Sinergias en los Talleres Tipográficos Modelo

En 1941 están fechados un librito predominantemente estadístico de Francisco Medina, Monografía de Sonora, y el colectivo Confederación de Trabajadores de México, CTM, 1936-1941, cuyos pies editoriales indican que se imprimieron en México, D.F., a cargo de los Talleres Tipográficos Modelo, S.A. Sin embargo, es sobre todo a mediados de esa década cuando aparecen con mayor continuidad una serie de títulos auspiciados por la Modelo, en apariencia actuando como editora: de 1943 son De Estrabón al rey Pelayo, del poeta gijonés Alfonso Camín (1890-1982), perteneciente a una «Biblioteca Asturiana», y Doña Eugenesia y otros personajes, del médico Manuel González Rivera; de 1944 son Vindicación y honra de España, del exiliado español Pedro González-Blanco, El tenorio asturiano Xuan de la Losa, de los asturianos Ángel Rabanal (1884-1970) y Antonio Martínez Cuétara (1888-1976); Guerra y revolución, del abogado y diputado mexicano Luis Sánchez Pontón (1895-1969), Mi opinión. Comentarios sobre la actual guerra en Europa, 1939-1943, del periodista Ángel Santos Herrero, y Centroamérica en pie, del costarricense Vicente Sáenz (1896-1969), que había cubierto la guerra civil como periodista ‒este último libro con una indicación de «Ediciones Liberación», respecto de la cual vale la pena recordar que era el título del periódico del Partido Socialista Costarricense, que Sáenz organizó con ayuda de capital mexicano y del que fue secretario general‒, y de 1945 es otro libro de Camín, La mariscala o el verdadero Bobes. Los vínculos de Camín con estos talleres se remontaban por lo menos a 1943, pues la publicación de poesía que dirigía, Revista Norte, la imprimía en esta empresa, que también se ocuparía de los libros aparecidos con pie editorial de la revista: El adelantado de la Florida, Pedro de Avilés (1944), Carey y nuevos poemas (1945) ‒que incluye el poema «Macorina», que luego haría célebre Chavela Vargas (1919-2012)‒, Juan de la Cosa (1945) y Son de gaita y otras canciones (1946), todos ellos firmados por Camín.

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En 1944 también pasa por los talleres de la Modelo la primera edición de una rareza bibliográfica, Pluma de acero o la vida novelesca de Juan Montalvo, del diplomático y escritor ecuatoriano Gustavo Vascónez Hurtado (1911-1988), que se inscribe en una «Biblioteca Continental» del Instituto Panamericano de Bibliografía y Documentación. Vale la pena apuntar aquí que el fundador de este instituto fue el exiliado catalán Miquel Ferrer i Sanxís (1899-1990), sobre el que volveremos más adelante.

Miquel Ferrer i Sanxís

Por esas mismas fechas, desde agosto de 1944, los Talleres Gráficos Modelo empiezan a hacerse cargo de la revista Centro América Libre, cabecera de la UDCA (Unión Democrática Centroamericana), organización creada en México por un grupo de intelectuales y activistas centroamericanos (el mencionado Sáenz y su compatriota Raúl Cordero Amador, los hondureños Rafael Heliodoro Valle, Àngel Zúñiga Huete y Alfonso  Guillén  Zelaya, la salvadoreña Claudia Lars, la nicaragüense Concepción Palacios…). Hasta entonces se habían ocupado de los primeros números de esta revista los Talleres Gráficos de la Nación, que administraba el Sindicato de Obreros Mexicanos, pero las presiones diplomáticas del gobierno hondureño, debido a las críticas de que era objeto en esta publicación, habían hecho que las autoridades mexicanas presionaran a su vez a los responsables de la revista y de ahí el cambio de imprenta.

El historiador José Francisco Mejía Flores ha puesto de manifiesto los muy estrechos vínculos que se establecieron entre los exiliados centroamericanos que se organizaron en México y algunos de los republicanos españoles en su lucha contra el fascismo, tanto en Europa como en América, y acaso los Talleres Tipográficos Modelo fueran uno de los espacios físicos que actuaran como aglutinadores de estas relaciones. Entre los clientes de esta empresa se habían contado, por ejemplo, La Casa de España en México en 1940: Fermentos, de José Giral; Manual de neuropsiquiatría infantil, de Francisco Pascual del Roncal, y Las bases fisiológicas de la alimentación, de Jaume Pi-Sunyer Bayo, los tres al cuidado, según indican sus colofones, del impresor mexicano José C. Vázquez. Años más tarde Vázquez se ganaría un prestigio al frente de los Talleres Gráficos Panamericana, donde en 1945 se ocupó de la edición ilustrada por Ricardo Martínez de Hoyos (1918-2009) de los Epigramas mexicanos del poeta y crítico español Enrique Díez Canedo (1879-1944), así como de muchísimas obras para el Fondo de Cultura Económica (entre los que se cuentan títulos míticos, como la primera edición de Pedro Páramo en 1955, con Alí Chumacero, o la tercera de La realidad y el deseo, en 1958, con el propio Luis Cernuda).

Independentistas catalanes poco antes de ser juzgados por los Fets de Prats de Molló. En el extremo derecho de la imagen, apoyado en la pared, un muy joven Abelard Tona.

En estos talleres Modelo trabajaba por ejemplo como corrector Abelard Tona (1901-1981), que además de participar activamente en el atentado frustrado contra el rey Alfonso XIII en 1925 había intervenido en los conocidos como Fets de Prat de Molló del año siguiente y había sido herido de gravedad en los primeros días de la guerra civil española, y que desde 1934 había formado parte del consejo directivo de la Associació de Funcionaris de la Generalitat de Catalunya como bibliotecario. Ya en México, Tona había abandonado el PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya) para integrarse en el Moviment Social d’Emancipació Catalana, al tiempo que colaboraba en publicaciones del exilio catalán como La Nostra Revista o Quaderns de l’Exili, entre otras muchísimas, y en 1952 publicaría en Edicions Catalanes de Mèxis Quatre contes de Muntanya, como consecuencia de haber ganado con este título el Premi Narcís Oller.

Situados en el número 44 de la calle Comonfort, el propietario de estos talleres era Fernando Con del Dago, quien en 1940 había fundado la Compañía General Editora con otro exiliado catalán activísimo, Miquel Ferrer i Sanxís (1899-1990). Con experiencia en Barcelona al frente de la Librería Italiana ‒declaró como ocupación la de bibliotecario cuando entró en México, por haberlo sido del Col·legi D’Advocats de Catalunya‒, también Ferrer había participado en el atentado frustrado contra Alfonso XIII, y ya en el exilio había ampliado su actividad como librero en las muy conocidas librerías Misrachi y Porrúa y Hermanos del Distrito Federal, además de colaborar en todo tipo de actividades y publicaciones del exilio catalán. Precisamente en 1944 Miquel Ferrer participa en la fundación de la editorial Club del Llibre Català junto a una pléyade de exiliados catalanes (Josep Carner, Agustí Bartra, Avel·lí Artís Gener, etc.) y figurará en ella como secretario.

Sin ser muy claros ni explícitos, las coincidencias llevan a pensar que estos talleres debieron de ser en alguna medida un gozne que mantenía vinculados a diversas agrupaciones de antifascistas radicadas más o menos circunstancialmente en México, por lo menos durante los años que duró la segunda guerra mundial.

Fuentes:

Lluís Agustí, L’edició espanyola a l’exili a Mèxic: 1936-1956. Inventari i propostes de significat, tesis doctoral, Facultat de Biblioteconomia i Documentació, Universitat de Barcelona, 2018.

José Francisco Mejía Flores, «La Unión Democrática Centroamericana en México y su solidaridad con los republicanos españoles, 1943-1945», Revista Estudios (Universidad de Costa Rica), núm 38 (junio-noviembre de 2019), pp. 431-451.

Laura Beatriz Moreno Rodríguez, «Vigilar al exilio centroamericano. Informes confidenciales sobre su presencia en México», Antropología. Revista Interdisciplinaria del INAH, núm. 101, pp.77-94.

Margarita Silva Hernández, «Vicente Sáenz y la revista Centro América Libre. Denuncia y protesta social en el exilio, 1944-1945», en Retos Internacionales. Revista de Relaciones Internacionales del Tecnológico de Monterrey Campus Querétaro, núm. 3 (septiembre 2010), pp. 46-55.

El exiliado español Luis Hernández García, linotipista en Caracas

En el año 1977, en plena eclosión en España de libros que supuestamente debían sacar a la luz los espléndidos textos que la censura franquista había estado escamoteándole a los lectores, se publicó una Historia corta de una guerra larga, cuyo pie de imprenta remite a unos Talleres de José L. Cosano, de los que poco he logrado averiguar (más allá de que en los años cuarenta estaba domiciliada en el número 11 de la calle de la Palma de Madrid). Existe, sin embargo, un expediente de Inspección de Trabajo (número 9459), que parece aludir a esa empresa.

Sin embargo, mayor interés tiene la ajetreada biografía del autor de Historia corta de una guerra larga, Luis Hernández García (1912-2011), nacido en Gijón si bien de muy joven se trasladó con su familia a Cádiz, donde se afilió a las Juventudes Socialistas. La Historia corta narra precisamente una parte importante de su vida, la que corresponde a las etapas de la guerra civil española, la segunda guerra mundial y sus consecuencias inmediatas.

Luis Hernández García.

La guerra pilló a Luis Hernández García estudiando Magisterio en la Escuela Normal y fue alistado en el ejército sublevado, pero en cuanto tuvo ocasión, en 1937, pasó a Gibraltar y, con la ayuda del cónsul español, pudo trasladarse a Barcelona, vía Málaga y Valencia, para reencontrarse con su familia y alistarse en el ejército republicano (donde llegó a ser comisario de batallón).

Después de la guerra, cruzó la frontera con Francia y estuvo confinado en diversos campos de refugiados (Prats de Motlló, Saint Cyprien, Barcarès, Septfonds) hasta que pudo alistarse en un Grupo de Trabajo de Extranjeros y empezar a trabajar en Francia, primero en una explotación minera y luego en una empresa que elaboraba pólvora. Iniciada la guerra mundial y sabedor de que era muy conocido por la gendarmería, el avance de los nazis hizo que se marchara de Toulouse a Marsella, donde desempeñó diversos trabajos (en una mina, como pintor y en la industria metalúrgica). También en esas fechas, en agosto de 1943, se incorporó al batallón Libertad (integrado en el Batallón Mixto Extranjero) y colaboró con la resistencia hasta abril de 1945.

Fue entonces cuando se inició como linotipista, en un periódico regional, Petit Provençal, que el dirigente de la resistencia Gaston Defferre (1910-1986) había tomado por la fuerza y rebautizado como Le Provençal (en 1997 se fusionaría con Le Meriodional y pasaría a llamarse La Provence). También por entonces empieza a ocupar cargos en el Partido Socialista Obrero Español en el exilio y en su correspondiente sindicato (la Unión General de Trabajadores).

Al iniciarse la década de 1960 viajó a Venezuela y se estableció en Caracas, donde empezó a trabajar para la Imprenta Vargas (responsable de la primera edición, en 1925, de la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos [1884-1969]). Ese mismo año 1925, esta empresa propiedad de Juan de Guruceaga (1897-1974) había empezado a publicar la famosa revista Élite, que al poco tiempo se convertiría en la punta de lanza de la vanguardia literaria acogiendo a sus más llamativos representantes e incluso creó un premio destinado a los jóvenes escritores con el mismo nombre que la revista. Ya en los sesenta, se ocupó de imprimir los ejemplares de las Ediciones Gudari que dirigía Alberto Elosegui. En definitiva, la empresa Vargas contaba por entonces con un sólido prestigio en Venezuela, al tiempo que tenía un estrecho vínculo con los exiliados republicanos, ampliamente representados en Caracas.

Al frente de la Imprenta Vargas se puso como gerente a un experimentado impresor vasco, Ricardo Leizaola, conocido como el pionero en 1931 del huecograbado en Euskal Herria (en la revista Zeruko Argia, que entre 1946 y 1948 se imprimió en Venezuela y Estados Unidos para introducirse y distribuirse en el país clandestinamente). Leizaola, hermano del presidente del gobierno vasco en el exilio (José María Leizaola), padre de la diseñadora gráfica Karmele Leizaola y fundador de la Casa Vasca de Caracas, había introducido el huecograbado también en Venezuela, así como la composición en frío con una Friden, y actuaba como editor de Élite.

Leizaola.

De la Vargas pasó a colaborar Luis Hernández también con la Linotipia Vidal ‒creada en 1963 y domiciliada primero en paseo Anauco y luego en la avenida Rómulo Gallegos‒,  que figura como responsable de la preedición de buena cantidad de libros gráficamente muy vistosos.

Gracias a la intervención del sindicato de tipógrafos, empezó luego a trabajar como asalariado en la que quizá fuera el taller más importante de aquel entonces, los Talleres Gráficos Cromotip, que llevaron a cabo espléndidas ediciones profusamente ilustradas, pero también editaron libros, como es el caso de diversas obras del exiliado catalán Pere Grases (1909-2004) (La primera editorial inglesa para Hispanoamérica en 1955, Orígenes de la imprenta Cumaná en 1956, Miranda o la introducción de la imprenta en Venezuela, en 1958 o ya en 1974 Digo mi canción a quien conmigo va); de varios libros de Martín de Ugalde (1921-2004) (Un real de sueño sobre un andamio en 1957, La semilla vieja. Cuentos de inmigrantes en 1958, y ‒después de que se autopublicara la primera obra en euskera aparecida en Caracas, Itzalleak en 1961‒ Ama Gaxo Dago y Las manos grandes de la niebla, ambas en 1964); o de títulos como Miranda y Casanova, del ingeniero catalán Carles Pi i Sunyer (1888-1971) y el conmemorativo de los 25 años del Centro Vasco de Caracas, entre otros muchos. Años más tarde, entre 1992 y 1995 el gerente de Cromotip sería Carlos Farías (embajador de Venezuela en Rusia y luego ministro de Relaciones Exteriores).

A finales de la década de 1970, la Cromotip, que había ido creciendo y ampliando sus ámbitos de actuación, vendió la parte de linotipia de la empresa a tres de sus trabajadores, momento que más o menos coincide con la aparición en Madrid de la Historia corta de una guerra larga.

Luis Hernández mantuvo también en Venezuela la intensa actividad política que había tenido en Francia, tanto en el PSOE como en la UGT, y en 1971 sería delegado de la sección de ugetistas caraqueños en el congreso de la UGT celebrado en Toulouse, si bien posteriormente militó en el PASOC, escisión del PSOE fundado en 1972 por Rodolfo Llopis (1895-1983).

Fuentes:

Iñaki Anasagasti, «Ricardo Leizaola, aquel editor vasco», Blog de Iñaki Anasagasti, 25 de septiembre de 2015.

Esther Barrachina, «Hernández Rodríguez, Luis», en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, volumen 3, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2016, p. 31.

Javier Díaz Noci, «La oposición a la II República en la prensa en euskera (1930-1936)» en María José Ruiz Acosta, ed., República y republicanismo en la comunicación, Asociación de Historiadores de la Comunicación, Sevilla, 2006.

Maribel Espinozaa, «Entre el “rumor de las prensas” y el “aire de las tintas»», El Nacional, noviembre de 2023.

Una empresa legendaria de la edición gallega, la Imprenta Moret en su centenario

De la vinculación del poeta y dramaturgo español Federico García Lorca (1898-1936) con Galicia es prueba insigne el poemario Seis poemas gallegos, publicado en 1935 por la editorial Nós de Ánxel Casal (1896-1936) con un prólogo del también escritor Eduardo Blanco-Amor (1897-1979), pero no menos importante fue el estreno unos años antes (en 1932) en A Coruña de la compañía de teatro universitario dirigida por Lorca, La Barraca, que puso en escena Los dos habladores, de Cervantes, y La vida es sueño, de Calderón de la Barca.

Entre los seis mil asistentes a ese exitoso estreno, que se enmarcaba en una gira del grupo teatral La Barraca por Galicia y tuvo lugar en el Teatro Rosalía de Castro, se contaban algunos de los artistas e intelectuales más prometedores del momento, como es el caso del librero Xohán Xesús González (1895-1936), el escritor y luego editor Francisco Fernández del Riego (1913-2010), el entonces escritor y librero y más adelante editor Arturo Cuadrado (1904-1998), el pintor y escritor Luis Seoane (1910-1979) y el grabador y pintor Carlos Maside (1897-1958).

Del cartel de ese estreno, del que la editorial Alvarellos hizo en 2022 una edición fascimilar, se ocupó una de las empresas que mayor huella han dejado en la historia de la edición en gallego, la Imprenta Moret, fundada en junio de 1923 por Manuel Rodríguez Moret (1886-1958), quien en un anuncio de la empresa fechado el 19 de agosto de ese mismo año en el periódico Orzán se presentaba a sí mismo como «ex administrador y ex jefe de los talleres de El Noroeste».

Hijo de un militar destinado en A Coruña, el ourensano Rodríguez Moret se había iniciado siendo muy joven como aprendiz en la Imprenta Domingo Puga (empresa de referencia en cuanto a prensa coruñesa en la segunda mitad del siglo XIX), poco después de que en 1891 esta pasara a manos del librero y escritor Eugenio Carré Aldao (1851932). Con tan solo quince años, en 1900 pasa Rodríguez Moret a los talleres del periódico El Noroeste, donde a lo largo de los siguientes veintidós años irá ascendiendo hasta convertirse en el administrador.

Los Talleres de El Noroeste en 1922.

En 1923 monta su propia empresa, inicialmente con domicilio en el número 28 de la calle Marina, y ese mismo año se ocupa ya de dos volúmenes de cierta complejidad gráfica, el catálogo de la Tercera Exposición de Arte Gallego (57 páginas, con una docena de láminas, encuadernadas en rústica) y los Comentarios a la Tercera Exposición de Arte Gallego. Muy pronto empieza a hacerse cargo de los primeros números de la serie de novelas cortas de aparición quincenal puesta en marcha en 1924 por la editorial Lar de Leandro Carré Alvareños (1888-1976) y Ánxel Casas Gosenxe (1895-1936), la Biblioteca Lar (A miña muller, de Wenceslao Fernández Florez; O anarquista, de Leandro Pita; O pastor de doña Silvia, etc.), hasta que la Editorial Lar se hace con una imprenta propia. Cosa parecida sucedió con los primeros números del boletín quincenal de las Irmandades da Fala Galega, A Nosa Terra, que en 1926 pasarían a imprimirse en Lar.

Más tarde, en junio de 1925, la Imprenta Moret se traslada a su ubicación más conocida en la calle Galera, número 48, y en los años siguientes se hace cargo de la impresión de la revista Galicia Gráfica (1926-1929) y de algunas publicaciones institucionales, como el Boletín del Instituto Provincial de Higiene de la Coruña (1928) o la Guía de la Coruña (1929) de la Oficina Municipal de Información y Propaganda. Con el traslado se inicia también su actuación como editorial, que arranca trompicadamente con una selección de Poesías (1925) de Valentín Lamas Carvajal (1849-1906) que pretendía iniciar una Biblioteca Escollida de Autores Gallegos que, sin embargo, no tuvo continuidad. La obra va precedida de un prólogo del profesor Juan González del Valle (1898-1941), quien más tarde publicaría artículos en revistas como Nova Galiza y Hora de España y tras la guerra acabaría sus días gaseado en Mauthausen-Gusen.

De 1931 es la segunda edición, corregida y aumentada, de la Gramática de la Lengua Galega, del académico Manuel Lugrís Freire (1863-1940), y del año siguiente Portugal e Inglaterra, del ex primer ministro luso Francisco da Cunha Leal (1888-1970). Un poco posteriores son el pionero Vocabulario castellano-galego das Irmandades da Fala (1933), anónimo pero obra del lexicógrafo Salvador Mosteiro Pena (1896-1982) y la Ética general (1934), del profesor de instituto Ramón del Prado, en un momento en que ya va trazándose una imagen general del tipo de libros que se le encargan a esta imprenta, libros en los que la ilustración es importante por un lado y obras académicas y de estudio por otro.

Durante la guerra civil ‒en la que Galicia cayó enseguida en manos de los sublevados fascistas‒, la Imprenta Moret siguió activa, y de 1937 son por ejemplo la tercera edición de Principios de técnica agrícola e industrial y economía, del catedrático de instituto Antonio Roma Fábrega (1900-1973), pero también La ola roja en España, su estela, asesinatos, robos, incendios, violaciones, daños, del magistrado Hilario Núñez de Cepeda; de 1938, el famoso ensayo de Evaristo Correa Calderón (1899-1986) Arte métrica y de 1939 Cuartel de Simancas ¡Presente!, de la presidenta de la organización falangista Mujeres al Servicio de España Matilde Vela Bermúdez.

Acabada la guerra, de la Moret salió el grueso de la obra de la maestra e inventora Ángela Ruiz Robles (1895-1975), célebre póstumamente por haber creado la enciclopedia mecánica, que con razón se ha señalado como antecedente del libro electrónico: Compendio de ortografía castellana (1940), Ortografía castellana práctica (1940), Ortografía castellana rápida (1940), Breve mecanografía al tacto (1941), etc.

En la posguerra fue francamente escasa la presencia del gallego en Moret, pero no del galleguismo aunque tuviera que ser en lengua española: en 1949 salía el primer volumen de una colección de Escritores Galegos, La vocación de Adrián Silva, de Ramón Otero Pedrayo (1888-1976), que tuvo una cierta continuidad con Una cabaña en el cielo (1952), de Xosé María Álvarez Blázquez (1915-1985) y la Biografía de Curro Enríquez (1954), de Celso Emilio Ferreiro (1912-1979). Un paso más allá lo constituye en 1959 la publicación del poemario de Antón Avilés de Taramancos (Xosé Antón Avilés Vinagre, 1935-1992) A frauta i-o garamelo, pero tampoco esta iniciativa tuvo continuidad y la presencia del gallego no fue incrementándose hasta la década de 1970.

Para entonces, se había hecho cargo el hijo del fundador, Robustiano Rodríguez Outón (que como curiosidad había obtenido autorización judicial para usar también el apellido Rodríguez-Moret), quien en 1968 había trasladado la empresa a la calle Marqués de Amboaxe número 16. Finalmente, bajo la gerencia de la tercera generación (Manuel Rodríguez-Moret) y en una situación económica difícil, la imprenta se integró en el Grupo Sargadelos de Isaac Díaz Pardo (1920-2012) y en 1980 se convirtió en Gráficas de Castro-Moret.

Fuentes:

Anónimo, «Moret, imprenta-editorial», en Edicion en Galiza durante a etapa franquista.

Anónimo, «Imprenta Moret» en Galiciana. Biblioteca Dixital de Galicia.

Manel Cráneo, «Arqueología de la ilustración gráfica en A Coruña y sus orígenes industriales (1910-1920)», Coruña Gráfica, 30 de octubre de 2017.

Xurxo Martínez González, «Semblanza de Domingo Puga (1842- 1879)», en EDI-RED Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI), 2018.

Prudencio Viveiro Mogo, «Semblanza de la Colección Lar (A Coruña, 1924-1928)». en EDI-RED Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI), 2019.

Andrés R., «Imprenta Moret (1929)», en Iusnaufragii,  16 de mayo de 2020.

Lucila Gamero Moncada (o de Medina): releída, reinterpretada y reeditada.

En la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos se conserva ‒salvo error‒ el único ejemplar conocido de la primera edición de la novela Adriana y Margarita, probablemente la obra con la que en 1897 arranca la historia de edición de novelas hondureñas. Su autora, Lucila Gamero Moncada (1873-1964) era entonces una veinteañera, pero llegaría a convertirse en una de las principales pioneras del feminismo latinoamericano de su época.

Lucila Gamero Moncada

Aun así, ya hacía tiempo que se había estrenado como novelista, pues de 1891 es Amelia Montiel, que publicó en la cabecera que dio acogida al grueso de escritores románticos y modernistas hondureños, La Juventud Hondureña. Revista Científico-Literaria quincenal (1891-1897), donde el texto de Gamero apareció seriado entre el número 17 (31 de marzo de 1892) y el 20 (20 de junio del mismo año).

Adriana y Margarita, en cambio, pudo publicarse gracias a la financiación del padre de la autora (el doctor Manuel Gamero Idiáquez), y apareció en 1897 en la Imprenta Nacional, que no hacía mucho tiempo había experimentado cambios notables. En 1889, el gobierno había encargado al rector de la Universidad Central de Honduras, Antonio Ramírez Fontecha, la modernización de la empresa, y éste había viajado a España para contratar al litógrafo Italo Ghizzoni, que se estableció en Honduras acompañado del español Manuel Fatuarte González para dar un impulso a la imprenta estatal. Reconvertida en Litografía Nacional, su renacimiento fue acompañado, según un acuerdo fechado el 30 de enero de 1891, de la creación de la Escuela de Artes y Oficios (en la que fueron docentes tanto Ghizzoni como Fatuarte).

Lucila Gamero de Medina

Además de Adriana y Margarita, también en 1897 y en la misma imprenta había publicado unos meses antes Gamero Páginas del corazón, que previamente había ido apareciendo por entregas en la Revista del Archivo y Bibliotecas Nacionales. Asimismo, no son pocos los cuentos de Gamero que van diseminándose en la prensa periódica de esos años, y que en algún caso reuniría luego en forma de libro. Fue ese un año muy ajetreado para Lucila Gamero, pues es también en el que se casa con Gilberto Lorenzo Medina, un acaudalado terrateniente once años mayor que ella.

Se produce entonces un hiato en la publicación de libros de Gamero que no se cierra hasta 1908, cuando publica una novela escrita en 1903, Blanca Olmedo: una obra de corte romántico que se ha comparado con la de Jorge Isaacs (1837-1895) María (1867), lo que quizá dé idea del carácter epigonal de la novelística gameriana, pero cuyos diálogos y ritmo de la prosa han sido comparados también con Galdós y cuya carga crítica con las estructuras patriarcales la han convertido en el siglo XXI en una novela muy revisitada. Considerada su obra cumbre, es también su novela más conocida y reeditada, aunque esa primera edición está rodeada de cierto misterio. Existe una edición ‒probablemente no venal‒ de 258 páginas sin fecha, con pie de la librería Excélsior (que regentaba su primo Roberto Gamero), que se presenta como una segunda edición salida de la barcelonesa Imprenta Clarasó, y así se consigna en los volúmenes 10-11 de la Revista del Archivo y Bibliotecas Nacionales en 1931. Por si fuera poco, parece haber sido el único libro publicado con pie de esa librería, que tal vez la reimprimió en años posteriores. Cabría la posibilidad que ese pie editorial respondiera a un subterfugio para evitar posibles problemas si la agria crítica social y religiosa contenida en la novela suscitaba reacciones violentas; pero a principios del siglo XIX la Imprenta Clarasó aún no existía, así es que lo más probable es que esa segunda edición ‒que debía de ser muy corta‒ sea probablemente de 1930 o a lo sumo 1931. Juan Ramón Martínez, por su parte, menciona como responsable de la primera edición de Blanca Olmedo, que no he sabido localizar, los talleres de la Editora Nacional (¿Tipografía Nacional?).

En cualquier caso, de nuevo se produce un parón en cuanto a la publicación de libros, pues hasta 1941 no aparece un volumen que recoge seis cuentos, Betina, en los mismos Talleres Tipográficos Nacionales, en Tegucigalpa (y que en 1974 publicaría en México la editorial Diana). Aida, novela regional, aparece siete años después (en 1948) con pie de Danli, Impresión, que no parece una empresa que se dedicara con ninguna regularidad a los libros.

Es en 1954 cuando se inicia en México una presencia más constante de la obra de Gamero, y concretamente en una editorial dedicada sobre todo a la literatura popular y de género, Constancia. Si bien en 1953 la editorial Constancia había publicado una reedición del clásico en su materia Diseño de semántica general (publicado en 1917 como El Alma de las palabras), de Félix Restrepo (1887-1965), y en 1952 le había publicado a Antoniorrobles (Antonio Joaquín Robles Soler, 1895-1983) Albéniz, genio de Iberia, con ilustraciones de Vicente Valtierra Lugo, el grueso del catálogo de Constancia lo conformaban novelas del Oeste (la serie de Hopalong Cassidy, de Tex Burns, por ejemplo), de ciencia ficción (Asimov, Kornbluth, Sax Rohmer), sentimentales (El rebozo de Soledad, de Xavier López Ferrer, o Hospital general, del fascista español Manuel Pombo Angulo ) e incluso libros de cocina y de autoayuda (como Véase joven y viva más o Sea más feliz y más saludable, de Gayelord Hauser). Del mismo 1954 es, en contraste, 13 ½ cuentos, del exiliado catalán Josep M. Francès (1891-1966), donde se recogen relatos hasta entonces dispersos en prensa catalana, francesa, argentina y mexicana con otros inéditos, y precedidos de un prólogo del poeta cordobés Juan Rejano (1903-1976).

Constancia publica a Gamero en 1954 un volumen con la novela La secretaria y dos relatos vinculados a ella («Odio» y «Cocaína») y otro con la novela Amor exótico acompañada de cuatro «cuentos regionales» («La modelo», «Sor Susana», «La prueba» y «Drama en el campo»). Al año siguiente es la Editorial Diana de José Luis Ramírez Cuerda y José Luis Ramírez-Cota la que retoma el hilo de la publicación en México de la obra de Gamero con El dolor de amar, novela regional y psicológica, si bien hasta 1974 no volverá a publicarla (una reedición de Betina).

A la muerte de la autora siguió un nuevo y prolongado silencio hasta que en los años noventa se inició un intenso proceso de recuperación y relectura de las obras de Lucila Gamero que ya no se ha detenido y que en Europa se ha reflejado en el siglo XXI, por ejemplo, en su inclusión en la Antología de escritoras latinoamericanas del siglo XIX preparada por Susanna Regazzoni para Cátedra en 2012 o en el ensayo de Silvana Serafin Una nueva autonomía de pensamiento y estética en la novela «Blanca Olmedo» (publicado en Salerno por las Edizioni Arcoiris), al margen de la notable cantidad de reediciones y estudios que ha suscitado su obra en Honduras y, en menor medida, en México.

Fuentes:

Jorge Alberto Amaya Banegas, Libros, lectores, bibliotecas, librerías, clase letrada y la nación imaginada en Honduras, 1876-1930, Tegucigalpa, Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, 2009.

Emma E. Matute del Cid, «Blanca Olmedo: cien años, muchas lecturas», prólogo a Lucila Gamero de Medina, Blanca Olmedo, Tegucigalpa, Editorial Guaymuras, 2008 (edición del centenario), pp. 7-17.

Consuelo Meza Márquez, «Lucila Gamero Moncada, primera novelista centroamericana e iniciadora de una tradición disruptiva en la escritura de mujeres», prólogo a Lucila Gamero, Odio, México, Universidad Nacional Autónoma de México (colección Novelas en la Frontera), 2020, pp. 7-26.

Silvana Serafín, «Escritoras y sociedad. El caso de Lucila Gamero de Medina», Centroamericana, núm. 21 (2011), pp. 69-94.

Al hilo de un colofón cubano

A Juan Francisco Turrientes, autor en Laurel de Colofones.

Los colofones de los libros, de larguísima tradición, hay que leerlos siempre; y no sólo porque a veces proporcionan información interesante, curiosa, divertida o pertinente, sino porque a veces pueden llevar a su lector a historias fascinantes.

En 1956 se publicó un volumen de ensayos titulado Con los mismos ojos con el siguiente colofón: «Esta edición, que consta de mil ejemplares, ha estado al cuidado de Aída Valls, Vda. de Chabás. El producto de su venta se dedicará a publicar otras obras inéditas de Juan Chabás.» Hacía entonces dos años que el escritor español exiliado en Cuba Juan Chabás y Martí (1901-1954) había muerto (en la clandestinidad, por el acoso de la dictadura de Batista), y habían aparecido ya póstumamente su Antología general de la literatura española (1955, con prólogo del insigne ensayista José Antonio Portuondo), los cuentos de Fábula y vida (publicados en 1955 por la Universidad de Oriente, donde fue profesor de Teoría Literaria, y también con prólogo de Portuondo) y el poemario Árbol de ti nacido (1956, con prólogos de Aída Valls y de José Álvarez Santullano). Cuanto menos, curioso método de financiar su obra póstuma, que al parecer no tuvo continuidad.

Mariano Sánchez Roca.

Este libro, de 122 páginas, un formato de 14 x 20 y una lámina con un retrato del autor, lleva pie de imprenta de la Editorial Lex, una empresa que, como su nombre indica, se centraba sobre todo en el libro de tema jurídico y legislativo, pero que publicó también —a estas alturas ya es evidente— otros títulos de interés más puramente cultural.

 El fundador de Lex fue el madrileño Mariano Sánchez Roca (1895-1967), que en 1918 se había licenciado en Derecho en la Universidad de Zaragoza y en la capital aragonesa participó, con el filósofo e historiador Francisco Aznar Navarro (1878-1927), en la creación del periódico La Voz de Aragón (1925-1935). Posteriormente dirigiría el periódico ovetense El Carbayón (célebre por haber colaborado en él Leopoldo Alas, Clarín), y fue Sánchez Roca quien reclutó para este mismo proyecto a un joven de diecisiete años que con el paso de los años también acabaría siendo muy conocido como escritor, Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999).

Al iniciarse la década de los treinta Sánchez Roca aparece como subdirector del periódico madrileño La Tierra, donde coincidió con Eduardo de Guzmán (1908-1991) como redactor jefe y con los redactores Ezequel Endériz Olaverri (1889-1951), Ángel Samblancat (1885-1963), Ricardo Baroja (1871-1953) y Mauro Bajatierra (1884-1939), entre otros periodistas libertarios, y en esos mismos años publica los libros periodísticos La sublevación del cuartel del Carmen (unas horas de gobierno soviético en Zaragoza) (en la colección La Novela Política de Prensa Gráfica, 1930) y Descrédito de la patria (Después de la República, rumbos de España) (Imprenta Hijos de T. Minuesa, 1932), aparte de algunos otros trabajos editoriales (como es el caso, por ejemplo, del prólogo a 137 anécdotas políticas y de la Revolución (representativas de los hombres de la República), de Ramiro Gómez Fernández e impresas por Ediciones Minuesa en 1932).

Poco antes de la guerra civil fue nombrado diputado de la junta de gobierno del Colegio de Abogados de Madrid y ya iniciada la contienda fue subsecretario de Juan García Oliver (1902-1980) cuando en noviembre de 1936 este fue nombrado ministro de Justicia. En consecuencia, se trasladó con su mujer e hija a Valencia, y al ser sustituido el cenetista García Oliver por Manuel de Irujo Ollo (del PNV), Sánchez Roca dimite.

Al término de la guerra se exilió a Cuba, donde ya en 1939 funda con la ayuda de quien había sido su secretario de gabinete, el murciano Joaquín Fontes Pérez (1912-1988), la editorial Lex, cuya financiación, al parecer, sigue siendo un misterio. Enseguida se incorpora también como autor a la editorial y, en colaboración con el madrileño Rafael Pérez Lobo (llegado a La Habana en 1937) y el cubano Calixto Ruiz Sierra, publica el primero de una notable serie de libros, Leyes civiles de la República de Cuba (1940).

Ilustración de Andrés García Benítez.

Con sede en el número 465 de la calle Obispo (en el barrio de Habana Vieja), la editorial Lex se dotó de unos talleres tipográficos propios y abrió una librería especializada en Derecho en la que el escritor, traductor y empresario teatral catalán Rafael Marquina i Angulo (1887-1960) se ocupó de dinamizar un espacio dedicado a exposiciones pictóricas y conferencias (poco tiempo después, Marquina firmó el volumen de índices de las Obras completas de José Martí, publicadas por Lex en 1946). En apoyo de la labor editorial y librera, Sánchez Roca publicó un Boletín Lex, así como una Revista General de Derecho y, a partir de enero de 1949, una esmerada revista cultural, Crónica (1949-1953), en la que colaboraron Emilio Roig, Lídia Cabrera y Gabriela Mistral, entre los escritores, y artistas gráficos como Andrés García Benítez (conocido por sus portadas para la revista Carteles) o Manuel de la Cruz («el Picasso de Costa Rica»).

Ilustración de Manuel de la Cruz.

Desde el primer momento, sin embargo, alternaron los libros de tema jurídico con la literatura. Así, de 1943 es la publicación del ensayo Alusiones a la guerra, de quien había sido cónsul general de México en España, el narrador y poeta José Rubén Romero (1890-1952) y Estampas de la época (cuentos y greguerías), del periodista deportivo hijo de español y cubana Eladio Secades (1908-1976); de 1944, la comedia dramática en tres actos FU-3001, del diplomático y escritor cubano José Antonio Ramos (1885-1945); de 1945 la sátira del mundillo literario de Enrique Labrador Ruiz (1902-1991) Papel de fumar (Ceniza de conversaciones),el ensayo Caracteres de Cuba, del abogado y diplomático José Manuel Cortina (1880-1970), hijo también de español y cubana,y una novela firmada por Ana Micciolo titulada Azahares enrojecidos (Playa de Varadero, Cuba, 1944); de 1946, el poemario La pureza cautiva, del portorriqueño José Agustín Balseiro (1900-1991) y con unas palabras introductorias de Octavio Paz; de 1947, el libro con el que se estrenó, a los diecisiete años, la escritora cubana de literatura infantil Hilda Perera Soto (n. 1926),  Cuentos de Aplo; de 1949, las casi dos mil páginas impresas sobre papel biblia con las Obras completas de Rómulo Gallegos; de 1951, Bajareque, de Heliodoro J. Celestrín y prologado por Alberto Arredondo; de 1953 (y fechado como «Año del Centenario de José Martí»), el libro de cuentos El gallo en el espejo, del ya mencionado Labrador Ruiz…

Sin embargo, de Lex suele destacarse como uno de sus mayores éxitos las Obras completas de José Martí (1946), edición conmemorativa del cincuentenario de su muerte, preparada por quien fuera contertulio de Valle Inclán y Baroja, el historiador cubano Manuel Isidro Méndez (1882-1972). Se trata de dos volúmenes de más de dos mil páginas cada uno, a los que siguieron los dos de las obras completas de Simón Bolívar el año siguiente, pero la continuidad de esta obra se refleja mejor en la creación, en 1959, de la Biblioteca Popular Martiana, en cuyo primer volumen se recogían «El presidio político en Cuba», «Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos» y el «Manifiesto de Montecristi» y que iban acompañados de notas introductorias del propio Sánchez Roca.

Según cuenta José Domingo Cuadriello:

A mediados de 1961, al comprobar el carácter comunista del gobierno y en desacuerdo con las medidas económicas dictadas por éste, Sánchez Roca se marchó de Cuba y la editorial fue expropiada por el Estado, así como la librería y la galería de arte. Loa talleres tipográficos pasaron también a manos del gobierno y dejaron de llamarse Lex.

Al parecer, su primer destino fue Venezuela, pero poco tiempo después regresaba a la España franquista, donde se reincorporó al Colegio de Abogados de Madrid y en 1965 publicaría, en la Biblioteca de Divulgación Legislativa, Derechos activos y pasivos de los funcionarios civiles del Estado.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario bio-bibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio Anejos 30), 2016.

Bremaneur, «Tiempos de algaradas: La Tierra», La biblioteca fantasma, 2 de noviembre de 2009.

Jorge Domingo Cuadriello, El exilio republicano español en Cuba, Madrid, Siglo XXI, 2009.

Michael González Sánchez, «Crónica de una muerte anunciada…», Los rieles que hicieron ciudad. Tanvías de La Habana, 20 de noviembre de 2014.

Primeras impresiones en la República Dominicana

Comparado con los países de su entorno, la República Dominicana acogió de modo algo tardío la primera imprenta, y en circunstancias un poco peculiares. En todos los países americanos, desde 1492 en adelante, al margen de las complicaciones de carácter técnico (dificultad para la importación de maquinaria y repuestos, sobre todo) la existencia de una muy rígida censura de raíz hispánica constituía un freno a cualquier tentativa audaz de poner en marcha un negocio de estas características, cosa que no empezó a cambiar de modo substancial hasta la proclamación en España de la conocida como Constitución de Cádiz, en 1812.

No obstante, en el caso de la República Dominicana, al parecer la llegada de la imprenta está estrechamente vinculada con un acontecimiento histórico de muy distinto signo, el Tratado de Basilea del 22 de julio de 1795 que puso fin a la guerra de la Convención. Como consecuencia de estos acuerdos, España cedió a Francia parte de la isla caribeña de La Española, y con la comisión que llegó al Caribe para tomar posesión de este territorio viajaba un impresor, Joseph Blocquerest, de cuya biografía no se sabe gran cosa pero sí que uno de los primeros trabajos que hizo en Santo Domingo fue precisamente una versión francesa del tratado, al que siguió también en 1800 la Novena para implorar la protección de María Santísima por medio de su imagen de Altagracia, que le encargó el preboste Pedro de Aran y Morales. En 1801 añadió a esta labor la impresión de los estatutos de la incipiente universidad.

El que se tiene por el primer «libro» es apenas un folleto de ocho páginas conteniendo el extenso poema (catorce estrofas de ocho versos cada una) A los vencedores de Palo Hincado, en la Acción del 7 de Noviembre de 1808, de José Núñez de Cáceres (1772-1846), que no aparecería hasta 1820, a cargo de la imprenta del gobierno.

Sin embargo, en 1807 había empezado a circular el Boletín de Santo Domingo, órgano del gobierno francés en el país, y al año siguiente del poema de Núñez de Cáceres se pone a la venta el primer número del efímero Telégrafo Constitucional de Santo Domingo, dirigido por el periodista canario Antonio María Pineda Ayala (1781-1852) y cuya fecha de puesta en circulación es el punto de referencia del Día Nacional del Periodista (5 de abril).

Imagen de Manuel Rodríguez Objío

Con la creación en 1854 de la sociedad Amigos de las Letras, impulsada por José Gabriel García (1834-1910), Manuel Rodríguez Objío (1838-1871) y el novelista Manuel de Jesús Galván (1834-1910) y que puso en pie el periódico Flores del Ozama y la Revista Quincenal Dominicana y estableció el primer teatro de ambición artística, se inicia la literatura dominicana moderna. Sin embargo, habría que esperar hasta 1866 para la publicación de un texto literario perdurable, La Campana del higo (Tradición dominicana), del periodista Francisco Javier Angulo Guridi (1816-1844), a cargo de la primera imprenta importante, García Hermanos, que se considera la primera empresa editorial propiamente dicha y que habían creado en 1862 los hermanos gemelos José Gabriel García (1834-1910) y Manuel de Jesús García (1834- c.1908). Si bien habían empezado imprimiendo remendería y textos menores, por esos mismos años esta casa publicó también algunos libros destinados a la enseñanza, como Elementos de Geografía física, política e histórica de la República Dominicana, de Fernando Arturo de Meriño, o el Compendio de la historia de Santo Domingo arreglada para el uso de las escuelas de la República Dominicana, preparado por uno de los hermanos de los propietarios, José Gabriel García. Más adelante saldrían de esa imprenta algunos libros muy importantes, como la Lira de Quisqueya (1874), donde José Castellanos compila poemas de los grandes nombres del momento, como Josefa Perdomo (1834-1896), el mencionado Manuel Rodríguez Objio, Apolinar Tejera (1855-1922),  Salomé Ureña (1850-1897), etc., acompañándolos de breves biografías de primera mano. Si bien se le tiene por el primer libro de poesía publicado en la República Dominicana, ya en 1823 el poeta Esteban Pichardo y Tapia (1816-1884) había publicado un pionero libro de la poesía dominicana en La Habana (Miscelánea poética), en la Imprenta de la Universidad y del Comercio de Antonio M. Valdés. De importancia equivalente y en una línea similar pero con intención distinta se sitúa el libro de José Gabriel García El lector dominicano. Curso gradual de lecturas compuesto para uso de las Escuelas Nacionales, que saldría de la Imprenta de García Hermanos en 1894.

Salomé Ureña

Por esos mismos años, en 1870, de la Imprenta radicada en Azúa La Progresista sale el libro A la heroica ciudad de Azúa, de Lorenzo Puente Acosta, quien dos años antes había publicado en San Juan de Puerto Rico su Biografía del Maestro Cordero. Según señala Médar Serrata, se inician en esta década «una serie de cambios en la estructura económica, demográfica y cultural que dieron un impulso significativo a la impresión de libros y publicaciones periódicas».

Al inicio de esa década empieza a publicarse la primera revista importante, El Estudio (1878-1881), una iniciativa de la sociedad Amigos del País (fundada en 1871) que impulsó la literatura dominicana dando cabida en sus páginas a textos de la poeta Salomé Ureña, entre muchísimos otros. De 1879 es la primera parte de la novela histórica indigenista del mencionado Manuel de Jesús Galván Enriquillo, leyenda histórica dominicana (1503-1533), impresa en el Colegio de San Luis de Gonzaga del padre Francisco Xavier Billini (1837-1890), que en la década siguiente se beneficiaría de la llegada de tipógrafos y prensistas procedentes de la isla de Curazao, como fue el caso de Isaac Flores y del ex esclavo Gerardo Pieter (padre del luego eminente oncólogo y filántropo Heriberto Pieter Bennet). En 1882 salió la edición definitiva de Enriquillo en la imprenta García Hermanos, y el mismo año la Imprenta de El Pueblo publicaba el poemario La industria agrícola, de José Joaquín Pérez.

Otra edición que merece la pena consignar es el libro del periodista y escritor Francisco Javier Angulo Guridi (1816-1884) Iguaniona, un drama histórico en verso que Max Henríquez Ureña calificó como «afortunada interpretación del momento histórico de la conquista» y que salió de la Imprenta de J. J. Machado en 1881 con un prólogo del poeta José Joaquín Pérez (1845-1900).

Al margen de García Hermanos, La Cuna de América fue la otra gran empresa editora a finales del siglo XIX. Creada por el militar y filántropo José Ricardo Roques (1844-1908), que se había iniciado como cajista en la imprenta de los célebres gemelos, además de la revista homónima publicó libros del conocido como Byron dominicano, Arturo Pellerano Castro (La última cruzada, en 1888), así como de Manuel Jesús Peña y Reynoso, Tulio Manuel Cestero, etc. De 1887 son el libro de Juan Antonio Alíx El ferrocarril de Samaná a Santiago, que aparece en la Imprenta de Augusto Espaillat, y Pedir peras al olmo, de José María Jiménez, que sale de la Tipografía de J. M. Vila Moral. Al año siguiente en la Imprenta San Sebastián salen los Recuerdos y opiniones, del prestigioso crítico literario de origen cubano Federico García Godoy (1857-1924), mientras que en la Imprenta de Ulises Franco Bidó se publican las Nociones de retórica y poética de Manuel Jesús Peña. La década siguiente se abre con una de las obras más representativas de la narrativa costumbrista dominicana, Cosas añejas. Tradiciones y episodios americanos (1891), de César Nicolás Person (1855-1901), que imprime Quisqueya.

Por obra de la agencia mercantil Pellerano-Atiles, en 1893 sale a la luz el periódico Listín diario, pionero en el empleo de la estereotipia, pero cuya importancia en relación a lo que aquí nos ocupa es su sección «Los lunes del Lístin», pues bajo la dirección de José Joaquín Pérez facilitó que pudieran dar a conocer su obra a los lectores los principales escritores dominicanos del momento: el poeta Emilio Prud’Home (1856-1932), el narrador y ensayista Osvaldo Bazil (1884-1946), el periodista y profesor Federico Enríquez y Carvajal (1848-1952), el poeta Apolinar Perdomo (1882-1918), el ensayista Eugenio Deschamps (1872-1933)…

El ya mencionado Billini había publicado el año anterior la muy famosa novela Baní o Engracia y Antoñita (1892) en la Imprenta del Eco de la Opinión (del que era director), que coincide con la publicación en Quisqueya de la Reseña histórico crítica de la poesía en Santo Domingo, de Penson. A medida que se acercaba el fin de siglo fueron apareciendo La flor de Jericó (1894), de José María Jiménez, de nuevo en la empresa de Vila Moral; Apuntes para la historia de San Francisco de Macorís (1894), de Juan Antoni Alix en la imprenta de Ulises Franco Bidó; los Milagros de Rafael Alfredo Deligne, precisamente en la Imprenta Ross de San Pedro de Macoris; las Notas varias (1898) de José Ramos Contreras, en la Tipografía del Listín Diario; las Impresiones (1899) de Federico García Goday, en la imprenta de J. Brache, radicada en Moca…

La edición de libros en la República Dominicana mantuvo un crecimiento sostenido en las primeras décadas del siglo XX, que se reforzó notablemente al final de 1939 con la llegada a la isla de numerosos exiliados republicanos españoles vinculados al mundo del libro y la edición.

José Ricardo Roques

Fuentes:

Joaquín Balaguer, «La cultura dominicana cuatro veces secular», La Nación, 28 de marzo de 1946.

Orlando Inoa, «La sociedad dominicana en el siglo XIX», en Frank Moya Pons, coord., Historia de la República Dominicana, vol. 2, Consejo Superior de Investigaciones Científicas- Academia Dominicana de la Historia- Ediciones Doce Calles, 2010, pp. 263-293.

Alejandro Paulino Ramos, «Historia de los medios de comunicación impresos en la República Dominicana 1821-1961», Historia Dominicana, 20 de junio de 2010.

Médar Serrata, «La edición en la República Dominicana», Editores y Editoriales Iberoamericanos (Siglos XIX-XX) EDI-RED.

Imagen de Salomé Ureña y su hijo Pedro Enríquez Ureña en un billete de quinientos pesos dominicanos.

Entre la escenografía y la ilustración de libros: Carlos Marichal en el exilio

En el número de 1953 de la revista puertorriqueña Asonante se publicó un texto del poeta Juan Ramón Jiménez (1881-1958) titulado «Isla de la simpatía (Prólogo muy particular)», pero durante mucho tiempo nada se supo de la publicación de ese supuesto libro al que el texto en cuestión servía de prólogo (que se publicó póstumamente en 1981 en edición de Arcadio Díaz Quiñones y Raquel Sárraga). Según contó Carlos León Riquete en «Historia de una escalera: los materiales de archivo de Juan Ramón Jiménez», el poeta hizo gestiones mientras avanzaba en su escritura con el propósito de publicarlo, pero por alguna razón que no se explicita estas no llegaron a buen puerto; León Riquete menciona específicamente las editoriales Aguilar de Madrid, cuya historia es ampliamente conocida gracias sobre todo al libro que le dedicó María José Blas Ruiz, y Yocuma, de Puerto Rico, bastante menos conocida y en cuya creación intervinieron el pintor y grabador José Antonio Torres Martinó (1916-2011), la actriz y escritora Flavia Lugo (1926-2022) y el exiliado español Carlos López Marichal (1923-1969), quien por razones que luego se comprenderán firmaba solo con el apellido materno.

Flavia Lugo y Carlos Marichal.

Cuando en 1949 Marichal llegó a Puerto Rico con un contrato que le había facilitado Sebastián González para que se hiciera cargo de la dirección técnica del Teatro Universitario, el joven artista tenía a sus espaldas un recorrido ya bastante notable, en el que no faltaba siquiera el toque exótico (la edición en la Valencia en guerra de la revista adolescente La Guanchada, hoy perdida).

Ya en su ciudad natal, Santa Cruz de Tenerife, Carlos López Marichal había cursado desde muy niño estudios con el acuarelista Francisco Bonnín Guerin (1874-1963) en la escuela de bellas artes y había entrado en contacto con el surrealismo de la mano de Óscar Domínguez (1906-1957), pero cuando contaba apenas doce años su familia se trasladó a Madrid, su madre murió al poco tiempo y su padre lo dejó, tanto a él como a su hermano Juan, a cargo del diputado socialista Domingo Pérez Trujillo (1890-1954) y Carmen Marichal (su tía). Tras el inicio de la guerra civil española, a finales de 1936 fue trasladado a Valencia, donde estudió en el instituto Blasco Ibáñez, pero avanzado 1937 (huyendo del avance del fascismo) la familia se desplazó a Barcelona, donde se reencontraron con su padre y éste les ofreció irse a vivir con él y su nueva pareja sentimental. En nombre propio y de su hermano menor, Juan Marichal decidió seguir viviendo con Pérez Trujillo, y Carlos prosiguió sus estudios artísticos en Barcelona en el instituto Nicolás Salmerón con el pintor vanguardista Enric Climent Palahí (1897-1980), quien ese mismo año expuso en el Pabellón de la República en la Exposición Internacional de París, y con Eduardo Nicol (1907-1990) como profesor de filosofía.

Durante el verano de 1938 fue enviado a Bélgica y posteriormente pasó por París hasta que el avance de las tropas nazis hizo que la familia se trasladara a Casablanca, pero no tardaron en embarcarse en el Quanza, que arribó a Veracruz en noviembre de 1941. Fue en México donde Carlos perfeccionó su formación, al tiempo que se introducía en los campos en los que sobresaldría: entre 1942 y 1944 aprendió en la Escuela de Artes del Libro grabado, de la mano de Francisco Díaz de León (1897-1975) y Carlos Alvarado Lang (1905-1961); litografía con Pedro Castelar Báez (1905-1982), y refinó su técnica como dibujante con el ilustrador y grabador Julio Prieto (1912-1977).

Graduado ya como maestro en Artes Gráficas. en 1944 empieza a impartir estudios de arte teatral en la Universidad Femenina Motolinia, al tiempo que se introduce en el mundo de la escenografía con Les Comediants de France de André Moreau y en los años posteriores trabajaría para la Ópera del Conservatorio, la compañía de Alicia Markova y Anton Dolin, la Academia Mexicana de Danza, El Tinglado, el Palacio de Bellas Artes y la Unión de Intelectuales Españoles en México.

Paralelamente, se estrena profesionalmente como ilustrador de las cartillas creadas en el marco de una campaña de alfabetización iniciada por la Secretaria de Educación Pública, y que tendría continuidad con ilustraciones para el periódico Acción y la revista Independencia. En este sentido, tiene un particular interés su colaboración entre 1946 y 1948 con la mítica revista del exilio Las Españas, para la que ilustra con viñetas las secciones El Cuento del Mes («Los mulos enamorados», de Herrera Petere en el número 2, y «La desenvuelta «Altisidora»», de Benjamín Jarnés, en el 3) y Poesía en el Destierro (números 4 y 9), y además ilustra, junto a Juan Renau (1913-1990), el librito de las Ediciones Las Españas Las nacionalidades españolas, de Luis Carretero y Neva, publicado en 1948.

En 1949 abandona México para conocer al primer hijo de su hermano Juan, que trabajaba en la Universidad John Hopkins y se había casado con Solita Salinas (hija del poeta Pedro Salinas) pero ese verano consigue, a través del historiador y arqueólogo gallego Sebastián González García (1908-1967), entrar en el Teatro Universitario. Fue en Puerto Rico donde desarrolló su exitosa carrera como escenógrafo, pero se convirtió además en el primer grabador xilógrafo de la isla y, una vez casado con la actriz Flavia Lugo Espiñera, a principios de la década de 1950 funda la imprenta y la editorial Yocauna, con Torres Marinó y con Rodríguez Báez y con sede en el número 606 de la calle Bolívar (barrio de Santurce, en San Juan de Puerto Rico), a la que seguirían las Publicaciones de Coayuco (en la avenida Borinquen, número 2306).

Pese a la corta vida de esta modesta pero exquisita iniciativa, se cuentan entre sus mayores méritos el haber publicado, en 1955, la primera plaquette de la exiliada republicana española Aurora de Albornoz (1926-1990), el poemario Brazo de niebla, que posteriormente la autora ampliaría y publicarían en Santander los Hermanos Bedia en 1957.

A la izquierda, Carlos Marichal con un grupo de alumnos de grabado.

De ese mismo año 1955 es Canto desesperado a la ceniza, del poeta trascendentalista Francisco Lluch Mora (1925-2006) y del siguiente Canto moral a Julia de Burgos, de José Emilio González (1918-1990), y Décimas y canciones, de un incógnito Edilberto Torres Rodríguez (¿seudónimo?).

Más importante aún es la participación de Carlos Marichal como ilustrador y tipógrafo de una edición de El contemplado. Tema con variaciones preparada y prologada por su hermano y publicada por el Instituto de Cultura Puertorrqueña en 1959. En cierto sentido, puede interpretarse como el remate de una iniciativa de 1949 (apenas dos años antes de la muerte de Pedro Salinas), cuando Carlos Marichal ilustró con dibujos en témpera y tinta un único ejemplar ya impreso de Todo más claro.

Ilustración de El contemplado.

A principios de la década de 1960 empezó a diseñar, ilustrar y dirigir la producción editorial del Departamento de Instrucción Pública, sin por ello abandonar ni la docencia ni las colaboraciones con todo tipo de iniciativas relacionadas con las artes escénicas.

Con razón pudo escribir en el número de febrero de 1970 de España Libre el pintor y escritor surrealista (por entonces exiliado en Estados Unidos) Eugenio Granell (1912-2001) que «Carlos Marichal fue uno de los más destacados artistas españoles que, viviendo en Puerto Rico, vincularon estrechamente su existencia a la vigorosa actividad de la isla».

Carlos Marichal.

Fuentes:

Francisco Arrivi, «El arte de la escenografía en Puerto Rico», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año XX, núms. 76-77, pp. 110-121.

Bambalinas. Revista de Teatro del Departamento de Drama de la Universidad de Río Piedras, número especial 2003-2004.

Miguel Cabañas Bravo, «El exilio en Puerto Rico de los artistas españoles de la diáspora republicana de 1939», en Josef Opatrný, coord., Migraciones en el Caribe hispano, Praga, Universidad Carolina de Praga-Editorial Karolinum (Iberoamericana Pragensia Suplementum 31), 2012, pp. 107-121.

Flavia Lugo de Marichal, «Carlos Marichal. La recuperación de la memoria del exilio a través de algunas cartas ilustradas», en M.ª Teresa González de Garay Fernández y Juan Aguilera Sastre, eds., El exilio literario de 1939 sesnta años después. Actas del Congreso Internacional celebrado en la Universidad de La Rioja del 2 al 5 de noviembre de 1999, Gexel-Universidad de La Rioja, 2001, pp. 151-174.

Silvia Pérez Pérez, Artistas españoles exiliados en el Caribe: el caso de la República Dominicana y Vela Zanetti, tesis doctoral presentada en la Universidad Complutense de Madrid en 2016.

Emilio F. Ruiz Sastre, Una universidad posible en tiempos de Jaime Benítez (1942-1972). Los intelectuales españoles acogidos en la Universidad e Puerto Rico a raíz de la guerra civil española, tesis doctoral presentada en la Universidad Nacional de Educación a Distancia en 2015.

Aurelio Velázquez Hernández, La otra cara del exilio. Los organismos de ayuda a los republicanos españoles en México (1939-1949), tesis doctoral presentada en la Universidad de Salamanca en 2012.

Sallent, la imprenta que durante la guerra civil hizo dinero del bueno

Según se indica en la contracubierta de les Elegies de Bierville, de Carles Riba ‒una de las obras más estudiadas, analizadas y valoradas de la poesía catalana del siglo xx‒ la impresión de la primera edición la llevó a cabo la Imprenta Daedalus S.L., de Buenos Aires, en 1942.

Carles Riba,

Uno de los principales modos de esquivar la censura franquista, que en la inmediata posguerra se mostró implacable a la hora de prohibir toda obra escrita en cualquier lengua que no fuera la española, fue indicar como fecha de edición cualquier año previo al fin de la guerra, de modo que se pudiera pensar que los ejemplares circulaban desde antes del triunfo franquista y, en caso de ser detectados por las autoridades, el asunto podía zanjarse con una confiscación (que para el editor era un mal menor). El otro modo en que pervivió la edición en lengua catalana durante la inmediata postguerra fue gracias a las ediciones llevadas a cabo por los exiliados, que más allá de abastecer de lecturas en catalán a los mismos exiliados se topaba con la dificultad casi insalvable de introducir ejemplares de sus libros en la Península.

Quema de libros en la inmediata postguerra,

El caso de la primera edición de las Elegies de Bierville es una treta menos frecuente, pues se empleó un pie falso que recurre a la figura de Dédalo (el personaje mitológico que ayuda a Teseo a escapar del laberinto; da que pensar). En realidad, el adalid de la edición en Barcelona de esta obra fue sobre todo el entonces joven historiador del arte Frederic-Pau Verrier (1920-2017), que contó con la colaboración de los poetas Rosa Leveroni (1910-1985) y Josep Palau i Fabre (1917-2008), antes de que, a su regreso del exilio (en abril de 1943), el propio poeta tuviera ocasión de revisar las últimas pruebas.

La impresión corrió en realidad a cargo de la empresa sabadellense Joan Sallent Succesors y se hizo una edición muy corta, setenta ejemplares en papel de hilo y cinco en papel japón, que quedó en manos de Riba para que la distribuyera entre su círculo más cercano de amistades y relaciones.

La elección de la imprenta Joan Sallent quizá tuviera que ver con el hecho de que sus talleres se encontraban fuera de la ciudad de Barcelona, en Sabadell, pero también con el enorme prestigio de que gozaba desde principios de siglo e incluso con el tesón con el que había mantenido sus estándares de calidad durante la guerra. Vale la pena detenerse en ello.

Lola Anglada.

Uno de los primeros libros que salen de la Sallent después del levantamiento golpista de julio de 1936 fue la segunda edición en la Llibreria Verdaguer de En Peret, con texto e ilustraciones de la popular narradora Lola Anglada (1896-1984), y aún ese mismo año 1936 imprime el número 151 de la Colecció Popular Barcino (Valentí Almirall, de Antoni Rovira i Virgili) y la extensa obra ganadora del concurso organizado con motivo del centenario de la publicación de la emblemática «Oda a la Pàtria» de Bonaventura Carles Aribau (1798-1862), Aribau i la Catalunya del seu temps, del prestigioso historiador y crítico literario Manuel de Montoliu (1877-1961), si bien todo parece indicar que esta obra de casi cuatrocientas páginas no llegó a circular hasta 1937.

En 1937 salen de la Sallent unos cuantos libros de cierta importancia, como es el caso de los setenta y cinco ejemplares en papel de hilo de Dolor, del poeta y dramaturgo Joan Trias Fábregas (1883-1955), el poemario Oasi, del vate local Joan Vila Plana (1917-1977), el Anecdotari de Francesc Pujols (1862-1934) de Miquel Utrillo preparado por su hijo para la Biblioteca Catalana d’Autors Independents, o sobre todo la obra que había obtenido el Premi Folguera del año anterior, Bestiari, de Pere Quart (Joan Oliver, 1899-1986), ilustrado por Xavier Nogués (1873-1941) y publicado por el Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya.

Pero tienen incluso mayor interés otros trabajos, como el tríptico de la Comissió de Cultura del ayuntamiento de Sabadell con motivo de la Festa del Llibre, la impresionante Auca del noi català antifeixista i humà con texto en catalán, castellano, francés e inglés e ilustrado por Josep Obiols (1894-1967) o los fascinantes billetes emitidos por el ayuntamiento, que son una curiosidad en sí mismos.

Es muy probable que, junto con los billetes de Montcada i Reixac, con grabados de Enric Cluselles (1914-2014) e impresos en Grafos, y los de Viladrau, con xilografía de Josep Obiols, los de Sabadell sean de los muy pocos en los que la imagen que aparecía en ellos no era resultado de un simple dibujo a tinta, sino que procedía de un grabado xilográfico posteriormente fotografiado y convertido en cliché. En este caso, se trata de grabados con cierto aire noucentista obra del excelente artista local (por entonces establecido en la cercana Matadepera) Ricard Marlet (1896-1986), y en el caso del reverso de los billetes (tanto en el de peseta como en los de 25 y 50 céntimos) presentan una incongruencia poco explicable. Al lado superior izquierdo del escudo de la ciudad muestra dos de las muy características chimeneas que salpican aún hoy la ciudad, pero mientras en una el humo que sale de ellas se dirige hacia la izquierda, en la otra se dirige incomprensiblemente hacia la derecha.

En 1938 se intensificaron los trabajos de Sallent para la Generalitat, concretamente para los Serveis de Cultura al Front, entre los que destacan L’humor a la Barcelona del Noucents, una recopilación de textos breves probablemente preparada por Josep Janés (1913-1959) e ilustrada por Xavier Nogués que resultó en un libro de 316 páginas en un formato de 17 x 13 y encuadernado en cartoné. Para los mismos Serveis imprimeron también Raó i sentiment de la nostra guerra, de Carles Pi i Sunyer (1881-1971) e ilustrado por Francesc Domingo (1893-1974) (62 páginas con el mismo formato, en rústica). También de ese año son diversas ediciones para la ya mencionada Llibreria Verdaguer, una edición de L’hereu riera, de Ramon Tor (1880-1951), con «variacions melòdiques» de Joan Massip e ilustrada por Joan Palet (1911-1996), de la que se hicieron 540 ejemplares, o algunas ediciones para la Institució de les Lletres Catalanes de obras de Joan Oliver, Pi i Sunyer o Josep Lleonart (1880-1951).

Sin embargo, destacan por su interés histórico-literario las impresiones para las Edicions de la Residència d’Estudiants, particularmente las Versions de l’anglès de Marià Manent (1898-1988), de los que en marzo se tiraron seiscientos ejemplares de una edición comercial más diez numerados y que fue una de las estrellas de la exposición en la London Book Fair de ese año, y la Imitació del foc, del legendario Bartomeu Rosselló-Pòrcel (agosto de 1913-marzo de 1938), que se publicó con prólogos de Antoni Maria Sbert, Gabriel Alomar y Carles Riba.

Por lo que atañe a los cambios en cuanto a las relaciones laborales, a diferencia de muchas otras imprentas, si bien estuvo sometida al control de un comité obrero, en ningún momento llegó a colectivizarse la Sallent. Acabada la guerra, no tardó en retomar su actividad y en convertirse en una de las más destacadas en la impresión de obras de bibliófilo.

Fuentes:

Santi Barjau, «Les imprentes i la producción dels bitllets en el seu context», en AA.VV., La moneda a la guerra civil espanyola: art, disseny i propaganda, Museu Nacional d’Art de Catalunya, pp. 85-96

Josep M. Benaul Berenguer, «Autors, editors i impressors a Sabadell, 1850-1975. Nota histórica», en AA.VV., Sabadell, lletra impresa: de la vila a la fi de la ciutat industrial. Catàleg de la Col·lecció Esteve Renom–Montserrat Llonch, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2012.

Arnau Berenguer Garrigós, «Joan Sallent i Prat», Història de Sabadell S.XIX-XX.

Lluis Bonada, «Industrial i lletraferida», El Temps, núm. 1471 (21 de agosto de 2012), pp. 50-52.

Xavier Sallent, Joan Sallent, impressor, prólogo de Miquel Bach, Sabadell, Fundació La Mirada, 2021.

El tipógrafo e impresor Enric Tormo en la inmediata postguerra española

Portada de la edición en Rosa dels Vents de Tu, de Josep Janés.

Del poemario que lanzó fugazmente a la fama a Josep Janés i Olivé (1913-1959), hay tres ediciones relativamente conocidas. La consecución de la Flor Natural en los Jocs Florals de Barcelona de 1934 propició la inmediata de la Librería Catalònia de Antonio López Llausàs (1888-1979), que la editó acompañada de un prólogo de Agustí Esclassans (1895-1967) e ilustraciones al boj de Enric Cluselles (1914-2014) que, en palabras de Galderich, le definen como «uno de los xilógrafos de calidad de la hornada republicana», cuyo estilo se caracteriza por «unas líneas muy delgadas y juntas, que confieren a las masas de negro un toque aterciopelado muy característico». De esta edición se hizo una tirada numerada de trescientos ejemplares, y en vista del éxito y de las buenas críticas, Janés decidió ampliarle el público incluyendo este título en sus Quaderns Literaris en octubre de ese mismo año. Finalmente, durante la guerra lo reeditaría Janés como número 26 de la Rosa dels Vents (correspondiente al 173 de los Quaderns Literaris), reproduciendo en apéndice el prólogo de Esclassans y una elogiosa crítica de Manuel de Montoliu aparecida en La Veu de Catalunya y añadiéndole además una «Justificació» previa.

Debido a su muy corta tirada, solo dieciséis ejemplares, más rara es la edición de marzo de 1948, cuyo colofón indica:

Es interesante la mención al aguafuerte del tipógrafo y grabador Enric Tormo (1919-2016), quien por aquellos años acababa de ver fracasar el extraordinario proyecto de revista de bibliófilo en catalán Algol, en el que confluyeron algunos de los elementos germinales de Dau al Set: el escultor Francesc Boadella, el poeta Joan Brossa (1919-1998), los pintores Jordi Mercadé (1923-2005) y Joan Ponç (1927-1984) y el crítico Arnau Puig (1926-2020). Si bien, para evitar problemas con la censura, el único número está fechado «a mitjans del segle vintè», en su completísima «Nota» sobre esta revista Ainize González García la supone provisionalmente terminada de imprimir a finales de 1946. El propio Tormo, que se ocupó de la tipografía y la impresión y acabó por correr con los gastos, consideraba este proyecto (ciento diez ejemplares de doce páginas) como su primera aventura editorial.

En este aspecto resulta curiosa la coincidencia durante la guerra civil de Tormo con el que luego sería gran editor ‒y colaborador también de Janés‒ Josep Pedreira (1917-2003) en un Subcomitè de Belles Arts del que formaban parte asimismo el dibujante Miquel Ripoll (1919-1988), los pintores Manuel Viusà (1917-1998) y Jordi Pla-Domènech (1917-1996) y la escultora Gertrudis Galí (1912-1998), entre otros. En esencia, se trataba de alumnos de la muy popular y fructífera Escola d’Arts i Oficis i Belles Arts de Barcelona (conocida popularmente como La Llotja), donde Tormo se había matriculado tras pasar por los salesianos para aprender el oficio de cajista-tipógrafo (y donde aparendió técnicas calcográficas y litográficas). Durante la guerra, ya en 1938, se apuntó a los cursos de grabado organizados por el Club Colisseum e instalados en los talleres del Comité de Propaganda del Comissariat Militar y se integró a los talleres de propaganda republicana, de donde salieron infinidad de carteles, proclamas, folletos y collages, a menudo de creación colectiva. Allí conoció a otro de los puntales de Dau al Set, Joan Josep Tharrats (1918-2001), y aunque no hay constancia de ello es posible que coincidiera también con Janés, que por entonces estaba al frente de los Serveis de Cultura al Front.

Joan Brossa y Enric Tormo

Perdida la guerra, en 1939 Tormo tuvo que hacer el servicio militar (en Salamanca) y fue entonces cuando se afianzó su amistad con Joan Brossa, quien en aquellos años empezaba a hacer sus primeros pinitos literarios. También entonces, entre febrero y marzo de 1940, participa en una exposición titulada Salamanca vista por los soldados que tuvo lugar en el casino de esa ciudad y en la que exponen también sus dibujos Igansi Mundó (1918-2012), Ángel Vintró Oliva y el ya mencionado Miquel Ripoll.

De regreso en Barcelona, tanto Brossa como Tormo se apuntan a los cursos clandestinos de lengua catalana que impartía el gramático, actor y corrector Artur Balot (1879-1959) ‒que entre 1932 y 1934 se había hecho muy famoso en el programa didáctico de Radio Barcelona «Converses del Míliu», dirigido por el gran Toresky (Josep Torres i Vilata, 1868-1937)‒, y el segundo de ellos presenta el grabado Vasconia en la Exposicion Nacional de Bellas Artes de Barcelona de 1942.

Quizá por el hecho de estar en los jardines de la Sagrada Família, la estatua dedicada a Míliu por el exiliado republicano en México Àngel Tarrach i Barrabia (1898-1979) suele pasar muy desapercibida a los turistas.

Por entonces Tormo trabajaba como técnico en el taller dedicado a la estampación calcográfica que en 1940 había puesto en pie Ramon de Capmany y Montaner (1899-1992) en los pisos superiores de la editorial Montaner y Simón en colaboración con el grabador francés Édouard Chimot (1880-1959). De 1945 es una edición de 190 ejemplares de El pobrecito hablador con once aguafuertes de Marta Ribas y otros once con los dibujos al margen, con cabeceras y grabados a madera de Tormo. Y entre los libros de esta misma época en los que Tormo tuvo una participación directa se cuenta el poemario de Josep Maria de Sagarra (1894-1961) Entre l’Equador i els tròpics, incluido en la colección Medusa y que para evitar problemas con la censura se fechó falsamente en 1938. Se trató de una edición de 134 páginas en rama, que se conservaba en una carpeta y una caja de cartón con el lomo en pergamino. La obra incluía once aguafuertes a toda página compuestos y grabados a color de Ramon de Capmany, así como colofones y capitulares también de Capmany grabados a la madera por Tormo. Sobre este trabajo escribió German Masid Valiñas:

Entre las obras ilustradas por este artista [Capmany], es tal vez en la que más se armoniza el contenido, la tipografía [Bodoni] y las ilustraciones al aguafuerte. De colores vivos, que recuerdan la naturaleza y los mares del Sur; con desacostumbrada calidad en la estampación: de fondos limpios, sin veladuras.

Sin embargo, un poco anteriores son las Memorias de un pintor (1912-1930) de Domingo Carles (1888-1962) prologadas por Josep Pla (1897-1981) y publicadas por la editorial Barna del polémico mecenas Albert Puig Palau (1908-1986), que se imprimieron en 1944 en la SADAG y para las que Tormo crea colofones y capitulares en xilografía. Poco tiempo después Tormo ejercería como director de producción y técnico editorial de Barna hasta 1949.

En 1944 se publica gracias al mecenazgo de Joan Prats la famosa Serie Barcelona de cincuenta litografías de Joan Miró (1893-1983), realizadas por Tormo e impresas en la Miralles, y además ese mismo año muestra su propia obra en las Galerías Costa en una exposición conjunta con su amigo y compañero en Salamanca Josep Centelles.

Tormo compra por entonces a Chimot una prensa manual y al dibujante Joan Vila d’Ivori (1890-1947) una prensa tipográfica del siglo XIX, con lo que asienta el taller experimental instalado en su propio domicilio (Carders 15), y además de componer la revista Algol (que se imprime en la SADAG), se ocupa de una edición de la Guía de caballeros (1946), de Pilar Fornesa, que lleva pie editorial de Carders 15, si bien de nuevo oculta la fecha real de publicación. El mismo caso se da con el enigmático Codich d’Amor o Leys del ver amar, per un cavaller croat presoner del sarrai abjecte, que se presenta como transcrito de nuevo por Fornesa y publicado poco después.

Vendría luego, entre otros trabajos, el mencionado libro de poesía de Janés, y su vinculación con los inicios de Dau al Set, en cuya revista homónima participó tanto como escritor como en calidad de preimpresor, y además ha pasado a la historia como poco menos que el fotógrafo oficial del grupo. En este mismo sentido destacan de 1949 una plaquette con motivo de la exposición de Ponç, Cuixart y Tàpies titulada Un aspecto de la joven pintura (que al final tuvo que financiar de su propio bolsillo), los seis ejemplares de un álbum creado a cuatro manos por Brossa y Ponç, KA JOAN LCU PONÇ UOC, y los Tres aiguaforts de Brossa y Tàpies.

A la vista de todo ello y pese a su importancia en el nacimiento de Dau al Set y a su papel como guía en cuestiones de grabado e impresión de algunos de los artistas catalanes más importantes de su tiempo, con razón pudo titular Aitor Quinley Urbieta el espléndido libro que dedicó a Tormo La invisibilitat del Dau.

Uno de los Tres aiguaforts de Tàpies.

Fuentes:

Jordi Coca, Joan Brossa, oblidar i caminar, Barcelona, La Magrana (L’Esparver 42), 1992.

Francesc Fontbona, «L’època de’or d’Enric Tormo», El Temps de les Arts, 24 de juny de 2022.

Ainize González García, «Notes sobre la revista Algol», Els Marges, núm. 90 (invierno de 2010), pp. 68-79.

Germán Masid Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero y Ramos, 2008.

José Ángel Montañés, «Dos artistes (amagats) darrera una màquina», Plec de Cultura (julio de 2022).

Joan Ponç, «Autobiografía. 1978» Diari d’artista i altres escrits, ed. de Diana Sanz Roig, Edicions Ponsianes, 2009, pp. 171-192.

Arnau Puig, Records d’una amistat estel·lar. Brossa escamotejador i burleta., Barcelona, Comanegra, 2019.

Joan Pujadas, «La història de Dau al Set segons Joan-Josep Tharrats» Repòrter, núm. 68 (abril de 1998), pp. 29 y 30.

Aitor Quinley Urbieta, Enric Tormo. La invisibilitat del Dau, Barcelona, Fundació Joan Brossa, 2022.

Pilar Vélez, «Enric Tormo, l’”home gràfic”, Revista de Catalunya, núm. 302 (abril-juny de 2002) pp. 95-113.

Gemma Romanya Valls (1945-2018)

En los inicios de la década de 1970, el sector editorial empezaba a no ser rara la presencia de algunas mujeres importantes. Isabel Monteagudo estaba ya al frente de International Editors; Carmen Balcells (1930-2015) iba todavía al galope capitaneando el boom latinoamericano; Esther Tusquets (1936-2012), que aún no se había dado a conocer como novelista, había asentado ya el prestigio literario de la editorial Lumen; Beatriz de Moura, que en 1973 estaba a punto de publicar su única novela (Suma, Lumen, 1974), había hecho del catálogo de Tusquets uno de los puntos de referencia…

Fue precisamente en 1973 cuando se incorporó a esta pléyade de profesionales la joven Gemma Romanyà (1945-2018), cuando sólo su ascendencia familiar lo hacía mínimamente previsible. Su padre había sido cajista en las imprentas locales de Fèlix Bertran y Miquel Isart, hasta que en 1955 creó Gràfiques Iris y compró una minerva Kale de segunda mano, una guillotina, una grapadora y una perforadora. Aun así, el hecho de contar con dos hermanos mayores hacía poco probable Gemma que se hiciera cargo de la empresa, si bien para entonces llegó con una formación adecuada.

Gemma Romanyà nació en Capellades, una pequeña localidad de la comarca de l’Anoia (Barcelona) estrechamente vinculada a la industria del papel. Durante el siglo XVIII llegó a contar con hasta dieciséis molinos dedicados a la fabricación de papel (los Molins de la Costa), especializados en papel de fumar y papel de barba que se exportaban a toda España, América y Filipinas, y se han documentado hasta cuarenta molinos. Fue precisamente muy cerca de Capellades, en Orpí, donde Manuel Altolaguirre empleó unos viejos molinos de papel para llevar a cabo algunas de las ediciones más míticas realizadas durante la guerra civil española, y en la actualidad el pueblo alberga uno de los museos más importantes del mundo en su género, el Museu Molí Paperer de Capellades, situado en lo que en el siglo XVIII era el Molí de la Vila.

Museu Molí Paperer de Capellades

Gemma Romanyà entró siendo niña en la Escuela de las Monjas de la Divina Pastora de su pueblo natal, y a continuación pasó a estudiar contabilidad en la Academia Cots, pero en cuanto acabó estos estudios, con apenas diecisiete años, inició una serie de viajes en los que trabajó como au pair y aprendió con cierta profundidad diversas lenguas: Ginebra, Londres, Madrid (donde cursó estudios hispánicos) y París (donde aprendió estenotipia mientras estudiaba en la Sorbona y vivió el mayo del 68). Durante todo este tiempo, sin embargo, su hermano la mantuvo al corriente de los avatares y dificultades de la imprenta, y durante un veraneo en Capellades tuvo ocasión de ver como a su padre y hermano se los llevaban detenidos a Barcelona por haber impreso diez mil adhesivos reivindicando la enseñanza del catalán en las escuelas (un encargo por el que el historiador Joaquim Ferrer i Roca pasó un año en prisión).

Su hermano Joan se había incorporado enseguida a la empresa familiar, y después de imprimir carteles, programas y otras obras menores, la editorial Nova Terra (1957-1978) había sido una de las primeras, ya en los años sesenta, en encargarles la impresión de libros. En 1962 adquirieron una maquina plana Osiris para imprimir libros en tipografía; dos años después una minerva Heidelberg automática, y progresivamente incorporan a las editoriales Fontanella, Llibres de Sinera, Estela y Edicions 62 como clientes.

De regreso a Barcelona, y una vez casada, la profesión de su marido (ingeniero agrónomo) la llevó a establecerse durante tres años en Huesca. Por entonces estaba al frente de la empresa su hermano Joan, que había pilotado el paso de la tipografía a la impresión offset en hoja tras comprar una Nebiolo y una guillotina automática Altea, y que en 1972 la rebautizó como Romanyà/Valls. Él había planificado el crecimiento de una imprenta incipiente e incluso estaba a punto de instalarse en unas naves nuevas en Torre de Claramunt; sin embargo, la enfermedad y posterior muerte de este hizo que, un poco repentinamente, Gemma tomara las riendas de la empresa.

Uno de los puntales de Romanyà Valls ya iniciado por Joan fue impulsar la modernización y actualización constante de la maquinaria, incorporando aquella tecnología que les permitiera mejorar tanto la calidad de los servicios de preimpresión, impresión y encuadernación, como la competitividad de la misma empresa, y correspondió a Gemma mantener siempre vigente ese compromiso, cosa que la llevó a convertirse en una imprenta de referencia que contó entre sus clientes a casi todas las editoriales importantes del país, y sobre todo a las centradas en el libro en catalán (Acantilado, Anagrama, Círculo de Lectores, Club Editor, Cuadernos para el Diálogo, Dopesa, Edhasa, Edicions de 1984, La Campana, Laia, Península, Proa, Quaderns Crema, Salamandra, Seix Barral, Tusquets, Urano…, casi cualquiera que pueda ocurrírsele). En esta línea cabe situar, por ejemplo, la compra en 1976 de la primera rotativa, que les permitió abaratar notablemente los costes, y por consiguiente también el de los libros y desplazó definitivamente el offset plano. Y la necesidad de pagar las nuevas adquisiciones les llevaba ampliar progresivamente el volumen de trabajo, lo que se tradujo en un crecimiento constante.

Sin embargo, el indeleble recuerdo que dejó Gemma Romanyà en quienes la trataron no siquiera principalmente el de la solvencia y calidad de los trabajos que dirigía, que también, sino su implicación en iniciativas culturales muy diversas.

Es notable en este aspecto las facilidades que siempre ofreció a los grupos de estudiantes tanto escolares como universitarios (de la Facultad de Informació i Mitjans Audiovicuals de la Universitat de Barcelona, de diversos másters en edición…) para dar a conocer el trabajo que llevaban a cabo y la historia de los oficios relacionados con el mismo.

Aun así, mayor trascendencia y repercusión tuvo su compromiso como mecenas en el campo de la música, que se materiaizó en la Fundació Paper de Música, que abrió una sala destinada a la interpretación (luego se ampliaría al teatro y el cine) y en un prestigioso concurso internacional destinado a descubrir y promocionar a jóvenes intérpretes.

Su hija Elisenda ha recogido el testigo.

Fuentes:

Web de Romanyà Valls.

Josep Maria Espinàs, «Gemma Romanyà», entrevista emitida en el programa de TV3 Identitats el 26 de octubre de 1986.

Àngels Font, «Sra. Gemma Romanyà Valls», Testimonios para la historia editora, 2002.

Joan Pinyol Colom, «Gemma Romanyà VallsUna vida teixint complicitats». Revista d’Igualada, núm. 58, pp. 47-49.

Miquel Pujol Palol, Gemma: imprès a Romanyà / Valls: la carrera d’una dona lluitadora, generosa i valenta, Capellades, Romanyà Valls, edición no venal pero descargable, 2021.

Redacció, «Mor als 72 anys la impresora capelladina Gemma Romanyà», Anoia Diari, 5 de marzo de 2018.

Cubierta de Enric Satué.