El librero y editor Jesús Menéndez en Buenos Aires. Revoltijo de datos aderezados.

En el número 51 de la revista Texturas (2013), se publicó un interesante artículo titulado «Estampas sobre las librerías. Papel, Libro, Revista (1942-1945)» en el que el profesor Matías Maggio-Ramírez ‒quien previamente fuera director de colección en Norma/Kapelusz, scout literario y librero‒ reconstruye y comenta la historia de una influyente revista de principios de la década de 1942 centrada en la actividad librera en Argentina.

Uno de los personajes fundamentales en esa revista fue Jesús Menéndez, un gallego que tuvo una etapa de gran predicamento en el sector del libro en Argentina pero acerca de cuya trayectoria los datos disponibles están muy dispersos y son poco conocidos.

Nacido en Oviedo en 1856, y compañero de estudios del jurista y escritor también asturiano ‒y también emigrado luego a Argentina‒ Rafael Calzada Fernández (1854-1929), Jesús Menéndez se formó desde los doce años como librero en el comercio de otro conocido asturiano establecido en la capital de España, Victoriano Suárez, editor asimismo de las obras completas de Menéndez Pelayo (1856-1912), José M. Pereda (1833-1906) y Armando Palacio Valdés (1853-1918), entre otros, y a quien Gabriel Molina Navarro caracteriza como «laborioso e inteligente, especialmente en Derecho y Filosofía». En la extensa nómina de libreros que aprendieron el oficio en esa librería famosa de la calle Preciados hay algunos nombres interesantes, como es el caso de quien acabaría por convertirse en yerno del librero y por ponerse al frente del negocio, Antonio Graíño Martínez (1870-1945), autor luego de Documentos referentes a los indios llamados xicaques en la América Central (1910),  La industria del libro y la codicia del libro español en los mercados extranjeros (1916), Tres joyas de la bibliografía lingüística filipina (1942) y Las imprentas menores en Ultramar y el libro durante la tutela de España (1942), así como editor de numerosos facsímiles de rarezas bibliográficas. Pero también se formó en la Librería General Victoriano Suárez Ángel Dafauce, por ejemplo, que más tarde regentaría un negocio propio en el número 1 de la calle Alcalá y posteriormente compraría la Librería de Amalio Fernández (en la calle de la Paz).

En una entrevista en el primer número de Papel, libro, revista (marzo de 1942), Jesús Menéndez evocó el rigor con que Victoriano Suárez trataba a sus empleados, a los que multaba cuando éstos cometían errores o eran poco escrupulosos en el trato con los libros o con los clientes, pero reconoce también la efectividad del método y el éxito posterior que obtuvieron la mayoría de los jóvenes que empezaron trabajando con él y perseveraron en el empeño.

Menéndez había llegado a Buenos Aires en 1874 e inicialmente se empleó en la librería Real y Prada, que unos años después desapareció. De allí pasó a la librería que el migrante francés Félix Lajouane había abierto en la calle Perú y, con el nombre de Librería Nacional, convirtió en sede de importantes tertulias, además de dedicarse a la edición de libros sobre todo de tema jurídico. Sin embargo, mayor importancia histórica tiene el hecho de que Lajouane se ocupara de la que probablemente sea la primera edición bilingüe de poesía en Argentina: El infierno, de Dante, traducido en verso por Bartolomé Mitre en 1891 y de la que se hizo una edición de lujo y numerada con aguafuertes de Abbot, que el propio Mitre describió del siguiente modo en la edición de su traducción de La Divina Comedia:

Magnifica edición, impresa en París, en papel especial, marcas de filigrana con ilustraciones compuestas y grabadas por los mejores artistas franceses. Fue puesta en circulación en Buenos Aires el mismo año [1891]. No habiendo tenido tiempo el traductor, durante su permanencia en París, para dar la última mano a su trabajo, ella adolece de notables errores tipográficos, así como de forma y concepto.

Retomando el hilo, finalmente, en 1900 Jesús Menéndez fundó la Librería y Casa Editora Jesús Menéndez, pero para entonces ya había creado la librería de la calle Bernardo de Irigoyen y actuado como editor en una buena cantidad de libros.

Paul Groussac

De 1898 es por ejemplo un Repertorio de jurisprudencia comercial de José A. Frías (1866-1933) salido de la Imprenta Adolfo Grau (que a su vez se convertiría también en editorial) en la que figura como editor la Librería de Jesús Menéndez. A principios del siglo XX se convirtió en el principal editor del viajero y escritor a quien se tiene por precursor del cuento policíaco argentino («La pesquisa», de 1884),  Paul Groussac (1848-1929), a quien Menéndez publicó El viaje intelectual. Impresiones de naturaleza y arte (1904 y 1920), Estudios de historia argentina (1918), Los que pasaban (1919), La divisa punzó (ya como Jesús Menéndez e hijos Libreros Editores, 1923), Crítica literaria (1924), Del Plata al Niágara (1925), etc.

No obstante, acaso en lo que se refiere al ámbito literario su obra más citada sea la primera edición en 1919 de una obra casi póstuma del poeta mexicano Amado Nervo (1870-1919), El estanque se los lotos, de la que se hizo una tirada modesta cuya ilustración de portada es obra del entonces joven pintor, escenógrafo e ilustrador argentino Gregorio López Naguil (1894-1953).

El año siguiente le publica a Jorge Cabral Texo su influyente Historia del Código Civil Argentino y al prestigioso profesor Rodolfo Bullirich (1885-1945) La responsabilidad del Estado.

En 1926 le publicó al ya mencionado compañero de estudios Rafael Calzada Fernández el cuarto de los veinte tomos que componen sus obras completas Cincuenta años de América. Notas autobiográficas. Por entonces quedaban ya lejos los primeros escarceos de Calzada Fernández en el género teatral (su «juguete cómico en un acto» Escapando de un inglés se estrenó en Barcelona en 1870 y de esas mismas fechas son las comedias Empleados y cesantes, El médico de mi mujer y ¡Ladrones, ladrones!) y se había establecido como uno de los empresarios más sólidamente asentados y en uno de los que más ayudó a la integración de los migrantes españoles en Argentina.

En el ámbito de la literatura, son también los años en que la de Menéndez se convierte en la editorial del historiador, periodista y polifacético escritor Bernardo González Arrili (1892-1987), a quien publica las novelas La invasión de los herejes (1926), El pobre afán de vivir (1928) y La virgen de Luján (1930) y aún aparecería con pie de Menéndez la biografía de Sarmiento (1939). También por aquel entonces, Jesús Menéndez se había convertido ya en poco menos que el decano de los libreros bonaerenses y en uno de los comentaristas más activos sobre el sector, reivindicando siempre que tenía ocasión nuevos modos y estrategias para ampliar los índices de lectura en Argentina. En El más caro de los lujos (2008), por ejemplo, Guillermo Gasió recoge unas declaraciones de Menéndez publicadas en septiembre de 1928 en La Nación en las que, además de señalar la importante responsabilidad de los críticos literarios, atribuye los insuficientes niveles de lectura a algo que puede resultarnos tan familiar en el siglo XXI como son «las distracciones fáciles, que no exigen colaboración mental ni preocupación superior [y] quitan mucho público a las manifestaciones de la inteligencia». No es de extrañar que la breve trayectoria de la revista Papel, Libro, Revista se abriera con una entrevista a este auténtico hombre del libro; más sorprende que su figura haya sido tan poco estudiada y sea tan poco conocida.

Principales fuentes:

Matías Maggio-Ramírez, «Estampas sobre las librerías: Papel, Libro Revista (1942-1945)», Texturas, núm 51 (2023), pp. 143-160.

Gabriel Molina Navarro, Libreros y editores de Madrid durante cincuenta años, 1874-1924, Madrid, edición del autor, 1924.

Al hilo de un colofón cubano

A Juan Francisco Turrientes, autor en Laurel de Colofones.

Los colofones de los libros, de larguísima tradición, hay que leerlos siempre; y no sólo porque a veces proporcionan información interesante, curiosa, divertida o pertinente, sino porque a veces pueden llevar a su lector a historias fascinantes.

En 1956 se publicó un volumen de ensayos titulado Con los mismos ojos con el siguiente colofón: «Esta edición, que consta de mil ejemplares, ha estado al cuidado de Aída Valls, Vda. de Chabás. El producto de su venta se dedicará a publicar otras obras inéditas de Juan Chabás.» Hacía entonces dos años que el escritor español exiliado en Cuba Juan Chabás y Martí (1901-1954) había muerto (en la clandestinidad, por el acoso de la dictadura de Batista), y habían aparecido ya póstumamente su Antología general de la literatura española (1955, con prólogo del insigne ensayista José Antonio Portuondo), los cuentos de Fábula y vida (publicados en 1955 por la Universidad de Oriente, donde fue profesor de Teoría Literaria, y también con prólogo de Portuondo) y el poemario Árbol de ti nacido (1956, con prólogos de Aída Valls y de José Álvarez Santullano). Cuanto menos, curioso método de financiar su obra póstuma, que al parecer no tuvo continuidad.

Mariano Sánchez Roca.

Este libro, de 122 páginas, un formato de 14 x 20 y una lámina con un retrato del autor, lleva pie de imprenta de la Editorial Lex, una empresa que, como su nombre indica, se centraba sobre todo en el libro de tema jurídico y legislativo, pero que publicó también —a estas alturas ya es evidente— otros títulos de interés más puramente cultural.

 El fundador de Lex fue el madrileño Mariano Sánchez Roca (1895-1967), que en 1918 se había licenciado en Derecho en la Universidad de Zaragoza y en la capital aragonesa participó, con el filósofo e historiador Francisco Aznar Navarro (1878-1927), en la creación del periódico La Voz de Aragón (1925-1935). Posteriormente dirigiría el periódico ovetense El Carbayón (célebre por haber colaborado en él Leopoldo Alas, Clarín), y fue Sánchez Roca quien reclutó para este mismo proyecto a un joven de diecisiete años que con el paso de los años también acabaría siendo muy conocido como escritor, Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999).

Al iniciarse la década de los treinta Sánchez Roca aparece como subdirector del periódico madrileño La Tierra, donde coincidió con Eduardo de Guzmán (1908-1991) como redactor jefe y con los redactores Ezequel Endériz Olaverri (1889-1951), Ángel Samblancat (1885-1963), Ricardo Baroja (1871-1953) y Mauro Bajatierra (1884-1939), entre otros periodistas libertarios, y en esos mismos años publica los libros periodísticos La sublevación del cuartel del Carmen (unas horas de gobierno soviético en Zaragoza) (en la colección La Novela Política de Prensa Gráfica, 1930) y Descrédito de la patria (Después de la República, rumbos de España) (Imprenta Hijos de T. Minuesa, 1932), aparte de algunos otros trabajos editoriales (como es el caso, por ejemplo, del prólogo a 137 anécdotas políticas y de la Revolución (representativas de los hombres de la República), de Ramiro Gómez Fernández e impresas por Ediciones Minuesa en 1932).

Poco antes de la guerra civil fue nombrado diputado de la junta de gobierno del Colegio de Abogados de Madrid y ya iniciada la contienda fue subsecretario de Juan García Oliver (1902-1980) cuando en noviembre de 1936 este fue nombrado ministro de Justicia. En consecuencia, se trasladó con su mujer e hija a Valencia, y al ser sustituido el cenetista García Oliver por Manuel de Irujo Ollo (del PNV), Sánchez Roca dimite.

Al término de la guerra se exilió a Cuba, donde ya en 1939 funda con la ayuda de quien había sido su secretario de gabinete, el murciano Joaquín Fontes Pérez (1912-1988), la editorial Lex, cuya financiación, al parecer, sigue siendo un misterio. Enseguida se incorpora también como autor a la editorial y, en colaboración con el madrileño Rafael Pérez Lobo (llegado a La Habana en 1937) y el cubano Calixto Ruiz Sierra, publica el primero de una notable serie de libros, Leyes civiles de la República de Cuba (1940).

Ilustración de Andrés García Benítez.

Con sede en el número 465 de la calle Obispo (en el barrio de Habana Vieja), la editorial Lex se dotó de unos talleres tipográficos propios y abrió una librería especializada en Derecho en la que el escritor, traductor y empresario teatral catalán Rafael Marquina i Angulo (1887-1960) se ocupó de dinamizar un espacio dedicado a exposiciones pictóricas y conferencias (poco tiempo después, Marquina firmó el volumen de índices de las Obras completas de José Martí, publicadas por Lex en 1946). En apoyo de la labor editorial y librera, Sánchez Roca publicó un Boletín Lex, así como una Revista General de Derecho y, a partir de enero de 1949, una esmerada revista cultural, Crónica (1949-1953), en la que colaboraron Emilio Roig, Lídia Cabrera y Gabriela Mistral, entre los escritores, y artistas gráficos como Andrés García Benítez (conocido por sus portadas para la revista Carteles) o Manuel de la Cruz («el Picasso de Costa Rica»).

Ilustración de Manuel de la Cruz.

Desde el primer momento, sin embargo, alternaron los libros de tema jurídico con la literatura. Así, de 1943 es la publicación del ensayo Alusiones a la guerra, de quien había sido cónsul general de México en España, el narrador y poeta José Rubén Romero (1890-1952) y Estampas de la época (cuentos y greguerías), del periodista deportivo hijo de español y cubana Eladio Secades (1908-1976); de 1944, la comedia dramática en tres actos FU-3001, del diplomático y escritor cubano José Antonio Ramos (1885-1945); de 1945 la sátira del mundillo literario de Enrique Labrador Ruiz (1902-1991) Papel de fumar (Ceniza de conversaciones),el ensayo Caracteres de Cuba, del abogado y diplomático José Manuel Cortina (1880-1970), hijo también de español y cubana,y una novela firmada por Ana Micciolo titulada Azahares enrojecidos (Playa de Varadero, Cuba, 1944); de 1946, el poemario La pureza cautiva, del portorriqueño José Agustín Balseiro (1900-1991) y con unas palabras introductorias de Octavio Paz; de 1947, el libro con el que se estrenó, a los diecisiete años, la escritora cubana de literatura infantil Hilda Perera Soto (n. 1926),  Cuentos de Aplo; de 1949, las casi dos mil páginas impresas sobre papel biblia con las Obras completas de Rómulo Gallegos; de 1951, Bajareque, de Heliodoro J. Celestrín y prologado por Alberto Arredondo; de 1953 (y fechado como «Año del Centenario de José Martí»), el libro de cuentos El gallo en el espejo, del ya mencionado Labrador Ruiz…

Sin embargo, de Lex suele destacarse como uno de sus mayores éxitos las Obras completas de José Martí (1946), edición conmemorativa del cincuentenario de su muerte, preparada por quien fuera contertulio de Valle Inclán y Baroja, el historiador cubano Manuel Isidro Méndez (1882-1972). Se trata de dos volúmenes de más de dos mil páginas cada uno, a los que siguieron los dos de las obras completas de Simón Bolívar el año siguiente, pero la continuidad de esta obra se refleja mejor en la creación, en 1959, de la Biblioteca Popular Martiana, en cuyo primer volumen se recogían «El presidio político en Cuba», «Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos» y el «Manifiesto de Montecristi» y que iban acompañados de notas introductorias del propio Sánchez Roca.

Según cuenta José Domingo Cuadriello:

A mediados de 1961, al comprobar el carácter comunista del gobierno y en desacuerdo con las medidas económicas dictadas por éste, Sánchez Roca se marchó de Cuba y la editorial fue expropiada por el Estado, así como la librería y la galería de arte. Loa talleres tipográficos pasaron también a manos del gobierno y dejaron de llamarse Lex.

Al parecer, su primer destino fue Venezuela, pero poco tiempo después regresaba a la España franquista, donde se reincorporó al Colegio de Abogados de Madrid y en 1965 publicaría, en la Biblioteca de Divulgación Legislativa, Derechos activos y pasivos de los funcionarios civiles del Estado.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario bio-bibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio Anejos 30), 2016.

Bremaneur, «Tiempos de algaradas: La Tierra», La biblioteca fantasma, 2 de noviembre de 2009.

Jorge Domingo Cuadriello, El exilio republicano español en Cuba, Madrid, Siglo XXI, 2009.

Michael González Sánchez, «Crónica de una muerte anunciada…», Los rieles que hicieron ciudad. Tanvías de La Habana, 20 de noviembre de 2014.

El primer editor de Josep Pla, de Manresa a Buenos Aires

Ignasi Armengou

Los dos nombres que han pasado a la historia como los editores del irrepetible prosista catalán Josep Pla (1897-1921) son sin ninguna duda Josep Maria Cruzet (1903-1962) en Selecta y Josep Vergés (1910-2001) en Destino. Sin embargo, ninguno de ellos fue el primero en editar una obra suya, sino que tal honor corresponde a Ignasi Armengou i Torra (1895-1954).

Armengou se habíia bregado desde muy joven como periodista en su Manresa natal, primero en la revista Cenacle (1915-1917), donde firmaba como J. de Riudor y cuyas páginas albergaron textos de Joaquim Ruyra (1858-1939), Carles Riba (1893-1959), Joan Arús (1891-1982), Manuel Brunet (1889-1956) y un joven Josep Pla que justo entonces empezaba también a foguearse en revistas comarcales.

Posteriormente fundaría el periódico nacionalista Joventut (1918), donde destaca el nombre de quien sería gran cultivador del género del reportaje Josep M. Planes (1907-1936), dirigiría El Pla de Bages y colaboraría en la continuación de Cenacle, Ciutat (1926-1928), antes de convertirse en un habitual de las publicaciones barcelonesas (Mirador, La Publicidad y, firmando como Màrius Vidal, en el órgano de los socialistas catalanes del momento, Justicia Social).

La idea de crear una editorial que se abriera a publicar en catalán un tipo de libros de gran aceptación pero de intención no estrictamente estética, y que contribuyera además a la profesionalización de los escritores catalanes se ha atribuido tanto a Josep Pla como a Manuel Brunet e Ignasi Armengou, pero en cualquier caso, según la versión de Pla, Armengou le escribió a París proponiéndole publicar en forma de libro una combinación de algunos de sus mejores artículos periodísticos con algunos textos originales, así que, si podemos creerle, en la iniciativa de Armengou está el orígen del Pla autor de libros.

En un interesante artículo publicado en La Publicitat el 30 de abril de 1925, titulado con mucha agudeza «Per una editorial independent» y escrito en primera persona del plural, Pla describía el proyecto como la iniciativa de unos cuantos amigos que deseaban ver publicados «llibres catalans de caràcter independent». Menciona además los cuatro primeros títulos programados: una novela de Brunet, un libro de memorias de Eugeni Xammar (1888-1973), una recopilación de cuentos de Ramon Raventós (1882-1923) y el aludido libro ideado por Armengou (sin mencionarlo), y expresa también la voluntad de publicar, inicialmente, cuatro títulos anuales a modo de prueba, pero con la exclusión explícita del género poético. El propósito sería dar voz a lo que llama «escriptors independents», que según él eran rechazados por grupos como el de La Revista por motivos extraliterarios (pone como ejemplo Concepte general la ciència catalana, de Francesc Pujols).

Es curioso el ejemplo de La Revista porque en los tres primeros libros editados por Diana aparece como sede el número 125 de la Rambla Catalunya, el mismo edificio que albergaba esa publicación (y también de la colección La Novel·la Estrangera de Ventura Gassol i Joan Gols), y más tarde aparece como tal la calle Petritxol, número 5. Otro de los cambios que se produjo en la trayectoria de esta editorial fue el de impresor. Hasta 1926 el impresor es Eduard Castells, si bien en su epistolario Armengou daba por hecho que los imprimiría la prestigiosa Altés, pero luego pasa a serlo Antoni López Llausàs.

En realidad, las heterogéneas Ediciones Diana estrenaron en la primavera de 1925 una Bibblioteca d’Escriptors Independents con Coses vistes, de Pla (que según dejó escrito tuvo dos ediciones de dos mil ejemplares) y El meravellós desembarc dels grecs a Empúries de Brunet, pero en contra de los previstos a estos siguieron ese mismo año Ma vida en doina. Memòries del Doctor Verdós, de Joan Santamaria (1884-1955) y Rússia, de Pla. Al año siguiente se publicaron La llanterna màgica, de Pla, La filla d’en Tartarí, de Santamaria y (fuera de colección y con ilustraciones de Joan Llaverias) L’anell dels Nibelungs, una de las primeras obras de Cèsar August Jordana (1893-1958), que por entonces era uno de los colaboradores de la Sociedad de Estudios Militares (SEM), dato que luego cobrará sentido.

Este desnortado proyecto editorial llegó finalmente a publicar solo cuatro títulos más: L’apòstol (1927), de Santamaria, La caravana (1927), de Josep Maria Millàs-Raurell (1896-1971), Relació (1927), de Pla, y El conspirador sentimental, de Francesc Madrid (1900-1952).

En 1967, al reconstruir las vicisitudes de Rússia (libro del que dice que se hicieron «cinco reediciones seguidas ‒5000 ejemplares‒ en un espacio muy corto de tiempo»), explicó Josep Pla:

Ignacio Armengou tuvo la desgracia de nombrar depositario general y distribuidor del libro a un individuo que tenía una librería en la Rambla de Catalunya, muy cerca del cine Kursaal. Mientras se agotaba la quinta reimpresión y Armengou se ponía manos a la obra con la sexta, constató que el depositario general se había llevado el pastel sin hacer ninguna liquidación. Nadie, que yo sepa, lo ha vuelto a ver. Armengou, con toda esta historia, perdió mucho tiempo y bastante dinero.

Es muy probable que la librería a la que alude sea la Llibrería Italiana que habían fundado el abogado y pintor Magí Sandiumenge (1885-1930) como socio capitalista, que murió pocos años después en Guinea Ecuatorial, y de la que entre 1923 y 1926 (durante la dictadura primorriverista) fue gerente Miquel Ferrer i Sanxís (1899-1990), quien por su implicación en un intento fallido de asesinar al rey Alfonso XIII (complot del Garraf) sería condenado a seis años de prisión.

La Llibrería Italiana, que ocasionalmente actuó como editora ‒Joventut del príncep, de Wilhelm-Meyer Foster en 1924‒ tenía fama de ser un nido de independentistas y era vigilada por las autoridades represivas primorriveristas, que acabaron por cerrarla. Lo cierto es que allí se celebraban las clases teóricas de instrucción militar organizadas por la Societat de Estudis Militars (uno de cuyos objetivos era crear un ejército catalán) e impartidas por Miquel Àngel Baltà (1892-1964).

El librero Miquel Ferrer dejó en sus memorias el siguiente retrato de Armengou, que acudía en ocasiones a la librería (traduzco):

Ignasi Armengou, un abogado joven, que con el tiempo sería director de la Oficina de Turismo de la Generalitat de Catalunya, ubicada en la Gran Vía, era uno de los primeros afiliados a la Unió Socialista de Catalunya y un asiduo colaborador de Justicia Social. No sé cómo, entabló buena amistad con Manuel Brunet, por entonces redactor del diario Las Noticias de Barcelona.

En cualquier caso, concluida esta aventura (que sorprendentemente Farreras Duran calificó como «uno de los éxitos más remarcables durante la dictadura del 1923 al 1930»), Armengou se centró en el turismo, hasta que al producirse el levantamiento totalitario de 1936 se sintió amenazado por la Federación Anarquista Ibérica y se estableció en París, de donde pasaría en 1938 a Buenos Aires.

De su paso por Argentina quedan como testimonio sus colaboraciones con el Casal de Catalunya en Buenos Aires y sus textos en algunas revistas del exilio catalán (Catalunya, Xaloc, La Nostra Revista). Pero además se convirtió en uno de los socios de José Serra y Compañía, una distribuidora de libros que ocasionalmente llegaría a publicar algún título (de 1949 es el del catalán exiliado en Argentina Rodolf Llorens i Jordana Servidumbre y grandeza de la filosofía, con pie de José Serra y Cía Publicaciones Hispano Americanas).

En 1946 Serra se había asociado con los barceloneses José Biosca Torres y Carles Sentís para crear una distribuidora para América Latina que dio lugar a Iber Amer, cuya delegación en Buenos Aires se denominó Iber Amer Argentina Sociedad de Responsabilidad Limitada Publicaciones Hispanoamericanas, tenía como sede la calle Bolívar número 260 y como gerente a Ignasi Armengou y al magistrado español exiliado en Buenos Aires Santiago Sentís Melendo (que se desempeñó allí como traductor de textos jurídicos y como uno de los impulsores de la Editorial Jurídica Europa América, EJEA) como otro de los socios.

En 1951 Armengou y Jorge Eduardo Taylor se convierten en los socios mayoritarios y el domicilio pasa por esas fechas a ser el número 1381 de la calle Junín. Inicialmente fue la distribuidora en América de la exquisita editorial madrileña Plus Ultra y de algunos sellos lujosos de Montaner y Simón, pero progresivamente fue añadiendo a su catálogo a Vergara, Bosch, Ariel, Tecnos y Aymà, entre otros sellos. También en esta etapa publica algún que otro libro (de 1951 es Paz en el alma, de Fulton J. Sheen, en traducción de Floreal Mazía).

Ya muerto Armengou, la Iber Amer peninsular se fusionó con Ariel y Seix Barral y en 1965 se pensó en Josep Pedreira (1917-2003) como supervisor y director de ventas. En Buenos Aires, cuando estalló el conflicto por los derechos de El doctor Zhivago el director era Tomás Avalis Ciuffoli y desde 1958 la empresa se había convertido en sociedad anónima.

Fuentes:

Sílvia Caballeria i Ferrer y Carme Codina i Contijoch, «El món editorial de les lletres catalanes (des de finals del segle XIX fins al final de la guerra civil», Ausa, núms. 132-133 (1994), pp. 81-112.

Jordi Castellanos, «Mercat del llibre i cultura nacional (1882-1925)», Els Marges, núm. 56 (1996), pp. 5-38.

Joan Esculies Serrat, «El catalanismo republicano de Manresa, entre Acció Catalana y Esquerra Republicana de Catalunya (1929-1931)», Hispania Nova, núm. 20 (2022) pp. 27-56.

F. Farreras i Duran, «Ignasi Armengou», Pont Blau, núm. 16 (febrero de 1954), p. 49.

Miquel Ferrer, «Ignasi Armengou», La Nostra Revista, núm 73 (enero-febrero de 1954), p. 39.

Albert Manent, «Ignasi Armengou i Edicions Diana (1925-1929), en Del noucentisme a l’exili. Sobre la culutra catalana del nou-cents, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1997, pp. 119-125.

Francesc Montero Aulet, Manuel Brunet i Solà (1886-1956). El periodisme d’idees al servei de la «veritat personal», tesis doctoral presentada en la Universitat de Griona en 2011.

Josep Pla, «Historia de este libro», en Viaje a Rusia, traducción y prólogo de Marta Rebón, Barcelona, Destino, 2018, pp. 19-32.

Las iniciativas editoriales del granadino José Carvajal en Puerto Rico

La trayectoria biográfica de Francisco Carvajal Narváez (1913-2019) es un caso de éxito empresarial del exilio republicano de 1939, además de serlo también de extraordinaria longevidad. Nacido en Albolote (Granada) y desde 1932 militante de la CNT, durante la guerra fue detenido por las fuerzas golpistas, que le tuvieron preso hasta que en 1937 consigue pasarse a la zona republicana (donde inicialmente fue asimismo detenido por el SIM, bajo sospecha de espionaje). Sin embargo, no tardó en ser liberado y, tras su paso por la escuela popular de guerra de Paterna (Valencia), llegó a ser teniente de caballería y entró en combate en la batalla de Teruel y en la del Ebro. Una vez consumada la derrota republicana, pasó por el campo de refugiados de Le Bacarès hasta que pudo embarcarse con rumbo a la República Dominicana (donde ya había residido durante un par de años en su adolescencia), que pasado un tiempo abandonó para instalarse definitivamente en Puerto Rico en los primeros meses de 1942.

Estatua a Carvajal Narváez en Albolote.

En Puerto Rico se relaciona Carvajal con Fernando de los Ríos cuando este viaja a la isla, y a través de este entra en contacto también con insignes representantes del exilio republicano español, como Juan Ramón Jiménez, Pau Casals y Francisco Ayala, entre otros. De estos vínculos nace su participación en la Asociación Pro Democracia Española, de la que llegaría a ser tesorero. No es fácil rastrear las publicaciones de esta asociación, pero en los años setenta aparecieron con su sello el folleto La abolición de esclavitud (1974), de los historiadores Lidio Cruz Montova (1899-1983) y Arturo Morales Carrión (1913-1989).

También en Puerto Rico crea Francisco Carvajal en 1949 la exitosa empresa textil Olympic Mills Corp., en Guaynabo, que se caracteriza por asumir todo el proceso de producción ‒en lugar de limitarse a manufacturar con materia prima importada, como era usual hasta entonces en Puerto Rico‒, pero lo que más singulariza la empresa de Carvajal es el trato con los empleados. A partir de 1969, después de apartar un 5% de los beneficios obtenidos para obras filantrópicas, el resto se repartía entre los accionistas y los empleados. Fiel a esa misma filosofía, en 1973 implanta un plan de horario flexible, para facilitar la conciliación entre trabajo y familia, y en 1978 crearía la Fundación Pública de Puerto Rico (luego Fundación Francisco Carvajal).

José Carvajal.

Para unirse a la empresa viajó en 1963 a Puerto Rico, desde su Granada natal, José Carvajal, sobrino del fundador, que mientras ocupaba puestos ejecutivos en Olympic Mills se graduó con honores en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico. Fruto de su interés por la historia y por las humanidades en general, José Carvajal creó a finales de la década la Librería Internacional, que después se ampliará a Ediciones de Librería Internacional, con la traductora Clara Cuevas como asistente editorial y sede en el primer piso de la calle Saldaña número 3 de Río Piedras, que sería a su vez germen de las Ediciones Puerto.

Con pie de las Ediciones de Librería Internacional en 1971 se publicaron como segundo número de una colección Diálogos unas Consideraciones antropológicas y políticas entorno a la enseñanza del spanglish en Nueva York, que el doctor nacido en España a pocos meses de iniciarse la guerra civil Carlos Varo (1936- 2011) había presentado previamente en Madrid en el II Congreso Internacional de la Enseñanza del Español. El diseño de la cubierta lo firma Manuel García, y en una de las páginas iniciales de este libro aparece la nómina de asesores de la colección, formada por Juan Hernández Cruz, Manuel Maldonado Denis, Félix Mejías, Antulio Parrilla, Carlos Quesada, Víctor Quiñones, Carlos Manuel Rama, Pedro Juan Soto, Marta Traba y el propio Carlos Varo.

Primera sede de la Librería Internacional.

Esa colección se había iniciado ese mismo año con el libro de otro de los miembros del mencionado comité asesor, el escritor uruguayo Carlos M. Rama, titulado La idea de la Federación Antillana en los independentistas puertorriqueños del siglo XIX, y prosiguió con la obra de otro miembro, el sacerdote jesuita e impulsor del cooperativismo en Puerto Rico Antulio Parrilla (1919-1994), que publicó ese mismo año, con prólogo de Margot Arce de Vázquez y cubierta de Antonio Maldonado, Puerto Rico. Supervivencia y liberación, que en parte se había publicado ya en Cuernavaca (México)por el Centro Intercultural de Comunicación (CIDOC). La intención de distribuir este libro en España quedó cercenada por la negativa del Ministerio de Información y Turismo, que cuando recibió la petición la prohibió. En palabras del historiador José Antonio González Torres, este texto «contenía un mensaje liberador de carácter universal, por el cual no fue aprobada su circulación en el país ibérico». A estos libros hay que añadir aún, por lo menos, Puerto Rico: grito y mordaza, de Luis Nieves Falcón, Pablo García Rodríguez y Félix Ojeda Reyes, todos ellos de difícil difusión fuera de la isla.  

Al año siguiente aparecieron con este mismo sello Clima ideológico de un grupo de jurados, de Luis Nieves Falcón (1929-2014),Gandhi: evocación del centenario, de José Ferrer Canales (1913-2005), Lo que cuesta morirse en Puerto Rico, de Manuel Méndez Saavedra y Puerto Rico y la minería, del sociólogo puertorriqueño Neftalí García Martínez, en este segundo caso en coedición del Grupo de Evaluación Borinquen, y el libro editado por los profesores de la Universidad de Puerto Rico Rafael Luis Ramírez, Barry B. Levine y Carlos Buitrago-Ortiz Problemas de desigualdad social en Puerto Rico. Los títulos bastan para hacerse una idea de por qué caminos discurría la línea editorial de esta iniciativa, aunque también hay sorpresas como el libro a color el volumen La rebelión de los santos, de Marta Traba, con fotografías de Gabriel Suau y apéndice de Irene Curbelo.

Sin embargo, más sorprende la edición en 1972 de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, con profusión de láminas e ilustraciones a todo color de Resti, inspiradas en los grabados de Gustavo Doré, cuya impresión se llevó a cabo en Madrid. Se trata de dos tomos de 427 y 466 páginas impresas en papel couché y encuadernadas en gualflex, que se apartan mucho tanto del contenido como de las características físicas de los libros publicados hasta entonces por la editorial.

De 1973 es la novela El 27, del más famoso escritor del movimiento Guajana, Ramón Felipe Medina, pero ya desde el año anterior, bajo la batuta también de José Carvajal habían empezado a aparecer libros bajo el sello de Ediciones Puerto.

Destaca en Ediciones Puerto la colección Aguja Para Mareantes, que dirige el pontevedrés Carlos Varo, quien previamente había dirigido (y financiado con 80.000 franmcos) la colección Buen Amor, Loco Amor para la editorial Ruedo Ibérico de José Martínez Guerricabeitia y la estrenó con La filosofía en el «boidoir», del Marqués de Sade. Aguja Para Mareantes sale a la palesytra en 1972 con la novela del escritor afroaviequense Carmelo Rodríguez Torres (n. 1941) Veinte siglos después del homicidio, publicada originalmente el año anterior en la Editorial Mester y con sucesivas ediciones y traducciones en los años inmediatamente posteriores.

A esta siguen sucesivamente en la misma colección la tercera edición de la novela El francotirador, de Pedro Juan Soto; las obras teatrales La ventana, de Juan Torres Alonso, y El huésped, la máscara y otros disfraces, de Soto, y la cuarta edición, ampliada y revisada, de la novela A mis amigos de la locura, de Ernesto Ruiz Ortiz, y aún en 1973 aparecerán en ella el ensayo de Helmy F. Giacoman, Pedro Yanes y José de la Torre Perspectivas de nueva narrativa hispanoamericana, la recuperación de El hombre que trabajo lunes, de Emilio Díaz Valcárcel; las novelas La otra voz, de Josefina Guevara Castaneira, Luis Palés Matos y su trasmundo poético, de José Isaac de Diego Padró (1896-1974) y Leche de la virgen azul, de Anagilda Garrastegui, el poemario Wydondequiera, de Etnairis Rivera, etc.

La otra gran colección en los primeros años de Ediciones Puerto fue la mencionada Diálogos, en la que destaca ya en 1974 el polémico ensayo de José Enamorado Cuesta (1892-1976) El imperialismo yanqui y la revolución en el Caribe, pero donde se publicó también Anatomía de una isla (1973), de Enrique T. Blanco Lázaro, Los encadenados, novela (1973), de Josefina Guevara Castaneira, y Puerto Rico: Radiografía de un pueblo asediado, del propio Carlos Varo, entre otros muchos.

La impronta de José Carvajal en el panorama editorial puertorriqueño se profundizó en 1997 con la celebración de la primera edición de la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, que emprendió en colaboración de su esposa la poeta y artista visual Dalia Nieves Albert, y de Edwin Rodríguez, y que probablemente sea una de las organizaciones sin ánimo de lucro más exitosas del país, y que además desde entonces no ha dejado de crecer y diversificar sus actividades, hasta el punto de liderar en Puerto Rico la labor de difusión, promoción y fomento de la lectura, tanto entre jóvenes como entre adultos. Como colofón, fue además el artífice del Museo de la Imprenta de Puerto Rico.

Fuentes:

Web de Ediciones Puerto.

María Colón Cruz, «El secreto de las máquinas de don Domingo», Diálogo Universidad de Puerto Rico, 19 de marzo de 2016.

José Antonio González Torres, «A cincuenta años de la publicación del libro Puerto Rico: Supervivencia y liberación del obispo puertorriqueño Antulio Parrilla Bonilla, S. J. (1919-1994)», Claridad, núm. 3559 (11-17 de noviembre de 2021), pp. 21-23.

Consuelo Naranjo Orovio, María Dolores Luque, Matilde Albert Robatto, coords., El eterno retorno: Exiliados republicanos españoles en Puerto Rico, Madrid, Ediciones Doce Calles, 2011.

Juan Ortiz, «5 editoriales en Puerto Rico», Writing Tips Oasis.

Alfonso Rodríguez, «El empresario anarquista que repartió beneficios entre sus trabajadores», Público, 2 de mayo de 2014.

François Maspero, editor de ideas claras

En el número 22 de Laberintos. Revista de estudios sobre los exilios culturales españoles (correspondiente a 2020), Aránzazu Sarría Buil establece un interesante paralelismo entre las trayectorias biográficas y profesionales de José Martínez Guerricabeitia (1921-1986), motor de Ruedo Ibérico, y François Maspero (1932-2015), creador de las librerías L’Escalier y La Joie de Lire y de una reputada editorial que llevaba su nombre, y al hacerlo menciona un fascinante documental sobre este último dirigido en 1970 por el cineasta, fotógrafo y escritor francés Chris Marker (Christian François Bouche-Villeneuve, 1921-2012) donde queda expuesta sintética pero muy claramente la influyente filosofía —si así puede llamársela— del editor francés, François Maspero, les mots ont un sens.

F. Maspero.

Tiene el acierto Sarría Buil de subrayar la importancia que tuvo tanto el diferente contexto familiar de Martínez Guerricabeitia y Maspero como la similitud del impacto que tuvieron en ellos las consecuencias, —vividas de muy cerca— del auge de la guerra y de los totalitarismos en Europa: el padre y el hermano mayor del primero fueron encarcelados por el franquismo, mientras que el segundo perdió al padre en Buchenwald, su madre pasó por Ravensbrück y su hermano mayor murió combatiendo en el departamento de Mosela. Eso explica en muy buena medida el radical entendimiento y la entrañable amistad que se estableció entre ellos, y contribuye también a justificar en alguna medida las similitudes en cuanto a la ética editorial que guio y sustentó sus trayectorias.

A los veintitrés años abandonó Maspero sus estudios de etnología para entrar a trabajar en la librería L’Escalier, en el quartier de l’Odéon, donde establecióncontacto con los lectores de la revista panafricanista del senegalés Alioune Diop (1910-1980) Presence Africaine, cuyo primer número iba precedido de un texto de André Gide y una significativa presentación del director que se iniciaba con las siguientes palabras: «La revista no mantendrá obediencia a ninguna ideología o política. Quiere abrirse a la colaboración de todos los hombres de buena voluntad». Allí entra en contacto con Amílcar Cabral (19241-973), que por esos años funda el Partido Africano por la Independencia de Guinea y Cabo Verde, el escritor senegalés e ideólogo del concepto de negritud Aimé Césaire (1913-2008) y, entre muchos otros, el poeta angoleño Mario Pinto de Andrade (1928-1990), que más adelante le puso en contacto con el psiquiatra de La Martinica Frantz Fanon (1925-1961), a quien Maspero publicaría dos obras importantes y polémicas, L’an V de la Révolution algérienne (1959) y Damnés de la terre (1961).

F. Maspero.

La compra de esa librería, gracias a una herencia de su abuela, coincide prácticamente con su entrada en el Partido Comunista, del que es expulsado a los seis meses, según contó él mismo por protestar públicamente contra la política soviética en Hungría y por la desidia del partido acerca de la guerra de Argelia, lo que hizo que André Tollet le acusara de haber «vomitado sobre el partido». «Una experiencia sumamente saludable», fue la réplica de Maspero. Poco después se endeuda para comprar lo que será su segunda librería, La Joie de Lire, en el barrio Latino, que se hizo famosa por ser una de las víctimas predilectas de los situacionistas, que robaban libros por considerar a Maspero un «mercader de la revolución».

Finalmente, en 1959 (durante el apogeo de la guerra de Argelia) empiezan a funcionar las Éditions Maspero, que desde el primer momento topan con la dureza punitiva de la censura francesa. Sin embargo, el libro con que estrena su colección inicial y una de las más emblemáticas, Cahiers Libres, es el testimonio de un exmiembro de las Brigadas Internacionales, La guerre d’Espagne, de Pietro Nenni (1891-1980).

La mencionada L’an V de la Révolution algérienne (reeditada en 1966 con el título Sociologie d’une révolution) fue prohibida por el gobierno francés seis meses después de su publicación, y esa fue la tónica con muchísimos de los libros publicados en esos primeros meses de actividad editorial, así como de la revista Partisans, que se publicó entre 1961 y 1972 y donde se estrenó por ejemplo Georges Perec (1936-1982). Según escribe Sarría Buil:

Los libros afectados por esta «censura de guerra», que difícilmente asumía su nombre como afirma el historiador Benjamin Stora, fueron esencialmente los editados por Jérôme Lindon de las Editions Minuit y por François Maspero. Entre 1958 y 1962 fueron secuestrados 25 libros de los cuales 13 habían sido editados por Maspero. Solo en 1961, punto álgido en la práctica censora, ocho de sus libros son prohibidos bajo las acusaciones de atentar a la seguridad del Estado y provocar a los militares al desacato, a la deserción o a la insumisión, y ello amparándose en diferentes artículos de la Ley de prensa de 1881.

En cuanto al ideario que rigió a esta editorial, con acusada vocación de intervención política no partidista, son reveladoras las muy a menudo citadas declaraciones de su creador en la entrevista de Marker, en las que distingue tres tipos de catálogos:

Un editor se define por su catálogo. Sin embargo, hay el catálogo de los libros que ha publicado y por otra parte un catálogo, por lo menos para mí, mucho más importante, de los libros que no ha publicado. Y estoy muy orgulloso de ver hay un montón de libros que yo no he publicado. Hay aún un tercer catálogo que se podría hacer que es el de los libros cuya publicación se propicia en otras editoriales por el simple hecho de existir. Es muy importante también. Me siento muy feliz al ver que se publican muchos libros que no se hubieran publicado si yo no existiera, porque hay editores que los publican solo debido a que he divulgado un estilo de publicación y no quieren que esos libros se publiquen en mi editorial. Eso también es muy gratificante.

Hay un amplísimo consenso en destacar el carácter abierto del catálogo de Maspero, si bien evidentemente escorado a la izquierda (de ahí que tanto sus librerías como la editorial fuesen objeto de ataques y atentados por parte de la extrema derecha). La declarada y mostrada prioridad en la publicación era alentar el diálogo, llamar la atención sobre aquellos temas que le parecían interesantes y dignos de mayor atención (el anticolonialismo, el tercermundismo, la negritud, el totalitarismo de izquierda y de derecha…). En parte ello explica que, junto con el propio José Martínez y Giangiacomo Feltrinelli, Jorge Herralde destaque a Maspero como uno de los «tres faros, tres ejemplos para cualquier editor con vocación antifranquista» en los años sesenta. Y a ello añadía Maspero una diáfana estrategia anticapitalista, apegada al contexto social de su tiempo:

Lo más importante es esa noción de Paul Nizan, que para mí es fundamental, de que en la lucha contra el capitalismo lo esencial es siempre traicionar a la burguesía empleando, si es posible, sus propias armas —y en este caso se trata de la cultura burguesa— y de ponerlas a disposición de quienes luchan contra ella. La noción de traición de la burguesía es la más importante. Yo soy un burgués que traiciona a la burguesía y que lucho cada día por traicionarla más y mejor.

Fuentes:

Félix Boggio Éwanjé-Épée y Stella Magliani-Belkacem, «Entretien avec François Maspero: “Quelques malentendus», Période, 18 septiembre 2014.

Julien Hage, «François Maspero: Publisher (P)artisan», Viewpoint Magazine, 27 de mayo de 2015.

Jorge Herralde, «”Y el cinismo sin llegar…” Homenaje a Pepe Martínez y el Ruedo Ibérico» [2004], en Por orden alfabético, Barcelona, Anagrama, 2006, pp. 177-192.

Chris Marker, «Maspero, les mots ont un sens», On vous parle de Paris, 1970. (vídeo)

Sara K. Miles, Freedom «en français»: The revolutionary intellectual and publication networks in Québec, France and Algeria, 1963-1968, tesis presentada en la Universidad de Chapell Hill, 2017.

Salar Mohandesi, «Shapping the Intellectual Terrain: On François Maspero», Viewpoint Magazine, 27 de mayo de 2015.

Aránzazu Sarría Buil, «Oponerse al franquismo editando en París: Ruedo Ibérico y las Éditions Maspero», Laberintos. Revista de estudios sobre los exilios culturales españoles, núm. 22 (2020), pp. 317-352.

El lugar de Carlos Milla Batres en la historia editorial peruana

El reconocido editor, impresor y escritor Carlos Prince Letcher (1836-1919) no sólo ocupa un lugar de privilegio en la historia de la edición en Perú sino que se convirtió en modelo de algunos de los profesionales del libro más relevantes del país. Nacido en París, pronto quedó huérfano y se formó como tipógrafo al lado de su tío, y una vez llegado a Lima, en 1862, trabajó con Manuel Atanasio Fuentes (1820-1889) en los talleres El Mercurio (que más tarde llegaría a dirigir), antes de establecerse en 1871 por su cuenta y crear la Imprenta del Universo, que luego reconvertiría en Casa Editorial y Librería de la Imprenta del Universo. Entre los libros que editó se cuentan dos de las últimas obras de Fuentes, Ramillete o repertorio de los más piramidales documentos oficiales del gobierno dictatorio (1881) y El purgatorio de nombres o sea extravagancia de apellidos (1883), además de obras de autores como Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), Víctor Balaguer (1824-1901), Edgar Allan Poe (1809-1949), Víctor Hugo (1802-1885), o de las peruanas Clorinda Matto de Turner (1852-1909) y Mercedes Cabello de Carbonera (1845-1909), entre otros. Aun así, quizá su legado más importante fueron los tres volúmenes de Lima antigua, aparecidos en 1890 y considerado aún hoy uno de los trabajos fundamentales sobre la historia de la ciudad. La aparente heterogeneidad del catálogo respondía, pues a las necesidades culturales del Perú de su época y alentó al mismo tiempo la creación literaria peruana.

En la estela y como herederos de algún modo de Prince cabe situar al gran Juan Mejía Baca (1912-1991), a Jaime Campodónico Falconi (1919-2007), a Andrés Martín Carbone Obradovich (1920-1988), a Francisco Moncloa Fry (1922-1982) y, entre otros pero de un modo particular, a Carlos Milla Batres (1935-2004).

El hijo de este último reconstruyó en un estremecedor texto la dura infancia de Carlos Milla, nacido en El Salvador, huérfano desde muy joven y al cargo de su tío, terrateniente en Honduras, del que huyó a los quince años para emprender un periplo que a finales de los cuarenta, azarosa y afortunadamente, le permitió obtener el bachillerato en Tegucigalpa, donde participó también en un precario periódico estudiantil, El Tornillo Sinfín. Se trasladó entonces a Lima, y en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos inició estudios de Derecho, que abandonó para editar la Gaceta Sanmarquina.

Juan Mejía Baca.

Más tarde, ya en 1964, aparecen los primeros números de Visión del Perú. Revista de Cultura, que publica un mítico cuarto número (junio de 1969) en el que reúne una amplísima selección de artículos hoy famosos sobre la obra de César Vallejo escritos por Jean Cassou («Recuerdo de Vallejo»), Corpus Barga («Vallejo indescifrado»), Antonio Cornejo Polo («Sobre “Paco Yunque”»), André Coyné («César Vallejo, vida y obra»), Hans Magnus Enzensberger («Vallejo, víctima de sus presentimientos»), Vicente Gaos («Auscultación de César Vallejo»), Nicolás Guillén («Adhesión a Vallejo»), Saúl Yúrkievich («Vallejo, realista y arbitrario»)… Posteriormente este número se publicaría en forma de libro, con algunas imágenes, con el título Homenaje Internacional a César Vallejo.

Un poco antes había coeditado Milla con la Universidad Nacional de Ingeniería un librito de apenas 58 páginas pero legendario en la historia del llamado boom de la novela latinoamericana, al que tituló La novela en América Latina: Diálogo. Se trataba de la transcripción de las conversaciones que tuvieron en la Facultad de Arquitectura el 5 y el 7 de septiembre de 1967 Gabriel García Márquez (que acababa de publicar en mayo Cien años de soledad) y Mario Vargas Llosa (que recién había obtenido el Rómulo Gallegos con La Casa Verde), cuando hacía apenas un mes que se conocían personalmente, aunque sí se habían comunicado epistolarmente. No deja de ser curioso y cuanto menos infrecuente que en la cubierta aparecieran sólo los apellidos de los autores, sin el nombre de pila. Después de reeditarse en diversas ocasiones (tanto en Lima como en Buenos Aires) y de haber circulado profusamente en copias y ediciones pirata, se publicó en Alfaguara en una versión muy ampliada con el título Dos soledades: un diálogo sobre la novela de América Latina (2021), entonces ya con los nombres completos de los interlocutores.

A finales de los años sesenta y primeros setenta son frecuentes en Milla las ediciones de libros de poetas peruanos (en la colección  Ernesto Che Guevara): Informe al rey y otros libros secretos, 1963-1967 (1969), de Gonzalo Juan Rose, Noé delirante (1970), de Arturo Corcuera e ilustrado por Tilsa Tsuchiya, Surcando el aire oscuro (1970) de Javier Sologuren e ilustrado por Fernando de Szyszlo, o Agua que no has de beber (1970), de Antonio Cisneros, pero alternan desde el primer momento con volúmenes editorialmente más complejos de tema histórico y político que sitúan a Carlos Milla como una editorial comprometida con la sociedad de su tiempo; es el caso por ejemplo de los diez volúmenes de la Historia general del Perú (1971), de Lenguaje y discriminación social en América Latina (1972), de Alberto Escobar, de Imagen del Perú en el siglo XIX (1972), de Léonce Angrand, o de la Historia de las batallas de Junín y Ayacucho preparada por Juan Basilio Cortegana y Manuel de la Haza.

Tiene también mucho interés la publicación en enero de 1968 de El viejo saurio se retira, la primera novela del hoy ya consagrado Miguel Gutiérrez, de la que hace además ediciones con fotografías en blanco y negro fuera de texto en la Colección Imagen y Literatura. No desatiende pues Milla la narrativa, y engalana su catálogo con algunos títulos importantes de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), como los tres volúmenes de cuentos La palabra del mudo (1952-1972), la novela publicada ya en 1960 por Ediciones Tawantinsuyu Crónica de San Gabriel (1975), o las inclasificables Prosas apátridas (1978).

Precisamente con Ribeyro arranca en 1973 una Biblioteca de Autores Peruanos, concretamente con Los geniecillos dominicales, prologado por quien fuera su compañero de escuela y por entonces prestigioso escritor Washington Delgado (1927-2003). Y en esa misma colección, como tercer número, se publica el anónimo Tutupaka Llacta (El mancebo que venció al diablo), preparado y traducido del quechua por Jorge A. Lira y prologado asimismo por Delgado. Fruto de ese mismo interés por las culturas prmigenias de América es la publicación en 1974 del clásico quechua Issicha Puytu: drama quechua anónimo, en edición bilingüe y con introducción y notas también de Lira. Y, aún en esa misma línea, de 1979 es la edición definitiva de Ñahuin. Narraciones ordinarias, de Eleodoro Vargas Vicuña (1924-1997), acaso el más importante de los representantes peruanos del neoindigenismo literario.

Con todo, quizás las obras más perdurables de la labor cultural de Milla Batres hayan sido la coordinación y edición ya a partir de la década de 1980 de grandes obras de referencia, como los nueve volúmenes del Diccionario Histórico y Biográfico del Perú (1986), que luego se actualizó con los dos volúmenes del Diccionario Biográfico del Perú Contemporáneo (2004), el Atlas Histórico y Geográfico del Perú (1995), en cuatro volúmenes, y, pese haber quedado inconclusa, la Enciclopedia Temática del Perú.

Cuantitativamente, la importancia del legado de Milla Batres es difícilmente discutible, pero además se hace evidente en él, al margen de la voluntad de dotar a la sociedad peruana de los materiales indispensables para su autoconocimiento, una visión muy abierta del país que le acogió cuando llegó siendo adolescente y una invitación al diálogo entre las comunidades culturales que alberga. Algo no muy distinto al proyecto de Prince Letcher, con quien quizá sean también explicativas las coincidencias biográficas.

Carlos Milla Batres.

Fuentes:

Marcos E. Milla, «Carlos Milla Batres, el editor que yo vi (mi padre)», Escritura y pensamiento, núm. 15 (2004), pp. 106-117.

Julio César Olaya Guerrero, La producción del libro en el Perú, período 1955-1999, tesis presentada en la Escuela Académico Profesional de Bibliotecología y Ciencias de la Información de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2001.

Frank Otero, «¿Reeditarás la Biblia en el cielo? Semblanza de Carlos Milla Batres», Lecturalia. Tierra de Letras, núm. 120 (21 de febrero de 2005).

Melanie Pastor Boza, «Semblanza de la Imprenta del Universo (1870)», Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2017.

Descentralización editorial contra censura

En algunas ocasiones se ha alegado la edición de obras del poeta romántico Jacint Verdaguer (1845-1902) a principios de los años cuarenta del siglo xx para intentar minimizar el efecto de la censura franquista en el retroceso que experimentó el uso de la lengua catalana tras la guerra civil española. Lo que se oculta en estos casos es cómo, por qué y en qué condiciones se pudo publicar a Verdaguer ya en 1943.

Jacint Verdaguer.

En su reciente tesis doctoral dedicada a la editorial La Selecta, Mireia Sopena ha reconstruido ese proyecto, que arranca en 1941 (cuando ya cursa un primer permiso para publicar a Verdaguer) y que cristalizó en la publicación de un texto escrito en un catalán previo a la reforma ortográfica llevada a cabo por el filólogo Pompeu Fabra y unánimemente aceptada. Escribe Sopena (traduzco del catalán):

A partir de la edición en rústica de Francesc Matheu, i con un prólogo de Frederic Mistral, las Obres completes de Jacinto Verdaguer se estamparon con un copyright de la Cada del Libro y el pie editorial de una llamada Biblioteca Selecta, si bien al poco tiempo la obra se transformó en el número 1 de la colección Biblioteca Perenne. La NAGSA imprimió un tiraje de casi 1.500 páginas y 123.000 ejemplares, que debían permitir amortizar los costos de edición y producción, aunque el precio de 175 pesetas era excesivamente elevado si se tienen en cuenta el de obras homologables de la competencia, que rondaban las 125 pesetas, y el de novelas en castellano de doscientas páginas a unas 15 pesetas.

Basta echar un vistazo a esa edición para comprender que si se pudo publicar fue, entre otros motivos, porque iba destinada a las clases pudientes y el arcaísmo del texto lo hacía poco menos que incomprensible para los lectores poco formados. Lo que quizá no se esperaran es que se convirtiera en un exitazo (se agotó en menos de un año). El fin de la guerra mundial propició un interés de la censura franquista por dar muestra de su manga ancha, lo que propició que este tipo de tejemanejes se repitiera con Victor Català (retablo en 1944, Mosaic en 1946) y que de Verdaguer, con motivo del centenario de su nacimiento, se hicieran en esos años otras diversas ediciones.

Dibujo de Junceda para el Canigó.

El excelente dibujante Joan Junceda (1881-1948) ilustró algunos pasajes del poema narrativo de Verdaguer Canigó, del que en 1945 hizo una edición de mil ejemplares en rústica a la que la única objeción que puso la censura fue a la intención de incluir un texto preliminar (meramente biográfico, de apenas media página y en catalán prefabriano). Además de los mil ejemplares corrientes, se hizo una tirada de ciento cincuenta en papel de hilo, numerados, con los dibujos ilustrados a mano y protegidos con papel de seda y acompañada de un estuche. De nuevo, el libro se dirigía a un determinado tipo de lectores, pero en este caso es particularmente interesante la casa editora: Sala, de Vic, que lo hizo imprimir en la igualadina Estampa de Pere Bas i Vic (creada en 1930 y que publicó en los años treinta mucha prensa local y en la postguerra, por ejemplo, El Club de Futbol Igualada, campeón de Cataluña, 1945-1946 y en 1958, en catalán, La indústria textil igualadina. Història d’un gremi, de Josep Riba i Ortínez).

Los orígenes de las ediciones de la Sala de Vic se remontan a la creación de la librería homónima en agosto de 1941 por impulso de Francesc Sala i Cidera, a quien el poeta Agustí Esclassans inmortalizó en el poema «A un llibrer de Vic» (en Beatrix, 1954). La librería, punto de reunión y de tertulia, actuó como catalizadora y difusora de la cultura en la ciudad de Vic y alrededores, y ya en 1943 hacía imprimir una edición de El criterio, del filósofo y teólogo Jaume Balmes (1810-1848), ilustrada por Junceda. Dos años después, además del Canigó, aparecía Don Serafín: ¿Bailamos o no bailamos? Interesantes y borascosas ideas sobre un problema de candente actualidad, que el obispo Ramon Masnou (1907-2004) firmó como Darío.

En la primera solapa de la sobrecubierta de este libro se encuentra alguna información interesante, como por ejemplo que la edición corriente de Canigó valía 35 pesetas y los 150 ejemplares numerados, 350. Sin embargo, más interesante es el anuncio de la «Colección Aures de la Plana. Volúmenes poéticos de autores vicenses» y sobre todo de una colección de goigs en ediciones limitadas de doce ejemplares de Escrits inèdits de Mn. Cinto Verdaguer i homes de l’Esbart de Vich, que es dudoso que se llevara a cabo, pues no parecen haber dejado ningún rastro. También de 1945 es la antología de viñetas Garabatos de Lluis Mallol. Cuentos, chistes, historietas, encueaderbado en cartoné y con la cubierta impresa a dos tintas y el interior en bicromía (esto es: la viñeta en azul, rojo o negro, con una orla enmarcándola en amarillo o verde, por ejemplo).

A quien por entonces era rector del seminario de Vic, Climent Villegas, le publica Sala Ejemplaridad de Balmes en 1946 y ese mismo año se imprime El alma religiosa de Contardo Ferrini, de Ánngelo Portaluppi y prologado por Agostino Gemelli y traducido por el filósofo y escritor Josep Miquel i Macaya (1907-1995), pero mayor importancia tuvo la mencionada colección en catalán Aures de la Plana, que se estrenó en 1947 con Els meus racons de Vic, de Miquel S. Salarich i Torrents y prologado por de Eduard Junyent, Hores enceses, de Josep Clarà i Roca y con prólogo de Tomàs Roig i Llop y Messa novella, de Ramon Vidal i Peix e introducción de Artur Martorell i Bisbal, y en la que en los años sucesivos se publicarían, entre otros, Records de juventud, de Pilar Pratdesaba de Surroca prologado por Miquel S. Salarich i Torrents (1952), La finestra oberta, del mencionado Salarich prologado por Ramon Rucabado (1954) y Díptic, de Nuria Arbó y Maria Àngels Anglada y prólogo de Marià Manent (1972) (puede verse el catálogo completo de esta a colección en el artículo de Miquel S. Ylla-Català i Genís mencionado en las fuentes).

Desde 1949 se habían empezado a hacer habitual la edición de opúsculos ilustrados con motivo fechas señaladas, como el día del libro o Navidad, ilustrados en su mayoría por Salvador Puntí (1909-1970), pero también otros por artistas como Joan Vilà i Moncau (1924-2013), Jacint Conill (1914-1992) o Pere Brugulat (n. 1922).

Mayor interés tiene otra modesta colección, destinada al género dramático y llamada Biblioteca Teatral Ausona, en cuya creación tuvo un peso importante el actor, dramaturgo y polifacético hombre de teatro Josep Subirana (1874-1951), conocido también como «Manel dels ous». Según cuenta Pilar Cabot:

Hubo autores que escribieron algunas obras pensando específicamente en él [Josep Subirana]; para que él las estrenara, como fue el caso de Florenci Cornet, Lluís Rossic, l’Aubanell… Però él padrí lo completaba: las ponía en escena y las editaba. Creó la Biblioteca Teatral Ausona, una colección abierta a autores en lengua catalana y que tenía dos vertientes: Obras de Centre Catòlic (solo hombres) y Obres amb Dama. Los impresores eran Aleu, Domingo & Cía., de la calle Calàbria (entonces en el núm. 89), en Barcelona. Más adelante reconvirtió la colección. Pasó a llamarse Biblioteca Teatral Subirana y se imprimía en Vic, en la Tipografia Balmesiana de la calle de la Riera (por entonces en el núm. 5).

En esta colección se publican en 1947 en rápida sucesión El rabadà a Betlem (Pastorets): dividit en tres actes i quatre quadres, de Ramon Vidal i Pietx;  La comtesseta de Bella flor: drama líric en quatre actes (1947), de Joan Villacís y música de Adjutori Vilalta; Amor triomfant y Sospirs d’infant: quadrets lírics (1947), de Joan Vilacís y Joan Brugalla i Saurina, con música de Lluís Brugarolas i Ventulà Sala (como título inicial de una serie dentro de la colección llamada Joai Infantil); Llum dintre la fosca: drama líric per a nenes dividit en dos quadres i El bes de la caritat: quadrets lírics per a nenes, de Joan Villacís y continuación de la mencionada Joai; El calvari d’una llar: drama en tres actes i en prosa per a noies, de Francesc Carbó i Trilla, y tras una pausa en el ritmo de publicación se añaden A la ciutat de Lleida: poema líric en tres actes (1950), de Joan Casanovas i Molist y música de Josep Casanovas i Molist, Poemes d’infants: quadrets originals (1952), de Francesc Carbó i Trilla y Joana d’Arc: poema històric en vers, obra de teatre catòlic per a noies (1952), de Francesc Planas i Vilaró.

Y es importante esta colección porque su publicación es casi coincidente en el tiempo con la iniciativa de Sunyol de crear un pequeño grupo teatral de jóvenes, que cuajaría en la Schola Teatral y en la organización del Primer Cicle de Teatre Actual, cuya pretensión era estrenar en la ciudad a grandes dramaturgos internacionales, alentar el interés de los jóvenes por el teatro y, además, investigar nuevas formas de preparar la puesta en escena del teatro contemporáneo a partir de las innovaciones que en este campo se estaban produciendo en toda Europa. Lamentablemente, no pasó de la primera edición, por problemas de financiación, pero sí dejó un cierto poso como punto de partida del teatro independiente en la ciudad, que con el tiempo cristalizaría en el grupo vanguardista La Gàbia (1961-1994) fundado por Lluís Sola i Sala (quien en 1976 se convertiría en director de la sede del Institut del Teatre en Ososa) y que empezó a rodar en 1961 con Poemes civils, de Joan Brossa (1919-1998), en la creación en la Universitat de Vic de un posgrado en Teatre i Educació, en la fundación del Centre Dramàtic d’Osona, etc. 

Fuentes:

Maria Antònia Bisbal i Cendra, «La imprenta a Igualada», Miscellanea Aqualatensia, núm. 3 (1983), pp. 289-311.

Pilar Cabot, «Josep Subirana (Vic 1874-1951)», Ausa, vol. XX, núm 150 (2002), pp. 683-693.

Ramon Pinyol i Torrents, Verdaguer sota el franquisme: censura i manipulació, discurso de recepción del autor como miembro numerario en Secció Històrico-Arqueològica del Institut d’Estudis Catalans, leído el 25 de enero de 2018.

Carme Rubio, «L’activita teatral a Vic a partir de la postguerra», Ausa, vol. Xx, núm. 148-149 (2002) pp. 221-243

Mireia Sopena, La Selecta, centre de l’edició i de la vida literària(1943-1962), tesis doctoral, Facultat de Filosofia i LLetres, Universitat Autònoma de Barcelona, 2021.

Miquel S. Ylla-Català i Genís, «La llibreria Sala, gresol de cultura vigatana», Ausa, vol. IX, núm. 100 (1981) pp. 425-431.

Álvaro Fernández Suárez y sus editores insólitos

En el estudio introductorio que precede a la novela del escritor gallego Álvaro Fernández Suárez (1906-1990) Hermano perro (La novela de los tiempos), el profesor Ignacio Soldevila (1929-2008) constataba la escasa fama que siempre tuvo este narrador y la atribuía, además de a los hechos de no pertenecer a ningún grupo literario y de haber residido fuera de España, a las editoriales en que se había publicado su obra. La explicación sigue pareciendo perfectamente válida.

Cubierta de José Renau (1907-1982).

Aun así, periódicamente van apareciendo reivindicaciones póstumas de su obra, y si en las actas El exilio literario español de 1939 (1998) se dedicaban dos artículos a su obra —«Se abre una puerta… (1953): los primeros cuentos de Álvaro Fernández Suárez», de Fernando Valls, y «Álvaro Fernández Suárez y su obra novelística», de Ignacio Soldevila, primera versión del estudio de Hermano perro— y aun parte de un tercero —«El exilio español en Uruguay», de Rosa Maria Grillo—, Javier Quiñones incluyó luego el que se tiene por el mejor cuento de Fernández Suárez, «La ciénaga inútil», en la antología publicada por Menoscuarto Sólo una larga espera. Cuentos del exilio republicano español (2006). El año anterior López & Malgor habían publicado en la colección Libros del Eo el volumen Un pequeño país de cuento (2005), que incluye «La confesión del padre O’Leary», «La ciénaga inútil» y «El rajá de Balibulán», y la ovetense KRK publicó en 2007 los seis cuentos que componen Se abre una puerta, con prólogo de Fernando Valls, para dos años después redondear la faena con la obra de Luis Casteleiro Oliveros Álvaro Fernández Suárez. Bibliografía de un escritor eficazmente olvidado.

Si prestigioso pero poco leído era Fernández Suárez como cuentista, menos conocidas aún eran su mencionada novela Hermano perro —en cuyo prólogo para la Biblioteca del Exilio Soldevila Durante, además de reproducir interesantes pasajes del epistolario que mantuvo con el autor, ofrece un retrato sintético pero útil de su autor—, y El retablo de maese Pedro. Farsa endiablada de hombres y muñecos en dos entreactos y dos actos (1945). Las circunstancias que rodearon la publicación de estas obras contribuyeron al silencio crítico que ha engullido al autor durante muchos años.

Según cuenta Luis Casteleiro, fue el poeta exiliado en México León Felipe (Felipe Camino, 1884-1968) «quien realizó las gestiones con el editor mexicano Andrés Zaplana [1903-1971] y quien se encargó de supervisar la edición, que no obstante apareció con numerosas erratas», que por su parte Soldevila considera «generalmente subsanables» (pero demasiadas de ellas, ortotipográficas, se mantienen en esta edición). Encontrándose por entonces Fernández Suárez exiliado en Montevideo, es lógico que recurriera a la colaboración de un amigo español (a quien había tratado cuando era ayudante en la cátedra Adolfo Posada de la Universidad de Madrid), pero al parecer este no cumplió con su cometido como era de desear. En esos mismos años, en un artículo recogido en Cosas vistas y oídas (1943), Fernández Suárez contaba que fueron precisamente la profusión e importancia de las erratas con que se publicó su primer artículo en la revista Marcha lo que le llevó a plantearse seriamente la posibilidad de dejar de publicar sus textos, pero añadía: «Ahora, mis trabajos siguen saliendo indefectiblemente con erratas, algunas tremendas. Pero ya estoy acostumbrado y espero que mis lectores también».

Lo cierto es que tal vez las gestiones de León Felipe para publicar la novela de Fernández Suárez (276 páginas en un formato de 20 x 15 y cubierta ilustrada por José Renau) no estuvieron del todo bien encaminadas, pues pese a que Casteleiro lo califique de editor, apenas tenía experiencia en estas lides el enigmático Andrés Zaplana.

La documentada tesis de Lluís Agustí ha clarificado, hasta donde de momento parece posible reconstruirlo, el misterio que rodea a Andrés Zaplana, a quien por ejemplo Gemma Gordo atribuyó una notable importancia como puente entre los españoles establecidos en México antes de 1936 y los republicanos que llegaron posteriormente («será un nexo con los exiliados españoles que lleguen con motivo de la guerra civil. Sus librerías acogieron las producciones de dichos exiliados»).

Todo hace suponer que Zaplana llegó a México en 1924 y que viajaba a menudo a España, pero hay algunos puntos oscuros acerca de cuándo se estableció en México y sobre sus primeros trabajos en ese país. Al parecer, no está nada claro que se pusiera al frente de la distribuidora Bajel en México, pero en 1940 compró (¿se asoció?) a Leopoldo Duarte de la librería La Selecta (este segundo dato viene avalado por el hecho de que la dirección que figura al pie de la edición de Hermano hombre es la de La Selecta, Avenida Hidalgo, 96), hasta que en 1945 fundó —¿con apoyo económico de El Cuento?— la primera y gigantesca Librería Zaplana (en San Juan de Letrán, 41, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas), a la que seguirían otras cinco sucursales en los diez años que van de 1950 a 1960.

Acaso el apoyo de la revista El Cuento. Revista de imaginación, que tuvo una primera época en 1939 financiada por el periodista Regino Hernández Llergo (1896-1996), sea también problemático o quepa cuanto menos matizarlo. Esta revista, fundada por Horacio Quiñones (1915-1983) y Edmundo Valadés (1915-1994) y dirigida por este último, sólo publicó cinco números entre junio y diciembre de 1939 y desapareció por problemas económicos y por las dificultades para obtener papel generadas por las segunda guerra mundial. Pasado el tiempo, en 1964, arrancó una segunda época, alentada y financiada por Andrés Zaplana, durante la cual se instituyó el original premio consistente un automóvil (un Renault) para quien presentara el mejor relato muy breve. El primero en obtenerlo, que firmó como Gamínedes, fue Avel·lí Artís Gener (1912-2000) con «Sesenta pesos de delirio», que se publicó en el décimo número, acompañado de una entrevista al autor y un reportaje fotográfico en el que puede verse al escritor galardonado junto a los miembros del jurado (Juan Rulfo y Andrés Zaplana), Agustín Yáñez, Edmundo Valadés, etc.

Sea como fuere, la de Hermano perro parece haber sido la única experiencia de Zaplana como editor, acaso como consecuencia del resultado de la prueba, si bien tuvo algunas críticas muy elogiosas y cuenta Casteleiro que la novela «se distribuyó fundamentalmente en Uruguay, donde alcanzó un importante éxito comercial». En cualquier caso, no se reeditó hasta 2006.

En cuanto a El retablo de maese Pedro, escribe Rosa María Grillo que es una «obra divertida y erudita, en la que actúan personajes clásicos (don Quijote, Sancho, Melisenda, Carlomagno, etcétera) y actores-muñecos del Retablo de Maese Pedro, subrayando la total ficcionalidad y el efecto “extrañante” del hecho teatral. Son obras interesantes [esta y Hermano perro], injustamente olvidadas, que revelan a un “aficionado” inteligente pero extraviado».

Colofón de El país de la cola de paja, de Mario Benedetti.

No parece haber rastro de que esta obra se llevara a escena, y la primera y única edición, de 1945 y acompañada de veintiuna ilustraciones, corrió a cargo de la editorial montevideana Letras (¿la Imprenta Letras del gallego José Pampín en la calle La Paz?), de la que tampoco es que abunden los datos fácilmente accesibles, si bien en 1942-1943 aparecieron a cargo de este sello dos números de una interesantísima revista titulada Apex entre cuyos impulsores se encontraban el pintor Joaquín Torres García (1874-1949), el periodista Manuel Flores Mora (1923-1985) y los escritores Juana de Ibarborou (1892-1979), Juan José Morosoli (1899-1957) y Juan Carlos Onetti (1909-1994), así como el entonces joven pintor de origen gallego Leopoldo Novoa (1919-2012).

En esos años Letras publicaría además libros tan diversos como el estudio colectivo Sobre la reforma agraria en Uruguay (1944), la biografía del poeta y tanguero Juan Carlos Welker (1900-1946) Baltasar Brum, verbo y acción (1945), los aforismos de Juan Gil Salguero Partida noble (1934-1937) (1946), los poemarios de José Pampín Golán Tránsito (1946) y Mástil (1942-1946) (1946), la novela de Dionisio Trillo Pays (1901-9171) Estas hojas no caen en otoño (1946), el ensayo de Rogelio Greco Abal El ceibo (1946)… No exactamente una pléyade de la literatura uruguaya, en la que sólo Trillo Pays ocupa un lugar. Quizás el vínculo fuera Welker, que había sido colaborador de la revista Alfar cuando ésta la dirigía en A Coruña Julio J. Casal (1889-1954) y que desde 1929 seguía haciéndolo en Montevideo.

Logo de Letras.

Fuentes:

Lluís Agustí, L’edició espanyola a l’exili a Mèxic: 1936-1956. Inventari i propostes de significat, tesis doctoral, Facultat de Biblioteconomia i Documentació, Universitat de Barcelona, 2018.

José de la Colina, «Arreola, el loco por la literatura I», Letras libres, 23 de septiembre de 2009.

Gemma Gordo Piñar, Miguel de Unamuno y México. Relación y recepción, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, 2013.

Rosa María Grillo, «El exilio español en Uruguay», en Manuel Aznar, ed., El exilio literario español de 1939, vol. I, Sant Cugat del Vallès, Associació d’Idees/Gexel, 1998, pp. 95-102.

Hugo Gutiérrez Vega, «Un vistazo a los cincuenta (II)», El Mercurio (suplemento cultural de La Jornada, 10 agosto de 2014, p. 2.

Fernando Rodríguez Díez, El mundo del libro en México, México D.F., Diana, 1992.

Rafael Solana, «El año de Costa-Amic», en Claudio R. Delgado, ed., Mil nombres propios. En las planas de El Universal, México, Fondo de Cultura Económica, 2017.

Ignacio Soldevila, «Estudio introductorio» a Álvaro Fernández Suárez, Hermano perro (La novela de los tiempos), Ediciós do Castro (Biblioteca del Exilio 25), Sada, 2006, pp. 9-33. Se trata de una actualización de «Álvaro Fernández Suárez y su obra novelística», en Manuel Aznar, ed., El exilio literario español de 1939, vol. II, Sant Cugat del Vallès, Associació d’Idees/Gexel, 1998, pp. 95-102.

Fernando Valls, «Se abre una puerta… (1953) Los primeros cuentos de Álvaro Fernández Suárez», en Manuel Aznar, ed., El exilio literario español de 1939, vol. II, Sant Cugat del Vallès, Associació d’Idees/Gexel, 1998, pp. 231-237.

Fernando Valls, «El Cuento, revista de Edmundo Valadés, I», La nave de los locos, 10 de marzo de 2010.

Joan Senent Anaya y la cultura del libro en Valencia

La primera sede de la que probablemente sea la librería más importante de Valencia, Tres i Quatre, estuvo en la planta baja del número 7 de la calle Pérez Bayer, que hasta entonces había sido una autoescuela propiedad de la familia del abogado Joan Senent Anaya (1916-1975). El padre de éste, Joan Senent Ibáñez, natural de Massarrojos y conocido popularmente como Tio Roig el Fariner, además de notable arqueólogo había sido pionero en la edición de manuales de circulación ‒la primera edición del exitosísimo El examen de conductor. Carmet de chofer, escrito y editado por él mismo bajo el sello Senent, data de 1946‒, así como en la docencia de las técnicas de chófer. También Senent Anaya aparece como autor de la actualización de alguno de estos libros. Por si fuera poco, su tío, el activista cultural y empresario Nicolau Primitiu (1877-1971), también estaba estrechamente vinculado al mundo de los libros, no sólo como coleccionista sino también como fundador de la revista bilingüe Sicània (1954-1959) y de la editorial homónima. Y habría que establecer si existe parentesco con Miguel Senent, el Cojo Senent, que con el escritor Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) fundó en 1893 la efímera empresa editorial La Propaganda Democrática.

Se da la circunstancia de que Senent Anaya ya había cedido antes locales a comercios libreros: la Can Boïls (la primera librería valencianista de la postguerra), gestada en el seno de la asociación Lo Rat Penat (por Lluís Aracil, Josep Lluís Carrión y Emili Boïls) y fundada en 1962, y poco después de que ésta cerrara (en 1965), la también valencianista Concret Llibres, impulsada por Valerià Miralles, Alfons Cucó y Tomàs Llorens, abierta en 1967 y objeto desde el primer momento de la vigilancia, el acoso y de diversas multas por parte de secuaces del Ministerio de Información y Turismo (a cuyo frente se encontraba por entonces Manuel Fraga).

En diciembre de ese mismo 1967, Senent Anaya y su hijo Joan Senent Moreno figuran entre los creadores de la sociedad civil Tres i Quatre, junto con Joan Fuster, Rosa Raga y Eliseu Climent, una de cuyas primeras iniciativas será la apertura de la mencionada librería homónima.

Joan Senent Anaya.

Antes, ese mismo año, había aparecido con sello de Senent la novela de Maria Beneyto (1925-2011) La dona forta, precedida de un prólogo del prestigioso filólogo e historiador Manuel Sanchís Guarner (1911-1981) y galardonada con el entonces aún recientemente instituido Premi Joan Senent de narrativa.

El 25 de febrero de 1968, Senent Anaya registra una solicitud de autorización para una iniciativa de enorme trascendencia, que el 19 de diciembre es aprobada. Así, el 1 de junio de 1969 empieza a aparecer el boletín bibliográfico inicialmente bimestral Gorg, que incluía resúmenes y fragmentos de obras publicadas en lengua catalana, a menudo acompañadas de breves biografías de sus autores. Era un modo de dar a conocer en Valencia una producción bibliográfica muy mayoritariamente generada en Cataluña a un conjunto de lectores potenciales que empezaba muy tímidamente a crecer. Tal como lo cuenta Senent Moreno, traducido:

…aprovechando el fin de la pena de prisión de Enric Valor [(1911-2000)] con la que el franquismo lo reprimió […] y durante la cual mi padre, valiéndose de su condición de abogado para entrar libremente en la cárcel, iba a visitarlo todas las semanas. Cuando Valor salió de prisión le proporcionó una actividad y un medio de subsistencia, ya que le habían confiscado todos sus bienes, la cuantía de los cuales ignoro, y fue así como nació Gorg. En un rincón al fondo del local del negocio familiar, en la gestoría de la calle Colom, entre los dos hacían la revista.

La eficacia de lo que en origen era un simple boletín bibliográfico, puramente informativo, estriba entre otras cosas en la labor altruista de Senent, quien, según cuenta el mismo Enric Valor, «regaló por todo el País Valenciano, a entidades culturales, colegios, bibliotecas e incluso a peluquerías y tiendas importantes», los ejemplares de los dos primeros números. Con todo, esta revista de casi una cincuentena de páginas se distribuía a un precio de 10 pesetas sobre todo en quioscos y librerías, tanto en el País Valenciano como en Cataluña y las islas Baleares, además de contar con numerosos suscritores, lo que permitió hacer tiradas de hasta ocho mil ejemplares.

Si bien de la vertiente organizativa y de buena parte de los textos se ocuparon Senent Anaya y Valor, lo cierto es que contaron también con la colaboración del corresponsal en Valencia de Serra d’Or, Oriflama y La Vanguardia, Josep Maria Soriano, y con una pléyade de excelentes colaboradores entre los que destacan el filósofo y escritor Josep Maria Capdevila (1892-1972), el escritor y activista Gonçal Castelló (1912-2003), el poeta y traductor mallorquín Josep M. Llompart (1925-1993), el historiador Alfons Cucó (1941-2002), el considerado padre de la sociolingüística catalana Rafael Ninyoles (1943-2019), el entonces joven dramaturgo y traductor Rodolf Sirera (n.1948) y el célebre y muy influyente ensayista y editor Juan Fuster (1922-1992), al margen de que en Gorg se publicaron fragmentos de obras firmadas por escritores de primer orden como Pere Calders (1912-1994) o Jean Paul Sartre (1905-1980), entre otros muchos, que contribuían a suscitar debate intelectual en esas tierras. Progresivamente, estas notas informativas fueron creciendo y las páginas de Gorg acogieron tanto breves ensayos o críticas como pequeñas polémicas, siempre de tema literario, así como crónicas, reportajes y entrevistas; sin embargo, lo que aumentó también de un modo notable el interés de la revista fueron las cartas al director, que vehiculaban algunas de las preocupaciones de los lectores y generaban ciertos debates culturales con inevitables connotaciones políticas.

En el ámbito visual las iniciativas vinculadas a Gorg contaron con la colaboración del empuje renovador y vanguardista que representaban el Equip Crònica, compuesto por Juan Antonio Toledo, Rafael Solbes y Manolo Valdés, así como el escultor Andreu Alfaro (muy vinculado también a las ediciones de Tres i Quatre).

Acaso como consecuencia del éxito y el crecimiento del proyecto, a principios de la década de 1970 Gorg acabó por topar de frente con la censura, que decidió cerrarla con el pretexto de que estaba excediendo el contenido para el cual había obtenido autorización, precisamente cuando Senent solicitó autorización para convertir Gorg en una revista cultural. Senent Anaya se presentó al combate, y el 5 de febrero de 1972 presenta alegaciones ante el Ministerio de Información y Turismo, que nunca hasta entonces había hecho ninguna advertencia al respecto; como a nadie sorprendería, el MIT rechazó las alegaciones y canceló su número en el Registro de Empresas Periodísticas. A esas alturas, Senent no se arredra y pide entonces un recurso de alzada ante el Consejo de Ministros, que en julio de 1972 ratificó la suspensión. Ni así se rindió el combativo mecenas y agitador cultural, que en diciembre de 1972 aún presentó recurso ante el Tribunal Supremo. La cosa iba para largo, y mientras, hasta abril de 1972 la revista había seguido publicándose.

Luego, Senent cedió el nombre a Gonçal Castelló y le proporcionó además un espacio en lo que hoy es el passeig de Russafa (donde estaba también la distribuidora El Molinet), y Castelló creó Els Quaderns Gorg, una serie de revistas monográficas que eran casi libros colectivos (un poco al estilo de lo que fue, para esquivar la censura, la revista Critèrion), el primero de cuyos números se tituló Estimem la nostra lengua (1973), con un prólogo de Castelló y dos textos, uno de Manuel Sanchis Guarner y el otro de Josep Melià.

Llegaron a publicarse once números, entre los cuales la traducción de Enric Valor de L’ingenu (1974), de Voltaire, con un prólogo del periodista cultural Rafael Ventura Melià (1948-2020) y único número de la colección La Ploma, la obra teatral L’ombra de l’escorpí (1974), que Maria Aurèlia Capmany escribió por encargo del Grup d’Estudis Teatrals d’Horta, uno colectivo sobre Les Falles (1974) en el que colaboraron Sanchis Guarner, Rodolf Sirera, Joan Fuster, Vicent Andrés Estellés (1924-1993), y en cuya portada lucía un fotomontaje de Josep Renau (1907-1982), Nova frontera económica (País Valencià 1974), con textos de Joan Fuster Màrius Garcia Bonafé y Ernest Lluch, entre otros, y Homenatge a la imprenta valenciana 1474-1974, en el que escriben Pere Bohigas, Josep Perarnau y Joan Fuster.

Es más, en esos años empiezan también a aparecer libros con el sello Editorial Gorg; Millorem el llenguatge (1971), que recogía el título de una sección de la revista, de Enric Valor; Viure a Madrid. Cròniques des de l’altiplà (1973), de Gonçal Castelló; Els quaderns d’ Emili Coniller. Diari 1958-1960 (1973), de Emili Boïls; Curso medio de gramática catalana, referida especialmente al País Valenciano (1973), de Valor, de quien se inicia la publicación además de la Obra literaria completa, con dos volúmenes (1975 y 1976), de más de cuatrocientas páginas y con textos preliminares de Sanchis Guarner, Ninyoles y Neus Oilag.

Resulta muy significativa la solicitud que en diciembre de 1973 cursa el fiscal del Estado en la que insta al Tribunal Supremo a dictar sentencia sobre Gorg cuanto antes, porque ésta expresa: «un radicalismo separatista que constituye un claro ataque a los principios que muestran toda la savia sociológica del régimen vigente». Con todo, el Supremo no avaló el cierre de la revista hasta el 15 de marzo de 1975; apenas tuvo tiempo de disfrutar de ello Senent Anaya, que murió el 22 de diciembre de 1975, solo un mes después que el dictador.

Póstumamente, con sello de Gorg, se publicó su muy elocuente libro En defensa del regionalismo (Proceso a la revista “Gorg”), 1976.

Fuentes:

Índices de la revista Gorg:

Santi Cortés, El compromís amb la cultura. La història de Tres i Quatre, València, Edicions 3i4 (La Unitat 205), 2014.

Francesc Martínez Sanchis, Premsa valencianista. Repressió, resistencia cultural i represa democrática (1958-1987), prólogo de Joan Manuel Tresserras, Universitat de València (Aldea Global 36), 2017.

Joan Josep Senent i Moreno, «Gonçal Castelló i Gorg», en Àngel Velasco y Vicent Terol i Calabuig, eds., El món de Gonçal Castelló, Gandia, Centre d’Estudis i Investigacions Comarcals Alfons el Vell, 2013, pp. 32-38.

Librero, todavía una profesión de riesgo en España (1975-2021)

Dedicado y en apoyo a la Librería de la Fundación Anselmo Lorenzo

La muerte del dictador español (20 de noviembre de 1975) no detuvo ni atenuó sino que más bien alentó la retahíla de atentados terroristas de la extrema derecha contra librerías que venía produciéndose hasta entonces, así como las que sufrían editoriales, salas de cine, organizaciones sociales, etc.

No se habían cumplido muchos días desde la muerte de Franco, cuando una madrugada de invierno la sede de la librería Ágora, en el barrio de Ciudad Jardín de Córdoba, fue tiroteada. En palabras de Antonio Carlos Zurita, «un atentado por el que nadie pagó, nunca se supo y, si se supo, nadie contó.»

Destrozo de libros como consecuencia del atentado terrorista en Distribuciones de Enlace (1974),

Los conocidos como Guerrilleros de Cristo Rey ‒a cuyo frente estaba el exdivisionario azul Mariano Sánchez Covisa, declarado fascista y admirador de Hitler‒ reivindicaron mediante una llamada telefónica a France Press el atentado que se produjo la madrugada del 17 al 18 de diciembre en una librería dependiente de la CNT en la parisina rue de La Tour-d’Auvergne (numero 39), donde la explosión de una bomba produjo cuantiosos daños materiales.

El 10 de marzo de1976, un seat de color blanco matriculado en Madrid se detiene ante la pamplonica librería El Parnasillo, fundada en 1973 por Javier López de Munain y unos amigos, y desde el vehículo se tirotea el escaparate del establecimiento (se contabilizaron más de veinticinco impactos de bala); no hacía ni un mes del último atentado contra esta librería (el mismo día, 16 de febrero, en que también la librería Aritza era atacada). De nuevo, se atribuyen todos estos atentados terroristas, que obviamente quedaron impunes, a Guerrilleros de Cristo Rey.

La librería Alberti es reiteradamente atacada en 1976 (en abril, en junio, en julio). En julio de ese año, no casualmente el día 18, fue La Oveja Negra (en el barrio madrileño de Quintana: Hermanos de Pablos, 13) la víctima de un nuevo atentado terrorista, y no tardó en convertirse en objetivo preferente de la ultraderecha violenta, que perpetró otro atentado de importancia en la misma librería en 1980 en el que irrumpieron en el local una veintena de fascistas y provocaron destrozos en el local y heridas a una de las trabajadoras.

El Parnasillo.

Llegados a agosto de 1976, los libreros instan a las autoridades a acabar con la impunidad de lo que sin ambages describen como terroristas, y se produce una reunión entre el presidente del Sindicato Nacional del Papel y las Artes Gráficas, el de la Agrupación Nacional del Comercio del Libro y los presidentes de las agrupaciones provinciales de Barcelona, València y Zaragoza con  el ministro de Gobernación, Rodolfo Martín Villa (a quien, a instancias de la justicia argentina, la Interpol persiguió en 2014 por delitos de genocidio y lesa humanidad durante el franquismo pero el Gobierno español denegó su extradición). Como era de esperar, apenas salió gran cosa de esa reunión, aunque, por lo menos, como señala Arámzazu Sarría Buil, Rodolfo Martín Villa no minimizó la importancia de los atentados con el argumento de que no causaban víctimas, como sí había hecho su predecesor en el cargo, Manuel Fraga Iribarne (que en septiembre de ese año fundaría Alianza Popular y entre 1989 y 1990 presidiría el Partido Popular).

El 5 de agosto de ese mismo año, en el marco de lo que más tarde se conocería como la Batalla de València, la librería La Araña, donde aquel mismo verano entró a trabajar el luego célebre librero Paco Camarasa (1950-2018), es objeto de un atentado con bomba que la destroza (renacerá con el nombre La Araña-Pablo Neruda).

El que no lleva uniforme es Manuel Fraga.

Poniendo de manifiesto su querencia por las conmemoraciones, los grupos de ultraderecha hicieron que el mes de noviembre de 1976 fuese particularmente duro para las librerías, y entre otras lindezas el día 6 quemaron la librería Rafael Alberti (propiedad del militante comunista Enrique Lagunero), llenándola de gasolina, y poco después el quiosco que tenía en la cordobesa plaza de Las Tendillas el dirigente socialista Matías Camacho. En Valencia, el mes empezó con un atentado terrorista con bomba en la librería y editorial Tres i Quatre que desplazó cristales y metales a doscientos metros; nadie lo reivindicó.

Los detenidos como presuntos responsables del incendio en la Alberti eran todos conocidos de las autoridades, pues eran agentes de la policía de Madrid: José Alberto García, Alfonso Moreno, Ricardo Manteca (asalariado de la Dirección General de Seguridad) y Francisco José Alemany (que en la universidad había sido «indicador» de la policía). La suspicacia de los libreros era más que comprensible, pues por si fuera poco, en caso de atentado las aseguradoras solo pagaban los desperfectos si se detenía a los responsables.

La Costera tras el atentado.

Las cosas habían llegado a tal punto, que la Asociación del Comercio del Libro decidió convocar el día 12 un día de cierre en protesta por los continuos atentados y sobre todo por la impunidad de los responsables a la que se adhirieron unas cincuenta librerías. Al día siguiente, la Librería México, del Fondo de Cultura Económica, fue atacada con un cóctel molotov. Y antes de acabar el mes, la Pórtico de Zaragoza (propiedad de José Alerudo) fue objeto del quinto atentado terrorista en dos años; en La Costera, de Xàtiva, un explosivo colocado en la puerta de acceso provocó enormes destrozos en el local; la Librería Popular, especializada en ensayo y situada en Albacete, fue atacada mientras se celebraba en ella una exposición dedicada al poeta Miguel Hernández… Estos dos últimos atentados fueron reivindicados por el autoproclamado «Sexto Comando Adolfo Hitler de Orden Nuevo», mientras que el «Cuarto Comando Adolfo Hitler» reivindicó ante la agencia de noticias Cifra un atentado contra la sevillana librería Proa. Ilustrativo de la postura de las instituciones públicas de la época ante estos asuntos es que en mayo de 1976 a la Popular no se le aceptaría una denuncia por dibujos de esvásticas y pintadas diversas en su fachada («Viva la Falange», «Dios y Patria con Franco») porque todas las frases escritas eran legales.

La Popular.

Antes de acabar el mes de noviembre, el día 29 cerraron en Barcelona seiscientas librerías —es decir, en realidad casi todas—, en una protesta que contó también con el apoyo explícito del Gremi de Llibreters de Vell de Catalunya y que, en contrapartida, fue acompañada de la puesta a la venta, a un precio simbólico, de una edición de dos mil ejemplares de la obra de Salvador Espriu El caminant i el mur.

Y antes de acabar el año, en una reunión celebrada en la librería Antonio Machado a la que asistieron una cuarentena de libreros establecidos en Catalunya, Euskadi, València, Andalucía y Madrid, se estimaron las pérdidas sufridas ese año por los libreros en unos cien millones de pesetas y se plantearon estrategias para conseguir el amparo y la protección de las instituciones públicas.

Tal como lo interpreta Sarría Buil:

Recortes de prensa de la época.

Las amenazas envueltas en la simbología fascista y los daños económicos derivados de los atentados provocaban un clima de temor y de tensión al que diariamente estaban sometidos los profesionales del libro, inmersos además en un sentimiento de abandono por parte de las fuerzas del orden.

Sin embargo, la bárbara vorágine no se detenía. El 12 de mayo 1977 también fue víctima de atentado la librería Rafael Alberti, en cuya fachada habían aparecido en los días previos pegatinas de Fuerza Nueva y Alianza Popular; y el periódico Ya lo contaba apresurada pero pormenorizadamente del siguiente modo:

Cinco individuos que viajaban en un automóvil Citroën-8 familiar, de color blanco, matrícula M-2299-I, efectuaron varios disparos contra los escaparates de la librería, sita en la calle Benito Gutiérrez esquina la de Tudor, lo que alertó a los guardias, que salieron a la vía pública. Quizá fuera eso lo que buscaban los agresores, pues realizaron una segunda pasada y entonces dispararon contra los dos policías armados, quienes repelieron el ataque, sin que fueran alcanzados ni unos ni otros. En la inspección ocular posterior se encontraron doce casquillos del nueve largo. Cuatro de los impactos dieron en la puerta del establecimiento y también están astilladas dos lunas, que son de fabricación antibala. Los agresores huyeron en el vehículo, metiéndose por dirección prohibida.

La Rafael Alberti.

También los escritores estaban en el blanco de estos grupos de ultraderecha, particularmente autores valencianos cuya obra resultaba particularmente incómoda a la ultraderecha, como Joan Fuster (1922-1992), en cuyo domicilio en Sueca reventó un explosivo colocado en una ventana la noche del 17 al 18 de octubre de 1978, desencajando puertas, destrozando parte de su biblioteca y desparramando cristales por toda la casa. Mientras, la librería Tres i Quatre seguía recibiendo un goteo incansable de ataques.

En Euskadi, el 12 de febrero la librería El Parnasillo fue objeto de un nuevo incendio como consecuencia de un ataque con cócteles molotov (reivindicado de nuevo por un Comando Adolfo Hitler), pero peor parada aún salió la sede de la revista anarquista de Bilbao Askatasuna, cuya sede fue quemada el 24 de agosto. En diciembre de ese año, el lingüista e historiador valenciano Manuel Sanchis Guarner (1911-1981) recibía en su domicilio un paquete, sospechoso, que resultó ser una bomba de medio kilo de pólvora y metralla.

A menudo se ha empleado el término «terrorismo tardofranquista» para referirse a este tipo de atentados cometidos por grupos como los Guerrilleros de Cristo Rey, los GAE (Grupos Armados Españoles), ATE (Antiterrorismo ETA), el BVE (Batallón Vasco Español) o la Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista), pero quizá la duda que plantea es cuándo concluye ese proceso. Si en 1980 se producía el mencionado atentado contra La Oveja Negra, el 9 de noviembre de 1985 resultaban heridos el propietario (Salvador Egea Feliu) y un empleado (Cipriano Arenas) como consecuencia de un asalto que hizo detonar un explosivo de nagolita (nitrato armónico y gasóleo) en la librería Egea de la calle de la Diputació de Barcelona.

En la misma dinámica parece encuadrarse la irrupción de varias decenas de fascistas en la céntrica librería Crisol de la madrileña calle Juan Bravo mientras Santiago Carrillo (1915-2012) llevaba a cabo la presentación del libro del historiador gallego Santos Juliá (1940-2019) Las dos Españas.

Así lo contaba el periódico El Mundo, recogiendo información de agencias:

El grupo de ultraderechistas, compuesto por varias decenas de exaltados, profirió gritos de «asesino» contra el ex secretario general del PCE, y agredió a quienes protegieron a Carrillo, entre otros el autor del libro, Santos Juliá, el director general de Crisol, Andrés Galdón, y el ex ministro socialista Claudio Aranzadi.

Quizá vale la pena señalar que por entonces Carrillo era nonagenario, pues el episodio sucedió en abril de 2005, y que uno de los cuatro detenidos (tres hombres y una mujer de entre veintiséis y sesenta y un años) era un sargento del Ejército de Tierra en activo. Se les acusó de desórdenes públicos.

También en Madrid, ya en 2013 y durante la celebración del Día del Libro, se produjo en la librería del mismo nombre el que se dio en llamar «Caso Blanquerna» (del que se conservan diversas grabaciones videográficas) que igualmente se consideró un caso de desórdenes públicos y por el que se detuvo a una docena larga de personas. Tras diversas peripecias procesales en las que se implicó la Audiencia Nacional de Madrid y el Tribunal Constitucional, en abril de 2021 no habían entrado en prisión.

En el momento de escribir estas líneas, el último ataque contra librerías que puede considerase atentado terrorista que ha tenido una mínima divulgación es el sufrido por la librería de la Fundación Anselmo Lorenzo.

Fuentes:

AA.VV., El terrorismo desconocido. Atentados terroristas de extrema derecha en Navarra (1975-1985). Informe 2020, Gobierno de Navarra, 2020.

Agencias, «En libertad los cuatro detenidos por el intento de agresión a Carrillo», El Mundo, 21 abril 2005.

Cooperartiva de Cine Alternatiu 1975, Atentados fascistas. Los reductos neo-fascistas contra organizaciones y librerías progresistas (vídeo).

La librería de la Universitat de València.

Santiago Cortés Hernández, «El llibre, perillós enemic. Atemptats contra la llibreria Tres i Quatre (1970-2007)», L’Espill, núm. 38 (2011), pp. 155-166.

Rosa María Pereda, «Un centenar de atentados a librerías españolas», El País, 6 de mayo de 1976.

Redacción, «Los ataques fascistas contra las librerías durante la transición», mpr21, 21 de febrero de 2017.

R. M. S., «Ultras en la Universidad, bombas contra las librerías- Terrorismo en el País Valenciano (I)», Valencia Semanal, núm. 52 (24-31 de diciembre de 1978.

Aránzazu Sarría Buil, «Atentados contra librerías en la España de los setenta. La expresión de una violencia política», en Marie-Claude Chaput y Manuelle Peloile, coords., Sucesos, guerras, atentados. La escritura de la violencia y sus representaciones, PILAR (Presse, Imprimés, Lecture dans l’Aire Romane), 2009.

Ángel Vivas, «Heroicas librerías», El Mundo, 8 de diciembre de 2015.

Antonio Carlos Zurita, «Librería Ágora», Diario de Córdoba, 10 de febrero de 2016.