Cincuenta años de censura franquista: el caso de Teresa Pàmies

Los efectos de la censura franquista sobre la literatura escrita en España durante la dictadura del autor de Raza han llegado hasta bien entrado el siglo XXI y, en consecuencia, sus consecuencias sobre la configuración del canon de esa literatura que se nos ha legado hasta ahora es una de las taras más deleznables de las culturas peninsulares; y sigue poniéndose de manifiesto una y otra vez.

Teresa Pàmies durante la guerra civil.

A finales de 2023, por una serie de rocambolescas casualidades propiciadas por el estudio continuado, la profesora de la Universitat Autònoma de Barcelona Montserrat Bacardí sacó a la luz una novela de Teresa Pàmies (1919-2012), Una noia i un soldat, que volvía a poner el asunto sobre el tapete.

Ese mismo año, Montserrat Bacardí publicaba en la editorial Eumo La veritat literaria de Teresa Pàmies, la biografía con la que había obtenido la tercera edición del galardón de ensayo Ricard Torrents Bertrana, y en el curso de la investigación se había topado en 2019 con el registro de la mencionada obra en el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares, donde se conservan entre otras cosas los informes de censura; lógicamente, solicitó una copia, que tardó un año en llegar a sus manos. Según ha explicado Bacardí (traduzco del catalán):

Me constaba que [a Teresa Pàmies] le habían censurado muchas cosas y me fui unas semanas a Alcalá de Henares. Busqué expedientes de las obras y había este título: Una noia i un soldat. Lo primero que pensé es que había intentado colar [a censura] otra novela (anteriormente censurada) con este título, porque era una práctica habitual.

Sin embargo, una vez leída resultó que no era el caso y ni siquiera los descendientes de la escritora ‒entre los que se cuenta el conocido escritor Sergi Pàmies, que custodia el fondo personal de su madre‒ tenían noticia de la existencia de esta novela. Aun así, la forma y el contenido de la misma, y sobre todo el nombre de la protagonista, permitieron a Bacardí ‒quien en 2021 había publicado en la Institució de les Lletres Catalanes el epistolario de Pàmies: M’agrada escriure. M’agrada rabiosament. Cartes (1938-2002)‒ identificar inequívocamente este texto como la versión definitiva del que en una carta al escritor y crítico literario Rafael Tasis (1906-1966) fechada el 8 de mayo de 1964 la autora mencionaba con el título La xiqueta de Balaguer (y que mandó al Premi Joaquim Ruyra, del que Tasis era jurado). Rafael Tasis no pudo hacer otra cosa que recomendarle que intentara publicarla en el exilio, porque en la Península lo veía imposible por razones evidentes.

Rafael Tasis

El manuscrito conservado en el archivo de Alcalá (el único conocido) estaba fechado en febrero de 1972, de modo que esta versión definitiva de la aparentemente inédita La xiqueta de Balaguer fue la primera obra que Pàmies escribió en Cataluña después del largo exilio que la había llevado sucesivamente a Francia, la República Dominicana, México, Yugoslavia, Checoslovaquia y de nuevo Francia. No obstante, el que primero se había publicado había sido el libro que firmaba con su padre Tomàs Pàmies (1889-1966) Testament a Praga, enviado desde el exilio en París al Premio Josep Pla, que obtuvo en su edición de 1970 y fue publicado por Destino al año siguiente.

El título de la novela, Una noia i un soldat, alude a una canción catalana muy popular de origen no del todo claro titulada «Baixant de la Font del Gat» que bien vale un párrafo. En 1910 el pionero Ricard Baños (1882-1939) ya había empleado esa canción para titular una de sus pioneras producciones cinematográficas (una comedia popular muda); en La Vanguardia correspondiente al 17 de noviembre de 1920 se anunciaba que la cupletista Pilar Alonso (1897-1980) cantaría en El Dorado un tema cuyo título es idéntico a la protagonista de la canción, «La Marieta de l’ull viu», con música de Càndida Pérez (1893-1989) y letra de Faust Casals i Bové (1880-1947), y dos años después se estrenaría el exitosísimo sainete Baixant de la Font del Gat o la Marieta de l’ull viu, que firmaban al alimón Amichatis (Josep Amich i Bert, 1888-1965), exiliado durante la guerra civil en Chile, y Gastó A. Màntua (Gastó Alonso i Manaut, 1878-1947), a partir de la que luego escribiría una zarzuela con música de Enric Morera (1865-1942) estrenada en el Tívoli en enero de 1926. De ese mismo año es la sardana homónima firmada por Morera y Antoni Vives, y del siguiente una adaptación cinematográfica de Amichatis protagonizada por Marina Torres (1901-1967) y en la que intervenían Jaime Devesa (1894-1963), Enric Guitart (1909-1999), Alejandro Nolla (1881-1944) y Josep Santpere (1875-1939), entre otros.

Valga el título de la novela como indicativo del arraigo de Teresa Pàmies en la cultura popular catalana, que a primera vista quizá contrasta con el hecho de que buena parte de su obra previa estuviera escrita originalmente en castellano. La música popular tiene un papel importante en Una noia i un soldat, y Bacardí menciona y cita en el prólogo a su edición un pasaje en el que un grupo de cantantes y su auditorio se emocionan en comunión con el «Cant de la Senyera», pero además en otro pasaje la protagonista rememora su actividad como cantante aficionada y escribe (traduzco del catalán): «Cantábamos canciones nuestras, de nuestra tierra, en cuerpo y alma. Canto colectivo y personal a la vez, íntimo, entrañable. No éramos conscientes de ese sentimiento, y, ya mayores, no podemos dilucidarlo. Estas cosas se viven. Se tienen. Se recuerdan.»

Teresa Pàmies.

Este tipo de evocaciones, al margen de la visión marxista que empapa toda la novela, son algunas de las muchas que despertaron el rechazo de la versión que a finales de abril de 1972 la editorial Destino presentó a censura. Bacardí ha contado que uno de los lectores que más a menudo se ocupó de la obra de Pàmies fue el censor jurista Francisco Fernández-Jardón (1900-¿?), que desarrolló tan repugnante actividad entre 1965 y 1972, y que durante la guerra civil había sido teniente provisional del Estado Mayor. En una conferencia pronunciada en agosto de 1937 Fernández-Jardón dejó buenas muestras de su exacerbado nacionalismo radical al expresar su propósito:

de contribuir a exaltar ante vosotros la necesidad de conocer la esencia íntima de nuestra españolidad más gloriosa, sobre todo en la nueva vida que con el triunfo nos espera, para que reanudemos nuestra tradición científica, buscando siempre un sentir, un pensar y un querer puramente español, que no en vano hemos visto a donde nos conducía nuestra creciente desespañolización.

Teresa Pàmies

No es de extrañar que censura denegara la autorización de publicar Una noia i un soldat, pero es que además Pàmies tuvo muy mala suerte con el lector que le tocó, al margen de lo sorprendente que pueda resultar que juzgara los libros escritos en catalán un jurista nacido en la capital de Asturias y que no consta que en ningún momento residiera en Cataluña; el de Pàmies no fue un caso aislado, pues Fernández-Jardón firmó también informes de obras presentadas para su traducción al catalán (quizá leyéndolas en sus versiones originales) y, como ha subrayado Mireia Sopena, la suya se contaba entre las voces más autorizadas de entre los lectores de los que disponía censura en los años finales de la década de 1960 y los iniciales de la década siguiente.

El interés de Una noia i un soldat ‒por la combinación de voces narrativas, la alternancia de tiempos narrativos, la solidez de los personajes, el mesurado empleo del monólogo interior, la diversidad de registros lingüísticos‒ es incuestionable, y no desmerece al lado de las mejores que se publicaron en catalán en esos años, pero el valor documental (situada durante la guerra civil) y el peculiar modo en que refleja la nostalgia por un país y un tiempo perdido hacen de ella una novela estremecedora. Si a ello se añade el valor representativo que tiene como ejemplo del trabajo que queda por hacer para acabar con la censura franquista…, pues sí, vale la pena leerla y lleva de nuevo a pensar en lo mucho que queda por hacer en la batalla contra la censura franquista.

Fuentes:

Marta Aliguer, «Una nova Teresa Pàmies, mig segle després», Núvol, 12 de desembre de 2023.

Montserrat Bacardí, «La novel·la de la guerra de Teresa Pàmies», prólogo a Teresa Pàmies, Una dona i un soldat (novel·la de la guerra civil), Barcelona, Adesiara, 2023, pp. 7-55.

Francesc Bombí-Vilaseca, «Adesiara publica una novela inédita de Teresa Pàmies, la primera que escribió», La Vanguardia, 12 de diciembre de 2023.

Lluís Llort, «La censura “salva” una novel·la de Teresa Pámies», El Punt Avui, 17 de diciembre de 2023.

Àlex Milian, «El mecanoscrit inèdit de la primera Teresa Pàmies», El Temps, 5 de febrero de 2024.

Toni Puntí, «Es publica Una noia i un soldat, la novel·la prohibida de Teresa Pàmies», 3cat, 12 de diciembre de 2023.

Oriol Rodríguez, «Publiquen la novel·la inèdita de Teresa Pàmies, Una noia i un soldat, censurada als 70», El Nacional, 12 de desembre de 2023.

Mireia Sopena, «“Con vigilante espíritu crítico”. Els censors en les traduccions assagístiques d’Edicions 62». Quaderns: revista de traducció, 2013, Núm. 20, pp. 147-161.

¿El primer deber de cualquier editor es pagar a los autores? Sobre Black Rose Books

La editorial canadiense Black Rose Books ‒nada que ver con la texana Black Rose Writing y mucho menos con Dark Rose Books‒ nació en parte como fruto de la impaciencia, pero aun así ha superado el medio de siglo de vida.

Según contó Dimitrios Roussopoulos en una entrevista con Su J Sokol, a finales de la década de 1960, cuando ya había puesto en pie la revista Our Generation Against Nuclear War (cuyo texto inicial firmaba el filósofo Bertrand Russell) recibió en encargo de una editorial de escribir un libro acerca de la Nueva Izquierda por entonces en pleno auge, pero una vez concluida la tarea el proceso editorial se demoró, de modo que al final buscó el modo de publicarlo por su cuenta con un grupo de amigos, y así es como nació la editorial sin ánimo de lucro, a la que puso nombre otro de los personajes importantes en esta historia, el destacado pensador y ecologista radical estadounidense Murray Bookchin (1921-2006), reconocido padre del comunalismo (así como activista del apoyo al pueblo español durante la guerra civil, lo que en 1977 le llevaría a escribir el clásico en la materia Los anarquistas españoles. Los años heroicos, 1868-1936).

Así fue, pues, como en 1970 apareció The New Left in Canada, un librito de apenas 160 páginas, ilustrado con algunas fotografías en blanco y negro, del que sorprendentemente vendieron en muy poco tiempo más de seis mil copias sólo en Canadá.

El urbanismo, la ecología, los medios de comunicación y la política en un sentido amplio se convirtieron en poco tiempo en los ejes temáticos que fueron perfilando la identidad de la editorial, en la que junto a Roussopoulos tuvieron en los primeros tiempos papeles destacados el activista y abogado Nick Ternette, el politólogo y economista Philip Resnick y la politóloga y economista Adèle Lauzon, entre otros.

Ya desde el primer momento, títulos como Lies the Media Tell Us (1970), de James Winter; Prehistory & History. Ethnicity, Class and Political Economy (1970), de David Tandy; Bakunin, the Filosophy of Freedom (1970), de Brian Morris; Radical Mass Media Critisicm. A Cultural Genealogy (1970), de David Berry o Mind Abuse: Media Violence in an Information Age (1970), de Rose A. Dyson, dejaban claro desde qué posicionamientos políticos y por qué cauces discurriría la trayectoria de la editorial.

Sin embargo, quizás el primer gran impacto llegó con Let the Niggers Burn (1971), editado por Dennis Forsythe, donde se abordaba el conocido como «caso de la Universidad Sir George Williams» (o «incidente del laboratorio de informática de la Sir George Williams») en el que una protesta y ocupación de la universidad por motivos de discriminación hacia seis estudiantes antillanos desembocó en febrero de 1969 en combates contra la policía, el incendio de aulas ‒supuestamente por la policía‒ y la detención de casi un centenar de estudiantes, entre los que se encontraban Roosie Douglas (1941-2000), que más tarde sería primer ministro de la República Dominicana, y Anne Cools, que luego sería la primera senadora negra de Canadá (con una posición cada vez más conservadora, que la llevó del Partido Liberal al Partido Conservador). El título hacía referencia a los gritos de que fueron objecto los estudiantes cuando, para evitar el fuego, salieron y fueron inmediatamente detenidos.

A finales de esa misma época se publica el primer libro de uno de las colaboradores habituales de Our Generation y autor emblemático de Black Rose: Post-Scarcity Anarchism (1977), de Murray Bookchin, que en 1971 había aparecido en San Francisco en Rampast Press y el año siguiente publicaría en traducción al español de Rolando Hanglin la barcelonesa Editorial Kairós (El anarquismo en la sociedad de consumo). A este seguiría una retahíla de títulos ya a partir de la década de 1980: Remaking Society (1980), Philosophy of Social Ecology (1980), Re-Enchanting Humanity: A Defense of the Human Spirit against Antihumanism, Mysticism and Primitivism (1984),Toward an Ecological Society (1989), The Philosophy of Social Ecology: Essays on Dialectical Naturalism (1990), Urbanization without Cities: The Rise and Decline of Citizenship (1992)…

También en el filo los ochenta empiezan a publicar obras del lingüista y filósofo Noam Chomsky, empezando por los dos volúmenes coescritos con el economista Edward S. Herman (1927-2017) Political Economy of Human Rights (1979) y prosiguiendo con Radical Priorities (1981) y The Fateful Triangle: Israel, The United States and the palestinians (1984). La década acaba con la entrada en tromba en el catálogo de Black Rose de la obra del polígrafo, crítico literario y filósofo canadiense George Woodcock (1912-1995), a quien se le publica en 1989 su Proudhon, y al que siguieron las biografías y estudios Aphra Behn: The English Sappho (1989), William Godwin (1989), Oscar Wilde, the double image (1989) y el grueso de su trabajo sobre la vida y la obra del geógrafo y pensador ruso Piotr Kropotkin (1842-1921).

A la vista del deslumbrante catálogo de literatura de no ficción anarquista que conforma el catálogo de Black Rose y el lugar preeminente que en el ocupa Bookchin, es doblemente lamentable el encontronazo de los herederos del escritor con la editorial a raíz de la preparación del libro de homenaje editado por Yavor Tarinski Enlightenment and Ecology. The Legacy of Murray Bookchin in the 21th Century (2021)

Durante el serano de 2019, Debbie Bookchin encabezaba con su firma una extensa carta ‒que puede leerse aquí‒ a la que sumaron su nombre muy buena parte de los filósofos, escritores y ensayistas más directamente influidos por Bookchin para reclamar el eternamente pospuesto pago de las regalías por el grueso puñado de libros que éste había aportado al catálogo de Black Rose, en cuya página web se le mencionaba además como uno de los puntales de la editorial (junto con Chomsky y George Woodcock), e incluso incluía un fragmento de una carta del filósofo a Roussopoulos fechada el 19 de noviembre de 1999, y que quedó sin respuesta, que es suficientemente elocuente como para tener que añadir nada más:

Escribo esta nota para recordarles que no he recibido de Black Rose ninguna declaración de regalías por la venta de mis libros durante al menos un año y medio. Estoy enfermo, sin dinero y, a mis setenta y nueve años, soy viejo y necesito urgentemente todo el dinero que pueda conseguir. ¿Podría enviarme lo que me corresponde y un informe sobre el estado de mis libros?



Fuentes:


Open Letter Re: Dimitri Roussopoulos, royalties and Black Roose Books’ plan to publish a Murray Bookchin “Festschrift”.

Web de Black Rose Books.

Ian McGillis, «Montreal’s Expozine and Black Rose Books swim against the modern tine», The Montreal Gazette, 11 de noviembre de 2016.

Su J Sokol, «Fifty Years of Radical Grassroots Publishing», Montreal Review of Books, 13 de junio de 2019.

Sender y el insoportable peso de la censura franquista

La obra literaria de Ramón J. Sender (1901-1982) ha tenido la inmensa suerte de ser analizada, estudiada y evaluada por una pléyade de grandes filólogos, historiadores de la literatura y críticos: Francisco Carrasquer (1915-2012), Jesús Vived Mayral (1932-2018), Donatella Pini, José Carlos Mainer, Marcelino C. Peñuelas, etc., lo que podría llevar a pensar que ya poco nuevo queda por decir acerca de las vicisitudes de sus libros. Con El triángulo editorial de «Crónica del alba», Olga Pueyo Dolader no sólo desmiente esa arriesgada suposición sino que, situándolo con precisión en su contexto político y editorial, convierte al autor aragonés en ejemplo para explicar la evolución de la censura de libros en España durante la dictadura franquista, sus métodos y objetivos y el efecto, dispar, que tuvo ‒y sigue teniendo‒ en la recepción de la literatura de los exiliados republicanos y en el canon de la literatura española del siglo XX.

Ya en 2020 Pueyo Dolader había llamado la atención sobre el valor y la importancia del rico epistolario del editor barcelonés Jaume Aymà i Mayol (1911-1989) conservado en el Arxiu Nacional de Catalunya en un artículo en la revista Sansueña, y de nuevo aquí constituye una de las principales fuentes de información para reconstruir el proceso de contratación y edición de Crónica del alba y algunas novelas posteriores, así como las delirantes gestiones que el intrépido y benemérito editor se vio en la necesidad de establecer con la censura. Gracias a este epistolario ‒que sería muy útil que algún editor valiente se atreviera a publicar‒ conocemos, por ejemplo, el proceso mediante el cual, con el texto ya compuesto, el editor se ocupó de introducir las enmiendas y correcciones y hacer las supresiones que le pedía el Ministerio de Información de modo tal que no se produjeran recorridos en el texto que obligaran a componerlo de nuevo (con el consiguiente costo y retraso), o que en la siguiente edición, gestionada también por el propio Aymà en la editorial Andorra, esas enmiendas se debieron ya a la mano del propio Sender. ¿Minucias filológicas de variantes textuales para solaz y entretenimiento de especialistas? Depende de cómo se mire, porque en muchos casos se trataba de párrafos enteros y porque, por acumulación ‒como puede comprobarse en el apéndice que incluye este libro‒ llegan a alterar en cierta medida el impacto del conjunto.

Joaquín Maurín

Otro de los puntales sobre los que se sustenta este apasionante recorrido es el archivo personal de Joaquín Maurín (1896-1973) y el magnífico epistolario que mantuvo con Sender y que en su día preparó y editó Francisco Caudet. A través de este material se traza una imagen precisa de las circunstancias en las que debían desenvolverse los escritores del exilio republicano de 1939, con acceso difícil a las editoriales asentadas en sus países de acogida, que además estaban inmersas en sus propios procesos evolutivos, con la alternativa de publicar en empresas a las que se impedía distribuir sus libros en España o de autopublicarse sin ninguna esperanza de una difusión mínimamente decente. En otras palabras, sirve a la autora para cartografiar el mapa del campo editorial anómalo en el que durante muchos años se vieron obligados a jugar este amplio conjunto de escritores valiosos.

Victor Alba

Además de redondear y precisar la imagen que hasta ahora teníamos de Maurín como agente literario oficioso de Sender, por fin queda más precisamente establecidas las circunstancias y los canales mediante los que, ya en septiembre de 1953 y gracias a la iniciativa de Víctor Alba (Pere Pagès i Elies, 1916-2003), Maurín propició que Sender intentara que la editorial de José Janés (1913-1959) le publicara algún libro en España y cómo este se topó con un tipo de censura insalvable pese a informes favorables de los lectores censores: Sender era impublicable no porque su obra defendiera unas determinadas ideas o mostrara una determinada imagen de España, sino simplemente por ser quién era; y la decisión la tomaba la Dirección General de Información. Aun así, es pertinente constatar que, como bien podría hacer cualquier defensor del franquismo, que en 1946 el editor Javier Morata había obtenido autorización para importar ejemplares de un libro suyo, pero conviene no olvidar que se trataba de tan solo diez ejemplares, lo que es tanto como decir apenas nada. También del Archivo General de la Administración, lógicamente, se ha servido con profusión la autora para dilucidar los procesos a los que fueron sometidas las peticiones de diversos editores para dar a conocer la obra de Sender a sus lectores naturales. Asimismo, le permiten establecer y documentar cómo la evolución política del franquismo fue evolucionando no en una estrategia de apertura hacia la obra del exilio republicano, sino más bien como un modo de instrumentalizar determinados textos para limpiar un poco sus manos manchadas de sangre inocente.

Los Aymà, padre e hijo.

También son del máximo interés las páginas dedicadas a la recepción que tuvo a lo largo del franquismo y la posición que ocupó en el canon forjado por los estudiosos de la literatura española, algunos de los cuales demostraron ser incapaces de separar la antipatía personal o la discrepancia política del juicio estético, mientras que otros se enfrentaban a enormes dificultades, cuando no a la imposibilidad, de acceder a la obra completa de los autores a los que pretendían evaluar ( y eso vale para Sender, pero también para Manuel Andújar, Francisco Ayala, Max Aub y una extensísima nómina de escritores de primer orden). Sirva como mínimo de ejemplo de cómo y hasta qué punto varias generaciones de españoles recibieron y en muchos casos asumieron una escala de valores literarios maleados en origen, y sobre todo de advertencia del enorme trabajo que aún queda pendiente de hacer para revertir y actualizar esa situación, pese a la labor ya llevada a cabo, entre otros, por los insignes filólogos mencionados en el párrafo inicial.

Ramón J. Sender.

Como escribe con irrebatible acierto Fernando Larraz en el prólogo, este libro es «una aportación fundamental a la reconstrucción de nuestra historia cultural del siglo pasado que trasciende el mero estudio de caso», porque, si bien sitúa la historia editorial de Crónica del alba en primer plano, el fondo sobre el que se desarrolla esa historia queda perfectamente perfilado y delineado, y saca a la luz toda una serie de aspectos que pueden servirnos para comprender mejor otros muchos casos de «recuperación» de la obra literaria ‒pero también pictórica o cinematográfica, por ejemplo‒ de los exiliados republicanos de 1939 durante el franquismo. En este sentido, quizás el título elegido podría llevar a engaño, porque el texto de Pueyo Dolader va mucho más allá de lo anunciado. Decir que El triángulo editorial de «Crónica del alba» es una pequeña joya sólo es cierto si nos limitamos a contar el número de páginas del volumen; no tiene nada de pequeña pero sí es una joya.

Javier Dieta Pérez, censor de libros

En numerosos estudios sobre la censura de libros en la España franquista aparece reiteradamente el nombre de uno de los lectores al que Fernando Larraz ha calificado como «el exponente más tenebroso de la censura», Javier Dieta, cuya intervención fue decisiva en un muy buen número de libros importantes y sobre el que sin embargo sabemos muy poco, tanto acerca de su pasado como de su destino tras su paso por censura.

Funcionario de la administración civil, Dieta empezó a colaborar en la censura a principios de 1954, y, a la vista de sus numerosos informes sobre novelas españolas, el mencionado Larraz lo caracteriza del siguiente modo «Trata de compensar en ocasiones su escasa altura intelectual con voces latinas innecesarias como “ad cautelan” o “verbatim”, que contrastan con el abuso de coloquialismos impropios que dan muestra de la soltura y confianza con las que se movía por el Servicio [Nacional de Propaganda]»

En marzo de 1954 le toca informar sobre la novela de Juan Goytisolo (1931-2017) Juego de manos, a la que no pone reparos porque según su lectura «El aire general de la novela es no obstante de desaprobación [de los actos del grupo protagonista]. Casi ellos mismos tienen conciencia de que son víctimas de una mala educación familiar, así al contar sus vidas, y mucho de ambiente».

En enero de 1956 firmaba el informe de El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019), presentada por la editorial Destino, que es evidente que no le gustó pero acertó al identificar su realismo: «Algo así como si se hubiese tomado en cinta magnetofónica aquellas conversaciones, todos los gritos, canciones, toda clase de ruidos, etc., etc. Ahí debe de estar el valor de la novela», si bien añade que «Abundan los tacos, que no considero suprimibles, aunque me parecen de muy mal gusto».

Italo Calvino y Jorge Luis Borges.

La editorial barcelonesa Edhasa presentó a censura el compendio de ensayos Discusión, de Jorge Luis Borges (1899-1986), al que en un informe de finales de 1956 Dieta puso bastantes reparos, sobre todo porque «lo malo es que [el autor] se mete en teología y mete la pata de lleno», según escribe, así es que elimina un par de textos, mientras que los autorizados tampoco salen indemnes al embate del lápiz rojo. Por razones que están por dilucidar, el caso es que Edhasa nunca llegó a publicar ese libro (que era una versión revisada del que en 1932 publicara en Buenos Aires Manuel Gleizer Editor).

César Arconada.

En abril de 1957 considera también autorizable otra novela de Juan Goytisolo, El circo, a la que califica de «novela de ambiente», y Central eléctrica, de Jesús López Pacheco (1930-1997), que acababa de quedar finalista en el Premio Nadal (ese año lo ganó el sacerdote José Luis Martín Descalzo con La frontera de Dios). Mientras según el profesor Pablo Gil Casado ‒que la vincula muy estrechamente con La turbina de César Arconada (1898-1964)‒ «Central eléctrica contiene una fuerte crítica de las injusticias, testimonialmente expuestas, a que se ve sujeta la clase obrera y campesina», Dieta empieza su informe calificándola de «Novela con “quid” social».

Otro caso bien estudiado ‒por Lucía Montejo Gurruchaga en Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra‒ es el de Una mujer llega al pueblo, con la que Mercedes Salisachs (1916-2014) ganó el Premio Ciudad de Barcelona (y con la que Dieta se cebó a gusto). Lo interesante en este caso hay constancia de que la autora se puso en contacto con el censor, y solo pueden hacerse suposiciones acerca de cómo supo la autora quién había informado sobre su novela. El caso es que acaso fuera este contacto el que propició que en un segundo informe Dieta se mostrara menos duro y, con todos tijerazos, al final la novela pudo publicarse (en Planeta).

En el sentido de las agujas del reloj: Josep M. Castellet, José María Valverde. Joan Petit, Barral y Víctor Seix.

Estos son tus hermanos, de Daniel Sueiro (1931-1986), la presentó a censura Seix Barral en junio de 1961, y Javier Dieta fue uno de los cinco lectores que, a instancias de los sucesivos recursos de Sueiro, informaron sobre ella (casi todos denegando su autorización pese a las enmiendas y supresiones introducidas por el autor). En un interesante artículo seminal sobre las relaciones entre el editor barcelonés Carlos Barral (1928-1989) y la censura, Cristina Suárez Toledano ya reprodujo una delirante expresión de Dieta en ese informe muy ilustrativa de su carácter: «¡Insisto en la negativa con mi sangre!». También de 1961 son las mutilaciones en El río que nos lleva, de José Luis Sampedro (1917-2013), y que ya Larraz denunció que se mantuvieron incluso en la edición supuestamente crítica publicada en la colección Letras Hispánicas de Cátedra, y la propuesta, aceptada, de denegación de permiso para publicar Fata Morgana, de Gonzalo Suárez.

Dos años después, en 1963, le pegaba solo tres tijerazos a Fiestas, de Juan Goytisolo, que desde 1958 ya circulaba por América gracias a la edición de Emecé.

El informe de Dieta acerca de Crónica de un regreso, de Andrés Sorel (Andrés Martínez Sánchez, 1937-2019) presentada a censura en marzo de 1964 por Seix & Barral, tiene también su miga, pues incluye otra exclamación antológica, referida a Sorel: «¡Lástima la ideología del autor!», a quien califica además como «tonto útil». Por si fuera poco, añade nuevas tachaduras a las que ya exigían dos informes previos, de modo que tras algunas vicisitudes más la obra fue prohibida y no se publicó hasta 1981 (en Ediciones Libertarias).

La novela del poeta y gestor cultural Ernesto Contreras Taboada (1933-1993) La tierra prometida también la presentó Seix & Barral en 1964, y aunque Dieta propuso eliminar cuatro páginas enteras, finalmente no fue autorizada su publicación en España y apareció años más tarde (en 1967) en la editorial uruguaya de Benito Milla (1918-1987) Alfa. Lo curioso en este caso es que circula una edición previa en portugués con el título A terra nostra, ‒cuya traducción firma un sospechosamente prolífico y políglota Sousa Victorino‒, y publicada en abril de 1963 en la colección Miniatura de la lisboeta Livros do Brasil.

En 1966 propuso autorizar una versión severamente expurgada del Homenaje a Cataluña de Georges Orwell (1903-1950), que no se tuvo en cuenta y que no se publicaría hasta 1970.

Por supuesto, también cayó en sus manos algún libro del multicensurado Paco Candel (1925-2007), y en concreto la segunda edición de Donde la ciudad cambia su nombre (1962), más expurgada de expresiones vulgares que la primera, con lo que, dada la naturaleza de los protagonistas, le resta veracidad y realismo. También mutiló a fondo Han matado un hombre, han roto un paisaje, en la que considera que «la violencia formal es asombrosa».

Los ejemplos son solo ilustrativos, y se podrían añadir a ellos los de Ya no humano, del novelista japonés Osamu Dazai (1909-1948) presentado por Seix Barral en 1960; El desprecio de Alberto Moravia (1907-1990), del que a Juan Oteyza se le había denegado autorización para importar un centenar de ejemplares de la edición de Losada, en 1968 (la publicó Plaza & Janés), o incluso el poemario Arde patria de Blas de Otero (1916-1979), presentado en 1962 por Ramón Julià López para publicarlo en la colección Poesía Contemporánea Española de RM (y en muchos de cuyos versos detecta Dieta «bilis política»), que finalmente apareció mutiladísimo en RM con el título Que trata de España y en la parisina Ruedo Ibérico en versión íntegra.

 Y aun así, no es mucho lo que se sabe de Javier Dieta. En el Boletín Oficial del Estado de 14 de junio de 1955 su nombre aparece como uno de los que no pueden presentarse a unas oposiciones para ingresar en el Cuerpo de Secretarios de la Magistratura de Trabajo hasta que presente los certificados de buena conducta y penales, pero solo un año más tarde, concretamente en el BOE del 21 de junio de 1956, el Cuerpo de Técnicos Especiales de Información y Turismo le otorga, también por oposición, plaza como técnico especial de tercera clase en el (con un sueldo de 21.000 pesetas, en catorce pagas). Además, firmando como Javier Dietta, la Secretaría General Técnica de la Presidencia del Gobierno le publicó como volumen 13 de la colección Estudios Administrativos Las Secretarias Generales Técnicas (1961) y la Secretaría General Técnica del Ministerio de Información y Turismo Los organismos colegiados del Ministerio de Información y Turismo: composición y funciones (1964), donde se le describe como «jefe de la Sección Informativa de la Secretaría General Técnica» y poco más. Tampoco parece que sobre su actividad tras la desaparición de la censura se haya divulgado ninguna información.

Fuentes:

Francisco Álamo Felices, «La censura», en La novela social española. Conformación ideológica, teoría y crítica, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería, 1996, pp. 79-107, reproducido en Represura, 6 de marzo de 2019.

Ana Gargatagli, «Borges traducido a leyes inhumanas. La censura franquista en América», 1611: Revista de historia de la traducción, núm. 10 (2016).

Pablo Gil Casado, La novela social española (1942-1968), Barcelona, Seix Barrall, 1968.

Fernando Larraz y Cristina Suárez Toledano, «Realismo social y censura en la novela española (1954-1962)», Creneida, núm. 5 (2017), pp. 66-95.

Fernando Larraz, Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo, Gijón, Trea, 2013.

Lucía Montejo Gurruchaga, Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2010.

Cristina Suárez Toledano, «“La insolidaridad localista y rencorosa”. Novelas de regresos imposibles a la España fracturada en el catálogo invisible del editor Carlos Barral», Diablotexto 13 (junio de 2013), pp. 15-31.

La agente literaria Carmen Balcells retratada por el escritor Max Aub

El profesor Javier Sánchez Zapatero inició el análisis de la interesante relación profesional entre el escritor valenciano exiliado en México Max Aub (1903-1972) y la agente literaria barcelonesa Carmen Balcells (1930-2015), si bien su interés se circunscribía al estudio del epistolario, que, tras recomendaciones de  Carlos Barral (1928-1989), Alastair Reed (1926-2014) y Jaime Salinas (1925-2011), se inicia con una carta de Aub del 13 de octubre de 1964. Por aquel entonces Aub, pese a la magnitud y copiosidad de su obra dramática, poética y narrativa, solo había podido publicar en España, al margen de fragmentos y cuentos en revistas, en la colección hispano-argentina El Puente de Guillermo de Torre (1900-1971), El zopilote y otros cuentos mexicanos (1964) y, tras frustrar la censura la publicación de la novela La calle de Valverde, acababa de firmar con Gredos el contrato para la edición en la colección Antología Hispánica de Mis páginas mejores (1966). Su intención al contactar con Balcells era, pues, evidente.

Los tratos epistolares fueron relativamente ágiles, pues pese a la casi imposibilidad material de que en la agencia se hubiera leído la totalidad de la obra publicada hasta entonces por Aub ‒y mucho menos la escrita‒, seguramente bastaría su prestigio entre escritores y editores y las traducciones de las que había sido objeto algunas de sus obras (Jusep Torres Campalans sobre todo: en Gallimard, Mondadori y Doubleday) para que en diciembre de ese mismo año ya se formalizara el contrato. Escribe Sánchez Zapatero que «pronto quedó establecida entre los dos una corriente de simpatía y afecto que trascendió la relación de trabajo».

En la biografía que dedicó a la superagente, Carmen Riera recoge el primer encuentro entre Balcells y Aub en México en 1965 y alguna de las motivaciones personales del interés de la primera por contar con Aub en su catálogo:

Max Aub, Juan Goytisolo y Vicente Rojo.

Allí conoció, además de a García Márquez, a Max Aub, a quien representaba desde 1961 [sic] El escritor exiliado era uno de los grandes autores que habían tenido que tomar el camino de la diáspora y a Carmen le impresionaba mucho el drama de los exiliados.

Ni la relación profesional ni la personal, pese al buen entendimiento, fueron una balsa de aceite, y como mínimo se vio sometida a baches y evolucionó, en parte debido a que Aub no perdió el hábito de intentar, por su cuenta y riesgo, colocar algunas de sus obras a editores amigos e incluso acordar la traducción de algunas de ellas y cerrar los contratos sin informar siquiera a la agencia. Sánchez Zapatero recoge como ejemplos los casos del envío de la novela Las buenas intenciones a la editorial Ciencia Nueva mientras la agencia estaba negociando su publicación en Delos-Aymà, el compromiso duplicado de publicación de La calle de Valverde (Aub con Seix Barral y Balcells con Alianza), el acuerdo con la Editorial Andorra para Campo del Moro y la traducción de esta misma novela al polaco.

Autor y agente volvieron a coincidir durante el primer viaje de Aub a España, en 1969, y Riera resume el programa de su visita en los siguientes términos:

Cuando Aub regresó a España, en septiembre de 1969, ella se encargó de acogerlo, llevarlo a su apartamento de Cadaqués, presentarle además de los vips catalanes asiduos del lugar, Tusquets, [Oriol] Bohigas, [Rosa] Regás, etcétera, a Inge Feltrinelli y dar una fiesta en su honor en el hotel Balmoral; también le concertó entrevistas con los periodistas de todos los diarios catalanes: La Vanguardia, El Noticiero Universal, El Correo Catalán, pasando por Tele/Exprés, además de la revista Destino.

Francisco Giner de los Ríos, Ricardo Martínez, Max Aub, José Luis Martínez y Joaquín Díez-Canedo.

En La gallina ciega, subtitulada «Diario español» y publicada en diciembre de 1971 por Joaquín Mortiz (1917-1999), Aub hace un retrato profesional espléndido, de una fuerza y fidelidad kinética apabullante, de su agente literaria en plena actividad:

Anda, va, viene, corre, sube, baja, pone el coche en marcha, insulta al chófer vecino, impugna, niega, reniega, ataca, discute, arguye, redarguye, se opone, propone, rechaza, piensa, organiza, siempre tiene qué decir, apenca, adelanta, clama al cielo, pone en el disparadero, reclama, pierde, encuentra, come, bebe, tercia, paga el pato y la cuenta. Se enfada, se alegra, o, al revés, según el día o la hora, logra su utilidad y sus ventajas y las de los demás, con impulso, vehemencia, lamentaciones, interrupciones, telefonazos a diestro y siniestro.

–¿Dónde puse mi cartera?

–¿Dónde puse mis llaves?

–Tenemos que estar a las seis…

–Tenemos que estar a las siete…

–Apunta: a las ocho, firma con Carlos. A las ocho y media, desayuno con los franceses: no te olvides del contrato ni de añadir la cláusula que quiere Jorge y que me parece necesaria; a las diez aquí: tú me tienes preparada la firma y las cartas para Doubleday y Gallimard y ponle otra a Piper diciéndole que no. A las once y media viene por mí Oliver para ver a Fontanals, en Gracia, a ver si nos arreglamos con Esther. Como con los de la Guggenheim para ver si acabo de arrancarles lo necesario para la beca de Gonzalo. A las cuatro y media tengo que pasar por Tiempo para revisar el artículo de Pons, no se le vaya a ir la mano como hace quince días. A las cinco y media, no tengo más remedio de ver a quien tú sabes. Nos encontraremos a las siete, a ver qué hubo por aquí por la tarde y tenme listo lo que haya que firmar. Ceno con Ana María, en Sitges, tiene que contarme todos sus asuntos y tenemos que discutir el arreglo con Alianza… Así que…

El faro de los lectores aubianos Ignacio Soldevila (1929-2008) sitúa este pasaje, junto con el dedicado a la actriz Nuria Espert, entre los nos muestran al «Aub novelista, creador de personajes vivos y parlantes, o retratista vivaz, de animado dibujo» y que «no desmerecen en nada de los de sus personajes de fábula más logrados».

Es evidente que existía una tensión entre el anhelo ansioso de hacer llegar su obra a los lectores que tenía en mente cuando la escribió (sobre todo en el caso de la serie novelesca El laberinto mágico) y la negativa intransigente de Balcells a que eso supusiera la aceptación de unas condiciones que pudieran perjudicarle tanto a él como a la difusión de su obra. Un ejemplo muy notorio de ello se dio en el caso de la obra dramática, de la que la revista Primer Acto, y en particular su director José Monleón (1927-2016), se convirtieron en entusiastas valedores (en 1971 publicaría en Taurus El teatro de Max Aub). Ya antes del primer contacto entre Aub y Balcells esta espléndida revista había publicado en su número 52 (mayo de 1964) la que probablemente sea la obra dramática más ambiciosa del autor, San Juan, cuya primera edición había aparecido en la colección Tezontle del  Fondo de Cultura Económica en 1943 con un prólogo del prestigioso crítico Enrique Díez-Canedo (1879-1944). Si bien la edición de Pimer Acto era oportuna y necesaria, y se acompaña de un ramillete de textos de José Ramón Marra-López, José María de Quinto (1925-2005), Alfonso Sastre (1926-2021) y el propio Aub y la antecede además el mencionado prólogo de Díez-Canedo, lo cierto es que la edición del texto, acompañada de fotografías de diversos estrenos aubianos, es lamentablemente muy defectuosa. En una carta abierta a Max Aub fechada el 18 de junio de 1998, Monleón contó cómo el texto le llegó a las manos: «Veía a José María de Quinto, recién llegado de México, trayéndonos a un Consejo de Redacción de Primer Acto ‒primavera de 1964, en una cafetería de la Glorieta de Bilbao‒ el texto de San Juan junto a una reivindicación apasionada de tu personalidad y tu teatro».

José Monleón

Acerca de la negociación de Crimen y Comedia que no acaba, que se publicarían en el número 130 (de marzo de 1971), Sánchez Zapatero recoge unas palabras muy ilustrativas de Balcells: «Comprendo las dificultades que atraviesa Primer Acto y la ilusión que les hace publicarte. Lo que no comprendo es que ofrezcan sumas ridículas para ti» (Balcells consideraba que cinco mil pesetas era un mínimo exigible por un texto de Aub). Aun así, en el número 144 (de mayo de 1972) se publicaría otra obra de Aub (La vida conyugal).

Las relaciones entre autor y agente tuvieron claroscuros, altibajos o cuanto menos evolucionaron y afectaron de algún modo a su relación personal, como pone de manifiesto, por ejemplo, una lacónica anotación del diario de Aub fechada el 6 de junio de 1972: «Barcelona ‒Carmen y Luis [Palomares]‒. Grandes alharacas, pero falta cordialidad».

Teniendo en cuenta que en el archivo Max Aub se conservan tanto la totalidad de las cartas de Balcells al escritor y viceversa (209 cartas en total), así como contratos y liquidaciones, y que el archivo Carmen Balcells (en el Archivo General de la Administración) es de suponer que contenga información jugosa sobre las gestiones para encontrarle editor en España, sorprende que aún nadie se haya enfrascado en una investigación a fondo de esa relación entre dos titanes del campo literario español.

De izquierda a derecha, Esther Tusquets, Magda Oliver, Max Aub y Carmen Balcells.

Fuentes:

Max Aub, La gallina ciega. Diario español, edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1995.

Max Aub, Diarios (1939-1972), edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1998.

José Monelón, «Carta abierta a Max Aub después de ver juntos una representación del San Juan en el teatro María Guerrero», Primer Acto, núm. 274 (mayo-julio de 1998), pp.11-15.

Carme Riera, Carmen Balcells, traficante de palabras, Barcelona, Destino, 2022.

Javier Sánchez Zapatero, «Lo que importa es España: proyectos para la recuperación editorial en el epistolario entre Max Aub y Carmen Balcells (1964-1972)», El Correo de Euclides, núm. 6 (2011) pp. 33-48.

Ignacio Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2003.

Pedro Tejada Tello, «Humor, amistad y proceso creativo en el epistolario entre Max Aub y algunos de sus editores españoles», El Correo de Euclides, núm. 12 (2017), pp. 145-150.

Primeras ediciones en español de Jorge Semprún

Se ha contado en muchas ocasiones cómo Jorge Semprún (1923-2011) concibió, escribió y finalmente logró publicar su primera novela, Le grand voyage (titulada inicialmente Un voyage), después de entregársela en otoño de 1962 a Monique Lange (1926-1996) en París, quien a su vez la hizo llegar a Claude Roy (1915-1997), hijo del pintor de origen español Félicien Marie Julien Claude Roy y por entonces miembro del comité de lectura de Gallimard; el peso del entusiasmo de ambos fue mayor que la indiferencia del también miembro del comité Jean Paulhan (1884-1968), quien escribió lacónicamente que no encontraba «Nada muy destacable. Tampoco nada detestable, en este relato honesto». Así pues, en 1963 Éditions Gallimard publicaba la primera novela de Jorge Semprún, que le catapultó enseguida al éxito tanto comercial como de la crítica.

No menos conocidas son las alusiones en La escritura y la vida a algunos textos literarios previos a esta novela inicial: unas «parodias de Mallarmé» y la obra de teatro en francés Soledad, escrita en 1947 y que en su momento no llegó a publicarse por oposición del Partido Comunista. Otras alusiones diversas a la obra poética de Semprún, e incluso algunos fragmentos de la misma, pudieron leerse años más tarde en la famosa novela Autobiografía de Federico Sánchez, donde incluso se referencia, por ejemplo, el poema inacabado «La primavera comienza en Barcelona» (número 7 de Cuadernos de Cultura, de 1952).

En 1953, en cambio, la Federación de Juventudes Socialistas Unificadas de España le publicó en España y clandestinamente ¡Libertad para los 34 de Barcelona!, obra teatral escrita en español sobre la huelga de los tranvías de 1951 en la capital catalana. En sus memorias, el editor Rafael Borràs Betriu menciona y cita parcialmente un poemario que debe de ser de por aquel entonces, Juramento de los españoles en la muerte de Stalin, 1879-1953, que describe como «un poema impreso en una sola cara en seis hojas de cartulina de color verde manzana, de formato 15 x 10,5 centímetros y atadas con un cordel de seda rojo, sin firma que acreditase la autoría, ni fecha ni pie de imprenta».

Así, pues, su primera obra publicada en español es bastante anterior a las colaboraciones de Semprún ‒una vez expulsado ya del Partido Comunista‒ en la famosa revista parisina de José Martínez Guerricabeitia (1921-1986) Cuadernos de Ruedo Ibérico (1965-1979), pero esta obra dramática de Semprún apenas fue accesible al común de los lectores hasta la publicación de su Teatro completo (2021).

En sus memorias cuenta el editor Carlos Barral (1928-1989) su versión de cómo la novela del debutante Jorge Semprún se impuso a La ciudad y los perros ‒con la que Vargas Llosa acababa de obtener el Premio Biblioteca Breve‒ en las votaciones del Premio Formentor de 1962, que, además de la dotación económica, conllevaba la traducción a las diversas lenguas en las que operaban los editores convocantes, y asigna un papel relevante en ella a Monique Lange y a su marido Juan Goytisolo (1931-2017).

Por desgracia, la censura franquista impidió que Barral publicara entonces en español Le grand voyage (si bien ese año se le permitió publicar K.L. Reich, de Amat-Piniella), y según consigna el 5 de julio 1964 Max Aub (1903-1972) en sus diarios, Joaquín Díez-Canedo, que tenía un trato con Barral, llegó a un acuerdo con Carlos Robles Piquer (1925-2018) para no publicarla en México a cambio de que dejaran entrar en España algunos de los libros por él editados. Añade además Aub que esa censura se debía, según le contó Díez-Canedo, a «la actitud del autor frente al régimen» más que al contenido de la obra, y en este sentido vale la pena insistir en que ese mismo año 1963 sí se autorizó la publicación una obra en cierto modo temáticamente emparentada con la de Semprún, K. L. Reich, de Joaquim Amat-Piniella (1913-1974).

Así pues, el siguiente texto en español de Semprún que llegara a los lectores fuera probablemente la traducción que Floreal Mazía (1920-1990) hizo de Que peut la littérature, un compendio de textos preparado por Yves Buin ‒de Simone de Beauvoir, Yves Berger, Jean-Pierre Faye, Jean Ricardou, Jean-Paul Sartre y Semprún‒ aparecido inicialmente en L’Herne, que en Argentina publicó la editorial Porto en 1966 en la colección Perfil del Tiempo, con un prólogo de Noé Jitrik, .

Le grand voyage no saldría en español hasta la edición limeña de Ediciones Huáscar (de 1969), en traducción de Esteban Sánchez, después de que Gallimard le publicara L’evanouissement en 1967 y La deuxième mort de Ramon Mercader en 1969 (con la que ganó el Premio Femina). Al año siguiente apareció traducida por Núria Petit en La Habana y editada por el Instituto del Libro en la colección Cacuyo.

Sin embargo, ese mismo año 1970 aparecía en el Libro de Bolsillo de Alianza una edición de El niño, de Jules Vallès (1832-1885) en traducción de Victoria Bastos (1921-¿?), acompañada de una nota crítica de Émile Zola (1840-1902) y de un prólogo de Semprún. También están fechadas ese año la edición caraqueña de La segunda muerte de Ramón Mercader, traducida por el argentino Eduardo Gudiño Kieffer (1935-2002) y publicada por Tiempo Nuevo en su colección Ancho Mundo, y la edición en la Biblioteca de Cultura Socialista de Ruedo Ibérico de La crisis del movimiento comunista, de Fernando Claudín (1915-1990), acompañado de un prefacio de Semprún.

Cuatro años más tarde, la combativa editorial barcelonesa Aymà publicó en su memorable colección Voz Imagen el guion firmado por Costa Gavras y Semprún de Z (o la anatomía de un asesinato político), en traducción de Enric Ripoll i Freixes (1928-1992) y con un prólogo de Jacques Lacarrière (1925-2005).

No fue hasta una vez muerto el dictador español cuando empezó a publicarse con cierta asiduidad en español la obra de Semprún. En 1976 pudo finalmente Seix Barral incluir en su emblemática colección Biblioteca Breve una nueva versión de Le grand voyage, traducida por Rafael Conte (1935-2009) y su esposa Jacqueline Imbert. En sus memorias, además de quejarse de lo exiguo del pago recibido por ese trabajo, afirma Conte que ya el 4 de diciembre de 1969 había sido el primero en dar noticia por extenso de su obra en francés en un artículo a toda página en Informaciones (y ténganse en cuenta que por entonces este periódico era tamaño sábana), si bien la censura hizo cambiarle el título original («Jorge Semprún o el destino del marxismo») por «Jorge Semprún o el destino de Occidente».

El mismo año aparecía editado por Elías Querejeta (1934-2013) el guion de la muy influyente y polémica El desencanto, de Felicidad Blanc (1914-1990), Juan Luis Panero (1942-2013), Leopoldo María Panero (1948-2014) y José Moisés Panero (1951-2004) precedido de un prólogo de Semprún. La película, dirigida por Jaime Chávarri y a la que la censura se había ocupado de cortar toda referencia a las experiencias sexuales del poeta franquista Leopoldo Panero (1909-1962) en la cárcel, fue escandalosamente retirada por su su productor (Querejeta) del Festival Internacional de San Sebastián de 1976 en protesta por la represión gubernamental en Euzkadi. Recuérdese que en marzo de ese año se habían producido los conocidos como «Sucesos de Vitoria», que se saldaron con cinco muertos y de los que se han señalado como corresponsables políticos a Manuel Fraga Iribarne (1922-2012), ministro de Gobernación, Adolfo Suárez (1932-2014), ministro de jornada por estar ausente de España Fraga, Alfonso Osorio (1923-2018), ministro de Presidencia, y Rodolfo Martín Villa, ministro de Relaciones Sindicales y el único inculpado ‒y no por la justicia española sino por la jueza argentina María Romilda Servini‒ por genocidio y crímenes contra la humanidad.

Semprún con las traducciones de Le grand voyage

Además del guion de Las rutas del sol (salido de la madrileña Imprenta Carmen Moreno), en 1977 aparece un prólogo de Semprún a 1919-1930: la rebelión de las masas, de Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), publicado por Difusora Internacional, pero ese año quedará marcado por el Premio Planeta, dotado en esa convocatoria con cuatro millones de pesetas y que el autor obtiene con la novela Autobiografía de Federico Sánchez, y a él le seguirían en los años siguientes otros dos escritores considerados de izquierdas, Juan Marsé (1933-2020) y Vázquez Montalbán, en lo que retrospectivamente parece una operación muy consciente y planificada por parte de la editorial Planeta. En el primer volumen de sus memorias, el editor Rafael Borràs Betriu alude a los numerosos viajes que hizo a Madrid para convencer a Semprún de que se presentara al premio.

Una vez muerto Franco (y legalizado el PCE), pues, Semprún entra por la puerta grande de la edición española y sus libros siguientes no sólo serían publicados en español por la empresa de José Manuel Lara ‒excombatiente franquista pero sobre todo empresario‒, sino que además figuró como miembro del jurado del Premio Nadal (cuando la editorial que lo convocaba ya pertenecía a Planeta) que galardonó Beatriz y los cuerpos celestes, de Lucía Etxeberría, en 1998.

Fuentes:

Pierre Assouline, Gaston Gallimard. Medio siglo de edición francesa, traducción de Ana Montero Roig y prólogo de Rafael Conte, València, Edicions Alfons el Magnànim, 1987.

Max Aub, Diarios (1939-1972), edición, estudio introductorio y notas de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1998.

Carlos Barral, Memorias, edición de Andreu Jaume, Lumen, 2015.

Rafael Borràs Betriu, La batalla de Waterloo. Memorias de un editor, Barcelona, Ediciones B, 2003.

Concepción Canut i Farré, «Traducción o bilingüismo sempruniano», en Francisco Lafarga y María Luisa Donaire Fernández, coords., Traducción y adaptación cultural España-Francia, Oviedo, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, 1991, pp. 329-336.

Rafael Conte, El pasado imperfecto, Madrid, Espasa, 1998.

Lola Díaz, «Jorge Semprún, un caso particular de autotraducción», en V Encuentros complutenses en torno a la traducción, Editorial Complutense, Universidad Complutense de Madrid, 1995, pp. 265-268.

Ofelia Ferrán, «”El largo viaje” del exilio: Jorge Semprún», en El exilio literario de 1939, edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Gexel, 1998, vol. 2, pp. 107-116.

Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico, Barcelona, Anagrama, 2000.

La incompleta recuperación editorial de Gamaliel Churata

En el año 2020, después de documentar que había sido anunciado en el Boletín Titikaka en las primeras décadas del siglo XX, Ulises Juan Zeballos Aguilar se lamentaba con toda la razón de que las Tojjras de Gamaliel Churata siguieran inéditas en volumen y dispersas en revistas como Kosko (1924-1925), Cirrus (1925), Amauta (1926-1930) y Labor (1928-1929) y periódicos como los limeños El Momento y El Expreso. Afortunadamente, ese mismo año 2020 aparecía en el sello arequipeño Surnumérica (integrado en la editorial Cascahuesos) Tojjras y otras narraciones como quinto número de la colección Clásicos y contemporáneos.

La prolongada caída en el olvido de Gamaliel Churata, seudónimo de Arturo Pablo Peralta Miranda (1897-1969), quizá pueda atribuirse a la escasez de la obra publicada en forma de libro en vida, además de a su exilio en Bolivia durante buena parte de su vida. Pero las complicaciones para la difusión de sus libros se manifiestan ya en el caso de su obra más reeditada y conocida, El pez de oro (Retablos del Laykhakuy) ‒nada que ver con la novela homónima de Ramon J. Sender, de 1976‒, que el propio autor resume del siguiente modo en una nota previa de la primera edición:

El pez de oro cursó no breve génesis editorial debido a causas ‒algunas de ellas‒ casi fantasmales, si cuando iba por la mitad la impresión de sus pliegos, y éstos se arracimaban en respetable volumen cabe sigiloso rincón, la imprenta de la SPIC [Subsecretaría de Prensa, Informaciones y Cultura] fue asaltada por marejada fascista, que incendió lo incendiable y destrozó lo que no habría de ceder a la acción del fuego…

Terminada en Puna 1927, esta extensa obra fue destruida 1932, cuando durante el régimen del militar Luis Miguel Sánchez Cerro (1889-1933) grupos fascistas, además de destrozar la mencionada imprenta, allanaron la casa de Peralta Miranda, saquearon su biblioteca y poco después fue desterrado al país vecino, de modo que este texto no se recuperó, corregido y ampliado, hasta que en abril de 1957 lo publicó en Cochabamba (Bolivia) la Editorial Canata. Treinta años después aparecería en tres volúmenes una tirada de mil ejemplares en la Editorial Universo, y ya en 2011 una edición crítica a cargo de José Luis Ayala para AFA Editores Importadores y en 2012 otra en la colección Letras Hispánicas de Cátedra, preparada y prologada en este caso por Helena Usandizaga, que ocupa 1024 páginas. Como carta de presentación al lector español, probablemente una edición crítica de semejantes dimensiones abrumadoras ‒y precio, para el bolsillo de un estudiante: 24 euros‒ no era el modo más seguro de conseguir captar la atención y el interés sobre un lector desconocido casi por completo.

Arturo Pablo Peralta Miranda

Hasta el año 1957, pues, al margen de una amplia, heterogénea e interesantísima obra dispersa en publicaciones periódicas tanto peruanas como bolivianas, su texto de mayor trascendencia acaso fuera el poemario Interludio bruníldico, aparecido en el periódico El Comercio de Cusco el 27 de abril de 1930.

En cuanto al peculiar género de las Tojjas, seis de ellas fueron recogidas en el volumen, también póstumo, publicado por el Instituto Puneño de Cultura Gamaliel Churata. Antología y valoración (1971), que incluye también fragmentos de El pez de oro, entre otras obras, pero es bastante anterior a la revalorización académica de Churata como creador de una fusión del vanguardismo y el indigenismo caracterizado por la hibridación (de géneros, de lenguas, de referentes culturales) que se produjo a partir de los años noventa y sobre todo ya en el siglo XXI.

Siguiendo a Mauro Mamani Macedo, Rony Vásquez Guevara concibe precisamente buena parte de las Tojja (término que en lengua aimara equivale a «pedazo de tierra») como una combinación entre el microrrelato occidental (por la forma) y los ichik willakuy de la literatura quechua (por los temas, el sentido que se les da y por cómo se estructuran textualmente).

Particular mérito tiene en esta progresiva recuperación y revalorización de la obra poética, narrativa y ensayística de Churata la labor llevada a cabo por Arturo Vilchis Cedillo, autor además de un interesante artículo sobre la presencia del montaje cinematográfico en el cuento de Churata «El Gamonal» (publicado en los números 5 y 6 de Amauta en 1927 e ilustrado por el introductor del muralismo en Perú, Carlos Quispe Asín, 1900-1983) y otro sobre la relación entre Pablo de Rokha (1894-1968) y Churata. Vilchis creó en México la muy modesta editorial América Nuestra-Rumi Maki (que en quechua significa «mano de piedra» y fue el nombre que adoptó Teodomiro Gutiérrez Cuevas, militar anarquista que en 1915 encabezó una rebelión campesina en Puna en la que confluían el indigenismo y el anarquismo), y ya en enero de 2008 publicó el folleto Gamaliel Churata en la «Semana Gráfica». El mismo año aparecían con el mismo sello Arturo Pablo Peralta Miranda. Travesía de un itinerante y, en edición del propio Vilchis, el libro de Churata Aspectos de la literatura indoamericana.

Afortunadamente, la recuperación de Arturo Pablo Peralta Miranda, y sus múltiples seudónimos, ya había entrado en una marcha que parece imparable y que ha cristalizado en numerosos libros, tesis doctorales y estudios.

Fuentes:

Mauro Mamani Macedo, «Representación andina en las Tojjras narrativas de Gamaliel Churata», Mitologías Hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos, vol. 21 (verano de 2020), pp. 153-169.

Helena Usandizaga, «El pez de oro, de Gamaliel Churata, en la tradición de la literartura peruana», América sin nombre, núm. 13-14 (2009), pp. 149-159.

Manuel Valladares Quijano, «Las letras que forjaron el indigenismo cusqueño», Guaca, núm. 2 (junio 2005), pp. 39-60.

Rony Vásquez Guevara, «El conjunto textual de Tojjras de Gabriel Churata: entre los microrrelatos y los ichik willakuy», Microtextualidades. Revista Internacional de microrrelato y minificción, núm 13, pp. 25-43.

Philarine Stefany Villanueva Ccahuana, «Entre palabras, imágenes e indigenismos: estudio comparativo entre Amauta y Boletín Titikaka», Letras. Revista de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, vol. 89, núm 129 (enero-junio de 2018), pp. 154-171.

Ulises Juan Zeballos Aguilar, «Editorial Titikaka Puno (1926-1930). La producción editorial en el Perú», Mitologías Hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos, vol. 21 (verano de 2020), pp. 46-58.

Arturo Pablo Peralta Miranda

Cien años de Juventud

El 3 de octubre de 2023 el Ministerio de Cultura y Deporte español oficializaba, a través del Boletín Oficial del Estado, la concesión a la Editorial Juventud del Premio Nacional a la Mejor Editorial Cultural, probablemente una de las decisiones menos discutidas en el sector de los últimos tiempos, y no sólo porque su concesión coincidía con el centenario de la editorial, sino por el extraordinario impacto en la creación de nuevos y buenos lectores que ha tenido Juventud a lo largo de la historia.

El vínculo de Juventud con la literatura infantil y juvenil, como subrayaba Mònica Baró ya en 2005 al elegirlo como tema de su tesis doctoral, se remonta a los orígenes mismos de este longevo proyecto capitaneado inicialmente por Josep Zendrera i Fecha (1894-1969) y ha sido una de sus principales y más reconocidas marcas de identidad.

Baró señala como la colección «más antigua del catálogo de la editorial» una serie iniciada en el sello Edita en la que publicaron algunas escritoras muy interesantes del siglo XX ‒casos de María Luz Morales (1889-1980) o Magda Donato (1898-1986)‒ y cuyo nombre puede llevar a engaño: El Cuento Rosa (originalmente debía llamarse «El Cuento Azul»), que enseguida pasaría a integrarse en el catálogo de Juventud. El propósito declarado de esta colección era «modernizar la literatura dedicada a nuestros niños», si bien estéticamente arrastraba aún el lastre del modernismo.

El primer título de la colección fue La princesa pastora (1926), del polifacético y polígrafo Apeles Mestres (1854-1936), que previamente se había popularizado como décimo número de la decimonónica y minúscula colección de Cuentecitos Instructivos, editado en la Litografía F. Madriguera y que regalaban a sus clientes empresas como Tupinamba. Tostadero de Café y Fábrica de Chocolates o los Chocolates Alay, entre otras empresas. Para entonces Mestres ya era muy conocido por el lector catalán, pues se había hecho muy famoso como dibujante en publicaciones periódicas satíricas y humorísticas como La Campana de Gràcia (1870-1934) y L’Esquella de la Torratxa (1872-1939) y además era un poeta que aunaba prestigio y popularidad (durante la guerra civil española aún se revitalizó su célebre «No passareu!. La cançó dels invadits», incluido en el libro de 1915 Flors de sang).

Se trataba de libritos muy pequeños (14 x 14) y breves (24 páginas) en los que tenían mucha importancia las ilustraciones, que se encargaron a nombres de primera fila. En el caso de La princesa pastora las ilustraciones las firmaba el versátil José Segrelles (1885-1969), que tras su paso por la Editorial Molino había dejado su huella en ediciones de Granada, Araluce y en las Hojas Selectas de Salvat y no tardaría en convertirse en uno de los ilustradores españoles más solicitados por publicaciones periódicas internacionales.

Al libro de Mestres le seguiría en Cuentos Rosas La rata blanca, de Hégésippe Moreau (1810-1838), sin indicación del traductor e ilustrado por Enrique Ochoa (1891-1978), quien se convertiría en uno de los grafistas principales de la colección. Y el tercer número sería ya para una escritora joven y aún por popularizarse, María Luz Morales, que publicaría Marcialín el novelero con ilustraciones de Jean Rapsomanikis (quien ya había colaborado en uno de los antecedentes de Juventud, la revista El Hogar y la Moda). En aquellos años veinte Morales estaba llevando a cabo una intensísima labor como traductora para la Sociedad General de Publicaciones con la que Zendrera se había estrenado en 1914 como editor, pero además había sido adaptadora de clásicos para niños en Araluce y, tras el seudónimo Felipe Centeno, se ocupaba de la crítica cinematográfica en el prestigioso periódico La Vanguardia (lo que a su vez le abriría las puertas a trabajar para la Paramount), al tiempo que en el madrileño El Sol escribía la sección «La mujer, el niño y el hogar». Por si esto no bastara, se había convertido en directora de la revista El Hogar y la Moda (en la que había entrado a trabajar en 1923) y la Cámara del Libro le había premiado en 1926 el artículo «Elogio del libro». Sin embargo, aún no había estrenado la colección La Novela Femenina de la Editorial Mundial, con Maestrita de pueblo (1928), ni había publicado las obras que la situarían como narradora, que muy mayoritariamente aparecerían ya en la posguerra.

Juan Aguilar Catena (1888-1965) había publicado una buena cantidad de novelas sobre todo en prensa cuando en abril de 1926 aparecieron en la mencionada Sociedad General de Publicaciones La ternura infinita (con cubierta de Ochoa) y en la colección La Novela Rosa, Nuestro amigo Juan (Ejercicio de servidumbre), que tres años antes había publicado la madrileña editorial Marineda. También de 1926 es Hubo un payaso que lloró una vez, cuarta entrega de El cuento rosa, con la firma de Sabater como ilustrador.

El quinto número vuelve a corresponder a una obra de María Luz Morales, La princesa que nunca había visto el sol, con ilustraciones de Enrique Ochoa, pero el siguiente (Buby liberta a una princesa) lo firma otra autora ya por entonces importante en la literatura infantil de la época, Magda Donato (nacida Carmen Eva Nelken Mansberger y hermana de la también escritora Margarita Nelken). Después de hacerse famosa con una serie de artículos en Estampa sobre las cárceles de mujeres (para la elaboración de los cuales se hizo pasar por presa de la Modelo de Madrid), sus mayores éxitos en el ámbito de la literatura infantil los había cosechado en asociación con Salvador Bartolozzi (1882-1950), quien en febrero de 1925 había lanzado en la Editorial Calleja el exitoso semanario Pinocho.

De nuevo es Enrique Ochoa quien ilustra el séptimo número de El Cuento Rosa, La estufa de porcelana, que firma Ouida, es decir la defensora de los animales y autora del célebre El perro de Flandes Marie Louise Ramé (1839-1908).

De las imágenes del octavo se ocupó el pintor Lao Romero, que en 1918 había sido uno de los cuatro dibujantes de la efímera revista dirigida por José Guirao Homedes Vida Artística. El título era El collar de lágrimas, y su autor Alfonso Nadal (1886-1943), a quien Vicente Clavel (1888-1967) le había publicado en su Editorial Cervantes Místico amor humano (1925) ilustrado por Arturo Ballester, mientras que el año anterior La Novel·la d’Ara que dirigía Miquel Poal Aregall (1894-1935) le había publicado en catalán Josep II, rei. Su obra posterior como autor (no así la de traductor) fue muy escasa, pero en 1937 Josep Janés (1913-1959) le publicó un libro en el que acompañaban a este último título «La dona de l’aigua» (que daba título al volumen), «Nit de difunts», «L’apotesosi del “Manco”» y «L’avi brau» como número 16 de La Rosa dels Vents (correspondiente al 163 de Quaderns Literaris). No estará de más consignar que ese mismo año 1937, en plena guerra civil, Janés se casaba con la hija del escritor, Esther Nadal, y que en los primeros años de la posguerra publicó a su suegro diversas traducciones para las colecciones que entonces puso en marcha.

De Alicia Rey, autora de la siguiente entrega (Los invasores de Vilabella) no abundan los datos biográficos fácilmente accesibles, pero figura como traductora del ensayo La filosofía del amor, publicado en 1927 en la colección de Edita dedicada a la prolífica y en su momento escandalosa autora de ficción romántica Elinor Glyn (1864-1943). En cualquier caso, el brillo de su carrera literaria quedó muy lejos del que tuvieron luego las de Luz Morales o Donato. Al libro de Rey le sigue uno Oscar Wilde (1854-1900) ilustrado por el ya mencionado Rapsomanikis (El gigante egoísta), y a este Una niña desobediente, de Gabriela Fernández, y El discípulo de Aladino, de Enrique de Leguina, dos autores que hoy apenas son recordados si bien el segundo es autor de Arco sobre el mar (1919), ilustrado por Alfredo Guido (1892-1967) e impreso en Buenos Aires por Manau.

Apéndice: El Cuento Rosa:

1 Apeles Mestres, La princesa pastora, ilustraciones de Segrelles.

2 Hegesippe Moreau, La rata blanca, ilustraciones de Enrique Ochoa.

3 María Luz Morales, Marcialín el novelero, ilustraciones de [Jean] Rapsomanikis.

4 Aguilar Catena, Hubo un payaso que lloró una vez, ilustraciones de Sabater.

5 María Luz Morales, La princesa que nunca había visto el sol, ilustraciones de Enrique Ochoa.

6 Magda Donato, Buby liberta a una princesa, ilustraciones de Farrell.

7 Ouida, La estufa de porcelana, ilustraciones de Enrique Ochoa.

8 Alfonso Nadal, El collar de lágrimas, ilustraciones de Lao Romero.

9 Alicia Rey, Los invasores de Villabella, ilustraciones de Joan Pau Bocquet Bertran.

10 Oscar Wilde, El gigante egoísta, ilustraciones de Jean Rapsomanikis.

11 Gabriela Fernández, Una niña desobediente, ilustraciones de Longoria.

12 Enrique de Leguina, El discípulo de Aladino, ilustraciones de Afa.

Fuentes:

Mònica Baró, Les edicions infantils i juvenils de l’Editorial Joventut (1923-1969), tesis doctoral presentada en el Departament de Biblioteconomia i Documentació la Universitat de Barcelona, 2005.

Mònica Baró Julià Guillamon, Les aventures de l’editoial Juventut, Barcelona, Biblioteques de Barcelona, Ajuntament de Barcelona y Editorial Juventut, 2023.

Manuel Llanas, L’edició a Catalunya el segle XX (fins 1939), Barcelona, Gremi d’Editors de Catalunya, 2005.

Luis Chitarroni, el argentino que más y mejor leyó (con disculpas a Borges)

«Creo que el editor siempre ocupa el lugar que tiene que ocupar. El editor debe ser una especie de moderado consejero y también debe aprender a renunciar. A mí no me tocó nunca un autor que se negara a colaborar conmigo si yo le decía algo razonable.»

Luis Chitarroni (1958-2023)

«El país que más me interesa es el pasado. Uno ve ahí los artificios de una industria. Hay muchos editores crédulos, a los que les habla la gente de marketing. Es lo mismo que se ve en muchas contraportadas: de creerles, cada tres o cuatro meses nace un nuevo Proust. A veces, en las ferias y en las contraportadas, los referentes se ahuecan.»

Luis Chitarroni (1958-2023)

Luis Chitarroni.

Se ha subrayado a menudo, y sobran las razones para ello, el papel trascendental que tuvo en el nacimiento del llamado boom de la novela latinoamericana el editor de origen español Paco (o Francisco) Porrúa (1922-2014), y tal vez era previsible que con su salida de la Editorial Sudamericana (en la que era lector desde 1957 y desde 1962 director editorial) esta empresa se resentiría de su ausencia. Sin embargo, una de las cosas que caracterizó a Sudamericana a lo largo del siglo XX, pese a su más que considerable tamaño, es la conciencia y responsabilidad cultural de sus directores literarios, pues a Porrúa le sustituyó en 1972 Enrique Pezzoni (1926-1989), quien compaginaba su labor editorial con la docente y que contaba con la experiencia previa de haber sustituido a José Bianco (1908-1986) como secretario de redacción de la célebre revista Sur que dirigía Victoria Ocampo (1890-1979), a la que añadía su prestigio como traductor, para Sudamericana, de Melville, Malraux, Nabokov y Pasolini, entre otros autores de primera fila.

Fueron precisamente las responsabilidades docentes y universitarias las que progresivamente fueron alejando a Pezzoni de Sudamericana. Una de sus ausencias para impartir cursos en Estados Unidos (los hizo en Oxford y Harvard) la cubrió un joven Luis Chitarroni, que no contaba con una educación académica formal pero desde niño era lector voraz (de las colecciones Iridium y Robin Hood, según confesó) y se había dado a conocer como periodista musical (en Audio) y literario (en Sitio). Pezzoni lo había conocido bien en la revista vinculada a la editorial Vuelta Sudamericana (1986-1988) ‒donde confluyeron José Bianco, Bioy Casares, Ernesto Sabato, Juan Gelman, Rodolfo Fogwill, Alan Pauls…‒,  y se había convertido uno de los colaboradores destacados y más fiables de la editorial gracias sobre todo a su talento como lector.

Al desaparecerVuelta Sudamericana, Chitarroni intensificó su colaboración en Babel, donde Martín Caparrós le encargó una serie de semblanzas de personajes reales y ficticios que acabarían por conformar el libro Siluetas (cuya primera edición publicaría Juan Genovese en 1992), que a menudo se ha puesto en relación con la serie de «Biografías sintéticas» que otro gran lector, Jorge Luis Borges (1899-1986) había publicado en los años treinta en la revista femenina Hogar.

Formó, pues, dueto Chitarroni con Pezzoni, lo que permitía a este último proseguir con su labor como profesor universitario, y con el paso del tiempo Chitarroni fue asumiendo más y mayores responsabilidades en Sudamericana. Así lo explicó él mismo:

En la primera época, en 1986, 1987, [me ocupaba] absolutamente de todo. No solo era otro siglo, también era otro mundo, donde se tardaba en hacer un libro, se tardaba en corregirlo y, a partir del momento en que entraba en producción, vos perdías el contacto con ese libro. Por lo tanto, las contratapas tenías que hacerlas a partir de las «invenciones del recuerdo», como el título del libro de Silvina Ocampo.

Chitarroni se benefició de un equipo de buenos lectores, entre los que se encontraban el ensayista y curador Rafael Cippolini y la periodista y escritora Gabriela Saidon, así como con algunos directores de colección muy importantes, como Ricardo Piglia (1941-2017), que se puso al frente de una colección dedicada a la novela policíaca llamada Sol Negro. Más adelante el equipo de ampliaría con profesionales como Florencia Cambariere, por ejemplo, o Paula Vitale, que había entrado como jefa de prensa en septiembre de 1989 y crearía colecciones como Sudamericana Mujer ‒que dirigió la fotógrafa y editora gráfica Marta Merkin (1974-2005)‒ o Nudos de la Historia Argentina ‒dirigida por el historiador Jorge Gelman (1956-2017)‒.

Luis Chitarroni.

Durante esta etapa Chitarroni publicó a algunos escritores de mucho peso (Fogwill o el mencionado Piglia, por ejemplo), dio a conocer a escritores argentinos de relieve nacidos en la segunda mitad de los cincuenta como María Martoccia y Daniel Guebel (con quien más adelante impartiría el curso «El caos: un programa desorbitado de lecturas») e incluso a algunos un poco más jóvenes, caso de Gustavo Ferreyra. Sin embargo, se encontraba con enormes dificultades para incorporar a Sudamericana a los escritores en otras lenguas que le interesaban, en particular porque después de la muerte del dictador español el sector editorial experimentó en ese país un repunte importante:

De la narrativa extranjera había muy poco que pudiéramos editar. Primero porque los derechos resultaban caros; segundo, porque era el momento de apogeo de Anagrama en España. Muchos libros, de Truman Capote o Tim O’Brien, los teníamos que hacer con participación. Cuando queríamos conseguir algún derecho, teníamos una cantidad enorme de rechazos, porque el libro ya estaba vendido.

Luis Chitarroni.

En 1989 se inicia el lento proceso compra y absorción de Sudamericana por parte de Random House Mondadori (lo que acabaría por ser Penguin Random House), que le abrió a Chitarroni la posibilidad de publicar con mayor profusión y acceder además a los derechos de obras en otras lenguas, si bien a menudo quien se ocupaba de contratar las obras en lenguas no española era el editor radicado en Barcelona. Chitarroni ya no duró mucho como editor en Sudamericana.

Tampoco tardó en tramar un nuevo proyecto, y con la complicidad de Natalia Meta y de Diego D’Onofrio creó La Bestia Equilátera, que se estrenó en 2008 ‒el mismo año que La Comuna Ediciones le publica a Chitarroni su Ejercicio de incertidumbres‒ con la recuperación de las obras de  Muriel Spark (1918-2006) Los encubridores (traducida por Meta y D’Onofrio) y Memento mori (traducido por Mónica González y con un prólogo de Matías Serra Bedford), así como con Tostadas de jabón, de Julian Maclaren-Ross (1912-1964) (en traducción de María Martoccia) y Mil tazas de té, del propio Chitarroni.

La intención era sobre todo rescatar autores extranjeros más o menos olvidados o poco presentes en Argentina e incluso en muchos casos en el ámbito de las letras hispánicas, sin olvidar tampoco a escritores en lengua española interesantes que debido a los procesos de concentración editorial estaban quedando en los márgenes, y todo ello tomando como referencia a editores de primer rango como el ya mencionado Paco Porrúa, Jaime Rest (1927-1979) y Luis Tedesco (n. 1941).

También fueron en estos años en los que, además de publicar textos de Daniel Defoe, Virginia Woolf, Arno Schmidt, David Markson, Rodolfo Wilcock, César Aira y Daniel Guebel, entre otros, y recuperar intensivamente la obra de Muriel Spark, Maclaren Ross y Kurt Vonnegut, Luis Chitarroni fue publicando sus propios libros: Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa (InterZona, 2007) y la antología La muerte de los filósofos en manos de los escritores (Universidad Austral de Chile, 2009), a los que en las décadas siguientes seguirían los cuentos de La noche politeísta (InterZona, 2019), la Breve historia argentina de la literatura latinoamericana (a partir de Borges) (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, 2019) y el ensayo Pasado mañana. Diagramas, críticas, imposturas (Universidad Diego Portales, 2020), al margen de sus críticas y ensayos no recogidos en volumen o su participación como autor en algunas antologías. Además de truncar la formalización de su entrada en la Academia Argentina de Letras (no llegó a pronunciar su discurso de ingreso), la muerte le impidió ver publicados algunos de sus inéditos (y en particular los de su obra poética, Una inmodesta desproporción, que Mansalva publicó apenas dos meses después del fallecimiento de Chitarroni).

Fuentes:

Hugo Beccacece, «La rara delicia de las clases de Chitarroni», La Nación, 5 de agosto de 2019.

Hugo Beccacece, «Luis Chitarroni, linterna mágica de la literatura», Academia Argentina de las Letras.

Ignacio Echevarría, «Chitarroni», El Cultural, 7 de junio de 2023.

Omar Genovese, «Falleció Luis Chitarroni, último exponente de una especie ya desaparecida: el escritor-editor», Perfil, 20 de mayo de 2023.

Daniel Gigena, «La invención extrema», Perfil, 22 de diciembre de 2019.

Daniel Gigena, «A los 64 años murió el escritor, editor y académico Luis Chitarroni», La Nación, 17 de mayo de 2023.

Hinde Pomeraniec, «Luis Chitarroni en su última entrevista con Infobae: “Los críticos somos tan pobres que le decimos sí a todo», Infobae, 17 de mayo de 2023.

Patricio Pron, «Luis Chitarroni, una forma de generosidad», El País, 22 de mayo de 2023.

Cristian Rau, «Luis Chitarroni. Una serie de conversaciones inconclusas», Dossier (Universidad Diego Portales), núm. 52 (octubre de 2023), pp. 18-24.

Christian Vázquez, «Las peripecias de Luis Chitarroni», Letras Libres, 23 de mayo de 2023.

El fracaso de la colección España Peregrina de la editorial Molinos de Agua

En 1980 se estrenaba una colección de nombre muy elocuente, España Peregrina ‒en referencia a la mítica cabecera de José Bergamín (1895-1982) en México‒, con un libro que constituía toda una declaración de intenciones: Voces de mi copla, de Juan Ramón Jiménez (1881-1958). Este título había aparecido originalmente en 1945 como segunda entrega de la colección Nueva Floresta, fundada en México por Francisco Giner de los Ríos Morales (1917-1995) y Joaquín Díez Canedo (1917-1999) en el seno de la editorial Stylo del filósofo y poeta Antonio Caso (1883-1946). En esta edición de 1980, más bien modesta pero con una acertada ilustración de cubierta de Mariví Nebreda (autora también del logo de la colección), se le añadió un prólogo de Giner de los Ríos Morales.

Ese mismo año aparecía un segundo número de España Peregrina, el libro de sonetos del exiliado republicano José María Quiroga Pla (1902-1955) Morir al día. Este libro se había publicado originalmente en 1946 como primer número de la colección Cervantes de la parisina editorial Ragasol, que el abogado Eduard Ragasol i Sarrà (1901-1962) había creado con el propósito de publicar libros en catalán, antes de su partida con destino a México.

Los 149 poemas que componen el libro, escritos entre 1938 y 1945, se acompañan de un prólogo de José María Semprún Gurrea (1893-1966) y de un retrato del autor en el frontis obra de Joan Rebull (1899-1981). De la edición de 1946 se había hecho una tirada de un centenar de ejemplares sobre papel de hilo Auvernia fabricado a mano. Según explica Pascual Gálvez, en los últimos años de la década de 1970 el de José María Quiroga Pla era un nombre que se estaba barajando con interés en diversas iniciativas editoriales:

A finales del año 1979, Francisco Ynduráin, amigo personal de Quiroga Pla, iba a publicar en la editorial Ayuso una amplia selección de su poesía: poemas aparecidos en Revista de Occidente, Morir al día, La realidad reflejada, Baladas para acordeón y una antología de versos aparecidos en otras revistas (Hora de España, El Mono Azul…). En el contrato se anunciaba también la posibilidad de publicar sus novelas cortas bajo el cuidado de Miguel Ángel González Muñiz. Nunca llegó a ser realidad. A principios de los ochenta fue Gonzalo Santonja quien pensó publicar las «Obras completas» de Quiroga Pla. De todos esos proyectos, sólo la edición de Morir al día en la colección «La España Peregrina» dirigida por Aurora de Albornoz para Molinos de Agua de Madrid, en 1980, llegó a los lectores españoles.

En la edición de 1980 se añade al prólogo de Semprún Gurrea otro de Miguel Ángel González Muñiz (1925-2008). El destino final de esta edición la contó con cierta amargura también Pascual Gálvez: «triste por sus problemas de distribución: la mayoría de ejemplares hubiesen muerto en la librería Zabaleta de Logroño, si Miguel Quiroga no los hubiese comprado ¡a peso!».

El tercer título de España Peregrina también aparece en 1980, El pulso ardiendo, escrito entre Málaga y Madrid a lo largo de 1935 y los primeros meses 1936 por un entonces joven Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011) y cuya historia editorial es quizá la más interesante de esta colección, porque cuando al término de la guerra el entonces joven soldado republicano cruzó la frontera con Francia dio ese original por definitivamente perdido.

Sánchez Vázquez había hecho sus pinitos como escritor en los años previos a la guerra y publicó por ejemplo un romance en la revista Octubre bajo el seudónimo Darin («Romance de la ley de fugas», en el tercer número, de agosto-septiembre de 1933). Pero además, con el pintor Enrique Sanin (Emilio Rebolledo), había fundado y dirigido una revista literaria, Sur (dos números, en 1935 y 1936), que le permitió estrechar lazos con Rafael Alberti (1902-1999), Manuel Altolaguirre (1905-1959), Ángel Augier (1910-2010), José Luis Cano (1911-1999) ‒con quien también codirigió una revista efímera, Línea (1935)‒, Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), María Teresa León (1903-1988), Emilio Prados (1899-1962) y Miguel Prieto (1907-1956), entre muchos otros, además de publicar otro poema («Número», en la primera entrega).

Sánchez Vázquez e el frente de Teruel (diciembre 1938).

Poco antes del levantamiento fascista de 1936, Sánchez Vázquez había reunido un conjunto de diecinueve poemas que tituló El pulso ardiendo en el que predominaba el soneto, el verso libre y una influencia evidente de las vanguardias que se pone de manifiesto por ejemplo en una imaginería próxima al surrealismo; Manuel Altolaguirre tenía intención de publicarlo en el verano de ese año, en palabras del propio autor, «en aquellas ediciones que él hacía de poesía, con aquella enorme belleza tipográfica».

El inicio de la guerra truncó ese proyecto, y los siguientes textos de Sánchez Vázquez quedaron más o menos enterrados en páginas de cabeceras como El Mono Azul, Hora de España, Octubre (donde aparecieron los poemas «Proclama» y «Romance de la muerte del camarada Metralla») y Acero («Al héroe caído» en julio de 1938) o bien fueron recogidos en el Romancero general de la guerra de España que prepararon Emilio Prados y Antonio Rodríguez Moñino (1910-1970) y publicó 1937 la Alianza de Intelectuales Antifascistas con financiación de Ediciones Españolas. Cuando al término de la guerra el autor tuvo que abandonar el país, lo hizo con el convencimiento de que El pulso ardiendo se había perdido sin remisión.

Manuel Altolaguirre en Cuba.

Estando Sánchez Vázquez ya en México, Manuel Altolaguirre, que residía en La Habana y hasta marzo de 1943 no se establecería en México, le hizo saber que durante todo ese tiempo había conservado los originales de El pulso ardiendo, y se los hizo llegar. Sánchez Vázquez publicó en México fragmentos de la «Elegía a una tarde de julio» en la revista España Peregrina (en el sexto número, de julio de 1940); por otra parte, en esos mismos meses da a conocer alguna de esas piezas poéticas de preguerra, como es el caso de los tres sonetos («Oh, tronco adolescente sin sabores», «Tu soledad empieza a estremecerme» y «Oh, corazón rodando sin esquinas») que Octavio Paz incluyó en el número 12 de la revista Taller (enero-febrero de 1941), lo cual permite acotar el momento en que los textos de El pulso ardiendo llegaron a manos de Sánchez Vázquez, pero que en ningún caso pudo ser ‒como se ha escrito en alguna ocasión‒ cuando Altolaguirre llegó para establecerse en México. En cualquier caso, esa publicación parcial en una revista, que por esos años acogía generosamente los textos de los exiliados republicanos, quedaba lejos de lo proyectado originalmente.

Ese mismo año 1941 Sánchez Vázquez se trasladó a Morelia para impartir clases en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo de la Universidad Michoacana y en la Escuela Normal de Morelia. Fue en esta ciudad, y gracias al apoyo del poeta y codirector de la revista Voces Ramón Martínez Ocaranza (1915-1982) y del tío de éste, Alfredo Gálvez Bravo (que en los años cincuenta sería rector de la universidad), que el autor logró finalmente publicar El pulso ardiendo, con pie editorial de Voces y fechado en 1942.

La edición en 1980 en la colección España Peregrina fue la primera desde 1942, pero nueve años después se publicó íntegra en el número de octubre-noviembre de 1989 de la revista de Morelia El Centavo, en noviembre de 2002 lo publicó la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo con un texto de presentación de Alfonso Espitia Huerta y en 2004 el Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga lo publicó con prólogo de María Dolores Gutiérrez Nava y epílogo de Aurora de Albornoz (1926-1990), lo cual pone de manifiesto el interés que tenían esos poemas de quien entonces ya era un reputadísimo filósofo.

La colección España Peregrina se cerró dos años después con un cuarto número, Rojo farol amante, de Rafael Dieste (1881-1954), cuya primera edición era previa a la guerra civil (1933), pero la segunda y definitiva se había publicado en la argentina colección Dorna de Emecé con una viñeta de Luis Seoane (1910-1979) y un retrato del autor obra de Manuel Colmeiro.

Tras ese libro se dio carpetazo a la serie, que dirigía Aurora de Albornoz en el seno de la madrileña editorial Molinos de Agua. Sin embargo, hay algún título de esta editorial que bien pudiera haberse añadido a España Peregrina (y quizás así estuviera previsto) y sin embargo apareció en otras colecciones de la misma. Es el caso, por ejemplo, de De mar a mar (1982), de María Enciso (María Dolores Pérez Enciso, 1908-1949), que fue el octavo número de la colección de poesía Eros y Tánatos y lo acompañó un prólogo de Manuel Andújar (1913-1994). La primera edición, con prólogo de Concha Méndez (1898-1986), la había publicado en 1946 en México Manuel Altolaguirre en La Isla.

En cualquier caso, la presencia de los libros de Molinos de Agua en general y de España Peregrina en particular en librerías fue muy escasa y mala desde el principio, así que si la intención era poner a disposición de los lectores a poetas cuya lectura les había sido negada debido el triunfo del fascismo en España y reintegrarlos a su tradición, quizá debido a la misma precariedad financiera del proyecto, ese intento tuvo un resultado muy modesto.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler, «Adolfo Sánchez Vázquez, poeta y crítico literario», en Adolfo Sánchez Vázquez, Recuerdos y reflexiones del exilio, Barcelona, GEXEL, 1997, pp. 5-28.

Ángela Caballero Cortés, «Adolfo Sánchez Vázquez: sus primeros años de formación en Málaga y su exilio en México», Isla de Arriarán, núm. 37 (2011), pp. 217-233.

Pascual Gálvez, «La poesía en el destierro de José María Quiroga Pla: los matices amargos de la esperanza», en Alicia Alted Vigil y Manuel Aznar Soler, eds., Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia, Sant Cugat del Vallès, GEXEL, 1998, pp. 95-118.

María Dolores Gutiérrez Navas, «Prólogo» a Adolfo Sánchez Vázquez, Poesía, México, Centro Cultural de la Generación del 27-Fondo de Cultura Económica, 2015, pp. 8-24.

Adolfo Sánchez Vázquez, «Mi trato con la poesía en el exilio», en Rose Corral, Arturo Souto y James Valender, coords., Poesía y exilio. Los poetas del exilio español en México, México, El Colegio de México, 1995, pp. 407-414.

Adolfo Sánchez Vázquez, «Palabras en la presentación de edición facsimilar de la revista Sur», en Incursiones literarias, edición de Manuel Aznar Soler, Sevilla, Renacimiento, 2008, pp.467-472.

Adolfo Sánchez Vázquez, «Primera conferencia. Poesía», en Una trayectoria intelectual comprometida, México, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, 2012, pp. 13-40. Versión en vídeo, aquí.