá y que constituyen una veta que reaparece en el texto memorialístico escrito a cuatro manos con su hermano Oscar, Tiempos que fueron (Bruguera, 2012). La”editora poco mentirosa” se detiene en algunos aspectos del proceso creativo que supone la elaboración de un libro y de sus condicionantes que, lógicamente, son marginales o quedan fuera de los intereses de la “dama indigna”.

Pero prueba estremecedora de la radical franqueza de Tusquets al hablar de su profesión es el siguiente pasaje de la edición de RqueR (suprimida por la «dama indigna», como todo el capítulo en que se incluye): “Tal vez no fuera muy honesto ofrecer al público obras incompletas y alteradas, pero, de no hacerlo así, la mitad de la literatura que se publicaba en el mundo hubiera quedado inédita en castellano o nos hubiera llegado clandestinamente, como ocurría con frecuencia, en ediciones de América Latina. Así pues, a menos que las supresiones fueran brutales, nos doblegábamos a la más o menos caprichosa decisión del censor de turno» (pp. 65-66). Es realmente lamentable, además de los largos años de censura de libros franquista, que esa censura siga teniendo efecto hoy sobre quienes seguimos leyendo esos mismos libros, sea en bibliotecas públicas o en la red (y peor y más grave: en reimpresiones presentadas como reediciones).

Primera edición de las Confesiones de una editora en Ediciones B

Primera edición de las Confesiones de una editora en Ediciones B

Pocos editores españoles han dejado textos tan interesantes, jugosos y aleccionadores sobre su labor como Esther Tusquets; ninguno hay con tanta gracia, chispa e ironía (que echaremos de menos) como las Confesiones de una editora poco mentirosa. Por lo que yo sé, el mejor de todos ellos.

Y leídos los libros más o menos en la misma órbita de sus compañeros Carlos Barral, Jorge Herralde, Josep M. Castellet o Rafael Borràs Betriu, ¿no será razonable esperar que no tarde en llegar el de Beatriz de Moura? Veremos.

Fuentes:

Esther Tusquets, Confesiones de una editora poco mentirosa, Barcelona, RqueR, 2005.

Esther Tusquets, Habíamos ganado la guerra, Barcelona, Bruguera, 2007.

Esther Tusquets, Confesiones de una vieja dama indigna, Barcelona, Bruguera, 2009.

Esther y Oscar Tusquets, Tiempos que fueron, Bruguera, 2012.

Miguel Delibes, ilustrador ilustrado

En edición distinta los libros dicen cosas diferentes.

Juan Ramón Jiménez

Entre finales de 1959 y principios de 1960, el artista grabador Jaume Pla había hecho una serie de diecisiete grabados al buril con Castilla como tema con el propósito de hacer un libro para las selectas ediciones de la Rosa Vera. El primer escritor en el que pensó como autor del texto fue Camilo José Cela, pero no llegaron a un acuerdo y el escritor catalán Josep M. Espinàs le sugirió entonces a Pla proponer el proyecto a Miguel Delibes. En carta a Delibes del 13 de junio de 1960, Espinàs presenta la colección como «una extraordinaria iniciativa para revalorar –casi resucitar– el noble, antiguo y difícil arte del grabado», a Jaume Pla como «un artista admirable» y la tarea que se le encomienda como «interpretaciones literarias de Castilla, como los grabados son interpretaciones gráficas».

Pasado un tiempo, Jaume Pla y su esposa Nerina Bacin viajaron a Valladolid para entrevistarse con el escritior, mostrarle los grabados y contarle el proyecto: «quería que sobre cada uno de aquellos grabados que había hecho él escribiera un texto que los ilustrara». Delibes se mostró inicialmente reacio y le propuso a cambio un inédito con el que seguramente la censura franquista se mostraría más benevolente si se presentaba en edición de bibliófilo (y por tanto en una tirada corta y dirigida a un público minoritario) que en edición comercial. El texto en cuestión era Las ratas. Pla aprovechó el tiempo para hacer un grabado más, pero deseaba unos textos inspirados por las imágenes, y finalmente logró convencer al Delibes.

Las breves historias de juventud evocadas por un campesino castellano emigrado a América que escribió el autor vallisoletano («Las piedras negras», «Los nublados de Virgen a Virgen», «Sisinia, mártir de la pureza»…) se convertirían en el libro de gran formato (apaisado) Castilla (1960), prologado por Pedro Laín Entralgo, del que se tiraron 150 ejemplares (con doce preferentes que incluían encartadas las cuartillas manuscritas de Delibes) y se expuso en las galerías Syra de Barcelona y en la Sala Biosca de Madrid.

Evocando esa edición, el escritor consignó en sus obras completas (en Destino), que «no fue, pues, Pla quien ilustró mis textos, sino mis textos los que ilustraron los grabados de Pla». Es interesante esta precisión porque poco tiempos después estos mismos textos se publicaron en lo que Jorge Herralde describió como «una estupenda y gloriosa colección en la que el texto, programáticamente, tendría igual importancia que la imagen». En esta colección, Palabra e Imagen, Esther Tusquets había obtenido en Lumen un primer éxito inesperado de ventas con La caza de la perdiz roja (1963), con textos de Delibes y fotografías de Oriol Maspons, y para la que en carta de marzo de 1962 Delibes propone a Tusquets: «Ya sabes, aquel mamotreto de grabados que te enseñé. Julián Marías, Laín Entralgo y varias personas más creen que es lo mejor que he escrito». El libro apareció en 1963 con el título Viejas historias de Castilla la Vieja, en el formato más habitual de la colección (21,5 x 22,5 cm), diseñado por Hans Romberg y Oscar Tusquets, con fotografías en blanco y negro de Ramon Masats impresas sobre papel cuché y el texto impreso sobre un papel acartulinado de un color terroso, entre grisáceo y verdoso. La cubierta, en cartoné, la ocupa una única fotografía apaisada.

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Edición en Palabra e Imagen, la mítica colección de Lumen.
Foto de Marcelo Caballero en Miradas Cómplices.

En este segundo caso, pues, el texto ya existente de Delibes fue ilustrado fotográficamente por Ramos Masats, y en 2010 La Fábrica lo recuperó con una portada distinta y algunas otrs diferencias. Obviamente, el texto luego se incluyo en las obras completas (que como es lógico y habitual homogeneizan todos los textos que contienen) y tuvo muchas otras ediciones, incluso de bolsillo. A partir de un mismo texto, que además el autor siempre consideró una de sus mejores obras, el lector (o el bibliómano) dispone de por lo menos tres libros bastante diferentes, es decir, de tres propuestas de experiencias estéticas notablemente distintas.

Edición de La Fábrica (2010)

Edición de La Fábrica (2010)

Fuentes:

Sobre Jaume Pla i Pallejà (1914-1995), vale mucho la pena visitar su página (en catalán) aquí, que contiene textos, bibliografías e imágenes.

Marcelo Caballero, «Palabra e Imagen: una combinación iniciática», en Miradas complices el 12 de diciembre de 2011.

Pedro Fernández Melero, «Serie Palabra e Imagen. Editorial Lumen» (Noviembre de 2008).

Román García Domínguez, El quiosco de los helados. Miguel Delibes de cerca, Barcelona, Destino (Imago Mundi 81), 2005.

Jorge Herralde, «Esther Tusquets editora», texto leído en el homenaje de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluya y publicado en cuarto poder aquí.

Jaume Pla, «Miguel Delibes» en Famosos i oblidats. 38 retrats de primera mà, Barcelona, La Campana (Serie Documents/Societat), 1989, pp. 71-75.

Esther Tusquets, «Delibes, Castilla, las perdices rojas», en Confesiones de una editora poco mentirosa, Barcelona, RqueR, 2005, pp. 51-58. Hay edición en Bruguera, y una versión un poco distinta en «Miguel Delibes en el recuerdo y en el presente«, en El País, 10 de mayo de 2003.