El exiliado español Martínez Dorrien y la industria editorial colombiana

En una carta del presidente de la República Española Manuel Azaña (1880-1940) al poeta Juan José Domenchina (1898-1959) fechada el 1 de abril de 1939, le confiesa que sus gestiones ante el presidente de Colombia destinadas a obtener ayuda para quienes acababan de perder la guerra no habían obtenido los resultados que deseaba, y añade: «En Colombia, quien tiene influencia es Martínez Dorrien».

Fernando Martínez Dorrien, con su esposa Isabel Sanabria y sus hijos Eugenio y Fernando (más tarde arquitecto prestigioso), había llegado a Colombia a mediados de 1938 procedente de París (adonde se había trasladado al inicio de la guerra civil española), y para ello contó con la intercesión de Manuel Marulanda (embajador colombiano en España) y sobre todo del escritor Jorge Zalamea Borda (de quien había sido vecino en Madrid) ante el presidente Eduardo Santos Montejo, lo que contribuye a explicar que en el puerto estuviera esperándole el gobernador de la provincia y pudiera entrar en el país con los fondos suficientes para vivir con razonable comodidad. Fue muy probablemente el primer exiliado republicano español que se estableció en Colombia.

Una de las primeras iniciativas de Martínez Dorrien a su llegada al país fue crear la Editorial Bolívar e importar de México una vieja rotativa monocolor del semanario deportivo Match l’Intran ‒que acababa de comprar Jean Prevost para convertirlo en Paris-Match‒ y crear el Semanario Gráfico Ilustrado Estampa, cuyo primer número apareció en noviembre de ese mismo año 1938 bajo la dirección de Jorge Zalamea (1905-1969) y con Gilberto Owen (1904-1952) ocupando el puesto de jefe de redacción. Apenas un año después, esta revista ilustrada ya era descrita como «la publicación más moderna que se hace en Colombia».

De este modo, de la mano de Martínez Dorrien, hacía entrada en Colombia el rotrograbado (o huecograbado), que permitió una mayor nitidez y variedad cromática de las publicaciones colombianas y contribuyó de un modo notable a modernizar la imagen del periodismo ilustrado del país. Adicionalmente, habían llegado también de México Armando y Álvaro Manzanilla, Felipe Martínez, Manuel Bueno de la Vega, Federico Tor, Juan Soubran y Maclovio Jiménez, cuya misión era formar a operarios colombianos en fotomecánica, grabado y montaje. Así pues, parece evidente que la iniciativa de Martínez Dorrien dio un impulso importante al desarrollo de las artes gráficas colombianas.

Owen y Zalamea en 1937.

En las páginas de Estampa pueden leerse con cierta regularidad textos de republicanos españoles exiliados en Colombia, como son los casos del por entonces delegado en Colombia de la Junta Española de Liberación, José Prat García (1905-1994), que se hizo cargo de la crítica teatral; el abogado y periodista Julio Navarro Marzo (1915-2001), que pasaría luego a las páginas de El Gráfico y años después desarrollaría una exitosa carrera periodística en Venezuela, o el más tarde importante editor y escritor Clemente Airó (1918-1975). Aun así, la amplísima mayoría de los colaboradores habituales eran periodistas y escritores colombianos, a los que si algo unía era una posición ideológicamente más zurda que diestra.

Simultáneamente, la editorial (cuyos talleres estaban en la confluencia de la carretera 6 con la calle 46 de Bogotá) cerró un contrato con el Ministerio de Educación para obtener el monopolio en cuanto a la edición de los libros de texto de bachillerato, lo que blindaba su viabilidad económica (aun cuando al parecer varias editoriales lo habían rechazado por considerarlo un mal negocio). También casi al mismo tiempo, y acaso para rentabilizar la inversión, en enero de 1939 se puso en pie la revista humorística y profusamente ilustrada Guau guau, que dirigía Ximénez (José Joaquín Jimémez ¿1911?-1946) y que aglutinó a los humoristas y caricaturistas colombianos jóvenes más importantes, pero desapareció tras el cuarto número por motivos que en las páginas de Estampa no acaban de explicarse de modo convincente (resumiéndolo mucho, que no obtuvo el impacto e influencia deseados).

Chaves Nogales.

Mayor importancia incluso, debido sobre todo al contexto histórico, tiene la aparición en septiembre de 1939 de Estampa en la guerra, con el mismo equipo director y que mantiene el mismo formato y aspecto general que su publicación hermana. De hecho, ya en Estampa el desarrollo de la guerra civil española había tenido una cobertura importante, en la que en términos literarios destaca entre otras la publicación de «Por qué cayó Barcelona», del escritor sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944), en el número correspondiente al 11 de febrero de ese año, que se presenta además como «Especial para Estampa». Curiosamente, cuando en 2020 Abelardo Linares recuperó este texto y lo publicó de nuevo en Mediodía. Revista Hispánica de Rescate lo describía ya como escrito sin firma para Match y publicado en español en la revista mexicana Hoy, pero sin mención a su circulación por Colombia. Sin embargo, sirviéndose de material proporcionado sobre todo por agencias de prensa estadounidense, Estampa en la guerra se proponía cubrir las consecuencias de la guerra civil española y el desarrollo de la segunda guerra mundial.

Tras la desaparición de Estampa en la guerra, de los talleres de la Editorial Bolívar salió entonces la revista Esfera (subtitulada «semanario de información y crítica»), con el mismo equipo directivo y en la que repetían muchos colaboradores (como Prat García, por ejemplo) y se añadían otros (como el que fuera en España catedrático de Derecho Mercantil antes de exiliarse José de Benito). Y también se producen a finales de 1939 cambios en el equipo directivo de la empresa que afectarán progresivamente a su trayectoria. Siempre con Gilberto Owen como jefe de redacción, tras ser sometido a un acoso vehemente y constante por parte de la prensa derechista, Jorge Zalamea abandona la dirección y esta pasa a manos de José Umaña Bernal, a quien tras unos meses sustituye Jorge Zamora Pulido y finalmente Ricardo Tanco.

Por lo que se refiere a los talleres, ya en marzo de 1944 se había contratado a Pedro Pablo Beltran como técnico encargado del buen funcionamiento de las imprentas (a las que al parecer se les daba un ritmo muy intenso), por doscientos cincuenta pesos mensuales. Después de abandonar la empresa en julio de 1947, Beltrán presentó una demanda contra la empresa que permite conocer algunos detalles de su funcionamiento. Según sus alegaciones, por indicación de sus superiores, además de las tareas que figuraban en su contrato se convirtió en:

Columna de León De Greiff en Estampa.

Supervigilante del resto de los trabajadores de la empresa y sirvió, además, como maquinista de la rotativa y de la cosedora, sin que le hubieran reconocido y pagado estos servicios especiales y adicionales; que por causas ajenas a su voluntad, debido a los continuos daños que sufrían las máquinas y por ser muy difícil el conseguir repuestos para ellas, el demandante se vio obligado a ejecutar su labor en horas nocturnas, sin que le hubiesen pagado la sobrerremuneración correspondiente y que la Editorial tiene un capital superior a doscientos cincuenta mil pesos.

En su defensa, la empresa explicó que:

Beltrán trabajó como «jefe de máquinas» y más tarde en otras actividades que se le encomendaron en la Revista Estampa, como tirada, cosida, refilada, composición, etc.; [y que] se debe tener en cuenta que la remuneración como jefe de máquinas quedó fijada en doscientos pesos al mes y la correspondiente a los servicios adicionales se fijó pericialmente en cuatrocientos pesos mensuales.

Lalinde Botero.

Aunque fue una revista muy longeva, el carácter innovador de Estampa fue diluyéndose progresivamente, cosa que se agravó con las sucesivas deserciones de sus colaboradores. Sin embargo, Martínez Dorrién siguió muy metido en el sector de la edición de revistas. Así, por ejemplo, participó en la creación de otra revista singular, ya en la década de 1950, que surgió de la iniciativa de una empresa de Medellín dedicada a la confección textil, Indulana-Everfit, de la que a su vez nació la empresa Aberdeen. Esta última se marcó como objetivo impulsar la moda masculina, y Martínez Dorrien creó para ello la Revista Adán, que dirigió el periodista y escritor Luis Lalinde Botero y se imprimió en los talleres de la Bolívar (valga señalar que no tenía ninguna relación con la posterior revista argentina Adán. Entretenimiento para gentilhombres de la editorial Abril de Cesare Civita). El primero de julio de 1955 aparecía el número inicial de Adán, cuyos cien mil ejemplares se distribuían gratuitamente, y en sus páginas pudieron leerse las firmas de algunos de los periodistas más prestigiosos del momento, como Calibán (Enrique Santos Montejo, 1886-1971), a quien la dictadura militar de Rojas Pinilla había clausurado el periódico El Tiempo pero lo había sustituido ya por Intermedio, al filósofo y botánico Enrique Peláez Arbelóez (1896-1972), al periodista y político del Partido Liberal Juan Lozano y Lozano (1902-1979), al poeta e historiador Alberto Montezuma Hurtado (1906-1986), al célebre columnista de El Espectador y previamente colaborador de Estampa Lucio Duzán (1914-1976), que publicó entre otros textos la comedia en un acto Un hogar feliz, al filólogo y crítico literario Antonio Panesso Robledo (1918-2012), que procedía también de El Tiempo

Tal vez jamás se manchara los dedos de tinta, pero es muy digna de recuerdo la influencia de Martínez Dorrién en el sector editorial colombiano.

Fragmento en el que aparece el nombre de Martínez Dorrien en un informe de la embajada franquista en Colombia acerca de la presencia de «rojos» y «derrotistas» españoles a los que había que vigilar, reproducido en el libro de José Ángel Hernánes García La guerra civil en Colombia, Bogotá, Universidad de la Sabana, 2006.

Fuentes:

Alberto Escobar Wilson-White, dir., Atlas histórico de Bogotá, 1911-1948, Bogotá, Planeta, 2006.

José Manuel Azcona y José Ángel Hernández, Tránsito migratorio y relaciones bilaterales España-Colombia, Madrid, Editorial Dykinson, 2021.

Antonio Cajero Vázquez, «Gilberto Owen en la revista Estampa (Bogotá, 1928-1942)», Literatura Mexicana, vol. 22, núm. 2 (2011), pp. 101-119.

Mª Ángeles Hermosilla Álvarez, «Cartas inéditas de Manuel Azaña a Juan José Domenchina», Anuario de Estudios Filológicos (Universidad de Extremadura), núm.  5 (1982), pp. 69-79.

Jimena Montaña Cuéllar, «Semanario gráfico ilustrado Estampa: El inicio de la modernidad en una publicación periódica», Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. 37, núm. 55 (2000), pp. 3-65.

Juan Benavides Patrón, Sergio Antonio Ruano y Gustavo Salazar G., «Sentencia del Tribunal Supremo del Trabajo fechado en Bogotá el 15 de mayo de 1952», Gaceta del Trabajo. Órgano del Tribunal Supremo del Trabajo, Bogotá, Imprenta Nacional, tomo VIII, núms. 65 a 71 (enero a julio de 1952), pp. 200-206.

Antonia Kerrigan, rumores y el Crack

En su biografía de la agente literaria Carmen Balcells (1930-2015), la escritora y profesora Carme Riera esclarece en buena medida la leyenda urbana según la cual «en una discusión con Carmen, que acabó en altercado, Antonia [Kerrigan, 1952-2023] tiró por la ventana la máquina de escribir a la mismísima plaza Calvo Sotelo, hoy Francesc Macià, sin importarle el peligro descalabratorio que tal ataque de furia implicaba. Otros menos dados a la hipérbole aseguran que lo que tiró, y no por la ventana, sino al suelo, fue un mazo de papeles».

Cualquier barcelonés que conozca mínimamente su ciudad sabía ya bien que la versión de la máquina de escribir era poco menos que imposible, porque cuando Antonia Kerrigan fue despedida de la agencia ésta se encontraba ‒y se encuentra‒ en el número 580 de la Avinguda Diagonal, haciendo esquina con la calle Casanova, mientras que el edificio que colinda con la mencionada plaza Macià es el número 600 (a más de trescientos metros). Bastará recordar que el récord de lanzamiento de peso femenino (4 kilos) está en el año 2023 en 22,63 metros para comprender que hacer llegar una máquina de escribir desde la agencia hasta la plaza era una proeza atlética imposible. Sin embargo, más adelante en la misma biografía, en unas páginas dedicadas a comentar la trayectoria de algunas discípulas de Balcells, la cosa queda bastante aclarada.

Nacida en París en el seno de una familia muy estrechamente vinculada con la literatura ‒su padre era el poeta y traductor Anthony Kerrigan y su madre Elaine antologó la poesía de Robert Graves y tradujo a Cortázar, Ana María Matute y Borges, entre otros‒, Antonia Kerrigan se trasladó de Mallorca a Barcelona para iniciar estudios de Medicina, pero los abandonó cuando, por intercesión de Eduardo Mendoza, le surgió la oportunidad de abandonar las clases de inglés que por entonces impartía para entrar a trabajar en la agencia de Carmen Balcells. Inicialmente, las cosas marcharon viento en popa, hasta que, según reiteró a Carme Riera, la famosa agente empezó a tomarle ojeriza y a convertirla en motivo de broncas injustificadas.

Según conocemos ahora la «famosa» escena, esta se produjo con motivo del despido de Kerrigan ‒del que no se especifican los motivos, si los hubo‒ y la desencadenó la reticencia de Balcells a indemnizar a su empleada, quien abrió la ventana del despacho en que se encontraban (que en todo caso daría a la calle Casanovas, o bien a la Diagonal) y amenazó con tirar por la ventana el pliego de contratos por firmar que llevaba en las manos. Ahí empezó una negociación, y una vez cerrada ésta Magda Oliver (1933-2013) acompañó a Kerrigan a la puerta después de que ésta amenazara con poner su propia agencia en la esquina de la misma calle.

No enseguida, pero cumplió esa amenaza, y años después de crear Antonia Kerrigan Agencia Literaria, la trasladó al número 22 de la Travessera de Gràcia, esquina con la calle Casanovas. Previas al despegue definitivo de la agencia son las publicaciones de una serie de traducciones que llevan la firma de Kerrigan aparecidas en Gustavo Gili (libros de arquitectura), Ediciones B (Frank de Felitte, Sandra Brown) y sobre todo en Plaza & Janés (Asimov, Dean Koontz, Tom Robbins, A.C. Andrews…). Curiosamente, salvo error, la primera traducción de Kerrigan había sido, ya en 1971, la del texto teatral de Vladimir Nabokov escrito originalmente en ruso Vals y su invención, publicada por Barral Editores.

Durante un tiempo, Kerrigan actuó como representante en España de la editorial chilena Andrés Bello, y, aunque posiblemente siempre se la recordará sobre todo por haber sido la agente del exitosísimo Carlos Ruiz Zafón (1964-2020), en su catálogo se acumularon tanto autores españoles como latinoamericanos: los chilenos Sergio Missan y José Ignacio Valenzuela; los peruanos José de Pierola y Alonso Cueto; el nicaragüense Sergio Rodríguez; la cubana María Landa; los colombianos Gustavo Bolívar, Sergio Álvarez y Laura Restrepo; el venezolano Juan Carlos Méndez Guédez; los argentinos Cristina Civale y Marcelo Luján… Sin embargo, resulta sobre todo llamativa la enorme presencia de escritores mexicanos (Mario Bellatín, Rosa Beltrán, Sergio Pitol, Ricardo Chávez, Adriana Díaz Enciso, Alberto Ruy Sánchez, Margo Glantz, etc.), y fue este interés por la literatura mexicana la que la convirtió en uno de los impulsos más importantes de la conocida como «generación del Crack» (Ricardo Chávez Castañeda, Vicente Herrastia, Pedro Ángel Palou, Ignacio Padilla, Eloy Urroz, Jorge Volpi), que la propia Kerrigan explicó del siguiente modo a Carles Domènec:

En 1994, fui a la Feria de Guadalajara en México y vi que había muchos autores interesantes. Tres años más tarde, Jorge Volpi vino a la agencia. Él formaba parte del grupo mexicano llamado El Crack, con cuyos miembros he trabajado.

El año 1994 es precisamente el que a menudo se ha señalado como germinal de este grupo, que hasta 1996 no publicaría el Manifiesto Crack conjuntamente con las novelas de cinco de ellos: La conspiración idiota de Chávez Castañeda (que en 1994 había obtenido el Premio José Rubén Romero pero seguía inédita), Si volviesen sus majestades de Padilla (en Nueva Imagen), Memorias de los días de Palou (en la Editorial Joaquín Mortiz), El temperamento melancólico de Volpi (en Nueva Imagen) y Las rémoras de Urroz (también en Nueva Imagen). Sí acababa de publicarse en cambio en 1994 Tres bosquejos del mal, un libro conformado por tres relatos de Padilla, Urroz y Volpi, editado por Siglo XXI y con portada de Carlos Pelleiro.

Sandro Cohen

Si por entonces alguna empresa aglutinaba o se asociaba a este grupo era la editorial mexicana Nueva Imagen, si bien, según contó a Leopoldo Lezama, el proyecto le llegó a Sandro Cohen (1953-2020) cuando estaba aún en Planeta:

El manifiesto fue parte del lanzamiento, pero el proyecto venía desde antes. Cuando yo trabajaba en editorial Planeta en tiempos en que estaba frente al Parque hundido, por ahí del año 95, Eloy Urroz, quien había sido mi alumno en las becas INBA-FONAPAZ, me trajo un altero de libros y me dijo: «estas novelas forman parte de una empresa literaria, pues nosotros compartimos algunas ideas estéticas y literarias importantes». Y me dijo: «hay una novela de Jorge, otra de Ricardo, de Nacho, de Pedro Ángel y una mía, y, pues, a ver qué te parecen». En eso yo me cambié de trabajo y me fui a Grupo Patria Cultural con todas las novelas. Me las llevé porque ahí no les interesaban. […] yo protegí el proyecto, porque Nueva Imagen estaba moribunda: publicaban libros de Guadalupe Loaeza. Y yo llegué e hice lo que hice antes en Joaquín Mortiz, que fue revivirla con buenas novelas y libros de cuento. Entonces decidimos revivir Nueva Imagen con los libros del Crack, y sí revivió…

En cuanto a la internacionalización del Crack, se ha señalado en cambio el año 2000 como una fecha clave, entre otras cosas porque en la edición de la feria Liber de ese año el país invitado era precisamente México. Poco tiempo antes, en 1999 y mientras estudiaba en la Universidad de Salamanca, Jorge Volpi se había presentado ante Antonia Kerrigan con el manuscrito de En busca de Klingsor, que muy poco después ‒no sin ciertos rumores maledicientes‒ obtendría el Premio Biblioteca Breve de Seix & Barral, al que seguiría enseguida el Premio Primavera de Espasa Calpe para otro representado por Kerrigan de la misma cuerda, Ignacio Padilla (por Amphytryon). En palabras de Carlos Redondo Olmedilla, «Ambas eran novelas históricas que se movían en la transcontinentalidad y ambas iban a propiciar un revulsivo editorial «a lo boom” donde Carmen Balcells es igual a boom, como Antonia Kerrigan es igual a Crack».

Mario Muchnik

Se daba la muy oportuna circunstancia, además, de que Mario Muchnik (1931-2022) acababa de publicar el ya mencionado Tres bosquejos del mal y el poco original título Paraíso clausurado, de Palol, en la editorial que comandaba por entonces (El Aleph), y por si algo faltara la revista barcelonesa Lateral publicó el Manifiesto Crack en su número de noviembre, en lo que tenía toda la pinta de operación bien orquestada. En una conversación con Tomás Regalado López, Pedro Ángel Palou contó algunas de las circunstancias de ese «desembarco» del Crack en Europa y del papel protagónico que tuvo en él Antonia Kerrigan:

lo recuerdo como uno de los viajes más divertidos de mi vida, porque todo se fue concatenando de una manera muy particular: en pláticas y pláticas Antonia Kerrigan, que era la agente de todos en ese entonces, y Joaquín Palau, el editor, empezaron a plantear la posibilidad de no publicar Paraíso clausurado sola: mejor relanzar al Crack. A partir de ahí es un tema estrictamente de producción, de lo que cualquier marxista llamaría de producción y distribución, pues ningún autor del Crack tenía novelas nuevas: a Volpi, con una perspicacia muy grande, se le ocurrió reimprimir Tres bosquejos del mal, este inicio de la publicación colectiva del Crack escrito por Eloy, Nacho y Jorge […] En España nos enfrentamos con cosas tan absurdas como que no se podía publicar Tres bosquejos del mal porque quedaban ejemplares todavía de Tres bosquejos del mal de Siglo XXI en México; en el contrato aparecía que Muchnik se comprometía a comprar los remanentes para poder editarlo. Queríamos incluir a Vicente Herrasti, que no estaba en las primeras novelas del Crack no porque no fuera parte desde el inicio sino porque cuando salieron las novelas del Crack no había novela de Vicente: estaba terminando Taxidermia y no estaba para publicar. Entonces decidimos reeditar Diorama, su novela publicada en Joaquín Mortiz, era una muy buena manera de que entráramos todos; como sucedió con Tres bosquejos del mal y Siglo XXI, se llegó un acuerdo de caballeros, pues había aún ejemplares en México del Diorama de Joaquín Mortiz. 

Del crack al el boom va un mundo en términos estéticos, pero, aunque los contextos y los azares de uno y otro fenómeno nada tuvieran que ver, el éxito que en su momento tuvo tal vez demuestre hasta qué punto Antonia Kerrigan fue buena discípula.

Urroz, Volpi, Padilla y Palou.

Fuentes:

Carles Domènec, «Antonia Kerrigan: “los agentes literarios somos unos ludópatas» (entrevista), Última hora, 6 de junio de 2006.

Sergi Doria, «Muere Antonia Kerrigan, la agenta literaria detrás del “boom” de La sombra del viento», Abc, 11 de mayo de 2023.

José Antonio Guerrero, «Palabra de Kerrigan», La Verdad, 19 de octubre de 2017.

Antonia Kerrigan: leer con pasión, Entrevista Radio 5, 29 de septiembre de 2011.

Leopoldo Lezama, «El Crack o la renovación de la novela mexicana», Confabulario (suplemento de El Universal), 9 de abril de 2016.

Eduardo Ramos-Izquierdo, «De escrituras y artificios en la ficción latiniamericana actual», Rassegna Iberistica, vol. 39, núm. 106 (diciembre de 2016).

Carlos Redondo-Olmedilla, «El «Crack» y su generación: exégesis de la fisura», Confluencia, vol. 31, núm. 2 (primavera de 2016), pp. 72-84.

Tomás Regalado López, «Una conversación con Pedro Ángel Palou», Letralia. Tierra de Letras, núm 261 (20 de febrero de 2012).

Tomás Regalado López, «”La literatura latinoamericana sólo queda como un ficticio objeto de estudio para la academia.” Entrevista a Jorge Volpi», Pasavento. Revista de Estudios Hispánicos, vol III, núm. 1 (invierno de 2015), pp. 187-193.

Carme Riera, Carmen Balcells, traficante de palabras, Barcelona, Debate, 2022.

Karen Rojas Andia, «Antonia Kerrigan: “No creo que la consagración de autores de habla hispana pase por España”», Gestión, 12 de julio de 2019.

Sergio Vila-Sanjuán, «Muere la agente literaria Antonia Kerrigan», La Vanguardia, 11 de mayo de 2023.

«Persona non grata», de Jorge Edwards (1931-2023), festín ecdótico.

Cuando se publicó la primera edición de Persona non grata, su autor, Jorge Edwards (1931- 2023), hacía ya veinte años que, siendo aún un veinteañero estudiante de Derecho, se había estrenado como escritor con la recopilación de cuentos El patio («El regalo», «Una nueva experiencia», «El señor», «La virgen de cera», «Los pescados», «La salida», «La señora Rosa» y «La desgracia»), de la que aparecieron solo quinientos ejemplares bajo los auspicios del editor español exiliado en Chile Carmelo Soria (1921-1976), con fecha de junio de 1952 y enriquecida con una viñeta del también exiliado Emilio Piera en la portada. Además de muy buena acogida por parte de la crítica, uno de estos textos fue incluido en la influyente recopilación preparada por Enrique Lafourcade (1927-2019) Antología del nuevo cuento chileno (Zig-Zag, 1954) ‒«Los pescados», al que añadió el entonces inédito «La herida»‒ y  volvió a incluir a Edwards en Cuentos de la generación del 50 (Editorial del Nuevo Extremo, 1959) ‒«A la deriva», cuento que aparecería luego en Gente de la ciudad‒.

De la edición de Gente de la ciudad, que incluye los cuentos «El funcionario», «El cielo de los domingos», «Rosaura», «A la deriva», «El fin del verano», «Fatiga», «Apunte»  y «El último día», y se plantea como un homenaje al Dublineses de Joyce, se ocupó la Editorial Universitaria, que lo publicó en 1961 y poco después le valió a su autor el Premio Municipal de Literatura de Santiago, en la categoría de cuento.

Sin embargo, tras un posgrado en diplomacia en la Universidad de Princeton, en 1962 Edwards es nombrado secretario de la embajada de Chile en París, donde permanecería hasta 1967 y donde escribiría la novela El peso de la noche (1965), ganadora de los premios Atenea y Pedro de Oña, y los cuentos reunidos en La máscara («Después de la procesión», «La experiencia», «Griselda», «Adiós Luisa», «Los domingos en el hospicio», «Los zulúes», «Noticias de Europa» y «El orden de las familias»), publicados ambos, a instancias de Mario Vargas Llosa, por la barcelonesa Seix Barral.

Jorge Edwards en los años cincuenta.

Carlos Barral, tras comentar el empleo de la urgencia como argucia para imponer determinadas obras al jurado del Premio Biblioteca Breve de novela, cuenta en sus memorias cómo fue el caso de El peso de la noche, que por entonces tenía el título provisional de La selva gris:

Era una operación, esta del previo compromiso con un novelista que inspirase confianza, llena de peligro y que no siempre salía bien. […] Otras veces se corrió el riesgo y efectivamente salió mal, como en el caso de El peso de la noche, de Jorge Edwards, que yo había ido a buscar a París guiado por Vargas Llosa en septiembre de 1963, el año del premio a Vicente Leñero [por Los albañiles]. Pero el libro no estaba maduro y necesitaba más reposo. Seguramente se malogró con aquellas prisas. Lo publiqué un año más tarde, sin premio, y fue coronado después con dos galardones chilenos de cierta resonancia en el confín austral.

Ya de regreso en Chile, en 1969 se publicaba en la colección diseñada por Mauricio Amster Cormorán, de la Editorial Universitaria, una selección de sus relatos preparada y prologada por Enrique Linh (1929-1988) y titulada Temas y variaciones. Antología de relatos, con la que por segunda vez obtuvo Edwards el Premio Municipal de Literatura de Santiago.

Así pues, cuando en diciembre de 1973 Seix Barral publica la primera edición de la inclasificable Persona non grata ‒que, como es bien sabido, nace de la experiencia del autor como diplomático en La Habana, después de que Salvador Allende lo pusiera al frente de la embajada chilena en Cuba‒, la carrera literaria de Jorge Edwards no era singularmente nutrida pero sí había obtenido un reconocimiento crítico amplio y muy notable. Por otra parte, la infame llegada al poder de Pinochet en Chile había puesto un abrupto punto y final definitivo a su carrera diplomática. Así lo contaba el autor en el epílogo a una edición de Persona non grata de 2006:

Se produjo el golpe de Estado del once de septiembre de 1973, y yo, que ya gozaba de los primeros días de permiso en el pueblo catalán de Calafell, retuve mi manuscrito y le agregué las páginas de aquel «Epílogo parisino» acerca del golpe militar de mi país. En octubre de ese mismo año fui expulsado del servicio diplomático chileno por la junta militar; me encontré, en la práctica, como exiliado en España y, por primera vez en mi vida, escritor a tiempo completo.

De esa primera edición de 1973 en Seix & Barral, a la que precedía un breve prólogo en el que se cuenta el origen del libro y la coyuntura política en Chile, se hizo ese mismo año una primera reimpresión y una segunda al año siguiente, pero en 1975 ya aparecía una segunda edición en Grijalbo, si bien las diferencias tanto estructurales como textuales entre una y otra son nimios. En el Chile pinochetista, el libro no obtuvo el llamado «permiso de circulación» ‒no lo conseguiría hasta 1978‒ y el único modo en que circuló fue de manera clandestina, pero aun así fue comentado en la prensa y en Valparaíso se imprimió incluso una edición pirata y expurgada del capítulo «Sobre las olas» (que recrea la visita oficial del buque escuela chileno La Esmeralda a Cuba).

Desde su misma creación el libro estuvo indeleblemente marcado por el contexto político e incluso por el posicionamiento ante el mismo de los intelectuales latinoamericanos, y particularmente de los escritores y críticos que habían asentado su posición en el campo literario como consecuencia del llamado boom. En este sentido, es elocuente el ya mencionado «Epílogo parisino». Por ello mismo, no sorprende en exceso que en esa edición no se cuente apenas nada de Lezama Lima (1910-1976), por ejemplo, uno de los autores a los que Edwards más frecuentó en Cuba y que sólo se explica porque en esos momentos el escritor cubano seguía residiendo en la isla y eso podría perjudicarle (aún más).

En 1982, la misma editorial publica una segunda edición que se presenta como «versión completa» y a la que precede un interesante y muy citado nuevo prólogo en el que Edwards cuenta, por ejemplo, que recibió una propuesta de traducir el libro al polaco, siempre y cuando aceptara que se mutilaran de él lo que eufemísticamente llama «pasajes subjetivos»; además esta edición restituye muchos pasajes que el propio Edwards había autocensurado del manuscrito original. Así, aparecen por primera vez en esta edición alusiones no solo al ya fallecido Lezama Lima, sino también al poeta Heberto Padilla (1932-2000), que en 1980 se había establecido en Nueva York. Esa fue la edición que dio pie a un conflicto con el gobierno chileno cuando, en contra de la propia legislación pinochetista para estos casos, en la aduana del aeropuerto de Santiago se retuvo una partida de dos mil ejemplares sin intervención previa del Ministerio del Interior. Además del daño moral al escritor, eso se tradujo en unos gastos de almacenaje inesperados que llevaron a Seix Barral a plantearse incluso reembarcar los libros, pero se optó por dar batalla y tanto Edwards (en calidad además de fundador del Comité de Defensa de la Libertad de Expresión) como la editorial (en la persona de Jorge Ovalle Quiroz) presentaron recurso de protección ante la Corte Suprema de Apelaciones.

Además de una reimpresión en Seix Barral al año siguiente, ese mismo texto fue publicado también por Plaza & Janés en 1985, pero casi una década más tarde, en 1991, la también barcelonesa Tusquets Editores publica en su colección Andanzas una nueva edición con variantes muy significativas. En este caso se mantiene el prólogo de 1982 pero se le antepone otro adicional, y aun en el año 2000, cuando se publica en la colección Tiempo de Memoria, esos dos prólogos pasan a convertirse en apéndices y se le antepone otro prólogo explicativo y actualizador («Prólogo para generaciones nuevas»).

El siguiente cambio notable se da en la edición de la madrileña Alfaguara en el año 2006, cuando se eliminan los paratextos anteriores y, además de actualizar algunos pasajes, se le añade un nuevo epílogo, «La doble censura», en el que se cuenta, por ejemplo, el asombro que produjo en su agente (Carmen Balcells) que cierto editor alemán ‒no especifica cuál‒ le advirtiera preventivamente de que no deseaba recibir un ejemplar de lectura para evaluar su posible traducción porque había tomado ya la decisión de no hacerlo, y cómo la firmeza y constancia de la negativa de diversos editores alemanes explica que no se publicara en ese país hasta treinta años después de su primera edición. En este sentido cabe señalar que por ejemplo en Venezuela Persona non grata no se publicó (por la caraqueña Editorial El Estilete) hasta el año 2017.

Unos años antes, en 2013, había aparecido en la colección Debolsillo una nueva edición que eliminaba el prólogo de 2006 y el epílogo parisino y anteponía en cambio un nuevo texto preliminar, y en 2015 aparecería con el prólogo «Cuarenta y tantos años». Añádase que a medida que habían ido falleciendo algunos de los personajes mencionados y cuya mención explícita podía ser problemática para ellos se han ido aclarando en las sucesivas ediciones y se han actualizado muchos detalles, lo que hace de Persona non grata un festín ecdótico.

Polémica y desafortunada edición francesa, en Plon, a la que se añadió una coletilla al título que molestó profundamente al autor porque restringía el tema de la novela a la situación en Cuba.

Fuentes:

Juan Carlos Chirinos, «El rey siempre va desnudo», The Objective, 15 de marzo de 2023.

Jorge Edwards, Persona non grata, edición de Ángel Esteban y Yannelis Aparicio, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas), 2015.

Gerardo Fernández Fe, «Edwards, micrófonos, camarones principescos», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 787 (enero de 2016), pp. 52-69.

Memoria chilena.

s.f., «A la justicia el caso Persona non grata», El Mercurio, 18de diciembre de 1982.

Hugo Duarte y las dificultades de la edición en el Paraguay

«Editar era, por decirlo así, una determinación política con frecuencia arriesgada. Esa cualidad de formar parte de la “resistencia” se ha perdido en la pseudotransición, que sigue hasta ahora sin aportar nada significativo ni a nuestra sociedad ni a nuestra cultura.»

Hugo Duarte, «La condición editorial», 2002.

Augusto Roa Bastos.

La del cuento «Lucha hasta el amanecer», de Augusto Roa Bastos (1917-2005), si damos credibilidad a las declaraciones de su autor, es una de las historias creativas más interesantes de la narrativa latinoamericana del siglo XX (lo que no es decir poco).

Cuando se publicó por primera vez en el número de enero-marzo de 1978 de la revista fundada en Xalapa por el profesor uruguayo Jorge Ruffinelli Texto Crítico (pp. 3-8), lo precedía un texto explicativo fechado en Toulouse en 1978 en el que el autor explicaba su origen remoto:

Este cuento, el primero que escribí, quedó perdido y olvidado durante más de una treintena de años. Durante esos años de amnesia, de seguro no inocente, dudé incluso que lo hubiese escrito alguna vez. Llegué a pensar que el tal cuento no fuese más que una nebulosa de proyecto literario […]

Cuando hacia 1968 comencé a compilar Yo El Supremo, encontré el cuento esfumado entre las páginas del Tratado de la pintura, de Leonardo da Vinci, libro que yo aprecio particularmente y que me enseñó a ver el sentido del mundo como un vasto jeroglífico en movimiento pero cuyos signos son tal vez indescifrables.

La publicación en esta revista se presenta, pues, como la reconstrucción de un «manuscrito roto, casi ilegible y al que le faltaban dos páginas» escrito cuando el autor contaba unos trece años, pero que Paco Tovar describió como «verdadero núcleo generador del proceder literario roabastiano y piedra de toque en donde confluyen la biografía, las reflexiones y los sueños del autor, a la luz de la violencia y de la muerte».

Un poco después se publicó este trascendental relato en el número 33 de la revista francesa Caravelle, con el mismo texto introductorio, pero su primera edición en forma de libro es la que estrena la ambiciosa colección Linterna, creada en el seno de la editorial paraguaya Arte Nuevo.

Primera edición de Yo el Supremo (1974).

La editorial Arte Nuevo fue creada en Asunción a partir de la imprenta homónima por Hugo Duarte Manzoni (1956-2013), nieto de José María Duarte, quien a su vez a principios del siglo xx había sido el impulsor de la Imprenta y Librería La Mundial (que publicó por ejemplo Nuestra epopeya, de Juan Emiliano O’Leary, en 1919). Retrospectivamente, la reputada guitarrista Berta Rojas recordaba la escrupulosidad y esmero del joven Duarte como impresor:

Hugo era mi «imprentero». El director de la imprenta Arte Nuevo donde imprimí casi todos mis programas de conciertos, afiches, folletería a lo largo de mi vida artística. Pronto en mi carrera, Hugo me enseñó que con la calidad no se transa, que cuando alguien toma en sus manos un producto impreso con tu nombre, el papel tiene que ser de la mejor calidad porque se tiene que «sentir» el profesionalismo ya desde el tacto.

Por su parte, el propio protagonista dejó por escrito los motivos que le llevaron a emprender la aventura de convertirse en editor de libros en un mercado difícil como el paraguayo:

Como hombre de imprenta tenía la ventaja de contar con mi propia impresión, y todo empezó como un intento de ver convertidos en libros algunos textos que me interesaban, además de mis propios títulos. Entonces como ahora, yo no tenía demasiadas expectativas de que la cultura, en el Paraguay, pudiera ser un buen negocio. Sin embargo, creí que podría autosustentarse; y que, a largo plazo, un movimiento editorial iría creando su propio público, cosa que, evidentemente, no ocurrió.

Más allá de algunas revistas, folletos, impresos menores y de la colección Estudios Folklóricos Paraguayos (que se estrena con Angu’a Pararä y Estacioneros, de José Antonio Gómez-Perasso y Luis Szaran), Arte Nuevo se da a conocer pues con ese importante librito de Roa Bastos, con diseño de cubierta de Gerardo Escobar e ilustraciones de Jorge Aymar, de cuarenta y cinco páginas y del que, según consta en el colofón, el 26 de septiembre de 1979 se terminaron de imprimir en los talleres gráficos Arte Nuevo los mil quinientos ejemplares de los que constó la edición (y que fue la cifra habitual de los libros publicados por esta editorial).

Más adelante llegaría la recopilación de textos memorialísticos de Juan Rivarola Matto (1933-1991) La belle époque y otras hadas (1980), y progresivamente se crearía una identidad de editorial con vocación literaria pero también muy comprometida con la historia (con la creación de una serie específica) y la no ficción. El propio impresor-editor es uno de los autores de Rasmudel o el relato de tres relatos (1983), con el poeta, actor y dramaturgo Moncho Azuaga (Ramón Sosa Azuaga, n. 1952) y el ya mencionado Jorge Aymar, con ilustraciones de Ramón Rojas Veia (n. 1956).

Entre los libros de carácter no ficticio publicados por Arte Nuevo en los primeros años de su andadura destacan, por su singularidad, el breve ensayo del profesor de la Universidad Estatal de Texas Charles L. Carlisle La mujer en la ficción de Ana Iris Chaves de Ferreiro (1982), acaso el primer ensayo importante acerca de la obra de una de las mujeres más importantes en la vida intelectual paraguaya de su tiempo, y, por el renombre de su autora y la influencia cultural que ejerció, el estudio histórico de la exiliada española Josefina Pla (1903-1999) Los británicos en el Paraguay 1850-1870 (1984).

De 1985 es la publicación de una obra ambiciosa y que según Hugo Duarte «llevaba veintinueve años esperando editor», la Enciclopedia guaraní-castellano de Ciencias Naturales y conocimientos paraguayos (1985), del doctor Carlos Gatti, quien hacía con esta obra una contribución decisiva para preservar un rico acervo lingüístico y cultural en peligro de extinción.

Del año siguiente es el poemario De Gua’u. La gente no cambia, de Jorge Canese (n. 1947), a quien durante la dictadura de Stroessner habían censurado y secuestrado la primera edición del poemario Paloma blanca, paloma negra (publicado en 1982 por la editorial Botella del Mar del exiliado español Arturo Cuadrado).

Al año siguiente aparecen tanto el poemario de Óscar Ferreriro El gallo de la alquería y otros compuestos y la novela del mencionado Rivarola Matto La isla sin mar, como la compilación de artículos de Hugo Rodríguez Alcalá (1917-2007) La incógnita del Paraguay y otros ensayos, libro que, coincidiendo con el regreso del eminente crítico literario a su país natal tras su jubilación, reúne textos divulgados previamente en revistas de diversos países pero inéditos en el Paraguay, donde además apenas habían circulado (y entre los que se cuentan algunos tan interesantes como «Sobre Elio Vittorini y Juan Rulfo: dos viajes en la cuarta dimensión» o «La narrativa paraguaya entre 1960 y 1970», entre otros).

Hugo Duarte aún publicaría otro libro en Arte Nuevo, Drogas en Asunción. Más allá del miedo (1989), undécimo número de la Serie Ensayos y que apareció precedido de un prólogo de Jorge Kanese, y si bien el propio editor reconocía que económicamente el proyecto era inviable debido a su propia incapacidad para generar y hacer crecer su propio público («editar para vender, en dos o tres años, mil ejemplares, era una pérdida de tiempo y dinero», escribió), Arte Nuevo llegó a publicar medio centenar largo de interesantes títulos antes de la muerte de Duarte.

Fuentes:

Liliana M. Brezzo, Andrea Tutté y Ricardo Scavone Yegros, «Notas para una historia del libro y la edición en el Paraguay», publicado en texto en El Nacional en tres partes: 24 de octubre de 2021, 31 de octubre de 2021 y 7 de noviembre de 2021, y disponible también en versión vídeo.

Hugo Duarte Manzoni, «La condición editorial. Un acercamiento a las condiciones culturales y editoriales en el Paraguay en los últimos años del stronismo y los primeros de la transición», América sin nombre, núm. 4 (diciembre de 2002), pp. 23-27.

M. Mar Langa Pizarro, Guido Rodríguez Alcalá en el contexto de la narrativa histórica paraguaya, tesis doctoral presentada en 2001 en la Universidad de Alicante.

José Vicente Peiró Barco y Guido Rodríguez Alcalá, Narradoras paraguayas, Asunción, Expolibro, 1999.

Portal Guaraní.

s.f., «Hugo Duarte Manzoni deja huellas de cultura y amistad», Última hora, 22 de enero de 2013.

Paco Tovar, «”Lucha hasta el alba”, de Augusto Roa Bastos. Fábula restaurada de un texto recuperado», Scriptura, núm. 1 (1986), pp. 91-96.

Paco Tovar, «Vueltas de memoria: Contravida, de Augusto Roa Bastos», Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 28 (1999), pp. 1223-1235.

Las iniciativas editoriales del granadino José Carvajal en Puerto Rico

La trayectoria biográfica de Francisco Carvajal Narváez (1913-2019) es un caso de éxito empresarial del exilio republicano de 1939, además de serlo también de extraordinaria longevidad. Nacido en Albolote (Granada) y desde 1932 militante de la CNT, durante la guerra fue detenido por las fuerzas golpistas, que le tuvieron preso hasta que en 1937 consigue pasarse a la zona republicana (donde inicialmente fue asimismo detenido por el SIM, bajo sospecha de espionaje). Sin embargo, no tardó en ser liberado y, tras su paso por la escuela popular de guerra de Paterna (Valencia), llegó a ser teniente de caballería y entró en combate en la batalla de Teruel y en la del Ebro. Una vez consumada la derrota republicana, pasó por el campo de refugiados de Le Bacarès hasta que pudo embarcarse con rumbo a la República Dominicana (donde ya había residido durante un par de años en su adolescencia), que pasado un tiempo abandonó para instalarse definitivamente en Puerto Rico en los primeros meses de 1942.

Estatua a Carvajal Narváez en Albolote.

En Puerto Rico se relaciona Carvajal con Fernando de los Ríos cuando este viaja a la isla, y a través de este entra en contacto también con insignes representantes del exilio republicano español, como Juan Ramón Jiménez, Pau Casals y Francisco Ayala, entre otros. De estos vínculos nace su participación en la Asociación Pro Democracia Española, de la que llegaría a ser tesorero. No es fácil rastrear las publicaciones de esta asociación, pero en los años setenta aparecieron con su sello el folleto La abolición de esclavitud (1974), de los historiadores Lidio Cruz Montova (1899-1983) y Arturo Morales Carrión (1913-1989).

También en Puerto Rico crea Francisco Carvajal en 1949 la exitosa empresa textil Olympic Mills Corp., en Guaynabo, que se caracteriza por asumir todo el proceso de producción ‒en lugar de limitarse a manufacturar con materia prima importada, como era usual hasta entonces en Puerto Rico‒, pero lo que más singulariza la empresa de Carvajal es el trato con los empleados. A partir de 1969, después de apartar un 5% de los beneficios obtenidos para obras filantrópicas, el resto se repartía entre los accionistas y los empleados. Fiel a esa misma filosofía, en 1973 implanta un plan de horario flexible, para facilitar la conciliación entre trabajo y familia, y en 1978 crearía la Fundación Pública de Puerto Rico (luego Fundación Francisco Carvajal).

José Carvajal.

Para unirse a la empresa viajó en 1963 a Puerto Rico, desde su Granada natal, José Carvajal, sobrino del fundador, que mientras ocupaba puestos ejecutivos en Olympic Mills se graduó con honores en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico. Fruto de su interés por la historia y por las humanidades en general, José Carvajal creó a finales de la década la Librería Internacional, que después se ampliará a Ediciones de Librería Internacional, con la traductora Clara Cuevas como asistente editorial y sede en el primer piso de la calle Saldaña número 3 de Río Piedras, que sería a su vez germen de las Ediciones Puerto.

Con pie de las Ediciones de Librería Internacional en 1971 se publicaron como segundo número de una colección Diálogos unas Consideraciones antropológicas y políticas entorno a la enseñanza del spanglish en Nueva York, que el doctor nacido en España a pocos meses de iniciarse la guerra civil Carlos Varo (1936- 2011) había presentado previamente en Madrid en el II Congreso Internacional de la Enseñanza del Español. El diseño de la cubierta lo firma Manuel García, y en una de las páginas iniciales de este libro aparece la nómina de asesores de la colección, formada por Juan Hernández Cruz, Manuel Maldonado Denis, Félix Mejías, Antulio Parrilla, Carlos Quesada, Víctor Quiñones, Carlos Manuel Rama, Pedro Juan Soto, Marta Traba y el propio Carlos Varo.

Primera sede de la Librería Internacional.

Esa colección se había iniciado ese mismo año con el libro de otro de los miembros del mencionado comité asesor, el escritor uruguayo Carlos M. Rama, titulado La idea de la Federación Antillana en los independentistas puertorriqueños del siglo XIX, y prosiguió con la obra de otro miembro, el sacerdote jesuita e impulsor del cooperativismo en Puerto Rico Antulio Parrilla (1919-1994), que publicó ese mismo año, con prólogo de Margot Arce de Vázquez y cubierta de Antonio Maldonado, Puerto Rico. Supervivencia y liberación, que en parte se había publicado ya en Cuernavaca (México)por el Centro Intercultural de Comunicación (CIDOC). La intención de distribuir este libro en España quedó cercenada por la negativa del Ministerio de Información y Turismo, que cuando recibió la petición la prohibió. En palabras del historiador José Antonio González Torres, este texto «contenía un mensaje liberador de carácter universal, por el cual no fue aprobada su circulación en el país ibérico». A estos libros hay que añadir aún, por lo menos, Puerto Rico: grito y mordaza, de Luis Nieves Falcón, Pablo García Rodríguez y Félix Ojeda Reyes, todos ellos de difícil difusión fuera de la isla.  

Al año siguiente aparecieron con este mismo sello Clima ideológico de un grupo de jurados, de Luis Nieves Falcón (1929-2014),Gandhi: evocación del centenario, de José Ferrer Canales (1913-2005), Lo que cuesta morirse en Puerto Rico, de Manuel Méndez Saavedra y Puerto Rico y la minería, del sociólogo puertorriqueño Neftalí García Martínez, en este segundo caso en coedición del Grupo de Evaluación Borinquen, y el libro editado por los profesores de la Universidad de Puerto Rico Rafael Luis Ramírez, Barry B. Levine y Carlos Buitrago-Ortiz Problemas de desigualdad social en Puerto Rico. Los títulos bastan para hacerse una idea de por qué caminos discurría la línea editorial de esta iniciativa, aunque también hay sorpresas como el libro a color el volumen La rebelión de los santos, de Marta Traba, con fotografías de Gabriel Suau y apéndice de Irene Curbelo.

Sin embargo, más sorprende la edición en 1972 de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, con profusión de láminas e ilustraciones a todo color de Resti, inspiradas en los grabados de Gustavo Doré, cuya impresión se llevó a cabo en Madrid. Se trata de dos tomos de 427 y 466 páginas impresas en papel couché y encuadernadas en gualflex, que se apartan mucho tanto del contenido como de las características físicas de los libros publicados hasta entonces por la editorial.

De 1973 es la novela El 27, del más famoso escritor del movimiento Guajana, Ramón Felipe Medina, pero ya desde el año anterior, bajo la batuta también de José Carvajal habían empezado a aparecer libros bajo el sello de Ediciones Puerto.

Destaca en Ediciones Puerto la colección Aguja Para Mareantes, que dirige el pontevedrés Carlos Varo, quien previamente había dirigido (y financiado con 80.000 franmcos) la colección Buen Amor, Loco Amor para la editorial Ruedo Ibérico de José Martínez Guerricabeitia y la estrenó con La filosofía en el «boidoir», del Marqués de Sade. Aguja Para Mareantes sale a la palesytra en 1972 con la novela del escritor afroaviequense Carmelo Rodríguez Torres (n. 1941) Veinte siglos después del homicidio, publicada originalmente el año anterior en la Editorial Mester y con sucesivas ediciones y traducciones en los años inmediatamente posteriores.

A esta siguen sucesivamente en la misma colección la tercera edición de la novela El francotirador, de Pedro Juan Soto; las obras teatrales La ventana, de Juan Torres Alonso, y El huésped, la máscara y otros disfraces, de Soto, y la cuarta edición, ampliada y revisada, de la novela A mis amigos de la locura, de Ernesto Ruiz Ortiz, y aún en 1973 aparecerán en ella el ensayo de Helmy F. Giacoman, Pedro Yanes y José de la Torre Perspectivas de nueva narrativa hispanoamericana, la recuperación de El hombre que trabajo lunes, de Emilio Díaz Valcárcel; las novelas La otra voz, de Josefina Guevara Castaneira, Luis Palés Matos y su trasmundo poético, de José Isaac de Diego Padró (1896-1974) y Leche de la virgen azul, de Anagilda Garrastegui, el poemario Wydondequiera, de Etnairis Rivera, etc.

La otra gran colección en los primeros años de Ediciones Puerto fue la mencionada Diálogos, en la que destaca ya en 1974 el polémico ensayo de José Enamorado Cuesta (1892-1976) El imperialismo yanqui y la revolución en el Caribe, pero donde se publicó también Anatomía de una isla (1973), de Enrique T. Blanco Lázaro, Los encadenados, novela (1973), de Josefina Guevara Castaneira, y Puerto Rico: Radiografía de un pueblo asediado, del propio Carlos Varo, entre otros muchos.

La impronta de José Carvajal en el panorama editorial puertorriqueño se profundizó en 1997 con la celebración de la primera edición de la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, que emprendió en colaboración de su esposa la poeta y artista visual Dalia Nieves Albert, y de Edwin Rodríguez, y que probablemente sea una de las organizaciones sin ánimo de lucro más exitosas del país, y que además desde entonces no ha dejado de crecer y diversificar sus actividades, hasta el punto de liderar en Puerto Rico la labor de difusión, promoción y fomento de la lectura, tanto entre jóvenes como entre adultos. Como colofón, fue además el artífice del Museo de la Imprenta de Puerto Rico.

Fuentes:

Web de Ediciones Puerto.

María Colón Cruz, «El secreto de las máquinas de don Domingo», Diálogo Universidad de Puerto Rico, 19 de marzo de 2016.

José Antonio González Torres, «A cincuenta años de la publicación del libro Puerto Rico: Supervivencia y liberación del obispo puertorriqueño Antulio Parrilla Bonilla, S. J. (1919-1994)», Claridad, núm. 3559 (11-17 de noviembre de 2021), pp. 21-23.

Consuelo Naranjo Orovio, María Dolores Luque, Matilde Albert Robatto, coords., El eterno retorno: Exiliados republicanos españoles en Puerto Rico, Madrid, Ediciones Doce Calles, 2011.

Juan Ortiz, «5 editoriales en Puerto Rico», Writing Tips Oasis.

Alfonso Rodríguez, «El empresario anarquista que repartió beneficios entre sus trabajadores», Público, 2 de mayo de 2014.

Pájaro Cascabel, la contracultura mexicana y su conexión con España

En la poesía de los pueblos nahuas, el coyoltototl o «pájaro cascabel» es casi un elemento recurrente que en el plano literal alude a la bella sonoridad de su canto y en el simbólico a la figura del poeta que recita (o canta) sus versos.

No es sorprendente, pues, que el término diera nombre a una iniciativa editorial centrada sobre todo en la poesía, como es el caso de la elegante revista que vio la luz en México en noviembre de 1962, de apenas cuatro páginas de formato folio y papel acartonado. Figuraban en sus créditos como directora Thelma Nava (1932-2019), quien en 1957 se había dado a conocer como poeta con el libro Aquí te guardo yo, publicado como quinto número de los Textos Amorosos de los Cuadernos del Cocodrilo, pero la iniciativa había surgido de su confluencia con Luis Mario Schneider (1931-1999), que en 1960 había antologado a Los nuevos poetas argentinos para la Revista Mexicana de Literatura, y el poeta también de origen argentino Armando Zárate, a los que los compromisos profesionales alejaron pronto de la revista.

En los primeros números esta publicación se centra muy predominantemente en la poesía, tanto en la creación como en la teorización, y en sus páginas puede leerse a veteranos como Salvador Novo (1904-1974), Jaime Sabines (1926-1999) o Efraín Huerta (1914-1982) junto a autores como Marco Antonio Montes de Oca (1932-2009) e incluso veinteañeros como Gabriel Zaid (n. 1934) y Homero Aridjis (n. 1940). Su mayor peculiaridad fue sin embargo incluir en casi todos los números algún ejemplo de poesía prehispánica, particularmente del maya, en traducción del antropólogo Demetrio Sodi Morales (1934-1982), quien a su vez coeditaba por entonces las revistas América indígena, Boletín Indigenista y el Anuario indigenista.

En los márgenes de Pájaro cascabel se gestó también la organización del primer Encuentro Interamericano de Poetas, en la que junto a Thelma Nava tuvieron papeles muy destacados los por entonces pujantes editores del Eco Contemporáneo Miguel Grimberh y de El Corno Emplumado Sergio Mondragón (n. 1935) y Margaret Randall (n. 1936), muy afines a la generación beat, a la que contribuyeron a dar a conocer en Latinoamérica a través de su fascinante revista bilingüe, en la que además publicaron obra pictórica de David Alfaro Siqueiros, Leonora Carrington y Juan Soriano, entre otros, y que asimismo desarrolló su propia colección de libros. El nexo entre los colaboradores de estas dos revistas fueron muy probablemente las lecturas de poesía llevadas a cabo en la casa que el poeta beat Philip Lamantia (1927-2005) tenía en la calle Río Hudson (curiosamente, muy cercana a la de Juan José Arreola) y en las que Mondragón y Randall coincidieron con Ernesto Mejía Sánchez, Homero Aridjis, Allen Ginsberg y Carlos Coffeen Serpas, entre otros.

Leonora Carrington (1917-2011) en su estudio.

A su vez, el mencionado encuentro, celebrado en México en febrero de 1964 y al que llegaron (por sus propios medios) poetas procedentes de quince países distintos, se considera la cristalización del llamado Movimiento Nueva Solidaridad, que tuvo como presidentes honorarios a Henry Miller y Thomas Merton y que aglutinó a una serie de escritores y artistas plásticos afines a la generación beat que, en palabras de Valeria Manzano, tenían en común un posicionamiento «iconoclasta al respecto de las formaciones culturales en sus respectivos países y recuperaban de las vanguardias clásicas de la primera mitad del siglo xx la expectativa de imbricar arte y vida, y la certeza de estar atravesando tiempos revolucionarios».

Con ello en mente resulta muy comprensible que, cuando a partir de 1966 Pájaro Cascabel inicia una segunda época, en la que Nava asume la dirección en solitario y se aumenta notablemente el número de páginas, ésta se caracterice sobre todo, pese a la heterogeneidad, por una enorme apertura a la poesía universal (venezolana, panameña, cubana y estadounidense, pero también india y vietnamita, por ejemplo).

Además, ya en su primera época Pájaro Cascabel había iniciado una colección de plaquettes financiada por los propios autores en la que aparecieron Valparaíso (1963), de Schneider; La difícil ceremonia, de Aridjis; El tajín, de Efraín Huerta; Pido la palabra, de Rafael Solana; Cartas a mí (1965), de Francis Susana;, La Razón de la noche (1965), de Félix Daujarre Torres…, a la que se añadió una serie de libros entre los cuales Oh, San Roque (1963), del crítico francés André Coyné y con ilustración de la cubierta de Alice Rahon; la compilación de cuentos de ciencia ficción El dominó (1964), del debutante Jaime Cardeña y con ilustración en la cubierta de Enrique Zavala; Los ojos de la clepsidra (1964), del colombiano René Rebetez, y que tendría luego continuidad con El Cornetín de los Sueños (1965), de Olga Arias (1923-1994), Otoño encarcelado (1968), de Ramón Martínez Ocaranza, etc.

Durante la segunda etapa de Pájaro cascabel, que se extiende aproximadamente entre 1965 y 1967, cristaliza también la colaboración con el joven poeta y crítico bonaerense, entonces establecido en Madrid, Marcos Ricardo Barnatán (n. 1946), y muy probablemente fruto de ello sea la publicación en 1966 del impresionante volumen doble de la revista España: poesía de protesta, que recoge obra de Gabriel Celaya, Blas de Otero, Gloria Fuertes, José Hierro, Eugenio de Nota, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Ángel Crespo, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, María Beneyto, Claudio Rodríguez, Félix Grande, José Batlló…, con ilustraciones de Manolo Millares, Antonio Saura y Antoni Tàpies. También de 1966 es el volumen Acerca de los viajes, de Barnatán, que se publica con pie en México y Madrid.

Al año siguiente, en 1967 y por tanto bastante anterior a la muy influyente Nueve novísimos de Josep Maria Castellet, aparece como número doble (4-5) de la colección de libros Poesía Pájaro Cáscabel un tomo que puede considerarse complementario, Antología de la joven poesía española, editado por Enrique Martín Pardo y con diseño de la cubierta de Alberto Corazón, en el que el único poeta que repite respecto al número doble de la revista es José Batlló. Junto a Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán, José María Guelbenzu o José Miguel Ullán, entre otros muchos, destaca como curiosidad en esta heterogénea compilación la presencia del entonces aún no editor Constantino Bértolo Cadenas.

También se imprimieron en Madrid (por lo menos varios de ellos en Velograf) algunos otros libros, como El silencio, de Agustín Delgado, Despedida en el tiempo, de Manuel Álvarez Ortega, y Camino sin retorno, de Francisco J. Carrillo, todos ellos en 1967.

El voluntarismo, así como la amplitud y ambición, de estos proyectos colaborativos y basados en la solidaridad, dificultó su continuidad en el tiempo y tanto la revista como el proyecto editorial no llegó a echar raíces firmes en España, de modo que en julio de 1967 acabó por desaparecer con un volumen doble de la revista (5-6) dedicado a la poesía de Cuba (Cuba ahora).

Fuentes:

Valeria Manzano, «Fraternalmente americanos: el Movimiento Nueva Solidaridad y la emergencia de una contracultura en la década de 1960», Iberoamericana, vol. XVII, núm. 60 (2017), pp. 115-138.

Floriano Martins, «Pucuna, Pájaro cascabel, Alacrán azul. Los años 1960 y sus revistas», Agulha. Revista de Cultura, núm. 25 (marzo de 2017).

Sergio Mondragón, «Homenaje a Thelma Nava» (texto leído en el Homenaje a Thelma Nava, Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, 25 de febrero de 2012), Periódico de Poesía, núm. 47 (marzo de 2012).

Thelma Nava, «Pájaro cascabel», Agulha. Revista de Cultura, núm. 124 (diciembre de 2018).

Alfredo Zárate Flores y Tirtha Prasad Mukhopadhyay, «El Corno Emplumado: la determinación de la herencia del amor en Mala Roy Chudhury y Octavio Paz», La Colmena, núm. 103 (julio-septiembre de 2019), pp. 59-70.

Los hermanos Pumarega y el germen de la edición de avanzada

En la primavera de 1914 ya aparece afiliado a la Asociación General del Arte de Imprimir de Madrid (el núcleo fundador de la UGT y del PSOE) el tipógrafo Ángel Pumarega (1897-¿?), quien al año siguiente figura como uno de los miembros del cuerpo de redacción de Los Refractarios. Publicación Anarquista, junto con Manuel Rodríguez Moreno, Mauro Bajatierra o Joaquín Dicenta, de la que sólo se conoce un número.

Al año siguiente, su nombre aparece en las últimas páginas de Los Nuevos. Revista de Arte, Crítica y Ciencias Sociales como colaborador, con Jaime Queraltó, Emilio V, Santolaria, Juanonus (Juan Usón) y, entre otros, Francisco Solano Palacio, casi tan conocido por haberse colado como polizón en el Winnipeg para exiliarse a Chile que por libros como Quince días de comunismo libertario en Asturias (Ediciones La Revista Blanca, reeditado en 1936 por Ediciones El Luchador, en 1994 por Ediciones Rondas y reeditado en 2019 por la Fundación Anselmo Lorenzo), La tragedia del norte (Ediciones Tierra y Libertad, 1938) o El éxodo (Editorial Más Allá, 1939).

Última redición hasta la fecha del libro más famoso de Solano Palacio.

El de 15 de octubre de 1916 parece ser el último número de Los Nuevos, y el nombre de Ángel Pumarega desaparece del primer plano editorial ‒no del político‒ hasta 1922, en que se encuentra trabajando como corrector en la seminal Revista de Occidente, y al mismo tiempo como el principal impulsor de la Unión Cultural Proletaria, uno de cuyos proyectos era una no nata Biblioteca de El Comunismo.

Mayor interés tiene incluso una también efímera publicación en la que confluye con su hermano Manuel (1903-1958), El Estudiante, germen tanto del movimiento que desembocaría en la creación de la FUE (Federación Universitaria Escolar) como de iniciativas editoriales como las revistas Post-Guerra y Nueva España, y revista en la que además Alejandro Civantos identifica un foco de conocimiento y relación de «los protagonistas del futuro movimiento editorial de avanzada», en referencia a Joaquín Arderíus (1885-19699, José Antonio Balbontín (1893-1978), Rodolfo Llopis (1895-1983), José Díaz Fernández (1898-1941), Rafael Giménez Siles (1900-1991), Esteban Salazar Chapela (1900-1965) o Graco Marsá (1905-1946). En la etapa madrileña de El Estudiante, que se imprimía en la célebre Caro Raggio, se publicaron los primeros pasajes del Tirano Banderas, de Valle Inclán. Por su parte, Manuel Pumarega empezaba entonces a hacerse un nombre como traductor del inglés en la editorial Aguilar, en la que ese mismo año 1925 se publicaba su versión de Hoy y mañana, de Henry Ford, y más adelante traduciría Doce historias y un cuento, de H. G. Wells, entre otras obras menos perdurables.

Tras la desaparición de El Estudiante (probablemente como consecuencia de la censura primorriverista), el impresor Gabriel García Maroto (1889-1969) y Àngel Pumarega crean las Ediciones Biblos, proyecto en el que cuentan con la colaboración de Pedro Pellicena Camacho (1881-1965) como depositario y distribuidor y Manuel Pumarega como principal traductor (en la posguerra trabajaría a menudo para José Janés).

Sin embargo, no parece una iniciativa editorial equilibrada o con una idea suficientemente clara de cuál era su destinatario. La selección de títulos, como se verá, parecía tener en el punto de mira a la incipiente masa lectora proletaria, pero el aspecto de los libros respondía a un modelo más propio de la industria editorial más eminentemente burguesa, con su preferencia por la encuadernación en carttón o tela o el esmero en las ilustraciones, que sólo con tiradas extraordinariamente enormes podían abaratar unos costes que ni de ese modo podían hacer accesibles estos libros a los obreros. En palabras de nuevo de Civantos al describir esta editorial, se trataba de «caras tiradas, en tapa dura, singulares diseños tipográficos e ilustraciones de Maroto, que dificultaron su conexión con el público».

Gabriel García Maroto.

Se estrenaron con Las ciudades y los años. Novela rusa 1914-1922, de Konstantin Aleksandrovich Fedin, de la que muy probablemente el filósofo francés Norberto Guterman (1900-1984) hizo una primera versión del ruso y Ángel Pumarega la reescrbió, aunque ambos aparezcan como traductores, y acompañaba le edición capitulares y grabados de Maroto. Con este título se estrenaba una Colección Imagen que fue la más nutrida y tendría continuidad con Los de abajo, de Mariano Azuela; La caballería roja, de Isaac Babel; La mancebía de Madame Orilof, de Ivan Byarme, La leyenda de Madala Grey, de Clemence Dane, y La semana, de Lebedinsky.

Hubiera sido interesante para conocer la propuesta de canon de los editores de Biblos que la colección Clásicos Modernos hubiera tenido continuidad, pero sólo se publicó en ella Barbas de estopa, de Dostoievski (se trata de fragmentos de Los hermanos Karamazov). La traducción la firma en esta ocasión Carmen Abreu de la Pena (1898-1981), socia fundadora del Lyceum Club y de la que sólo se conocen traducciones del francés (Charles-Louis Philippe, René Theverin) y algunas muy destacadas del inglés (en particular de Dickens, que Austral seguía reeditando en 2012, y Defoe), lo que invita a suponer que fue una traducción indirecta. El año anterior, Abreu había visto publicada en las Ediciones de la Revista de Occidente el pionero ensayo de Lothrop Stoddard La rebeldía contra la civilización, y al siguiente (1928) aparecería en Biblos la de la mencionada de Clemence Grey (durante su exilio en Suiza al final de la guerra civil Abreu se incorporó como traductora a la Orgaización Internacional del Trabajo).  

Margarita Nelken,

Se publicó también en Biblos a Tortsky (¿Adónde va Inglaterra?, con traducción firmada por Ángel Pumarega), a Conan Doyle (La religión psíquica), a Henri Poulaille (Charlot, con prólogo de Paul Morand y traducido por Pellicena) y a Margarita Nelken (Johan Wolfgang von Goethe. Historia del hombre que tuvo el mundo en la mano) en colecciones de corto recorrido, pero el grueso de su producción, del total de una veintena de títulos, aparecieron en la colección Idea, en cuyo catálogo figuran el ingeniero francés Félix Sartiaux (1876-1944), el político belga Richard Kreglinger (1885-1928), el economista alemán Moritz Julius Bonn (1873-1965) o el historiador y teólogo francés Albert Houtin (1867-1926).

Y a todo ello, pese a la brevedad de la vida de Biblos (1926-1927), hay que añadir aún dos libros importantes de García Maroto, La Nueva España 1930. Resumen de la vida artística española desde el año 1927 hasta hoy (1927), Andalucía vista por el pintor Maroto, 105 dibujos y 25 glosas y 65 dibujos, grabados y pinturas, con una autocrítica y diferentes opiniones acerca de este pintor.

Tras el cierre de Biblos, aperecen firmadas por Ángel Pumarega algunas exitosas novelas del francés Maurice Dekobra (Ernest-Maurice Tessier, 1885-1973) en Aguilar, que se han señalado como introductoras de lo que se dio en llamar la novela cosmopolita (que representaban también Paul Morand o Scott-Fitzgerald), Griselda, te amo (1928), Ha muerto una cortesana (¿1929?) y La Madonna de los coches-cama (1930).

De 1931 es su traducción a cuatro manos con Marian Rawicz de Nueva York, Moscú,  de Ernst Toller, para las Ediciones de Hoy, donde es muy probable que, de nuevo, Rawicz hiciera una primera traducción literal y Pumarega la aderezara a un español literario. Se ha atribuido al talento de Pumarega para llevarse bien con todo el mundo la facilidad que tuvo para trabajar, tanto él como su hermano Manuel, para muy diversas editoriales, tanto en las eminentemente comerciales como en las pioneras de avanzada.

Así, ese mismo año publica en Ediciones Oriente, y en los siguientes en Bergua, Aguilar, Fénix, y en Ediciones Jasón aparecieron algunos títulos que originalmente Ángel Pumarega había traducido para la Biblioteca Lanoremus (de la que fue administrador Pedro Pellicena). Con todo, su trabajo se centró en esos años en el periodismo, como segundo de a bordo en Mundo obrero y con colaboraciones en la revista gráfica Estampa y en el periódico de las Juventudes Socialistas Unificadas Ahora.

Por su parte, su hermano Manuel había publicado en 1930 para la Editorial Historia Nuevala traducción de El club de los negocios raros, de Chesterton (que José Janés reimprimiría en 1943 en Al Monigote de Papel) y El torrente de hierro, de Serafimovich, y Los hombres en la cárcel de Victor Serge (con prólogo de Panait Istrati) para Cénit, para la que firmaría también la de Un patriota cien por cien, de Upton Sinclair, en 1932. A ello añadiría en  los años treinta su traducción de Doce sillas: novela de la Rusia revolucionaria, de Ilyá Ilf y Yevgueni Petrov, en las editoriales Fénix y Zeus, así como una ingente cantidad de obras para Ediciones Oriente (Panorama político del mundo, de Paul Louis, Historia de una vida terrible: biografía de una proxeneta famosa, de Basilio Tozer, La bancarrota del matrimonio, de  Calverton, etc.), Ediciones Hoy (El amor de Juana Ney, de Ilya Ehrenburg, Hija de la Revolución y otras narraciones, de John Reed…), Fénix (10 HP, de Ehrenburg; Fugados del infierno fascista, de Francesco Fausto Nitti), Jasón (La inquietud sexual, de Pierre Vachet), pero no por ello deja de trabajar con Aguilar (para la que traduce el Nuevo tratado de las enfermedades urinarias, de Louis Genest, por ejemplo). Una oleada enorme de traducciones que probablemente no sean tantas como parece, porque algunas de ellas corresponden a un mismo texto al que se le daban títulos diversos en editoriales diferentes (La historia de una vida terrible que publica Oriente en 1931 es la misma obra que Fénix publica en 1933 como Mercado de mujeres).

De Alberto parece desaparecer el rastro a raíz de la guerra, pero Manuel llegó exiliado a Argentina a bordo del De la Salle en febrero de 1940 (con Luis Bagaría, Juan Chabás o Agustí Bartra, entre otros intelectuales españoles), pero posteriormente pasó por la República Dominicana (donde fue profesor en Puerto Planta), antes de establecerse en 1944 en México, donde moriría en 1958. En este último país publicó dos libros de muy larga vida comercial: ya en 1945 y en la Compañía General de Ediciones El inglés sin maestro en veinte lecciones, al que seguiría en 1947, en Ediapsa, Frases célebres de hombres célebres, y fue además redactor de la revista Tiempo. Pero sobre todo siguió su carrera como traductor, en la Compañía General de Ediciones (para la que tradujo la imponente obra colectiva Filosofía del futuro. Exploraciones en el campo del materialismo moderno, 700 apretadas páginas), en Ediapsa, en la Editorial México y en el Fondo de Cultura Económica.

Ilustración de cubierta de Mauricio Amster.

Fuentes:

Irene Aguilar Solana, «Pumarega García, Ángel», en Diccionario histórico de la traducción en España, Portal Digital de la Historia de la Traducción en España.

Gustavo Bueno, «Ediciones Biblos 1927-1928», Filosofía en Español.

Alejandro Civantos Urrutia, «Esplendor y miseria de Ediciones Oriente (Madrid 1927-1932). Un grupo editorial de avanzada para construir la República», Cultura de la República. Revista de Análisis Crítico, 3 (junio 2019), pp. 114-144.

Alejandro Civatos, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2017 y Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero en España (1917-1931), Tren en Movimiento, 2022.

Adolfo Díaz-Albo Chaparro, Gabriel García Maroto y sus hijos artistas, Gabriel y José García Narezo, Catálogo de la Exposición en la Biblioteca Pública del Estado en Ciudad Real, en noviembre de 2020.

Mariano Rawicz, Confesionario de papel. Memorias de un inconformista, prólogo de Virginia Rawicz e introducción de Horacio Fernández, Granada, Editorial Comares-Instituto Valenciano de Arte Moderno, 1997.

Gonzalo Santonja, La república de los libros. El nuevo libro popular de la II República, Barcelona, Anthropos, 1989.

Antonio Machado, la Biblioteca de El Motín y el impresor Tomás Rey

El libro no fue popular en España hasta que se hizo político
y dio testimonio de los conflictos de clase.

Alejandro Civantos, Leer en rojo

En 1887 se publicaba en Madrid el que se tiene por uno de los primeros libros importantes en relación a la cultura popular española, Cantes flamencos: colección escogida, cuyo autor era el folklorista Antonio Machado Álvarez (1846-1893), que firmaba como Demófilo, y era hijo del médico y antropólogo krausista Antonio Machado Núñez (1815-1896) y padre a su vez de los que llegarían a ser conocidísimos escritores Manuel (1874-1947) y Antonio Machado Ruiz (1875-1939). Para entonces, Demófilo había publicado ya en Sevilla el imponente volumen de casi quinientas páginas titulado Colección de enigmas y adivinanzas en forma de diccionario (1881) y una primera Colección de cantes flamencos (1881), además de haber colaborado en publicaciones periódicas como La Revista Mensual (1869-1874) y  La Enciclopedia (1877), y entre 1881 y 1882 había conseguido publicar también en Sevilla la revista Folk-Lore Andaluz, en la que participaron el filólogo portugués José Leite de Vasconcelos (1858-1941), el paremiólogo y eminente cervantista Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), el sociólogo Manuel Sales i Ferrer (1843-1910) y el lingüista alemán Hugo Schuchardt (1842-1927), entre otros estudiosos importantes en la época, además de su padre Antonio Machado Núñez, y su madre, la folklorista Elena Cipriana Álvarez Durán (1828-1904).

Esta selección de cantes se acompañaba en sus páginas finales de un catálogo de las obras aparecidas en la Biblioteca de El Motín, en la que se inscribía el volumen de Machado, y en el que destaca, por ejemplo, además de una edición de la entonces ya muy conocida El judío errante de Eugène Sue (1804-1857), las colecciones de artículos Lo que no debe decirse y la tercera edición de La piqueta, ambas de José Nakens (1841-1926).

Nakens era el artífice de esta colección, surgida casi al mismo tiempo que el muy combativo periódico que había puesto en pie en abril de 1881, El Motín. Periódico satírico semanal, en el que le acompañaban entre otros el periodista Juan Vallejo Larrinaga (1844-1892) y los caricaturistas Demócrito (Eduardo Sojo, 1849-1908) y Mecachis (Eduardo Sáenz Hermua, 1859-1898), autores de unas láminas o pósters  a color (de 550 x 380 cm) que también empezaron a distribuirse desde 1881. Previamente, Nakens había empezado en 1867 a colaborar en los periódicos Jeremías y La República Ibérica y había fundado los efímeros semanarios El Resumen (1870) y Fierabrás (1873) y, bajo el seudónimo Tomás Saavedra, se había estrenado como dramaturgo con la comedia en dos actos La vocación (1880), publicada por Hijos de A. Gullón Editores.

Sobre el periódico El Motín ha dejado escrito José Esteban:

José Nakens en 1908.

Se trataba de una modesta publicación de cuatro páginas, que incluían un comentario de actualidad, un poema y algunas noticias breves, más un grabado en las páginas centrales. Sus objetivos, la crítica a los conservadores, la defensa de la unidad del partido republicano y la lucha contra el poder del clero.

A pesar que desde su primer número El Motín fue siempre un periódico político, debe su fama, sobre todo, a su anticlericalismo. Lo que no deja de ser injusto. En sus páginas se criticaba a los gobiernos e intervenía en las dis­putas entre republicanos, luchando siempre por la unidad de los mismos, defendiendo la vía insurreccional de Ruiz Zorrilla [que ha sido tildado de «conspirador compulsivo en el exilio»].

En cuanto a la Biblioteca creada en el seno del periódico, abundan en su catálogo los textos de divulgación y los misceláneos, con abundancia del tema religioso: Acicate de alegría («Colección de cuentos, epigramas y frases ingeniosas»), Los jesuitas, de Ignacio de Lozoya, el apócrifo Dios ante el sentido común, de Jean Meslier, La religión al alcance de todos, de R. H. de Ibarreta, Moral jesuítica o sea Controversia del Santo Sacrameto del matrimonio, escrito por Tomás Sánchez en 1623, Cartas infernales en verso y prosa, de José Estrañi; si bien los más conocidos son aquellos escritos por autores que luego alcanzarían cierta fama, como es el caso sobre todo de Alejandro Sawa, que publica como Novelas de El Motín Criadero de curas, subtitulada «Novela social», y La sima de Igúzquiza, ambas en 1888 (acaso porque la Biblioteca se reservaba a los libros de no ficción). Abundan también los libros cuya única firma es la de El Motín, que en ocasiones son precisamente los más polémicos y susceptibles de ser objeto de denuncia, persecución o censura, pero en otros es menos claro el motivo. Sin otra firma que esa aparece por ejemplo el volumen de poco menos de un centenar de páginas Cante místico flamenco, que se publicó además sin fecha.

Número de homenaje de El Motín a José Nakens.

A Naskens, por este carácter underground y antisistema de las iniciativas que ponía en marcha, le cayeron todo tipo de denuncias, represalias y multas, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, y algo tuvo seguramente que ver en ello el enorme éxito de sus proyectos editoriales. Según escribe Alejandro Civantos, en su segunda época el periódico llegó a tirar veinte mil ejemplares por número, y Miguel Ángel del Arco afirma que su colección de Hojitas piadosas alcanzaba los cien mil ejemplares.


Es probable que sea la enormidad de estas tiradas lo que explica que Nakens trabajara sobre todo con dos imprentas. Del periódico y los almanaques se ocupaba inicialmente la Imprenta de E. Alegre, mientras que en los ejemplares de la Biblioteca de El Motín aparecían como hechos en la «Imprenta Popular, a cargo de Tomás Rey».

La Imprenta de Tomás Rey, sita en la calle del Limón 1, se había ocupado en 1865 de los tres imponentes volúmenes colectivos de la Historia de las órdenes de caballería y de las condecoraciones españolas, editada por José Gil Dorregaray, con ilustraciones de Teófilo Rufflé (1835-1871), Eusebio Zarza (1842-1881) y Leire, grabadas por José Vallejo (1821-1882). Posteriormente, un Establecimiento Tipográfico de Tomás Rey y Compañía, con sede en la calle Fomento 6, se hace famosa por la misteriosa edición, sin que Pierre-Jules Hertzel se enterara, de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, de la que publicó en 1869 (antes de que apareciera en francés), una edición con las ilustraciones originales y en traducción de Vicente Guimerá, con el sello de Establecimiento Tipográfico de Tomás Rey y Compañía. No parece que se haya estudiado en cambio si este Tomás Rey es el mismo que trabajó como cajista en la edición en tres volúmenes que del Quijote hizo la Imprenta Nacional entre 1862 y 1863, célebre sobre todo por ser la primera que separa los diálogos del cuerpo del texto mediante guiones y en la que en cambio no hay particiones de palabras porque todas se hacen encajar en su línea. Sí parece convincentemente establecido, en cambio, que este Tomás Rey es quien en 1889 firmaría como Pedro de los Palotes el «poema bufonesco-avinagrado en octavas republicanas (vulgo antirreales)» La Tauromanía, del que según su portada se hizo cargo la Imprenta Diego Pacheco, con sede en la plaza del Dos de Mayo, número 5.

No deja de ser curioso el dato, porque según consta en las cubiertas de los libros de la Biblioteca de El Motín, la Imprenta Popular de Tomás Rey se encontraba en la plaza del Dos de Mayo, número 4, es decir, contigua a esta otra de Diego Pacheco (que en 1895 publica, por ejemplo, la «ópera española» La Dolores, de Tomás Bretón). Sería conveniente algún estudio un poco a fondo sobre la biografía de tan peculiar impresor.

Fuentes:

Alejandro Civatos, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2017 y Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero en España (1917-1931), Tren en Movimiento, 2022. También, La enciclopedia del obrero. La revolución editorial anarquista (1881-1923), Piedra Papel Libros, 2023.

Miguel Ángel del Arco Bravo, Periodismo y bohemia (En Madrid alrededor de 1900). Los bohemios en la prensa del Madrid absurdo, brillante y hambriento de fin de siglo, tesis doctoral presentada en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III en 2013.

José Esteban, «José Nakens», Política, núm. 48-49 (mayo-julio de 2002), reproducido en la web de Izquierda Republicana.

Germán Arciniegas y sus Ediciones Colombia

Del ensayo de Germán Arciniegas (1900-1999) Biografía del Caribe se ha escrito que fue el libro de autor latinoamericano más difundido internacionalmente hasta la publicación de Cien años de soledad, y tiene su punto de paradoja escribir en una misma frase el título de dos obras tan distintas, más allá de que los autores de ambas fueron colombianos que se iniciaron en el periodismo. La distancia entre uno y otro quedó bien establecida por Arciniegas, quien en su discurso de ingreso en la Academia Colombiana de la Historia explicó que «la buena historia tiene gusto de novela», pero añadió en su ya clásico El continente de los siete colores (1965) que a los latinoamericanos no les es preciso recurrir a la imaginación para escribir novelas, pues les basta con su historia. Como ha escrito Jorge Orlando Melo, las primeras obras de Arciniegas ya «se inscribían en la tradición de historia que buscaba ser amena y atractiva para los lectores, ya insinuada por Joaquín Tamayo y Tomás Rueda Vargas, pero con herramientas de calidad muy superior».

Pero dejando al margen la única incursión de Arciniegas en la novela (En medio del camino de la vida, Sudamericana, 1949) y su capacidad narrativa y humorística al exponer la historia de América, Margarita Valencia destaca a Arciniegas, junto a Jorge Roa y Arturo Zapata, como uno de los «tres nombres que señalan el comienzo de la actividad editorial colombiana» en el tránsito del siglo XIX al XX, quizás en buena medida porque es de los primeros en establecer una distinción muy clara entre la labor propia de un impresor y la más selectiva y propiamente intelectual de un editor.

La vocación de Arciniegas como editor es ciertamente muy temprana, y ya mientras cursaba el quinto año de bachillerato, en 1916, puso en marcha en el seno de la Escuela Nacional de Comercio una primera iniciativa de vida breve, la revista Año quinto, que le sirvió de campo de pruebas.

Carlos Pellicer.

Al año siguiente, cuando él mismo contaba diecisiete, creó Voz de la juventud, el periódico que Antonio Cacua Prada describe como «una gaceta de medio pliego, en papel periódico y en forma quincenal, de ocho páginas», que se ocupaban de imprimir los talleres del periódico conservador La sociedad. Desde esta cabecera se difundió el proyecto de crear la Federación de Estudiantes, y en la que acompañaron a Arciniegas el luego célebre cirujano y ministro Luis López de Mesa (1884-1967), el más tarde ensayista Hernando de la Calle (1908-1966), el poeta Rafael Maya (1897-1980), el luego historiador y novelista Enrique Caballero Escobar (1910-¿?)  y el más tarde presidente del país Carlos Lleras Restrepo (1908-1994), además de contar con la colaboración de los poetas León de Greiff (1895-1976), Germán Pardo García (1902-1991) y Jorge Zalamea (1905-1969), el ilustrador Ricardo Rendón (1894-1931), el historiador español Rafael Altamira (1866-1951) y el escritor mexicano Carlos Pellicer (1897-1977), entre otros.

Ramon Vinyes i Cluet.

Aún hubo un proyecto que no llegó a buen puerto de publicar una revista de la que se conoce poco más que el título, Nihil, antes de que con Julio González Concha como administrador lograra poner en pie otra cabecera importante, Universidad, que en una primera etapa imprime a dos tintas la Editorial Minerva entre el 14 de febrero de 1921 y el 20 de abril del año siguiente y en la que destacan como colaboradores, junto a algunos de los ya mencionados, como Pellicer, los nombres de los también mexicanos José Juan Tablada (1871-1945) y José Vaconcelos (1882-1959), así como el del librero y escritor catalán Ramon Vinyes (1882-1952), a quien García Márquez inmortalizaría en Cien años de soledad. Caricaturistas como Rendón ilustraban esta publicación de periodicidad quincenal que logró distribuirse por los centros universitarios de todo el país y que contó con corresponsales en Ecuador, España, Estados Unidos, México y Perú.

Imagen de Juana Ibarbourou.

Con el inicio del año 1925 arranca la primera iniciativa de Arciniegas de publicar libros, y con el sello Ediciones Colombia se estrena con un volumen inequívocamente titulado Poemas, que incluye obra de la chilena Gabriela Mistral (1889-1957), las uruguayas Juana de Ibarbourou (1892-1979) y Delmira Agustini (1886-1914) y la argentina Alfonsina Storni (1892-1938). En realidad, este volumen quizá no resulta muy representativo de lo que sería a la larga el catálogo de Ediciones Colombia, pues la intención declarada era mostrar «la más selecta producción literaria colombiana», concediendo espacio al legado modernista pero también a escritores jóvenes colombianos, si bien cultivadores de géneros diversos entre los cuales algunos próximos al periodismo (como el cuadro de costumbres o la crónica).

Germán Arciniegas.

La colección es sobre todo representativa de esa transición de la publicación seriada propia de periódicos y revistas a la edición de libros, pues tras el texto de la obra, que suele ocupar poco menos de doscientas páginas, se incluyen cuarenta más que, bajo el título «El Suplemento. Literatura. Crítica. Informaciones», tiene los rasgos propios de una revista de actualidad cultural. Al parecer, la publicidad incluida en estas páginas, añadida a los ingresos por suscripciones, debía contribuir a sustentar la empresa, pero este sistema no acabó de funcionar como se esperaba.

Quien más y mejor ha analizado esta editorial, Paula Andrea Marín Colorado, describe sintéticamente los volúmenes del siguiente modo: «en rústica (carátula en cartulina), carátula a una tinta (o, eventualmente, a dos), sin ilustraciones, papel Edad Media (importado de España), precio de $0.50, tiraje no superior a quinientos ejemplares y formato pequeño (17×13 cm, por lo general)». Para los seis primeros Arciniegas recurrió a los servicios de la Editorial Minerva, que se había ocupado de los números de Universidad, pero Los poetas de América, en el que se recoge obra del uruguayo Julio Herrera y Reising (1875-1910), el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938) y el mexicano Enrique González Martínez (1871-1952), aparece ya impreso bajo la responsabilidad de Linotipo de Arciniegas y Mazuera, la empresa que acababa de crear con Fernando Mazuera como socio y que no tardaría en adoptar el nombre de Talleres de Ediciones Colombia.

Tomás Carrasquilla

El siguiente título de Ediciones Colombia, la novela breve de Tomás Carrasquilla (1858-1940) El Zarco, se había publicado ya por entregas en el periódico de Medellín El Espectador entre el 17 de abril y el 14 de junio de 1922, además de haber aparecido en mayo un fragmento en Sábado. Revista Semanal. Así pues, se trataba de la primera edición en volumen de una obra ya conocida por los lectores habituales de literatura, y de un autor que ya se había granjeado el favor de la crítica con cuentos como «Simón el Mago» (1890), «En la diestra de Dios padre» (1897), «El ánima sola» (1898) o «San Antoñito» (1899), y sobre todo con su primera novela, Frutos de mi tierra (Librería Nueva, 1896), pero que acabaría por triunfar con una novela publicada poco después que El Zarco, La marquesa de Yolombó (A. J. Cano, 1927).

Al mismo autor le publicaría Arciniegas ya en 1926 y como volumen 13 dos novelas breves más, Ligia Cruz y Rogelio.

Otro autor interesante que hizo fortuna con esta editorial fue el periodista y diplomático José Restrepo Jaramillo (1896-1945), cuya importancia como renovador de la narrativa colombiana, acaso por el peso de La Vorágine (1924) de José Eustasio Rivera (1888-1928), ha quedado un poco ensombrecida.

José Restrepo Jaramillo.

Al poco de abrirse la década, Restrepo Jaramillo había iniciado en prensa ‒en Caminos, de Barranquilla, y en Sábado y El Correo, de Medellín, ‒ una prolífica carrera como cuentista jalonada de aciertos («Pepino» se publica originalmente en 1922; «El empleado público» e «Hijos del dolor» en 1922; «Vidas» en 1923; «Horas», «El cuento de mañana» y «Mi tío ha muerto» en 1925, y de 1926 son «El inocente» y «Viaje de una noche de verano», por ejemplo).

Sin embargo, es con uno de los textos recogidos en el volumen colectivo de Cuentos publicado por Ediciones Colombia en 1925 que Restrepo Jaramillo se da a conocer a nivel nacional, «Roque». En este libro, publicado en 1925 como segundo número, el nombre de Restrepo Jaramillo se añadía a los de Efe Gómez, Luis Tablanca, Enrique Otero D’Costa, José Alejandro Navas, Manuel García Herreros, y Enrique Restrepo.

Mayor importancia incluso tuvo la publicación en 1926 de La novela de los tres y varios cuentos (siendo estos «Vidas», «León Mútilo», «Otro que se fue», «El cuento de mañana», «Horas», «Anoche», «El intruso» y «En la bifurcación»), pues convierte en tema mismo de la obra la ruptura con el realismo literario decimonónico y la renovación de la narrativa colombiana sirviéndose de tres personajes, uno de los cuales es escritor con una novela en marcha. No era nuevo el protagonismo de la escritura en la narrativa de Restrepo Jaramillo (lo era ya en «Psicopatía» y «Otro que se fue» y asociado en ambos casos al suicidio), pero en La novela de los tres el tema es tanto la creación literaria misma como la pugna entre los tres personajes por hacerse con control de lo escrito. Es evidente que, en su contexto, la publicación de La novela de tres por parte de las Ediciones Colombia era una apuesta por la modernización de la narrativa literaria del país.

Germán Arciniegas.

Ya desde el primer momento la editorial de Arciniegas alternó los nombres ya bien conocidos de la literatura latinoamericana con algunas apuestas más arriesgadas, pero esto no bastó para prolongar la vida de la empresa hasta más allá de 1927, dejando un catálogo de veintisiete títulos (véase el Anexo), al margen de otros treinta y ocho sin numerar que corresponden a libros elaborados por los Talleres de Ediciones Colombia pero nada tienen que ver con la labor de Arciniegas como editor.

Anexo: Títulos de la colección Ediciones Colombia:

1925:

Poemas (Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini y Alfonsina Storni).

Cuentos (Efe Gómez, «En la selva» y «Lorenzo»; Luis Tablanca, «La muchacha campera»; José Restrepo Jaramillo, «Roque»; Enrique Otero D’Costa, «La muerte de Juan Manuel» y «El cacique Salomón»; José Alejandro Navas, «El apólogo del rayo», «El doctor Bartolossi, loco» y «M. y Mme. D’Artigny»; Manuel García Herreros, «Inquietud adorable… Fecunda inconformidad» y Enrique Restrepo, «La parábolda de la fortuna»).

Versos (Guillermo Valencia, Victor M. Londoño, Guillermo Hispano y Max Grillo y prólogo de Rafael Maya).

Armando Solano, Glosario sencillo.

Laureano García Ortiz, Conversando.

Cuadro de costumbres. (Varios autores)

Los poetas de América (Julio Herrera y Reising, Leopoldo Lugones y Enrique González Martínez)

Tomás Carrasquilla, El zarco.

Alejandro Mesa Nicholls, Abandono. Nubes de ocaso. Juventud. Dramas.

Tomás Rueda Vargas, Pasando el rato.

Enrique Restrepo, El tonel de Diógenes.

El libro del veraneo (cuentos, cuadros de costumbres y crónicas de José Manuel Gorot, Eduardo Castillo, José Alejandro Bermúdez, Daniel Samper Ortega. Alberto Sánchez, Gabriela Mistral, Joaquín Emilio Jaramillo, Alfonso Gómez, Gabriel Vélez, Hawthorne, Dostoievski, O. Henry y Lenotre).

1926:

Tomás Carrasquilla, Ligia Cruz. Rogelio. Dos novelas cortas.

Roberto Boterro Saldarriaga, En las tierras del oro. Tradiciones y cuentos de Antioquía.

Antonio Gómez Restrepo, Literatura colombiana.

Ricardo Lleras Codazzi, Las conversaciones de Papá Rico.

L. E. Nieto Caballero, Los hombres de fuera.

Historia natural de los fantasmas. Crónicas y supersticiones de Santa Fe de Bogotá. (Varios autores)

José Restrepo Jaramillo, La novela de los tres y varios cuentos.

Antonio Gómez Restrepo, Bogotá. La literatura colombiana a mediados del siglo XIX. Dos ensayos.

Ecco Neli, Cuentos escogidos.

Baldomero Sanín Cano, Indagaciones e imágenes.

José Asunción Silva, Prosas.

1927:

Monseñor M. R. Carrasquilla, Oraciones fúnebres I.

Monseñor M. R. Carrasquilla, Oraciones fúnebres II.

Rafael Maya, El rincón de las imágenes (cuentos y poemas en prosa).

Marco Fidel Suárez, El libro de oro.

Fuentes:

Anónimo, «Germán Arciniegas y su Biografía del Caribe», Correo de las culturas del mundo, 1 de marzo de 2011.

Antonio Cacua Prada, Historia del periodismo en Colombia, Bogotá, Fondo Rotatorio Policía Nacional, 1968.

Juan Gustavo Cobo Borda, «Los libros de Arciniegas», Cuadernos Hispanoamericanos, núm 596 (febrero 2000), pp. 107-118.

Luis Horacio López Domínguez, «Arciniegas, periodista y editor», Revista Credencia Historia, núm. 131 (noviembre de 2000), pp. 10-12.

Paula Andrea Marín Colorado, «Germán Arciniegas, editor: Ediciones Colombia (1925-1927)», en Un momento en la historia de la edición y la lectura en Colombia (1925-1954). Germán Arciniegas y Arturo Zapata: dos editores y sus proyectos, Bogotá, Editorial Universidad del Rosario, 2017, pp. 1-33.

Paula Andrea Marín Colorado, «Semblanza de Ediciones Colombia (1925-1929)», Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2017.

Javier Ocampo López, «Maestro Germán Arciniegas. El educador, ensayista, cuturólogo e ideólogo de los movimientos estudiantiles en Colombia», Revista Historia de la Educación Latinoamericana, núm. 11 (2008), pp. 13-58.

Ángela Rivas Gamboa, «Un estudiante maestro», Historia Crítica (Universidad de Los Andes), núm. 21 (enero-junio de 2001), pp. 7-26.

Margarita Valencia, «La edición en Colombia», Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2017.

Serge I. Zaïtzeff, «El joven Arciniegas a través de su correspondencia con Carlos Pellicer», Historia Crítica (Universidad de Los Andes), núm. 21 (enero-junio de 2001), pp. 71-75.

Hipótesis sobre una accidentada edición «desaparecida»

En las obras completas del excelente dramaturgo español Antonio Buero Vallejo (1916-2000), publicadas por Espasa Calpe en 1994, se incluye un artículo de homenaje a Eusebio García Luengo (1909-2003) en el que se cuentan los motivos de que su obra más conocida experimentara un cambio de título:

Había titulado yo La escalera a la obra, ya escrita, que fue más tarde mi primer estreno; cambié un tanto ese título al enterarme de que Eusebio era autor de otro drama así denominado, aunque ‒según comprobé cuando al fin pude leerlo‒ nada tenía que ver con el mío salvo la acción del primer cuadro en el rellano de una escalera vecinal.

Ciertamente, García Luengo había visto estrenada esta obra el 13 de febrero de 1948 en el Instituto Cardenal Cisneros de la mano del Teatro Experimental Arte Nuevo, con dirección de Medardo Fraile (1925-2013), en una sesión en la que también se pusieron en escena Cuando llega la otra luz, de Carlos José Costas (dirigida por Alfonso Sastre) y Compás de espera, de Alfonso Paso (1926-1978) y dirigida por él mismo. Como es bien conocido, la obra de Buero Vallejo Historia de una escalera se estrenó el 14 de octubre de 1949 con los honores propios de un ganador del Premio Lope de Vega y con dirección de Cayetano Luca de Tena (1917-1997).

Pero añade también en el citado texto Buero Vallejo: «De otros títulos de textos suyos me llegaban referencias, como del de No sé, una novela que nunca pude encontrar». Resulta que, en la cualificada opinión del profesor Enrico Di Pastena, quizá se trate precisamente de «su mejor novela, de corte unamuniano y centrada en la desorientación de la figura del intelectual procedente de ambientes rurales».

El asunto se explica porque esta novela escrita a finales de la década de 1940 no llegó a circular con cierta fluidez por España hasta 1985, en la colección de Anthropos Memoria Rota-Exilios y Heterodoxias y con prólogo de Carlos Gurméndez.

No obstante, el libro sí había existido en 1949, y hay pruebas fehacientes de ello. Según la entrada dedicada a García Luengo en Wikipedia (consultada en febrero de 2023), la primera edición publicó «una editorial valenciana», pero se trató de «una edición malograda por un accidente» del que no se dan más datos.

La empresa valenciana en cuestión fue Cosmos, que a finales de 1949 hizo una edición de No sé encuadernada en cartoné, de volúmenes de 13 x 18 y 272 páginas, que se encuadraban en la colección Tyris. En la misma colección aparecería en mayo de 1951 el poemario de Alejandro Gaos (1906-1958) La sencillez atormentada, si bien en ese caso las 78 del volumen se encuadernaron en rústica y con un formato de 22 x 16 cm., y según la página de créditos a cargo de los Talleres Gráficos de Impresos Cosmos. Pero mencionar algunos de los títulos de Cosmos quizá sea más orientativo.

En Impresos Cosmos había aparecido ya antes de la guerra, desde noviembre de 1935, la revista semanal Información Internacional, que al parecer sustituía a La Correspondencia Internacional (órgano de la III Internacional).

Sin embargo, mayor importancia tienen otros trabajos anteriores, y en particular el hecho de se ocupara de la primera etapa de la revista Nueva Cultura, revista marxista fundada por Josep Renau (1907-1982) y que aglutinaba a artistas tan destacados como Alberto [Sánchez Pérez, 1895-1962], [Francisco] Carreño (1908-1993), (Antonio Ballester (1910-2001) y Manuela Ballester (1908-1994) y firmas como las de César Arconada (1898-1964), Max Aub (1903-1972), Juan Gil-Albert (1904-1994) o Pascual Pla y Beltrán (1908-1961), pero en cuyas páginas son también frecuentes tanto la del mencionado Ángel Gaos como la de García Luengo, que se estrena en el quinto número (junio-julio 1935) con un texto sobre «El teatro de los Quintero», al que seguiría en el sexto (agosto-septiembre 1935) «Un novelista actual: César M. Arconada» y en el úndécimo (marzo-abril 1935) la breve pieza teatral Conato y fracaso de un esperpento). También se imprimió en Cosmos un cartel anónimo conocido como Nueva Cultura por el Frente Popular (66,5 x 45 cm).

Durante la guerra, entre diciembre de 1937 y enero de 1938, Impresos Cosmos se ocupó de Libre Estudio, revista de Acción Cultural al servicio de la CNT en la que escribieron Joan García Oliver (1901-1980), Katy Horna (1912-2000), Ada Martí (1915-1960), Antonio Morales Guzmán (1903-1973) y Juan Santana Calero (1914-1939), entre otros, y un poco anterior es el librito (32 páginas) del sindicalista murciano Juan López Sánchez (1900-1972) La unidad de la CNT y su trayectoria (1936), impreso también en Cosmos.

Posterior ya a la guerra española es el primer libro del poeta y pintor de la Quinta del 42 José Luis Hidalgo (1919-1947), Raíz, un librito de 80 páginas publicado en 1944, y el año siguiente imprimieron un volumen de Poesías, de quien había sido delegado provincial de la Falange, el empresario, periodista e impresor alicantino Juan Sansano Benisa (1887-1955), que aparece con pie editorial de la Editorial Carrera (1945), también de Alicante.

A partir de 1946 empieza a imprimir también algunas ediciones seriadas de revistas infantiles y juveniles ilustradas, como es el caso de El caballero del antifaz rojo (para Europa) y su continuación al año siguiente en la editorial Saturno (El caballero fantasma) o, también para esta editorial, K CH T, pero en esas mismas fechas aparecen también un volumen de Poesía (1947) de Pablo Herrera, encuadernado en cartoné, y, del mismo autor, quizás al año siguiente, el volumen de relatos Cuando mi tío me enseñaba a volar (140 páginas), que incluye ilustraciones del ya mencionado Carreño, de [Manuel] Monleón (1904-1976) y de Genaro Lahuerta (1905-1985), entre otros. El autor de estas dos obras no era sino ese a quien el escritor falangista Gonzalo Torrente Ballester, debido a su joroba, rebautizó como «el Quiasimodo del Turia»: Pascual Pla y Belrtrán, que tras la guerra había pasado por el campo de concentración de Albatera ‒en Campo de los Almendros Max Aub lo convierte en uno de los personajes importantes de la novela‒ y por las cárceles franquistas hasta 1946, lo que basta para explicar que empleara un seudónimo, pues según contó su hija Yolanda, en esa época la policía «le entraba al piso y le hacía fogatas con los libros en el salón, Querían esconder la obra tras las baldosas y se las rompían todas. Siempre se lo llevaban detenido».

Pla y Beltrán retratado por Josep Renau.

Ya de entrados los años cincuenta es el curioso librito ilustrado con fotografías sobre el boxeador Folgado escrito por Tobias Masip Prades Aventuras y desventuras de Folgado (el Tigre de Manises), y de 1959 un volumen de José Luis Aguirre Serra titulado Cervantes y Don Quijote que se inscribe en una colección de Estudio y Vida, lo que indica inequívocamente que Cosmos tuvo continuidad tras el «accidente» que acabó con la edición de No sé (de hecho, Cosmos siguió imprimiendo hasta por lo menos la década de 1970).

La dirección que aparece en los impresos de los Talleres Gráficos Cosmos es el número 34 de la calle Pintor Salvador Abril (paradójicamente, como se verá, dedicada a un pintor famoso por sus paisajes y escenas marinas, a quien el Museo Naval de Madrid condecoró por su donación del cuadro Naufragio del crucero Reina Regente). Esta calle valenciana del distrito del Eixample y no lejos de donde en 1954 se construiría el Mercat de Russafa, está situada en la que durante mucho tiempo se conoció como «la terra del ganxo», porque muchos de sus habitantes se dedicaban a recoger los troncos que llegaban a través del río Turia en un terreno que Pascual Madoz decribió en su Diccionario como «flojo y de buena calidad distribuido en huerta y arrozar que se fertiliza con las aguas del Turia, que desagua en el mar por el término de Ruzafa».

Mientras es de suponer que se estaba ultimando la edición del No sé de García Luengo se produjo en Valencia, el 28 de septiembre, una riada muy sonada conocida como la «riada de las chabolas» (había por entonces unas dos mil chabolas en el cauce del río), acerca de la que cuenta el periódico Las Provincias del 30 de septiembre: «los obreros del molino de Manises vieron acercarse a enorme velocidad una ola gigantesca de más de tres metros de altura» y según relata José Ángel Núñez Mora, «cuando las aguas volvieron a su cauce, sobre las zonas próximas al río que fueron inundadas quedó un inmenso manto de lodo y barro».

No es disparatado pensar que si Buero Vallejo no consiguió leer la primera edición del No sé de García Luego fuera porque la edición quedara sepultada por el lodo. Y aun así sobrevivió algún que otro ejemplar…

Fuentes:

Salvador Albiñana Huerta, Añorantes de un país que no existía: Ana Martínez Iborrra y Antonio Deltoro. Exiliados en México, Universitat de València, 2020.

Antonio Buero Vallejo, «En el Gijón estaba Eusebio», en Obra completa, vol. II, (Poesía, Narrativa, Ensayos y Artículos), edición de Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco, Madrid, Espasa Calpe, 1994, pp. 1241-1243.

Eusebio García Luengo.

Enrico Di Pastena, «Alfonso Sastre, del grupo Arte Nuevo al TAS (1945-1950): prehistoria de una abierta disidencia», Anales de Literatura Española, n.º 29-30 (2018), pp. 205-229.

Eusebio García Luengo, No sé, prólogo de Carlos Gurméndez, Barcelona, Anthropos, 1985.

Andrés Herrero Gutiérrez, «Pla y Beltrán, poemas entre el fusil y la amnesia», Jot Down, 26 de febrero de 2022.

V. Lladró, «La otra gran riada del Turia causó 49 muertos», Las Provincias, 19 de mayo de 2015.

José Ángel Núñez Mora, «Crónica de las catastróficas riadas del Turia en Valencia», Tiempo y clima, n. 60 (abril de 2018), pp. 42-45; n. 62 (octubre de 2018), pp. 18-21 y n. 65 (julio 2019), pp. 38-42.

s. f., «1949, la terrible riada de las chabolas», Las Provincias, 3 de marzo de 2012.

Silvia Viola Morató, «La narrativa de posguerra en Extremadura», Revista de Estudios Extremeños, vol. 70, n. 2 (2014), pp. 1047-1096.

Talín, veintiocho entradas sobre Eusebio García Luengo, con entrevistas y algunos textos del propio autor, en el blog de la revista Caminar Conociendo 3, en diversas fechas.