El exiliado español Martínez Dorrien y la industria editorial colombiana

En una carta del presidente de la República Española Manuel Azaña (1880-1940) al poeta Juan José Domenchina (1898-1959) fechada el 1 de abril de 1939, le confiesa que sus gestiones ante el presidente de Colombia destinadas a obtener ayuda para quienes acababan de perder la guerra no habían obtenido los resultados que deseaba, y añade: «En Colombia, quien tiene influencia es Martínez Dorrien».

Fernando Martínez Dorrien, con su esposa Isabel Sanabria y sus hijos Eugenio y Fernando (más tarde arquitecto prestigioso), había llegado a Colombia a mediados de 1938 procedente de París (adonde se había trasladado al inicio de la guerra civil española), y para ello contó con la intercesión de Manuel Marulanda (embajador colombiano en España) y sobre todo del escritor Jorge Zalamea Borda (de quien había sido vecino en Madrid) ante el presidente Eduardo Santos Montejo, lo que contribuye a explicar que en el puerto estuviera esperándole el gobernador de la provincia y pudiera entrar en el país con los fondos suficientes para vivir con razonable comodidad. Fue muy probablemente el primer exiliado republicano español que se estableció en Colombia.

Una de las primeras iniciativas de Martínez Dorrien a su llegada al país fue crear la Editorial Bolívar e importar de México una vieja rotativa monocolor del semanario deportivo Match l’Intran ‒que acababa de comprar Jean Prevost para convertirlo en Paris-Match‒ y crear el Semanario Gráfico Ilustrado Estampa, cuyo primer número apareció en noviembre de ese mismo año 1938 bajo la dirección de Jorge Zalamea (1905-1969) y con Gilberto Owen (1904-1952) ocupando el puesto de jefe de redacción. Apenas un año después, esta revista ilustrada ya era descrita como «la publicación más moderna que se hace en Colombia».

De este modo, de la mano de Martínez Dorrien, hacía entrada en Colombia el rotrograbado (o huecograbado), que permitió una mayor nitidez y variedad cromática de las publicaciones colombianas y contribuyó de un modo notable a modernizar la imagen del periodismo ilustrado del país. Adicionalmente, habían llegado también de México Armando y Álvaro Manzanilla, Felipe Martínez, Manuel Bueno de la Vega, Federico Tor, Juan Soubran y Maclovio Jiménez, cuya misión era formar a operarios colombianos en fotomecánica, grabado y montaje. Así pues, parece evidente que la iniciativa de Martínez Dorrien dio un impulso importante al desarrollo de las artes gráficas colombianas.

Owen y Zalamea en 1937.

En las páginas de Estampa pueden leerse con cierta regularidad textos de republicanos españoles exiliados en Colombia, como son los casos del por entonces delegado en Colombia de la Junta Española de Liberación, José Prat García (1905-1994), que se hizo cargo de la crítica teatral; el abogado y periodista Julio Navarro Marzo (1915-2001), que pasaría luego a las páginas de El Gráfico y años después desarrollaría una exitosa carrera periodística en Venezuela, o el más tarde importante editor y escritor Clemente Airó (1918-1975). Aun así, la amplísima mayoría de los colaboradores habituales eran periodistas y escritores colombianos, a los que si algo unía era una posición ideológicamente más zurda que diestra.

Simultáneamente, la editorial (cuyos talleres estaban en la confluencia de la carretera 6 con la calle 46 de Bogotá) cerró un contrato con el Ministerio de Educación para obtener el monopolio en cuanto a la edición de los libros de texto de bachillerato, lo que blindaba su viabilidad económica (aun cuando al parecer varias editoriales lo habían rechazado por considerarlo un mal negocio). También casi al mismo tiempo, y acaso para rentabilizar la inversión, en enero de 1939 se puso en pie la revista humorística y profusamente ilustrada Guau guau, que dirigía Ximénez (José Joaquín Jimémez ¿1911?-1946) y que aglutinó a los humoristas y caricaturistas colombianos jóvenes más importantes, pero desapareció tras el cuarto número por motivos que en las páginas de Estampa no acaban de explicarse de modo convincente (resumiéndolo mucho, que no obtuvo el impacto e influencia deseados).

Chaves Nogales.

Mayor importancia incluso, debido sobre todo al contexto histórico, tiene la aparición en septiembre de 1939 de Estampa en la guerra, con el mismo equipo director y que mantiene el mismo formato y aspecto general que su publicación hermana. De hecho, ya en Estampa el desarrollo de la guerra civil española había tenido una cobertura importante, en la que en términos literarios destaca entre otras la publicación de «Por qué cayó Barcelona», del escritor sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944), en el número correspondiente al 11 de febrero de ese año, que se presenta además como «Especial para Estampa». Curiosamente, cuando en 2020 Abelardo Linares recuperó este texto y lo publicó de nuevo en Mediodía. Revista Hispánica de Rescate lo describía ya como escrito sin firma para Match y publicado en español en la revista mexicana Hoy, pero sin mención a su circulación por Colombia. Sin embargo, sirviéndose de material proporcionado sobre todo por agencias de prensa estadounidense, Estampa en la guerra se proponía cubrir las consecuencias de la guerra civil española y el desarrollo de la segunda guerra mundial.

Tras la desaparición de Estampa en la guerra, de los talleres de la Editorial Bolívar salió entonces la revista Esfera (subtitulada «semanario de información y crítica»), con el mismo equipo directivo y en la que repetían muchos colaboradores (como Prat García, por ejemplo) y se añadían otros (como el que fuera en España catedrático de Derecho Mercantil antes de exiliarse José de Benito). Y también se producen a finales de 1939 cambios en el equipo directivo de la empresa que afectarán progresivamente a su trayectoria. Siempre con Gilberto Owen como jefe de redacción, tras ser sometido a un acoso vehemente y constante por parte de la prensa derechista, Jorge Zalamea abandona la dirección y esta pasa a manos de José Umaña Bernal, a quien tras unos meses sustituye Jorge Zamora Pulido y finalmente Ricardo Tanco.

Por lo que se refiere a los talleres, ya en marzo de 1944 se había contratado a Pedro Pablo Beltran como técnico encargado del buen funcionamiento de las imprentas (a las que al parecer se les daba un ritmo muy intenso), por doscientos cincuenta pesos mensuales. Después de abandonar la empresa en julio de 1947, Beltrán presentó una demanda contra la empresa que permite conocer algunos detalles de su funcionamiento. Según sus alegaciones, por indicación de sus superiores, además de las tareas que figuraban en su contrato se convirtió en:

Columna de León De Greiff en Estampa.

Supervigilante del resto de los trabajadores de la empresa y sirvió, además, como maquinista de la rotativa y de la cosedora, sin que le hubieran reconocido y pagado estos servicios especiales y adicionales; que por causas ajenas a su voluntad, debido a los continuos daños que sufrían las máquinas y por ser muy difícil el conseguir repuestos para ellas, el demandante se vio obligado a ejecutar su labor en horas nocturnas, sin que le hubiesen pagado la sobrerremuneración correspondiente y que la Editorial tiene un capital superior a doscientos cincuenta mil pesos.

En su defensa, la empresa explicó que:

Beltrán trabajó como «jefe de máquinas» y más tarde en otras actividades que se le encomendaron en la Revista Estampa, como tirada, cosida, refilada, composición, etc.; [y que] se debe tener en cuenta que la remuneración como jefe de máquinas quedó fijada en doscientos pesos al mes y la correspondiente a los servicios adicionales se fijó pericialmente en cuatrocientos pesos mensuales.

Lalinde Botero.

Aunque fue una revista muy longeva, el carácter innovador de Estampa fue diluyéndose progresivamente, cosa que se agravó con las sucesivas deserciones de sus colaboradores. Sin embargo, Martínez Dorrién siguió muy metido en el sector de la edición de revistas. Así, por ejemplo, participó en la creación de otra revista singular, ya en la década de 1950, que surgió de la iniciativa de una empresa de Medellín dedicada a la confección textil, Indulana-Everfit, de la que a su vez nació la empresa Aberdeen. Esta última se marcó como objetivo impulsar la moda masculina, y Martínez Dorrien creó para ello la Revista Adán, que dirigió el periodista y escritor Luis Lalinde Botero y se imprimió en los talleres de la Bolívar (valga señalar que no tenía ninguna relación con la posterior revista argentina Adán. Entretenimiento para gentilhombres de la editorial Abril de Cesare Civita). El primero de julio de 1955 aparecía el número inicial de Adán, cuyos cien mil ejemplares se distribuían gratuitamente, y en sus páginas pudieron leerse las firmas de algunos de los periodistas más prestigiosos del momento, como Calibán (Enrique Santos Montejo, 1886-1971), a quien la dictadura militar de Rojas Pinilla había clausurado el periódico El Tiempo pero lo había sustituido ya por Intermedio, al filósofo y botánico Enrique Peláez Arbelóez (1896-1972), al periodista y político del Partido Liberal Juan Lozano y Lozano (1902-1979), al poeta e historiador Alberto Montezuma Hurtado (1906-1986), al célebre columnista de El Espectador y previamente colaborador de Estampa Lucio Duzán (1914-1976), que publicó entre otros textos la comedia en un acto Un hogar feliz, al filólogo y crítico literario Antonio Panesso Robledo (1918-2012), que procedía también de El Tiempo

Tal vez jamás se manchara los dedos de tinta, pero es muy digna de recuerdo la influencia de Martínez Dorrién en el sector editorial colombiano.

Fragmento en el que aparece el nombre de Martínez Dorrien en un informe de la embajada franquista en Colombia acerca de la presencia de «rojos» y «derrotistas» españoles a los que había que vigilar, reproducido en el libro de José Ángel Hernánes García La guerra civil en Colombia, Bogotá, Universidad de la Sabana, 2006.

Fuentes:

Alberto Escobar Wilson-White, dir., Atlas histórico de Bogotá, 1911-1948, Bogotá, Planeta, 2006.

José Manuel Azcona y José Ángel Hernández, Tránsito migratorio y relaciones bilaterales España-Colombia, Madrid, Editorial Dykinson, 2021.

Antonio Cajero Vázquez, «Gilberto Owen en la revista Estampa (Bogotá, 1928-1942)», Literatura Mexicana, vol. 22, núm. 2 (2011), pp. 101-119.

Mª Ángeles Hermosilla Álvarez, «Cartas inéditas de Manuel Azaña a Juan José Domenchina», Anuario de Estudios Filológicos (Universidad de Extremadura), núm.  5 (1982), pp. 69-79.

Jimena Montaña Cuéllar, «Semanario gráfico ilustrado Estampa: El inicio de la modernidad en una publicación periódica», Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. 37, núm. 55 (2000), pp. 3-65.

Juan Benavides Patrón, Sergio Antonio Ruano y Gustavo Salazar G., «Sentencia del Tribunal Supremo del Trabajo fechado en Bogotá el 15 de mayo de 1952», Gaceta del Trabajo. Órgano del Tribunal Supremo del Trabajo, Bogotá, Imprenta Nacional, tomo VIII, núms. 65 a 71 (enero a julio de 1952), pp. 200-206.

Del primer libro de Miguel Ángel Asturias a una edición del Popol Vuh

En el primer libro publicado de Miguel Ángel Asturias (1899-1974) es posible, retrospectivamente, advertir algunos indicios de por dónde discurriría luego su obra mayor (Hombres de maíz, Mulata de tal, Leyendas de Guatemala, etc.), como es el caso del interés por las culturas indígenas de su país o el empleo de la antropología como herramienta para la creación literaria, por ejemplo. El hecho de que en 1971 (en El problema social del indio y otros textos) todavía revisara y corrigiera algunos de los planteamientos y afirmaciones de ese librito inicial es indicativo de la importancia que él mismo le concedía y de la impronta que dejó en su obra posterior.

Miguel Ángel Asturias en 1922.

Previamente, Asturias había dado a conocer un capítulo de la novela inacabada e inédita El acólito de Cristo en Studium, así como algunos textos en El Imparcial y Tiempos Nuevos, pero Sociología guatemalteca. El problema social del indio es su primer libro. Con él culmina, en cierto modo, la etapa universitaria de Asturias, jalonada por su participación en la Asociación General de Estudiantes Universitarios, la creación de la Universidad Popular (en la que se impartieron gratuitamente cursos y conferencias a los más desfavorecidos) o la organización de las huelgas que en la primavera de 1920 contribuirían a derrocar al dictador liberal Manuel Estrada Cabrera (1857-1924).

Sociología guatemalteca fue la tesis con la que en 1923 Asturias se doctoró como abogado en la que entre 1875 y 1918 y entre 1920 y 1944 fue conocida como Universidad Nacional (y desde entonces rebautizada como Universidad de San Carlos de Guatemala, o USAC) y obtuvo el máximo galardón que ese centro otorga, el Premio Gálvez.

Como era habitual en las publicaciones de este tipo en este centro, se hizo cargo de ella uno de los primeros talleres privados que en Guatemala dispuso de una linotipia (una August Mergenthaler de 1884), la Tipografía Sánchez y De Guise, que desde 1898 se había hecho muy célebre por sus revistas-calendarios (muy parecidos a los almanaques) y cuyo nombre aludía a José Víctor Sánchez y Víctor Manuel De Guise (primos por línea materna).

El Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas ofrece algunos datos sobre un Luis de Guise nacido en Escuintla entre 1877 y 1887 que pueden llevar a confusión. Este Luis, hijo natural de Elena de Guise, contaba en 1900 con «un reconocido taller tipográfico situado en la Avenida El Golfo 21 en la ciudad de Escuintla», cosa que sería poco menos que imposible si hubiera nacido en 1887 (contaría trece años). Sin más transición, menciona luego un par de los títulos obreristas del mexicano Juan de Dios Bojorquez (1892-1967) salidos, ciertamente, de la Tipografía de Sánchez y De Guise, y añade que en 1929 este Luis de Guise fue detenido por imprimir folletos subversivos. Por su parte, Thelma Judith Mayen García menciona en su tesis la Imprenta de Sánchez y De Guise y la Imprenta de Luis de Guise como dos empresas distintas surgidas ambas entre 1894 y 1918.

Sin embargo, la Tipografía Sánchez y De Guise tuvo su razón social en la Octava Avenida Sur 24 (que luego sería Octava Avenida 12-58 Zona 1) de la Ciudad de Guatemala, y el cofundador no era Luis sino Víctor Manuel de Guise, a quien en el número del 8 de enero de 1934 del Diario de Centroamérica (p. 14) ‒del que fue director su primo y socio José Víctor Sánchez‒ se le describe como «inteligente tipógrafo». Además, se tiene como fecha de la fundación de Sánchez y De Guise el 13 de noviembre de 1893.

Al parecer, en fecha indeterminada, los dos primos hicieron un largo viaje para comprar en Alemania y Estados Unidos la maquinaria necesaria para poner en marcha el negocio, y en cuanto a su financiación hay algunos datos interesantes. En el Diario de Centro-América correspondiente al jueves 21 de abril de 1892 aparece un anuncio con el siguiente texto: «Se venden dos diligencias de la clase, grandes, sólidas y de la mejor construcción, con aparato encima para cargar equipajes. Informará Don José Víctor Sánchez en la Tipografía de la Unión». Esto tal vez permita suponer que José Víctor Sánchez estaba por entonces trabajando en La Unión y recabando fondos para poner en marcha el negocio, si bien su nieto ha contado que si pudo ser socio capitalista fue gracias a la inesperada aportación de los ahorros de la madre de José Víctor Sánchez. Esto también podría llevar a confusión, porque a principios del siglo XIX había surgido una imprenta La Unión que dirigía Juan José de Arévalo, pero también la Imprenta El Progreso fue rebautizada como Imprenta La Unión y aun había una tercera con el mismo nombre, y una Unión Tipográfica (que durante un tiempo se llamó La Royal, para luego recuperar su nombre). Sin embargo, su nieto afirma que trabajaba en la Tipografía Nacional (fundada en 1894) y que incluso llegó a dirigirla.

Quizás arroje un poco de luz saber que, por lo menos en 1901, el Diario de Centro-América (dirigido por Manuel Dardón Vasoncelos y con Manuel Hernández como administrador), lo imprimía la Tipografía La Unión, pues ya se ha mencionado el vínculo entre José Víctor Sánchez y este periódico.

Sánchez y De Guise había sido tradicionalmente, desde principios del siglo XX, una impresora de publicaciones periódicas, como El Estudiante de Comercio, La Reivindicación del Progreso, El derecho, La familia cristiana, La Cruz, Fígaro, El Mercurios, El Anunciador, El Grito del Pueblo, El Mercurio, El Pueblo, etc. Sin embargo, bastante antes de la tesis de Miguel Ángel Asturias, de la Tipografía Sánchez y De Guise ya habían salido algunos libros, como es el caso, ya en 1897, de la Corona fúnebre que a la memoria del licenciado Antonio Machado y Palomo dedican sus amigos (en su portada la dirección de la empresa aparece consignada como 8ª calle Poniente núm. 5). Y en los años inmediatamente previos a la tesis de Asturias había salido de sus talleres el voluminoso segundo tomo del clásico La América Central ante la Historia. (Época colonial, el reino de Guatemala) (1920), del político, historiador y polígrafo Antonio Batres Jáuregui (1847-1929) ‒el primer tomo lo imprimieron Marroquín Hermanos y el tercero la Tipografía Nacional ‒, así como, el mismo año, un Informe presentado al señor ministro de Relaciones Exteriores, del político y periodista Marcial García Salas, que había dirigido La República y en 1909 había adquirido a la estadounidense Margenthaler otra de las primeras linotipos del país.

Del mismo año que la tesis de Asturias es uno de los mencionados libros de Juan de Dios Bojórquez, Crónicas de México. Calles (1923), al que seguiría poco después La actual situación de México (1924), pero de esa misma década son también el cuarto tomo de El Libro de las Efemérides (1920), del periodista e historiador Federico Hernández de León (1882-1959), las obras de quien es considerado uno de los insignes antecedentes del realismo mágico, Rafael Arévalo Martínez (1884-1975) ‒La Oficina de Paz de Orolandia (1925) y Las noches en el Palacio de la Nunciatura (1927)‒ o una compilación de la obra del filósofo hondureño José Cecilio del Valle (1777-1834) preparada por José del Valle y Jorge del Valle Matheu, ya en 1930.

Sin embargo, quizá el libro más interesante salido de estos talleres sea el Manuscrito del Chichicastenango (Popoj Buj) ‒más conocido como Popol Vuh o Libro del Consejo‒, que según explica el extenso subtítulo reúne «Estudios sobre las antiguas tradiciones del pueblo quiché», acompañados del «Texto indígena fonetizado y traducido al castellano», así como de «Notas etimológicas y grabados de sitios y objetos relacionados con el célebre Códice guatemalteco». Sus autores son J. Antonio Villacorta, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y Flavio Rodas, inspector de monumentos arqueológicos y miembros ambos de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, y lo enriquecían ilustraciones de Carlos A. Villacorta en zinografía de las que se ocuparon los Talleres de Artes Gráficas de Carlos Matheu.

Al margen del indudable interés del libro y del esmero que se puso en su elaboración, es también valioso por dejar constancia en su colofón de muchos datos acerca de los trabajadores y colaboradores de la imprenta y de cuáles eran las ocupaciones de cada uno de estos profesionales:

Fuentes:

Centro Histórico de Guatemala, con fotografías de Boris de León, «Museo de la Imprenta Sánchez y De Guise», en la web del Centro Histórico de Guatemala.

José Luis Escobar, «La compra ideal en diciembre», Prensa Libre, 13 de noviembre de 2016.

José Luis Escobar, «La imprenta, arte y oficio de pocos», Prensa Libre, 8 de enero de 2017.

Thelma Judith Mayen García, Aproximación histórica al Museo de la Tipografía Nacional de Guatemala (2000-2013), tesis de licenciatural presentada en la Universidad San Carlos en 2014.

Aracelly Krisanda Mérida González, El periodismo escrito en la ciudad de Guatemala durante los años 1900-1925, trabajo de maestría presentado en la Facultad de Humanidades de la Universidad San Carlos en 2003.

Omar Lucas Monteflores, Omar y Arturo Taracena Arriola, Arturo (2022), «De Guise, Luis», en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas (2022).

Hugo Duarte y las dificultades de la edición en el Paraguay

«Editar era, por decirlo así, una determinación política con frecuencia arriesgada. Esa cualidad de formar parte de la “resistencia” se ha perdido en la pseudotransición, que sigue hasta ahora sin aportar nada significativo ni a nuestra sociedad ni a nuestra cultura.»

Hugo Duarte, «La condición editorial», 2002.

Augusto Roa Bastos.

La del cuento «Lucha hasta el amanecer», de Augusto Roa Bastos (1917-2005), si damos credibilidad a las declaraciones de su autor, es una de las historias creativas más interesantes de la narrativa latinoamericana del siglo XX (lo que no es decir poco).

Cuando se publicó por primera vez en el número de enero-marzo de 1978 de la revista fundada en Xalapa por el profesor uruguayo Jorge Ruffinelli Texto Crítico (pp. 3-8), lo precedía un texto explicativo fechado en Toulouse en 1978 en el que el autor explicaba su origen remoto:

Este cuento, el primero que escribí, quedó perdido y olvidado durante más de una treintena de años. Durante esos años de amnesia, de seguro no inocente, dudé incluso que lo hubiese escrito alguna vez. Llegué a pensar que el tal cuento no fuese más que una nebulosa de proyecto literario […]

Cuando hacia 1968 comencé a compilar Yo El Supremo, encontré el cuento esfumado entre las páginas del Tratado de la pintura, de Leonardo da Vinci, libro que yo aprecio particularmente y que me enseñó a ver el sentido del mundo como un vasto jeroglífico en movimiento pero cuyos signos son tal vez indescifrables.

La publicación en esta revista se presenta, pues, como la reconstrucción de un «manuscrito roto, casi ilegible y al que le faltaban dos páginas» escrito cuando el autor contaba unos trece años, pero que Paco Tovar describió como «verdadero núcleo generador del proceder literario roabastiano y piedra de toque en donde confluyen la biografía, las reflexiones y los sueños del autor, a la luz de la violencia y de la muerte».

Un poco después se publicó este trascendental relato en el número 33 de la revista francesa Caravelle, con el mismo texto introductorio, pero su primera edición en forma de libro es la que estrena la ambiciosa colección Linterna, creada en el seno de la editorial paraguaya Arte Nuevo.

Primera edición de Yo el Supremo (1974).

La editorial Arte Nuevo fue creada en Asunción a partir de la imprenta homónima por Hugo Duarte Manzoni (1956-2013), nieto de José María Duarte, quien a su vez a principios del siglo xx había sido el impulsor de la Imprenta y Librería La Mundial (que publicó por ejemplo Nuestra epopeya, de Juan Emiliano O’Leary, en 1919). Retrospectivamente, la reputada guitarrista Berta Rojas recordaba la escrupulosidad y esmero del joven Duarte como impresor:

Hugo era mi «imprentero». El director de la imprenta Arte Nuevo donde imprimí casi todos mis programas de conciertos, afiches, folletería a lo largo de mi vida artística. Pronto en mi carrera, Hugo me enseñó que con la calidad no se transa, que cuando alguien toma en sus manos un producto impreso con tu nombre, el papel tiene que ser de la mejor calidad porque se tiene que «sentir» el profesionalismo ya desde el tacto.

Por su parte, el propio protagonista dejó por escrito los motivos que le llevaron a emprender la aventura de convertirse en editor de libros en un mercado difícil como el paraguayo:

Como hombre de imprenta tenía la ventaja de contar con mi propia impresión, y todo empezó como un intento de ver convertidos en libros algunos textos que me interesaban, además de mis propios títulos. Entonces como ahora, yo no tenía demasiadas expectativas de que la cultura, en el Paraguay, pudiera ser un buen negocio. Sin embargo, creí que podría autosustentarse; y que, a largo plazo, un movimiento editorial iría creando su propio público, cosa que, evidentemente, no ocurrió.

Más allá de algunas revistas, folletos, impresos menores y de la colección Estudios Folklóricos Paraguayos (que se estrena con Angu’a Pararä y Estacioneros, de José Antonio Gómez-Perasso y Luis Szaran), Arte Nuevo se da a conocer pues con ese importante librito de Roa Bastos, con diseño de cubierta de Gerardo Escobar e ilustraciones de Jorge Aymar, de cuarenta y cinco páginas y del que, según consta en el colofón, el 26 de septiembre de 1979 se terminaron de imprimir en los talleres gráficos Arte Nuevo los mil quinientos ejemplares de los que constó la edición (y que fue la cifra habitual de los libros publicados por esta editorial).

Más adelante llegaría la recopilación de textos memorialísticos de Juan Rivarola Matto (1933-1991) La belle époque y otras hadas (1980), y progresivamente se crearía una identidad de editorial con vocación literaria pero también muy comprometida con la historia (con la creación de una serie específica) y la no ficción. El propio impresor-editor es uno de los autores de Rasmudel o el relato de tres relatos (1983), con el poeta, actor y dramaturgo Moncho Azuaga (Ramón Sosa Azuaga, n. 1952) y el ya mencionado Jorge Aymar, con ilustraciones de Ramón Rojas Veia (n. 1956).

Entre los libros de carácter no ficticio publicados por Arte Nuevo en los primeros años de su andadura destacan, por su singularidad, el breve ensayo del profesor de la Universidad Estatal de Texas Charles L. Carlisle La mujer en la ficción de Ana Iris Chaves de Ferreiro (1982), acaso el primer ensayo importante acerca de la obra de una de las mujeres más importantes en la vida intelectual paraguaya de su tiempo, y, por el renombre de su autora y la influencia cultural que ejerció, el estudio histórico de la exiliada española Josefina Pla (1903-1999) Los británicos en el Paraguay 1850-1870 (1984).

De 1985 es la publicación de una obra ambiciosa y que según Hugo Duarte «llevaba veintinueve años esperando editor», la Enciclopedia guaraní-castellano de Ciencias Naturales y conocimientos paraguayos (1985), del doctor Carlos Gatti, quien hacía con esta obra una contribución decisiva para preservar un rico acervo lingüístico y cultural en peligro de extinción.

Del año siguiente es el poemario De Gua’u. La gente no cambia, de Jorge Canese (n. 1947), a quien durante la dictadura de Stroessner habían censurado y secuestrado la primera edición del poemario Paloma blanca, paloma negra (publicado en 1982 por la editorial Botella del Mar del exiliado español Arturo Cuadrado).

Al año siguiente aparecen tanto el poemario de Óscar Ferreriro El gallo de la alquería y otros compuestos y la novela del mencionado Rivarola Matto La isla sin mar, como la compilación de artículos de Hugo Rodríguez Alcalá (1917-2007) La incógnita del Paraguay y otros ensayos, libro que, coincidiendo con el regreso del eminente crítico literario a su país natal tras su jubilación, reúne textos divulgados previamente en revistas de diversos países pero inéditos en el Paraguay, donde además apenas habían circulado (y entre los que se cuentan algunos tan interesantes como «Sobre Elio Vittorini y Juan Rulfo: dos viajes en la cuarta dimensión» o «La narrativa paraguaya entre 1960 y 1970», entre otros).

Hugo Duarte aún publicaría otro libro en Arte Nuevo, Drogas en Asunción. Más allá del miedo (1989), undécimo número de la Serie Ensayos y que apareció precedido de un prólogo de Jorge Kanese, y si bien el propio editor reconocía que económicamente el proyecto era inviable debido a su propia incapacidad para generar y hacer crecer su propio público («editar para vender, en dos o tres años, mil ejemplares, era una pérdida de tiempo y dinero», escribió), Arte Nuevo llegó a publicar medio centenar largo de interesantes títulos antes de la muerte de Duarte.

Fuentes:

Liliana M. Brezzo, Andrea Tutté y Ricardo Scavone Yegros, «Notas para una historia del libro y la edición en el Paraguay», publicado en texto en El Nacional en tres partes: 24 de octubre de 2021, 31 de octubre de 2021 y 7 de noviembre de 2021, y disponible también en versión vídeo.

Hugo Duarte Manzoni, «La condición editorial. Un acercamiento a las condiciones culturales y editoriales en el Paraguay en los últimos años del stronismo y los primeros de la transición», América sin nombre, núm. 4 (diciembre de 2002), pp. 23-27.

M. Mar Langa Pizarro, Guido Rodríguez Alcalá en el contexto de la narrativa histórica paraguaya, tesis doctoral presentada en 2001 en la Universidad de Alicante.

José Vicente Peiró Barco y Guido Rodríguez Alcalá, Narradoras paraguayas, Asunción, Expolibro, 1999.

Portal Guaraní.

s.f., «Hugo Duarte Manzoni deja huellas de cultura y amistad», Última hora, 22 de enero de 2013.

Paco Tovar, «”Lucha hasta el alba”, de Augusto Roa Bastos. Fábula restaurada de un texto recuperado», Scriptura, núm. 1 (1986), pp. 91-96.

Paco Tovar, «Vueltas de memoria: Contravida, de Augusto Roa Bastos», Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 28 (1999), pp. 1223-1235.

Imprès a Catalunya: Lluís Guia durante la guerra civil española

Durante la guerra civil española, incluso en los momentos más duros de la misma, una imprenta barcelonesa apenas conocida dio a la luz algunos de los libros en catalán más interesantes que se publicaron aquellos años, como es el caso del volumen que recoge la traducción de Manuel Valldeperes (1902-1970) de la obra teatral de Ramón J. Sender (1901-1982) El secret (1937) junto con la añeja versión de Carles Costa de La cartera de Octave Mirbeau (1848-1917), quizá la primera traducción de una obra de Hemingway (Torrent de primavera, en 1937) o el volumen en que Josep Janés (1913-1959) compila algunos poemas representativos de Federico García Lorca (1898-1936) para su colección, creada durante la guerra, Oreig de la Rosa dels Vents.

La imprenta en cuestión era la de Lluís Guia, de la que no es fácil hallar muchos datos, pero que junto a la Clarasó, la de Joan Sallent en Sabadell, los Tallers Gràfics Irlández y la Impremta de la Casa d’Assistència President Macià (lo que fuera la Casa Reial de Caritat) se contó entre las más activas en cuanto a la impresión de libros en catalán en el período comprendido entre mediados de 1936 y principios de 1939, si bien en casi todos los casos se trataba de libros muy breves debido acaso a la creciente escasez de papel disponible o tal vez a las propias limitaciones de empresa.

En la primera década del siglo XX (desde por lo menos 1914 y hasta 1926 si no más allá) se ocupó de publicar el Anuario comercial (Guía Nacional de Industria y Comercio) un Lluís Guia Pascual, que es posible que cuanto menos sea la misma empresa que luego imprimiría libros de literatura durante la guerra, pues ya tenía como sede el número 6 de la calle Villarroel.

El jueves 10 de agosto de 1922 aparece en la quinta página del periódico La Veu de Catalunya la siguiente noticia en la que se menciona a Guia Pascual (traduzco del catalán):

Del suceso de la calle Sepúlveda: Según nota de la policía, referente al suceso en la plaza Sepúlveda, la detención de Antoni Balagueró Marquès la llevó a cabo el civil Heribert Palau Rodoreda, quien pese a no llevar armas le plantó cara, sujetándolo y entregándolo al cabo del sometent del distrito de la Universitat y a los dos agentes de Vigilància.

Se encuentra en prisión, a disposición del Jutjat del Sud. Francesc Marcet Cunillera, otro de los autores del robo a mano armada de la calle Sepúlveda, ha sido reconocido también por don Lluís Guia Pascual, propietario de un establecimiento de la calle Villarroel, y uno de sus dependientes como uno de los autores del hurto de una máquina de escribir, el pasado día 28 de julio, en el mencionado comercio, habiendo huido y sin que se pudiera atraparlo.

Otra constancia de la continuidad de este negocio aparece en el Butlletí Oficial de la Generalitat de Catalunya del 23 de noviembre de 1934, en el que Lluís Guia figura en el apartado de Arts Gràfiques del censo de posibles votantes elaborado para las elecciones al Consejo de Gobierno de la Cámara Oficial del Libro.

Después del golpe militar de julio de 1936, Lluís Guia publicó, por lo menos ocasionalmente, algunos libros para la editorial Barcino (cliente sobre todo de la Clarasó, pero también de La Renaixença y de Joan Sallent), para la Casa Editorial Bosch (que generalmente imprimía también en la Clarasó), para la Llibrería Millà (de muchos de cuyos libros se ocupaba la imprenta de Agustín  Núñez) y sobre todo para los diversos proyectos de Josep Janés, de quien pasó a convertirse en imprenta de referencia.

En la vorágine de los días iniciales de la guerra, y conocidos sus vínculos con la Federació de Joves Cristians, Janés vio cómo buena parte de sus fondos fueron destruidos y se le sustrajo todo el papel que tenía almacenado para proseguir con la publicación de sus Quaderns Literaris, que venía imprimiendo en los mismos talleres en que se tiraban las publicaciones periódicas que por entonces dirigía (Diario del Comercio y la revista Rosa dels Vents). Tras ser colectivizado el periódico y dimitir como director del mismo, Janés creó unas Edicions de la Rosa dels Vents (y desde 1937 la Biblioteca Rosa dels Vents), si bien, con el propósito de dejar constancia de la continuidad de su colección emblemática, siguió indicando la numeración correspondiente de los nuevos títulos en tanto que Quaderns Literaris. Así, por ejemplo, las hoy infravaloradas narraciones agrupadas en Variacions sobre el crim, de Lluís Palazon (1914-1953), aparecen en fecha indeterminada del verano de 1936 como pertenecientes las Edicions de la Rosa dels Vents pero al mismo tiempo como correspondientes al número 120 de los Quaderns Literaris, como si la colección quedara subsumida en la nueva editorial. Sin embargo, en este caso no aparece indicación de la imprenta, como sucede también con algunos otros libros janesianos de esas semanas (Quaderns Literaris 119, 120, 121, 122, 126, 127). Para complicar un poco más las cosas, parece evidente que, por lo menos durante aquellas semanas iniciales de la guerra, el orden de aparición de los títulos no se correspondía con su numeración y además hubo algunos números bis.

Inicialmente, Janés prosigue su proyecto en una imprenta no identificada de la calle Viladomat (número 55), pero al parecer no consigue el ritmo de producción que deseaba y es posible que la del volumen doble de los Quaderns Literaris dedicado a Crim, de Mercè Rodoreda, sea el primer libro en catalán que imprime Lluís Guía, aunque todavía hay muchas incógnitas no resueltas acerca de esta empresa que alguien debería investigar con mayor profundidad.

Libros impresos por Lluis Guia localizados hasta el momento

Quaderns Literaris

Mercè Rodoreda, Crim, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 123-124), 169 páginas.

Apel·les Mestre, La simfonia del silenci, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 125), 1936. 70 páginas.

Rabindranath Tagore, Gitanjali, traducción de Ventura Gassol y Josep Carner-Ribalta, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 126), 1936.

Josep Sol, Una adolescencia, prólogo de Josep Janés i Olivé, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 128), 1936. 70 páginas.

Maurice Baring, Mig minut de silenci, traducción de Josep Ros-Artigues, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 129), 1936. 75 páginas.

Carme Monturiol, Diumenge de juliol, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 130), 1936. 124 páginas.

Gustave Flaubert, Tres contes, traducción de Ramon Esquerra, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 131-132), 1936, 122 páginas.

Carles Pi i Sunyer, Tres aventurers italians a Barcelona, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 133-134), 1936, 217 páginas.

Paul Heyse, Dues ànimes, traducción de Josep Lleonart, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 135), 1936. 118 páginas.

Joseph Conrad, Dues històries d’inquietud, traducción de Ramon Esquerra, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 136), diciembre de 1936, 69 páginas.

Henryk Sienkiewitz, L’Àngel, traducción de Carles Riba, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 137), 1936, 70 pp.

Joan Oliver, Allò que tal vegada s’esdevingué, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 138), noviembre de 1936. 60 páginas.

Antologia patriótica de la poesía catalana, con prólogo de Agustí Esclasans y epílogo de Josep Janés, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 139-140), 1936. 168 páginas.

Thomas Hardy, Bàrbara la de la casa de Grebe, traducción de J. Millàs-Raurell, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Lireraris 141), 1936. 60 páginas.

J. Puig Pujades, Contes de la Viu-viu i de la Xiu-xiu, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 142), 1936. 64 páginas.

André Gide, Els nodriments terrestres, traducción de Simó Santainés, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 143-144), 1936. 137 páginas.

Agustí Barta, L’oasi perdut, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 145), 1936. 18 x 12,5 cm, 61 páginas.

Pere Calders, La glòria del doctor Larén, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 146), 1936. 64 páginas.

Jean-Louis Murger, Els primers amors del jove Blauet, Edicions de la Rosa dels Vents (Quaderns Literaris 147), 1937. 59 páginas.

Katherine Mansfield, La Garden-Party, traducción de Josep Ros-Artigues, Biblioteca Rosa dels Vents 1 (Quaderns Literaris 148), 1937. 78 páginas.

Rabindranath Tagore, El jardiner, traducción de Maria de Quadres, Biblioteca Rosa Vents 2 (Quaderns Literaris 149), 1937. 63 páginas.

Francesc Trabal, L’home que es va perdre, Biblioteca Rosa dels Vents 3 (Quaderns Literaris 150), 1937. 99 páginas.

Charles Baudelaire, El jove fetiller. Consells als joves literats, traducción de J. Roure-Torrent, Bilioteca Rosa dels Vents 4 (Quaderns Literaris 151), 1937. 63 páginas.

Agustí Esclasans, Històries de la carn i de la sang, Biblioteca Rosa dels Vents 5 (Quaderns Literaris 152), 1937. 85 páginas.

Vernon Lee, Otilia, traducción de Josep Climent, Biblioteca Rosa dels Vents 6 (Quaderns Literaris 153), 1937. 62 páginas.

Carles Riba, Estances, Biblioteca Rosa dels Vents 7 (Quaderns Literaris 154), 1937. 99 páginas.

Henry Duvernois, Dietari d’un pobre home, traducción de F. Pineda i Verdaguer, Biblioteca Rosa dels Vents 8 (Quaderns Literaris 155), 1937. 63 páginas.

Joan Oliver, Contraban. Proses, Biblioteca Rosa dels Vents 9 (Quaderns Literaris 156), 1937, 59 páginas.

Max Beerbohm, L’hipòctrita santificat, traducción de Agustí Esclasans y prólogo de Josep M. López-Picó, Biblioteca Rosa dels Vents 10 (Quaderns Literaris 157), 1937. 59 páginas.

Xavier Benguerel, L’home i el seu àngel, Biblioteca Rosa dels Vents 11 (Quaderns Lteraris 158), 1937. 59 páginas.

Sebastià Jan Arbó, Nausica, Biblioteca Rosa dels Vents 12 (Quaderns Literaris 159), 1937. 60 páginas.

E. Sienkiewicz, Bartek el vencedor, traducción de Carles Riba, Rosa Vents 13 (Quaderns Literaris 160), 1937. 62 páginas.

Josep Maria López-Picó, De l’alba al migdia, prólogo de Josep Janés i Olivé, Biblioteca Rosa dels Vents 14 (Quaderns Literaris 161), 1937. 61 páginas.

Jules Supervielle, La noia d’alta mar, traducción de Joan Oliver, Rosa Vents 15 (Quaderns Literaris 162), 1937. 57 páginas.

Alfons Nadal, La dona de l’aigua, Biblioteca Rosa dels Vents 16 (Quaderns Literaris 163), 1937. 63 páginas.

Eugene O’Neil, Anna Christie, traducción de J. Millàs-Raurell, Biblioteca Rosa dels Vents 17 (Quaderns Literaris 164), 1937. 75 páginas.

Joan Puig i Ferrater, Una mica d’amor, Biblioteca Rosa dels Vents 18 (Quaderns Literaris 165), 1937. 63 páginas.

Henri de Regnier, Els amants singulars, traducción de F. Pineda i Verdaguer, Biblioteca Rosa dels Vents 19 (Quaderns Literaris 166), 1937. 59 páginas.

Guerau de Liost, Antologia lírica, selección de Joan Teixidor, Biblioteca Rosa dels Vents 20-21 (Quaderns Literaris 168-169), 1937. 127 páginas.

Antoni Rubió i Lluch, Els catalans a Grècia, prólogo de Martí de Riquer, Biblioteca Rosa dels Vents 22 (Quaderns Literaris 170), 1937. 63 páginas.

Aldous Huxley, El petit Arquímedes, traducción de A. Farreras, Biblioteca Rosa dels Vents 23 (Quaderns Literaris 171), 1937. 79 páginas.

Maria Teresa Vernet, Estampes de París, Biblioteca Rosa dels Vents 24 (Quaderns Literaris 171 bis), 1937. 63 páginas.

Anatole France, Les set dones de Barbablau, traducción de Pere Montserrat, Biblioteca Rosa dels Vents 25 (Quaderns Literaris 172), 1937. 63 páginas.

Josep Janés i Olivé, Tu. Poemes d’adolescència, Biblioteca Rosa dels Vents 26 (Quaderns Literaris 173), 1937. 77 páginas.

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Salvador Espriu, Letizia i altres proses, Biblioteca Rosa dels Vents 27 (Quaderns Literaris 174), 1937. 93 páginas.

Washington Irving, Rip van Winkle. El nuvi fantasma, traducción de S. Hernández, Biblioteca Rosa dels Vents 28 (Quaderns Literaris 175), 1937. 41 páginas

Josep Sol, Appassionata, Biblioteca Rosa dels Vents 29 (Quaderns Literaris 176), 1937. 63 páginas.

Giacomo Leopardi, Pensaments, prólogo de Agustí Esclasans, Biblioteca Rosa dels Vents 30 (Quaderns Literaris 177), 1937. 63 páginas.

Josep M. de Sagarra, Cançons de rem i de vela, Biblioteca Rosa dels Vents 31 (Quaderns Literaris 178), 1937. 47 páginas.

Domenec Guansé, Una noia és per a un rei, Biblioteca Rosa dels Vents 32 (Quaderns Literarus 179), 1937. 72 páginas.

Ernest Hemingway, Torrents de primavera, traducción de Josep Ros-Artigues, Biblioteca Rosa dels Vents 33 (Quaderns Literaris 180), 1937. 71 páginas.

Josep Ros Artigas, Hong Kong 19, Biblioteca Rosa dels Vents 34 (Quaderns Lieraris 181), 1937. 52 páginas.

Oscar Wilde, La balada de la presó de Reading, traducción de Josep Janés i Olivé, Biblioteca Rosa dels Vents 35 (Quaderns Literaris 182), 1937. 49 páginas.

Francesc Trabal, Quo vadis, Sánchez?, Biblioteca de la Rosa Vents 36 (Quaderns Literaris 183), 1937. 60 páginas.

Fiodor Dostoievski, Les nits blanques, traducción de Pere Montserrat Falsaveu, Biblioteca Rosa dels Vents 37 (Quaderns Literaris 184), 1937. 62 páginas.

Pere Quart, Les decapitacions, Biblioteca Rosa dels Vents 38 (Quaderns Literaris 185), 1937. 43 páginas.

Maurici Serrahima, El seductor devot, Biblioteca Rosa dels Vents 39 (Quaderns Literaris 186), 1937. 47 páginas.

Georges Duhamel, Consideracions sobre les memòries imaginàries, traducción de A. Farreras, Biblioteca Rosa dels Vents 40 (Quaderns Literaris 187), 1937. 50 páginas.

Miquel Llor, L’endemà del dolor, Biblioteca Rosa dels Vents 41 (Quaderns Literaris 188), 1937. 47 páginas.

Carles Pi i Sunyer, Dels temps de la sembra, Biblioteca Rosa dels Vents 42-43 (Quaderns Literaris 189-190), 1937. 117 páginas.

André Gide, El Prometeu mal encadenat, traducción de Bartomeu Rosselló-Pòrcel, Biblioteca Rosa dels Vents 44 (Quaderns Literaris 191), 1937. 41 páginas.

Alfons Maseras, L’arbre del bé i del mal (primer volumen), Biblioteca Rosa dels Vents 45 (Quaderns Literaris 192), 1937. 60 páginas.

Alfons Maseras, L’arbre del bé i del mal (segundo volumen), Biblioteca Rosa dels Vents 46 (Quaderns Literaris 193), 1937. 63 páginas.

Lluís Capdevila, Tres estampes de Nadal, Biblioteca Rosa dels Vents 47 (Quaderns Literaris 194), 1937. 45 páginas.

Josep Lleonart, El poema de la merla, Biblioteca Rosa dels Vents 48 (Quaderns Literaris 195), 1937. 45 páginas.

André Gide, L’escola de les dones, traducción de Josep Janés i Olivé, Biblioteca Rosa dels Vents 49-50 (Quaderns Literaris 196-197), 1937. 94 páginas.

André Gide, Robert, traducción de Josep Janés i Olivé, Biblioteca Rosa dels Vents 51 (Quaderns Literaris 198), 1937. 46 páginas.

Aldous Huxley, El somriure de la Gioconda, traducción de Rafael Tasis i Marca, Biblioteca Rosa dels Vents 52 (Quaderns Literaris 199), 1937. 46 páginas.

Dante Allighieri, La vida nova, traducción de Manuel de Montoliu, Biblioteca Rosa dels Vents 53 (Quaderns Literaris 200), 1937. 60 páginas.

Oscar Wilde, La importancia de dir-se Ernest, traducción de Eduard Artells, Biblioteca Rosa dels Vents 60 (Quaderns Literaris 200 bis), 1938. 63 páginas.

Agustí Esclasans, La mort i la donzella (escenificación del lied de Schubert), Biblioteca Rosa dels Vents 54 (Quaderns Literaris 201), 1937. 45 páginas.

Rabindranath Tagore, La lluna nova, traducción de A. Valls i Valls, Biblioteca Rosa dels Vents 55 (Quaderns Literaris 202), 1937. 47 páginas.

Miquel Planas Bach, El vent, Biblioteca Rosa dels Vents 56 (Quaderns Literaris 203), 1937. 45 páginas.

Joaquim Folguera, Poesies completes, Biblioteca Rosa dels Vents 57-58 (Quaderns Literaris 204-205), 1937. 95 páginas.

Jean-Jacques Bernard, Martina, traducción de Pous i Pagès, Biblioteca Rosa dels Vents 59 (Quaderns Literaris 206), 1938. 45 páginas.

Jean Giraudoux, Intermezzo, traducción de Ramon Esquerra, Biblioteca Rosa dels Vents 61 (Quaderns Literaris 208), 1938. 48 páginas.

Claudi Mackay, Quasi blanca, traducción de Josep Miracle, Biblioteca Rosa dels Vents 62 (Quaderns Literaris 209), 1938.

Panait Istrati, El pescador d’esponges, traducción de Josep Miracle, Biblioteca Rosa dels Vents 63 (Quaderns Literaris 210), 1938. 45 páginas.

Virginia Woolf, Flush, traducción de Roser Cardús, Bilioteca Rosa dels Vents 64-65 (Quaderns Literaris 211-212), 1938. 103 páginas.

Joaquim Ruyra, L’educació de l’inventiva, Biblioteca Rosa Vents 66 (Quaderns Literaris 213), 1938. 61 páginas.

Rabrindanath Tagore, Ocells perduts, traducción de Maria de Quadras, Biblioteca Rosa dels Vents 67 (Quaderns Literaris 214), 1938. 41 páginas.

Ivan Bunín, El sagrament de l’amor, traducción de Josep Janés, Biblioteca Rosa dels Vents 68-69 (Quaderns Literaris 215-216), 1938. 82 páginas.

Josep M. López Picó, Variacions líriques, Biblioteca Rosa dels Vents 70 (Quaderns LIteraris 217), 1938.

Stendhal, Els Cenci, traducción de A. Solans Farré, Biblioteca Rosa dels Vents 71 (Quaderns Literaris 218), 1938. 47 páginas.

André Maurois, Kate, traducción de de Vicenç Casanovas, Biblioteca Rosa dels Vents 72 (Quaderns Literaris 219) 1938. 72 páginas.

Charles Baudelaire, Els paradisos artificials, traducción de Ferran Canyameres, Biblioteca Rosa dels Vents 73 (Quaderns Literaris 220), 1938. 41 páginas.

Vladimir Korolenko, El somni de Makar, traducción de Josep Miracle, Biblioteca Rosa Vents 74 (Quaderns Literaris 221), 1938. 39 páginas.

E. Duran Reynals, Les falzies del Palau del Bisbe, Biblioteca Rosa dels Vents 75 (Quaderms Literaris 222), 1938. 37 páginas.

Quedaron anunciados y no publicados: Segons el vent, les veles, de Alfons Maseras; un volumen doble con la traducción de A. Solans Ferré de El ventall de lady Windermere, de Oscar Wilde, y El millor escultor del món i altres contes, de Diego Ruiz.

Biblioteca d’Assaigs

Carles Pi i Sunyer, La corda greu, Edicions de la Rosa dels Vents (Biblioteca d’Assaig 1), 1937. 152 páginas.

Oreig de la Rosa dels Vents (ediciones bilingües)

Josep Janés i Olivé, ed., Joan Salvat Papasseit, Oreig de la Rosa dels Vents 1 (Lírics catalans), 1938.

Agustí Esclasans, ed., Stéphan Mallarmé, Oreig de la Rosa dels Vents 2 (Lírics anglesos), 1938. 141 páginas.

Josep Janés i Olivé, ed., Joan Alcover, Oreig de la Rosa dels Vents 3 (Lírics catalans), 1938. 77 páginas.

Josep Ros Artigues, Shelley, Oreig de la Rosa dels Vents 4 (Lírics anglesos), 1938. 80 páginas.

Josep M. Boix i Selva, ed., Josep M. López-Picó, Oreig de la Rosa dels Vents 5 (Lírics catalans), 1938. 79 páginas.

Josep Janés i Olivé, ed., Federico García Lorca, Oreig de la Rosa dels Vents 6 (Lírics espanyols), 1938. 99 páginas.

Jaume Bofill i Ferro, ed., Carles Riba, Oreig de la Rosa dels Vents 7 (Lírics catalans), 1938. 87 páginas.

Agustí Esclasans, ed., Edgar A. Poe, Oreig de la Rosa dels Vents 8 (Lírics anglesos), 1938. 141 páginas.

Maurici Serrahima, ed., Clementina Arderiu, Oreig de la Rosa dels Vents 9 (Lírics catalans), 1938. 86 páginas.

Alfons Maseras, Teixeira de Pascoaes, Oreig de la Rosa del Vents 10 (Lírics portuguesos), 1938. 111 páginas.

Biblioteca de Poesia

Carles Riba, Tres suites, Edicions de la Rosa dels Vents, 1937 (segunda edición, de doscientos ejemplares, en 1938). 76 páginas.

Josep Janés i Olivé, Combat de somni, Edicions de la Rosa dels Vents, 1937 (segunda edición en 1938). 61 páginas.

Llibrería Millà:

Santiago Rusiñol-Josep Burgas, Grazziela, Llibreria Millà (Catalunya Teatral 106), 1936. 62 páginas.

Lluis Millà, 19 de juliol o el triomf del poble, Llibreria Millà (Catalunya Teatral 106 [en realidad es el 107]), 1936. 31 páginas.

Henrik Ibsen, L’enemic del poble, «Drama en tres actes», traducción de Josep M. Jordà, Llibreria Millà (Catalunya Teatral 109), 1937. 44 páginas.

Sender, Ramón. El secret. Drama social, en un acte, traducción de Manuel Valldeperes, y La cartera. Comedia social, traducción de Carles Costa, Llibreria Millà (Catalunya Teatral 110), febrero de 1937. 15 y 18 páginas.

J. López Pinillos, Esclavitud, traducción de Amichatis (Josep Amich i Nert), Llibreria Millà (Catalunya Teatral 111), 1937. 41 páginas.

Màxim Gorki, Alberg de la nit, «Drama dels baixos fons refós en català i en tres actes per Àngel Millà», Editorial Millà (Catalunya Teatral 112), 15 de mayo de 1937. 18 x 13 cm, 56 páginas.

Agustí Collado, El pillet de la platja, «Marina infantil en un acte», Llibreria Millà (Teatre d’Infants 16), 1937. 16 páginas.

Lluís Millà, El fill de l’obrer, «Comèdia social en un acte», Llibreria Millà (Teatre d’Infants 17), 1937. 15 páginas.

Lluís Millà, Els «niños bien», «Caricatura en un acte», Llibreria Millà (Teatre d’Infants 19), 1937. 16 páginas.

Editorial Barcino

Josep Lleonart, Josep Anselm Clavé, Editorial Barcino (Col·lecció Popular Barcino 135), 1937. 55 páginas.

Carles Soldevila, Correspondència amorosa, Models i comentaris, Editorial Barcino (Col·lecció Popular Barcino 5), 1937 (nueva edición). 47 páginas.

Carles Riba, Resum de literatura grega, Editorial Barcino 1938. 328 Imp .

Bosch

Ricard Piqué Batlle, L’aspecte econòmico-comptable de la col·lectivització, Bosch Casa Editorial, 1937. 70 páginas.

Edición no venal como Lluís Guia, impressor

Carles Pi i Sunyer, La porta oberta, con ilustraciones de Josep Narro, Fin de Año de 1938. 200 ejemplares impresos en papel de hilo y encuadernados en cartoné, 17 x 13 cm, 85 páginas.

Fuentes:

Joan Crexell, El llibre a Catalunya durant la guerra civil, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1990.

Jacqueline Hurtley, Josep Janés. El combat per la cultura, Barcelona, Curial (Biblioteca de Cultura Catalana 60), 1986.

Los hermanos Pumarega y el germen de la edición de avanzada

En la primavera de 1914 ya aparece afiliado a la Asociación General del Arte de Imprimir de Madrid (el núcleo fundador de la UGT y del PSOE) el tipógrafo Ángel Pumarega (1897-¿?), quien al año siguiente figura como uno de los miembros del cuerpo de redacción de Los Refractarios. Publicación Anarquista, junto con Manuel Rodríguez Moreno, Mauro Bajatierra o Joaquín Dicenta, de la que sólo se conoce un número.

Al año siguiente, su nombre aparece en las últimas páginas de Los Nuevos. Revista de Arte, Crítica y Ciencias Sociales como colaborador, con Jaime Queraltó, Emilio V, Santolaria, Juanonus (Juan Usón) y, entre otros, Francisco Solano Palacio, casi tan conocido por haberse colado como polizón en el Winnipeg para exiliarse a Chile que por libros como Quince días de comunismo libertario en Asturias (Ediciones La Revista Blanca, reeditado en 1936 por Ediciones El Luchador, en 1994 por Ediciones Rondas y reeditado en 2019 por la Fundación Anselmo Lorenzo), La tragedia del norte (Ediciones Tierra y Libertad, 1938) o El éxodo (Editorial Más Allá, 1939).

Última redición hasta la fecha del libro más famoso de Solano Palacio.

El de 15 de octubre de 1916 parece ser el último número de Los Nuevos, y el nombre de Ángel Pumarega desaparece del primer plano editorial ‒no del político‒ hasta 1922, en que se encuentra trabajando como corrector en la seminal Revista de Occidente, y al mismo tiempo como el principal impulsor de la Unión Cultural Proletaria, uno de cuyos proyectos era una no nata Biblioteca de El Comunismo.

Mayor interés tiene incluso una también efímera publicación en la que confluye con su hermano Manuel (1903-1958), El Estudiante, germen tanto del movimiento que desembocaría en la creación de la FUE (Federación Universitaria Escolar) como de iniciativas editoriales como las revistas Post-Guerra y Nueva España, y revista en la que además Alejandro Civantos identifica un foco de conocimiento y relación de «los protagonistas del futuro movimiento editorial de avanzada», en referencia a Joaquín Arderíus (1885-19699, José Antonio Balbontín (1893-1978), Rodolfo Llopis (1895-1983), José Díaz Fernández (1898-1941), Rafael Giménez Siles (1900-1991), Esteban Salazar Chapela (1900-1965) o Graco Marsá (1905-1946). En la etapa madrileña de El Estudiante, que se imprimía en la célebre Caro Raggio, se publicaron los primeros pasajes del Tirano Banderas, de Valle Inclán. Por su parte, Manuel Pumarega empezaba entonces a hacerse un nombre como traductor del inglés en la editorial Aguilar, en la que ese mismo año 1925 se publicaba su versión de Hoy y mañana, de Henry Ford, y más adelante traduciría Doce historias y un cuento, de H. G. Wells, entre otras obras menos perdurables.

Tras la desaparición de El Estudiante (probablemente como consecuencia de la censura primorriverista), el impresor Gabriel García Maroto (1889-1969) y Àngel Pumarega crean las Ediciones Biblos, proyecto en el que cuentan con la colaboración de Pedro Pellicena Camacho (1881-1965) como depositario y distribuidor y Manuel Pumarega como principal traductor (en la posguerra trabajaría a menudo para José Janés).

Sin embargo, no parece una iniciativa editorial equilibrada o con una idea suficientemente clara de cuál era su destinatario. La selección de títulos, como se verá, parecía tener en el punto de mira a la incipiente masa lectora proletaria, pero el aspecto de los libros respondía a un modelo más propio de la industria editorial más eminentemente burguesa, con su preferencia por la encuadernación en carttón o tela o el esmero en las ilustraciones, que sólo con tiradas extraordinariamente enormes podían abaratar unos costes que ni de ese modo podían hacer accesibles estos libros a los obreros. En palabras de nuevo de Civantos al describir esta editorial, se trataba de «caras tiradas, en tapa dura, singulares diseños tipográficos e ilustraciones de Maroto, que dificultaron su conexión con el público».

Gabriel García Maroto.

Se estrenaron con Las ciudades y los años. Novela rusa 1914-1922, de Konstantin Aleksandrovich Fedin, de la que muy probablemente el filósofo francés Norberto Guterman (1900-1984) hizo una primera versión del ruso y Ángel Pumarega la reescrbió, aunque ambos aparezcan como traductores, y acompañaba le edición capitulares y grabados de Maroto. Con este título se estrenaba una Colección Imagen que fue la más nutrida y tendría continuidad con Los de abajo, de Mariano Azuela; La caballería roja, de Isaac Babel; La mancebía de Madame Orilof, de Ivan Byarme, La leyenda de Madala Grey, de Clemence Dane, y La semana, de Lebedinsky.

Hubiera sido interesante para conocer la propuesta de canon de los editores de Biblos que la colección Clásicos Modernos hubiera tenido continuidad, pero sólo se publicó en ella Barbas de estopa, de Dostoievski (se trata de fragmentos de Los hermanos Karamazov). La traducción la firma en esta ocasión Carmen Abreu de la Pena (1898-1981), socia fundadora del Lyceum Club y de la que sólo se conocen traducciones del francés (Charles-Louis Philippe, René Theverin) y algunas muy destacadas del inglés (en particular de Dickens, que Austral seguía reeditando en 2012, y Defoe), lo que invita a suponer que fue una traducción indirecta. El año anterior, Abreu había visto publicada en las Ediciones de la Revista de Occidente el pionero ensayo de Lothrop Stoddard La rebeldía contra la civilización, y al siguiente (1928) aparecería en Biblos la de la mencionada de Clemence Grey (durante su exilio en Suiza al final de la guerra civil Abreu se incorporó como traductora a la Orgaización Internacional del Trabajo).  

Margarita Nelken,

Se publicó también en Biblos a Tortsky (¿Adónde va Inglaterra?, con traducción firmada por Ángel Pumarega), a Conan Doyle (La religión psíquica), a Henri Poulaille (Charlot, con prólogo de Paul Morand y traducido por Pellicena) y a Margarita Nelken (Johan Wolfgang von Goethe. Historia del hombre que tuvo el mundo en la mano) en colecciones de corto recorrido, pero el grueso de su producción, del total de una veintena de títulos, aparecieron en la colección Idea, en cuyo catálogo figuran el ingeniero francés Félix Sartiaux (1876-1944), el político belga Richard Kreglinger (1885-1928), el economista alemán Moritz Julius Bonn (1873-1965) o el historiador y teólogo francés Albert Houtin (1867-1926).

Y a todo ello, pese a la brevedad de la vida de Biblos (1926-1927), hay que añadir aún dos libros importantes de García Maroto, La Nueva España 1930. Resumen de la vida artística española desde el año 1927 hasta hoy (1927), Andalucía vista por el pintor Maroto, 105 dibujos y 25 glosas y 65 dibujos, grabados y pinturas, con una autocrítica y diferentes opiniones acerca de este pintor.

Tras el cierre de Biblos, aperecen firmadas por Ángel Pumarega algunas exitosas novelas del francés Maurice Dekobra (Ernest-Maurice Tessier, 1885-1973) en Aguilar, que se han señalado como introductoras de lo que se dio en llamar la novela cosmopolita (que representaban también Paul Morand o Scott-Fitzgerald), Griselda, te amo (1928), Ha muerto una cortesana (¿1929?) y La Madonna de los coches-cama (1930).

De 1931 es su traducción a cuatro manos con Marian Rawicz de Nueva York, Moscú,  de Ernst Toller, para las Ediciones de Hoy, donde es muy probable que, de nuevo, Rawicz hiciera una primera traducción literal y Pumarega la aderezara a un español literario. Se ha atribuido al talento de Pumarega para llevarse bien con todo el mundo la facilidad que tuvo para trabajar, tanto él como su hermano Manuel, para muy diversas editoriales, tanto en las eminentemente comerciales como en las pioneras de avanzada.

Así, ese mismo año publica en Ediciones Oriente, y en los siguientes en Bergua, Aguilar, Fénix, y en Ediciones Jasón aparecieron algunos títulos que originalmente Ángel Pumarega había traducido para la Biblioteca Lanoremus (de la que fue administrador Pedro Pellicena). Con todo, su trabajo se centró en esos años en el periodismo, como segundo de a bordo en Mundo obrero y con colaboraciones en la revista gráfica Estampa y en el periódico de las Juventudes Socialistas Unificadas Ahora.

Por su parte, su hermano Manuel había publicado en 1930 para la Editorial Historia Nuevala traducción de El club de los negocios raros, de Chesterton (que José Janés reimprimiría en 1943 en Al Monigote de Papel) y El torrente de hierro, de Serafimovich, y Los hombres en la cárcel de Victor Serge (con prólogo de Panait Istrati) para Cénit, para la que firmaría también la de Un patriota cien por cien, de Upton Sinclair, en 1932. A ello añadiría en  los años treinta su traducción de Doce sillas: novela de la Rusia revolucionaria, de Ilyá Ilf y Yevgueni Petrov, en las editoriales Fénix y Zeus, así como una ingente cantidad de obras para Ediciones Oriente (Panorama político del mundo, de Paul Louis, Historia de una vida terrible: biografía de una proxeneta famosa, de Basilio Tozer, La bancarrota del matrimonio, de  Calverton, etc.), Ediciones Hoy (El amor de Juana Ney, de Ilya Ehrenburg, Hija de la Revolución y otras narraciones, de John Reed…), Fénix (10 HP, de Ehrenburg; Fugados del infierno fascista, de Francesco Fausto Nitti), Jasón (La inquietud sexual, de Pierre Vachet), pero no por ello deja de trabajar con Aguilar (para la que traduce el Nuevo tratado de las enfermedades urinarias, de Louis Genest, por ejemplo). Una oleada enorme de traducciones que probablemente no sean tantas como parece, porque algunas de ellas corresponden a un mismo texto al que se le daban títulos diversos en editoriales diferentes (La historia de una vida terrible que publica Oriente en 1931 es la misma obra que Fénix publica en 1933 como Mercado de mujeres).

De Alberto parece desaparecer el rastro a raíz de la guerra, pero Manuel llegó exiliado a Argentina a bordo del De la Salle en febrero de 1940 (con Luis Bagaría, Juan Chabás o Agustí Bartra, entre otros intelectuales españoles), pero posteriormente pasó por la República Dominicana (donde fue profesor en Puerto Planta), antes de establecerse en 1944 en México, donde moriría en 1958. En este último país publicó dos libros de muy larga vida comercial: ya en 1945 y en la Compañía General de Ediciones El inglés sin maestro en veinte lecciones, al que seguiría en 1947, en Ediapsa, Frases célebres de hombres célebres, y fue además redactor de la revista Tiempo. Pero sobre todo siguió su carrera como traductor, en la Compañía General de Ediciones (para la que tradujo la imponente obra colectiva Filosofía del futuro. Exploraciones en el campo del materialismo moderno, 700 apretadas páginas), en Ediapsa, en la Editorial México y en el Fondo de Cultura Económica.

Ilustración de cubierta de Mauricio Amster.

Fuentes:

Irene Aguilar Solana, «Pumarega García, Ángel», en Diccionario histórico de la traducción en España, Portal Digital de la Historia de la Traducción en España.

Gustavo Bueno, «Ediciones Biblos 1927-1928», Filosofía en Español.

Alejandro Civantos Urrutia, «Esplendor y miseria de Ediciones Oriente (Madrid 1927-1932). Un grupo editorial de avanzada para construir la República», Cultura de la República. Revista de Análisis Crítico, 3 (junio 2019), pp. 114-144.

Alejandro Civatos, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2017 y Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero en España (1917-1931), Tren en Movimiento, 2022.

Adolfo Díaz-Albo Chaparro, Gabriel García Maroto y sus hijos artistas, Gabriel y José García Narezo, Catálogo de la Exposición en la Biblioteca Pública del Estado en Ciudad Real, en noviembre de 2020.

Mariano Rawicz, Confesionario de papel. Memorias de un inconformista, prólogo de Virginia Rawicz e introducción de Horacio Fernández, Granada, Editorial Comares-Instituto Valenciano de Arte Moderno, 1997.

Gonzalo Santonja, La república de los libros. El nuevo libro popular de la II República, Barcelona, Anthropos, 1989.

Felipe Trigo, de autopublicado a recuperado

El de la literatura del escritor Felipe Trigo (1864-1916) en el canon de la literatura española es un caso bastante singular en cuanto a movilidad, y de hecho ya desde el primer momento, cuando se autopublicó sus primeras obras, la crítica de su tiempo tuvo actitudes muy enfrentadas en cuanto al valor de su obra. En términos generales, en cambio, los lectores se sintieron más que satisfechos con su propuesta y lo convirtieron en uno de los escritores de mayor éxito de principios del siglo xx, si no el que más, en un momento en que ciertos ámbitos editoriales estaban cobrando fuerza con libros destinados a un nuevo público al que le ofrecían la literatura que les interesaba a unos precios muy competitivos. Acaso por morbo sicalíptico, o bien por la contunfdencia de su crítica social, el caso es que su éxito fue extraordinario y en aquellos años solo comparable al de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928).

Felipe Trigo

Cuando Trigo publica los dos volúmenes de su primera novela, Las ingenuas, tenía ya un cierto nombre tanto por considerársele un héroe como consecuencia de su paso como médico por Filipinas como por su actividad como periodista. Había publicado además una recopilación de artículos aparecidos originalmente en El Globo, Etiología moral (psicomecánica) en la imprenta del periódico El Emeritense y, con mayor éxito, La campaña filipina: impresiones de un soldado. A él se debía además la fundación y dirección inicial en 1893 de un periódico satírico de muy breve vida y modesta presentación (ocho páginas en blanco y negro) titulado Sevilla en broma, que apenas publicó dieciséis números en sus cuatro meses de existencia, pero reunió a ilustradores de cierto fuste: los hermanos Teodoro y Ricardo Aramburu Murua, Fernando Tirado, Pinto, Nicolás Pineda, Luis Cáceres, Wisse y A. P. Cides, y también durante su estancia en Sevilla la compañía de Julián Romea le había estrenado el juguete cómico El primo de mi mujer.

La escritura de esa novela le llevó al parecer dos años, mientras seguía ejerciendo en Mérida su profesión de médico, y en cuanto la terminó mandó a la barcelonesa editorial Maucci una muestra significativa de la obra. Es conocida la fama de tacaña de la poco escrupulosa Maucci, que si bien estaba dispuesta a darle la alternativa al bisoño novelista, le ofreció un trato económico que a Trigo no le pareció satisfactorio. Su amigo y contertulio Francisco Corchero Ramos (1857-1931) le ofreció entonces la oportunidad de hacerse cargo del trabajo a cambio de una participación en las ganancias, pero con la novela ya impresa le entraron las dudas y Trigo le compró la edición por quinientas pesetas de la época. Corchero Ramos acababa de poner en pie en 1900 la empresa Corchero y Compañía, después de haberse disuelto la Tipografía de Plano y Corchero debido a la prematura muerte de su socio y director del mencionado El Emeritense Pedro María Plano García (1851-1900).

Los quinientos ejemplares de la primera edición de Las ingenuas (1901), publicada con cierto lujo en dos volúmenes que conformaban más de setecientas páginas, se agotó en tres meses, y a la altura de 1916 y tras diversas reediciones en la librería de Fernando Fe y luego en Renacimiento, le había reportado al autor unas cien mil pesetas, aproximadamente. Se hace difícil ofrecer cifras exactas debido a la muy lamentable desaparición de los archivos de la editorial Renacimiento (que es la que publicó luego el grueso de la obra de Trigo), pero según la contabilidad de la familia en 1929 esta novela iba por la decimosexta edición.

Las primeras ediciones de sus siguientes novelas, La sed de amar (1903), Alma en los labios (1905), Del frío al fuego (1906) y En la carrera (Un buen chico en Madrid) (1906), así como la del ensayo Socialismo individualista (1904), también las publicó a través de los servicios de Corchero y Compañía.

Así lo explicaba el autor en una entrevista concedida a El Caballero Audaz (José María Carretero Novillo, 1887-1951)  y con fotografías de Campúa (José Luis Demaría López, 1900-1975) que se publicó en el número correspondiente al 24 de julio de 1915 de la revista La Esfera, donde afirmaba además que por entonces había años en que su obra literaria le reportaba hasta sesenta mil pesetas.

Allí, como ya no tenía nada que hacer, escribí Las Ingenuas. Cuando yo me encontré con aquel montón de cuartillas escritas pensé en publicarlas. Yo no tenía un céntimo. ¿Cómo, pues?… Le escribí a Maucci, proponiéndole la edición: le enviaba un capítulo del principio, otro del medio y otro del final de la novela y le explicaba el asunto. Me contestó Maucci ofreciéndome ¡500 pesetas! por la propiedad del libro; yo estuve tentado de dárselo, pero mi mujer, que para esto siempre ha tenido un claro instinto, se opuso. Es una novela que me lleva producidas unas cien mil pesetas. Bueno, pues para reunir fondos para editarla resuelvo marcharme a Mérida a ejercer la carrera [de médico]. A los tres meses tenía ahorradas ocho mil pesetas, las cuales dediqué íntegras a la primera edición de lujo, que se agotó a los tres meses. Me alentó aquel éxito, y publiqué enseguida La sed de amar y después las demás.

Valga el paréntesis: No deja de tener su miga irónica que en ese mismo número de La Esfera (que contiene las firmas de Bartolozzi, Luis Bello, José Francés y Miguel de Unamuno, entre otros) se dé noticia, a página entera y con fotografía, de la muerte de la cupletista Fornarina (Consuelo Bello Campo, 1884-1915), pues Trigo aplicaría ese nombre como mote a uno de los personajes principales de una de sus novelas más reeditadas y mejor valoradas por la crítica, Jarrapellejos.

A partir de 1907, las primeras ediciones de sus nuevos títulos, así como las siguientes (a menudo revisadas), de sus obras anteriores salen de la Librería de [Gregorio] Pueyo, que hace por ejemplo la de La Altísima en la Imprenta de Antonio Marzo. Pero empieza también pronto a publicar novelas breves en la recién estrenada colección de Eduardo Zamacois y Antonio Gallardo El Cuento Semanal con Reveladoras (marzo de 1907), a la que luego añadiría El gran simpático (junio de 1908), Las posadas del amor (noviembre de 1908), Lo irreparable (marzo de 1909), Así paga el diablo (octubre 1909), etc., y a partir de 1909 se convertirá también en uno de los autores más asiduos de la muy popular colección Los Contemporáneos que había estrenado ese mismo año Joaquín Dicenta con El lobo. Aun así, el principal editor de Trigo fue la poderosa editorial Renacimiento de Victoriano Prieto, Martínez Sierra (1881-1947) y José Ruiz Castillo (1875-1945).

Y añádanse a ello volúmenes en los que recopilaba algunas de estas obras narrativas breves para hacerse una idea del incombustible éxito que tuvo Trigo, incluso con sus obras póstumas.

Con todo, la crítica estuvo desde el primer momento dividida en cuanto a la calidad literaria de la narrativa de Trigo, y a partir del final de la guerra civil española su obra desapareció por completo del panorama editorial peninsular (aunque se le reeditó tanto en México como en Argentina), y no fue hasta aproximadamente los años ochenta del siglo XX cuando su obra empezó a ser objeto de estudios y tesis y experimentó una cierta recuperación editorial al margen de las multinacionales y de los circuitos más hegemónicos: El moralista (Emiliano Escolar, 1981), En la carrera (Universitas, 1981; Turner, 1988; Carisma, 2002), Jarrapellejos (Austral, 1988; Castalia, 2004), El semental y otros relatos (Ágata, 1994), Las ingenuas (Otero, 1996), La de los ojos color de uva (Clásicos Extremeños, 1997), Cuentos ingenuos (Clan, 1998), El médico rural (Carisma, 2000), El papá de las bellezas (Pellecín, 2002), Alma en los labios (Renacimiento, 2004), Cuentos diabólicos (Clan, 2005), El odio es amor inverso (Libros de la Ballena, 2015), Teresilla (Renacimiento, 2020)…

Parece razonable pensar que, si bien por un lado parte de la crítica más elitista ‒a la que el éxito popular le resultaba cuanto menos sospechoso‒ ha considerado siempre la obra de Trigo como poco menos que pornográfica y pedestre, por el otro el aspecto de reivindicación de la dignidad de la mujer y de crítica del caciquismo, así como de algunos convencionalismos sociales y políticos, han propiciado una relectura y reconsideración de su obra y, en consecuencia, una resurrección editorial que ya no se ha detenido a medida que ha ido avanzando el siglo XXI.

Reunión en la sede de Renacimiento. Puede identificarse, de izquierda a derecha, a Gregorio Martínez Sierra, José Francés, Francisco Villaespesa, Ruiz Castillo, el actor Villangómez (leyendo), el escritor argentino David Peña, Felipe Trigo y Alberto Insúa.

Fuentes:

AA. VV., Encuentros de estudios comarcales de Vegas Altas, La Serena y La Siberia- Felipe Trigo, 150 aniversario (1864-2014), Imprenta de la Diputación de Badajoz, 2015.

Rafael Conte, «Trigo, nuestro contemporáneo», en Felipe Trigo, Jarrapellejos, Madrid, Turner, 1975, pp. VII-XIX.

Carlos Fortea, «Introducción biográfica y crítica», en Felipe Trigo, Jarrapellejos, Madrid, Castalia (Clásicos Castalia 278), pp. 9-45.

Víctor Guerrero Cabanillas, «Felipe Trigo, un escritor postnaturalista», en Juan Diego Carmona Barrero y Matilde Tribiño García, Tres centenarios. Teatro Carolina Coronado, Cervantes y Rubén Darío Almendralejo, Asociación Histórica de Almendralejo, 2017, pp. 223-242.

Ángel Martínez San Martín, Contribución al estudio crítico de la novelística de Felipe Trigo, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, 1980.

Martín Muelas Herráiz, La obra narrativa de Felipe Trigo, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filosodía y Letras de la Universidad de Alicante en 1986.

Felipe Traseira González, «Felipe Trigo, “padre” de la novela erótica española», Los Cuadernos del Norte, núm. 15 (septiembre-octubre 1982), pp. 36-41.

Antonio Machado, la Biblioteca de El Motín y el impresor Tomás Rey

El libro no fue popular en España hasta que se hizo político
y dio testimonio de los conflictos de clase.

Alejandro Civantos, Leer en rojo

En 1887 se publicaba en Madrid el que se tiene por uno de los primeros libros importantes en relación a la cultura popular española, Cantes flamencos: colección escogida, cuyo autor era el folklorista Antonio Machado Álvarez (1846-1893), que firmaba como Demófilo, y era hijo del médico y antropólogo krausista Antonio Machado Núñez (1815-1896) y padre a su vez de los que llegarían a ser conocidísimos escritores Manuel (1874-1947) y Antonio Machado Ruiz (1875-1939). Para entonces, Demófilo había publicado ya en Sevilla el imponente volumen de casi quinientas páginas titulado Colección de enigmas y adivinanzas en forma de diccionario (1881) y una primera Colección de cantes flamencos (1881), además de haber colaborado en publicaciones periódicas como La Revista Mensual (1869-1874) y  La Enciclopedia (1877), y entre 1881 y 1882 había conseguido publicar también en Sevilla la revista Folk-Lore Andaluz, en la que participaron el filólogo portugués José Leite de Vasconcelos (1858-1941), el paremiólogo y eminente cervantista Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), el sociólogo Manuel Sales i Ferrer (1843-1910) y el lingüista alemán Hugo Schuchardt (1842-1927), entre otros estudiosos importantes en la época, además de su padre Antonio Machado Núñez, y su madre, la folklorista Elena Cipriana Álvarez Durán (1828-1904).

Esta selección de cantes se acompañaba en sus páginas finales de un catálogo de las obras aparecidas en la Biblioteca de El Motín, en la que se inscribía el volumen de Machado, y en el que destaca, por ejemplo, además de una edición de la entonces ya muy conocida El judío errante de Eugène Sue (1804-1857), las colecciones de artículos Lo que no debe decirse y la tercera edición de La piqueta, ambas de José Nakens (1841-1926).

Nakens era el artífice de esta colección, surgida casi al mismo tiempo que el muy combativo periódico que había puesto en pie en abril de 1881, El Motín. Periódico satírico semanal, en el que le acompañaban entre otros el periodista Juan Vallejo Larrinaga (1844-1892) y los caricaturistas Demócrito (Eduardo Sojo, 1849-1908) y Mecachis (Eduardo Sáenz Hermua, 1859-1898), autores de unas láminas o pósters  a color (de 550 x 380 cm) que también empezaron a distribuirse desde 1881. Previamente, Nakens había empezado en 1867 a colaborar en los periódicos Jeremías y La República Ibérica y había fundado los efímeros semanarios El Resumen (1870) y Fierabrás (1873) y, bajo el seudónimo Tomás Saavedra, se había estrenado como dramaturgo con la comedia en dos actos La vocación (1880), publicada por Hijos de A. Gullón Editores.

Sobre el periódico El Motín ha dejado escrito José Esteban:

José Nakens en 1908.

Se trataba de una modesta publicación de cuatro páginas, que incluían un comentario de actualidad, un poema y algunas noticias breves, más un grabado en las páginas centrales. Sus objetivos, la crítica a los conservadores, la defensa de la unidad del partido republicano y la lucha contra el poder del clero.

A pesar que desde su primer número El Motín fue siempre un periódico político, debe su fama, sobre todo, a su anticlericalismo. Lo que no deja de ser injusto. En sus páginas se criticaba a los gobiernos e intervenía en las dis­putas entre republicanos, luchando siempre por la unidad de los mismos, defendiendo la vía insurreccional de Ruiz Zorrilla [que ha sido tildado de «conspirador compulsivo en el exilio»].

En cuanto a la Biblioteca creada en el seno del periódico, abundan en su catálogo los textos de divulgación y los misceláneos, con abundancia del tema religioso: Acicate de alegría («Colección de cuentos, epigramas y frases ingeniosas»), Los jesuitas, de Ignacio de Lozoya, el apócrifo Dios ante el sentido común, de Jean Meslier, La religión al alcance de todos, de R. H. de Ibarreta, Moral jesuítica o sea Controversia del Santo Sacrameto del matrimonio, escrito por Tomás Sánchez en 1623, Cartas infernales en verso y prosa, de José Estrañi; si bien los más conocidos son aquellos escritos por autores que luego alcanzarían cierta fama, como es el caso sobre todo de Alejandro Sawa, que publica como Novelas de El Motín Criadero de curas, subtitulada «Novela social», y La sima de Igúzquiza, ambas en 1888 (acaso porque la Biblioteca se reservaba a los libros de no ficción). Abundan también los libros cuya única firma es la de El Motín, que en ocasiones son precisamente los más polémicos y susceptibles de ser objeto de denuncia, persecución o censura, pero en otros es menos claro el motivo. Sin otra firma que esa aparece por ejemplo el volumen de poco menos de un centenar de páginas Cante místico flamenco, que se publicó además sin fecha.

Número de homenaje de El Motín a José Nakens.

A Naskens, por este carácter underground y antisistema de las iniciativas que ponía en marcha, le cayeron todo tipo de denuncias, represalias y multas, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, y algo tuvo seguramente que ver en ello el enorme éxito de sus proyectos editoriales. Según escribe Alejandro Civantos, en su segunda época el periódico llegó a tirar veinte mil ejemplares por número, y Miguel Ángel del Arco afirma que su colección de Hojitas piadosas alcanzaba los cien mil ejemplares.


Es probable que sea la enormidad de estas tiradas lo que explica que Nakens trabajara sobre todo con dos imprentas. Del periódico y los almanaques se ocupaba inicialmente la Imprenta de E. Alegre, mientras que en los ejemplares de la Biblioteca de El Motín aparecían como hechos en la «Imprenta Popular, a cargo de Tomás Rey».

La Imprenta de Tomás Rey, sita en la calle del Limón 1, se había ocupado en 1865 de los tres imponentes volúmenes colectivos de la Historia de las órdenes de caballería y de las condecoraciones españolas, editada por José Gil Dorregaray, con ilustraciones de Teófilo Rufflé (1835-1871), Eusebio Zarza (1842-1881) y Leire, grabadas por José Vallejo (1821-1882). Posteriormente, un Establecimiento Tipográfico de Tomás Rey y Compañía, con sede en la calle Fomento 6, se hace famosa por la misteriosa edición, sin que Pierre-Jules Hertzel se enterara, de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, de la que publicó en 1869 (antes de que apareciera en francés), una edición con las ilustraciones originales y en traducción de Vicente Guimerá, con el sello de Establecimiento Tipográfico de Tomás Rey y Compañía. No parece que se haya estudiado en cambio si este Tomás Rey es el mismo que trabajó como cajista en la edición en tres volúmenes que del Quijote hizo la Imprenta Nacional entre 1862 y 1863, célebre sobre todo por ser la primera que separa los diálogos del cuerpo del texto mediante guiones y en la que en cambio no hay particiones de palabras porque todas se hacen encajar en su línea. Sí parece convincentemente establecido, en cambio, que este Tomás Rey es quien en 1889 firmaría como Pedro de los Palotes el «poema bufonesco-avinagrado en octavas republicanas (vulgo antirreales)» La Tauromanía, del que según su portada se hizo cargo la Imprenta Diego Pacheco, con sede en la plaza del Dos de Mayo, número 5.

No deja de ser curioso el dato, porque según consta en las cubiertas de los libros de la Biblioteca de El Motín, la Imprenta Popular de Tomás Rey se encontraba en la plaza del Dos de Mayo, número 4, es decir, contigua a esta otra de Diego Pacheco (que en 1895 publica, por ejemplo, la «ópera española» La Dolores, de Tomás Bretón). Sería conveniente algún estudio un poco a fondo sobre la biografía de tan peculiar impresor.

Fuentes:

Alejandro Civatos, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2017 y Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero en España (1917-1931), Tren en Movimiento, 2022. También, La enciclopedia del obrero. La revolución editorial anarquista (1881-1923), Piedra Papel Libros, 2023.

Miguel Ángel del Arco Bravo, Periodismo y bohemia (En Madrid alrededor de 1900). Los bohemios en la prensa del Madrid absurdo, brillante y hambriento de fin de siglo, tesis doctoral presentada en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III en 2013.

José Esteban, «José Nakens», Política, núm. 48-49 (mayo-julio de 2002), reproducido en la web de Izquierda Republicana.

Germán Arciniegas y sus Ediciones Colombia

Del ensayo de Germán Arciniegas (1900-1999) Biografía del Caribe se ha escrito que fue el libro de autor latinoamericano más difundido internacionalmente hasta la publicación de Cien años de soledad, y tiene su punto de paradoja escribir en una misma frase el título de dos obras tan distintas, más allá de que los autores de ambas fueron colombianos que se iniciaron en el periodismo. La distancia entre uno y otro quedó bien establecida por Arciniegas, quien en su discurso de ingreso en la Academia Colombiana de la Historia explicó que «la buena historia tiene gusto de novela», pero añadió en su ya clásico El continente de los siete colores (1965) que a los latinoamericanos no les es preciso recurrir a la imaginación para escribir novelas, pues les basta con su historia. Como ha escrito Jorge Orlando Melo, las primeras obras de Arciniegas ya «se inscribían en la tradición de historia que buscaba ser amena y atractiva para los lectores, ya insinuada por Joaquín Tamayo y Tomás Rueda Vargas, pero con herramientas de calidad muy superior».

Pero dejando al margen la única incursión de Arciniegas en la novela (En medio del camino de la vida, Sudamericana, 1949) y su capacidad narrativa y humorística al exponer la historia de América, Margarita Valencia destaca a Arciniegas, junto a Jorge Roa y Arturo Zapata, como uno de los «tres nombres que señalan el comienzo de la actividad editorial colombiana» en el tránsito del siglo XIX al XX, quizás en buena medida porque es de los primeros en establecer una distinción muy clara entre la labor propia de un impresor y la más selectiva y propiamente intelectual de un editor.

La vocación de Arciniegas como editor es ciertamente muy temprana, y ya mientras cursaba el quinto año de bachillerato, en 1916, puso en marcha en el seno de la Escuela Nacional de Comercio una primera iniciativa de vida breve, la revista Año quinto, que le sirvió de campo de pruebas.

Carlos Pellicer.

Al año siguiente, cuando él mismo contaba diecisiete, creó Voz de la juventud, el periódico que Antonio Cacua Prada describe como «una gaceta de medio pliego, en papel periódico y en forma quincenal, de ocho páginas», que se ocupaban de imprimir los talleres del periódico conservador La sociedad. Desde esta cabecera se difundió el proyecto de crear la Federación de Estudiantes, y en la que acompañaron a Arciniegas el luego célebre cirujano y ministro Luis López de Mesa (1884-1967), el más tarde ensayista Hernando de la Calle (1908-1966), el poeta Rafael Maya (1897-1980), el luego historiador y novelista Enrique Caballero Escobar (1910-¿?)  y el más tarde presidente del país Carlos Lleras Restrepo (1908-1994), además de contar con la colaboración de los poetas León de Greiff (1895-1976), Germán Pardo García (1902-1991) y Jorge Zalamea (1905-1969), el ilustrador Ricardo Rendón (1894-1931), el historiador español Rafael Altamira (1866-1951) y el escritor mexicano Carlos Pellicer (1897-1977), entre otros.

Ramon Vinyes i Cluet.

Aún hubo un proyecto que no llegó a buen puerto de publicar una revista de la que se conoce poco más que el título, Nihil, antes de que con Julio González Concha como administrador lograra poner en pie otra cabecera importante, Universidad, que en una primera etapa imprime a dos tintas la Editorial Minerva entre el 14 de febrero de 1921 y el 20 de abril del año siguiente y en la que destacan como colaboradores, junto a algunos de los ya mencionados, como Pellicer, los nombres de los también mexicanos José Juan Tablada (1871-1945) y José Vaconcelos (1882-1959), así como el del librero y escritor catalán Ramon Vinyes (1882-1952), a quien García Márquez inmortalizaría en Cien años de soledad. Caricaturistas como Rendón ilustraban esta publicación de periodicidad quincenal que logró distribuirse por los centros universitarios de todo el país y que contó con corresponsales en Ecuador, España, Estados Unidos, México y Perú.

Imagen de Juana Ibarbourou.

Con el inicio del año 1925 arranca la primera iniciativa de Arciniegas de publicar libros, y con el sello Ediciones Colombia se estrena con un volumen inequívocamente titulado Poemas, que incluye obra de la chilena Gabriela Mistral (1889-1957), las uruguayas Juana de Ibarbourou (1892-1979) y Delmira Agustini (1886-1914) y la argentina Alfonsina Storni (1892-1938). En realidad, este volumen quizá no resulta muy representativo de lo que sería a la larga el catálogo de Ediciones Colombia, pues la intención declarada era mostrar «la más selecta producción literaria colombiana», concediendo espacio al legado modernista pero también a escritores jóvenes colombianos, si bien cultivadores de géneros diversos entre los cuales algunos próximos al periodismo (como el cuadro de costumbres o la crónica).

Germán Arciniegas.

La colección es sobre todo representativa de esa transición de la publicación seriada propia de periódicos y revistas a la edición de libros, pues tras el texto de la obra, que suele ocupar poco menos de doscientas páginas, se incluyen cuarenta más que, bajo el título «El Suplemento. Literatura. Crítica. Informaciones», tiene los rasgos propios de una revista de actualidad cultural. Al parecer, la publicidad incluida en estas páginas, añadida a los ingresos por suscripciones, debía contribuir a sustentar la empresa, pero este sistema no acabó de funcionar como se esperaba.

Quien más y mejor ha analizado esta editorial, Paula Andrea Marín Colorado, describe sintéticamente los volúmenes del siguiente modo: «en rústica (carátula en cartulina), carátula a una tinta (o, eventualmente, a dos), sin ilustraciones, papel Edad Media (importado de España), precio de $0.50, tiraje no superior a quinientos ejemplares y formato pequeño (17×13 cm, por lo general)». Para los seis primeros Arciniegas recurrió a los servicios de la Editorial Minerva, que se había ocupado de los números de Universidad, pero Los poetas de América, en el que se recoge obra del uruguayo Julio Herrera y Reising (1875-1910), el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938) y el mexicano Enrique González Martínez (1871-1952), aparece ya impreso bajo la responsabilidad de Linotipo de Arciniegas y Mazuera, la empresa que acababa de crear con Fernando Mazuera como socio y que no tardaría en adoptar el nombre de Talleres de Ediciones Colombia.

Tomás Carrasquilla

El siguiente título de Ediciones Colombia, la novela breve de Tomás Carrasquilla (1858-1940) El Zarco, se había publicado ya por entregas en el periódico de Medellín El Espectador entre el 17 de abril y el 14 de junio de 1922, además de haber aparecido en mayo un fragmento en Sábado. Revista Semanal. Así pues, se trataba de la primera edición en volumen de una obra ya conocida por los lectores habituales de literatura, y de un autor que ya se había granjeado el favor de la crítica con cuentos como «Simón el Mago» (1890), «En la diestra de Dios padre» (1897), «El ánima sola» (1898) o «San Antoñito» (1899), y sobre todo con su primera novela, Frutos de mi tierra (Librería Nueva, 1896), pero que acabaría por triunfar con una novela publicada poco después que El Zarco, La marquesa de Yolombó (A. J. Cano, 1927).

Al mismo autor le publicaría Arciniegas ya en 1926 y como volumen 13 dos novelas breves más, Ligia Cruz y Rogelio.

Otro autor interesante que hizo fortuna con esta editorial fue el periodista y diplomático José Restrepo Jaramillo (1896-1945), cuya importancia como renovador de la narrativa colombiana, acaso por el peso de La Vorágine (1924) de José Eustasio Rivera (1888-1928), ha quedado un poco ensombrecida.

José Restrepo Jaramillo.

Al poco de abrirse la década, Restrepo Jaramillo había iniciado en prensa ‒en Caminos, de Barranquilla, y en Sábado y El Correo, de Medellín, ‒ una prolífica carrera como cuentista jalonada de aciertos («Pepino» se publica originalmente en 1922; «El empleado público» e «Hijos del dolor» en 1922; «Vidas» en 1923; «Horas», «El cuento de mañana» y «Mi tío ha muerto» en 1925, y de 1926 son «El inocente» y «Viaje de una noche de verano», por ejemplo).

Sin embargo, es con uno de los textos recogidos en el volumen colectivo de Cuentos publicado por Ediciones Colombia en 1925 que Restrepo Jaramillo se da a conocer a nivel nacional, «Roque». En este libro, publicado en 1925 como segundo número, el nombre de Restrepo Jaramillo se añadía a los de Efe Gómez, Luis Tablanca, Enrique Otero D’Costa, José Alejandro Navas, Manuel García Herreros, y Enrique Restrepo.

Mayor importancia incluso tuvo la publicación en 1926 de La novela de los tres y varios cuentos (siendo estos «Vidas», «León Mútilo», «Otro que se fue», «El cuento de mañana», «Horas», «Anoche», «El intruso» y «En la bifurcación»), pues convierte en tema mismo de la obra la ruptura con el realismo literario decimonónico y la renovación de la narrativa colombiana sirviéndose de tres personajes, uno de los cuales es escritor con una novela en marcha. No era nuevo el protagonismo de la escritura en la narrativa de Restrepo Jaramillo (lo era ya en «Psicopatía» y «Otro que se fue» y asociado en ambos casos al suicidio), pero en La novela de los tres el tema es tanto la creación literaria misma como la pugna entre los tres personajes por hacerse con control de lo escrito. Es evidente que, en su contexto, la publicación de La novela de tres por parte de las Ediciones Colombia era una apuesta por la modernización de la narrativa literaria del país.

Germán Arciniegas.

Ya desde el primer momento la editorial de Arciniegas alternó los nombres ya bien conocidos de la literatura latinoamericana con algunas apuestas más arriesgadas, pero esto no bastó para prolongar la vida de la empresa hasta más allá de 1927, dejando un catálogo de veintisiete títulos (véase el Anexo), al margen de otros treinta y ocho sin numerar que corresponden a libros elaborados por los Talleres de Ediciones Colombia pero nada tienen que ver con la labor de Arciniegas como editor.

Anexo: Títulos de la colección Ediciones Colombia:

1925:

Poemas (Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini y Alfonsina Storni).

Cuentos (Efe Gómez, «En la selva» y «Lorenzo»; Luis Tablanca, «La muchacha campera»; José Restrepo Jaramillo, «Roque»; Enrique Otero D’Costa, «La muerte de Juan Manuel» y «El cacique Salomón»; José Alejandro Navas, «El apólogo del rayo», «El doctor Bartolossi, loco» y «M. y Mme. D’Artigny»; Manuel García Herreros, «Inquietud adorable… Fecunda inconformidad» y Enrique Restrepo, «La parábolda de la fortuna»).

Versos (Guillermo Valencia, Victor M. Londoño, Guillermo Hispano y Max Grillo y prólogo de Rafael Maya).

Armando Solano, Glosario sencillo.

Laureano García Ortiz, Conversando.

Cuadro de costumbres. (Varios autores)

Los poetas de América (Julio Herrera y Reising, Leopoldo Lugones y Enrique González Martínez)

Tomás Carrasquilla, El zarco.

Alejandro Mesa Nicholls, Abandono. Nubes de ocaso. Juventud. Dramas.

Tomás Rueda Vargas, Pasando el rato.

Enrique Restrepo, El tonel de Diógenes.

El libro del veraneo (cuentos, cuadros de costumbres y crónicas de José Manuel Gorot, Eduardo Castillo, José Alejandro Bermúdez, Daniel Samper Ortega. Alberto Sánchez, Gabriela Mistral, Joaquín Emilio Jaramillo, Alfonso Gómez, Gabriel Vélez, Hawthorne, Dostoievski, O. Henry y Lenotre).

1926:

Tomás Carrasquilla, Ligia Cruz. Rogelio. Dos novelas cortas.

Roberto Boterro Saldarriaga, En las tierras del oro. Tradiciones y cuentos de Antioquía.

Antonio Gómez Restrepo, Literatura colombiana.

Ricardo Lleras Codazzi, Las conversaciones de Papá Rico.

L. E. Nieto Caballero, Los hombres de fuera.

Historia natural de los fantasmas. Crónicas y supersticiones de Santa Fe de Bogotá. (Varios autores)

José Restrepo Jaramillo, La novela de los tres y varios cuentos.

Antonio Gómez Restrepo, Bogotá. La literatura colombiana a mediados del siglo XIX. Dos ensayos.

Ecco Neli, Cuentos escogidos.

Baldomero Sanín Cano, Indagaciones e imágenes.

José Asunción Silva, Prosas.

1927:

Monseñor M. R. Carrasquilla, Oraciones fúnebres I.

Monseñor M. R. Carrasquilla, Oraciones fúnebres II.

Rafael Maya, El rincón de las imágenes (cuentos y poemas en prosa).

Marco Fidel Suárez, El libro de oro.

Fuentes:

Anónimo, «Germán Arciniegas y su Biografía del Caribe», Correo de las culturas del mundo, 1 de marzo de 2011.

Antonio Cacua Prada, Historia del periodismo en Colombia, Bogotá, Fondo Rotatorio Policía Nacional, 1968.

Juan Gustavo Cobo Borda, «Los libros de Arciniegas», Cuadernos Hispanoamericanos, núm 596 (febrero 2000), pp. 107-118.

Luis Horacio López Domínguez, «Arciniegas, periodista y editor», Revista Credencia Historia, núm. 131 (noviembre de 2000), pp. 10-12.

Paula Andrea Marín Colorado, «Germán Arciniegas, editor: Ediciones Colombia (1925-1927)», en Un momento en la historia de la edición y la lectura en Colombia (1925-1954). Germán Arciniegas y Arturo Zapata: dos editores y sus proyectos, Bogotá, Editorial Universidad del Rosario, 2017, pp. 1-33.

Paula Andrea Marín Colorado, «Semblanza de Ediciones Colombia (1925-1929)», Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2017.

Javier Ocampo López, «Maestro Germán Arciniegas. El educador, ensayista, cuturólogo e ideólogo de los movimientos estudiantiles en Colombia», Revista Historia de la Educación Latinoamericana, núm. 11 (2008), pp. 13-58.

Ángela Rivas Gamboa, «Un estudiante maestro», Historia Crítica (Universidad de Los Andes), núm. 21 (enero-junio de 2001), pp. 7-26.

Margarita Valencia, «La edición en Colombia», Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2017.

Serge I. Zaïtzeff, «El joven Arciniegas a través de su correspondencia con Carlos Pellicer», Historia Crítica (Universidad de Los Andes), núm. 21 (enero-junio de 2001), pp. 71-75.

Hipótesis sobre una accidentada edición «desaparecida»

En las obras completas del excelente dramaturgo español Antonio Buero Vallejo (1916-2000), publicadas por Espasa Calpe en 1994, se incluye un artículo de homenaje a Eusebio García Luengo (1909-2003) en el que se cuentan los motivos de que su obra más conocida experimentara un cambio de título:

Había titulado yo La escalera a la obra, ya escrita, que fue más tarde mi primer estreno; cambié un tanto ese título al enterarme de que Eusebio era autor de otro drama así denominado, aunque ‒según comprobé cuando al fin pude leerlo‒ nada tenía que ver con el mío salvo la acción del primer cuadro en el rellano de una escalera vecinal.

Ciertamente, García Luengo había visto estrenada esta obra el 13 de febrero de 1948 en el Instituto Cardenal Cisneros de la mano del Teatro Experimental Arte Nuevo, con dirección de Medardo Fraile (1925-2013), en una sesión en la que también se pusieron en escena Cuando llega la otra luz, de Carlos José Costas (dirigida por Alfonso Sastre) y Compás de espera, de Alfonso Paso (1926-1978) y dirigida por él mismo. Como es bien conocido, la obra de Buero Vallejo Historia de una escalera se estrenó el 14 de octubre de 1949 con los honores propios de un ganador del Premio Lope de Vega y con dirección de Cayetano Luca de Tena (1917-1997).

Pero añade también en el citado texto Buero Vallejo: «De otros títulos de textos suyos me llegaban referencias, como del de No sé, una novela que nunca pude encontrar». Resulta que, en la cualificada opinión del profesor Enrico Di Pastena, quizá se trate precisamente de «su mejor novela, de corte unamuniano y centrada en la desorientación de la figura del intelectual procedente de ambientes rurales».

El asunto se explica porque esta novela escrita a finales de la década de 1940 no llegó a circular con cierta fluidez por España hasta 1985, en la colección de Anthropos Memoria Rota-Exilios y Heterodoxias y con prólogo de Carlos Gurméndez.

No obstante, el libro sí había existido en 1949, y hay pruebas fehacientes de ello. Según la entrada dedicada a García Luengo en Wikipedia (consultada en febrero de 2023), la primera edición publicó «una editorial valenciana», pero se trató de «una edición malograda por un accidente» del que no se dan más datos.

La empresa valenciana en cuestión fue Cosmos, que a finales de 1949 hizo una edición de No sé encuadernada en cartoné, de volúmenes de 13 x 18 y 272 páginas, que se encuadraban en la colección Tyris. En la misma colección aparecería en mayo de 1951 el poemario de Alejandro Gaos (1906-1958) La sencillez atormentada, si bien en ese caso las 78 del volumen se encuadernaron en rústica y con un formato de 22 x 16 cm., y según la página de créditos a cargo de los Talleres Gráficos de Impresos Cosmos. Pero mencionar algunos de los títulos de Cosmos quizá sea más orientativo.

En Impresos Cosmos había aparecido ya antes de la guerra, desde noviembre de 1935, la revista semanal Información Internacional, que al parecer sustituía a La Correspondencia Internacional (órgano de la III Internacional).

Sin embargo, mayor importancia tienen otros trabajos anteriores, y en particular el hecho de se ocupara de la primera etapa de la revista Nueva Cultura, revista marxista fundada por Josep Renau (1907-1982) y que aglutinaba a artistas tan destacados como Alberto [Sánchez Pérez, 1895-1962], [Francisco] Carreño (1908-1993), (Antonio Ballester (1910-2001) y Manuela Ballester (1908-1994) y firmas como las de César Arconada (1898-1964), Max Aub (1903-1972), Juan Gil-Albert (1904-1994) o Pascual Pla y Beltrán (1908-1961), pero en cuyas páginas son también frecuentes tanto la del mencionado Ángel Gaos como la de García Luengo, que se estrena en el quinto número (junio-julio 1935) con un texto sobre «El teatro de los Quintero», al que seguiría en el sexto (agosto-septiembre 1935) «Un novelista actual: César M. Arconada» y en el úndécimo (marzo-abril 1935) la breve pieza teatral Conato y fracaso de un esperpento). También se imprimió en Cosmos un cartel anónimo conocido como Nueva Cultura por el Frente Popular (66,5 x 45 cm).

Durante la guerra, entre diciembre de 1937 y enero de 1938, Impresos Cosmos se ocupó de Libre Estudio, revista de Acción Cultural al servicio de la CNT en la que escribieron Joan García Oliver (1901-1980), Katy Horna (1912-2000), Ada Martí (1915-1960), Antonio Morales Guzmán (1903-1973) y Juan Santana Calero (1914-1939), entre otros, y un poco anterior es el librito (32 páginas) del sindicalista murciano Juan López Sánchez (1900-1972) La unidad de la CNT y su trayectoria (1936), impreso también en Cosmos.

Posterior ya a la guerra española es el primer libro del poeta y pintor de la Quinta del 42 José Luis Hidalgo (1919-1947), Raíz, un librito de 80 páginas publicado en 1944, y el año siguiente imprimieron un volumen de Poesías, de quien había sido delegado provincial de la Falange, el empresario, periodista e impresor alicantino Juan Sansano Benisa (1887-1955), que aparece con pie editorial de la Editorial Carrera (1945), también de Alicante.

A partir de 1946 empieza a imprimir también algunas ediciones seriadas de revistas infantiles y juveniles ilustradas, como es el caso de El caballero del antifaz rojo (para Europa) y su continuación al año siguiente en la editorial Saturno (El caballero fantasma) o, también para esta editorial, K CH T, pero en esas mismas fechas aparecen también un volumen de Poesía (1947) de Pablo Herrera, encuadernado en cartoné, y, del mismo autor, quizás al año siguiente, el volumen de relatos Cuando mi tío me enseñaba a volar (140 páginas), que incluye ilustraciones del ya mencionado Carreño, de [Manuel] Monleón (1904-1976) y de Genaro Lahuerta (1905-1985), entre otros. El autor de estas dos obras no era sino ese a quien el escritor falangista Gonzalo Torrente Ballester, debido a su joroba, rebautizó como «el Quiasimodo del Turia»: Pascual Pla y Belrtrán, que tras la guerra había pasado por el campo de concentración de Albatera ‒en Campo de los Almendros Max Aub lo convierte en uno de los personajes importantes de la novela‒ y por las cárceles franquistas hasta 1946, lo que basta para explicar que empleara un seudónimo, pues según contó su hija Yolanda, en esa época la policía «le entraba al piso y le hacía fogatas con los libros en el salón, Querían esconder la obra tras las baldosas y se las rompían todas. Siempre se lo llevaban detenido».

Pla y Beltrán retratado por Josep Renau.

Ya de entrados los años cincuenta es el curioso librito ilustrado con fotografías sobre el boxeador Folgado escrito por Tobias Masip Prades Aventuras y desventuras de Folgado (el Tigre de Manises), y de 1959 un volumen de José Luis Aguirre Serra titulado Cervantes y Don Quijote que se inscribe en una colección de Estudio y Vida, lo que indica inequívocamente que Cosmos tuvo continuidad tras el «accidente» que acabó con la edición de No sé (de hecho, Cosmos siguió imprimiendo hasta por lo menos la década de 1970).

La dirección que aparece en los impresos de los Talleres Gráficos Cosmos es el número 34 de la calle Pintor Salvador Abril (paradójicamente, como se verá, dedicada a un pintor famoso por sus paisajes y escenas marinas, a quien el Museo Naval de Madrid condecoró por su donación del cuadro Naufragio del crucero Reina Regente). Esta calle valenciana del distrito del Eixample y no lejos de donde en 1954 se construiría el Mercat de Russafa, está situada en la que durante mucho tiempo se conoció como «la terra del ganxo», porque muchos de sus habitantes se dedicaban a recoger los troncos que llegaban a través del río Turia en un terreno que Pascual Madoz decribió en su Diccionario como «flojo y de buena calidad distribuido en huerta y arrozar que se fertiliza con las aguas del Turia, que desagua en el mar por el término de Ruzafa».

Mientras es de suponer que se estaba ultimando la edición del No sé de García Luengo se produjo en Valencia, el 28 de septiembre, una riada muy sonada conocida como la «riada de las chabolas» (había por entonces unas dos mil chabolas en el cauce del río), acerca de la que cuenta el periódico Las Provincias del 30 de septiembre: «los obreros del molino de Manises vieron acercarse a enorme velocidad una ola gigantesca de más de tres metros de altura» y según relata José Ángel Núñez Mora, «cuando las aguas volvieron a su cauce, sobre las zonas próximas al río que fueron inundadas quedó un inmenso manto de lodo y barro».

No es disparatado pensar que si Buero Vallejo no consiguió leer la primera edición del No sé de García Luego fuera porque la edición quedara sepultada por el lodo. Y aun así sobrevivió algún que otro ejemplar…

Fuentes:

Salvador Albiñana Huerta, Añorantes de un país que no existía: Ana Martínez Iborrra y Antonio Deltoro. Exiliados en México, Universitat de València, 2020.

Antonio Buero Vallejo, «En el Gijón estaba Eusebio», en Obra completa, vol. II, (Poesía, Narrativa, Ensayos y Artículos), edición de Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco, Madrid, Espasa Calpe, 1994, pp. 1241-1243.

Eusebio García Luengo.

Enrico Di Pastena, «Alfonso Sastre, del grupo Arte Nuevo al TAS (1945-1950): prehistoria de una abierta disidencia», Anales de Literatura Española, n.º 29-30 (2018), pp. 205-229.

Eusebio García Luengo, No sé, prólogo de Carlos Gurméndez, Barcelona, Anthropos, 1985.

Andrés Herrero Gutiérrez, «Pla y Beltrán, poemas entre el fusil y la amnesia», Jot Down, 26 de febrero de 2022.

V. Lladró, «La otra gran riada del Turia causó 49 muertos», Las Provincias, 19 de mayo de 2015.

José Ángel Núñez Mora, «Crónica de las catastróficas riadas del Turia en Valencia», Tiempo y clima, n. 60 (abril de 2018), pp. 42-45; n. 62 (octubre de 2018), pp. 18-21 y n. 65 (julio 2019), pp. 38-42.

s. f., «1949, la terrible riada de las chabolas», Las Provincias, 3 de marzo de 2012.

Silvia Viola Morató, «La narrativa de posguerra en Extremadura», Revista de Estudios Extremeños, vol. 70, n. 2 (2014), pp. 1047-1096.

Talín, veintiocho entradas sobre Eusebio García Luengo, con entrevistas y algunos textos del propio autor, en el blog de la revista Caminar Conociendo 3, en diversas fechas.

Aldo Manucio, patrón de los editores

A los editores parece que se les ha asignado como patrón el mismo santo que a escritores y periodistas, el polígrafo San Francisco de Sales (1567-1622), si bien los editores católicos le añaden el escritor y fundador de escuelas tipográficas Juan Bosco (1815-1888). Sin embargo, aunque en sentido estricto no sea santo, sin duda el veneciano Aldo Manucio (1449-1515) tiene para semejante cargo muchos más méritos, que en su introducción a De re impressoria la historiadora del libro Tiziana Plebani da por conocidos y resume espléndidamente:

…produjo caracteres tipográficos nuevos y elegantes; cuidó el lenguaje para que fluyera limpio y agradable, por lo que se ocupó especialmente de la ortografía y la puntuación; perfeccionó el índice; señaló con eficacia los errores; insertó la numeración continua de las páginas; para facilitar el aprendizaje del griego, pensó en ponerlo junto a la traducción latina en la página opuesta. Y, sobre todo, hizo que las obras fueran manejables.

Tal vez no sean tan ampliamente conocidos y valga la pena detenerse un poco en ellos. Consecuente con el objetivo de difundir la cultura clásica que estaban redescubriendo los humanistas que eran sus contemporáneos, Manucio recurrió al punzonista Francesco Griffo de Bologna (1450-1518) para que le creara un tipo acorde con la escritura manual de los humanistas, y de ahí nació el uso generalizado de la cursiva para el texto, que desde el inicial Virgilio de 1501 fue perfeccionándose en libros posteriores. El esmero por proporcionar una página que respire, adjudicándole amplios márgenes, fue otro de los grandes aciertos de Manucio y contribuyó a generar una conciencia de la estética de la página en la que intervenían tanto la legibilidad como el valor artístico, pero Juan José Marcos García subraya sobre todo la vigencia en nuestros días del editor italiano en cuanto a la forma de los textos cuando escribe:

Conviene no olvidar que fuentes informáticas tan ampliamente utilizadas como Times New Roman (llamada Times por el periódico que fue quien encargó en 1929 a Stanley Morris la creación de esta tipografía y New Roman porque es el tipo «nueva romana»), Garamond, Book Old Style, etc., son recreaciones de tipos humanísticos y constatan el predominio hasta hoy de la escritura humanista.

En realidad, no es exagerado afirmar que con la aparición de Manucio se produce en 1501 el paso del «estilo literario» de la literatura cancilleresca al tipo de imprenta.

En un ámbito muy cercano hay que situar la creación y empleo en el círculo de editores de textos creado alrededor de Manucio del semicolon —lo que actualmente conocemos como punto y coma (;)—, al parecer sugerido por Pietro Bembo (1470-1547) y que años más tarde justificaría y explicaría con detenimiento el nieto del editor, Aldo Manucio el Joven (1547-1597), en el apartado  Interpungendi ratio de su Epitome ortographie (1561), si bien en español no entrará hasta 1606, cuando lo propone el humanista e impresor valenciano Felipe Mey (h. 1542-1612) en De ortografhia libellus, vulgare sermone scriptus, ad usum tironum. Inscripción para bien escrevir en lengua latina y española, con el nombre «colon imperfecto», y luego el ortógrafo Gonzalo Correas (1571-1631) lo incorpora a su Ortografía kastellana, nueva y perfeta (1630). Cosa parecida puede decirse del uso impreso del signo del paréntesis semicircular y del apóstrofo.

También se señala a menudo a Manucio como precursor del libro de bolsillo, que constituye una respuesta idónea a la voluntad de hacer posible que quienes no disponían de muchos recursos pudieran acceder a la lectura de las grandes obras de la humanidad, y a ello contribuyó también la sustitución de las lujosas encuadernaciones propias de los códices medievales por cubiertas en pasta de papel o cartón, el uso del lomo plano… Su influencia en la configuración del libro en octavo tal como lo conocemos es en realidad tremenda. Aun así, por otra parte también se preocupaba de que sus libros estuvieran bien encolados para evitar que se desmembraran y en ocasiones imprimía sobre soportes de gran calidad, usando el excelso papel que podía ofrecerle entonces la casa Fabriano.  Asimismo, el ingenioso sistema de numeración de los pliegos, para evitar que se encuadernaran en desorden, fue otro de los avances del editor y uno de los que durante más tiempo pervivieron como costumbre.

Se le tiene además por el primero en imprimir lo que pueden llamarse con propiedad primeros catálogos editoriales, en los que sus publicaciones aparecían ordenadas por las distintas colecciones que creó en función de la temática y/o la lengua original de las obras (otra de sus iniciativas exitosas), e incluso la misma idea de crear distintas colecciones para agrupar y dar orden a la producción editorial se ha atribuido a Manucio. Desde nuestros días, resulta apabullante la cantidad de nombres célebres y todavía hoy objeto de lectura y análisis que acoge el catálogo aldino, que consta de un centenar largo de títulos: Aristóteles, Aristófanes, Pietro Bembo, Dante, Eurípides, Homero, Isócrates, Petrarca, Platón, Policiano, Teócrito… Pero no menos importantes eran los traductores, entre los que sin duda descolla por su fama su buen amigo Erasmo de Róterdam (1466-1536), autor de las de Eurípides y que además pudo dar a conocer sus Adagios —cuya influencia recorre la literatura universal desde Montaigne a Faulkner, pasando por Cervantes, Shakespeare, Kafka y Borges— gracias al trabajo de Manucio.

Sin embargo, es sobre todo en el aspecto de generador de paratextos en lo que se centra la ya mencionada De re impressoria, en la que Ana Mosqueda selecciona y anota con exquisitez una muestra de cartas prologales incluidas en las obras editadas por Manucio de las cuales se desprende un auténtico programa editorial y en el que quedan bien expuestas las aspiraciones del editor, si bien pueden ser también interpretadas, en muchos casos, como lo que hoy serían los textos de contra y de catálogos editoriales e incluso los paratextos en general.

Además, el mencionado libro está salpicado de algunas sentencias que siguen resultando muy útiles y pertinentes para los editores de nuestros días; valgan como ejemplo las siguientes: «Confía en los experimentados aunque no sean infalibles, y más aún en Demóstenes, que dice: “Siempre es necesario el dinero, y sin él nada de lo esencial se puede hacer» o «en nuestros libros la mayoría de las letras están conectadas unas con otras y parecen manuscritas, obras valiosas de ver» (el subrayado es mío).

También en uno de estos textos se produce la aparición por primera vez del lema Festina lente (apresúrate lentamente), cuyo origen remoto quizás esté en los adagios de Erasmo, pero que en cualquier caso, en conjunción con el ancla procedente de una moneda del emperador Vespasiano, conformó la muy célebre marca que tanta influencia tendría en las de editores posteriores (caso de las colecciones Seis Delfines de Tartessos y Áncora y Delfín de Destino, del logo de Dolphin Books, del de Barral Editores…).

Fuentes:

Roberto Calasso, «La hoja voladora de Aldo Manuzio», en La marca del editor, Barcelona: Anagrama, 2014, pàg. 157-177.

Joana Escobedo, «De re impressoria: cartas prologales del primer editor» (reseña), blog de la Escola de Llibreria de la Universitat de Barcelona, 17 de junio de 2022.

Miquela Forteza, «Aldo Manuzio y la búsqueda de la excelencia tipográfica», Xilos.org, 8 de noviembre de 2020.

Aldo Manucio, De re impressoria. Cartas prologales del primer editor, selección, traducción y notas de Ana Mosqueda e introducción de Tiziana Plebani, Buenos Aires, Ampersand (Terrirorio Postal), 2022.

Redacción, «Los tipos cursivos. Origen y evolución», Unos Tipos Duros, 16 de diciembre de 2006.

Fidel Sebastián Mediavilla, La puntuación en el Siglo de Oro. Teoría y práctica, tesis doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 2000.