Antonia Kerrigan, rumores y el Crack

En su biografía de la agente literaria Carmen Balcells (1930-2015), la escritora y profesora Carme Riera esclarece en buena medida la leyenda urbana según la cual «en una discusión con Carmen, que acabó en altercado, Antonia [Kerrigan, 1952-2023] tiró por la ventana la máquina de escribir a la mismísima plaza Calvo Sotelo, hoy Francesc Macià, sin importarle el peligro descalabratorio que tal ataque de furia implicaba. Otros menos dados a la hipérbole aseguran que lo que tiró, y no por la ventana, sino al suelo, fue un mazo de papeles».

Cualquier barcelonés que conozca mínimamente su ciudad sabía ya bien que la versión de la máquina de escribir era poco menos que imposible, porque cuando Antonia Kerrigan fue despedida de la agencia ésta se encontraba ‒y se encuentra‒ en el número 580 de la Avinguda Diagonal, haciendo esquina con la calle Casanova, mientras que el edificio que colinda con la mencionada plaza Macià es el número 600 (a más de trescientos metros). Bastará recordar que el récord de lanzamiento de peso femenino (4 kilos) está en el año 2023 en 22,63 metros para comprender que hacer llegar una máquina de escribir desde la agencia hasta la plaza era una proeza atlética imposible. Sin embargo, más adelante en la misma biografía, en unas páginas dedicadas a comentar la trayectoria de algunas discípulas de Balcells, la cosa queda bastante aclarada.

Nacida en París en el seno de una familia muy estrechamente vinculada con la literatura ‒su padre era el poeta y traductor Anthony Kerrigan y su madre Elaine antologó la poesía de Robert Graves y tradujo a Cortázar, Ana María Matute y Borges, entre otros‒, Antonia Kerrigan se trasladó de Mallorca a Barcelona para iniciar estudios de Medicina, pero los abandonó cuando, por intercesión de Eduardo Mendoza, le surgió la oportunidad de abandonar las clases de inglés que por entonces impartía para entrar a trabajar en la agencia de Carmen Balcells. Inicialmente, las cosas marcharon viento en popa, hasta que, según reiteró a Carme Riera, la famosa agente empezó a tomarle ojeriza y a convertirla en motivo de broncas injustificadas.

Según conocemos ahora la «famosa» escena, esta se produjo con motivo del despido de Kerrigan ‒del que no se especifican los motivos, si los hubo‒ y la desencadenó la reticencia de Balcells a indemnizar a su empleada, quien abrió la ventana del despacho en que se encontraban (que en todo caso daría a la calle Casanovas, o bien a la Diagonal) y amenazó con tirar por la ventana el pliego de contratos por firmar que llevaba en las manos. Ahí empezó una negociación, y una vez cerrada ésta Magda Oliver (1933-2013) acompañó a Kerrigan a la puerta después de que ésta amenazara con poner su propia agencia en la esquina de la misma calle.

No enseguida, pero cumplió esa amenaza, y años después de crear Antonia Kerrigan Agencia Literaria, la trasladó al número 22 de la Travessera de Gràcia, esquina con la calle Casanovas. Previas al despegue definitivo de la agencia son las publicaciones de una serie de traducciones que llevan la firma de Kerrigan aparecidas en Gustavo Gili (libros de arquitectura), Ediciones B (Frank de Felitte, Sandra Brown) y sobre todo en Plaza & Janés (Asimov, Dean Koontz, Tom Robbins, A.C. Andrews…). Curiosamente, salvo error, la primera traducción de Kerrigan había sido, ya en 1971, la del texto teatral de Vladimir Nabokov escrito originalmente en ruso Vals y su invención, publicada por Barral Editores.

Durante un tiempo, Kerrigan actuó como representante en España de la editorial chilena Andrés Bello, y, aunque posiblemente siempre se la recordará sobre todo por haber sido la agente del exitosísimo Carlos Ruiz Zafón (1964-2020), en su catálogo se acumularon tanto autores españoles como latinoamericanos: los chilenos Sergio Missan y José Ignacio Valenzuela; los peruanos José de Pierola y Alonso Cueto; el nicaragüense Sergio Rodríguez; la cubana María Landa; los colombianos Gustavo Bolívar, Sergio Álvarez y Laura Restrepo; el venezolano Juan Carlos Méndez Guédez; los argentinos Cristina Civale y Marcelo Luján… Sin embargo, resulta sobre todo llamativa la enorme presencia de escritores mexicanos (Mario Bellatín, Rosa Beltrán, Sergio Pitol, Ricardo Chávez, Adriana Díaz Enciso, Alberto Ruy Sánchez, Margo Glantz, etc.), y fue este interés por la literatura mexicana la que la convirtió en uno de los impulsos más importantes de la conocida como «generación del Crack» (Ricardo Chávez Castañeda, Vicente Herrastia, Pedro Ángel Palou, Ignacio Padilla, Eloy Urroz, Jorge Volpi), que la propia Kerrigan explicó del siguiente modo a Carles Domènec:

En 1994, fui a la Feria de Guadalajara en México y vi que había muchos autores interesantes. Tres años más tarde, Jorge Volpi vino a la agencia. Él formaba parte del grupo mexicano llamado El Crack, con cuyos miembros he trabajado.

El año 1994 es precisamente el que a menudo se ha señalado como germinal de este grupo, que hasta 1996 no publicaría el Manifiesto Crack conjuntamente con las novelas de cinco de ellos: La conspiración idiota de Chávez Castañeda (que en 1994 había obtenido el Premio José Rubén Romero pero seguía inédita), Si volviesen sus majestades de Padilla (en Nueva Imagen), Memorias de los días de Palou (en la Editorial Joaquín Mortiz), El temperamento melancólico de Volpi (en Nueva Imagen) y Las rémoras de Urroz (también en Nueva Imagen). Sí acababa de publicarse en cambio en 1994 Tres bosquejos del mal, un libro conformado por tres relatos de Padilla, Urroz y Volpi, editado por Siglo XXI y con portada de Carlos Pelleiro.

Sandro Cohen

Si por entonces alguna empresa aglutinaba o se asociaba a este grupo era la editorial mexicana Nueva Imagen, si bien, según contó a Leopoldo Lezama, el proyecto le llegó a Sandro Cohen (1953-2020) cuando estaba aún en Planeta:

El manifiesto fue parte del lanzamiento, pero el proyecto venía desde antes. Cuando yo trabajaba en editorial Planeta en tiempos en que estaba frente al Parque hundido, por ahí del año 95, Eloy Urroz, quien había sido mi alumno en las becas INBA-FONAPAZ, me trajo un altero de libros y me dijo: «estas novelas forman parte de una empresa literaria, pues nosotros compartimos algunas ideas estéticas y literarias importantes». Y me dijo: «hay una novela de Jorge, otra de Ricardo, de Nacho, de Pedro Ángel y una mía, y, pues, a ver qué te parecen». En eso yo me cambié de trabajo y me fui a Grupo Patria Cultural con todas las novelas. Me las llevé porque ahí no les interesaban. […] yo protegí el proyecto, porque Nueva Imagen estaba moribunda: publicaban libros de Guadalupe Loaeza. Y yo llegué e hice lo que hice antes en Joaquín Mortiz, que fue revivirla con buenas novelas y libros de cuento. Entonces decidimos revivir Nueva Imagen con los libros del Crack, y sí revivió…

En cuanto a la internacionalización del Crack, se ha señalado en cambio el año 2000 como una fecha clave, entre otras cosas porque en la edición de la feria Liber de ese año el país invitado era precisamente México. Poco tiempo antes, en 1999 y mientras estudiaba en la Universidad de Salamanca, Jorge Volpi se había presentado ante Antonia Kerrigan con el manuscrito de En busca de Klingsor, que muy poco después ‒no sin ciertos rumores maledicientes‒ obtendría el Premio Biblioteca Breve de Seix & Barral, al que seguiría enseguida el Premio Primavera de Espasa Calpe para otro representado por Kerrigan de la misma cuerda, Ignacio Padilla (por Amphytryon). En palabras de Carlos Redondo Olmedilla, «Ambas eran novelas históricas que se movían en la transcontinentalidad y ambas iban a propiciar un revulsivo editorial «a lo boom” donde Carmen Balcells es igual a boom, como Antonia Kerrigan es igual a Crack».

Mario Muchnik

Se daba la muy oportuna circunstancia, además, de que Mario Muchnik (1931-2022) acababa de publicar el ya mencionado Tres bosquejos del mal y el poco original título Paraíso clausurado, de Palol, en la editorial que comandaba por entonces (El Aleph), y por si algo faltara la revista barcelonesa Lateral publicó el Manifiesto Crack en su número de noviembre, en lo que tenía toda la pinta de operación bien orquestada. En una conversación con Tomás Regalado López, Pedro Ángel Palou contó algunas de las circunstancias de ese «desembarco» del Crack en Europa y del papel protagónico que tuvo en él Antonia Kerrigan:

lo recuerdo como uno de los viajes más divertidos de mi vida, porque todo se fue concatenando de una manera muy particular: en pláticas y pláticas Antonia Kerrigan, que era la agente de todos en ese entonces, y Joaquín Palau, el editor, empezaron a plantear la posibilidad de no publicar Paraíso clausurado sola: mejor relanzar al Crack. A partir de ahí es un tema estrictamente de producción, de lo que cualquier marxista llamaría de producción y distribución, pues ningún autor del Crack tenía novelas nuevas: a Volpi, con una perspicacia muy grande, se le ocurrió reimprimir Tres bosquejos del mal, este inicio de la publicación colectiva del Crack escrito por Eloy, Nacho y Jorge […] En España nos enfrentamos con cosas tan absurdas como que no se podía publicar Tres bosquejos del mal porque quedaban ejemplares todavía de Tres bosquejos del mal de Siglo XXI en México; en el contrato aparecía que Muchnik se comprometía a comprar los remanentes para poder editarlo. Queríamos incluir a Vicente Herrasti, que no estaba en las primeras novelas del Crack no porque no fuera parte desde el inicio sino porque cuando salieron las novelas del Crack no había novela de Vicente: estaba terminando Taxidermia y no estaba para publicar. Entonces decidimos reeditar Diorama, su novela publicada en Joaquín Mortiz, era una muy buena manera de que entráramos todos; como sucedió con Tres bosquejos del mal y Siglo XXI, se llegó un acuerdo de caballeros, pues había aún ejemplares en México del Diorama de Joaquín Mortiz. 

Del crack al el boom va un mundo en términos estéticos, pero, aunque los contextos y los azares de uno y otro fenómeno nada tuvieran que ver, el éxito que en su momento tuvo tal vez demuestre hasta qué punto Antonia Kerrigan fue buena discípula.

Urroz, Volpi, Padilla y Palou.

Fuentes:

Carles Domènec, «Antonia Kerrigan: “los agentes literarios somos unos ludópatas» (entrevista), Última hora, 6 de junio de 2006.

Sergi Doria, «Muere Antonia Kerrigan, la agenta literaria detrás del “boom” de La sombra del viento», Abc, 11 de mayo de 2023.

José Antonio Guerrero, «Palabra de Kerrigan», La Verdad, 19 de octubre de 2017.

Antonia Kerrigan: leer con pasión, Entrevista Radio 5, 29 de septiembre de 2011.

Leopoldo Lezama, «El Crack o la renovación de la novela mexicana», Confabulario (suplemento de El Universal), 9 de abril de 2016.

Eduardo Ramos-Izquierdo, «De escrituras y artificios en la ficción latiniamericana actual», Rassegna Iberistica, vol. 39, núm. 106 (diciembre de 2016).

Carlos Redondo-Olmedilla, «El «Crack» y su generación: exégesis de la fisura», Confluencia, vol. 31, núm. 2 (primavera de 2016), pp. 72-84.

Tomás Regalado López, «Una conversación con Pedro Ángel Palou», Letralia. Tierra de Letras, núm 261 (20 de febrero de 2012).

Tomás Regalado López, «”La literatura latinoamericana sólo queda como un ficticio objeto de estudio para la academia.” Entrevista a Jorge Volpi», Pasavento. Revista de Estudios Hispánicos, vol III, núm. 1 (invierno de 2015), pp. 187-193.

Carme Riera, Carmen Balcells, traficante de palabras, Barcelona, Debate, 2022.

Karen Rojas Andia, «Antonia Kerrigan: “No creo que la consagración de autores de habla hispana pase por España”», Gestión, 12 de julio de 2019.

Sergio Vila-Sanjuán, «Muere la agente literaria Antonia Kerrigan», La Vanguardia, 11 de mayo de 2023.

«Persona non grata», de Jorge Edwards (1931-2023), festín ecdótico.

Cuando se publicó la primera edición de Persona non grata, su autor, Jorge Edwards (1931- 2023), hacía ya veinte años que, siendo aún un veinteañero estudiante de Derecho, se había estrenado como escritor con la recopilación de cuentos El patio («El regalo», «Una nueva experiencia», «El señor», «La virgen de cera», «Los pescados», «La salida», «La señora Rosa» y «La desgracia»), de la que aparecieron solo quinientos ejemplares bajo los auspicios del editor español exiliado en Chile Carmelo Soria (1921-1976), con fecha de junio de 1952 y enriquecida con una viñeta del también exiliado Emilio Piera en la portada. Además de muy buena acogida por parte de la crítica, uno de estos textos fue incluido en la influyente recopilación preparada por Enrique Lafourcade (1927-2019) Antología del nuevo cuento chileno (Zig-Zag, 1954) ‒«Los pescados», al que añadió el entonces inédito «La herida»‒ y  volvió a incluir a Edwards en Cuentos de la generación del 50 (Editorial del Nuevo Extremo, 1959) ‒«A la deriva», cuento que aparecería luego en Gente de la ciudad‒.

De la edición de Gente de la ciudad, que incluye los cuentos «El funcionario», «El cielo de los domingos», «Rosaura», «A la deriva», «El fin del verano», «Fatiga», «Apunte»  y «El último día», y se plantea como un homenaje al Dublineses de Joyce, se ocupó la Editorial Universitaria, que lo publicó en 1961 y poco después le valió a su autor el Premio Municipal de Literatura de Santiago, en la categoría de cuento.

Sin embargo, tras un posgrado en diplomacia en la Universidad de Princeton, en 1962 Edwards es nombrado secretario de la embajada de Chile en París, donde permanecería hasta 1967 y donde escribiría la novela El peso de la noche (1965), ganadora de los premios Atenea y Pedro de Oña, y los cuentos reunidos en La máscara («Después de la procesión», «La experiencia», «Griselda», «Adiós Luisa», «Los domingos en el hospicio», «Los zulúes», «Noticias de Europa» y «El orden de las familias»), publicados ambos, a instancias de Mario Vargas Llosa, por la barcelonesa Seix Barral.

Jorge Edwards en los años cincuenta.

Carlos Barral, tras comentar el empleo de la urgencia como argucia para imponer determinadas obras al jurado del Premio Biblioteca Breve de novela, cuenta en sus memorias cómo fue el caso de El peso de la noche, que por entonces tenía el título provisional de La selva gris:

Era una operación, esta del previo compromiso con un novelista que inspirase confianza, llena de peligro y que no siempre salía bien. […] Otras veces se corrió el riesgo y efectivamente salió mal, como en el caso de El peso de la noche, de Jorge Edwards, que yo había ido a buscar a París guiado por Vargas Llosa en septiembre de 1963, el año del premio a Vicente Leñero [por Los albañiles]. Pero el libro no estaba maduro y necesitaba más reposo. Seguramente se malogró con aquellas prisas. Lo publiqué un año más tarde, sin premio, y fue coronado después con dos galardones chilenos de cierta resonancia en el confín austral.

Ya de regreso en Chile, en 1969 se publicaba en la colección diseñada por Mauricio Amster Cormorán, de la Editorial Universitaria, una selección de sus relatos preparada y prologada por Enrique Linh (1929-1988) y titulada Temas y variaciones. Antología de relatos, con la que por segunda vez obtuvo Edwards el Premio Municipal de Literatura de Santiago.

Así pues, cuando en diciembre de 1973 Seix Barral publica la primera edición de la inclasificable Persona non grata ‒que, como es bien sabido, nace de la experiencia del autor como diplomático en La Habana, después de que Salvador Allende lo pusiera al frente de la embajada chilena en Cuba‒, la carrera literaria de Jorge Edwards no era singularmente nutrida pero sí había obtenido un reconocimiento crítico amplio y muy notable. Por otra parte, la infame llegada al poder de Pinochet en Chile había puesto un abrupto punto y final definitivo a su carrera diplomática. Así lo contaba el autor en el epílogo a una edición de Persona non grata de 2006:

Se produjo el golpe de Estado del once de septiembre de 1973, y yo, que ya gozaba de los primeros días de permiso en el pueblo catalán de Calafell, retuve mi manuscrito y le agregué las páginas de aquel «Epílogo parisino» acerca del golpe militar de mi país. En octubre de ese mismo año fui expulsado del servicio diplomático chileno por la junta militar; me encontré, en la práctica, como exiliado en España y, por primera vez en mi vida, escritor a tiempo completo.

De esa primera edición de 1973 en Seix & Barral, a la que precedía un breve prólogo en el que se cuenta el origen del libro y la coyuntura política en Chile, se hizo ese mismo año una primera reimpresión y una segunda al año siguiente, pero en 1975 ya aparecía una segunda edición en Grijalbo, si bien las diferencias tanto estructurales como textuales entre una y otra son nimios. En el Chile pinochetista, el libro no obtuvo el llamado «permiso de circulación» ‒no lo conseguiría hasta 1978‒ y el único modo en que circuló fue de manera clandestina, pero aun así fue comentado en la prensa y en Valparaíso se imprimió incluso una edición pirata y expurgada del capítulo «Sobre las olas» (que recrea la visita oficial del buque escuela chileno La Esmeralda a Cuba).

Desde su misma creación el libro estuvo indeleblemente marcado por el contexto político e incluso por el posicionamiento ante el mismo de los intelectuales latinoamericanos, y particularmente de los escritores y críticos que habían asentado su posición en el campo literario como consecuencia del llamado boom. En este sentido, es elocuente el ya mencionado «Epílogo parisino». Por ello mismo, no sorprende en exceso que en esa edición no se cuente apenas nada de Lezama Lima (1910-1976), por ejemplo, uno de los autores a los que Edwards más frecuentó en Cuba y que sólo se explica porque en esos momentos el escritor cubano seguía residiendo en la isla y eso podría perjudicarle (aún más).

En 1982, la misma editorial publica una segunda edición que se presenta como «versión completa» y a la que precede un interesante y muy citado nuevo prólogo en el que Edwards cuenta, por ejemplo, que recibió una propuesta de traducir el libro al polaco, siempre y cuando aceptara que se mutilaran de él lo que eufemísticamente llama «pasajes subjetivos»; además esta edición restituye muchos pasajes que el propio Edwards había autocensurado del manuscrito original. Así, aparecen por primera vez en esta edición alusiones no solo al ya fallecido Lezama Lima, sino también al poeta Heberto Padilla (1932-2000), que en 1980 se había establecido en Nueva York. Esa fue la edición que dio pie a un conflicto con el gobierno chileno cuando, en contra de la propia legislación pinochetista para estos casos, en la aduana del aeropuerto de Santiago se retuvo una partida de dos mil ejemplares sin intervención previa del Ministerio del Interior. Además del daño moral al escritor, eso se tradujo en unos gastos de almacenaje inesperados que llevaron a Seix Barral a plantearse incluso reembarcar los libros, pero se optó por dar batalla y tanto Edwards (en calidad además de fundador del Comité de Defensa de la Libertad de Expresión) como la editorial (en la persona de Jorge Ovalle Quiroz) presentaron recurso de protección ante la Corte Suprema de Apelaciones.

Además de una reimpresión en Seix Barral al año siguiente, ese mismo texto fue publicado también por Plaza & Janés en 1985, pero casi una década más tarde, en 1991, la también barcelonesa Tusquets Editores publica en su colección Andanzas una nueva edición con variantes muy significativas. En este caso se mantiene el prólogo de 1982 pero se le antepone otro adicional, y aun en el año 2000, cuando se publica en la colección Tiempo de Memoria, esos dos prólogos pasan a convertirse en apéndices y se le antepone otro prólogo explicativo y actualizador («Prólogo para generaciones nuevas»).

El siguiente cambio notable se da en la edición de la madrileña Alfaguara en el año 2006, cuando se eliminan los paratextos anteriores y, además de actualizar algunos pasajes, se le añade un nuevo epílogo, «La doble censura», en el que se cuenta, por ejemplo, el asombro que produjo en su agente (Carmen Balcells) que cierto editor alemán ‒no especifica cuál‒ le advirtiera preventivamente de que no deseaba recibir un ejemplar de lectura para evaluar su posible traducción porque había tomado ya la decisión de no hacerlo, y cómo la firmeza y constancia de la negativa de diversos editores alemanes explica que no se publicara en ese país hasta treinta años después de su primera edición. En este sentido cabe señalar que por ejemplo en Venezuela Persona non grata no se publicó (por la caraqueña Editorial El Estilete) hasta el año 2017.

Unos años antes, en 2013, había aparecido en la colección Debolsillo una nueva edición que eliminaba el prólogo de 2006 y el epílogo parisino y anteponía en cambio un nuevo texto preliminar, y en 2015 aparecería con el prólogo «Cuarenta y tantos años». Añádase que a medida que habían ido falleciendo algunos de los personajes mencionados y cuya mención explícita podía ser problemática para ellos se han ido aclarando en las sucesivas ediciones y se han actualizado muchos detalles, lo que hace de Persona non grata un festín ecdótico.

Polémica y desafortunada edición francesa, en Plon, a la que se añadió una coletilla al título que molestó profundamente al autor porque restringía el tema de la novela a la situación en Cuba.

Fuentes:

Juan Carlos Chirinos, «El rey siempre va desnudo», The Objective, 15 de marzo de 2023.

Jorge Edwards, Persona non grata, edición de Ángel Esteban y Yannelis Aparicio, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas), 2015.

Gerardo Fernández Fe, «Edwards, micrófonos, camarones principescos», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 787 (enero de 2016), pp. 52-69.

Memoria chilena.

s.f., «A la justicia el caso Persona non grata», El Mercurio, 18de diciembre de 1982.

Hugo Duarte y las dificultades de la edición en el Paraguay

«Editar era, por decirlo así, una determinación política con frecuencia arriesgada. Esa cualidad de formar parte de la “resistencia” se ha perdido en la pseudotransición, que sigue hasta ahora sin aportar nada significativo ni a nuestra sociedad ni a nuestra cultura.»

Hugo Duarte, «La condición editorial», 2002.

Augusto Roa Bastos.

La del cuento «Lucha hasta el amanecer», de Augusto Roa Bastos (1917-2005), si damos credibilidad a las declaraciones de su autor, es una de las historias creativas más interesantes de la narrativa latinoamericana del siglo XX (lo que no es decir poco).

Cuando se publicó por primera vez en el número de enero-marzo de 1978 de la revista fundada en Xalapa por el profesor uruguayo Jorge Ruffinelli Texto Crítico (pp. 3-8), lo precedía un texto explicativo fechado en Toulouse en 1978 en el que el autor explicaba su origen remoto:

Este cuento, el primero que escribí, quedó perdido y olvidado durante más de una treintena de años. Durante esos años de amnesia, de seguro no inocente, dudé incluso que lo hubiese escrito alguna vez. Llegué a pensar que el tal cuento no fuese más que una nebulosa de proyecto literario […]

Cuando hacia 1968 comencé a compilar Yo El Supremo, encontré el cuento esfumado entre las páginas del Tratado de la pintura, de Leonardo da Vinci, libro que yo aprecio particularmente y que me enseñó a ver el sentido del mundo como un vasto jeroglífico en movimiento pero cuyos signos son tal vez indescifrables.

La publicación en esta revista se presenta, pues, como la reconstrucción de un «manuscrito roto, casi ilegible y al que le faltaban dos páginas» escrito cuando el autor contaba unos trece años, pero que Paco Tovar describió como «verdadero núcleo generador del proceder literario roabastiano y piedra de toque en donde confluyen la biografía, las reflexiones y los sueños del autor, a la luz de la violencia y de la muerte».

Un poco después se publicó este trascendental relato en el número 33 de la revista francesa Caravelle, con el mismo texto introductorio, pero su primera edición en forma de libro es la que estrena la ambiciosa colección Linterna, creada en el seno de la editorial paraguaya Arte Nuevo.

Primera edición de Yo el Supremo (1974).

La editorial Arte Nuevo fue creada en Asunción a partir de la imprenta homónima por Hugo Duarte Manzoni (1956-2013), nieto de José María Duarte, quien a su vez a principios del siglo xx había sido el impulsor de la Imprenta y Librería La Mundial (que publicó por ejemplo Nuestra epopeya, de Juan Emiliano O’Leary, en 1919). Retrospectivamente, la reputada guitarrista Berta Rojas recordaba la escrupulosidad y esmero del joven Duarte como impresor:

Hugo era mi «imprentero». El director de la imprenta Arte Nuevo donde imprimí casi todos mis programas de conciertos, afiches, folletería a lo largo de mi vida artística. Pronto en mi carrera, Hugo me enseñó que con la calidad no se transa, que cuando alguien toma en sus manos un producto impreso con tu nombre, el papel tiene que ser de la mejor calidad porque se tiene que «sentir» el profesionalismo ya desde el tacto.

Por su parte, el propio protagonista dejó por escrito los motivos que le llevaron a emprender la aventura de convertirse en editor de libros en un mercado difícil como el paraguayo:

Como hombre de imprenta tenía la ventaja de contar con mi propia impresión, y todo empezó como un intento de ver convertidos en libros algunos textos que me interesaban, además de mis propios títulos. Entonces como ahora, yo no tenía demasiadas expectativas de que la cultura, en el Paraguay, pudiera ser un buen negocio. Sin embargo, creí que podría autosustentarse; y que, a largo plazo, un movimiento editorial iría creando su propio público, cosa que, evidentemente, no ocurrió.

Más allá de algunas revistas, folletos, impresos menores y de la colección Estudios Folklóricos Paraguayos (que se estrena con Angu’a Pararä y Estacioneros, de José Antonio Gómez-Perasso y Luis Szaran), Arte Nuevo se da a conocer pues con ese importante librito de Roa Bastos, con diseño de cubierta de Gerardo Escobar e ilustraciones de Jorge Aymar, de cuarenta y cinco páginas y del que, según consta en el colofón, el 26 de septiembre de 1979 se terminaron de imprimir en los talleres gráficos Arte Nuevo los mil quinientos ejemplares de los que constó la edición (y que fue la cifra habitual de los libros publicados por esta editorial).

Más adelante llegaría la recopilación de textos memorialísticos de Juan Rivarola Matto (1933-1991) La belle époque y otras hadas (1980), y progresivamente se crearía una identidad de editorial con vocación literaria pero también muy comprometida con la historia (con la creación de una serie específica) y la no ficción. El propio impresor-editor es uno de los autores de Rasmudel o el relato de tres relatos (1983), con el poeta, actor y dramaturgo Moncho Azuaga (Ramón Sosa Azuaga, n. 1952) y el ya mencionado Jorge Aymar, con ilustraciones de Ramón Rojas Veia (n. 1956).

Entre los libros de carácter no ficticio publicados por Arte Nuevo en los primeros años de su andadura destacan, por su singularidad, el breve ensayo del profesor de la Universidad Estatal de Texas Charles L. Carlisle La mujer en la ficción de Ana Iris Chaves de Ferreiro (1982), acaso el primer ensayo importante acerca de la obra de una de las mujeres más importantes en la vida intelectual paraguaya de su tiempo, y, por el renombre de su autora y la influencia cultural que ejerció, el estudio histórico de la exiliada española Josefina Pla (1903-1999) Los británicos en el Paraguay 1850-1870 (1984).

De 1985 es la publicación de una obra ambiciosa y que según Hugo Duarte «llevaba veintinueve años esperando editor», la Enciclopedia guaraní-castellano de Ciencias Naturales y conocimientos paraguayos (1985), del doctor Carlos Gatti, quien hacía con esta obra una contribución decisiva para preservar un rico acervo lingüístico y cultural en peligro de extinción.

Del año siguiente es el poemario De Gua’u. La gente no cambia, de Jorge Canese (n. 1947), a quien durante la dictadura de Stroessner habían censurado y secuestrado la primera edición del poemario Paloma blanca, paloma negra (publicado en 1982 por la editorial Botella del Mar del exiliado español Arturo Cuadrado).

Al año siguiente aparecen tanto el poemario de Óscar Ferreriro El gallo de la alquería y otros compuestos y la novela del mencionado Rivarola Matto La isla sin mar, como la compilación de artículos de Hugo Rodríguez Alcalá (1917-2007) La incógnita del Paraguay y otros ensayos, libro que, coincidiendo con el regreso del eminente crítico literario a su país natal tras su jubilación, reúne textos divulgados previamente en revistas de diversos países pero inéditos en el Paraguay, donde además apenas habían circulado (y entre los que se cuentan algunos tan interesantes como «Sobre Elio Vittorini y Juan Rulfo: dos viajes en la cuarta dimensión» o «La narrativa paraguaya entre 1960 y 1970», entre otros).

Hugo Duarte aún publicaría otro libro en Arte Nuevo, Drogas en Asunción. Más allá del miedo (1989), undécimo número de la Serie Ensayos y que apareció precedido de un prólogo de Jorge Kanese, y si bien el propio editor reconocía que económicamente el proyecto era inviable debido a su propia incapacidad para generar y hacer crecer su propio público («editar para vender, en dos o tres años, mil ejemplares, era una pérdida de tiempo y dinero», escribió), Arte Nuevo llegó a publicar medio centenar largo de interesantes títulos antes de la muerte de Duarte.

Fuentes:

Liliana M. Brezzo, Andrea Tutté y Ricardo Scavone Yegros, «Notas para una historia del libro y la edición en el Paraguay», publicado en texto en El Nacional en tres partes: 24 de octubre de 2021, 31 de octubre de 2021 y 7 de noviembre de 2021, y disponible también en versión vídeo.

Hugo Duarte Manzoni, «La condición editorial. Un acercamiento a las condiciones culturales y editoriales en el Paraguay en los últimos años del stronismo y los primeros de la transición», América sin nombre, núm. 4 (diciembre de 2002), pp. 23-27.

M. Mar Langa Pizarro, Guido Rodríguez Alcalá en el contexto de la narrativa histórica paraguaya, tesis doctoral presentada en 2001 en la Universidad de Alicante.

José Vicente Peiró Barco y Guido Rodríguez Alcalá, Narradoras paraguayas, Asunción, Expolibro, 1999.

Portal Guaraní.

s.f., «Hugo Duarte Manzoni deja huellas de cultura y amistad», Última hora, 22 de enero de 2013.

Paco Tovar, «”Lucha hasta el alba”, de Augusto Roa Bastos. Fábula restaurada de un texto recuperado», Scriptura, núm. 1 (1986), pp. 91-96.

Paco Tovar, «Vueltas de memoria: Contravida, de Augusto Roa Bastos», Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 28 (1999), pp. 1223-1235.

Pájaro Cascabel, la contracultura mexicana y su conexión con España

En la poesía de los pueblos nahuas, el coyoltototl o «pájaro cascabel» es casi un elemento recurrente que en el plano literal alude a la bella sonoridad de su canto y en el simbólico a la figura del poeta que recita (o canta) sus versos.

No es sorprendente, pues, que el término diera nombre a una iniciativa editorial centrada sobre todo en la poesía, como es el caso de la elegante revista que vio la luz en México en noviembre de 1962, de apenas cuatro páginas de formato folio y papel acartonado. Figuraban en sus créditos como directora Thelma Nava (1932-2019), quien en 1957 se había dado a conocer como poeta con el libro Aquí te guardo yo, publicado como quinto número de los Textos Amorosos de los Cuadernos del Cocodrilo, pero la iniciativa había surgido de su confluencia con Luis Mario Schneider (1931-1999), que en 1960 había antologado a Los nuevos poetas argentinos para la Revista Mexicana de Literatura, y el poeta también de origen argentino Armando Zárate, a los que los compromisos profesionales alejaron pronto de la revista.

En los primeros números esta publicación se centra muy predominantemente en la poesía, tanto en la creación como en la teorización, y en sus páginas puede leerse a veteranos como Salvador Novo (1904-1974), Jaime Sabines (1926-1999) o Efraín Huerta (1914-1982) junto a autores como Marco Antonio Montes de Oca (1932-2009) e incluso veinteañeros como Gabriel Zaid (n. 1934) y Homero Aridjis (n. 1940). Su mayor peculiaridad fue sin embargo incluir en casi todos los números algún ejemplo de poesía prehispánica, particularmente del maya, en traducción del antropólogo Demetrio Sodi Morales (1934-1982), quien a su vez coeditaba por entonces las revistas América indígena, Boletín Indigenista y el Anuario indigenista.

En los márgenes de Pájaro cascabel se gestó también la organización del primer Encuentro Interamericano de Poetas, en la que junto a Thelma Nava tuvieron papeles muy destacados los por entonces pujantes editores del Eco Contemporáneo Miguel Grimberh y de El Corno Emplumado Sergio Mondragón (n. 1935) y Margaret Randall (n. 1936), muy afines a la generación beat, a la que contribuyeron a dar a conocer en Latinoamérica a través de su fascinante revista bilingüe, en la que además publicaron obra pictórica de David Alfaro Siqueiros, Leonora Carrington y Juan Soriano, entre otros, y que asimismo desarrolló su propia colección de libros. El nexo entre los colaboradores de estas dos revistas fueron muy probablemente las lecturas de poesía llevadas a cabo en la casa que el poeta beat Philip Lamantia (1927-2005) tenía en la calle Río Hudson (curiosamente, muy cercana a la de Juan José Arreola) y en las que Mondragón y Randall coincidieron con Ernesto Mejía Sánchez, Homero Aridjis, Allen Ginsberg y Carlos Coffeen Serpas, entre otros.

Leonora Carrington (1917-2011) en su estudio.

A su vez, el mencionado encuentro, celebrado en México en febrero de 1964 y al que llegaron (por sus propios medios) poetas procedentes de quince países distintos, se considera la cristalización del llamado Movimiento Nueva Solidaridad, que tuvo como presidentes honorarios a Henry Miller y Thomas Merton y que aglutinó a una serie de escritores y artistas plásticos afines a la generación beat que, en palabras de Valeria Manzano, tenían en común un posicionamiento «iconoclasta al respecto de las formaciones culturales en sus respectivos países y recuperaban de las vanguardias clásicas de la primera mitad del siglo xx la expectativa de imbricar arte y vida, y la certeza de estar atravesando tiempos revolucionarios».

Con ello en mente resulta muy comprensible que, cuando a partir de 1966 Pájaro Cascabel inicia una segunda época, en la que Nava asume la dirección en solitario y se aumenta notablemente el número de páginas, ésta se caracterice sobre todo, pese a la heterogeneidad, por una enorme apertura a la poesía universal (venezolana, panameña, cubana y estadounidense, pero también india y vietnamita, por ejemplo).

Además, ya en su primera época Pájaro Cascabel había iniciado una colección de plaquettes financiada por los propios autores en la que aparecieron Valparaíso (1963), de Schneider; La difícil ceremonia, de Aridjis; El tajín, de Efraín Huerta; Pido la palabra, de Rafael Solana; Cartas a mí (1965), de Francis Susana;, La Razón de la noche (1965), de Félix Daujarre Torres…, a la que se añadió una serie de libros entre los cuales Oh, San Roque (1963), del crítico francés André Coyné y con ilustración de la cubierta de Alice Rahon; la compilación de cuentos de ciencia ficción El dominó (1964), del debutante Jaime Cardeña y con ilustración en la cubierta de Enrique Zavala; Los ojos de la clepsidra (1964), del colombiano René Rebetez, y que tendría luego continuidad con El Cornetín de los Sueños (1965), de Olga Arias (1923-1994), Otoño encarcelado (1968), de Ramón Martínez Ocaranza, etc.

Durante la segunda etapa de Pájaro cascabel, que se extiende aproximadamente entre 1965 y 1967, cristaliza también la colaboración con el joven poeta y crítico bonaerense, entonces establecido en Madrid, Marcos Ricardo Barnatán (n. 1946), y muy probablemente fruto de ello sea la publicación en 1966 del impresionante volumen doble de la revista España: poesía de protesta, que recoge obra de Gabriel Celaya, Blas de Otero, Gloria Fuertes, José Hierro, Eugenio de Nota, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Ángel Crespo, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, María Beneyto, Claudio Rodríguez, Félix Grande, José Batlló…, con ilustraciones de Manolo Millares, Antonio Saura y Antoni Tàpies. También de 1966 es el volumen Acerca de los viajes, de Barnatán, que se publica con pie en México y Madrid.

Al año siguiente, en 1967 y por tanto bastante anterior a la muy influyente Nueve novísimos de Josep Maria Castellet, aparece como número doble (4-5) de la colección de libros Poesía Pájaro Cáscabel un tomo que puede considerarse complementario, Antología de la joven poesía española, editado por Enrique Martín Pardo y con diseño de la cubierta de Alberto Corazón, en el que el único poeta que repite respecto al número doble de la revista es José Batlló. Junto a Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán, José María Guelbenzu o José Miguel Ullán, entre otros muchos, destaca como curiosidad en esta heterogénea compilación la presencia del entonces aún no editor Constantino Bértolo Cadenas.

También se imprimieron en Madrid (por lo menos varios de ellos en Velograf) algunos otros libros, como El silencio, de Agustín Delgado, Despedida en el tiempo, de Manuel Álvarez Ortega, y Camino sin retorno, de Francisco J. Carrillo, todos ellos en 1967.

El voluntarismo, así como la amplitud y ambición, de estos proyectos colaborativos y basados en la solidaridad, dificultó su continuidad en el tiempo y tanto la revista como el proyecto editorial no llegó a echar raíces firmes en España, de modo que en julio de 1967 acabó por desaparecer con un volumen doble de la revista (5-6) dedicado a la poesía de Cuba (Cuba ahora).

Fuentes:

Valeria Manzano, «Fraternalmente americanos: el Movimiento Nueva Solidaridad y la emergencia de una contracultura en la década de 1960», Iberoamericana, vol. XVII, núm. 60 (2017), pp. 115-138.

Floriano Martins, «Pucuna, Pájaro cascabel, Alacrán azul. Los años 1960 y sus revistas», Agulha. Revista de Cultura, núm. 25 (marzo de 2017).

Sergio Mondragón, «Homenaje a Thelma Nava» (texto leído en el Homenaje a Thelma Nava, Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, 25 de febrero de 2012), Periódico de Poesía, núm. 47 (marzo de 2012).

Thelma Nava, «Pájaro cascabel», Agulha. Revista de Cultura, núm. 124 (diciembre de 2018).

Alfredo Zárate Flores y Tirtha Prasad Mukhopadhyay, «El Corno Emplumado: la determinación de la herencia del amor en Mala Roy Chudhury y Octavio Paz», La Colmena, núm. 103 (julio-septiembre de 2019), pp. 59-70.

Felipe Trigo, de autopublicado a recuperado

El de la literatura del escritor Felipe Trigo (1864-1916) en el canon de la literatura española es un caso bastante singular en cuanto a movilidad, y de hecho ya desde el primer momento, cuando se autopublicó sus primeras obras, la crítica de su tiempo tuvo actitudes muy enfrentadas en cuanto al valor de su obra. En términos generales, en cambio, los lectores se sintieron más que satisfechos con su propuesta y lo convirtieron en uno de los escritores de mayor éxito de principios del siglo xx, si no el que más, en un momento en que ciertos ámbitos editoriales estaban cobrando fuerza con libros destinados a un nuevo público al que le ofrecían la literatura que les interesaba a unos precios muy competitivos. Acaso por morbo sicalíptico, o bien por la contunfdencia de su crítica social, el caso es que su éxito fue extraordinario y en aquellos años solo comparable al de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928).

Felipe Trigo

Cuando Trigo publica los dos volúmenes de su primera novela, Las ingenuas, tenía ya un cierto nombre tanto por considerársele un héroe como consecuencia de su paso como médico por Filipinas como por su actividad como periodista. Había publicado además una recopilación de artículos aparecidos originalmente en El Globo, Etiología moral (psicomecánica) en la imprenta del periódico El Emeritense y, con mayor éxito, La campaña filipina: impresiones de un soldado. A él se debía además la fundación y dirección inicial en 1893 de un periódico satírico de muy breve vida y modesta presentación (ocho páginas en blanco y negro) titulado Sevilla en broma, que apenas publicó dieciséis números en sus cuatro meses de existencia, pero reunió a ilustradores de cierto fuste: los hermanos Teodoro y Ricardo Aramburu Murua, Fernando Tirado, Pinto, Nicolás Pineda, Luis Cáceres, Wisse y A. P. Cides, y también durante su estancia en Sevilla la compañía de Julián Romea le había estrenado el juguete cómico El primo de mi mujer.

La escritura de esa novela le llevó al parecer dos años, mientras seguía ejerciendo en Mérida su profesión de médico, y en cuanto la terminó mandó a la barcelonesa editorial Maucci una muestra significativa de la obra. Es conocida la fama de tacaña de la poco escrupulosa Maucci, que si bien estaba dispuesta a darle la alternativa al bisoño novelista, le ofreció un trato económico que a Trigo no le pareció satisfactorio. Su amigo y contertulio Francisco Corchero Ramos (1857-1931) le ofreció entonces la oportunidad de hacerse cargo del trabajo a cambio de una participación en las ganancias, pero con la novela ya impresa le entraron las dudas y Trigo le compró la edición por quinientas pesetas de la época. Corchero Ramos acababa de poner en pie en 1900 la empresa Corchero y Compañía, después de haberse disuelto la Tipografía de Plano y Corchero debido a la prematura muerte de su socio y director del mencionado El Emeritense Pedro María Plano García (1851-1900).

Los quinientos ejemplares de la primera edición de Las ingenuas (1901), publicada con cierto lujo en dos volúmenes que conformaban más de setecientas páginas, se agotó en tres meses, y a la altura de 1916 y tras diversas reediciones en la librería de Fernando Fe y luego en Renacimiento, le había reportado al autor unas cien mil pesetas, aproximadamente. Se hace difícil ofrecer cifras exactas debido a la muy lamentable desaparición de los archivos de la editorial Renacimiento (que es la que publicó luego el grueso de la obra de Trigo), pero según la contabilidad de la familia en 1929 esta novela iba por la decimosexta edición.

Las primeras ediciones de sus siguientes novelas, La sed de amar (1903), Alma en los labios (1905), Del frío al fuego (1906) y En la carrera (Un buen chico en Madrid) (1906), así como la del ensayo Socialismo individualista (1904), también las publicó a través de los servicios de Corchero y Compañía.

Así lo explicaba el autor en una entrevista concedida a El Caballero Audaz (José María Carretero Novillo, 1887-1951)  y con fotografías de Campúa (José Luis Demaría López, 1900-1975) que se publicó en el número correspondiente al 24 de julio de 1915 de la revista La Esfera, donde afirmaba además que por entonces había años en que su obra literaria le reportaba hasta sesenta mil pesetas.

Allí, como ya no tenía nada que hacer, escribí Las Ingenuas. Cuando yo me encontré con aquel montón de cuartillas escritas pensé en publicarlas. Yo no tenía un céntimo. ¿Cómo, pues?… Le escribí a Maucci, proponiéndole la edición: le enviaba un capítulo del principio, otro del medio y otro del final de la novela y le explicaba el asunto. Me contestó Maucci ofreciéndome ¡500 pesetas! por la propiedad del libro; yo estuve tentado de dárselo, pero mi mujer, que para esto siempre ha tenido un claro instinto, se opuso. Es una novela que me lleva producidas unas cien mil pesetas. Bueno, pues para reunir fondos para editarla resuelvo marcharme a Mérida a ejercer la carrera [de médico]. A los tres meses tenía ahorradas ocho mil pesetas, las cuales dediqué íntegras a la primera edición de lujo, que se agotó a los tres meses. Me alentó aquel éxito, y publiqué enseguida La sed de amar y después las demás.

Valga el paréntesis: No deja de tener su miga irónica que en ese mismo número de La Esfera (que contiene las firmas de Bartolozzi, Luis Bello, José Francés y Miguel de Unamuno, entre otros) se dé noticia, a página entera y con fotografía, de la muerte de la cupletista Fornarina (Consuelo Bello Campo, 1884-1915), pues Trigo aplicaría ese nombre como mote a uno de los personajes principales de una de sus novelas más reeditadas y mejor valoradas por la crítica, Jarrapellejos.

A partir de 1907, las primeras ediciones de sus nuevos títulos, así como las siguientes (a menudo revisadas), de sus obras anteriores salen de la Librería de [Gregorio] Pueyo, que hace por ejemplo la de La Altísima en la Imprenta de Antonio Marzo. Pero empieza también pronto a publicar novelas breves en la recién estrenada colección de Eduardo Zamacois y Antonio Gallardo El Cuento Semanal con Reveladoras (marzo de 1907), a la que luego añadiría El gran simpático (junio de 1908), Las posadas del amor (noviembre de 1908), Lo irreparable (marzo de 1909), Así paga el diablo (octubre 1909), etc., y a partir de 1909 se convertirá también en uno de los autores más asiduos de la muy popular colección Los Contemporáneos que había estrenado ese mismo año Joaquín Dicenta con El lobo. Aun así, el principal editor de Trigo fue la poderosa editorial Renacimiento de Victoriano Prieto, Martínez Sierra (1881-1947) y José Ruiz Castillo (1875-1945).

Y añádanse a ello volúmenes en los que recopilaba algunas de estas obras narrativas breves para hacerse una idea del incombustible éxito que tuvo Trigo, incluso con sus obras póstumas.

Con todo, la crítica estuvo desde el primer momento dividida en cuanto a la calidad literaria de la narrativa de Trigo, y a partir del final de la guerra civil española su obra desapareció por completo del panorama editorial peninsular (aunque se le reeditó tanto en México como en Argentina), y no fue hasta aproximadamente los años ochenta del siglo XX cuando su obra empezó a ser objeto de estudios y tesis y experimentó una cierta recuperación editorial al margen de las multinacionales y de los circuitos más hegemónicos: El moralista (Emiliano Escolar, 1981), En la carrera (Universitas, 1981; Turner, 1988; Carisma, 2002), Jarrapellejos (Austral, 1988; Castalia, 2004), El semental y otros relatos (Ágata, 1994), Las ingenuas (Otero, 1996), La de los ojos color de uva (Clásicos Extremeños, 1997), Cuentos ingenuos (Clan, 1998), El médico rural (Carisma, 2000), El papá de las bellezas (Pellecín, 2002), Alma en los labios (Renacimiento, 2004), Cuentos diabólicos (Clan, 2005), El odio es amor inverso (Libros de la Ballena, 2015), Teresilla (Renacimiento, 2020)…

Parece razonable pensar que, si bien por un lado parte de la crítica más elitista ‒a la que el éxito popular le resultaba cuanto menos sospechoso‒ ha considerado siempre la obra de Trigo como poco menos que pornográfica y pedestre, por el otro el aspecto de reivindicación de la dignidad de la mujer y de crítica del caciquismo, así como de algunos convencionalismos sociales y políticos, han propiciado una relectura y reconsideración de su obra y, en consecuencia, una resurrección editorial que ya no se ha detenido a medida que ha ido avanzando el siglo XXI.

Reunión en la sede de Renacimiento. Puede identificarse, de izquierda a derecha, a Gregorio Martínez Sierra, José Francés, Francisco Villaespesa, Ruiz Castillo, el actor Villangómez (leyendo), el escritor argentino David Peña, Felipe Trigo y Alberto Insúa.

Fuentes:

AA. VV., Encuentros de estudios comarcales de Vegas Altas, La Serena y La Siberia- Felipe Trigo, 150 aniversario (1864-2014), Imprenta de la Diputación de Badajoz, 2015.

Rafael Conte, «Trigo, nuestro contemporáneo», en Felipe Trigo, Jarrapellejos, Madrid, Turner, 1975, pp. VII-XIX.

Carlos Fortea, «Introducción biográfica y crítica», en Felipe Trigo, Jarrapellejos, Madrid, Castalia (Clásicos Castalia 278), pp. 9-45.

Víctor Guerrero Cabanillas, «Felipe Trigo, un escritor postnaturalista», en Juan Diego Carmona Barrero y Matilde Tribiño García, Tres centenarios. Teatro Carolina Coronado, Cervantes y Rubén Darío Almendralejo, Asociación Histórica de Almendralejo, 2017, pp. 223-242.

Ángel Martínez San Martín, Contribución al estudio crítico de la novelística de Felipe Trigo, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, 1980.

Martín Muelas Herráiz, La obra narrativa de Felipe Trigo, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filosodía y Letras de la Universidad de Alicante en 1986.

Felipe Traseira González, «Felipe Trigo, “padre” de la novela erótica española», Los Cuadernos del Norte, núm. 15 (septiembre-octubre 1982), pp. 36-41.

Antonio Machado, la Biblioteca de El Motín y el impresor Tomás Rey

El libro no fue popular en España hasta que se hizo político
y dio testimonio de los conflictos de clase.

Alejandro Civantos, Leer en rojo

En 1887 se publicaba en Madrid el que se tiene por uno de los primeros libros importantes en relación a la cultura popular española, Cantes flamencos: colección escogida, cuyo autor era el folklorista Antonio Machado Álvarez (1846-1893), que firmaba como Demófilo, y era hijo del médico y antropólogo krausista Antonio Machado Núñez (1815-1896) y padre a su vez de los que llegarían a ser conocidísimos escritores Manuel (1874-1947) y Antonio Machado Ruiz (1875-1939). Para entonces, Demófilo había publicado ya en Sevilla el imponente volumen de casi quinientas páginas titulado Colección de enigmas y adivinanzas en forma de diccionario (1881) y una primera Colección de cantes flamencos (1881), además de haber colaborado en publicaciones periódicas como La Revista Mensual (1869-1874) y  La Enciclopedia (1877), y entre 1881 y 1882 había conseguido publicar también en Sevilla la revista Folk-Lore Andaluz, en la que participaron el filólogo portugués José Leite de Vasconcelos (1858-1941), el paremiólogo y eminente cervantista Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), el sociólogo Manuel Sales i Ferrer (1843-1910) y el lingüista alemán Hugo Schuchardt (1842-1927), entre otros estudiosos importantes en la época, además de su padre Antonio Machado Núñez, y su madre, la folklorista Elena Cipriana Álvarez Durán (1828-1904).

Esta selección de cantes se acompañaba en sus páginas finales de un catálogo de las obras aparecidas en la Biblioteca de El Motín, en la que se inscribía el volumen de Machado, y en el que destaca, por ejemplo, además de una edición de la entonces ya muy conocida El judío errante de Eugène Sue (1804-1857), las colecciones de artículos Lo que no debe decirse y la tercera edición de La piqueta, ambas de José Nakens (1841-1926).

Nakens era el artífice de esta colección, surgida casi al mismo tiempo que el muy combativo periódico que había puesto en pie en abril de 1881, El Motín. Periódico satírico semanal, en el que le acompañaban entre otros el periodista Juan Vallejo Larrinaga (1844-1892) y los caricaturistas Demócrito (Eduardo Sojo, 1849-1908) y Mecachis (Eduardo Sáenz Hermua, 1859-1898), autores de unas láminas o pósters  a color (de 550 x 380 cm) que también empezaron a distribuirse desde 1881. Previamente, Nakens había empezado en 1867 a colaborar en los periódicos Jeremías y La República Ibérica y había fundado los efímeros semanarios El Resumen (1870) y Fierabrás (1873) y, bajo el seudónimo Tomás Saavedra, se había estrenado como dramaturgo con la comedia en dos actos La vocación (1880), publicada por Hijos de A. Gullón Editores.

Sobre el periódico El Motín ha dejado escrito José Esteban:

José Nakens en 1908.

Se trataba de una modesta publicación de cuatro páginas, que incluían un comentario de actualidad, un poema y algunas noticias breves, más un grabado en las páginas centrales. Sus objetivos, la crítica a los conservadores, la defensa de la unidad del partido republicano y la lucha contra el poder del clero.

A pesar que desde su primer número El Motín fue siempre un periódico político, debe su fama, sobre todo, a su anticlericalismo. Lo que no deja de ser injusto. En sus páginas se criticaba a los gobiernos e intervenía en las dis­putas entre republicanos, luchando siempre por la unidad de los mismos, defendiendo la vía insurreccional de Ruiz Zorrilla [que ha sido tildado de «conspirador compulsivo en el exilio»].

En cuanto a la Biblioteca creada en el seno del periódico, abundan en su catálogo los textos de divulgación y los misceláneos, con abundancia del tema religioso: Acicate de alegría («Colección de cuentos, epigramas y frases ingeniosas»), Los jesuitas, de Ignacio de Lozoya, el apócrifo Dios ante el sentido común, de Jean Meslier, La religión al alcance de todos, de R. H. de Ibarreta, Moral jesuítica o sea Controversia del Santo Sacrameto del matrimonio, escrito por Tomás Sánchez en 1623, Cartas infernales en verso y prosa, de José Estrañi; si bien los más conocidos son aquellos escritos por autores que luego alcanzarían cierta fama, como es el caso sobre todo de Alejandro Sawa, que publica como Novelas de El Motín Criadero de curas, subtitulada «Novela social», y La sima de Igúzquiza, ambas en 1888 (acaso porque la Biblioteca se reservaba a los libros de no ficción). Abundan también los libros cuya única firma es la de El Motín, que en ocasiones son precisamente los más polémicos y susceptibles de ser objeto de denuncia, persecución o censura, pero en otros es menos claro el motivo. Sin otra firma que esa aparece por ejemplo el volumen de poco menos de un centenar de páginas Cante místico flamenco, que se publicó además sin fecha.

Número de homenaje de El Motín a José Nakens.

A Naskens, por este carácter underground y antisistema de las iniciativas que ponía en marcha, le cayeron todo tipo de denuncias, represalias y multas, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, y algo tuvo seguramente que ver en ello el enorme éxito de sus proyectos editoriales. Según escribe Alejandro Civantos, en su segunda época el periódico llegó a tirar veinte mil ejemplares por número, y Miguel Ángel del Arco afirma que su colección de Hojitas piadosas alcanzaba los cien mil ejemplares.


Es probable que sea la enormidad de estas tiradas lo que explica que Nakens trabajara sobre todo con dos imprentas. Del periódico y los almanaques se ocupaba inicialmente la Imprenta de E. Alegre, mientras que en los ejemplares de la Biblioteca de El Motín aparecían como hechos en la «Imprenta Popular, a cargo de Tomás Rey».

La Imprenta de Tomás Rey, sita en la calle del Limón 1, se había ocupado en 1865 de los tres imponentes volúmenes colectivos de la Historia de las órdenes de caballería y de las condecoraciones españolas, editada por José Gil Dorregaray, con ilustraciones de Teófilo Rufflé (1835-1871), Eusebio Zarza (1842-1881) y Leire, grabadas por José Vallejo (1821-1882). Posteriormente, un Establecimiento Tipográfico de Tomás Rey y Compañía, con sede en la calle Fomento 6, se hace famosa por la misteriosa edición, sin que Pierre-Jules Hertzel se enterara, de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, de la que publicó en 1869 (antes de que apareciera en francés), una edición con las ilustraciones originales y en traducción de Vicente Guimerá, con el sello de Establecimiento Tipográfico de Tomás Rey y Compañía. No parece que se haya estudiado en cambio si este Tomás Rey es el mismo que trabajó como cajista en la edición en tres volúmenes que del Quijote hizo la Imprenta Nacional entre 1862 y 1863, célebre sobre todo por ser la primera que separa los diálogos del cuerpo del texto mediante guiones y en la que en cambio no hay particiones de palabras porque todas se hacen encajar en su línea. Sí parece convincentemente establecido, en cambio, que este Tomás Rey es quien en 1889 firmaría como Pedro de los Palotes el «poema bufonesco-avinagrado en octavas republicanas (vulgo antirreales)» La Tauromanía, del que según su portada se hizo cargo la Imprenta Diego Pacheco, con sede en la plaza del Dos de Mayo, número 5.

No deja de ser curioso el dato, porque según consta en las cubiertas de los libros de la Biblioteca de El Motín, la Imprenta Popular de Tomás Rey se encontraba en la plaza del Dos de Mayo, número 4, es decir, contigua a esta otra de Diego Pacheco (que en 1895 publica, por ejemplo, la «ópera española» La Dolores, de Tomás Bretón). Sería conveniente algún estudio un poco a fondo sobre la biografía de tan peculiar impresor.

Fuentes:

Alejandro Civatos, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2017 y Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero en España (1917-1931), Tren en Movimiento, 2022. También, La enciclopedia del obrero. La revolución editorial anarquista (1881-1923), Piedra Papel Libros, 2023.

Miguel Ángel del Arco Bravo, Periodismo y bohemia (En Madrid alrededor de 1900). Los bohemios en la prensa del Madrid absurdo, brillante y hambriento de fin de siglo, tesis doctoral presentada en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III en 2013.

José Esteban, «José Nakens», Política, núm. 48-49 (mayo-julio de 2002), reproducido en la web de Izquierda Republicana.

Hipótesis sobre una accidentada edición «desaparecida»

En las obras completas del excelente dramaturgo español Antonio Buero Vallejo (1916-2000), publicadas por Espasa Calpe en 1994, se incluye un artículo de homenaje a Eusebio García Luengo (1909-2003) en el que se cuentan los motivos de que su obra más conocida experimentara un cambio de título:

Había titulado yo La escalera a la obra, ya escrita, que fue más tarde mi primer estreno; cambié un tanto ese título al enterarme de que Eusebio era autor de otro drama así denominado, aunque ‒según comprobé cuando al fin pude leerlo‒ nada tenía que ver con el mío salvo la acción del primer cuadro en el rellano de una escalera vecinal.

Ciertamente, García Luengo había visto estrenada esta obra el 13 de febrero de 1948 en el Instituto Cardenal Cisneros de la mano del Teatro Experimental Arte Nuevo, con dirección de Medardo Fraile (1925-2013), en una sesión en la que también se pusieron en escena Cuando llega la otra luz, de Carlos José Costas (dirigida por Alfonso Sastre) y Compás de espera, de Alfonso Paso (1926-1978) y dirigida por él mismo. Como es bien conocido, la obra de Buero Vallejo Historia de una escalera se estrenó el 14 de octubre de 1949 con los honores propios de un ganador del Premio Lope de Vega y con dirección de Cayetano Luca de Tena (1917-1997).

Pero añade también en el citado texto Buero Vallejo: «De otros títulos de textos suyos me llegaban referencias, como del de No sé, una novela que nunca pude encontrar». Resulta que, en la cualificada opinión del profesor Enrico Di Pastena, quizá se trate precisamente de «su mejor novela, de corte unamuniano y centrada en la desorientación de la figura del intelectual procedente de ambientes rurales».

El asunto se explica porque esta novela escrita a finales de la década de 1940 no llegó a circular con cierta fluidez por España hasta 1985, en la colección de Anthropos Memoria Rota-Exilios y Heterodoxias y con prólogo de Carlos Gurméndez.

No obstante, el libro sí había existido en 1949, y hay pruebas fehacientes de ello. Según la entrada dedicada a García Luengo en Wikipedia (consultada en febrero de 2023), la primera edición publicó «una editorial valenciana», pero se trató de «una edición malograda por un accidente» del que no se dan más datos.

La empresa valenciana en cuestión fue Cosmos, que a finales de 1949 hizo una edición de No sé encuadernada en cartoné, de volúmenes de 13 x 18 y 272 páginas, que se encuadraban en la colección Tyris. En la misma colección aparecería en mayo de 1951 el poemario de Alejandro Gaos (1906-1958) La sencillez atormentada, si bien en ese caso las 78 del volumen se encuadernaron en rústica y con un formato de 22 x 16 cm., y según la página de créditos a cargo de los Talleres Gráficos de Impresos Cosmos. Pero mencionar algunos de los títulos de Cosmos quizá sea más orientativo.

En Impresos Cosmos había aparecido ya antes de la guerra, desde noviembre de 1935, la revista semanal Información Internacional, que al parecer sustituía a La Correspondencia Internacional (órgano de la III Internacional).

Sin embargo, mayor importancia tienen otros trabajos anteriores, y en particular el hecho de se ocupara de la primera etapa de la revista Nueva Cultura, revista marxista fundada por Josep Renau (1907-1982) y que aglutinaba a artistas tan destacados como Alberto [Sánchez Pérez, 1895-1962], [Francisco] Carreño (1908-1993), (Antonio Ballester (1910-2001) y Manuela Ballester (1908-1994) y firmas como las de César Arconada (1898-1964), Max Aub (1903-1972), Juan Gil-Albert (1904-1994) o Pascual Pla y Beltrán (1908-1961), pero en cuyas páginas son también frecuentes tanto la del mencionado Ángel Gaos como la de García Luengo, que se estrena en el quinto número (junio-julio 1935) con un texto sobre «El teatro de los Quintero», al que seguiría en el sexto (agosto-septiembre 1935) «Un novelista actual: César M. Arconada» y en el úndécimo (marzo-abril 1935) la breve pieza teatral Conato y fracaso de un esperpento). También se imprimió en Cosmos un cartel anónimo conocido como Nueva Cultura por el Frente Popular (66,5 x 45 cm).

Durante la guerra, entre diciembre de 1937 y enero de 1938, Impresos Cosmos se ocupó de Libre Estudio, revista de Acción Cultural al servicio de la CNT en la que escribieron Joan García Oliver (1901-1980), Katy Horna (1912-2000), Ada Martí (1915-1960), Antonio Morales Guzmán (1903-1973) y Juan Santana Calero (1914-1939), entre otros, y un poco anterior es el librito (32 páginas) del sindicalista murciano Juan López Sánchez (1900-1972) La unidad de la CNT y su trayectoria (1936), impreso también en Cosmos.

Posterior ya a la guerra española es el primer libro del poeta y pintor de la Quinta del 42 José Luis Hidalgo (1919-1947), Raíz, un librito de 80 páginas publicado en 1944, y el año siguiente imprimieron un volumen de Poesías, de quien había sido delegado provincial de la Falange, el empresario, periodista e impresor alicantino Juan Sansano Benisa (1887-1955), que aparece con pie editorial de la Editorial Carrera (1945), también de Alicante.

A partir de 1946 empieza a imprimir también algunas ediciones seriadas de revistas infantiles y juveniles ilustradas, como es el caso de El caballero del antifaz rojo (para Europa) y su continuación al año siguiente en la editorial Saturno (El caballero fantasma) o, también para esta editorial, K CH T, pero en esas mismas fechas aparecen también un volumen de Poesía (1947) de Pablo Herrera, encuadernado en cartoné, y, del mismo autor, quizás al año siguiente, el volumen de relatos Cuando mi tío me enseñaba a volar (140 páginas), que incluye ilustraciones del ya mencionado Carreño, de [Manuel] Monleón (1904-1976) y de Genaro Lahuerta (1905-1985), entre otros. El autor de estas dos obras no era sino ese a quien el escritor falangista Gonzalo Torrente Ballester, debido a su joroba, rebautizó como «el Quiasimodo del Turia»: Pascual Pla y Belrtrán, que tras la guerra había pasado por el campo de concentración de Albatera ‒en Campo de los Almendros Max Aub lo convierte en uno de los personajes importantes de la novela‒ y por las cárceles franquistas hasta 1946, lo que basta para explicar que empleara un seudónimo, pues según contó su hija Yolanda, en esa época la policía «le entraba al piso y le hacía fogatas con los libros en el salón, Querían esconder la obra tras las baldosas y se las rompían todas. Siempre se lo llevaban detenido».

Pla y Beltrán retratado por Josep Renau.

Ya de entrados los años cincuenta es el curioso librito ilustrado con fotografías sobre el boxeador Folgado escrito por Tobias Masip Prades Aventuras y desventuras de Folgado (el Tigre de Manises), y de 1959 un volumen de José Luis Aguirre Serra titulado Cervantes y Don Quijote que se inscribe en una colección de Estudio y Vida, lo que indica inequívocamente que Cosmos tuvo continuidad tras el «accidente» que acabó con la edición de No sé (de hecho, Cosmos siguió imprimiendo hasta por lo menos la década de 1970).

La dirección que aparece en los impresos de los Talleres Gráficos Cosmos es el número 34 de la calle Pintor Salvador Abril (paradójicamente, como se verá, dedicada a un pintor famoso por sus paisajes y escenas marinas, a quien el Museo Naval de Madrid condecoró por su donación del cuadro Naufragio del crucero Reina Regente). Esta calle valenciana del distrito del Eixample y no lejos de donde en 1954 se construiría el Mercat de Russafa, está situada en la que durante mucho tiempo se conoció como «la terra del ganxo», porque muchos de sus habitantes se dedicaban a recoger los troncos que llegaban a través del río Turia en un terreno que Pascual Madoz decribió en su Diccionario como «flojo y de buena calidad distribuido en huerta y arrozar que se fertiliza con las aguas del Turia, que desagua en el mar por el término de Ruzafa».

Mientras es de suponer que se estaba ultimando la edición del No sé de García Luengo se produjo en Valencia, el 28 de septiembre, una riada muy sonada conocida como la «riada de las chabolas» (había por entonces unas dos mil chabolas en el cauce del río), acerca de la que cuenta el periódico Las Provincias del 30 de septiembre: «los obreros del molino de Manises vieron acercarse a enorme velocidad una ola gigantesca de más de tres metros de altura» y según relata José Ángel Núñez Mora, «cuando las aguas volvieron a su cauce, sobre las zonas próximas al río que fueron inundadas quedó un inmenso manto de lodo y barro».

No es disparatado pensar que si Buero Vallejo no consiguió leer la primera edición del No sé de García Luego fuera porque la edición quedara sepultada por el lodo. Y aun así sobrevivió algún que otro ejemplar…

Fuentes:

Salvador Albiñana Huerta, Añorantes de un país que no existía: Ana Martínez Iborrra y Antonio Deltoro. Exiliados en México, Universitat de València, 2020.

Antonio Buero Vallejo, «En el Gijón estaba Eusebio», en Obra completa, vol. II, (Poesía, Narrativa, Ensayos y Artículos), edición de Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco, Madrid, Espasa Calpe, 1994, pp. 1241-1243.

Eusebio García Luengo.

Enrico Di Pastena, «Alfonso Sastre, del grupo Arte Nuevo al TAS (1945-1950): prehistoria de una abierta disidencia», Anales de Literatura Española, n.º 29-30 (2018), pp. 205-229.

Eusebio García Luengo, No sé, prólogo de Carlos Gurméndez, Barcelona, Anthropos, 1985.

Andrés Herrero Gutiérrez, «Pla y Beltrán, poemas entre el fusil y la amnesia», Jot Down, 26 de febrero de 2022.

V. Lladró, «La otra gran riada del Turia causó 49 muertos», Las Provincias, 19 de mayo de 2015.

José Ángel Núñez Mora, «Crónica de las catastróficas riadas del Turia en Valencia», Tiempo y clima, n. 60 (abril de 2018), pp. 42-45; n. 62 (octubre de 2018), pp. 18-21 y n. 65 (julio 2019), pp. 38-42.

s. f., «1949, la terrible riada de las chabolas», Las Provincias, 3 de marzo de 2012.

Silvia Viola Morató, «La narrativa de posguerra en Extremadura», Revista de Estudios Extremeños, vol. 70, n. 2 (2014), pp. 1047-1096.

Talín, veintiocho entradas sobre Eusebio García Luengo, con entrevistas y algunos textos del propio autor, en el blog de la revista Caminar Conociendo 3, en diversas fechas.

Italo Calvino y la autoría editorial: la asombrosa colección Centopagine (1971-1985)

Está fuera de discusión que, salvo en casos muy extraordinarios, la labor editorial es un trabajo colectivo y por tanto personalizar los éxitos y fracasos en este ámbito es erróneo por la propia naturaleza de esta actividad. Sin embargo, sí pueden establecerse grados de responsabilidad, y en este sentido el diseño intelectual de una colección por parte de un hombre de letras tan versátil como lo fue Italo Calvino (1923-1985) presenta diversos aspectos interesantes, empezando por la coherencia y/o desajustes entre sus facetas de teórico, escritor y editor.

Cuando Calvino crea en Einaudi la primorosa colección Centopagine, hacía ya tiempo que había abandonado formalmente la dirección editorial turinesa, que se encontraba en un momento creativo y en los últimos años había asistido al nacimiento de las nuevas colecciones Nuovo Politecino (1965), La Ricerca Letteraria (1965), Serie Politica (1968) y Einaudi Letteratura (1969). La Centopagine pretendía ocupar un hueco poco atendido hasta entonces por el sector editorial italiano pero de largo y fructífero recorrido, el de las obras narrativas breves de grandes autores de todos los tiempos y culturas, y al mismo tiempo redescubrir una parcela de la narrativa italiana escasamente leída (la producida entre finales del XIX y principios del XX).

La colección era por tanto expresión del pensamiento literario de Calvino ‒que hacía poco había publicado el relato tarotísico «El castillo de los destinos cruzados» (1969)‒ y de su reivindicación de la narración, del relato, en contraposición evidente tanto a los grandes monumentos novelísticos decimonónicos como a toda una corriente novelística más o menos emparentada con la antinovela y que abarca el «récit objectif», el «nouveau roman», el «roman objectif», la literatura de la indagación, la «école de minuit», la «école du regard», el neovanguardismo y todos sus sucedáneos y, por decirlo groseramente y en general, la novela en la que los acontecimientos y la acción pasan a un segundo o tercer plano o incluso tienden a desaparecer.

El texto de presentación, obra del propio creador y director de Centopagine, bien podría interpretarse como un manifiesto y una propuesta de modelos a partir de los cuales renovar el panorama literario occidental:

Centopagine es una nueva colección de Einaudi de grandes narradores de todos los tiempos y de todos los países, presentados no en sus obras monumentales, no en vastas novelas, sino en textos que pertenecen a un género no menos ilustre y en modo alguno menor: la «novela breve» o el «cuento largo».

En este sentido, en Centopagine confluyen de manera consciente la reflexión que sobre la literatura estaba llevando a cabo Calvino en esos años, el giro que estaba tomando su propia obra narrativa y su faceta de creador editorial con unos objetivos culturales para entonces muy bien definidos (intervenir activamente en la vivificación y popularización de la literatura de su tiempo), por lo que puede interpretarse también como una proyección, en el ámbito editorial, de la misma exploración o reflexión teórica y creativa que Calvino estaba desarrollando en el ámbito de la escritura. Por ello, y por la implicación de Calvino en muy diversas fases del proceso, no sería ningún disparate consignar esta colección en la bibliografía de Calvino junto a sus novelas, relatos, óperas, letras de canciones, ensayos, traducciones y antologías.

Calvino no se limitó a la muy meditada selección de títulos, que bastaría para identificar muchas de sus filias (ahí están Dostoyevski, Tolstoi, Balzac, Henry James…), sino que eligió e hizo un atento seguimiento tanto de las traducciones (en muchos casos nuevas) como de los textos que acompañaban a las obras editadas, cuando no los escribía él mismo, y desempeñó labores de edición de mesa.

Oreste Macrì

Es inevitable en este punto, para comprender la orientación de los paratextos que acompañaban estas ediciones, evocar una de las frases más citadas de su ya clásico Por qué leer a los clásicos: «Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él». Pero entre quienes escribieron prefacios o de quienes se seleccionaron textos para acompañar los relatos se cuentan nombres tan notables de la cultura europea como Walter Benjamin (1892-1940), Michel Foucault (1926-1984), Leone Grinzburg (1909-1944) y su esposa Natalia (1916-1991), Giorgio Manganelli (1922-1990), Leonardo Sciascia (1921-1989), los críticos literarios Luigi Baldacci (1930-2002), Oreste Macrì (1913-1998) o Vittorio Strada, e incluso un treintañero Claudio Magris (n.1939), que por entonces era profesor titular de Filología Germánica en la Universidad de Turín y se ocupó de todos los textos de autores de expresión alemana (Ludwig Achim von Arnim, Charles Sealsfield y dos libros de E. T. A. Hoffmann).

La colección se abrió en 1971 con Fosca, obra inacabada del anticonformista y bohemio scapigliato Iginio Ugo Tarchetti (1839-1869) y concluida por su amigo Salvattore Farina (1846-1918), en cuyo protagonista Calvino identificaba un antecedente de D’Annunzio y que se publicó precedida de una nota introductoria de Folco Portinari; a la muerte de su creador, en 1985, se habían publicado en Centopagine setenta y siete títulos, con una cadencia media de cuatro títulos anuales, pero con muchas variaciones (doce en 1972 y uno solo en 1978). En cuanto a ámbitos culturales, el número de títulos de autores italianos es muy predominante (44), y le siguen los franceses (18), rusos (11), británicos (10) y estadounidenses (9), muy lejos de los cuatro alemanes o del único título originalmente en español (el Lazarillo de Tormes, editado por Macrì y considerado un precursor de la novela moderna). En cuanto a los períodos históricos, el grueso de los textos procede del siglo XIX y en su mayoría de la segunda mitad (47 de 59), siete del XIX, seis del XVII y sólo dos de los siglos XV y XVI. (Véase el listado completo en el Apéndice al final del texto).

Hay ciertamente pocas sorpresas o novedades absolutas, más allá de la voluntad de redescubrimiento de autores importantes, pero destacan en este sentido el Diario para Eliza, de Lawrence Sterne (1713-1768), El viajero desgraciado, de Thomas Nashe (1567- c. 1601) o La Fanfarlo, de Charles Baudelaire (1821-1867), así como el inesperado éxito de Un matrimonio de provincias, de la pionera del feminismo italiano Marquesa Colombi (Maria Antoniette Torriani, 1840-1920), que sirvió tanto para revalorizar esta novela como para que se iniciara una recuperación del conjunto de la obra de Colombi que ha acabado por canonizarla. Probablemente sea la alternancia de textos muy famosos con otros olvidados por completo lo que explique la disparidad de tiradas, que se movían entre los 10.000 y los 13.000 ejemplares pero en algunos casos llegaban a los 15.000 e incluso más (Tolstoi, Conrad o De Amicis, por ejemplo).

Se ha señalado como modelo intelectual de la colección calviniana la adusta colección de narrativa creada por Giuseppe Antonio Borgesse (1882-1952) para Mondadori Biblioteca Romantica, que publicó una cincuentena de títulos entre 1930 y 1942 y en la que también eran importantes tanto los paratextos como las traducciones llevadas a cabo por escritores de prestigio de obras fundamentales (Don Quijote, La cartuja de Parma, La isla del tesoro, El retrato de Dorian Gray, Ana Karenina, Orgullo y prejuicio…) y se dirigían ambas a un mismo tipo de lectores. Sin embargo, también es evidente que son notables las diferencias, y en primer lugar la presentación un tanto lujosa de la colección de Borgesse.

En cuanto al aspecto visual de los libros (de 19,5 x 11,5 cm) como escribe Ferrero en La tribu Einaudi «cuando había que diseñar una nueva colección, llegaba desde Milán Bruno Munari» (1907-1998), y este caso no fue diferente. La amplísima trayectoria y el ecuménico reconocimiento que para entonces ‒en 1957 había obtenido la Medalla de Oro en la Trienale de Venecia por sus libri illeggibile‒ había convertido ya a Bruno Munari en un referente del diseño gráfico italiano, y puso su talento al servicio de una colección en la que importaban mucho los nombres de los autores y sobre todo de los títulos, que fijó en diversas tipos en función de la época o el carácter de la obra, enmarcó son mucha sobriedad y decoró con mucha imaginación (en algunos casos recurriendo a cenefas y en otros a fotografías). Sólo en la etapa final, entre 1976 y 1980, se ocupó provisionalmente del diseño de las cubiertas el director creativo de Einaudi, Max Huber (1919-1992), que modernizó pero mantuvo la línea general de la colección.

Italo Calvino con J.L.Borges.

Fuentes:

Italo Calvino, Los libros de los otros. Correspondencia (1947-1981), edición de Giovanni Tesio, traducción de Aurora Bernárdez y nota previa de Carlos Fruttero,  Siruela (Biblioteca Italo Calvino 34), 2014.

Per què llegir els clàssics, traducción al catalán de Teresa Muñoz Lloret, Barcelona, Edicions 62 (Llibres a l’Abast), 2016.

Ernesto Ferrero, La tribu Einaudi. Retrato de grupo, traducción de Chiara Giordano y Javier Echalescu y prólogo de Manuel Rodríguez Rivero, Madrid, Trama Editorial (Tipos Móviles 31),  2020.

Ulderico Lorillo, «Calvino e le sue Centopagine», Flanerí, 30 de enero de 2018.

Michel Martino, Calvino editor e ufficio stampa. Dal «Notiziario Einaudi» ai Centopagine, Roma, Oblique Studio, 2012.

VV. AA., «Centropagine Einaudi», en el blog FN.

Apéndice: La colección Centopagine (1971-1985), adaptada de la entrada en Wikipedia.

1. Iginio Ugo Tarchetti, Fosca, nota introductoria de Folco Portinari, 1971.

2. Lev Tolstoi, La sonata a Kreutzer, nota introductoria de Vittorio Strada, traducción de Leone Ginzburg, 1971.

3. Guy de Maupassant, Pierre y Jean, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Gioia Zannino Angiolillo, 1971.

4. Fiódor Dostoyevski, Le notti bianche, nota introductoria de Angelo Maria Ripellino, traducción de Vittoria de Gavardo, 1971.

5. Henry James, Daisy Miller, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Francesco Mei, 1971.

6. Edmundo de Amicis, Amore y ginnastica, nota introductoria de Italo Calvino, 1971.

7. Joseph Conrad, La linea d’ombra, nota introductoria de Cesare Pavese, traducción de Maria Jesi, 1971.

8. Joseph von Eichendorff, Storia di un fannullone, nota introductoria de Cesare Cases, traducción de Ugo Natoli, 1971.

9. Denis Diderot, La monaca, nota introductoria de Franco Cordero, traducción de Carlo Borelli, 1972.

10. Herman Melville, Benito Cereno, nota introductoria y traducción de Cesare Pavese, 1972.

11. Aleksander Pushkin, La figlia del capitano, nota introductoria de Leone Ginzburg, traducción de Alfredo Polledro, 1972.

12. Mark Twain, L’uomo che corruppe Hadleyburg, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Brino Fonzi, 1972.

13. Anton Chejov, Reparto n. 6, nota introductoria de Vittorio Strada, traducción de Agostino Villa, 1972.

14. Stendhal, La badessa di Castro, nota introductoria y traducción de Pietro Paolo Trompeo, 1972.

15. Ludwig Achim von Arnim, Isabella d’Egitto, nota introductoria de Claudio Magris, traducción de Rosa Spaini, 1972.

16. Achille Giovanni Cagna, Alpinisti ciabattoni, nota introductoria de Lorenzo Mondo, nota lingüística de Corrado Grassi, 1972.

17. Carlo Dossi, L’Altrieri. Nero su bianco, nota introductoria de Dante Isella, 1972.

18. Thomas Nashe, Il viaggiatore sfortunato, nota introductoria y traducción de Antonio Sarzotti, 1972.

19. Gaetano Carlo Chelli, L’eredità Ferramonti, nota introductoria de Roberto Bigazzi, 1972.

20. Lazarillo de Tormes, edición de Oreste Macrì, nota introductoria y traducción de Vittorio Bodini, 1972.

21. Honoré de Balzac, Ferragus, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Clara Lusignoli, 1973.

22. Ernest Theodor Amadeus Hoffmann, La principessa Brambilla, nota introductoria de Claudio Magris, traducción de Alberto Spaini, 1973.

23. Marchesa Colombi, Un matrimonio in provincia, nota introductoria de Natalia Ginzburg, 1973.

24. Robert Louis Stevenson, Il padiglione delle dune, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Ninì Agosti Castellani, 1973.

25. Thomas de Quincey, Confessioni di un oppiomane, nota introductoria y traducción de Filippo Donini, 1973.

26. Angelo Constantini, La vita di Scaramuccia, nota introductoria de Guido Davico Bonino, traducción de Mario Bonfantini, 1973.

27. William Beckford, Vathek, nota introductoria de Alberto Moravia, traducción de Giaime Pintor, 1973.

28. Lev Tolstoi, Due ussari, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Agostino Villa, 1973.

29. Madame de La Fayette, La principessa di Clèves, nota introductoria y traducción de Maria Ortiz, 1973.

30. Joseph Conrad, Cuori de tenebra, nota introductoria de Giuseppe Sertoli, traducción de Alberto Rossi, 1973.

31. Voltaire, Zadig, nota introductoria de Franco Ferrucci, traducción de Tino Richelmy, 1974.

32. Charles Sealsfield, La prateria del Giacinto, nota introductoria de Claudio Magris, traducción de Alberto Spaini, 1974.

33. Robert Louis Stevenson, Olalla, nota introductoria de Giorgo Manganelli, traducción de Aldo Camerino, 1974.

34. Fiodor Dostoyevski, Il sogno dello zio, nota introductoria de Angelo Maria Ripellino, traducción de Alfredo Polledro, 1974.

35. Édouard Dujardin, I lauri senza fronde, nota introductoria y traducción de Nicoletta Neri, 1975.

36. Guido Nobili, Memorie lontane, nota introductoria de Geno Pampaloni, 1975.

37. Friedrich de la Motte Fouqué, Ondina, nota introductoria y traducción de Lelio Cremonte, 1975.

38. Nyta Jasmar, Ricordi di una telegrafista, nota introductoria de Giulio Ungarelli, 1975.

39. Giovanni Boine, Il peccato, edición de Giulio Ungarelli, 1975.

40. Henry James, Il riflettore, nota introductoria de Sergio Perosa, traducción de Mario Manzari, 1976.

41. Ambrose Bierce, Storie di soldati, nota introductoria de Francesco Binni, traducción de Antonio Meo, 1976.

42. Neera, Teresa, nota introductoria de Luigi Baldacci, 1976.

43. Giovanni Cena, Gli Ammonitori, edición de Folco Portinari, 1976.

44. Carlo Dossi, Vita di Alberto Pisani, nota introductoria de Alberto Arbasino, 1976.

45. William Butler Yeats, Rosa alchemica, nota introductoria y traducción de Renato Oliva, 1976.

46. Kate Chopin, Il risveglio, nota introductoria y traducción de Erina Siciliani, 1977.

47. Remigio Zena, Confessione postuma: quattro storie dell’altro mondo, edición de Alessandra Briganti, 1977.

48. Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen, Vita dell’arcitruffatrice y vagabonda Coraggio, nota introductoria de Italo Michele Battafarano, traducción de Italo Michele Battafarano y Hildegard Eilert, 1977.

49. Emilio Praga, Memorie del presbiterio: scene di provincia, edición de Giuseppe Zaccaria, 1977.

50. Honoré de Balzac, La ragazza dagli occhi d’oro, nota introductoria de Giancarlo Marmori, traducción de Paola Massino, 1977.

51. Prosper Mérimée, Carmen y altri racconti, nota introductoria de Pietro Paolo Trompeo, traducción de Sandro Penna, 1977.

52. Nikolai Leskov, Il viaggiatore incantato, con un ensayo de Walter Benjamin, traducción de Tommaso Landolfi, 1978.

53. Henry James, Il carteggio Aspern, introducción de Claudio Gorlier, traducción de Maria Luisa Agosti Castellani, 1978.

54. Nikolai Gogol, Le veglie alla fattoria di Dikanka, nota introductoria de Vittorio Strada, traducción de Giovanni Langella, 1978.

55. Luigi Pirandello, Il turno, introducción de Leonardo Sciascia, 1978.

56. Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, Gli elisir del diavolo, ensayo introductorio de Claudio Magris, traducción de Carlo Pinelli, 1979.

57. Enrico Pea, Moscardino. Il servitore del diavolo. Il volto santo, edición de Marcello Ciccuto, introducción de Silvio Guarnieri, 1979.

58. Denis Diderot, Jacques il fatalista y il suo padrone, edición de Michele Rago, traducción de Glauco Natoli, 1979.

59. Herculine Barbin, Herculine Barbin, detta Alexina B.: Una strana confessione: memorie di un ermafrodito, presentación de Michel Foucault, nota introductoria y traducción de Brunella Schisa, 1979.

60. Anatole France, La rosticceria della Regina Pédauque, introducción de Emilio Faccioli, traducción de Anna Maria Salvatorelli, 1980.

61. Charles Baudelaire, La Fanfarlo, nota introductoria y traducción de Anita Tatone Marino, 1980.

62. Gustave Flaubert, Tre racconti, nota introductoria y traducción de Lalla Romano, 1980.

63. Giuseppe Torelli, Emiliano, edición de Maria Patrucco Rustico, nota introductoria de Marziano Guglielminetti, 1980.

64. Fiódor Dostoyevski, Memorie del sottosuolo, nota introductoria de Leone Ginzburg, traducción de Alfredo Polledro, 1980.

65. Lawrence Sterne, Un romanzo politico, nota introductoria de Giorgio Melchiori, traducción de Giuseppe Martelli, 1981.

66. Carlo Dossi, La desinenza in A, edición de Dante Isella, 1981.

67. Honoré de Balzac, I piccoli borghesi, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Luciano Tamburini, 1981.

68. Fiódor Dostoyevski, L’eterno marito, introducción de Alberto Moravia, traducción de Clara Coisson, 1981.

69. Fiódor Dostoyevski, Il giocatore, nota introductoria de Leone Ginzburg, traducción de Bruno Del Re, 1982.

70. William Butler Yeats, John Sherman. Dhoya, introducción de Petro De Logu, traducción y notas de Dario Calimani, 1982.

71. Théophile Gautier, Spirite: novella fantastica, nota introductoria y traducción de Franca Zanelli Quarantini, 1982.

72. Antoine Françoise Prévost, Storia del cavaliere des Grieux y di Manon Lescaut, nota introductoria de Gian Carlo Roscioni, traducción de Maria Ortiz, 1982.

73. Henry James, Una vita londinese, nota introductoria de Sergio Perosa, traducción de Marilla Battilana, 1983.

74. Federigo Tozzi, Con gli occhi chiusi, nota introductoria de Luigi Baldacci, 1983.

75. Henry James, La fonte sacra, nota introductoria y traducción de Sergio Perosa, 1984.

76. Theodor Fontane, Schach von Wuthenow, nota introductoria de Cesare Cases, traducción de Maria Teresa Mandalari, 1985.

77. Algernon Swinburne, Un anno di lettere, nota introductoria y traducción de Masolino D’Amico, 1985.

José Donoso y el sector editorial chileno de su tiempo

Pienso con remordimiento en cuántos quedaron afuera [del libro Los nuestros] por ignorancia o por prejuicios del momento, o simplemente por limitaciones de espacio. Paco Porrúa, el editor, decía que las omisiones eran tan escandalosas que el libro tendría éxito.

Luis Harss, «Nota a la nueva edición» de Los nuestros, 2012
De izquierda a derecha: García Márquez, Sarduy, Vargas Llosa, Balcells, Donoso y Ricardo Muñoz Suay en 1974.

La importancia del trabajo de Carmen Balcells (1930-2015) en la difusión internacional de la obra de García Márquez (1927-2014) o Vargas Llosa (n. 1936) es difícilmente discutible, pero en ocasiones parece haberse magnificado la trascendencia de Barcelona como capital y de Seix Barral como editorial en la gestación de lo que llamamos «boom latinoamericano», como si de repente hubieran salido una serie de conejos de la chistera de Balcells, y que además todo empezara de pronto con La ciudad y los perros (1962) y Rayuela (1963) y llegara a su punto culminante con Cien años de soledad (1967). En este fenómeno, más sociológico y económico que estrictamente literario, mal delimitado y de nómina fluctuante, ha ocupado siempre un lugar problemático José Donoso (1924-1996) ‒es estruendoso el silencio sobre él en el seminal Los nuestros, de Luis Harss‒, cuya inclusión convierte a veces el póker García Márquez-Vargas Llosa-Cortázar-Fuentes en un repóker ‒de ahí que se le haya llamado también «el quinto beatle»‒, pero a quien inicialmente se encuadró, con su aprobación o incluso su entusiasta participación directa, en la promoción renovadora que se conoció como generación del 50.

José Donoso.

Hay que remontarse a principios de 1950 para hallar los que se tienen por los primeros textos publicados por Donoso, coincidiendo además cronológicamente con el inicio de sus diarios personales: el cuento «The Blue Woman», publicado en el segundo número de la revista de Princeton MSS (noviembre de 1950), al que seguiría en la misma revista «The poisoned pastries» (mayo de 1951).

No obstante eso, pasarían varios años antes de que arrancara la carrera literaria de Donoso, cuando participó en una iniciativa de Enrique Lafourcade (1927-2019) destinada a poner en primer plano a una nueva hornada de narradores chilenos, la mayoría de ellos inéditos, que se concretaría en 1954 con la publicación en la poderosa editorial Zig Zag de la polémica Antología del nuevo cuento chileno, que incluye el relato de Donoso «China», además de cuentos de Enrique Lihn (1929-1988), de la actriz María Elena Gertner (1926-2013) y de Guillermo Blanco (1926-2010), entre otros.

Lafourcade, que se ocupó de la selección, el prólogo y las notas biográficas que presentaban a cada autor, justificaba la iniciativa y la resultante antología del siguiente modo:

Diversas circunstancias permiten hablar de una nueva generación de escritores. El hecho de que sean todos, o en su mayor parte, inéditos. El de que ninguno sobrepase los treinta años. y el de que gran número se conozcan, vivan en un medio cultural univoco, estén en contacto y beligerancia permanentes. Los escritores que integran esta Antología cumplen todos con las condiciones antedichas.

En el quinto escalón, de izquierda a derecha: Nicanor Parra, José Donoso, Jorge Teillier, Enrique Lafourcade, Pablo Huneeus, Virginia Cox y Carlos Iturra; en el cuarto escalón: Enrique Campos Menéndez; en el segundo escalón, y también de izquierda a derecha: Enrique Gómez-Correa, Francisco Coloane, José Luis Rosasco y Roque Esteban Scarpa.

A Donoso lo encuadraba estéticamente además ya solo a partir de ese cuento en el mismo grupo que a Jorge Edwards con los siguientes argumentos:

actitud puramente sensible, próxima al poema en prosa, pródiga en descubrimientos formales, metafóricos. con un lirismo fresco y diáfano. Obras como las de Jorge Edwards, Félix Emerich, Gloria Montalvo, Margarita Aguirre, Luis Alberto Heiremans, Yolanda Gutiérrez, José Donoso, Pilar Larraín, Fernando Balmaceda, tienden, más bien, a una comunicación de orden poético, en donde el relato va acompañado de una carga metafórica, alusiva, más pura y de mayor lirismo que el grupo antes nombrado..

Y más concretamente sobre «China» y el momento en que se encontraba su autor explicaba:

El cuento que aquí antologamos es un relato simple, lleno de ternura, con una prosa liviana y directa, Nos muestra el cambio profundo que existe entre la infancia y las otras edades del hombre. Su estructura es clásica, con un desenlace violento y, a la vez, imperceptible. José Donoso tiene en preparación un volumen de cuentos titulado «Coronación», que publicará próximamente.

Es también interesante otra observación de carácter general sobre las coincidencias temáticas de los cuentos reunidos, que han servido también para agrupar o señalar afinidades entre escritores y escritoras de Chile más actuales:

Llama la atención la preferencia que se muestra por situar el argumento en torno al mundo infantil. Es lo que sucede con los cuentos de Margarita Aguirre, de Fernando Balmaceda, de José Donoso, de Mario Espinosa, de María Elena Gertner y otros, en los cuales el tema de la infancia ocupa el centro del relato o se refiere tangencialmente a él.

Enrique Lafourcade

Retrospectivamente, Donoso reivindicó la importancia y la utilidad de esa antología de Lafourcade, que generó un intenso debate y una agria polémica; por ejemplo, en el artículo «Jornadas para la Nueva Generación», publicado en la revista Ercilla el 26 de diciembre de 1962, escribe:

Por mucho que se haya vapuleado a la Antología del Nuevo Cuento Chileno, de Enrique Lafourcade, nadie puede negar que tuvo el mérito de que a través de ella se reveló una generación o promoción literaria, la del 50, que aunque se considere discutible en cuanto a méritos, ha ocupado últimamente un lugar sobresaliente en el quehacer literario chileno.

La polémica generada en su momento por la selección de Lafourcade hizo que el nombre de Donoso empezara a mencionarse con cierta insistencia en algunos círculos, y para aprovechar la inercia intentó publicar una compilación con los cuentos «Veraneo», «Tocayos», «El Güero», «Una señora», «Fiesta en grande», «Dos cartas» y «Diamanquero» con el título Veraneo y otros cuentos, pero Zig Zag se la rechazó, y luego sucedió lo mismo con Nascimento y Pacífico, así que apareció con el sello de la Editorial Universitaria, en 1955, con ilustración de cubierta de Carmen Silva. Esta edición, de mil ejemplares, se financió mediante el socorrido método del crowdfunding (cuando aún no se llamaba ni siquiera micromecenazgo). Se da la circunstancia curiosa de que el primero que se ocupó de reseñar este libro, en la revista Ercilla, fue el exiliado español Darío Carmona de la Puente (1911-1976), que había estado al frente de la Librería del Pacífico (en la calle Ahumada  57) y que añadido a la atención elogiosa que le dedicó Alone (Hernán Díaz Arrieta, 1891-1984) en las páginas de El Mercurio propició que la edición se agotara, pese a la tosca distribución que tuvo. El espaldarazo que supuso que Veraneo y otros cuentos fuese galardonado con el Premio Municipal de Santiago parecía definitivo, pero el mayor problema del sector editorial chileno para las aspiraciones de Donoso sería su dificultad para trascender fronteras.

Al año siguiente aparece una edición ilustrada por Nemésio Antúnez (1918-1992) de Dos cuentos («El hombrecito» y «Ana María») para la que se inventan el sello Guardia Vieja, y cuyo colofón reza del siguiente modo:

Este libro se terminó de imprimir en Santiago de Chile, el 19 de diciembre de 1956 en los talleres de la Editorial Del Pacífico. La edición consta de 500 ejemplares numerados del 1 al 500 con tres grabados a buril de Nemésio Antúnez. Estos han sido impresos a mano por Antúnez y Donoso en la prensa del Taller 99 con la colaboración de miembros de este taller.

De nuevo es Nemésio Antúnez quien diseña la cubierta del siguiente libro de Donoso, la novela Coronación, que publica Nascimento en 1957 después de haberla rechazado la otra gran editorial del momento, Zig Zag. Según escribió el propio Donoso en su Historia personal del boom, «El editor en jefe de Zig Zag opinó que sería una inversión demasiado grande para un libro difícil […], y por lo tanto de improbable venta. Los directores de Editorial del Pacífico, a quienes acudí para ofrecerles Coronación, ya que eran escritores de mi generación, también rechazaron esta novela, aconsejándome mucha poda, mucha atenuación». El trato con  Zig Zag lo describe Donoso como «curioso», pues de la tirada inicial, de tres mil ejemplares, setecientos debía venderlos el propio autor (que además no cobraba adelanto ni royalties, según dice). De nuevo gracias a una crítica elogiosa de Alone en El Mercurio ‒«como técnica y lógica estética, conocemos pocos libros tan armoniosamente construidos, no solo en nuestra literatura», escribió‒ esta edición tuvo buenas ventas.

Dos años después, en 1959, Lafourcade incluye la narración de Donoso «La puerta cerrada» en Cuentos de la Generación del 50, en el que repiten trece de los veinticuatro autores de la antología anterior. En ese momento se inicia también la incipiente internacionalización de la obra de Donoso, con la inclusión del cuento «Pasos en la noche» en la revista de Washington Américas (núm. 3, de mayo de 1959), donde Dorothy Hayes de Huneeus había reseñado Coronación, que ese mismo año reseña también Raúl Silva Castro en la Revista Iberoamericana (núm. 47), a lo que se añade la publicación del cuento «Paseo» en el número 261 (noviembre-diciembre de 1959) de la prestigiosa revista bonaerense Sur, donde Donoso comparte número con Salvatore Quasimodo, Thomas Merton y André Malraux, entre otros.

De 1960 es El charleston, publicado por Nascimento y que compila cuentos ya conocidos: «A puerta cerrada», «Ana María», «Paseo» y «El hombrecito».

La vida de los libros tenía entonces otro ritmo, y en 1962 se concede a Coronación el Premio Iberoamericano, un galardón creado por William Faulkner con los beneficios obtenidos por el Premio Nobel y destinado a estimular la traducción al inglés de obras de jóvenes autores latinoamericanos; ese año lo obtuvieron también Eduardo Mallea (Argentina), Miguel Ángel Asturias (Guatemala), Augusto Roa Bastos (Paraguay), José María Arguedas (Perú) y Juan Carlos Onetti (Uruguay), entre otros.

También de 1962 es el inicio de la relación de Donoso con Carlos Fuentes, a quien el escritor chileno atribuye una enorme responsabilidad en el despegue internacional de su obra. Esta se materializa sobre todo mediante el contacto con el agente literario estadounidense Carl D. Brandt (1935-2003), que por entonces ya se ocupaba de la obra de Fuentes.

Carl D. Brandt había abandonado una inicial carrera como editor para entrar en 1957 en la agencia literaria de su padre y formar Brandt & Brandt, entre cuyos clientes se contaron Theodore Dreisser y John Dos Passos, si bien su especialidad era sobre todo la literatura ensayística (filosofía, ecologismo, geopolítica, historia militar…). Su legado es hoy Brandt & Hochman (agentes de Scott Turow, Flann O’Brien y Robert D. Kaplan, entre otros).

Brandt empezó a buscar editor en inglés para Coronación por recomendación de Fuentes y antes incluso de haber firmado contrato con Donoso, y tras un tímido interés inicial de Simon & Schuster, la colocó en la exquisita Knopf en Estados Unidos y en la Bodley Head de John Lane en Gran Bretaña (se publicó en 1965 en traducción de Jocasta Goodwin, famosa a finales de los sesenta como traductora de las novelas romanticoides de Juliette Benzoni).

Aún en 1962, el 15 de julio, se publica en el chileno El Mercurio el que se tiene por uno de los mejores cuentos de Donoso de esos años, «Santelices», que casi simultáneamente (en julio y por intercesión de Fuentes) aparece en la Revista de la Universidad de México, y a principios del año siguiente en el número 280 de la argentina Sur.

Así pues, cuando en junio de 1963 Cortázar publica en la Editorial Sudamericana Rayuela ya hacía un cierto tiempo que se había iniciado el proceso de difusión internacional de la obra de Donoso, quien además contaba ya con el apoyo de un agente literario importante, cuyas gestiones harían que en 1966 se publicara en la editorial Dall’Olio Incoronazzione, en traducción de la hispanista Giovanna Maritano (conocida por sus traducciones de Gonzalo de Berceo y de Cervantes) y fuera traducida también al portugués y al checo.

En 1966 aparece también en la influyente revista parisina de Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) Mundo Nuevo «Los juegos legítimos», un fragmento de la novela Este domingo que Zig Zag publica en Chile, y la misma editorial se ocupa de la «selección» que Luis Domínguez hizo de Los mejores cuentos de José Donoso (todos los publicados hasta entonces), mientras en México Joaquín Mortiz publicaba El lugar sin límites. Además, habían empezado a publicarse ya fragmentos de lo que acabaría siendo El obsceno pájaro de la noche en la revista uruguaya Marcha (agosto de 1964), en la mexicana Diálogos (1965)… La primera edición de Donoso en Seix Barral no aparecería hasta 1968 (Coronación, con una ilustración en la cubierta de Núria Pompeya [1931-2016])

Fuentes:

Sitio dedicado a José Donoso (1924-1996) en Memoria Chilena (Biblioteca Nacional de Chile).

María Laura Bocaz Leiva, «La integración de José Donoso a la plataforma del boom: intercambio epistolar inédito de José Donoso con Emir Rodríguez Monegal y Carlos Fuentes en al década del 60», Revista Iberoamericana, vol. LXXIX, núms. 244-245 (julio-diciembre de 2013), pp. 1049-1068.

Paula Brown, «Nemesio Antúnez en el centenario de su natalicio», Revista Universitaria, núm. 155.

Homero Castillo, La literatura chilena en los Estados Unidos de América. Ensayo bibliográfico, Santiago de Chile, Ediciones de la Biblioteca Nacional, 1963.

Jaime Concha, «Los mejores cuentos, de José Donoso» (reseña), Atenea, núm. 413 (julio-septiembre de 1966), pp. 219-231.

Filebo (Luis Sánchez Latorre), «Una antología sin sangre o la revolución traicionada», Las Últimas Noticias, 22 de agosto de 1969.

Cecilia García-Huidobro, «José Donoso y su Historia personal del boom. La autobiografía de un lector», Acontracorriente, vol. 19, num. 3 (primavera de 2022), pp. 163-184.

Dunia Gras, «José Donoso y Carlos Fuentes. Otra historia personal del boom», Anales de Literatura Chilena, núm. 29 (junio de 2018), pp. 83-108.

Eduardo Godoy Gallardo, «Lafourcade y el cuento chileno (En torno a las Antologías de 1954 y 1959)», Signos, núm. 43-44, pp. 65-73.

Luis Harss, en colaboración con Barbara Dohmann, Los nuestros, Madrid, Alfaguara, 2012.

Andrés Sabella, «Los héroes de medio pelo», Vea, 62 (22 noviembre de 1966), p. 27.

Italo Calvino y Carlos Barral

A Cristina Suárez Toledano,

con los mejores deseos y toda la confianza en su éxito.

Italo Calvino

El 24 de mayo de 1959, desvinculado del Partido Comunista, enfrascado con Elio Vittorini (1908-1966) en el proyecto de revista Il Menabò y habiendo cerrado ya la trilogía Nuestros antepasados con El caballero inexistente, llegaba a Barcelona Italo Calvino (1923-1985) para participar en Formentor, en calidad de representante de Einaudi, en el Primer Coloquio Internacional de Novela organizado por Jaime Salinas (1925-2011) a instancia de Carlos Barral (1928-1989) y gracias a la red de relaciones de Monique Lange (1926-1996). Son muy abundantes los datos e indicios que permiten situar en ese momento el arranque de la actividad de Calvino como propiciador del intercambio entre las culturas de raíz hispánica y la italiana, que tendría continuidad en los encuentros de los tres años siguientes y que se reflejaría en diversas ediciones y en unos cuantos proyectos frustrados. Además de con Barral y Salinas, en estas reuniones Calvino conocería al entorno de lo que se ha llamado la Escuela de Barcelona (Barral, Gil de Biedma, Costafreda, los Goytisolo, Ferrater, Castellet…), pero también a Miguel Delibes, a a Camilo José Cela, a Gabriel Celaya, a Juan García Hortelano, a Jesús López Pacheco o a Carmen Martín Gaite. Sin embargo, en ese momento, en que Calvino estaba empezando a desinteresarse por el neorrealismo por considerar que había fallado en sus objetivos y a explorar nuevas opciones estéticas, pronto le interesó más la novela latinoamericana de autores como Rulfo o Cortázar que la española, que en el contexto de la narrativa occidental podría considerarse epigonal.

En ese momento la literatura latinoamericana estaba siendo divulgada en Italia sobre todo por editoriales como Guanda (que ya en los años cuarenta había demostrado un enorme interés por la literatura hispánica, seguramente por obra y gracia de Oreste Macrì) y en menor medida por Bompiani y Feltrinelli, pero también Einaudi había publicado por ejemplo a Jorge Luis Borges ya en 1955, animado por la recomendación de Gallimard, y resulta indicativo que la primera traducción de esa obra fuera traducida (por Franco Luncentini) a partir de la traducción francesa (firmada por P. Verdevoye y N. Ibarra). De ese mismo 1955 es la publicación de un volumen de la Poesia de Pablo Neruda en traducción de Salvatore Quasimodo (1901-1968), con lo que esa edición, ilustrada por Renatto Guttuso (1911-1987), reúne a dos escritores premiados luego con el Nobel de Literatura.

En cuanto a la literatura española, Francesco Luti subrayó en su tesis que ya en carta de Barral fechada el 14 de junio de 1956 éste recomendaba a Einaudi la traducción al italiano de La colmena, de Cela (desconociendo quizá que el año anterior ya la había traducido Sergio Ponzanelli y publicado Aldo Martella Editore); El Jarama, de Sánchez Ferlosio; El camino, de Delibes, y Duelo en el paraíso, de Juan Goytisolo. Justo el año siguiente aparecía en Einaudi la muy influyente edición en dos volúmenes del Quijote en traducción de Vittorio Bodini (1914-1970) y con las ilustraciones de Honoré Daumier (1808-1879), pero en esos años también la cultura española más reciente tendría una presencia muy notable en los catálogos de Einaudi: el ensayo Gli intellettuali e la guerra di Spagna (1959), de Aldo Garosci; la edición de Elena Croce de los Poeti del Novecento (italiani e stranieri) (1960), que incluía a Alberti, Guillén, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Machado, Unamuno; La familia de Pascual Duarte (1960), traducida por Salvatore Battaglia; Las afueras (1961), de Luis Goytisolo, que en 1958 había obtenido el Premio Biblioteca Breve de Seix & Barral, traducida por Luisa Orioli; Fiesta al noroeste (1961), de Ana María Matute; Tormenta de verano (1962), de Juan García Hortelano y traducida también por Orioli; la muy polémica antología Canti de la nuova Resistenza spagnola (1939-1961) (1962), que tantos problemas acarrearía a Einaudi con las ultraderechas españolas e italianas; La hora del lector (1962), de Josep Maria Castellet: la antología de Bodini de Poeti surrealisti spagnoli (1963); El Jarama (en traducción de Raffaela Solmi) (1963)…

En lo que se refiere a la dirección contraria, en 1956 Barral había presentado a censura dos novelas breves del muy einaudiano Cesare Pavese (1908-1950), Il compagno y La spiaggia, aunque solo del segundo recibió autorización y con mutilaciones muy notables en cuanto a su extensión, de modo que se le añadieron otros textos narrativos breves y se publicó con el título La playa y otros relatos (en traducción de Enrique Sordo). Como se verá, ciertos aspectos de este episodio empezaron a enojar al agente literario de Pavese, que lo era también de Calvino.

La llegada de Calvino a España coincide con el momento en que éste está empezando a dar a conocer en Italia algunos escritores muy barralianos, como Juan Goytisolo, que en 1959 y justo antes del viaje había publicado en Einaudi Fiestas (traducida por Vittorio Bodini), a la que seguirá unos años después La isla. Pero todo parece indicar que la circulación de textos funcionó sobre todo en dirección opuesta, y que fracasó por los problemas organizativos y de comunicación de Seix & Barral y sobre todo de su tormentosa relación con el principal agente de los escritores italianos más pujantes, Erich Linder (1924-1983), quien en 1951 había pasado a dirigir la Agenzia Letteraria Internazionale (ALI), que representaba entre otros muchísimos a Giorgio Bassani, Dino Buzzati, Benedetto Croce, Beppe Fenoglio, Carlo Emilia Gadda, Eugenio Montale, Elsa Morante, Leornardo Sciascia, Italo Svevo o el propio Calvino; de hecho, en ese momento la ALI era la única agencia literaria de importancia internacional en Italia.

En junio de 1960, Barral escribe a Linder expresándole su intención de publicar en su editorial una novela publicada por Einaudi, La ragazza di Bube, con la que Carlo Cassola (1917-1987) acababa de ganar el Premio Strega y cuyos derechos cinematográficos no tardaron en venderse para que Luigi Comencini hiciera una notable película (protagonizada por Claudia Cardinale y Georges Chakiris); a principios del mes siguiente añade el interés por otra novela de Cassola, Fausto e Anna. Ante este perentorio interés, Linder se mueve para satisfacer la intención de Barral de adquirir los derechos mundiales de estas obras en lengua española, lo que supone atajar las posibles aspiraciones de los editores americanos que pudieran tener en estudio o incluso derecho preferencial sobre las obras de Cassola (probablemente se tratara de Sudamericana). En cualquier caso, ya en carta del 20 de julio de 1960 el agente informa a Barral de que los derechos sobre las dos obras que desea están disponibles; y aquí empiezan los problemas con la censura, que hacen que el editor barcelonés renuncie a los derechos y en consecuencia que Cassola vea cómo la aparición en español de su obra más exitosa se retrase. Finalmente, Sara Gallardo tradujo La ragazza y Dolores Sierra El cazador para la bonaerense Sudamericana, que las publicaría en 1963 y 1965, respectivamente.

Dos años después, también es la censura la que obliga a un cambio de planes, y la oferta por La calda vita, de Pier Antonio Quarantotti-Gambini (1910-1965), se sustituye por otra obra del mismo autor (Cavallo di Tripoli), pero, aun siendo comprensivo con los problemas a los que se enfrentaban los editores españoles bajo el franquismo, lo que hizo que Linder perdiera la paciencia fue el modo de trabajar caótico, los errores en los documentos y los retrasos en los pagos de la editorial capitaneada por Barral, y en palabras de Sara Carini, que ha estudiado con detenimiento estas relaciones a partir sobre todo de los epistolarios:

Los pagos empiezan a solicitarse y Linder demuestra ahí toda su firmeza: las cartas se vuelven secas, duras y amenazan con anular todo tipo de contrato si no llega el pago y, en el caso de que no llegue y el libro se publique –algo que ya se había dado con Pavese–, denunciar a los editores por fraude. Finalmente, la cuestión se aplaca, pero estas son quizás las razones por las que a partir de 1963 la agencia de Linder deja de ser tan complaciente con Seix Barral y los problemas empiezan a acumularse en un sinfín que explota, en 1965, en la amenaza de dejar de enviar libros a Seix Barral.

Carlos Barral

No menos engorroso debió de ser el envío del contrato por Teoriche del film de Guido Aristarco (1918-1996) en junio de 1963, y ver cómo a finales de año el editor los devolvía sin firmar y sin aclarar el motivo por el que la censura le había denegado autorización, tras haberlo presentado en dos ocasiones (con los consiguientes retrasos en ver publicado el libro, que no se publicaría hasta 1968, en Lumen, en una edicion ampliada). Las gestiones de quienes representaban a la Agenzia Letteraria Internazionale en España, la recién instalada en Barcelona International Editors (IECO), no obtenían resultados mucho mejores, pese a las constantes reclamaciones de respuestas acerca de manuscritos enviados para su estudio y de pagos pendientes.

Tal como lo resume Sara Carini: «Entre 1965 y 1966 las relaciones empeoran y los problemas son siempre los mismos: censura y dinero». Y llegó un momento en que Calvino se vio en medio del rifirrafe. Ante la negativa de Linder a aceptar la necesidad expresada por Barral de traducir de nuevo obras de Calvino que ya se habían publicado en Argentina con demasiados americanismos para su gusto —El sendero de los nidos de ara­ña (1956) y Las dos mitades del vizconde (1956), en la Editorial Futuro, El barón rampante (1958) en Compañía General Fabril Editora, Entramos en la guerra (1961) en Peuser e Idilios y amores difíciles (1962) en Losada—, en carta del 16 de junio de 1966 Calvino mostró al editor catalán su acuerdo con tal conveniencia, pero adujo la negativa de Linder, tras mostrarle éste los números de sus tratos con Barral, como un problema irresoluble, comprensible y ante el cual nada podía hacer él. Sin duda Calvino, por su amplia experiencia como editor y porque a esas alturas debía de conocer a Barral, debió de comprender con claridad dónde residía el problema, y sabía bien que una de las funciones de una agencia literaria es evitar a los autores —que son sus auténticos clientes— tener que pelearse con los editores por cuestiones de dinero que puedan enturbiar sus relaciones o perjudicar la divulgación de sus obras. Pero es absurdo pensar que un agente literario actuara en contra de los deseos y los intereses de su cliente o tomara sin su consentimiento decisiones que afectaran a su obra, sobre todo cuando se trataba además de un escritor que conocía bien el sector editorial. Aun así, y para complacer en la medida de lo posible a Barral, Calvino obtuvo de Linder el compromiso de que, si en algún momento quedaban libres los derechos de algunos de sus libros (si caducaban y las editoriales americanas no los renovaban), Seix Barral fuera la primera editorial en ser informada de ello. ¿Qué más se podía pedir razonablemente?

Erich Linder

De ahí, entre otros motivos, que resulte tan sorprendente el pasaje en que (confundiendo además la ALI con IECO y, en una nota, al editor Jaime Salinas con el futbolista Julio Salinas) Francesco Luti resume del siguiente modo en Cuadernos Hipsanoamericanos la razón de que en España la obra de Calvino no se publicara regularmente en castellano (sí en catalán, y gracias a Castellet) hasta los años ochenta: «El mayor impedimento estaba cerca del mismo Calvino: fue su propio agente literario, el judío Erich Linder, de International Editors, quien se reveló un hueso demasiado duro de roer para los dientes de Barral, que siempre se arrepentiría de no haber incluido finalmente a Italo en su catálogo».

Fuentes:

Sara Carini, «Censura, economía y literatura: los contactos entre la editorial Seix Barral y Erich Linder», Oggia. Revista Electrónica de Estudios Hispánicos, núm. 28 (2020), pp. 243-258.

Italo Calvino

Monica Ciotti, «Italo Calvino in lingua spagnola. Dall’escordio argentino allá prima edizione castigliana pubblicata in Spagna», Cuadernos de Filologia Italiana, núm. 28 (2021), pp. 363-378.

Ernesto Ferrero, La tribu Einaudi. Retrato de grupo, traducción de Chiara Giordano y Javier Echalescu y prólogo de Manuel Rodríguez Rivero, Madrid, Trama Editorial (Tipos Móviles 31),  2020.

Francesco Luti, Italia-España, un entramado de relaciones literarias: la «Escuela de Barcelona», Tesis doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 2012.

Francesco Luti, «Italo Calvino en España», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 785 (noviembre de 2015), pp. 2-17.

Michel Martino, Calvino editor e ufficio stampa. Dal «Notiziario Einaudi» ai Centopagine, Roma, Oblique Studio, 2012.