La agente literaria Carmen Balcells retratada por el escritor Max Aub

El profesor Javier Sánchez Zapatero inició el análisis de la interesante relación profesional entre el escritor valenciano exiliado en México Max Aub (1903-1972) y la agente literaria barcelonesa Carmen Balcells (1930-2015), si bien su interés se circunscribía al estudio del epistolario, que, tras recomendaciones de  Carlos Barral (1928-1989), Alastair Reed (1926-2014) y Jaime Salinas (1925-2011), se inicia con una carta de Aub del 13 de octubre de 1964. Por aquel entonces Aub, pese a la magnitud y copiosidad de su obra dramática, poética y narrativa, solo había podido publicar en España, al margen de fragmentos y cuentos en revistas, en la colección hispano-argentina El Puente de Guillermo de Torre (1900-1971), El zopilote y otros cuentos mexicanos (1964) y, tras frustrar la censura la publicación de la novela La calle de Valverde, acababa de firmar con Gredos el contrato para la edición en la colección Antología Hispánica de Mis páginas mejores (1966). Su intención al contactar con Balcells era, pues, evidente.

Los tratos epistolares fueron relativamente ágiles, pues pese a la casi imposibilidad material de que en la agencia se hubiera leído la totalidad de la obra publicada hasta entonces por Aub ‒y mucho menos la escrita‒, seguramente bastaría su prestigio entre escritores y editores y las traducciones de las que había sido objeto algunas de sus obras (Jusep Torres Campalans sobre todo: en Gallimard, Mondadori y Doubleday) para que en diciembre de ese mismo año ya se formalizara el contrato. Escribe Sánchez Zapatero que «pronto quedó establecida entre los dos una corriente de simpatía y afecto que trascendió la relación de trabajo».

En la biografía que dedicó a la superagente, Carmen Riera recoge el primer encuentro entre Balcells y Aub en México en 1965 y alguna de las motivaciones personales del interés de la primera por contar con Aub en su catálogo:

Max Aub, Juan Goytisolo y Vicente Rojo.

Allí conoció, además de a García Márquez, a Max Aub, a quien representaba desde 1961 [sic] El escritor exiliado era uno de los grandes autores que habían tenido que tomar el camino de la diáspora y a Carmen le impresionaba mucho el drama de los exiliados.

Ni la relación profesional ni la personal, pese al buen entendimiento, fueron una balsa de aceite, y como mínimo se vio sometida a baches y evolucionó, en parte debido a que Aub no perdió el hábito de intentar, por su cuenta y riesgo, colocar algunas de sus obras a editores amigos e incluso acordar la traducción de algunas de ellas y cerrar los contratos sin informar siquiera a la agencia. Sánchez Zapatero recoge como ejemplos los casos del envío de la novela Las buenas intenciones a la editorial Ciencia Nueva mientras la agencia estaba negociando su publicación en Delos-Aymà, el compromiso duplicado de publicación de La calle de Valverde (Aub con Seix Barral y Balcells con Alianza), el acuerdo con la Editorial Andorra para Campo del Moro y la traducción de esta misma novela al polaco.

Autor y agente volvieron a coincidir durante el primer viaje de Aub a España, en 1969, y Riera resume el programa de su visita en los siguientes términos:

Cuando Aub regresó a España, en septiembre de 1969, ella se encargó de acogerlo, llevarlo a su apartamento de Cadaqués, presentarle además de los vips catalanes asiduos del lugar, Tusquets, [Oriol] Bohigas, [Rosa] Regás, etcétera, a Inge Feltrinelli y dar una fiesta en su honor en el hotel Balmoral; también le concertó entrevistas con los periodistas de todos los diarios catalanes: La Vanguardia, El Noticiero Universal, El Correo Catalán, pasando por Tele/Exprés, además de la revista Destino.

Francisco Giner de los Ríos, Ricardo Martínez, Max Aub, José Luis Martínez y Joaquín Díez-Canedo.

En La gallina ciega, subtitulada «Diario español» y publicada en diciembre de 1971 por Joaquín Mortiz (1917-1999), Aub hace un retrato profesional espléndido, de una fuerza y fidelidad kinética apabullante, de su agente literaria en plena actividad:

Anda, va, viene, corre, sube, baja, pone el coche en marcha, insulta al chófer vecino, impugna, niega, reniega, ataca, discute, arguye, redarguye, se opone, propone, rechaza, piensa, organiza, siempre tiene qué decir, apenca, adelanta, clama al cielo, pone en el disparadero, reclama, pierde, encuentra, come, bebe, tercia, paga el pato y la cuenta. Se enfada, se alegra, o, al revés, según el día o la hora, logra su utilidad y sus ventajas y las de los demás, con impulso, vehemencia, lamentaciones, interrupciones, telefonazos a diestro y siniestro.

–¿Dónde puse mi cartera?

–¿Dónde puse mis llaves?

–Tenemos que estar a las seis…

–Tenemos que estar a las siete…

–Apunta: a las ocho, firma con Carlos. A las ocho y media, desayuno con los franceses: no te olvides del contrato ni de añadir la cláusula que quiere Jorge y que me parece necesaria; a las diez aquí: tú me tienes preparada la firma y las cartas para Doubleday y Gallimard y ponle otra a Piper diciéndole que no. A las once y media viene por mí Oliver para ver a Fontanals, en Gracia, a ver si nos arreglamos con Esther. Como con los de la Guggenheim para ver si acabo de arrancarles lo necesario para la beca de Gonzalo. A las cuatro y media tengo que pasar por Tiempo para revisar el artículo de Pons, no se le vaya a ir la mano como hace quince días. A las cinco y media, no tengo más remedio de ver a quien tú sabes. Nos encontraremos a las siete, a ver qué hubo por aquí por la tarde y tenme listo lo que haya que firmar. Ceno con Ana María, en Sitges, tiene que contarme todos sus asuntos y tenemos que discutir el arreglo con Alianza… Así que…

El faro de los lectores aubianos Ignacio Soldevila (1929-2008) sitúa este pasaje, junto con el dedicado a la actriz Nuria Espert, entre los nos muestran al «Aub novelista, creador de personajes vivos y parlantes, o retratista vivaz, de animado dibujo» y que «no desmerecen en nada de los de sus personajes de fábula más logrados».

Es evidente que existía una tensión entre el anhelo ansioso de hacer llegar su obra a los lectores que tenía en mente cuando la escribió (sobre todo en el caso de la serie novelesca El laberinto mágico) y la negativa intransigente de Balcells a que eso supusiera la aceptación de unas condiciones que pudieran perjudicarle tanto a él como a la difusión de su obra. Un ejemplo muy notorio de ello se dio en el caso de la obra dramática, de la que la revista Primer Acto, y en particular su director José Monleón (1927-2016), se convirtieron en entusiastas valedores (en 1971 publicaría en Taurus El teatro de Max Aub). Ya antes del primer contacto entre Aub y Balcells esta espléndida revista había publicado en su número 52 (mayo de 1964) la que probablemente sea la obra dramática más ambiciosa del autor, San Juan, cuya primera edición había aparecido en la colección Tezontle del  Fondo de Cultura Económica en 1943 con un prólogo del prestigioso crítico Enrique Díez-Canedo (1879-1944). Si bien la edición de Pimer Acto era oportuna y necesaria, y se acompaña de un ramillete de textos de José Ramón Marra-López, José María de Quinto (1925-2005), Alfonso Sastre (1926-2021) y el propio Aub y la antecede además el mencionado prólogo de Díez-Canedo, lo cierto es que la edición del texto, acompañada de fotografías de diversos estrenos aubianos, es lamentablemente muy defectuosa. En una carta abierta a Max Aub fechada el 18 de junio de 1998, Monleón contó cómo el texto le llegó a las manos: «Veía a José María de Quinto, recién llegado de México, trayéndonos a un Consejo de Redacción de Primer Acto ‒primavera de 1964, en una cafetería de la Glorieta de Bilbao‒ el texto de San Juan junto a una reivindicación apasionada de tu personalidad y tu teatro».

José Monleón

Acerca de la negociación de Crimen y Comedia que no acaba, que se publicarían en el número 130 (de marzo de 1971), Sánchez Zapatero recoge unas palabras muy ilustrativas de Balcells: «Comprendo las dificultades que atraviesa Primer Acto y la ilusión que les hace publicarte. Lo que no comprendo es que ofrezcan sumas ridículas para ti» (Balcells consideraba que cinco mil pesetas era un mínimo exigible por un texto de Aub). Aun así, en el número 144 (de mayo de 1972) se publicaría otra obra de Aub (La vida conyugal).

Las relaciones entre autor y agente tuvieron claroscuros, altibajos o cuanto menos evolucionaron y afectaron de algún modo a su relación personal, como pone de manifiesto, por ejemplo, una lacónica anotación del diario de Aub fechada el 6 de junio de 1972: «Barcelona ‒Carmen y Luis [Palomares]‒. Grandes alharacas, pero falta cordialidad».

Teniendo en cuenta que en el archivo Max Aub se conservan tanto la totalidad de las cartas de Balcells al escritor y viceversa (209 cartas en total), así como contratos y liquidaciones, y que el archivo Carmen Balcells (en el Archivo General de la Administración) es de suponer que contenga información jugosa sobre las gestiones para encontrarle editor en España, sorprende que aún nadie se haya enfrascado en una investigación a fondo de esa relación entre dos titanes del campo literario español.

De izquierda a derecha, Esther Tusquets, Magda Oliver, Max Aub y Carmen Balcells.

Fuentes:

Max Aub, La gallina ciega. Diario español, edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1995.

Max Aub, Diarios (1939-1972), edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1998.

José Monelón, «Carta abierta a Max Aub después de ver juntos una representación del San Juan en el teatro María Guerrero», Primer Acto, núm. 274 (mayo-julio de 1998), pp.11-15.

Carme Riera, Carmen Balcells, traficante de palabras, Barcelona, Destino, 2022.

Javier Sánchez Zapatero, «Lo que importa es España: proyectos para la recuperación editorial en el epistolario entre Max Aub y Carmen Balcells (1964-1972)», El Correo de Euclides, núm. 6 (2011) pp. 33-48.

Ignacio Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2003.

Pedro Tejada Tello, «Humor, amistad y proceso creativo en el epistolario entre Max Aub y algunos de sus editores españoles», El Correo de Euclides, núm. 12 (2017), pp. 145-150.

La imprenta del Julián Calvo ficticio y la carrera editorial del Julián Calvo histórico

Las promesas un tanto vagas de una revista de cuyo título puede deducirse que dedicada a la economía y el comercio (Revista Fiduciaria y Comercial), una importante empresa constructora y el compromiso de darle tres libros de los de Astral —que bien podría interpretarse como una —errata por Austral— bastaron para que el protagonista del cuento de Max Aub (1902-1972) «De cómo Julián Calvo se arruinó por segunda vez» decidiera endeudarse y comprar una prensa, para la que contrató a diversos operarios y técnicos mexicanos con los que el entendimiento fue, cuanto menos, difícil. Hasta ahí el relato, que vale mucho la pena leer y que significativamente va dedicado al poeta y asesor editorial del Fondo de Cultura Económica Alí Chumacero (1918-2010).

Max Aub entre Dámaso Alonso y Jorge Guillén.

Sin embargo, casi tan interesante como esta es la historia del reconocido jurista de origen murciano Julián Calvo Blanco (1909-1986), que al concluir la guerra civil española llegó a México, después de haber sido magistrado del Tribunal Superior de Alta Traición y Espionaje y haber formado parte del turbio tribunal que en octubre de 1938 juzgó a los dirigentes del POUM (Partit Obrer d’Unificació Marxista), que sólo gracias a la intervenciones de Largo Caballero, Federica Montseny y Largo Caballero no acabó con condenas a penas capitales.

Julián Calvo Blanco.

Poco después de su llegada a la capital mexicana, y como consecuencia de la recomendación de dos viejos amigos de su etapa como diplomático republicano, José  Medina  Echavarría  y  Manuel Martínez Pedroso, en 1941 Calvo se integró como técnico en el Fondo de Cultura Económica, inicialmente, como él mismo contó en una extensa entrevista, como corrector de pruebas, junto a los también exiliados Luis Alaminos (1902-1955), Eugenio Imaz (1900-1951) y Sindulfo de la Fuente (1886-1956), entre otros.

En esa época dirigía el Fondo Daniel Cosío Villegas (1898-1976), quien tenía al economista Javier Márquez (1909-1987), nacido en España, como subdirector. Según explica en la mencionada entrevista Calvo:

La gran visión de Cosío Villegas fue aprovechar la afluencia de españoles a México, españoles utilizables, [y] vincular […] el Colegio de México con el Fondo de Cultura Económica para tener una mano de obra barata que estaba subvencionada por el Colegio de México. El Colegio de México, entonces, acogió a los profesores españoles, a intelectuales españoles y les daba una subvención que entonces era muy importante; eran seiscientos pesos al mes o algo así, y a cambio de alguna conferencia o de algún trabajo. Pero en realidad, para el que trabajaban era para el Fondo de Cultura Económica, que era el que aprovechaba el rendimiento de esta gente. […] como corrector de pruebas no tenía sueldo, tenía un jornal de seis pesos diarios por jornada de trabajo.

De izquierda a derecha, Max Aub, Joaquín Díez Canedo, Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

En este punto, y teniendo en mente los datos del cuento aubiano, es pertinente recordar las siguientes palabras de Díez Canedo de 1993 y el título de la revista del Fondo: «antes de la llegada de los transterrados en 1939, el Fondo prácticamente no era una editorial, aunque editaba algunos pocos libros y la revista El Trimestre Económico». Calvo ascendió rápidamente, pero cuando Javier Márquez fue despedido —al parecer, por negarse a hacer espionaje industrial en Gráfica Panamericana— y parecía que le correspondía a él ocupar su puesto, se presentó la oportunidad de contratar a Joaquín Díez Canedo Manteca (1917-1999), y así se hizo.

Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.

Por esos mismos años, en 1944, figura Calvo como secretario de la etapa mexicana de la mítica revista Litoral, que dirigían los exiliados republicanos José Moreno Villa, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Juan Rejano y Francisco Giner de los Ríos, y en el seno de esta publicación se ocupó de la edición, en colaboración con Emilio Prados, de El Genil y los olivos, de Juan Rejano e ilustrado por Miguel Prieto, y de uno de los libros más importantes aparecidos bajo el sello de Litoral, la primera edición en el exilio de Cántico, de Jorge Guillén (1893-1984), con quien estableció una estrecha amistad.

Al año siguiente, en 1945, una vez había abandonado ya el Fondo, aparece una traducción firmada por Calvo de Ensayo sobre el espíritu de las sectas, de Roger Caillois (1913-1978), publicado por El Colegio de México. Sin embargo, del análisis pormenorizado del prólogo («Actualidad de las sectas»), Antonio Cajero Vázquez colige que es exactamente la misma traducción que el año anterior había aparecido en la prestigiosa revista de Octavio G. Barreda (1897-1964) El Hijo Pródigo y que«la misma versión firmada por [Gilberto] Owen en El Hijo Pródigo se reprodujo [también] en Fisiología de Leviatán (1946), de Caillois, que incluye el Ensayo sobre el espíritu de las sectas, con traducción de Calvo y Jordana», publicada por la argentina Editorial Sudamericana. Así pues, todo parece indicar que Calvo fusiló la traducción aparecida en El Hijo Pródigo para incluirla como prólogo, y luego se la atribuyó en la edición argentina.

Del año siguiente es la aparición del único número de la revista Ultramar (junio de 1947), en cuyo comité de redacción figura al lado de nombres insignes del calibre de Juan Rejano, Adolfo Sánchez Vázquez y Carlos Velo, entre otros. Y de 1949 es la publicación en el FCE del Diccionario de sociología, de Henry Pratt Fairchild, en el que figuran como responsables de la traducción y revisión T[omás] Muñoz, J[osé] Medina Echevarría y J[ulián] Calvo.

Un poco posteriores son sus trabajos en colaboración con el bibliógrafo de origen canario y por entonces profesor en la UNAM Agustín Millares Carló (1893-1980), Juan Pablos, primer impresor que a esta tierra vino (Librería de Manuel Porrúa, 1953) y, por encargo del FCE, de la actualización y edición de la Bibliografía mexicana del siglo XVI (1954), cuya primera edición era de 1886.

A principios de la década siguiente, participó con Max Aub, Díez-Canedo y Francisco Giner de los Ríos en la gestación de la frustrada colección Patria y Ausencia, y en 1952 las imprentas de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde colaboraba estrechamente con el también murciano catedrático de criminología —y exministro de Justicia— Mariano Ruiz Funes (1889-1953), sacan a la luz su estudio El primer formulario jurídico en la Nueva España: la «Política de escrituras» de Nicolás de Irolo (1605). Sin embargo, en 1955 se integra en el funcionariado la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas, y se estableció entonces en Chile, donde en julio de 1957 se casó con la psicóloga y profesora de inglés Eliana Vergara Flores.

En cualquier caso, no ha quedado evidencia de ninguna vinculación más específica de Julián Calvo con la imprenta, y mucho menos de que se arruinara como consecuencia de haberse endeudado para invertir en ella. Pero tratándose de Max Aub, vaya usted a saber.

Fuentes:

Max Aub, «De cómo Julián Calvo se aruinó por segunda vez», en Max Aub, Obras completas. Vol. IV-B. Relatos II. Los relatos del laberinto mágico, edición, introducción y notas de Lluis Llorens Marzo y Javier Lluch Prats, Generalitat Valnciana- Institució Alfons el Magnànim, 2006 (primera edición en Cuentos mexicanos (con pilón). México, Imprenta Universitaria, 1959).

Antonio Cajero Vézquez, «Traducción y mediación: la obra dispersa de Gilberto Owen», Literatura Mexicana, vol. 25 (2014), pp. 25-47.

Fernando Larraz, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio. Anejo 36), 2018.

Juan Rodríguez, «Calvo Blanco, Julián» en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario bio-bibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, vol. 1, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio Anejos 30), 2016, p. 457.

Concepción Ruiz Funes, «Entrevista a Julián Calvo, realizada en su domicilio particular de Madrid», Mediateca del Instituto Nacional de Antropología e Historia (México).

 

Patria y Ausencia, ¿un nombre gachupín para una colección del exilio republicano español?

En el punto en que se encuentran ya los estudios sobre el proyecto editorial frustrado que emprendieron Max Aub (1903-1972), como director de la colección, y «la edición cuidada por Joaquín Díez-Canedo [Manteca, 1917-1999], Francisco Giner de los Ríos [Morales, 1917-1995] y Julián Calvo [Blanco, 1919-1966]», estos tres últimos con diversos grados de implicación en la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, es muy difícil hacer nuevas aportaciones. Federico Gerhardt y sobre todo Manuel Aznar Soler le han dedicado estudios que posiblemente han agotado todo lo que de esta iniciativa se pueda saber –salvo quizá las razones concretas de su fracaso–y han ofrecido interpretaciones, si bien –como todas– siempre revaluables, muy atinadas acerca de su significado y sentido.

Max Aub, Díez Canedo, Alí Chumacero, Agustin Yañez y Ricardo Martínez en las oficinas del Fondo de Cultura Económica.

Juan Ramón Jiménez.

A modo de somero resumen de lo que sabemos gracias a los trabajos de Gerhardt y Aznar Soler, la idea de crear una colección destinada a publicar la obra de los intelectuales que, como consecuencia del resultado de la guerra civil, habían tenido que abandonar España venía rondándole por la cabeza a Max Aub desde principios de la década de 1940, pero fue sólo al principio de la siguiente cuando esta pudo empezar a tomar cuerpo, coincidiendo además con el momento en que, descontento con la Editorial Losada, Juan Ramón Jiménez (1881-1958) ha roto y rescindido el contrato que le vinculaba esa editorial argentina y ha empezado a publicar más con empresas mexicanas, lo que abre la posibilidad de contar con su presencia en la colección. Aub empieza a mover los hilos con la larga serie de escritores que proyecta incluir como tarde a finales de 1952 (en noviembre ya escribía a Casona pidiéndole un texto para «una colección de escritores españoles en el exilio»), y es de suponer que también en aquellas fechas, probablemente de viva voz, tantearía a quienes pensaba que podrían ocuparse de la producción y distribución de los libros (el FCE). Así, se ha fechado en los primeros meses de 1953 un documento en que menciona ya el nombre de la colección, «Patria y Ausencia», un listado con catorce obras a las que se refiere con descripciones más o menos vagas –«un libro de memorias de José Gaos», «los poemas no incluidos en la obra escogida de Miguel Hernández ahora aparecida en Madrid», «una antología de prosa contemporánea de Guillermo de Torre», etc.– y una extensísima lista de autores que, es de suponer, todavía no habían mandado nada tangible, más allá de su conformidad o compromiso (León Felipe, Josep Carner, Esteban Salazar Chapela, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Salas Viu…).

Francisco Giner de los Ríos, Ricardo Martínez, Max Aub, José Luis Martínez y Joaquín Díez-Canedo.

Mucho más preciso es el texto no muy posterior en que se especifica no sólo la periodicidad y los primeros títulos, sino algunos de los autores que le seguirán, lo que pone de manifiesto que ya se habían empezado a echar cuentas y, probablemente, a buscar proveedores:

De cada volumen se hará una tirada, en buen papel, numerada y encuadernada, al precio de $ (50 pesos) exclusivamente para los suscriptores, a quienes corresponderá siempre el mismo número, y otra, también encuadernada y numerada, en el papel de la edición general, al precio de $ 25 (pesos).

Piénsase poder entregar un volumen mensual como mínimo. Los suscriptores pagarán sus ejemplares –que tendrán de 150 a 300 páginas– a la entrega de los mismos. Baste citar los primeros títulos para darse cuenta de la importancia del intento:

Guerra en España, de Juan Ramón Jiménez

Río natural, de Emilio Prados

Hechizo de la triste marquesa, de Corpus Barga

El escritor, de Francisco Ayala

Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.

A continuación se añadía una lista de autores más breve que la anterior pero en la que se repetían los nombres (León Felipe, Díez Canedo, Moreno Villa, Paulino Masip…). El caso es que el Fondo, al parecer, no mostró el interés que los promotores auguraban, y además se sucedieron los problemas con la preparación del original de Juan Ramón Jiménez, retrasos que Aznar Soler resigue paso a paso mediante el epistolario entre Aub y Ayala, y pese a que a mediados de 1953 se rehízo la programación (para arrancar con Corpus Barga, Ayala, Arturo Serrano Poncela y Quiroga Pla), finalmente el proyecto quedó en agua de borrajas, aunque durante un buen tiempo Aub se negó a darse por vencido.

Enrique Díez-Canedo.

Sin embargo, también cita Aznar Soler una carta de Francisco Ayala fechada el 15 de junio de 1953 en la que pone ciertos reparos al nombre elegido para la colección: «Te diré que no me hace demasiado feliz ese título, al parecer ya definitivo, dado a la colección, pues tiene un tufo gachupín algo desagradable. ¿Qué necesidad había de que significara algo muy concreto este título?». Y el propio Aub había expresado sus dudas en la búsqueda del nombre idóneo para la colección en carta a Guillermo de Torre de finales de 1952 (el 17 de noviembre): «todavía no doy con un título para la colección que me satisfaga, pero ya saldrá».

¿De dónde procedía ese cuanto menos problemático nombre para una colección destinada a reunir a los escritores del exilio republicano de 1939? La respuesta fácil, por proximidad, es que de uno de los poemas más importantes de Joaquín Díez-Canedo (1879-1944), «El desterrado», que consta en el volumen homónimo publicado en 1940 por la Imprenta de Miguel N. Lira como cuarta entrega de los Amigos Españoles de Fábula, y que empieza del siguiente modo:

Todo lo llevas contigo,
tú, que nada tienes.
Lo que no te han de quitar
los reveses
porque es tuyo y sólo tuyo,
porque es íntimo y perenne,
y es raíz, es tallo, es hoja,
flor y fruto, aroma y jugo,
todo a la vez, para siempre.
No es recuerdo que subsiste
ni anhelo que permanece;
no es imagen que perdura,
ni ficción, ni sombra. En este
sentir tuyo y sólo tuyo,
nada se pierde:
lo pasado y lo abolido,
se halla, vivo y presente,
se hace materia en tu cuerpo,
carne en tu carne se vuelve,
carne de la carne tuya,
ser del ser que eres,
uno y todos entre tantos
que fueron, y son, y vienen,
hecho de patria y de ausencia,
tiempo eterno y hora breve,
de nativa desnudez
y adquiridos bienes.

Max Aub con una de sus hijas.

El poema parece venirle como anillo al dedo a la colección ideada por Max Aub, pero se puede ir un paso más allá y preguntarse si acaso en el verso «hecho de patria y de ausencia», de algún modo u otro, Díez-Canedo, cuyo conocimiento de la literatura española era asombrosamente enciclopédico, no estaría evocando otro poema sobre el exilio, y concretamente sobre el regreso a la patria tras una prolongada ausencia, escrito por un muy olvidado escritor decimonónico que siempre permaneció en tercera o incluso cuarta fila: Francisco Martínez de Arizala.

La información acerca de este personaje en tanto que escritor parece escasa, más allá de la peculiar apreciación que de él dejó Julio Cejador (1864-1927) en el octavo volumen de su generosamente prolija Historia de la lengua y literatura castellana (Primer periodo de la época realista [1850-1869]): «Francisco Martínez de Arizala, poeta melancólico y tierno, aunque de solos bosquejos, sin acabar sus poesías, publicó Noches perdidas, poesías, Granada, 1850». Muy probablemente sea el mismo Francisco Martínez Arizala que, según la Escala General del Cuerpo Administrativo del Ejército de enero de 1857, desde 1845 era oficial de segunda, y, a  tenor de los poemas sobre África que aparecen en este volumen, también el mismo de quien se incluye una oda titulada «Nacimiento de María» en la Corona poética a la rendición de Tetuán (Madrid, Imprenta de la calle de Peralta, 1860).

Ciertamente, en la Imprenta y Librería de Manuel Sanz, sita en el número 3 de la calle de Montería de Granada, se acabó de imprimir el referido volumen Noches perdidas de Martínez Arizala, a quien describe el historiador y escritor Antonio Pirala (1824-1903) en el prólogo, fechado ese mismo año 1850, como «joven vate».

En este volumen, aparece un poema titulado «Patria y Ausencia» cuyo pie indica «Málaga, 17 de noviembre de 1847» y en el que puede leerse:

Por fin, Patria querida,

Vuelvo a pisar tu suelo bendecido…

La esperanza perdida

Vuelva a cobrar el corazón herido.

[…]

Al través de la mar embravecida,

Al través de las nubes agrupadas,

Con tu recuerdo el alma embebecida

Mis ávidas miradas

Buscaban a las costas españolas

Entre la espuma de las crespas olas.

 

Para rematar más adelante el texto del siguiente modo:

Que tú me inspiras

Patria bendecida

Que tú eres mi consuelo y mi esperanza

Que es para ti mi vida

Y cuanto el loco pensamiento alcanza.

Con estos exiguos datos en la mano, bien podría pensarse que Francisco Martínez Arizala es uno de los poetas incluidos por Aub en su Antología traducida, pero no es el caso.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler, «Biblioteca del Exilio», Renacimiento. Revista de Literatura, núm. 27-30 (2001), pp. 8-14.

–«Exilio republicano de 1939 y patrimonio literario: De “Patria y Exilio” (1952) a la “Biblioteca del exilio”», en José Ignacio Cruz y María José Millán, eds., La Numacia errante, el exilio republicano de 1939 y patrimonio cultural, València, Biblioteca Valenciana, 2002, pp. 233-262, recogido en Manuel Aznar Soler, Los laberintos del exilio. Diecisiete estudios sobre la obra literaria de Max Aub, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio. Anejos 3), 2003, pp. 93-126.

–«La frustrada colección Patria y Ausencia a través del epistolario Max Aub-Juan Ramón Jiménez», El Correo de Euclides, núm. 12 (2017), pp. 13-24.

Federico Gerhardt, «Editar (en) el exilio: Dos colecciones en diálogo “Patria y Exilio” de Max Aub y El Puente de Guillermo de Torre», en Raquel Macciuci, dir., Diálogos Transatlánticos. Memoria del II Congreso Internacional de Literatura y Cultura Española Contemporáneas, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 2003, vol. I., pp. 386-394.

 

Las traducciones falsas (y las auténticas) de Max Aub

En 1963, durante su exilio en México, Max Aub (1903-1972) dio a conocer en la revista mallorquina de Camilo José Cela (1916-2002) Papeles de son Armandans una primera entrega de lo que ya entonces se titulaba Antología traducida y que Aub había mandado en noviembre de 1962.

Max Aub.

Max Aub.

Consistía esta primicia, que se publicó entre las páginas 143 y 161 del número 92 (noviembre de 1963), en una recopilación de trece traducciones de poemas, en algunos casos fragmentarios, de los autores más diversos y pertenecientes a las tradiciones más heterogéneas, pero en todos los casos absolutamente desconocidos para los lectores españoles (que vivían aún bajo la censura franquista); a los que acompañan breves biografías, generalmente muy parcas y sintéticas, de los antologados, así como muy someras pero contundentes consideraciones críticas. La aparición en la revista de Cela coincide cronológicamente con la publicación en México, en la colección Poemas y Ensayos de la Universidad Nacional Autónoma de México, del volumen con el mismo título, que incluye ya a cuarenta y ocho autores. Dos años más tarde se publicaron algunos textos de esta antología con el título «Nuevas versiones» en la Revista Mexicana de Literatura (núm. 3-4, marzo-abril de 1965); en enero de 1966 se publica otra pequeña muestra de estas traducciones en la revista salmantina Álamo, y en mayo de ese mismo año se publica una segunda entrega de poemas en Papeles de son Armadans, hasta que en 1972 aparece en la serie mayor de la Biblioteca Breve de Bolsillo de Seix Barral la última edición en vida del autor, que incluye sesenta y nueve poetas. El año anterior, también en España, Max Aub había publicado en la colección El Saco Roto de la editorial Helios Versiones y subversiones y en 1972 en México en Alberto Dallal Editor, cuya primera parte se incorpora a la edición de Seix Barral y la segunda la componen, para decirlo en pocas palabras, «traducciones» de autores mejor conocidos.

La edición de la UNAM.

La edición de la UNAM.

La Antología traducida iba precedida de una interesante nota introductoria en la que escribe Aub:

Escribí muchos renglones cortos con la esperanza de que fuesen versos. Joaquín Díez-Canedo me los echa siempre en cara. Sin más dificultad que la tristeza, acabó por convencerme. Entonces me puse a mal traducir estos poemas segundones que posiblemente tampoco tienen interés. Peor es publicarlos. Ahora bien, ¿tengo yo toda la culpa?

Aunque su criterio como crítico y sus dotes como filólogo estaban ya más que probados, la experiencia de Max Aub como traductor no parece que fuera muy amplia hasta entonces. En 1944 Aub se había ofrecido por carta a su amigo André Malraux (1901-1976) para traducir sus próximas obras, pero en ese momento el escritor francés estaba ocupado en otros menesteres más urgentes que su obra literaria (concretamente, la segunda guerra mundial); cuatro años más tarde Aub tradujo con el título Doña Millones la obra del hispanista Jean Camp (1891-1968) y el novelista Jean Bommart (1894-1979) La dame d’atout, pero esta obra quedó inédita; en 1949 tradujo el guión cinematográfico de René Clair (1907-1988) Le silence est d’or; en los años cincuenta publicó para el Fondo de Cultura Económica Las clases sociales (1950), de Maurice Halbwachs, e Introducción a la historia (1952), de Marc Bloch; y, salvo error por omisión, en noviembre de 1963 se publicó en la Revista de la Universidad de México su traducción del poema de Antonin Artaud (1896-1948) «Le visage humaine» (fechado en julio de 1947). No es un bagaje muy amplio, al que en 1968 añadiría la traducción del guión de Sierra de Teruel, que las Ediciones Era publicarían profusamente ilustrado con fotografías de la célebre película de Malraux y con un prólogo del propio Aub.

Acerca del primer poeta que aparece en la Antología traducida, anónimo, se dice que es «Sin duda de la época de Amenofis IV, en el que rezuma un curioso anticlericalismo, probable consecuencia de la pérdida de las provincias sirias». Vale la pena destacar el comentario por el contraste entre el «sin duda» y el «probable», muy ilustrativo acerca del contenido de toda la antología, en la que alternan el dato erudito con la hipótesis de apariencia más o menos arriesgada y/o fiable. Esto es, por ejemplo, todo lo que explica Aub acerca de «Juan Manuel Wilkesntein (1623-¿1657/8?). Dicen sus contemporáneos que no salió de las tabernas. Parece que en sus años mozos hizo algunas campañas en Flandes e Italia. Escribió en alemán.»

Una de las cuestiones ya en un primer momento sospechoso, aun a sabiendas del poliglotismo de Aub, es la diversidad de lenguas a partir de las cuales traduce, que va desde el sánscrito al inglés, pasando por el griego, el latín, al arameo o el chino, lo cual solo podría explicarse si, en buena medida, se coligiera que las traducciones no se hicieron a partir de las lenguas originales sino de traducciones puente, como se explicita en algún caso. De hecho, según cuenta el autor en la nota introductoria, Howard L. Middleton («especialista en lenguas y literaturas eslavas», de quien se lamenta su muerte en 1959, le prestó «sus luces y las voces de tantos que tradujeron lo suyo en idiomas para mí comprensibles») y Juan de la Salle (a quien dice haber conocido en 1930 en Madrid ya entonces como insigne arabista y sanscritista, y que en el momento de escribirse la nota está «desaparecido en un convento canadiense») le ayudaron con una colaboración muy intensa. Eso podría inducir a pensar que posiblemente Max Aub está ni más ni menos que atribuyéndose traducciones que en realidad no había llevado a cabo, pero sin duda todo es más complejo y divertido. El hecho de que aparezca, por ejemplo, un Vladimiro Nabukov (1821-1872) que «Nació en Kiev, murió en Berlín. Joven, fue amigo de Tolstoi. Luego se enfadaron era rico; murió harto, del corazón», ya pone sobre la pista, pero más evidente es la inclusión del Max Aub, de quien entre otras cosas se dice que «no se sabe dónde está […] Nadie le conoce.», autor del que, por cierto, por si fuera poco, se incluye lo que a simple vista ya puede detectarse como un plagio de otro de los poetas previamente incluidos en la antología, concretamente de Bernard de Crenne (1501-1547). Y la retranca: de uno de los poemas de Crenne, escribe el antólogo: «A menos que este poema, por el que tengo cierta debilidad, se deba a su prima segunda Hélisenne de Creene, la autora de Las augustas dolorosas que proceden de amores (1538), la primera novela autobiográfica francesa». Añadan a eso que uno de los textos de Subandhu, «poeta persa que, aunque parezca extraño, escribió en persa», se había incluido ya en Del amor (1960), de Max Aub y Leonora Carrington.

De izquierda a derecha: Max Aub, Joaquín Díez Canedo. Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

De izquierda a derecha: Max Aub, Joaquín Díez Canedo. Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

Obviamente, pues, Max Aub se hace pasar por traductor y antólogo cuando lo que demuestra ser en realidad es un poeta versátil y un ingeniosísimo creador de heterónimos capaz de poner en pie un excéntrico artefacto literario en el que vienen a confluir lo mejor de la tradición de Pessoa y Borges. Pero no se trata de un simple juego sin más.

Emparentado con la Antología traducida, además de las mencionadas Versiones y subversiones, es el libro que ya dejó preparado en 1971, si bien se publicó póstumamente, Imposible Sinaí, a partir de una selección llevada a cabo con el consentimiento de su autor por Alastair Reid (1926-2014) y Joaquín Díez Canedo (1917-1999). En él reúne Aub lo que presenta como «escritos encontrados en los bolsillo y mochilas de muertos árabes y judíos de la llamada “guerra de los seis días”, en 1967. Las traducciones deben mucho a mis alumnos», donde de nuevo se acompañan los textos de breves notas biográficas fragmentarias. Así, entre otras lindezas, de un tal Wilhelm Hochbach se dice que «Su celebridad nunca pasó las fronteras porque ni fue famoso ni lo merecía […] Lo incluyo en este libro porque lo conocí y me leyó estos versitos escritos el día anterior, en un café, donde esperó en vano –como era natural– a una alumna que le traía el seso revuelto».

Max Aub.

Quizá todo es mucho más claro en las palabras que escribió Eleanor Londero, que posteriormente prepararía una edición de la Antología traducida:

Presentarse como antólogo y traductor –es decir, como mediador al infinito– de sesenta y nueve poemas apócrifos presupone poner en tela de juicio una serie de certezas. [..] la validez o, si se quiere, sobre el fundamento de la selección en sí […], la función misma de la traducción y su real capacidad de comunicar o transmitir un mensaje determinado. Por último, sobre la legitimidad de reivindicar cualquier derecho de autoría sobre el texto. […] Supone, en definitiva, moverse en los márgenes ambiguos que separan la configuración estética de su propia reflexión.

Fuentes:

Max Aub, Antología traducida, edición, introducción y notas de Pasqual Mas Usó, presentación de Tomás Segovia, not preliminar de Antonio Gascó y grabados de Luis Bolumar, Segorbe, Fundación Max Aub – Universitat Jaume I (Biblioteca Max Aub 6), 1998.

Max Aub, Imposible Sinaí, Barcelona, Seix Barral (biblioteca Breve), 1982.

José Ángel Cilleruelo, «Comprometidos y apócrifos. Los poemas de Max Aub», Quimera, núm. 134 (abril de 1998).

María Teresa González de Garay, «Las máscaras poéticas de Max Aub», El Correo de Euclides, núm. 1 (2006), pp. 546-554.

Eleonor Londero, «Max Aub, traductor fingido», en Cecilio Alonso, ed., Actas del Congreso Internacional Max Aub y el laberinto español, Ajuntament de València (Col·lecció Encontres), 2006, vol II, pp. 653-658.

José Ramón López García, «Memorialismo, historia e imaginación lírica. Max Aub y el ciclo de Imposible Sinaí», El Correo de Euclides, núm. 1 (2006),pp. 568-580.

Gérard Malgat, Max Aub y Francia o La esperanza traicionada, Sevilla, Editorial Renacimiento (Biblioteca del Exilio. Anejos), 2007.

Ignacio Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, València, Biblioteca Valenciana (Colección Literaria), 2003.

Elicio Muñoz Galache, de labores agrícolas a la impresión y edición de libros

Cuando en 1939 Elicio Muñoz Galache llegó a México procedente del campo de refugiados francés de Saint Cyprien, sus antecedentes difícilmente podían hacer pensar que se convertiría en un importante impresor. Nacido en Fuentelapeña (Zamora) en 1908, Elicio Muñoz se había desempeñado en diversas labores, pero todas ellas bastante alejadas del mundo de las letras: desde trabajos agrícolas en Tordesillas (Valladolid), hasta ayudante de panadero en la capital de la provincia, aunque al parecer había aprendido el oficio de impresor en el hospicio de Valladolid, antes de trasladarse a Barcelona en busca de mejor empleo.

Al poco tiempo de su llegada empezó a trabajar como prensista en una imprenta establecida por el SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles) situada en la calle Balderas –y que andado el tiempo se convertiría en las Gráficas Panamericanas–, donde también halló empleo su hermano Blas como cajista.

Firma de Elicio Muñoz.

Sin embargo, en cuanto puede, probablemente al filo de la década de 1940, Elicio Muñoz consigue establecerse por su cuenta, en una primera etapa para imprimir las cajas de los Laboratorios Zapata y algunas publicaciones de tipo científico, gracias a su relación con el naturalista de origen madrileño Ignacio Bolívar (1850-1944)  y su hijo el entomólogo Cándido Bolivar Pieltáin (1897-1976), vinculados ambos al Colegio de México y que en 1940 crearon la influyente revista Ciencia (que a partir de 1980 se convertiría en la publicación oficial de la Academia de Ciencias Mexicanas). No tarda tampoco Elicio Muñoz en empezar a imprimir para El Colegio de México y para el Departamento Literario del INBA (Instituto Nacional de Bellas Artes).

De esta imprenta, que como editora adopta progresivamente los nombres de Imprenta Muñoz, Editorial Muñoz y Editorial Galache, sale por ejemplo en 1953 la compilación de poemas aparecidos en el suplemento de la revista Nueva Polonia compilados por el poeta cordobés Juan Rejano (1903-1976), con pie de Imprenta E. Muñoz Galache. Y del año siguiente es la traducción de la exdiputada por Badajoz y cofundadora de la Unión de Mujeres Antifascistas Margarita Nelken (1894-1968) de la obra de F. Berence Leonardo da Vinci, obrero de la inteligencia, que se publica con pie de Imprenta Muñoz Galache.

Poco posterior es la aparición en los mismos talleres de Un pueblo y dos agonías, cuyo autor, el intelectual de origen asturiano formado en Cuba Luis Amado Blanco (1903-1975), ante las dificultades para publicar este libro en la Cuba de Batista, decidió costeárselo en México y apareció en 1955 en la colección Novelas Atlante de la editorial de Juan Grijalbo (1911-2002). Con una cubierta diseñada por Juan Madrid y creada por Blas Muñoz Galache, el libro se acompañaba de una ilustración de Raúl Martínez.

Entre otros trabajos interesantes de la imprenta Muñoz para la Atlante de Grijalbo se cuenta también una novela de la madrileña Luisa Carnés (1905-1964), Juan Caballero (1956), y de ese mismo año —salvo error— es la publicación del primer libro firmado por el propio Elicio Muñoz, Fuente Abeja: Estampas castellanas, cuya edición en las mismas Novelas Atlante contiene un prólogo de Lusia Carnés (además de ilustraciones de la luego famosa artista mexicana de origen salmantino María Luisa Martín, que firma ya en este caso como Mary Martin).

Inicio de Fuente Abeja, con grabados de la santanderina exiliada en México María Luisa Martín.

Otra editorial importante y prestigiosa para la que trabajó Elicio Muñoz fue el Fondo de Cultura Económica, y muy en particular la colección literaria Tezontle, a cuyo cargo estaba el madrileño Joaquín Díez Canedo (1917-1999). En 1961 se publicó en esa colección el segundo libro de Muñoz, Muros y sombras.

En los años sesenta, aparecen con pie de la Imprenta de la editorial Galache algunos libros también notables por motivos diversos, como De Juan a J. Guadalupe Posada: Esquema de cuatro siglos de grabado en relieve mexicano (1973), de Francisco Díaz de León, para la Academia de Arte, o una Antología de poesía surrealista latinoamericana (1974) de Stefan Baciu para Joaquín Mortiz, la editorial creada por Díez Canedo a su salida del Fondo de Cultura Económica.

Un dato poco recordado acerca de esta imprenta y editorial es que en ella, en sus primeros años, se formó el pintor y diseñador gráfico nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) Miguel Prieto (1907-1956), que también se había visto confinado en el campo de Saint Cyprien, y todo parece indicar que esta primera experiencia profesional dejó su huella. Según contaba el también diseñador Vicente Rojo:

Las ediciones del INBA se imprimían en la imprenta Muñoz, que contaba con los tipos que a Prieto le gustaba utilizar, los clásicos Garamond, Baskerville, Bodoni, Caslon y el estilizado Empire, único tipo moderno que él usaba como contrapunto en sus hermosas composiciones tipográficas.

En su progresiva ampliación y crecimiento empresarial, Elicio Muñoz creó también una librería particularmente centrada en el fondo más que en las novedades, acerca de la que el editor mexicano Alfredo Herrera Patiño recordaba en 2006:

Recuerdo ahora la librería Barma, muy cerca de mis correrías de niño y adolescente. Refugiado español su dueño, tenía el gusto por el buen surtido y los libros poco comerciales. Descubrí en ella a León Felipe, editado entonces por Finisterre, a Gabriel Zaid, a Cortázar, a Octavio Paz, y claro, a Stendhal, a Hesse, a Manuel Alvar y la poesía sefardí, a Juan Valera, a Casona, a García Morente, al buen Kant, a Sartre, a tantos y tantos, y tantas y tantas editoriales, de la Porrúa a Latitudes, de Carlos Isla: las traducciones que hizo Paz de Mallarmé, Zaid de Vidyapati, las Cosillas para el nacimiento de Pellicer, La Sangre de Medusa de Pacheco, en fin. Recuerdo, en vitrina, Poemas en el regazo de la muerte de Isabel Fraire… Una gran librería, perfecta para ese lector en ciernes que era yo… Tardó en desaparecer, pero lo hizo hará unos seis años, y me pareció una pena enorme.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2016.

Lydia Elizalde Valdés, «Intención gráfica en Vicente Rojo», Escritos. Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje, núm 32 (junio-diciembre de 2005), pp. 79-94.

Martí Soler, «Miguel Prieto, entre impresores y tipógrafos», en James Valdender et al., Los Refugiados Españoles y La Cultura Mexicana: Actas de las segundas jornadas celebradas en El Colegio De México en noviembre de 1996. El Colegio de México, 1999, pp. 255-266.

Alfredo Herrera Patiño, «Precio único», Erratas eminentes, 18 de marzo de 2006.

Vicente Rojo, «Primeros diseños», en Centro Virtual Cervantes.

Colofón de Libertad bajo palabra, editada al cuidado del autor y Marti Soler e impresa en los talleres gráficos de Editorial Muñoz.

El «pobre Alaminos», un técnico editorial del FCE que sabía muchas cosas

La vida profesional de Luis Alaminos y Peña (1902-1955) en el ámbito de la edición tuvo su etapa culminante cuando, coincidiendo con el fin de la segunda guerra mundial y la muerte de su esposa (Dolores Guerrero), se trasladó a México y entró en el Fondo de Cultura Económica, donde llevó a cabo una importante labor como traductor, revisor de traducciones y técnico editorial.

Nacido en Almuñécar (Granada), su entrada en el mundo editorial se produjo en la editorial Espasa-Calpe, en cuya famosísima enciclopedia colaboró como redactor, pero la insurrección militar que desencadenó la guerra civil española le encontró ya como inspector general de primera enseñanza en la provincia de Málaga (tras haberlo sido desde 1933 en Almería); en cuanto las tropas franquistas conquistaron la ciudad, el 6 de diciembre de 1937 se publicaba en el Boletín Oficial del Estado la siguiente decisión tomada por la Comisión de Cultura y Enseñanza: «La separación definitiva del servicio de don Luis Alaminos Peña, debiendo ser dado de baja en su escalafón, e inhabilitarle para el desempeño de cargos directivos y de confianza en Instituciones Culturales y de Enseñanza». Al término de la guerra Alaminos se exilió, inicialmente a Francia y con posterioridad consiguió llegar a Santo Domingo.

Imagen de la conocida como «desbandá» (7 de febrero de 1937): la huida de los civiles malagueños republicanos por la carretera a Almería, donde fueron reiteradamente bombardeados por la aviación franquista.

Allí, gracias en parte a una carta de recomendación de quien fuera ministro de Justicia, Fernando de los Ríos, fechada en Nueva York el 3 de diciembre de 1939, Alaminos se estableció con relativa facilidad. Impartió clases de psicología aplicada a la Pedagogía y de Didáctica en la Universidad de Santo Domingo, de cuya facultad de Filosofía era catedrático (1943-1945), después de haber colaborado con la sección técnica de la Secretaría de Educación (1940-1942) y con el Instituto de Investigaciones Psicopedagógicas (1943).

Alaminos se relacionaba con frecuencia con los numerosos exiliados españoles en la isla, como el historiador de la literatura Vicente Llorens (1906-1979), el diplomático y periodista Alfredo Matilla Jimeno o el hombre de teatro Alberto Paz (1915-1967), con quienes compartían veladas musicales en casa de la pianista Manuela Jiménez, a los que asistía también el conocido compositor Enrique Casal Chapí (1909-1977), o en la casa de este último –«la típica casita de una planta, con su pequeño jardín, que el filarmónico dejó convertir en selva tropical», según la descripción de Llorens– , en tertulias a las que asistió también Segundo Serrano Poncela (1912-1976), quien en aquellos años se había convertido en periodista (La Información), colaborador muy activo de revistas como Reaildad y redactor único de Panoramas, así como en autor de una incipiente obra ensayística compuesta por Un peregrino español (1940) y El alma desencantada y otros ensayos (1941).

De izquierda a derecha: V. Llorens, Leo Spitzer, Pedro Salinas y Jorge Guillén.

A su llegada a México, Alaminos fue contratado como profesor en el instituto Luis Vives, fundado en 1939 por el SERE (Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles) a iniciativa del médico y científico José Puche Álvarez (1895-1979), y no tardó en hacer incursiones como colaborador en algunas revistas vinculadas a instituciones educativas. Entre finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, por ejemplo, escribió razonadas y muy bien escritas reseñas bibliográficas en Universidad de México. Órgano de la Universidad Nacional Autónoma de México, que dirigía Rafael Corrales Ayala Jr. y entre cuyos colaboradores habituales se contarían Alí Chumacero, Francisco González de Cosío, Efraín Huertas, Julio Torri y Leopoldo Zea, entre otros. Más adelante publicaría también ocasionalmente crítica literaria y artística en cabeceras como El Nacional.

Dentro del FCE, Alaminos formó parte del ya casi mítico departamento técnico formado por republicanos españoles que encabezaba Joaquín Díez Canedo (1917-1999), acompañado por los no menos prestigiosos Eugenio Imaz (1900-1951) y Francisco Giner de los Ríos. La entrada de Alaminos, junto con la de Sindulfo de la Fuente (1886-1956) y las primeras incorporaciones de mexicanos, Antonio Alatorre (1922-2010) y Juan José Arreola (1918-2001), se produjo muy poco después de su llegada a México, antes de 1947, para cubrir la salida de Giner y de Herrera.

Max Aub, Joaquín Díez Canedo, Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

Víctor Díaz Arciniegas ha subrayado la importancia de este grupo en la conformación del lenguaje científico en México, mediante sobre todo la indispensable creación de neologismos:

los miembros del Departamento Técnico [del FCE] (en particular Luis Alaminos, cuyos conocimientos léxicos y gramaticales a todos sorprendían, y José Gaos, Wenceslao Roces y Eugenio Imaz, cuyas experiencias como traductores eran las más amplias dentro de obras muy complejas) discutían algunos conceptos ingleses, franceses o italianos para los que no existía un equivalente exacto en español.

A finales de la década, Alaminos tuvo un papel protagonista, con Díez-Canedo, en la ampliación del equipo de colaboradores cuando Alatorre y Arreola abandonaron la casa, coincidiendo con el nacimiento de la colección Breviarios, que conllevaba un aumento muy notable del trabajo en el departamento. De su mano entró, por ejemplo, Alí Chumacero (1918-2010)

El nombre de Alaminos aparece al pie de traducciones o revisiones muy leídas publicadas entre finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, como el Diccionario de Psicología (1948), de Howard C. Warren (en colaboración con Imaz y Alatorre); Arte y sociedad (1948), de Roger Bastide; Esquema de la matemática actual (1951), de E.C. Titchmarsh; El hombre y sus obras: ciencia de la antropología cultural (1952), de Jean Herskovits Melville, o la Historia de los mapas (1956) de Gerald Roe Crone, actividad que todos los miembros llevaban a cabo al margen de su tarea en el seno de la editorial.

En 1951 apareció la canónica traducción del eminente filósofo español José Gaos (1900-1969) de El Ser y el Tiempo de Heidegger para el FCE, y en los agradecimientos de la misma se pone de manifiesto que fue Alaminos el responsable de la edición. Hizo también índices para diversas de las traducciones de libros de Marx que había llevado a cabo Wenceslao Roces, quien curiosamente había sido su superior como subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública (y como tal lo había nombrado en septiembre de 1936 agregado, a las inmediatas órdenes de la Dirección General de Primera enseñanza). Los nombres de Alaminos y Roces coincidirían también en el comité de redacción de Nuestro Tiempo. Revista de Española de Cultura (julio de 1949-septiembre de 1951), en el que los acompañaban otros notables exiliados, como Antonio Ballesteros, Josep Renau, Luisa Carnés, Adolfo Sánchez Vázquez, Juan Rejano, etc.

Es muy probable que uno de los últimos servicios que Alaminos pudo prestar al Fondo antes de su muerte fuera la escritura del texto referido a las colecciones de Ciencia y Tecnología que se publicaron en el catálogo general de 1955, que conmemoraba los primeros veinte años de la creación formal de la empresa.

El lóngevo escritor y bibliófilo Andrés Henestrosa (1906-2008) dejó constancia del reconocimiento y prestigio de que gozaba Alaminos en el momento en que inesperadamente falleció:

Y ayer, nada más, el día 28, murió de muerte repentina, Luis Alaminos Peña, ilustre maestro español, desterrado por sus ideas en nuestro país. Alto empleado del Fondo de Cultura Económica, hizo por los libros mexicanos una labor llena de nobleza y de fervor, a la que nadie negó su aplauso, aun en vida de don Luis.

Por su parte, escribe Max Aub (1903-1972) en sus diarios, no se sabe si a modo de colofón, epitafio o pilón: «Enterraron hoy al pobre Alaminos: era un hombre gordo, simpático y que sabía muchas cosas».

Max Aub.

Fuentes:

Max Aub, Nuevos diarios inéditos, edición, introducción y notas de Manuel Aznar Soler, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio: Memorias del Exilio. Anejos 4), 2003.

Ma. Luisa Capella, «El Fondo de Cultura Económica y los exiliados españoles en México», en Alfonso Guerra y Virgilio Zapatero, coords., Exilio, Madrid, Fundación Pablo Iglesias, 2009, pp. 154-159.

Victor Díaz Arciniegas, «Oficio y beneficio: traductores y editores del FCE», Historia de la Casa. El Fondo de Cultura Económica, 1934-1994, México, FCE, 1994, pp. 75-

Andrés Henestrosa, Alacena de minucias, 1951-1961, introducción y selección de Adán Cruz Bencomo, México D.F, Miguel Ángel Porrúa-Cámara de Diputados, 2007.

Silvia Jofresa, «Alaminos y Peña, Luis», en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los Escritores, Editoriales y Revistas del Exilio Republicano de 1939, vol. I, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2016, p. 40.

Vicente Llorens, Memorias de una emigración, Santo Domingo, 1939-1945, Barcelona, Ariel (Horas de España), 1975.

Exilios, anticolonialismo y lenguas indígenas. Editar desde la izquierda (segunda parte)

Editar desde la izquierda en América Latina, de Gustavo Sorá, es un libro repleto de sugerencias y de hilos de los que tirar para quienes les interesa la historia editorial, y algunos de estos hilos es por lo menos en apariencia difícil reintroducirlos en la trama de la idea general de ese ensayo, del que es fácil quedarse con las ganas de que tuviera unas cuantas páginas más.

Quizá pueda echarse de menos en el relato de la historia del Fondo de Cultura Económica una atención mayor a la influencia en el proyecto de los numerosísimos exiliados republicanos españoles que se incorporaron a esta empresa cuando no se habían cumplido aún los cinco primeros años de su fundación, pero más allá de ponderar su importancia, Editar desde la izquierda… elude un juicio detallado sobre qué papel desempeñaban o cómo encajaban estos profesionales —ciertamente de izquierdas, pero españoles— en un proyecto calificado como eminentemente americanista y cuyo objetivo principal era emanciparse del colonialismo español. Puede parecer evidente que esos muchos colaboradores republicanos estaban muy alejados de cualquier posición colonialista, pero al fin y al cabo —como los propios fundadores del FCE— tenían una formación y procedían de una tradición cultural netamente europea. Escribe Gustavo Sorá:

El segundo período [de la historia del FCE] se despliega entre 1939 y 1948, cuando es nítida la impronta de los exiliados republicanos españoles, que intervinieron en todas las facetas del trabajo, como consejeros, autores, editores, traductores, diagramadores, correctores, directores de colección, etc. (p. 62)

Entre los datos ilustrativos que podrían aducirse, valgan que en 1941 el castellonense José Medina Echavarría, que contaba con estudios superiores en la Universidad de Marburgo, pasa a dirigir la colección de Sociología (que publica traducciones de Ernestina de Champourcín y Francisco Giner de los Ríos, entre otros) o el hecho de que la prestigiosa colección Letras Mexicanas se atribuya a la iniciativa del madrileño Joaquín Díez-Canedo, a quien se cuenta entre los principales «diseñadores del catálogo durante la gestión de Orfila».  Y prosigue Sorá luego:

Como veremos más adelante, los transterrados también motivaron una división de intereses del FCE entre la promoción de las modernas ciencias sociales y humanas y los problemas americanos. Los primeros libros del Colmex [Colegio de México, A.C.] fueron de teatro y poesía, y un año después aparece la colección Tezontle, iniciada con el libro La rama viva de[l exiliado español] Francisco Giner de los Ríos. (p. 64)

Max Aub, J. Díez-Canedo, Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

No tengo la certeza de no haber sabido verlo, ni siquiera «más adelante», a no ser que deba colegirse que la apertura del Fondo a la creación literaria de ficción, pero no así las otras líneas editoriales, debe atribuirse a la presencia de republicanos españoles, aun cuando:

Con la llegada de los transterrados, Cosío les delegó buena parte de las tomas de decisiones sobre contenidos académicos y las operaciones técnicas de la empresa. Concentró fuerzas en el armado de colecciones de ensayos americanos y en los años cuarenta ya se lo observa como mentor de la conquista de un mercado internacional. (p. 66)

Vale la pena tener en cuenta que por entonces la mayoría de exiliados republicanos españoles consideraban su estancia en México una etapa que debía concluir cuando, supuestamente, los aliados acabaran con las dictaduras hitleriana, mussoliniana y franquista y ellos pudieran regresar a España, y eso explica en buena medida que en los colegios a los que asistían sus hijos se siguiera impartiendo geografía, literatura e historia española. Así pues, no sólo un buen número de traducciones y correcciones de estilo de estas obras fueron llevadas a cabo por intelectuales formados en el español peninsular, sino que incluso las colecciones las dirigían republicanos españoles.

Manuel Andújar.

En cuanto a la obra literaria de estos exiliados, el FCE acogió, ya en las primeras décadas, un buen número de obras de españoles republicanos. La colección Tezontle, por ejemplo, se estrenó con La rama viva, de Francisco Giner de los Ríos, y en ella aparecieron a lo largo de las décadas 1940 y 1950 obras originales de Manuel Andújar, Max Aub, Agustí Bartra, Manuel Duran, Juan José Domenchina, Eugenio Ímaz, Nuria Parés, Pedro Salinas, Serrano Poncela…  Aun así, es sabido  que por lo menos en varias de estas ediciones el FCE actuaba como poco más que una empresa de servicios editoriales, pues eran los autores quienes corrían con los gastos, lo cual crea cuanto menos un grave problema de distorsión que Editar desde la izquierda no llega a abordar: La inclusión de estos libros —y a saber cuántos otros— en el catálogo del FCE no responde en sentido estricto a un criterio de selección de la editorial, ya sea este o no de izquierdas, a lo que puede añadirse una reflexión adicional acerca de hasta qué punto tal práctica, en la que al parecer intervenía el amiguismo, es consecuente con la línea ideológica más visible del Fondo en aquellos años.

Así lo contó por ejemplo Max Aub en sus diarios, en la entrada correspondiente al 1 de noviembre de 1954 (es decir, ya en la etapa Orfila Reynal), en un pasaje al que añado algunos destacados en cursiva:

Uno de los casos más curiosos, que no me explico, es mi falta total de éxito. Mis libros no se venden. No tengo editor —sabe Dios si lo procuro— como no sea para mis libros de crítica (que no lo son, sino charlas de café).

Viste mucho eso del Fondo de Cultura, lo que no sabe la gente es que los libros los pago yo y que el Fondo de Cultura Económica únicamente los distribuye. Y eso gracias a mi amistad con todos los de la casa.

Max Aub.

Es realmente muy dudoso que el de Max Aub sea un caso único, y este es sin duda un aspecto crucial que merecería una atención muy cuidadosa para averiguar de qué modo se conformaban en realidad los catálogos del Fondo. En buena medida, Aub resolvió parte de ese problema cuando una década más tarde la agente literaria Carmen Balcells (1930-2015) pasó a gestionar los derechos de su nutrida y heterogénea obra.

Por otra parte, si bien se atiende en Editar desde la izquierda… a la relación del Fondo de Cultura Económica con la literatura brasileña, es también posible echar de menos alguna consideración sobre la postura que tanto Cosío como Orfila y sus colaboradores adoptaron hacia las lenguas indígenas americanas, porque en ausencia de comentarios sobre ello, más allá de subrayar la destacada presencia de títulos sobre el indigenismo y sobre esas culturas (incluyendo «la primera edición en castellano del Popoh Vuh»), cabe deducir que ni FCE ni Siglo XXI se ocuparon en absoluto de publicar literatura ni quechua, ni aymara, ni maya, ni náhualt ni en ninguna otra lengua indígena, lo cual, una vez más, despierta el deseo de que este ensayo tuviera unas cuantas páginas más dedicadas a cómo encaja esa desatención con el empuje emancipador de las prácticas colonialistas que caracteriza al Fondo. Y aun habrá quien eche de menos un análisis de las relaciones del Fondo con editoriales mexicanas con las que tenían ciertas coincidencias, y particularmente en el caso de Era (iniciativa de hijos de exiliados republicanos).

Así pues, parece evidente que por su magnitud y recorrido, el Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI son materias que pueden dar aún mucho juego a los investigadores y por supuesto no están agotados como temas, y por otro no es probable que a ningún lector interesado en el proyecto de Sorá le hubieran estorbado unos centenares de páginas más dedicadas a asuntos que en esta ocasión sólo quedan esbozadas, apuntadas o sugeridas. Uno se queda con ganas de más.

Gustavo Sorá, Editar desde la izquierda en América Latina. La agitada historia del Fondo de Cultura Económica y de Siglo XXI, Buenos Aires, Siglo XXI Editores (colección Metamorfosis), 2017.

Fuentes adicionales:

Max Aub, Diarios (1939-1972), edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1998.

Javier Sánchez Zapatero, «Lo que importa es España. Proyectos para la recuperación editorial en el epistolario entre Max Aub y Carmen Balcells (1964-1972)», El Correo de Euclides. Anuario científico de la Fundación Max Aub, núm. 6 (2011), pp. 33-48.

Un inédito recuperado quince años después

A los Cuadernos del Vigía

ba9aa-maxaubLa historia editorial de Yo vivo, de Max Aub (1903-1972), constituye un ejemplo emblemático de lo que supuso para muchos escritores españoles el exilio al que se vieron obligados como consecuencia del resultado de la guerra civil. Quizá, de un modo un tanto paradójico, ello contribuya a explicar sus numerosas reediciones y el hecho que se hayan hecho de esta obra versiones en los más diversos formatos (facsímiles, ilustradas, juegos de naipes, versiones musicales, etc.).

El texto de Yo vivo, escrito entre 1934 y 1936, se estructura mediante veintiún capítulos o breves secuencias (¿estampas?) que van conformando un relato del transcurso del día, y en su conjunto configuran un canto al gozo de vivir que en alguna ocasión se ha puesto en relación con ciertos poemas del compañero generacional y amigo de Aub Jorge Guillén (1893-1984), en particular con los de Cántico, pero al suyo podrían añadirse seguramente otros poetas de la Edad de Plata.

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Max Aub, disfrutando de la vida en 1935.

Sin embargo, la estructura en la que la obra se ajusta al transcurrir de una jornada tiene un antecedente también muy claro en el poemario de Aub Los poemas cotidianos, que él mismo se ocupó de editar y publicar gracias a los servicios de la Imprenta Omega de Barcelona (c/ Ample 53), con una tirada de sólo 50 ejemplares y, según consta en el colofón, se acabó de imprimir el 27 de septiembre de 1925. En este libro, los poemas se disponen en cinco secciones, sin equivalencia ninguna con los capítulos de la obra en prosa, más un Intermedio crucial para subrayar la influencia de la poesía de Francis Jammes (1868-1938) en la de Aub. Prueba del interés de Aub en esta obra es que solicitara para él un prólogo a uno de los críticos (también traductor) más exigentes y prestigiosos de su tiempo, Enrique Díez Canedo (1879-1994), quien no escatimó ni elogios ni –fiel a su exigencia estética– censuras:

No os arredre un consonante inoportuno ni una cadencia quebrada. Veréis, si lo sabéis mirar, cómo un sentimiento espontáneo, un amor a las realidades más próximas de la vida, logra expresarse en ellos tan sinceramente que tomaría por afectación todo guiso o compostura.

PoermasCotidianosNo estará de más subrayar que este prologuillo constituye el «primer texto escrito sobre Max Aub y su obra literaria» (puede leerse íntegro, por ejemplo en el libro de Soldevila Durante, pp. 54-55; ver Fuentes) ni que Enrique Díez Canedo fue un activo promotor de la poesía de Jammes, de quien tradujo el volumen Del ángelus del alba al ángelus del anochecer que había publicado Calpe en 1921.

Como consecuencia sobre todo de la guerra civil, este fascinante poema en prosa o novela poética breve (¿acaso poema narrativo en prosa?) que es Yo vivo no consigue ver la luz hasta 1953, en México, y cuando, en los años intermedios, Aub había ido creando una obra literaria que estéticamente se había ido apartando progresivamente de los parámetros en los que creó Yo vivo. Sin embargo, los motivos que retrasaron tanto la salida a la luz de Yo vivo los explica con amargura el apartado titulado “Colofón” (fechado en 1951) de la primera edición:

Esto escribía, a trozos, cuando la guerra nos envolvió. Al releer, hoy, estos cachos de prosa que creí que sería mi gran libro, veo que quedará trunco para siempre. […] Lo dejo como estaba en julio de 1936 […] Lo miro con cariño porque es el libro que pudo ser y no es. El mundo me ha preñado de otras cosas. Y tal vez es lástima, posiblemente no. Y me lo dedico a mí mismo, in memoriam.

Y en el colofón propiamente dicho, declara:

Este ejercicio retórico acabó de imprimirse extemporáneamente el dos de junio de 1953  a los cincuenta años de su autor, en los talleres de la editorial Edimex.

Esta primera edición, financiada por el propio Aub, se incluyó en la colección Tezontle, a cuyo frente estaba Joaquín Mortiz (Joaquín Díez Canedo, 1917-1999), en el Fondo de Cultura Económica, y se tiraron de ella quinientos ejemplares encuadernados en rústica y con una portada ilustrada a mano por Aub y sus hijas.

TezontleEsto da sentido al comentario de uno de los primeros textos aparecidos en la España franquista sobre la obra de Aub, en 1966, firmado por unas siglas que ocultaban a Antonio Fernández Molina (1929-2005), según el cual Aub disponía de «libros subterráneos que saca del fondo de sí mismo, de su vida y de sus baúles». Más afinada es la reflexión de María Teresa González de Garay para dar cuenta de los motivos que llevaron a Aub a recuperar ese texto en los años cincuenta, si bien ella lo hace pensando en la publicación de varios fragmentos de Yo vivo como partes constituyentes del collage dramático Del amor: «Podría pensarse que 1958 es uno de los años en que Max Aub descansa momentáneamente de sus preocupaciones políticas, ideológicas y sociales más obsesivas, materializadas en unas creaciones de dimensiones históricas y colectivas rotundas». Acaso la recuperación de Yo vivo sea –paradoja muy aubiana– un antecedente de la veta lúdica que explota con Crímenes ejemplares (1957) o Jusep Torres Campalans (1958). Y a ello se vincula también la reevaluación en retrospectiva que Aub estaba haciendo entonces de su propia obra de los años veinte:

En el prólogo a sus obras teatrales –ha escrito Mª Pilar Martínez Latre–, separado en veinte años de estas obras que se había atrevido a calificar de «cagarrutas literarias», [Aub] parece mostrar ciertas dudas que ponen en cuestión sus juicios anteriores: «Tal vez resulte ahora que aquel arte deshumanizado no lo era tanto como creíamos y que el bien decir –¡oh años gongorinos! – no cuenta lo que queríamos». Aub quiere atemperar los juicios de los críticos partidistas en cuyas filas había militado, aquellos que despreciaban la vanguardia literaria y la tachaban de deshumanizada al dejarse llevar por planteamientos vindicativos, con marcadas tendencias políticas.

Cubierta de Del Amor (Finisterre, 1972)

Cubierta de Del Amor (Finisterre, 1972)

Quizá valga la pena subrayar que el prólogo al que se alude en esta cita, aparecido en el volumen de Aguilar publicado en 1968, está fechado en México en 1957. Pero dos años antes de que se publicara, en 1966, Aub ya había decidido incluir los trece primeros capítulos de Yo vivo (los que la censura española de entonces podía digerir sin la menor irritación gástrica), en Mis páginas mejores que preparó para la madrileña editorial Gredos, y en cuya Nota preliminar escribía: «Mi obra ha cambiado, como la de todos, al compás del tiempo […] Uno depende del azar y no escoge tanto como se cree, a los sumo puede decir que no a algunas cosas». Podría decirse, pues, que a principios de la década de los cincuenta Aub reevalúa su obra de anteguerra y rescata de ella lo que le parece aún valioso, y con ello tiene que ver también, seguramente, la ampliación y continuación de su impresionante Luis Álvarez Petreña (que publica en Joaquín Mortiz en 1965), y que también compilará en Mis páginas mejores, antes de ampliarla nuevamente para la edición en Seix Barral en 1971.

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Max Aub flanqueado por sus compañeros de generación Dámaso Alonso (1898-1990) y Pedro Salinas (1891-1951).

Aun así, la segunda edición completa del Yo vivo es la que lleva a cabo Amalia Romero –y cuya historia ha reconstruido Esther Lázaro– en la colección de José Batlló El Bardo, que en 1965 había publicado a Vicente Aleixandre Retratos con nombre, en el que se incluye el poema “En la ciudad (Max Aub)”. Después de haber solicitado a Aub algún que otro texto para las revistas que llevó entre manos por aquellos años, Batlló publicó en el número final de la revista clandestina La píldora (octubre-noviembre de 1969), una «Carta a José Batlló y, por el mismo precio, a Pablo Picasso», que acompaña textos de Vicente Aleixandre, Joan Brossa, Manuel Duran, Manuel de Pedrolo y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros). Según el epistolario aubiano, ante la imposibilidad de ofrecer material inédito para conformar un volumen, el escritor valenciano propone a Batlló un texto que, dice, «tengo por uno de los mejores, Yo vivo, que apareció de una edición de lujo, limitadísima» y por entonces agotada.

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Aub, Joaquín Díez Canedo, Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

Pese a la intención inicial y entusiasta de Batlló de publicarlo coincidiendo con la fiesta de Sant Jordi de 1966, el libro se retrasó un poco, pero de sus tribulaciones con el material que había ido acumulando Batlló para su insigne colección de poesía, hay testimonio también en su epistolario con Guillermo Díaz-Plaja, ante quien justifica del siguiente modo la imposibilidad de aceptar nuevas propuestas:

Han aparecido hasta la fecha [en la colección El Bardo] 17 volúmenes, el 18 y el 19 están en prensa, con lo que queda cubierto el cupo esta temporada. El primer lugar para octubre lo tiene Max Aub, compromiso adquirido (con mucho gusto) desde hace muchos meses […] Por otro lado, en cuanto entre en vigor la nueva ley de prensa (si llega) me veré en la necesidad (nada ingrata para mí) de ir dando salida a los libros que antes no pudieron publicarse [debido a la censura] y que son, nada menos, que ocho.

Como consigna Esther Lázaro, no queda del todo claro si se tiraron 600 o 900 ejemplares de esta edición, y cabe la posibilidad que si no está claro sea debido a que por esas fechas Aub ya tenía contrato con la agente Carmen Balcells y –pese a la sugerencia del escritor–, Batlló no estuviera en disposición de firmar un contrato de edición por una posible segunda edición (que acaso tampoco tenía cómo financiar) cuando, según dice, a la altura de 1968 el libro estaba prácticamente agotado.

En su reseña a la obra, que parte de esta edición barcelonesa, Fernández Molina alude a la idoneidad de que un texto semejante se publique en una colección de poesía : «El hecho de que Yo vivo se haya publicado en una colección de poesía está plenamente justificado, pues su naturaleza hace de él un libro indefinible y la acepción de novela no sería de las que menos le encajaran».

La uña y otrasTras aparecer fragmentariamente en las ya aludidas Mis páginas mejores (1966) e incluirse en las Novelas escogidas, la siguiente edición de Yo vivo es la que se lleva a cabo en el volumen prologado por Fernández Molina La uña y otras narraciones (1972), que constituye el tercer número de la colección La Esquina, iniciada por la barcelonesa Ediciones Picazo, después de Un caracol en la cocina (1971), de Fernández Molina, y la antología preparada por Antonio Beneyto Narraciones de los real y lo fantástico (1971), y a los que seguiría como número 4 El incongruente (1972), de Ramón Gómez de la Serna, con prólogo de José-Carlos Mainer, y como 5 una Selección de cartas (1899-1958) de Juan Ramón Jiménez editadas por Francisco Garfias.

En 1977 se publica la primera edición póstuma de Yo vivo, en un volumen publicado por la también Barcelonesa Bruguera que reproduce la de Picazo pero sin el prólogo, y a partir de entonces se produce un período de relativo olvido, pues, como es muy lógico, cuando muerto Franco se producen recuperaciones de obras de Max Aub el interés de los editores se centra en aquellas que menos circulación tuvieron en España, y en particular en las que forman El Laberinto mágico, y en Jusep Torres Campalans, Luis Álvarez Petreña, Las buenas intenciones, etc.

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Grabado de Vento para la edición de 1995.

Este silencio se rompe en 1993 con la inclusión de algunos capítulos del mismo en la antología preparada por Joaquina Rodríguez Plaza y Alejandra Herrera, Relatos y prosas breves de Max Aub, aparecida en México, y dos años más tarde la profesora Pilar Moraleda prepara y prologa una espléndida edición crítica del texto, ricamente ilustrada con grabados del artista José Vento .Y el texto sigue bien vivo: en 2003, pues coincidiendo con el centenario del autor, la Fundación Max Aub publicó una edición facsímil de la primera edición, a la que añadió un estudio introductorio de Manuel Tarancón Fandos.

Por último, en el momento de escribir estas líneas la editorial granadina Cuadernos del Vigía, cuya atención hacia la obra de Max Aub en la colección Ediciones a la carta, empieza a tener ya un calibre más que notable (Juego de cartas, Mucha muerte, Manuscrito Cuervo, Luis Buñuel, novela, La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, Versiones y subversiones), está ultimando una nueva edición de Yo vivo que aparecerá este año 2016.

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Max Aub, disfrutando de la vida en los años cuarenta.

Relación cronológica de las ediciones, traducciones y versiones de Yo vivo:

1953: México, Tezontle.

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Fragmento de Yo vivo en Del amor.

1960: Capítulos XIV a XVII subsumidos en Del amor, con ilustraciones de Leonora Carrington, México, Suplementyo de Ecuador 0º, 0´0´´ (2ª ed., con variantes que no afectan al fragmento de Yo vivo: México, Finisterre, 1972.

1966: Barcelona, El Bardo (ed. de Amelia Romero).

1966: Los trece primeros capítulos, en Mis páginas mejores, Madrid, Gredos, pp. 30-57.

1970: Novelas escogidas, México, Aguilar. Prólogo y notas de Manuel Tuñón de Lara, con 56 grabados y 32 láminas fuera de texto, pp. 1145-1183.

1972: La uña y otras narraciones, Barcelona, Picazo (La Esquina 3), con un prólogo de Antoni Fernández Molina.

1977: Bruguera reimprime La uña y otras narraciones, sin el prólogo.

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Grabado de Vento para la edición de 1995.

1989: traducción al ruso: en Max Aub Izdrannoie, Moscú, Raduga, (pp. 17-30).

1991: traducción al alemán: Vivo: Eine Liebesgeschichte, traducción de Lorenz Rollhäuser y nota biográfica de Ania Faas Berlin, Verlag Mathias Gatza.

1993: Capítulos 1,2,4, 7-9, 12 y 16 en Joaquina Rodríguez Plaza y Alejandra Herrera, eds., Relatos y prosas breves de Max Aub, nota introductoria de A. Herrera, México, Universidad Metropolitana de México, pp. 69-84.

1993: traducción al italiano del capítulo XVI: “Della blusa di Matilde” por Piero Sanavio en Millelibri, núm. 62 (marzo de 1993), p.54.

1995: edición crítica anotada y prologada por Pilar Moraleda, ilustrada con grabados fuera de texto de José Vento González (1940-2013) y precedida de una nota introductoria de Rafael Prats Rivelles («Max Aub, la pintura y los grabados de Vento»), Ayuntamiento de Segorbe- Universidad de Córdoba (Biblioteca Max Aub 3), 1995, pp. 23-46.

7- 2003-06-02- Baraja Max Aub2000: Reimpresión en Fondo de Cultura Económica de Mis páginas mejores.

2003: Reedición facsímil de la edición en Tezontle, por la Fundación Max Aub, con estudio introductorio de Manuel Tarancón Fandos.

2003: Juego de naipes de 52 cartas y dos comodines, con ilustraciones basadas en el capítulo XXI. Ilustraciones de Marta Abad, Téllez Cepeda, José Palanca, Antoni Debón, Felip Baldo, Vento González, Francisco Pastor, Isabel Saludes, Mary Farrel, Carles Abad, Pere Ribera…

2003: espectáculo musical basado en Yo vivo estrenado en la Mostra Sonora de Sueca. Dirección de David Alarcón y voces de Domingo Chinchilla, Paula Miralles y Daniel González, y la participación de Arturo Llacer (clarinete).

2016: Edición en Cuadernos del Vigía (en prensa en el momento de escribir estas líneas).

FundaciónPortada

Frontispicio, con una foto de Aub en 1935, y portada de la edición de 1995.

Fuentes:

Max Aub, «Nota preliminar» a Mis páginas mejores, Madrid, Gredos, 1966.

Juan Manuel Bonet, «Max Aub en su prehistoria: las raíces franco-belgas de Los poemas cotidianos», El Correo de Euclides, núm 9 (2014), pp. 69-71.

FundaciónCubGuillermo Díaz-Plaja, Querido amigo, estimado maestro. Cartas a Guillermo Díaz Plaja (1929-1984), edición de Jordi Amat, Blanca Bravo Cela y Ana Díaz Plaja; introducción de Anna Caballé y epílogo de Luisa Cotoner, Barcelona, Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona (Vidas Escritas 2), 2009.

María Teresa González de Garay, «Un “collage dramático de Max Aub titulado Del amor», en Cecilio Alonso, ed., Max Aub y el laberinto español, vol I, València, Ajuntament de València, 1996, pp. 337-348.

Esther Lázaro, «El proceso de edición de Yo vivo de Max Aub, en la España franquista de 1966», El Correo de Euclides, núm 8 (2013), pp. 190-208.

A.M. [Antonio Fernández Molina], «Un libro lejano», Papeles de Son Armadans, tomo LXIII, núm CXXIX (diciembre de 1966), pp. 382-384.

Gérard Malgat, Max Aub y Francia o la esperanza traicionada, traducción de Jaime Céspedes Gallego, prólogo de Jacques Maurice, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio. Anejos 10), 2007.

Mª Pilar Martínez Latre, «Estrategias narrativas vanguardistas en la prosa poética de Max Aub», en Cecilio Alonso, ed., Max Aub y el laberinto español, vol I, València, Ajuntament de València, 1996, pp. 394-406

PáginasMejoresPilar Moraleda, «Introducción» a Max Aub, Yo vivo, Ayuntamiento de Segorbe- Universidad de Córdoba (Biblioteca Max Aub 3), 1995, pp. 23-46.

Ignacio Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, Valencia, Biblioteca Valenciana (Colección Literaria), 2003.

Manuel Tarascón, «Estudio introductorio» a Max Aub, Yo vivo, Valencia, Fundación Max Aub, 2003.

Manuel Tuñón de Lara, «Prólogo» a Max Aub, Novelas escogidas, México, Aguilar (Biblioteca de Autores Modernos), 1970.

 

Primera salida del “último Quijote editorial” (Joaquín Díez-Canedo)

Daniel Cosío Villegas, Enrique Díez-Canedo y Salvador Novo.

Los Díez-Canedo, como los Costa-Amic, los Gili, los Gallimard o los López Llausàs, constituyen una de esas estirpes que no sólo llevan la tinta en las venas, sino que la transmiten de generación en generación. Siendo hijo de quien probablemente fuera uno de los traductores y críticos literarios españoles más importantes de la primera mitad del siglo xx (Enrique Díez-Canedo, 1899-1944), no es raro que Joaquín Díez Canedo Manteca (1917-1999) acabara habitando entre galeradas, imprentas y libros, pero eso no es suficiente para explicar que llegara a conocérsele como “el Quijote editorial del país [México]” o que el editor español Juan Cruz lo considere “un mito dentro de esta profesión [la de editor]”.

Desde muy joven estuvo ya en contacto Joaquín Díez-Canedo, no sólo con libros, sino con sus más importantes autores, que a menudo visitaban a su padre, entre cuyos principales intereses se encontraba la literatura mexicana. E incluso parecía predestinarlo que en el Instituto Escuela de Madrid coincidiera con quien años más tarde se convertiría en traductor de Faulkner y Gide entre otros, y en jefe de producción de la Editorial Aguilar, Agustín Caballero Robredo, a quien nada más y nada menos que Juan Ramón Jiménez encomendó la elaboración de sus obras completas.

Juan Ramón Jiménez (1881-1958).

Antes del estallido de la guerra civil española, Joaquín Díez Canedo inició estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense, donde compartió aula con las dos hijas del eminente lingüista Tomás Navarro Tomás (el filólogo capicúa), Francisca y Joaquina, con Nieves de Madariaga, con Carmen de Zulueta Cebrián, o con su propia hermana María Luisa Díez-Canedo, y tuvieron como profesores a los eminentes José Fernández Montesinos (literatura), Enrique Lafuente Ferrari (historia) o José Gaos (filosofía). En esa época contribuyó con Agustín Caballero a la creación de la revista Floresta de Prosa y Verso, que dirigía su compañero de curso y buen amigo Francisco Giner de los Ríos Morales (1917-1995) y de la que aparecerían seis números entre enero y junio de 1936. Así cuenta su gestación Carmen de Zulueta en su libro de memorias Mi vida en España, 1916-1936:

Entre un grupito de estudiantes amigos habíamos creado una revista: Floresta de Prosa y Verso. Los dos amigos que dieron forma a la revista fueron Joaquín Díez Canedo y Francisco Giner de los Ríos. Este último escribía poesía amorosa, dedicada a las compañeras que más le gustaban. Fueron Carmen Salaverría, una verdadera belleza, que se interesaba más por Gregorio Marañón [Moya], hijo del doctor Marañón, y Nieves de Madariaga, que escribía poesía en inglés y francés, y que tampoco lo tomó muy en serio.

Otros de los colaboradores eran Joaquín Gurruchaga, poeta como Francisco Giner, y Antonio Jiménez-Landi, que había dedicado un librito de poesía a su madre, fallecida recientemente. Conchita Garayzábal también escribía y, como era de una familia vasca y católica, se interesó por los místicos. Yo era también una modesta colaboradora.

 

Francisco Giner de los Ríos Morales.

En las páginas de esta revista, que estéticamente seguía los pasos de las publicaciones de Juan Ramón Jiménez, aparecieron también piezas de Manuel Rubio Sama, José M. Sánchez Cuervo, Francisco Sierra, Arturo del Hoyo, Carlos Pittaluga, Ceferino Palencia Oyarzábal y Paulino Garagorri, así como de escritores ya por entonces vinculados de algún modo al pujante falangismo, como Félix Utray, Manuel Aznar Acedo o Rafael García Serrano. Y a través de Juan Ramón Jiménez, colaboraron también Juan Ruiz Peña (por entonces editor de Nueva Poesía) y Margarita de Pedroso. Juan Ramón se convirtió en poco menos que un lujoso asesor de la revista, y el propio Díez-Canedo contó que los “llevaba a la imprenta. Ahí nos aconsejaba sobre los papeles y sobre la edición en general de la revista”. Las ilustraciones y orlas de esta publicación (de dos pliegos en el primer número y tres en los siguientes, de 20 x 27,5) eran obra de Luis Delgado, Jiménez-Landi (que por ser el único mayor de edad figuraba a efectos legales también como director y propietario), y Titos y Vicente Viudes.

Sin embargo, uno de los poetas más interesantes que publican en Floresta de Prosa y Verso es Rafael Múgica, que ya había publicado el libro Marea de silencio (Editorial Itxaropena, 1935), y que no tardaría mucho en adoptar el nombre de Gabriel Celaya con el que se haría famoso.

Grabriel Celaya (1911-1991) en su época de estudiante.

El joven Joaquín Díez-Canedo publica tres poemas sin título en el primer número de Floresta de Prosa y Verso, que Ángel Luis Sobrino Vegas describe como “caracterizados por la sencillez expresiva, el segundo de los cuales remite a las canciones infantiles de Lorca” y en el número 5 “tres poemas breves muy influidos por el Juan Ramón de la primera época”.

Muy poco antes del golpe militar que daría inicio a la Guerra Civil Española, la familia Díez-Canedo se hallaba en Buenos Aires, donde el padre había sido nombrado embajador de la República. A decir de Aurora Díez-Canedo:

En este país, [Joaquín] formó la revista Bitácora con un grupo de escritores jóvenes, entre quienes se encontraba el que después sería crítico de arte, Damián Bayón. El propio Bayón, en su libro de memorias  Un príncipe en la azotea (México, Joaquín Mortiz, 1993) y Alfonso Reyes en sus Diarios de estos años en que él era embajador de México en Argentina recuerdan a Bitácora, pero hasta ahora esta revista no se ha rescatado ni se conoce salvo escasas referencias.

En cualquier caso, una de estas escasa referencias aparece en el documentado estudio de Héctor R. Lafleur, Sergio D. Provenzano y Fernando P. Alonso Las revistas literarias argentinas (1893 – 1967), donde se señala a Damián C. Bayón y Luis M. Rinaldini Gonnet como fundadores de esta efímera publicación (cuatro números entre abril de 1937 y enero de 1938) y se da una lista de colaboraciones formada por Ángel A. Alcoba, V. H. Cantó, César Fernández Moreno, Abel Santa Cruz, Martín A. Noel, A. O. Peyrou Olascoaga, Patricio Canto, Alejo González, S. Garaño, R. E. Molinari, María E. Galigniana Segura, D. Provenzano, Roberto Paine y Jorge Luis Borges. De todos modos, la caracterización que se hace en ese libro de Bitácora sí puede hacer pensar en una posible relación con Díez-Canedo, pues la sintonía es evidente:

Hay mucha influencia de Juan Ramón Jiménez y de García Lorca en estas páginas de juventud, en las que asoma un tono elegíaco desacostumbrado y una cierta vocación por la muerte. Predomina, sin embargo, el color y el sabor importados de Andalucía: hay “plata de luna” y “caracolillos de leche”. Pero es la primera época.

De todos modos, no pudo ser intensa esa posible colaboración, porque en febrero de 1937 la familia Díez-Canedo abandonaba Buenos Aires para regresar a España, y en cuanto tuvo edad para hacerlo Joaquín se alistó en el Ejército Republicano (enero de 1938), incorporado a la 75 Brigada Mixta y luego a las órdenes de Germán Bleiberg en el Ejército de Levante. En sus propias palabras, “nunca usé un fusil, sólo lo llevaba al hombro”.

Concluida la guerra, se traslada de Madrid a Vigo y posteriormente a Lisboa, donde es acogido en el consulado de Uruguay y poco después en la embajada de México. Allí el poeta y diplomático Jaime Torres Bodet (1902-1974), que desde 1929 había trabado amistad con su padre, le acoge en su casa hasta que a finales del verano de 1940 Joaquín Díez-Canedo puede embarcar con destino a México.

Curiosa pero no casualmente, uno de los primeros trabajos editoriales que Joaquín Díez-Canedo hizo en México fue ocuparse, en colaboración con su buen amigo Francisco Giner de los Ríos, de una colección para la Editorial Stylo, de Antonio Caso, a la que dieron el evocador nombre de Nueva Floresta, que a su vez prefigura una de las colecciones más elogiadas de la editorial Joaquín Mortiz, Las Dos Orillas. He aquí los diez títulos que llegaron a publicarse de esta colección, con la que Díez-Canedo y Giner de los Ríos reemprendían su andadura como editores y en la que los autores españoles son amplia mayoría y sus nombres muy significativos:

  1. Juan Ramón Jiménez, Voces de mi copla, 1945.
  2. Alfonso Reyes, Romances (y afines), 1945.
  3. Enrique González Martínez, Segundo despertar y otros poemas, 1945.
  4. Pedro Salinas, El contemplado (mar, poema). Tema con variaciones, 1946.
  5. Luis G. Urbina, Retratos líricos, 1946.
  6. Luis G. Urbina, A lápiz, 1947.
  7. Juan José Domenchina, Exul umbra, 1948.
  8. Alí Chumacero, Imágenes desterradas, 1948.
  9. Xavier Villaurrutia, Canto a la primavera, 1948.
  10. Juan Ramón Jiménez, Romances de Coral Gables (1939-1942), 1948.

Para completar el círculo, vale la pena leer la opinión que, en carta a Max Aub, expresó el siempre hipercrítico Juan Ramón Jiménez acerca de estas ediciones de sus obras: “Usted sabe que yo envié a Joaquín [Díez-Canedo] y a Francisco [Giner de los Ríos Morales] algunos librillos para la Editorial Stylo, de los que imprimieron dos que me gustaron mucho impresos.”

Fuentes:

Valeria Añón, “Ediciones Era y Joaquín Mortiz”,  Actas del I Primer Coloquio Argentino sobre Estudios sobre el Libro y la Edición, Universidad Nacional de La Plata, 2012.

Manuel Aznar Soler, “Exilio republicano de 1939 y patrimonio literario. De la colección Patria y Ausencia (1952) a la Biblioteca del Exilio (2000)”, en Los laberintos del exilio. Diecisiete estudios sobre la obra literaria de Max Aub, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2003, pp. 93-126.

Aurora Díez-Canedo, «Joaquín Díez-Canedo, la formación de un editor«, Siempre!, 16 de julio de 2011.

Aurora Díez-Canedo, Joaquín Mortiz, un canon para la literatura mexicana del siglo XX, Congreso Internacional de Literatura y Cultura Españolas Contemporáneas, 3 al 5 de octubre de 2011, La Plata, Argentina. Diálogos Transatlánticos. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.2791/ev.2791.pdf

Héctor R. Lafleur, Sergio D. Provenzano y Fernando P. Alonso, Las revistas literarias argentinas (1893 – 1967), Buenos Aires, El 8vo. loco Ediciones (Colección Pingüe Patrimonio 3), 2006.

 Ángel Luis Sobrino Vegas, Las revistas literarias en la Segunda República, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filología de la UNED, 2012. Incluye un índice muy completo y detallado de Floresta de Prosa y Verso.

Carmen de Zulueta, Mi vida en España, 1916-1936, Barcelona, Plataforma Editorial (Historia), 2011.

Editar sin patrioterismo (Arnaldo Orfila y su salida del FCE)

Arnaldo Orfila Reynal (1897-1997).

De los riesgos que implica la edición de libros es un buen ejemplo el episodio que acabó con la salida de Arnaldo Orfila Reynal (1897-1997) del Fondo de Cultura Económica, que es al mismo tiempo uno de los casos más admirables de solidaridad de los autores con su editor, y en cuyo feliz desenlace Elena Poniatowska (n. 1932) desempeñó un papel muy destacado.

Nacido en Ciudad de la Plata (Argentina) el 9 de julio de 1897, Orfila Reynal se introdujo a una edad muy temprana en el mundo de la letra impresa, interviniendo en la escuela secundaria en la creación del periódico El Estudiante y, de la mano de su padre, trabajando en la imprenta La Minerva; ya en sus años como estudiante universitario colaboró en la revista de vanguardia Valoraciones (1923-1928), que albergó textos de Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges y Jaime Torres Bodet, entre otros.

Al término de sus estudios y tras una fugaz experiencia al frente de una farmacia, Orfila empieza a introducirse muy a fondo en los movimientos de izquierda (en 1937 será enviado como corresponsal del periódico El Camarada, del Partido Socialista Argentino, a la guerra civil española) así como en el mundo editorial, en las empresas Atlántida, para la que también escribe con seudónimo algunos manuales, y Claridad. En esa época ha establecido ya contacto con algunos de los fundadores en México del Fondo de Cultura Económica, y eso contribuye a explicar que sea el elegido para ponerse al frente de un ambicioso proyecto: abrir en Buenos Aires la primera sucursal de esa pujante editorial mexicana en el extranjero, que se producirá el 2 de enero de 1945.

Logo del FCE

Cuando, presionado desde diversos sectores (entre otros por el gobierno mexicano de Miguel Alemán), Daniel Cosío Villegas (1898-1976) decide abandonar la dirección del FCE para centrarse en la escritura de su Historia contemporánea de México, el elegido para sustituirle es Arnaldo Orfila, en detrimento de dos personas de la casa, ambas de origen español, como eran Joaquín Díez-Canedo Manteca (1917-1999) y Javier Márquez, quienes hasta entonces solían asumíar las funciones de Cosío Villegas en ausencia de éste.

Orfila con Séjourné.

Orfila toma las riendas del Fondo en 1948, y pronto se revela como una persona activa muy capaz para rodearse de excelentes editores que se ocuparan del diseño de colecciones y de la selección de autores, y en particular del eminente Joaquín Díez-Canedo, del escritor Alí Chumacero (que había entrado en el FCE como revisor y corrector gracias a Díez-Canedo) y de la célebre antropóloga de origen italiano conocida como Laurette Séjourné (viuda de Victor Serge, que en 1951 se convertiría en la segunda esposa de Orfila). Al frente del FCE, Orfila desarrolló un modo de llevar los asuntos completamente distinto del de su antecesor, y así lo explicó Joaquín Díez-Canedo:

Tenían un estilo personal y un concepto de la dirección enteramente distintos: Cosío Villegas era más seco, menos comunicativo, más independiente en sus decisiones; Orfila, en cambio, siempre fue muy afecto a cambiar impresiones, a pedir pareceres. Como que la diferencia entre ambos estilos de dirigir es la misma que existe entre la monarquía absoluta y la monarquía parlamentaria.

 

De izquierda a derecha, Homero Aridjis, Fernando del Paso, Arnaldo Orfila Reynal y Alí Chumacero.

Entre los mayores logros de la etapa de Orfila al frente del FCE (1948- 1965) suelen mencionarse la creación de colecciones como Breviarios, heredera de los manuales de la editorial bonaerense Atlántida y a cuyo frente Orfila puso al exiliado español Eugenio Ímaz, o Letras Mexicanas, iniciativa de Joaquín Díez-Canedo que situó al FCE a la altura de las grandes editoriales literarias europeas (Einaudi, Maspero, Julliard…) y que se estrenó con la Obra poética de Alfonso Reyes. Pero cabe mencionar también la apertura de sucursales en Chile (1952) y España (1964) o la inauguración de una nueva sede central en México (1954).

En 1961 se produjo un primer choque del Fondo con los sectores más conservadores de México que, en su reconstrucción de la carrera de Orfila, Nova Ramírez considera crucial. A raíz de la publicación de Escucha yanqui, un libro de entrevistas con revolucionarios cubanos escrito por Wright Mills y traducido por Enrique González Pedrero y Julieta Campos, empezaron a surgir voces que cuestionaban el hecho de que al frente de la editorial más importante de México se encontrara un argentino, que además no ocultaba sus simpatías con el marxismo y con la Revolución cubana.

El Che (de frente) en casa de Orfila Reynal.

Sin embargo, todo se precipitó a raíz de la publicación de Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis (Yehezkiel Lefkowitz [1914-1970]).

Oscar Lewis.

Oscar Lewis ya había publicado anteriormente en el FCE (Antropología de la pobreza, en 1961). Aparecida en octubre de 1964, en los últimos días del gobierno de López Mateos y a punto de llegar a la presidencia el reaccionario Díaz Ordaz,  Los hijos de Sánchez, una obra compuesta a partir de grabaciones de entrevistas a los miembros de una familia desestructurada del Distrito Federal, agotó su primera tirada en apenas tres meses, cosa poco usual para los libros de la colección Tiempo Presente.

Nova Ramirez sintetiza con claridad cómo estalló la polémica:

Después de agotarse la primera edición de Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, y ante el interés que despertó la obra el Fondo de Cultura Económica decidió emitir una primera reimpresión de la obra, pero en esta ocasión la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (SMGE) decidió organizar una conferencia para poner en tela de juicio el carácter científico sobre el que según ellos supuestamente se fundamentaba el trabajo antropológico de la obra de Lewis. De esta manera la SMGE aprovechó el evento y la presencia del presidente Gustavo Díaz Ordaz para hacer públicos sus señalamientos sobre por qué sus integrantes consideraban que su autor y los editores de la obra, habían infringido un conjunto de leyes mexicanas con el simple hecho de su publicación. Para ellos el contenido del libro tenía como objetivo el de “denigrar a la patria”. Asimismo denunciaron su molestia porque un “extranjero” “comunista” estuviera publicando libros para promover la revolución socialista en México, en una editorial paraestatal.

Presentada la querella contra Oscar Lewis y el Fondo de Cultura en febrero de 1965, la Junta de Gobierno del FCE acabó por destituir a Orfila el 8 de noviembre de ese mismo año. En ese momento dejaron el Fondo Jesús Silva Herzog, Pablo González Casanova, Guillermo Haro, Octavio Paz, Fernando Benítez, Carlos Fuentes y Elena Poniatowska, entre otros, y mostraron públicamente su solidaridad Fernando Benítez, Leopoldo Zea, Joaquim Xirau, Adolfo Sánchez Vázquez, Martí Soler… La empresa que fundaría a continuación Orfila, Siglo XXI, tuvo como primera sede la casa de

Logo de Siglo XXI

Poniatowska (en la colonia de Valle), y el primero de octubre de 1966 ya lanzaba sus diez primeros títulos, gracias a la solidaridad de unos accionistas entre los que se encontraban Luis Villoro, Margo Glanz, Rosario Castellanos, Rafael Jiménez Siles o la propia Elena Poniatowska, en quien tan a menudo se ha señalado la inicial influencia de Oscar Lewis, “el gringo de la grabadora” con el que trabajó durante unos meses.

Las ediciones siguientes de Los hijos de Sánchez las publicó con enorme éxito una editorial independiente, Joaquin Mortiz, empresa fundada en 1962 por Joaquín Díez-Canedo.

Fuentes:

Virginia Bautista, “Los hijos de Sánchez, un escandalo de medio siglo”, Excelsior, 7 de agosto de 2011.

Gonzalo Celorio, “El Fondo de Cultura Económica en el orbe de la lengua española”, ponencia en el II Congreso Internacional de la Lengua (octubre 2001).

Carlos Fuentes, “Cien años de Arnaldo Orfila Reynal”, El País, 16 de enero de 1998.

Sergio Ghigliazza, “Homenaje a Javier Márquez Blasco. Una vida y una obra”, Comercio Exterior (México), Vol. 38, núm. 9 (septiembre de 1988), pp. 787-789.

Víctor Erwin Nova Ramírez, Arnaldo Orfila Reynal. El editor que marcó los cánones de la edición latinoamericana, tesis presentada en la Universidad Autónoma Metropolitana de México, 2013.

Arnaldo Orfila con Rigoberta Menchú.

Emir Rodríguez Monegal, “El escándalo de Los hijos de Sánchez”, Mundo Nuevo, núm 3 (septiembre de 1966), pp. 82-83.

Javier Pradera, “Un editor ejemplar”, El País, 17 de enero de 1998.

Leandro de Sagastizábal, “Arnaldo Orfila, creador de instituciones editoriales”, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, México, núm. 412 (abril, 2005), pp. 2-4.

Guillermo Schavelzon, “Arnaldo Orfila: Conversación en La Habana” fue publicada en la revista Nexos, núm. 242 ( febrero de 1998); y en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, México, núm. 412 (abril de 2005), p. 6-11.

Margarita de la Villa, “Orfila Reynal, un argentino universal”, El País, 29 de enero de 1998.