El término «bolsilibros» se popularizó en España en los años setenta gracias a una colección que con este nombre puso en circulación la por entonces muy poderosa editorial Bruguera. Se trataba de unos libritos de unas ciento cincuenta páginas de un formato de 15 x 10,5, con una encuadernación muy simple pero con vistosas cubiertas a color y que, por regla general, entrarían en lo que en el mundo anglosajón suele considerarse pulp.
No obstante en España los libros de pequeñísimo formato se habían popularizado ya en la inmediata postguerra, con los Grano de Arena de Josep Janés (1913-1959), de 9 x 6, y unos pocos años después con la colección Pulga de Germán Plaza (1903-1977), de 10,5 x 7,5. La diferencia esencial entre ellos estribaba en la selección de títulos y autores publicados, pues en la colección de la editorial G.P. empezaron a frecuentar por primera textos que iban más allá de los más indudablemente prestigiosos o «canónicos», si bien abundaban también los clásicos, en consonancia con su propósito declarado de acercar la «alta literatura» a las clases populares.
Sin embargo, retrospectivamente se empleó a veces el término «bolsilibro» para designar cualquier librito de formato ínfimo, precio bajísimo y calidad –en cuanto a papel y encuadernación– exigua, fuera cual fuese su contenido. Es más, a finales de los años sesenta, incluso la Academia colombiana de Historia publicó una llamada Colección Bolsilibros.
En España ya desde principios de los años cincuenta Bruguera disponía de algunas colecciones, como Pimpinela, Amapola, Alondra, Camelia, Rosaura, Madreperla u Orquídea –destinadas todas ellas muy específicamente al público femenino– que se ajustaban a esta descripción, pero ––salvo error– todo parece indicar que no es hasta 1970 cuando empieza a imprimirse el término Bolsilibro en las cubiertas de estas colecciones y de otras que les habían ido siguiendo con un aspecto muy similar y dedicadas al género policíaco y de espionaje, a la novela de tema bélico, a las conocidas como space operas (o epopeyas espaciales) y a los weterns, por ejemplo, ámbitos todos ellos identificados con la «novela popular». Quizás ello contribuyera a que se estableciera o reforzara una correlación muy evidente entre el bajo precio de estos libros y el valor cultural de estos géneros.
Ya en las décadas de 1950 y 1960 se había popularizado el nombre de algunos autores especializados en este tipo de obras, como es el caso sobre todo de Marcial Lafuente Estefanía (1903-1984), que se había estrenado en las editoriales viguesas Cies y Gráficas Marisal con los seudónimos Tony Spring y Arizona y que para Bruguera firmó unos 2600 títulos, o Corín Tellado (María del Socorro Tellado, 1927-2009), que empezó ya en Bruguera, en 1946, con Atrevida apuesta, si bien publicó también en Cies, y a la que se tiene por una de las escritoras más prolíficas de todos los tiempos (unos cinco mil títulos, profusamente traducidos y adaptados al teatro, el cine, la radio y la televisión; figura en el Libro Guiness de 1994 como la más vendida: 400.000.000 de ejemplares). Entre los pioneros del western español destaca el nombre de José Mallorquí (1913-1972), creador en 1944 de la celebérrima serie El Coyote, publicada en Clíper, pero que ya antes de la guerra era un traductor y autor más o menos habitual de la Editorial Molino y que a partir de 1968 vio como la serie pasaba a publicarse en Bruguera, con portadas de Antonio Bernal (1924-2013).
En la postguerra era muy habitual que este tipo colecciones, a menudo de periodicidad semanal y venta en quioscos, se alimentaran del trabajo de represaliados por el franquismo que se veían en la imposibilidad de reincorporarse a sus trabajos o de hacer carrera. En el caso de Lafuente Estefanía, que durante la guerra había sido teniente de alcalde y concejal en Chamartín, por la CNT, y general de artillería del ejército popular, no pudo iniciar su carrera en las letras, aun siendo ingeniero industrial, hasta que salió de prisión. Otro caso célebre es el de Francisco González Ledesma (1927-2015), que empezó a costearse los estudios de Derecho con lo que ganaba escribiendo para Molino primero y luego para Bruguera, donde se hizo muy popular a partir de 1952, una vez ya concluida la carrera, su seudónimo Silver Kane (con títulos como Los pistoleros las prefieren rubias, A los muertos les gustan las mujeres, Un corsé con una chica dentro o Todas las mujeres quieren matarme).
La diversidad de series, dedicadas a los géneros sobre los que se sustentaba el éxito de Bruguera en cuanto a literatura popular, añadido a la intensa periodicidad y a la enormidad de las tiradas (impresas en rotativa) hicieron que se reforzara más si cabe la identificación entre bolsilibro y esta editorial en particular, que estuvo publicándolos hasta bien avanzados los años ochenta. Y si bien es cierto que el concepto de «libro de bolsillo» por antonomasia ha quedado muy estrechamente vinculado a la colección homónima de Alianza Editorial, al fin y al cabo los bolsilibros, y sus precedentes, no dejan de ser tampoco libros de bolsillo, y de bolsillos bien pequeños en todos los sentidos.
No obstante esta larga trayectoria y de que este tipo de libros tienen una presencia asegurada en cualquier tipo de feria o mercado de libro viejo, de vez en cuando resurge en España la misma idea que encarna el bolsilibro.
Muy emparentada con ella está por ejemplo la iniciativa de la editorial 23 Escalones cuyo nombre basta para situarla, Selección Pulp Fiction. Surgida en 2011 y dirigida por el escritor y guionista vigués Darío Vilas, salvo error no llegó a publicar más de tres títulos a un precio muy módico (3,50 euros) con vocación de aparición mensual: una reedición de Revividos, de Ralph Barby (el barcelonés Rafael Barberán Domínguez), No podrás salir, firmada por una también incógnita Damien Wake, y Cazador de striges, de la folclorista Soizik Stiwell, un texto que posteriormente volvió a estar disponible en Gorgona Pulp Ediciones. Además, quedó anunciada pero inédita una novela Entre rejas, de Emma Goshwak, es de suponer que también enmarcada en la literatura de terror, como las anteriores.
Y apenas desaparecidos los 23 Escalones, en 2012 nacía en Salamanca Dlorean Ediciones, dedicada inicialmente a la ciencia ficción, pero también con títulos a medio camino entre las novelas del Oeste y las de terror, con una estética y una presentación hasta tal punto emparentada con los bolsilibros del siglo XX que asumió desde el principio una identidad vintage.
Acaso estas dos iniciativas ejemplifican el recurrente sistema de redescubrir métodos y practicas editoriales del pasado para afrontar situaciones particularmente complejas o de crisis económica. Por lo menos, tienen la virtud de ser conscientes de ello, cosa que no siempre puede decirse de otros autodenominados «proyectos independientes».
Fuentes:
La memoria del bolsilibro (blog).
Carles Geli, «Bolsilibros, el «pulp» castizo», El País, 29 de enero de 2019.
Canal L, «Los bolsilibros de Bruguera», 31 de enero de 2010 (vídeo): Incluye resumen de una mesa redonda con Francisco González Ledesma, Frank Caudett y Frank Gallardo Muñoz.