¿El primer deber de cualquier editor es pagar a los autores? Sobre Black Rose Books

La editorial canadiense Black Rose Books ‒nada que ver con la texana Black Rose Writing y mucho menos con Dark Rose Books‒ nació en parte como fruto de la impaciencia, pero aun así ha superado el medio de siglo de vida.

Según contó Dimitrios Roussopoulos en una entrevista con Su J Sokol, a finales de la década de 1960, cuando ya había puesto en pie la revista Our Generation Against Nuclear War (cuyo texto inicial firmaba el filósofo Bertrand Russell) recibió en encargo de una editorial de escribir un libro acerca de la Nueva Izquierda por entonces en pleno auge, pero una vez concluida la tarea el proceso editorial se demoró, de modo que al final buscó el modo de publicarlo por su cuenta con un grupo de amigos, y así es como nació la editorial sin ánimo de lucro, a la que puso nombre otro de los personajes importantes en esta historia, el destacado pensador y ecologista radical estadounidense Murray Bookchin (1921-2006), reconocido padre del comunalismo (así como activista del apoyo al pueblo español durante la guerra civil, lo que en 1977 le llevaría a escribir el clásico en la materia Los anarquistas españoles. Los años heroicos, 1868-1936).

Así fue, pues, como en 1970 apareció The New Left in Canada, un librito de apenas 160 páginas, ilustrado con algunas fotografías en blanco y negro, del que sorprendentemente vendieron en muy poco tiempo más de seis mil copias sólo en Canadá.

El urbanismo, la ecología, los medios de comunicación y la política en un sentido amplio se convirtieron en poco tiempo en los ejes temáticos que fueron perfilando la identidad de la editorial, en la que junto a Roussopoulos tuvieron en los primeros tiempos papeles destacados el activista y abogado Nick Ternette, el politólogo y economista Philip Resnick y la politóloga y economista Adèle Lauzon, entre otros.

Ya desde el primer momento, títulos como Lies the Media Tell Us (1970), de James Winter; Prehistory & History. Ethnicity, Class and Political Economy (1970), de David Tandy; Bakunin, the Filosophy of Freedom (1970), de Brian Morris; Radical Mass Media Critisicm. A Cultural Genealogy (1970), de David Berry o Mind Abuse: Media Violence in an Information Age (1970), de Rose A. Dyson, dejaban claro desde qué posicionamientos políticos y por qué cauces discurriría la trayectoria de la editorial.

Sin embargo, quizás el primer gran impacto llegó con Let the Niggers Burn (1971), editado por Dennis Forsythe, donde se abordaba el conocido como «caso de la Universidad Sir George Williams» (o «incidente del laboratorio de informática de la Sir George Williams») en el que una protesta y ocupación de la universidad por motivos de discriminación hacia seis estudiantes antillanos desembocó en febrero de 1969 en combates contra la policía, el incendio de aulas ‒supuestamente por la policía‒ y la detención de casi un centenar de estudiantes, entre los que se encontraban Roosie Douglas (1941-2000), que más tarde sería primer ministro de la República Dominicana, y Anne Cools, que luego sería la primera senadora negra de Canadá (con una posición cada vez más conservadora, que la llevó del Partido Liberal al Partido Conservador). El título hacía referencia a los gritos de que fueron objecto los estudiantes cuando, para evitar el fuego, salieron y fueron inmediatamente detenidos.

A finales de esa misma época se publica el primer libro de uno de las colaboradores habituales de Our Generation y autor emblemático de Black Rose: Post-Scarcity Anarchism (1977), de Murray Bookchin, que en 1971 había aparecido en San Francisco en Rampast Press y el año siguiente publicaría en traducción al español de Rolando Hanglin la barcelonesa Editorial Kairós (El anarquismo en la sociedad de consumo). A este seguiría una retahíla de títulos ya a partir de la década de 1980: Remaking Society (1980), Philosophy of Social Ecology (1980), Re-Enchanting Humanity: A Defense of the Human Spirit against Antihumanism, Mysticism and Primitivism (1984),Toward an Ecological Society (1989), The Philosophy of Social Ecology: Essays on Dialectical Naturalism (1990), Urbanization without Cities: The Rise and Decline of Citizenship (1992)…

También en el filo los ochenta empiezan a publicar obras del lingüista y filósofo Noam Chomsky, empezando por los dos volúmenes coescritos con el economista Edward S. Herman (1927-2017) Political Economy of Human Rights (1979) y prosiguiendo con Radical Priorities (1981) y The Fateful Triangle: Israel, The United States and the palestinians (1984). La década acaba con la entrada en tromba en el catálogo de Black Rose de la obra del polígrafo, crítico literario y filósofo canadiense George Woodcock (1912-1995), a quien se le publica en 1989 su Proudhon, y al que siguieron las biografías y estudios Aphra Behn: The English Sappho (1989), William Godwin (1989), Oscar Wilde, the double image (1989) y el grueso de su trabajo sobre la vida y la obra del geógrafo y pensador ruso Piotr Kropotkin (1842-1921).

A la vista del deslumbrante catálogo de literatura de no ficción anarquista que conforma el catálogo de Black Rose y el lugar preeminente que en el ocupa Bookchin, es doblemente lamentable el encontronazo de los herederos del escritor con la editorial a raíz de la preparación del libro de homenaje editado por Yavor Tarinski Enlightenment and Ecology. The Legacy of Murray Bookchin in the 21th Century (2021)

Durante el serano de 2019, Debbie Bookchin encabezaba con su firma una extensa carta ‒que puede leerse aquí‒ a la que sumaron su nombre muy buena parte de los filósofos, escritores y ensayistas más directamente influidos por Bookchin para reclamar el eternamente pospuesto pago de las regalías por el grueso puñado de libros que éste había aportado al catálogo de Black Rose, en cuya página web se le mencionaba además como uno de los puntales de la editorial (junto con Chomsky y George Woodcock), e incluso incluía un fragmento de una carta del filósofo a Roussopoulos fechada el 19 de noviembre de 1999, y que quedó sin respuesta, que es suficientemente elocuente como para tener que añadir nada más:

Escribo esta nota para recordarles que no he recibido de Black Rose ninguna declaración de regalías por la venta de mis libros durante al menos un año y medio. Estoy enfermo, sin dinero y, a mis setenta y nueve años, soy viejo y necesito urgentemente todo el dinero que pueda conseguir. ¿Podría enviarme lo que me corresponde y un informe sobre el estado de mis libros?



Fuentes:


Open Letter Re: Dimitri Roussopoulos, royalties and Black Roose Books’ plan to publish a Murray Bookchin “Festschrift”.

Web de Black Rose Books.

Ian McGillis, «Montreal’s Expozine and Black Rose Books swim against the modern tine», The Montreal Gazette, 11 de noviembre de 2016.

Su J Sokol, «Fifty Years of Radical Grassroots Publishing», Montreal Review of Books, 13 de junio de 2019.

Sender y el insoportable peso de la censura franquista

La obra literaria de Ramón J. Sender (1901-1982) ha tenido la inmensa suerte de ser analizada, estudiada y evaluada por una pléyade de grandes filólogos, historiadores de la literatura y críticos: Francisco Carrasquer (1915-2012), Jesús Vived Mayral (1932-2018), Donatella Pini, José Carlos Mainer, Marcelino C. Peñuelas, etc., lo que podría llevar a pensar que ya poco nuevo queda por decir acerca de las vicisitudes de sus libros. Con El triángulo editorial de «Crónica del alba», Olga Pueyo Dolader no sólo desmiente esa arriesgada suposición sino que, situándolo con precisión en su contexto político y editorial, convierte al autor aragonés en ejemplo para explicar la evolución de la censura de libros en España durante la dictadura franquista, sus métodos y objetivos y el efecto, dispar, que tuvo ‒y sigue teniendo‒ en la recepción de la literatura de los exiliados republicanos y en el canon de la literatura española del siglo XX.

Ya en 2020 Pueyo Dolader había llamado la atención sobre el valor y la importancia del rico epistolario del editor barcelonés Jaume Aymà i Mayol (1911-1989) conservado en el Arxiu Nacional de Catalunya en un artículo en la revista Sansueña, y de nuevo aquí constituye una de las principales fuentes de información para reconstruir el proceso de contratación y edición de Crónica del alba y algunas novelas posteriores, así como las delirantes gestiones que el intrépido y benemérito editor se vio en la necesidad de establecer con la censura. Gracias a este epistolario ‒que sería muy útil que algún editor valiente se atreviera a publicar‒ conocemos, por ejemplo, el proceso mediante el cual, con el texto ya compuesto, el editor se ocupó de introducir las enmiendas y correcciones y hacer las supresiones que le pedía el Ministerio de Información de modo tal que no se produjeran recorridos en el texto que obligaran a componerlo de nuevo (con el consiguiente costo y retraso), o que en la siguiente edición, gestionada también por el propio Aymà en la editorial Andorra, esas enmiendas se debieron ya a la mano del propio Sender. ¿Minucias filológicas de variantes textuales para solaz y entretenimiento de especialistas? Depende de cómo se mire, porque en muchos casos se trataba de párrafos enteros y porque, por acumulación ‒como puede comprobarse en el apéndice que incluye este libro‒ llegan a alterar en cierta medida el impacto del conjunto.

Joaquín Maurín

Otro de los puntales sobre los que se sustenta este apasionante recorrido es el archivo personal de Joaquín Maurín (1896-1973) y el magnífico epistolario que mantuvo con Sender y que en su día preparó y editó Francisco Caudet. A través de este material se traza una imagen precisa de las circunstancias en las que debían desenvolverse los escritores del exilio republicano de 1939, con acceso difícil a las editoriales asentadas en sus países de acogida, que además estaban inmersas en sus propios procesos evolutivos, con la alternativa de publicar en empresas a las que se impedía distribuir sus libros en España o de autopublicarse sin ninguna esperanza de una difusión mínimamente decente. En otras palabras, sirve a la autora para cartografiar el mapa del campo editorial anómalo en el que durante muchos años se vieron obligados a jugar este amplio conjunto de escritores valiosos.

Victor Alba

Además de redondear y precisar la imagen que hasta ahora teníamos de Maurín como agente literario oficioso de Sender, por fin queda más precisamente establecidas las circunstancias y los canales mediante los que, ya en septiembre de 1953 y gracias a la iniciativa de Víctor Alba (Pere Pagès i Elies, 1916-2003), Maurín propició que Sender intentara que la editorial de José Janés (1913-1959) le publicara algún libro en España y cómo este se topó con un tipo de censura insalvable pese a informes favorables de los lectores censores: Sender era impublicable no porque su obra defendiera unas determinadas ideas o mostrara una determinada imagen de España, sino simplemente por ser quién era; y la decisión la tomaba la Dirección General de Información. Aun así, es pertinente constatar que, como bien podría hacer cualquier defensor del franquismo, que en 1946 el editor Javier Morata había obtenido autorización para importar ejemplares de un libro suyo, pero conviene no olvidar que se trataba de tan solo diez ejemplares, lo que es tanto como decir apenas nada. También del Archivo General de la Administración, lógicamente, se ha servido con profusión la autora para dilucidar los procesos a los que fueron sometidas las peticiones de diversos editores para dar a conocer la obra de Sender a sus lectores naturales. Asimismo, le permiten establecer y documentar cómo la evolución política del franquismo fue evolucionando no en una estrategia de apertura hacia la obra del exilio republicano, sino más bien como un modo de instrumentalizar determinados textos para limpiar un poco sus manos manchadas de sangre inocente.

Los Aymà, padre e hijo.

También son del máximo interés las páginas dedicadas a la recepción que tuvo a lo largo del franquismo y la posición que ocupó en el canon forjado por los estudiosos de la literatura española, algunos de los cuales demostraron ser incapaces de separar la antipatía personal o la discrepancia política del juicio estético, mientras que otros se enfrentaban a enormes dificultades, cuando no a la imposibilidad, de acceder a la obra completa de los autores a los que pretendían evaluar ( y eso vale para Sender, pero también para Manuel Andújar, Francisco Ayala, Max Aub y una extensísima nómina de escritores de primer orden). Sirva como mínimo de ejemplo de cómo y hasta qué punto varias generaciones de españoles recibieron y en muchos casos asumieron una escala de valores literarios maleados en origen, y sobre todo de advertencia del enorme trabajo que aún queda pendiente de hacer para revertir y actualizar esa situación, pese a la labor ya llevada a cabo, entre otros, por los insignes filólogos mencionados en el párrafo inicial.

Ramón J. Sender.

Como escribe con irrebatible acierto Fernando Larraz en el prólogo, este libro es «una aportación fundamental a la reconstrucción de nuestra historia cultural del siglo pasado que trasciende el mero estudio de caso», porque, si bien sitúa la historia editorial de Crónica del alba en primer plano, el fondo sobre el que se desarrolla esa historia queda perfectamente perfilado y delineado, y saca a la luz toda una serie de aspectos que pueden servirnos para comprender mejor otros muchos casos de «recuperación» de la obra literaria ‒pero también pictórica o cinematográfica, por ejemplo‒ de los exiliados republicanos de 1939 durante el franquismo. En este sentido, quizás el título elegido podría llevar a engaño, porque el texto de Pueyo Dolader va mucho más allá de lo anunciado. Decir que El triángulo editorial de «Crónica del alba» es una pequeña joya sólo es cierto si nos limitamos a contar el número de páginas del volumen; no tiene nada de pequeña pero sí es una joya.

El exagente de la CIA Philip Agee, la autocensura editorial y el hispanomexicano José Ramón Enríquez

La primera edición en español de Inside the Company: CIA diary, del exagente de inteligencia y luego polémico escritor Philip Agee (1935-2008), a quien se considera el primer tránsfuga de la CIA, la publicó en España en septiembre de 1978 la editorial Laia como número 37 su añorada colección Paperback, en traducción de María Antonia Menini y, según consta en los créditos, revisada por E. L., con el título Diario de la CIA. La compañía por dentro y con un prólogo del autor para esa edición.

El escándalo generado en todo el mundo por ese libro, que con los siguientes suyos ponían al descubierto las operaciones de Estados Unidos para marcar el rumbo político de los países latinoamericanos, fue más que notable, y durante mucho tiempo su autor se vio obligado a cambiar de residencia con cierta asiduidad debido a las presiones de los gobiernos estadounidenses de turno.

Apenas un año después de la aparición de ese título en Laia aparecía la misma traducción en coedición con Bruguera, con una cubierta diseñada por el argentino Mario Ezquenazi, y hasta mayo de 1987 no aparecería la edición argentina en Sudamericana, en traducción de Silvia Lerendegui y con una cubierta atribuida a Mario Blanco pero idéntica a la de Penguin.

En su interesantísimo libro La otra guerra secreta, Jacinto Rodríguez Munguía reconstruye el largo proceso de revisión y reconsideración al que esa traducción fue sometida en la editorial Grijalbo, pues se temía sobre todo una reacción devastadora por parte del presidente mexicano Luis Echeverría (1922-2022) porque en ese libro no queda en muy buen lugar y además saca a la luz aspectos hasta entonces muy poco conocidos de la llamada matanza de Tlatlelolco, entre otros detalles comprometedores (como la estrecha relación del presidente Díaz Ordaz con la CIA, por ejemplo). Todo ello podía desembocar incluso en una prohibición del libro, y es de suponer que el caso del libro de Oscar Lewis (1914-1970) Los hijos de Sánchez ‒que provocó o por lo menos propició la salida de del Fondo de Cultura Económica de Arnaldo Orfila Reynal (1897-1998)‒ seguía en la memoria de muchos editores.

Un aspecto relevante en la decisión de comprar o no los derechos para su publicación era precisamente el riesgo, porque el contrato obligaba a la publicación en el término de dieciocho meses o se perdería ese derecho, pero en el otro lado de la balanza se temía que otras editoriales, y en particular los argentinos y españoles, o incluso empresas anónimas y clandestinas, pudieran arrebatar a Grijalbo la oportunidad de publicar un libro de enorme potencial comercial. Por ello, la editorial empezó a tantear al gobierno mexicano y a remitir diversas cartas al presidente Echeverría que sistemáticamente quedaban sin respuesta.

Vale la pena recordar también que, coincidiendo con la aparición de la versión original del libro de Agee en Penguin, a finales de 1974 Gabriel García Márquez (1927-2014) había entrevistado al autor (en España se publicó en la revista Triunfo) y que incluso periódicos mexicanos ‒algunos tan difundidos como Excelsior, por ejemplo‒ ya habían puesto de manifiesto el potencial escándalo político que el libro podía propiciar en Latinoamérica.

Según documenta Rodríguez Munguía, en Grijalbo se sometió el texto a una severa y minuciosa revisión, se detectaron algunos pasajes arriesgados en exceso, se sugirieron cambios de cierta importancia (aun a riesgo de que el autor los rechazara) y ese texto revisado ‒tal vez uno de los casos mejor documentados de autocensura editorial‒ fue el que apareció finalmente en Laia, precedido de una nota en la que el autor aludía sin detalles a algunas de las causas del retraso de su aparición en español:

La edición española tenía que haberse editado hace tres años, pero la intervención de un gobierno interesado impidió su publicación hasta ahora. Pero finalmente los lectores de España, Latinoamérica y otros países hispanoparlantes tendrán otro que añadir a la colección de libros, que revelan la actuación de la CIA aparecidos en estos últimos años.

Esa desagradable tarea de manipulación del texto recayó en José Ramón Enríquez, quien en noviembre de 1974 ya firmaba como director del Departamento de Producción de Grijalbo un informe en el que proponía algunas modificaciones tendentes a evitar que la edición en español pudiera ser censurada en México y, en menor medida, en otros países latinoamericanos cuyos gobiernos salían muy mal parados pero donde la pérdida económica para Grijalbo era sensiblemente menor.

José Ramón Enríquez, nacido en Ciudad de México en 1945, fue el segundo de los tres hijos del periodista y pedagogo español Isidoro Enríquez Calleja (1900-1971), quien durante la guerra había publicado La literatura antifascista en la nueva escuela (¿1937?)y al término de la misma había llegado a México a bordo del Sinaia integrado en uno de los primeros contingentes de republicanos (se da la circunstancia que si en 1989 pudo hacerse una edición facsímil del diario publicado a bordo por los republicanos españoles fue gracias a que Enríquez Calleja conservó cuidadosamente durante años dieciocho originales de ese singular periódico). Fue también gracias a la ayuda de su padre que ya en 1963 pudo publicar José Ramón Enríquez su poemario Al pie de mi amor clavado, con pie editorial de Oasis.

Casi inmediatamente después inicia José Ramón Enríquez el noviciado como franciscano, que se homosexualidad le lleva a abandonar tiempo para luego militar en el Partido Comunista y a convertirse en activista de los derechos civiles y en particular de los de los homosexuales. Después de iniciar y abandonar estudios en letras hispánicas, se introdujo en el sector editorial como corrector de estilo y traductor, pero eso no le impidió matricularse en 1968 en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (que abandonó dos años después).

En 1970 la misma editorial Oasis le publica el libro que le da a conocer más ampliamente, Ritual de estío (que incluye la obra homónima y La validez del sueño), y la primera mitad de esa década la dedica intensivamente a la creación teatral en un sentido muy amplio (actor, director, dramaturgo) y pasa por la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Son también los años en que frecuenta el Teatro Clandestino de Vicente Leñero (1933-2014), Luis de Tavira y Osvaldo Dragún (1929-1999).

En Grijalbo, además de corrector de estilo y traductor, ejerció como director editorial entre 1974 y 1976, para pasar luego a dirigir durante 1977 las ediciones destinadas al mercado latinoamericano. Posteriormente asesoró a la dirección literaria del Fondo de Cultura Económica en los años 1978 a 1982 y ocupó cargos de dirección también en el Departamento de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Puebla, entre 1983 y 1984, en Océano los dos años siguientes y en Esfinge. Al mismo tiempo, había iniciado una frecuente labor como crítico literario y teatral, entre otras cabeceras en El Heraldo Cultural y La Cultura en México y fue jefe de redacción de El Machete, revista financiada por el Partido Comunista Mexicano y dirigido en esos años por el antropólogo también hispanomexicano Roger Bartra.

Sin embargo, la vocación le llevó a convertirse sobre todo en reputado un hombre de teatro con una extensa e influyente obra a sus espaldas.

Fuentes:

José Ramón Enríquez, «Isidoro Enríquez Calleja. De Juan de Mairena a la lección lorquiana», en María Teresa González de Garay y José Díaz-Cuesta Galián, coords., El exilio literario de 1939. Setenta años después, Universidad de La Rioja, 2013, pp. 49-55.

María Teresa González de Garay, «José Ramón Enríquez. Un ritual para Telémaco», Revista de la Universidad de México, núm. 124 (2014), pp. 67-71.

Clary Loisel, «Entrevista con José Ramón Enríquez», Latin American Theatre Review, vol. 36, núm. 1 (otoño 2002), pp. 127-131.

Jacinto Rodríguez Munguía, La otra guerra secreta, Barcelona, Grijalbo, 2016.

Mª Teresa Santa María, «Panorama de la dramaturgia española exiliada en México», Las Puertas del Drama. Revista de la Asociación de Autores de Teatro, núm. 52 (2019).

Javier Dieta Pérez, censor de libros

En numerosos estudios sobre la censura de libros en la España franquista aparece reiteradamente el nombre de uno de los lectores al que Fernando Larraz ha calificado como «el exponente más tenebroso de la censura», Javier Dieta, cuya intervención fue decisiva en un muy buen número de libros importantes y sobre el que sin embargo sabemos muy poco, tanto acerca de su pasado como de su destino tras su paso por censura.

Funcionario de la administración civil, Dieta empezó a colaborar en la censura a principios de 1954, y, a la vista de sus numerosos informes sobre novelas españolas, el mencionado Larraz lo caracteriza del siguiente modo «Trata de compensar en ocasiones su escasa altura intelectual con voces latinas innecesarias como “ad cautelan” o “verbatim”, que contrastan con el abuso de coloquialismos impropios que dan muestra de la soltura y confianza con las que se movía por el Servicio [Nacional de Propaganda]»

En marzo de 1954 le toca informar sobre la novela de Juan Goytisolo (1931-2017) Juego de manos, a la que no pone reparos porque según su lectura «El aire general de la novela es no obstante de desaprobación [de los actos del grupo protagonista]. Casi ellos mismos tienen conciencia de que son víctimas de una mala educación familiar, así al contar sus vidas, y mucho de ambiente».

En enero de 1956 firmaba el informe de El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019), presentada por la editorial Destino, que es evidente que no le gustó pero acertó al identificar su realismo: «Algo así como si se hubiese tomado en cinta magnetofónica aquellas conversaciones, todos los gritos, canciones, toda clase de ruidos, etc., etc. Ahí debe de estar el valor de la novela», si bien añade que «Abundan los tacos, que no considero suprimibles, aunque me parecen de muy mal gusto».

Italo Calvino y Jorge Luis Borges.

La editorial barcelonesa Edhasa presentó a censura el compendio de ensayos Discusión, de Jorge Luis Borges (1899-1986), al que en un informe de finales de 1956 Dieta puso bastantes reparos, sobre todo porque «lo malo es que [el autor] se mete en teología y mete la pata de lleno», según escribe, así es que elimina un par de textos, mientras que los autorizados tampoco salen indemnes al embate del lápiz rojo. Por razones que están por dilucidar, el caso es que Edhasa nunca llegó a publicar ese libro (que era una versión revisada del que en 1932 publicara en Buenos Aires Manuel Gleizer Editor).

César Arconada.

En abril de 1957 considera también autorizable otra novela de Juan Goytisolo, El circo, a la que califica de «novela de ambiente», y Central eléctrica, de Jesús López Pacheco (1930-1997), que acababa de quedar finalista en el Premio Nadal (ese año lo ganó el sacerdote José Luis Martín Descalzo con La frontera de Dios). Mientras según el profesor Pablo Gil Casado ‒que la vincula muy estrechamente con La turbina de César Arconada (1898-1964)‒ «Central eléctrica contiene una fuerte crítica de las injusticias, testimonialmente expuestas, a que se ve sujeta la clase obrera y campesina», Dieta empieza su informe calificándola de «Novela con “quid” social».

Otro caso bien estudiado ‒por Lucía Montejo Gurruchaga en Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra‒ es el de Una mujer llega al pueblo, con la que Mercedes Salisachs (1916-2014) ganó el Premio Ciudad de Barcelona (y con la que Dieta se cebó a gusto). Lo interesante en este caso hay constancia de que la autora se puso en contacto con el censor, y solo pueden hacerse suposiciones acerca de cómo supo la autora quién había informado sobre su novela. El caso es que acaso fuera este contacto el que propició que en un segundo informe Dieta se mostrara menos duro y, con todos tijerazos, al final la novela pudo publicarse (en Planeta).

En el sentido de las agujas del reloj: Josep M. Castellet, José María Valverde. Joan Petit, Barral y Víctor Seix.

Estos son tus hermanos, de Daniel Sueiro (1931-1986), la presentó a censura Seix Barral en junio de 1961, y Javier Dieta fue uno de los cinco lectores que, a instancias de los sucesivos recursos de Sueiro, informaron sobre ella (casi todos denegando su autorización pese a las enmiendas y supresiones introducidas por el autor). En un interesante artículo seminal sobre las relaciones entre el editor barcelonés Carlos Barral (1928-1989) y la censura, Cristina Suárez Toledano ya reprodujo una delirante expresión de Dieta en ese informe muy ilustrativa de su carácter: «¡Insisto en la negativa con mi sangre!». También de 1961 son las mutilaciones en El río que nos lleva, de José Luis Sampedro (1917-2013), y que ya Larraz denunció que se mantuvieron incluso en la edición supuestamente crítica publicada en la colección Letras Hispánicas de Cátedra, y la propuesta, aceptada, de denegación de permiso para publicar Fata Morgana, de Gonzalo Suárez.

Dos años después, en 1963, le pegaba solo tres tijerazos a Fiestas, de Juan Goytisolo, que desde 1958 ya circulaba por América gracias a la edición de Emecé.

El informe de Dieta acerca de Crónica de un regreso, de Andrés Sorel (Andrés Martínez Sánchez, 1937-2019) presentada a censura en marzo de 1964 por Seix & Barral, tiene también su miga, pues incluye otra exclamación antológica, referida a Sorel: «¡Lástima la ideología del autor!», a quien califica además como «tonto útil». Por si fuera poco, añade nuevas tachaduras a las que ya exigían dos informes previos, de modo que tras algunas vicisitudes más la obra fue prohibida y no se publicó hasta 1981 (en Ediciones Libertarias).

La novela del poeta y gestor cultural Ernesto Contreras Taboada (1933-1993) La tierra prometida también la presentó Seix & Barral en 1964, y aunque Dieta propuso eliminar cuatro páginas enteras, finalmente no fue autorizada su publicación en España y apareció años más tarde (en 1967) en la editorial uruguaya de Benito Milla (1918-1987) Alfa. Lo curioso en este caso es que circula una edición previa en portugués con el título A terra nostra, ‒cuya traducción firma un sospechosamente prolífico y políglota Sousa Victorino‒, y publicada en abril de 1963 en la colección Miniatura de la lisboeta Livros do Brasil.

En 1966 propuso autorizar una versión severamente expurgada del Homenaje a Cataluña de Georges Orwell (1903-1950), que no se tuvo en cuenta y que no se publicaría hasta 1970.

Por supuesto, también cayó en sus manos algún libro del multicensurado Paco Candel (1925-2007), y en concreto la segunda edición de Donde la ciudad cambia su nombre (1962), más expurgada de expresiones vulgares que la primera, con lo que, dada la naturaleza de los protagonistas, le resta veracidad y realismo. También mutiló a fondo Han matado un hombre, han roto un paisaje, en la que considera que «la violencia formal es asombrosa».

Los ejemplos son solo ilustrativos, y se podrían añadir a ellos los de Ya no humano, del novelista japonés Osamu Dazai (1909-1948) presentado por Seix Barral en 1960; El desprecio de Alberto Moravia (1907-1990), del que a Juan Oteyza se le había denegado autorización para importar un centenar de ejemplares de la edición de Losada, en 1968 (la publicó Plaza & Janés), o incluso el poemario Arde patria de Blas de Otero (1916-1979), presentado en 1962 por Ramón Julià López para publicarlo en la colección Poesía Contemporánea Española de RM (y en muchos de cuyos versos detecta Dieta «bilis política»), que finalmente apareció mutiladísimo en RM con el título Que trata de España y en la parisina Ruedo Ibérico en versión íntegra.

 Y aun así, no es mucho lo que se sabe de Javier Dieta. En el Boletín Oficial del Estado de 14 de junio de 1955 su nombre aparece como uno de los que no pueden presentarse a unas oposiciones para ingresar en el Cuerpo de Secretarios de la Magistratura de Trabajo hasta que presente los certificados de buena conducta y penales, pero solo un año más tarde, concretamente en el BOE del 21 de junio de 1956, el Cuerpo de Técnicos Especiales de Información y Turismo le otorga, también por oposición, plaza como técnico especial de tercera clase en el (con un sueldo de 21.000 pesetas, en catorce pagas). Además, firmando como Javier Dietta, la Secretaría General Técnica de la Presidencia del Gobierno le publicó como volumen 13 de la colección Estudios Administrativos Las Secretarias Generales Técnicas (1961) y la Secretaría General Técnica del Ministerio de Información y Turismo Los organismos colegiados del Ministerio de Información y Turismo: composición y funciones (1964), donde se le describe como «jefe de la Sección Informativa de la Secretaría General Técnica» y poco más. Tampoco parece que sobre su actividad tras la desaparición de la censura se haya divulgado ninguna información.

Fuentes:

Francisco Álamo Felices, «La censura», en La novela social española. Conformación ideológica, teoría y crítica, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería, 1996, pp. 79-107, reproducido en Represura, 6 de marzo de 2019.

Ana Gargatagli, «Borges traducido a leyes inhumanas. La censura franquista en América», 1611: Revista de historia de la traducción, núm. 10 (2016).

Pablo Gil Casado, La novela social española (1942-1968), Barcelona, Seix Barrall, 1968.

Fernando Larraz y Cristina Suárez Toledano, «Realismo social y censura en la novela española (1954-1962)», Creneida, núm. 5 (2017), pp. 66-95.

Fernando Larraz, Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo, Gijón, Trea, 2013.

Lucía Montejo Gurruchaga, Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2010.

Cristina Suárez Toledano, «“La insolidaridad localista y rencorosa”. Novelas de regresos imposibles a la España fracturada en el catálogo invisible del editor Carlos Barral», Diablotexto 13 (junio de 2013), pp. 15-31.

Nabokov en español antes de la anagramática Biblioteca Nabokov

Entre los materiales de primera mano que incluye el libro Los papeles de Herralde, uno de los más llamativos y jugosos es una carta dirigida a la reputada agente literaria Anne-Marie Vallat y fechada en abril de 1988 en la que el editor de Anagrama describe la conducta y los modales de cierta agente estadounidense como «más propios para otros menesteres no relacionados con el intelecto ni con la literatura». Según se hace constar entre corchetes, la agente en cuestión es Nikki Smith, y todo el asunto y disgusto estaba vinculado con el ímprobo esfuerzo de Anagrama por reunir el grueso de la obra de Vladimir Nabokov (1899-1977).

Vladimir Nabokov e hijo.

La introducción de Nabokov al lector en lengua española databa cuanto menos de 1945, cuando la editorial chilena Zig-Zag puso en circulación la traducción de Dubrovski el bandido de Pushkin como número 51 de la Serie Roja ‒con sobrecubierta diseñada por Mauricio Amster‒, precedido de un prólogo firmado por «Vladimir Nabokov Sirin» (recuérdese que uno de sus seudónimos más habituales entre los años veinte y cuarenta fue Vladimir Sirin).

Sin embargo, probablemente la primera novela de Nabokov traducida al español sea Cámara oscura, obra de José María Riba y publicada por la empresa barcelonesa Luis de Caralt en 1951, a la que seguiría un largo silencio que permite especular sobre la escasa repercusión de esta obra. En 1958 aparece en Santiago de Chile la traducción de María Espiñeira de Monge de Pnin, que publican las Ediciones del Nuevo Extremo, al parecer, por lo menos en un momento inicial, sin apenas ninguna reacción ni de la crítica ni de los lectores.

Hay que esperar hasta 1960 para que la efímera editorial F.I.C.S.A. publique en España El engaño como primer número de la no menos efímera colección Nueva Ola. La traducción en este caso la firma el prolífico e incombustible Fernando Gutiérrez (1911-1984), pero lo más curioso de esta edición quizá sea que en los paratextos se presente al autor como «El celebrado autor de Lolita», una obra que acababa de traducir al español el ya prestigioso Enrique Pezzoni (firmándola como Enrique Tejedor) y había publicado la Editorial Sur en Buenos Aires en 1959 pero que ‒por lo menos legalmente‒ no circulaba en España porque la censura la había prohibido; del mismo modo que la censura argentina secuestró la edición de Sur por considerar la novela «inmoral» y para evitar así que pudiera corromper a lectores menores de edad. Al año siguiente aparecía en la colección Hipocampo de Plaza & Janés Risa en la oscuridad (es decir, Cámara oscura) en traducción de Antonio Samons.

De nuevo fue Sur quien editó en 1963 la compilación de cuentos aparecidos previamente en revistas Madamoiselle O (publicada originalmente en 1958 por Doubleday), en esa ocasión traducidos por un veinteañero Edgardo Corazinsky, quien a su vez emplearía años más tarde una cita procedente de este libro en su cuento «Literatura» (incluido en La novia de Odessa, Emecé, 2001).

Jaime Piñeiro González (también conocido como Hubert Keussel) tenía muy poca experiencia como traductor cuando se ocupó de ¡Habla, memoria!, que Plaza & Janés imprimó en Barcelona (en Limonograph) en enero de ese mismo año con un paratexto alusivo también a Lolita («La autobiografía del autor de Lolita»), y dos años más tarde (1965) aparecía en México Don, publicado por Diana y con traducción firmada por el poeta y dramaturgo Carlos Barrera (1888-1970). Dos años después, de nuevo en Santiago de Chile Pomaire reeditaba Pnin, y en 1966 había aparecido un original ensayo, en el segundo volumen del libro de homenaje a Rodríguez Moñino publicado por Castalia, dedicado a «Lolita de Nabokov y Los puritanos de Palacio Valdés (un paralelismo literario)» que firmaba el poeta y filólogo de origen filipino Federico Sánchez Escribano (1898-1969), por entonces profesor universitario en Estados Unidos.

Durante la década de los sesenta, pues, Nabokov era a ojos de los lectores el autor de Lolita, una novela cuya lectura estuvo muy contaminada ya de origen por haberla publicado Maurice Girodias (1919-1990) en su parisinas Olympia Press y luego por los problemas que había tenido con la censura moral en diversos países; Nabokov era un autor al que podría llamarse algo así como un one hit wonder y todos los esfuerzos editoriales por revertir esa situación se habían visto abocados al fracaso más o menos estrepitoso.

Los años setenta, en lo que aquí nos ocupa, se abren con la edición en Barral Editores de la obra teatral Vals y su invención (1971) en traducción de Antonia Kerrigan (1952-2023), y pudiera parecer que eso empezaría a cambiar. Ese mismo año aparece en Edhasa, traducida por Lidia de García Díaz, Invitado a una decapitación. De 1972 es Masherka en Lumen (traducida por Andrés Bosch); de 1974, la novela breve El ojo en Júcar (traducida por Mireia Bofill) y Tiempos románticos, de nuevo en Lumen (traducida por Román García Azcárate); y de 1975 la edición en Grijalbo de Lolita, en una traducción que se publica de nuevo con la firma de Enrique Tejedor, pero «tuneada». En palabras de Magalí Libardi, que ha cotejado las tres versiones (traduzco): «La edición de Grijalbo presenta una primera revisión del texto de Pezzoni que mutila la versión original hasta hacer de ella un texto más decoroso (convirtiéndolo, en cierto modo, en una bella infiel moderna)».

De 1976 es la edición en la colección Horizonte de Sudamericana del libro de cuentos de la etapa rusa El Tiranicida (en traducción de Carlos Gardini); de 1977 son las entrevistas de Opiniones contundentes en la colección Persiles de Taurus (traducidas por María Raquel Bengolea), Pálido fuego en Bruguera (en traducción de Aurora Bernárdez); de 1978, año jubiloso para los nabokovianos, son Desesperación (en traducción de Rodrigo Escudero) en las argentinas Ediciones Librerías Fausto del legendario librero y editor argentino Gregorio Schvartz (1913-2001) y simultáneamente en la barcelonesa Argos Vergara (con un diseño de cubierta pinkfloyano), Trece relatos en la fabulosa colección Punto Omega de Guadarrama (en traducción de Isabel Herranz), La verdadera vida de Sebastian Knight en Plaza & Janés (en una edición en que de nuevo se presenta a Nobokov como el «autor de Lolita» y en traducción de Ana Mª de la Fuente), y la década se cierra con una edición en Sudamericana con Detalles de un crepúsculo y otros cuentos (1979), traducidos por Lucrecia Moreno de Sáenz.

Es evidente que la obra de Nabokov en español estaba muy dispersa, no siempre se había traducido con unos estándares de calidad muy exigentes ‒y tratándose de un reconocido maestro de la aliteración eso tiene su miga‒, lo cual entorpeció notablemente la calidad de las ediciones posteriores, y además muchas de esas obras no eran fácilmente accesibles al lector interesado. Según cuenta Jorge Herralde en «Nabokov: la cocina de una Biblioteca», al iniciarse la década de los ochenta Anagrama empezó a gestionar, a través de Anne Marie Vallat y «con el máximo sigilo para evitar interferencias de algún querido colega», la obtención de los derechos de todas las obras importantes de Nabokov, un proyecto que no se materializó hasta mediada la década, no dejó de tener sus tropezones (en particular, con las traducciones de Lolita) y en algunos casos se vio en la necesidad de retraducir las obras da capo. El inicio de unas obras completas tendría que esperar al siglo XXI (en la impresionante colección de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), un proyecto que lamentablemente quedó trunco tras publicar solo dos volúmenes de novelas (La verdadera vida de Sebastian Knight, Lolita, Barra siniestra y Pnin, y Pálido fuego, Ada o el ardor, Cosas transparentes y ¡Mira los arlequines, ambos en 2006).

En cuanto a Nikki Smith y su esposo el abogado Peter Skolnik, se convirtieron en agentes de los derechos sobre la obra de Nabokov en abril de 1986 en la veterana agencia Sanford J. Greenburger Associates (creada en 1932), que pronto se ganó fama por representar en el ámbito anglosajón a Simone de Beauvoir, Frank Kafka, Antoine de Saint-Exupéry y Jean-Paul Sartre, entre otros, pero que una vez fallecido el fundador (1971) y gestionada por la docena de agentes que en ella trabajaban acabó por ser más conocida por tener en su catálogo a James Paterson y Dan Brown. En 1988 el matrimonio que representaba a Nabokov creó Smith/Skolnik Literary Management, que en 1995 tuvo que lidiar con la demanda interpuesta por Dmitri Nabokov contra Farrar Straus & Giroux para proteger los derechos de autor de Nabokov sobre El diario de Lo (una novela de la italiana Pia Pera que pretende revisar el mito de Lolita). No sería hasta el año 2008 que Dmitri Nabokov decidió reemplazar a Smith/Skolnik por la Wylie Agency.

Fuentes:

María Ximena Eizayaga, «Malinterpretación y censura de Lolita. El caso Sur (1959)», Gramma Universidad del Salvador, núm especial 10 (2020).

Jordi Gracia, ed., Los papeles de Herralde. Una historia de Anagrama 1968-2000, Barcelona, Anagrama (Biblioteca de la Memoria 43), 2021.

Jorge Herralde, «Nabokov, la cocina de una Biblioteca», en Opiniones mohicanas, Barcelona, El Acantilado, 2001, pp. 43-45. (Publicado originalmente en ABC Cultural en abril de 1999).

Roberto Monforte Dupret, «Nabókov, Vladímir Vladímirovich» en el portal Diccionario Histórico de la Traducción en España.

Leon Neyfakh, «Wylie Agengy adds Nabokov Estate to Its Client List», The Observer, 19 de junio de 2008.

Yuri Leving, «Selling Nabokov. An interview with Nikki Smith», Nabokov Online Magazine, vol. VII (2013), 13 pp.

Magalí Libardi, «Censorship, Retranslation and Invisibility in the Spanish Edition of Nabokov’s Lolita», Ideas, vol 4, núm 4 (2018), pp. 1-18.

Anna Richardson, «Another estate heads to Wilye», The Bookseller, 24 de junio de 2008.

Anne Marie Vallat, «Sobre la necesidad de rastrear la vida del libro», en Negociación de derechos. Trascendiendo fronteras (Memoria del III Foro Internacional de Editores FIL Guadalajara 2004), Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, Universidad de Guadalajara, Editorial Universitaria, 2005, pp. 35-38.

El primer editor de Josep Pla, de Manresa a Buenos Aires

Ignasi Armengou

Los dos nombres que han pasado a la historia como los editores del irrepetible prosista catalán Josep Pla (1897-1921) son sin ninguna duda Josep Maria Cruzet (1903-1962) en Selecta y Josep Vergés (1910-2001) en Destino. Sin embargo, ninguno de ellos fue el primero en editar una obra suya, sino que tal honor corresponde a Ignasi Armengou i Torra (1895-1954).

Armengou se habíia bregado desde muy joven como periodista en su Manresa natal, primero en la revista Cenacle (1915-1917), donde firmaba como J. de Riudor y cuyas páginas albergaron textos de Joaquim Ruyra (1858-1939), Carles Riba (1893-1959), Joan Arús (1891-1982), Manuel Brunet (1889-1956) y un joven Josep Pla que justo entonces empezaba también a foguearse en revistas comarcales.

Posteriormente fundaría el periódico nacionalista Joventut (1918), donde destaca el nombre de quien sería gran cultivador del género del reportaje Josep M. Planes (1907-1936), dirigiría El Pla de Bages y colaboraría en la continuación de Cenacle, Ciutat (1926-1928), antes de convertirse en un habitual de las publicaciones barcelonesas (Mirador, La Publicidad y, firmando como Màrius Vidal, en el órgano de los socialistas catalanes del momento, Justicia Social).

La idea de crear una editorial que se abriera a publicar en catalán un tipo de libros de gran aceptación pero de intención no estrictamente estética, y que contribuyera además a la profesionalización de los escritores catalanes se ha atribuido tanto a Josep Pla como a Manuel Brunet e Ignasi Armengou, pero en cualquier caso, según la versión de Pla, Armengou le escribió a París proponiéndole publicar en forma de libro una combinación de algunos de sus mejores artículos periodísticos con algunos textos originales, así que, si podemos creerle, en la iniciativa de Armengou está el orígen del Pla autor de libros.

En un interesante artículo publicado en La Publicitat el 30 de abril de 1925, titulado con mucha agudeza «Per una editorial independent» y escrito en primera persona del plural, Pla describía el proyecto como la iniciativa de unos cuantos amigos que deseaban ver publicados «llibres catalans de caràcter independent». Menciona además los cuatro primeros títulos programados: una novela de Brunet, un libro de memorias de Eugeni Xammar (1888-1973), una recopilación de cuentos de Ramon Raventós (1882-1923) y el aludido libro ideado por Armengou (sin mencionarlo), y expresa también la voluntad de publicar, inicialmente, cuatro títulos anuales a modo de prueba, pero con la exclusión explícita del género poético. El propósito sería dar voz a lo que llama «escriptors independents», que según él eran rechazados por grupos como el de La Revista por motivos extraliterarios (pone como ejemplo Concepte general la ciència catalana, de Francesc Pujols).

Es curioso el ejemplo de La Revista porque en los tres primeros libros editados por Diana aparece como sede el número 125 de la Rambla Catalunya, el mismo edificio que albergaba esa publicación (y también de la colección La Novel·la Estrangera de Ventura Gassol i Joan Gols), y más tarde aparece como tal la calle Petritxol, número 5. Otro de los cambios que se produjo en la trayectoria de esta editorial fue el de impresor. Hasta 1926 el impresor es Eduard Castells, si bien en su epistolario Armengou daba por hecho que los imprimiría la prestigiosa Altés, pero luego pasa a serlo Antoni López Llausàs.

En realidad, las heterogéneas Ediciones Diana estrenaron en la primavera de 1925 una Bibblioteca d’Escriptors Independents con Coses vistes, de Pla (que según dejó escrito tuvo dos ediciones de dos mil ejemplares) y El meravellós desembarc dels grecs a Empúries de Brunet, pero en contra de los previstos a estos siguieron ese mismo año Ma vida en doina. Memòries del Doctor Verdós, de Joan Santamaria (1884-1955) y Rússia, de Pla. Al año siguiente se publicaron La llanterna màgica, de Pla, La filla d’en Tartarí, de Santamaria y (fuera de colección y con ilustraciones de Joan Llaverias) L’anell dels Nibelungs, una de las primeras obras de Cèsar August Jordana (1893-1958), que por entonces era uno de los colaboradores de la Sociedad de Estudios Militares (SEM), dato que luego cobrará sentido.

Este desnortado proyecto editorial llegó finalmente a publicar solo cuatro títulos más: L’apòstol (1927), de Santamaria, La caravana (1927), de Josep Maria Millàs-Raurell (1896-1971), Relació (1927), de Pla, y El conspirador sentimental, de Francesc Madrid (1900-1952).

En 1967, al reconstruir las vicisitudes de Rússia (libro del que dice que se hicieron «cinco reediciones seguidas ‒5000 ejemplares‒ en un espacio muy corto de tiempo»), explicó Josep Pla:

Ignacio Armengou tuvo la desgracia de nombrar depositario general y distribuidor del libro a un individuo que tenía una librería en la Rambla de Catalunya, muy cerca del cine Kursaal. Mientras se agotaba la quinta reimpresión y Armengou se ponía manos a la obra con la sexta, constató que el depositario general se había llevado el pastel sin hacer ninguna liquidación. Nadie, que yo sepa, lo ha vuelto a ver. Armengou, con toda esta historia, perdió mucho tiempo y bastante dinero.

Es muy probable que la librería a la que alude sea la Llibrería Italiana que habían fundado el abogado y pintor Magí Sandiumenge (1885-1930) como socio capitalista, que murió pocos años después en Guinea Ecuatorial, y de la que entre 1923 y 1926 (durante la dictadura primorriverista) fue gerente Miquel Ferrer i Sanxís (1899-1990), quien por su implicación en un intento fallido de asesinar al rey Alfonso XIII (complot del Garraf) sería condenado a seis años de prisión.

La Llibrería Italiana, que ocasionalmente actuó como editora ‒Joventut del príncep, de Wilhelm-Meyer Foster en 1924‒ tenía fama de ser un nido de independentistas y era vigilada por las autoridades represivas primorriveristas, que acabaron por cerrarla. Lo cierto es que allí se celebraban las clases teóricas de instrucción militar organizadas por la Societat de Estudis Militars (uno de cuyos objetivos era crear un ejército catalán) e impartidas por Miquel Àngel Baltà (1892-1964).

El librero Miquel Ferrer dejó en sus memorias el siguiente retrato de Armengou, que acudía en ocasiones a la librería (traduzco):

Ignasi Armengou, un abogado joven, que con el tiempo sería director de la Oficina de Turismo de la Generalitat de Catalunya, ubicada en la Gran Vía, era uno de los primeros afiliados a la Unió Socialista de Catalunya y un asiduo colaborador de Justicia Social. No sé cómo, entabló buena amistad con Manuel Brunet, por entonces redactor del diario Las Noticias de Barcelona.

En cualquier caso, concluida esta aventura (que sorprendentemente Farreras Duran calificó como «uno de los éxitos más remarcables durante la dictadura del 1923 al 1930»), Armengou se centró en el turismo, hasta que al producirse el levantamiento totalitario de 1936 se sintió amenazado por la Federación Anarquista Ibérica y se estableció en París, de donde pasaría en 1938 a Buenos Aires.

De su paso por Argentina quedan como testimonio sus colaboraciones con el Casal de Catalunya en Buenos Aires y sus textos en algunas revistas del exilio catalán (Catalunya, Xaloc, La Nostra Revista). Pero además se convirtió en uno de los socios de José Serra y Compañía, una distribuidora de libros que ocasionalmente llegaría a publicar algún título (de 1949 es el del catalán exiliado en Argentina Rodolf Llorens i Jordana Servidumbre y grandeza de la filosofía, con pie de José Serra y Cía Publicaciones Hispano Americanas).

En 1946 Serra se había asociado con los barceloneses José Biosca Torres y Carles Sentís para crear una distribuidora para América Latina que dio lugar a Iber Amer, cuya delegación en Buenos Aires se denominó Iber Amer Argentina Sociedad de Responsabilidad Limitada Publicaciones Hispanoamericanas, tenía como sede la calle Bolívar número 260 y como gerente a Ignasi Armengou y al magistrado español exiliado en Buenos Aires Santiago Sentís Melendo (que se desempeñó allí como traductor de textos jurídicos y como uno de los impulsores de la Editorial Jurídica Europa América, EJEA) como otro de los socios.

En 1951 Armengou y Jorge Eduardo Taylor se convierten en los socios mayoritarios y el domicilio pasa por esas fechas a ser el número 1381 de la calle Junín. Inicialmente fue la distribuidora en América de la exquisita editorial madrileña Plus Ultra y de algunos sellos lujosos de Montaner y Simón, pero progresivamente fue añadiendo a su catálogo a Vergara, Bosch, Ariel, Tecnos y Aymà, entre otros sellos. También en esta etapa publica algún que otro libro (de 1951 es Paz en el alma, de Fulton J. Sheen, en traducción de Floreal Mazía).

Ya muerto Armengou, la Iber Amer peninsular se fusionó con Ariel y Seix Barral y en 1965 se pensó en Josep Pedreira (1917-2003) como supervisor y director de ventas. En Buenos Aires, cuando estalló el conflicto por los derechos de El doctor Zhivago el director era Tomás Avalis Ciuffoli y desde 1958 la empresa se había convertido en sociedad anónima.

Fuentes:

Sílvia Caballeria i Ferrer y Carme Codina i Contijoch, «El món editorial de les lletres catalanes (des de finals del segle XIX fins al final de la guerra civil», Ausa, núms. 132-133 (1994), pp. 81-112.

Jordi Castellanos, «Mercat del llibre i cultura nacional (1882-1925)», Els Marges, núm. 56 (1996), pp. 5-38.

Joan Esculies Serrat, «El catalanismo republicano de Manresa, entre Acció Catalana y Esquerra Republicana de Catalunya (1929-1931)», Hispania Nova, núm. 20 (2022) pp. 27-56.

F. Farreras i Duran, «Ignasi Armengou», Pont Blau, núm. 16 (febrero de 1954), p. 49.

Miquel Ferrer, «Ignasi Armengou», La Nostra Revista, núm 73 (enero-febrero de 1954), p. 39.

Albert Manent, «Ignasi Armengou i Edicions Diana (1925-1929), en Del noucentisme a l’exili. Sobre la culutra catalana del nou-cents, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1997, pp. 119-125.

Francesc Montero Aulet, Manuel Brunet i Solà (1886-1956). El periodisme d’idees al servei de la «veritat personal», tesis doctoral presentada en la Universitat de Griona en 2011.

Josep Pla, «Historia de este libro», en Viaje a Rusia, traducción y prólogo de Marta Rebón, Barcelona, Destino, 2018, pp. 19-32.

«Persona non grata», de Jorge Edwards (1931-2023), festín ecdótico.

Cuando se publicó la primera edición de Persona non grata, su autor, Jorge Edwards (1931- 2023), hacía ya veinte años que, siendo aún un veinteañero estudiante de Derecho, se había estrenado como escritor con la recopilación de cuentos El patio («El regalo», «Una nueva experiencia», «El señor», «La virgen de cera», «Los pescados», «La salida», «La señora Rosa» y «La desgracia»), de la que aparecieron solo quinientos ejemplares bajo los auspicios del editor español exiliado en Chile Carmelo Soria (1921-1976), con fecha de junio de 1952 y enriquecida con una viñeta del también exiliado Emilio Piera en la portada. Además de muy buena acogida por parte de la crítica, uno de estos textos fue incluido en la influyente recopilación preparada por Enrique Lafourcade (1927-2019) Antología del nuevo cuento chileno (Zig-Zag, 1954) ‒«Los pescados», al que añadió el entonces inédito «La herida»‒ y  volvió a incluir a Edwards en Cuentos de la generación del 50 (Editorial del Nuevo Extremo, 1959) ‒«A la deriva», cuento que aparecería luego en Gente de la ciudad‒.

De la edición de Gente de la ciudad, que incluye los cuentos «El funcionario», «El cielo de los domingos», «Rosaura», «A la deriva», «El fin del verano», «Fatiga», «Apunte»  y «El último día», y se plantea como un homenaje al Dublineses de Joyce, se ocupó la Editorial Universitaria, que lo publicó en 1961 y poco después le valió a su autor el Premio Municipal de Literatura de Santiago, en la categoría de cuento.

Sin embargo, tras un posgrado en diplomacia en la Universidad de Princeton, en 1962 Edwards es nombrado secretario de la embajada de Chile en París, donde permanecería hasta 1967 y donde escribiría la novela El peso de la noche (1965), ganadora de los premios Atenea y Pedro de Oña, y los cuentos reunidos en La máscara («Después de la procesión», «La experiencia», «Griselda», «Adiós Luisa», «Los domingos en el hospicio», «Los zulúes», «Noticias de Europa» y «El orden de las familias»), publicados ambos, a instancias de Mario Vargas Llosa, por la barcelonesa Seix Barral.

Jorge Edwards en los años cincuenta.

Carlos Barral, tras comentar el empleo de la urgencia como argucia para imponer determinadas obras al jurado del Premio Biblioteca Breve de novela, cuenta en sus memorias cómo fue el caso de El peso de la noche, que por entonces tenía el título provisional de La selva gris:

Era una operación, esta del previo compromiso con un novelista que inspirase confianza, llena de peligro y que no siempre salía bien. […] Otras veces se corrió el riesgo y efectivamente salió mal, como en el caso de El peso de la noche, de Jorge Edwards, que yo había ido a buscar a París guiado por Vargas Llosa en septiembre de 1963, el año del premio a Vicente Leñero [por Los albañiles]. Pero el libro no estaba maduro y necesitaba más reposo. Seguramente se malogró con aquellas prisas. Lo publiqué un año más tarde, sin premio, y fue coronado después con dos galardones chilenos de cierta resonancia en el confín austral.

Ya de regreso en Chile, en 1969 se publicaba en la colección diseñada por Mauricio Amster Cormorán, de la Editorial Universitaria, una selección de sus relatos preparada y prologada por Enrique Linh (1929-1988) y titulada Temas y variaciones. Antología de relatos, con la que por segunda vez obtuvo Edwards el Premio Municipal de Literatura de Santiago.

Así pues, cuando en diciembre de 1973 Seix Barral publica la primera edición de la inclasificable Persona non grata ‒que, como es bien sabido, nace de la experiencia del autor como diplomático en La Habana, después de que Salvador Allende lo pusiera al frente de la embajada chilena en Cuba‒, la carrera literaria de Jorge Edwards no era singularmente nutrida pero sí había obtenido un reconocimiento crítico amplio y muy notable. Por otra parte, la infame llegada al poder de Pinochet en Chile había puesto un abrupto punto y final definitivo a su carrera diplomática. Así lo contaba el autor en el epílogo a una edición de Persona non grata de 2006:

Se produjo el golpe de Estado del once de septiembre de 1973, y yo, que ya gozaba de los primeros días de permiso en el pueblo catalán de Calafell, retuve mi manuscrito y le agregué las páginas de aquel «Epílogo parisino» acerca del golpe militar de mi país. En octubre de ese mismo año fui expulsado del servicio diplomático chileno por la junta militar; me encontré, en la práctica, como exiliado en España y, por primera vez en mi vida, escritor a tiempo completo.

De esa primera edición de 1973 en Seix & Barral, a la que precedía un breve prólogo en el que se cuenta el origen del libro y la coyuntura política en Chile, se hizo ese mismo año una primera reimpresión y una segunda al año siguiente, pero en 1975 ya aparecía una segunda edición en Grijalbo, si bien las diferencias tanto estructurales como textuales entre una y otra son nimios. En el Chile pinochetista, el libro no obtuvo el llamado «permiso de circulación» ‒no lo conseguiría hasta 1978‒ y el único modo en que circuló fue de manera clandestina, pero aun así fue comentado en la prensa y en Valparaíso se imprimió incluso una edición pirata y expurgada del capítulo «Sobre las olas» (que recrea la visita oficial del buque escuela chileno La Esmeralda a Cuba).

Desde su misma creación el libro estuvo indeleblemente marcado por el contexto político e incluso por el posicionamiento ante el mismo de los intelectuales latinoamericanos, y particularmente de los escritores y críticos que habían asentado su posición en el campo literario como consecuencia del llamado boom. En este sentido, es elocuente el ya mencionado «Epílogo parisino». Por ello mismo, no sorprende en exceso que en esa edición no se cuente apenas nada de Lezama Lima (1910-1976), por ejemplo, uno de los autores a los que Edwards más frecuentó en Cuba y que sólo se explica porque en esos momentos el escritor cubano seguía residiendo en la isla y eso podría perjudicarle (aún más).

En 1982, la misma editorial publica una segunda edición que se presenta como «versión completa» y a la que precede un interesante y muy citado nuevo prólogo en el que Edwards cuenta, por ejemplo, que recibió una propuesta de traducir el libro al polaco, siempre y cuando aceptara que se mutilaran de él lo que eufemísticamente llama «pasajes subjetivos»; además esta edición restituye muchos pasajes que el propio Edwards había autocensurado del manuscrito original. Así, aparecen por primera vez en esta edición alusiones no solo al ya fallecido Lezama Lima, sino también al poeta Heberto Padilla (1932-2000), que en 1980 se había establecido en Nueva York. Esa fue la edición que dio pie a un conflicto con el gobierno chileno cuando, en contra de la propia legislación pinochetista para estos casos, en la aduana del aeropuerto de Santiago se retuvo una partida de dos mil ejemplares sin intervención previa del Ministerio del Interior. Además del daño moral al escritor, eso se tradujo en unos gastos de almacenaje inesperados que llevaron a Seix Barral a plantearse incluso reembarcar los libros, pero se optó por dar batalla y tanto Edwards (en calidad además de fundador del Comité de Defensa de la Libertad de Expresión) como la editorial (en la persona de Jorge Ovalle Quiroz) presentaron recurso de protección ante la Corte Suprema de Apelaciones.

Además de una reimpresión en Seix Barral al año siguiente, ese mismo texto fue publicado también por Plaza & Janés en 1985, pero casi una década más tarde, en 1991, la también barcelonesa Tusquets Editores publica en su colección Andanzas una nueva edición con variantes muy significativas. En este caso se mantiene el prólogo de 1982 pero se le antepone otro adicional, y aun en el año 2000, cuando se publica en la colección Tiempo de Memoria, esos dos prólogos pasan a convertirse en apéndices y se le antepone otro prólogo explicativo y actualizador («Prólogo para generaciones nuevas»).

El siguiente cambio notable se da en la edición de la madrileña Alfaguara en el año 2006, cuando se eliminan los paratextos anteriores y, además de actualizar algunos pasajes, se le añade un nuevo epílogo, «La doble censura», en el que se cuenta, por ejemplo, el asombro que produjo en su agente (Carmen Balcells) que cierto editor alemán ‒no especifica cuál‒ le advirtiera preventivamente de que no deseaba recibir un ejemplar de lectura para evaluar su posible traducción porque había tomado ya la decisión de no hacerlo, y cómo la firmeza y constancia de la negativa de diversos editores alemanes explica que no se publicara en ese país hasta treinta años después de su primera edición. En este sentido cabe señalar que por ejemplo en Venezuela Persona non grata no se publicó (por la caraqueña Editorial El Estilete) hasta el año 2017.

Unos años antes, en 2013, había aparecido en la colección Debolsillo una nueva edición que eliminaba el prólogo de 2006 y el epílogo parisino y anteponía en cambio un nuevo texto preliminar, y en 2015 aparecería con el prólogo «Cuarenta y tantos años». Añádase que a medida que habían ido falleciendo algunos de los personajes mencionados y cuya mención explícita podía ser problemática para ellos se han ido aclarando en las sucesivas ediciones y se han actualizado muchos detalles, lo que hace de Persona non grata un festín ecdótico.

Polémica y desafortunada edición francesa, en Plon, a la que se añadió una coletilla al título que molestó profundamente al autor porque restringía el tema de la novela a la situación en Cuba.

Fuentes:

Juan Carlos Chirinos, «El rey siempre va desnudo», The Objective, 15 de marzo de 2023.

Jorge Edwards, Persona non grata, edición de Ángel Esteban y Yannelis Aparicio, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas), 2015.

Gerardo Fernández Fe, «Edwards, micrófonos, camarones principescos», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 787 (enero de 2016), pp. 52-69.

Memoria chilena.

s.f., «A la justicia el caso Persona non grata», El Mercurio, 18de diciembre de 1982.

Antonio Machado, la Biblioteca de El Motín y el impresor Tomás Rey

El libro no fue popular en España hasta que se hizo político
y dio testimonio de los conflictos de clase.

Alejandro Civantos, Leer en rojo

En 1887 se publicaba en Madrid el que se tiene por uno de los primeros libros importantes en relación a la cultura popular española, Cantes flamencos: colección escogida, cuyo autor era el folklorista Antonio Machado Álvarez (1846-1893), que firmaba como Demófilo, y era hijo del médico y antropólogo krausista Antonio Machado Núñez (1815-1896) y padre a su vez de los que llegarían a ser conocidísimos escritores Manuel (1874-1947) y Antonio Machado Ruiz (1875-1939). Para entonces, Demófilo había publicado ya en Sevilla el imponente volumen de casi quinientas páginas titulado Colección de enigmas y adivinanzas en forma de diccionario (1881) y una primera Colección de cantes flamencos (1881), además de haber colaborado en publicaciones periódicas como La Revista Mensual (1869-1874) y  La Enciclopedia (1877), y entre 1881 y 1882 había conseguido publicar también en Sevilla la revista Folk-Lore Andaluz, en la que participaron el filólogo portugués José Leite de Vasconcelos (1858-1941), el paremiólogo y eminente cervantista Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), el sociólogo Manuel Sales i Ferrer (1843-1910) y el lingüista alemán Hugo Schuchardt (1842-1927), entre otros estudiosos importantes en la época, además de su padre Antonio Machado Núñez, y su madre, la folklorista Elena Cipriana Álvarez Durán (1828-1904).

Esta selección de cantes se acompañaba en sus páginas finales de un catálogo de las obras aparecidas en la Biblioteca de El Motín, en la que se inscribía el volumen de Machado, y en el que destaca, por ejemplo, además de una edición de la entonces ya muy conocida El judío errante de Eugène Sue (1804-1857), las colecciones de artículos Lo que no debe decirse y la tercera edición de La piqueta, ambas de José Nakens (1841-1926).

Nakens era el artífice de esta colección, surgida casi al mismo tiempo que el muy combativo periódico que había puesto en pie en abril de 1881, El Motín. Periódico satírico semanal, en el que le acompañaban entre otros el periodista Juan Vallejo Larrinaga (1844-1892) y los caricaturistas Demócrito (Eduardo Sojo, 1849-1908) y Mecachis (Eduardo Sáenz Hermua, 1859-1898), autores de unas láminas o pósters  a color (de 550 x 380 cm) que también empezaron a distribuirse desde 1881. Previamente, Nakens había empezado en 1867 a colaborar en los periódicos Jeremías y La República Ibérica y había fundado los efímeros semanarios El Resumen (1870) y Fierabrás (1873) y, bajo el seudónimo Tomás Saavedra, se había estrenado como dramaturgo con la comedia en dos actos La vocación (1880), publicada por Hijos de A. Gullón Editores.

Sobre el periódico El Motín ha dejado escrito José Esteban:

José Nakens en 1908.

Se trataba de una modesta publicación de cuatro páginas, que incluían un comentario de actualidad, un poema y algunas noticias breves, más un grabado en las páginas centrales. Sus objetivos, la crítica a los conservadores, la defensa de la unidad del partido republicano y la lucha contra el poder del clero.

A pesar que desde su primer número El Motín fue siempre un periódico político, debe su fama, sobre todo, a su anticlericalismo. Lo que no deja de ser injusto. En sus páginas se criticaba a los gobiernos e intervenía en las dis­putas entre republicanos, luchando siempre por la unidad de los mismos, defendiendo la vía insurreccional de Ruiz Zorrilla [que ha sido tildado de «conspirador compulsivo en el exilio»].

En cuanto a la Biblioteca creada en el seno del periódico, abundan en su catálogo los textos de divulgación y los misceláneos, con abundancia del tema religioso: Acicate de alegría («Colección de cuentos, epigramas y frases ingeniosas»), Los jesuitas, de Ignacio de Lozoya, el apócrifo Dios ante el sentido común, de Jean Meslier, La religión al alcance de todos, de R. H. de Ibarreta, Moral jesuítica o sea Controversia del Santo Sacrameto del matrimonio, escrito por Tomás Sánchez en 1623, Cartas infernales en verso y prosa, de José Estrañi; si bien los más conocidos son aquellos escritos por autores que luego alcanzarían cierta fama, como es el caso sobre todo de Alejandro Sawa, que publica como Novelas de El Motín Criadero de curas, subtitulada «Novela social», y La sima de Igúzquiza, ambas en 1888 (acaso porque la Biblioteca se reservaba a los libros de no ficción). Abundan también los libros cuya única firma es la de El Motín, que en ocasiones son precisamente los más polémicos y susceptibles de ser objeto de denuncia, persecución o censura, pero en otros es menos claro el motivo. Sin otra firma que esa aparece por ejemplo el volumen de poco menos de un centenar de páginas Cante místico flamenco, que se publicó además sin fecha.

Número de homenaje de El Motín a José Nakens.

A Naskens, por este carácter underground y antisistema de las iniciativas que ponía en marcha, le cayeron todo tipo de denuncias, represalias y multas, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, y algo tuvo seguramente que ver en ello el enorme éxito de sus proyectos editoriales. Según escribe Alejandro Civantos, en su segunda época el periódico llegó a tirar veinte mil ejemplares por número, y Miguel Ángel del Arco afirma que su colección de Hojitas piadosas alcanzaba los cien mil ejemplares.


Es probable que sea la enormidad de estas tiradas lo que explica que Nakens trabajara sobre todo con dos imprentas. Del periódico y los almanaques se ocupaba inicialmente la Imprenta de E. Alegre, mientras que en los ejemplares de la Biblioteca de El Motín aparecían como hechos en la «Imprenta Popular, a cargo de Tomás Rey».

La Imprenta de Tomás Rey, sita en la calle del Limón 1, se había ocupado en 1865 de los tres imponentes volúmenes colectivos de la Historia de las órdenes de caballería y de las condecoraciones españolas, editada por José Gil Dorregaray, con ilustraciones de Teófilo Rufflé (1835-1871), Eusebio Zarza (1842-1881) y Leire, grabadas por José Vallejo (1821-1882). Posteriormente, un Establecimiento Tipográfico de Tomás Rey y Compañía, con sede en la calle Fomento 6, se hace famosa por la misteriosa edición, sin que Pierre-Jules Hertzel se enterara, de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, de la que publicó en 1869 (antes de que apareciera en francés), una edición con las ilustraciones originales y en traducción de Vicente Guimerá, con el sello de Establecimiento Tipográfico de Tomás Rey y Compañía. No parece que se haya estudiado en cambio si este Tomás Rey es el mismo que trabajó como cajista en la edición en tres volúmenes que del Quijote hizo la Imprenta Nacional entre 1862 y 1863, célebre sobre todo por ser la primera que separa los diálogos del cuerpo del texto mediante guiones y en la que en cambio no hay particiones de palabras porque todas se hacen encajar en su línea. Sí parece convincentemente establecido, en cambio, que este Tomás Rey es quien en 1889 firmaría como Pedro de los Palotes el «poema bufonesco-avinagrado en octavas republicanas (vulgo antirreales)» La Tauromanía, del que según su portada se hizo cargo la Imprenta Diego Pacheco, con sede en la plaza del Dos de Mayo, número 5.

No deja de ser curioso el dato, porque según consta en las cubiertas de los libros de la Biblioteca de El Motín, la Imprenta Popular de Tomás Rey se encontraba en la plaza del Dos de Mayo, número 4, es decir, contigua a esta otra de Diego Pacheco (que en 1895 publica, por ejemplo, la «ópera española» La Dolores, de Tomás Bretón). Sería conveniente algún estudio un poco a fondo sobre la biografía de tan peculiar impresor.

Fuentes:

Alejandro Civatos, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2017 y Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero en España (1917-1931), Tren en Movimiento, 2022. También, La enciclopedia del obrero. La revolución editorial anarquista (1881-1923), Piedra Papel Libros, 2023.

Miguel Ángel del Arco Bravo, Periodismo y bohemia (En Madrid alrededor de 1900). Los bohemios en la prensa del Madrid absurdo, brillante y hambriento de fin de siglo, tesis doctoral presentada en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III en 2013.

José Esteban, «José Nakens», Política, núm. 48-49 (mayo-julio de 2002), reproducido en la web de Izquierda Republicana.

Hipótesis sobre una accidentada edición «desaparecida»

En las obras completas del excelente dramaturgo español Antonio Buero Vallejo (1916-2000), publicadas por Espasa Calpe en 1994, se incluye un artículo de homenaje a Eusebio García Luengo (1909-2003) en el que se cuentan los motivos de que su obra más conocida experimentara un cambio de título:

Había titulado yo La escalera a la obra, ya escrita, que fue más tarde mi primer estreno; cambié un tanto ese título al enterarme de que Eusebio era autor de otro drama así denominado, aunque ‒según comprobé cuando al fin pude leerlo‒ nada tenía que ver con el mío salvo la acción del primer cuadro en el rellano de una escalera vecinal.

Ciertamente, García Luengo había visto estrenada esta obra el 13 de febrero de 1948 en el Instituto Cardenal Cisneros de la mano del Teatro Experimental Arte Nuevo, con dirección de Medardo Fraile (1925-2013), en una sesión en la que también se pusieron en escena Cuando llega la otra luz, de Carlos José Costas (dirigida por Alfonso Sastre) y Compás de espera, de Alfonso Paso (1926-1978) y dirigida por él mismo. Como es bien conocido, la obra de Buero Vallejo Historia de una escalera se estrenó el 14 de octubre de 1949 con los honores propios de un ganador del Premio Lope de Vega y con dirección de Cayetano Luca de Tena (1917-1997).

Pero añade también en el citado texto Buero Vallejo: «De otros títulos de textos suyos me llegaban referencias, como del de No sé, una novela que nunca pude encontrar». Resulta que, en la cualificada opinión del profesor Enrico Di Pastena, quizá se trate precisamente de «su mejor novela, de corte unamuniano y centrada en la desorientación de la figura del intelectual procedente de ambientes rurales».

El asunto se explica porque esta novela escrita a finales de la década de 1940 no llegó a circular con cierta fluidez por España hasta 1985, en la colección de Anthropos Memoria Rota-Exilios y Heterodoxias y con prólogo de Carlos Gurméndez.

No obstante, el libro sí había existido en 1949, y hay pruebas fehacientes de ello. Según la entrada dedicada a García Luengo en Wikipedia (consultada en febrero de 2023), la primera edición publicó «una editorial valenciana», pero se trató de «una edición malograda por un accidente» del que no se dan más datos.

La empresa valenciana en cuestión fue Cosmos, que a finales de 1949 hizo una edición de No sé encuadernada en cartoné, de volúmenes de 13 x 18 y 272 páginas, que se encuadraban en la colección Tyris. En la misma colección aparecería en mayo de 1951 el poemario de Alejandro Gaos (1906-1958) La sencillez atormentada, si bien en ese caso las 78 del volumen se encuadernaron en rústica y con un formato de 22 x 16 cm., y según la página de créditos a cargo de los Talleres Gráficos de Impresos Cosmos. Pero mencionar algunos de los títulos de Cosmos quizá sea más orientativo.

En Impresos Cosmos había aparecido ya antes de la guerra, desde noviembre de 1935, la revista semanal Información Internacional, que al parecer sustituía a La Correspondencia Internacional (órgano de la III Internacional).

Sin embargo, mayor importancia tienen otros trabajos anteriores, y en particular el hecho de se ocupara de la primera etapa de la revista Nueva Cultura, revista marxista fundada por Josep Renau (1907-1982) y que aglutinaba a artistas tan destacados como Alberto [Sánchez Pérez, 1895-1962], [Francisco] Carreño (1908-1993), (Antonio Ballester (1910-2001) y Manuela Ballester (1908-1994) y firmas como las de César Arconada (1898-1964), Max Aub (1903-1972), Juan Gil-Albert (1904-1994) o Pascual Pla y Beltrán (1908-1961), pero en cuyas páginas son también frecuentes tanto la del mencionado Ángel Gaos como la de García Luengo, que se estrena en el quinto número (junio-julio 1935) con un texto sobre «El teatro de los Quintero», al que seguiría en el sexto (agosto-septiembre 1935) «Un novelista actual: César M. Arconada» y en el úndécimo (marzo-abril 1935) la breve pieza teatral Conato y fracaso de un esperpento). También se imprimió en Cosmos un cartel anónimo conocido como Nueva Cultura por el Frente Popular (66,5 x 45 cm).

Durante la guerra, entre diciembre de 1937 y enero de 1938, Impresos Cosmos se ocupó de Libre Estudio, revista de Acción Cultural al servicio de la CNT en la que escribieron Joan García Oliver (1901-1980), Katy Horna (1912-2000), Ada Martí (1915-1960), Antonio Morales Guzmán (1903-1973) y Juan Santana Calero (1914-1939), entre otros, y un poco anterior es el librito (32 páginas) del sindicalista murciano Juan López Sánchez (1900-1972) La unidad de la CNT y su trayectoria (1936), impreso también en Cosmos.

Posterior ya a la guerra española es el primer libro del poeta y pintor de la Quinta del 42 José Luis Hidalgo (1919-1947), Raíz, un librito de 80 páginas publicado en 1944, y el año siguiente imprimieron un volumen de Poesías, de quien había sido delegado provincial de la Falange, el empresario, periodista e impresor alicantino Juan Sansano Benisa (1887-1955), que aparece con pie editorial de la Editorial Carrera (1945), también de Alicante.

A partir de 1946 empieza a imprimir también algunas ediciones seriadas de revistas infantiles y juveniles ilustradas, como es el caso de El caballero del antifaz rojo (para Europa) y su continuación al año siguiente en la editorial Saturno (El caballero fantasma) o, también para esta editorial, K CH T, pero en esas mismas fechas aparecen también un volumen de Poesía (1947) de Pablo Herrera, encuadernado en cartoné, y, del mismo autor, quizás al año siguiente, el volumen de relatos Cuando mi tío me enseñaba a volar (140 páginas), que incluye ilustraciones del ya mencionado Carreño, de [Manuel] Monleón (1904-1976) y de Genaro Lahuerta (1905-1985), entre otros. El autor de estas dos obras no era sino ese a quien el escritor falangista Gonzalo Torrente Ballester, debido a su joroba, rebautizó como «el Quiasimodo del Turia»: Pascual Pla y Belrtrán, que tras la guerra había pasado por el campo de concentración de Albatera ‒en Campo de los Almendros Max Aub lo convierte en uno de los personajes importantes de la novela‒ y por las cárceles franquistas hasta 1946, lo que basta para explicar que empleara un seudónimo, pues según contó su hija Yolanda, en esa época la policía «le entraba al piso y le hacía fogatas con los libros en el salón, Querían esconder la obra tras las baldosas y se las rompían todas. Siempre se lo llevaban detenido».

Pla y Beltrán retratado por Josep Renau.

Ya de entrados los años cincuenta es el curioso librito ilustrado con fotografías sobre el boxeador Folgado escrito por Tobias Masip Prades Aventuras y desventuras de Folgado (el Tigre de Manises), y de 1959 un volumen de José Luis Aguirre Serra titulado Cervantes y Don Quijote que se inscribe en una colección de Estudio y Vida, lo que indica inequívocamente que Cosmos tuvo continuidad tras el «accidente» que acabó con la edición de No sé (de hecho, Cosmos siguió imprimiendo hasta por lo menos la década de 1970).

La dirección que aparece en los impresos de los Talleres Gráficos Cosmos es el número 34 de la calle Pintor Salvador Abril (paradójicamente, como se verá, dedicada a un pintor famoso por sus paisajes y escenas marinas, a quien el Museo Naval de Madrid condecoró por su donación del cuadro Naufragio del crucero Reina Regente). Esta calle valenciana del distrito del Eixample y no lejos de donde en 1954 se construiría el Mercat de Russafa, está situada en la que durante mucho tiempo se conoció como «la terra del ganxo», porque muchos de sus habitantes se dedicaban a recoger los troncos que llegaban a través del río Turia en un terreno que Pascual Madoz decribió en su Diccionario como «flojo y de buena calidad distribuido en huerta y arrozar que se fertiliza con las aguas del Turia, que desagua en el mar por el término de Ruzafa».

Mientras es de suponer que se estaba ultimando la edición del No sé de García Luengo se produjo en Valencia, el 28 de septiembre, una riada muy sonada conocida como la «riada de las chabolas» (había por entonces unas dos mil chabolas en el cauce del río), acerca de la que cuenta el periódico Las Provincias del 30 de septiembre: «los obreros del molino de Manises vieron acercarse a enorme velocidad una ola gigantesca de más de tres metros de altura» y según relata José Ángel Núñez Mora, «cuando las aguas volvieron a su cauce, sobre las zonas próximas al río que fueron inundadas quedó un inmenso manto de lodo y barro».

No es disparatado pensar que si Buero Vallejo no consiguió leer la primera edición del No sé de García Luego fuera porque la edición quedara sepultada por el lodo. Y aun así sobrevivió algún que otro ejemplar…

Fuentes:

Salvador Albiñana Huerta, Añorantes de un país que no existía: Ana Martínez Iborrra y Antonio Deltoro. Exiliados en México, Universitat de València, 2020.

Antonio Buero Vallejo, «En el Gijón estaba Eusebio», en Obra completa, vol. II, (Poesía, Narrativa, Ensayos y Artículos), edición de Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco, Madrid, Espasa Calpe, 1994, pp. 1241-1243.

Eusebio García Luengo.

Enrico Di Pastena, «Alfonso Sastre, del grupo Arte Nuevo al TAS (1945-1950): prehistoria de una abierta disidencia», Anales de Literatura Española, n.º 29-30 (2018), pp. 205-229.

Eusebio García Luengo, No sé, prólogo de Carlos Gurméndez, Barcelona, Anthropos, 1985.

Andrés Herrero Gutiérrez, «Pla y Beltrán, poemas entre el fusil y la amnesia», Jot Down, 26 de febrero de 2022.

V. Lladró, «La otra gran riada del Turia causó 49 muertos», Las Provincias, 19 de mayo de 2015.

José Ángel Núñez Mora, «Crónica de las catastróficas riadas del Turia en Valencia», Tiempo y clima, n. 60 (abril de 2018), pp. 42-45; n. 62 (octubre de 2018), pp. 18-21 y n. 65 (julio 2019), pp. 38-42.

s. f., «1949, la terrible riada de las chabolas», Las Provincias, 3 de marzo de 2012.

Silvia Viola Morató, «La narrativa de posguerra en Extremadura», Revista de Estudios Extremeños, vol. 70, n. 2 (2014), pp. 1047-1096.

Talín, veintiocho entradas sobre Eusebio García Luengo, con entrevistas y algunos textos del propio autor, en el blog de la revista Caminar Conociendo 3, en diversas fechas.

Italo Calvino y Carlos Barral

A Cristina Suárez Toledano,

con los mejores deseos y toda la confianza en su éxito.

Italo Calvino

El 24 de mayo de 1959, desvinculado del Partido Comunista, enfrascado con Elio Vittorini (1908-1966) en el proyecto de revista Il Menabò y habiendo cerrado ya la trilogía Nuestros antepasados con El caballero inexistente, llegaba a Barcelona Italo Calvino (1923-1985) para participar en Formentor, en calidad de representante de Einaudi, en el Primer Coloquio Internacional de Novela organizado por Jaime Salinas (1925-2011) a instancia de Carlos Barral (1928-1989) y gracias a la red de relaciones de Monique Lange (1926-1996). Son muy abundantes los datos e indicios que permiten situar en ese momento el arranque de la actividad de Calvino como propiciador del intercambio entre las culturas de raíz hispánica y la italiana, que tendría continuidad en los encuentros de los tres años siguientes y que se reflejaría en diversas ediciones y en unos cuantos proyectos frustrados. Además de con Barral y Salinas, en estas reuniones Calvino conocería al entorno de lo que se ha llamado la Escuela de Barcelona (Barral, Gil de Biedma, Costafreda, los Goytisolo, Ferrater, Castellet…), pero también a Miguel Delibes, a a Camilo José Cela, a Gabriel Celaya, a Juan García Hortelano, a Jesús López Pacheco o a Carmen Martín Gaite. Sin embargo, en ese momento, en que Calvino estaba empezando a desinteresarse por el neorrealismo por considerar que había fallado en sus objetivos y a explorar nuevas opciones estéticas, pronto le interesó más la novela latinoamericana de autores como Rulfo o Cortázar que la española, que en el contexto de la narrativa occidental podría considerarse epigonal.

En ese momento la literatura latinoamericana estaba siendo divulgada en Italia sobre todo por editoriales como Guanda (que ya en los años cuarenta había demostrado un enorme interés por la literatura hispánica, seguramente por obra y gracia de Oreste Macrì) y en menor medida por Bompiani y Feltrinelli, pero también Einaudi había publicado por ejemplo a Jorge Luis Borges ya en 1955, animado por la recomendación de Gallimard, y resulta indicativo que la primera traducción de esa obra fuera traducida (por Franco Luncentini) a partir de la traducción francesa (firmada por P. Verdevoye y N. Ibarra). De ese mismo 1955 es la publicación de un volumen de la Poesia de Pablo Neruda en traducción de Salvatore Quasimodo (1901-1968), con lo que esa edición, ilustrada por Renatto Guttuso (1911-1987), reúne a dos escritores premiados luego con el Nobel de Literatura.

En cuanto a la literatura española, Francesco Luti subrayó en su tesis que ya en carta de Barral fechada el 14 de junio de 1956 éste recomendaba a Einaudi la traducción al italiano de La colmena, de Cela (desconociendo quizá que el año anterior ya la había traducido Sergio Ponzanelli y publicado Aldo Martella Editore); El Jarama, de Sánchez Ferlosio; El camino, de Delibes, y Duelo en el paraíso, de Juan Goytisolo. Justo el año siguiente aparecía en Einaudi la muy influyente edición en dos volúmenes del Quijote en traducción de Vittorio Bodini (1914-1970) y con las ilustraciones de Honoré Daumier (1808-1879), pero en esos años también la cultura española más reciente tendría una presencia muy notable en los catálogos de Einaudi: el ensayo Gli intellettuali e la guerra di Spagna (1959), de Aldo Garosci; la edición de Elena Croce de los Poeti del Novecento (italiani e stranieri) (1960), que incluía a Alberti, Guillén, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Machado, Unamuno; La familia de Pascual Duarte (1960), traducida por Salvatore Battaglia; Las afueras (1961), de Luis Goytisolo, que en 1958 había obtenido el Premio Biblioteca Breve de Seix & Barral, traducida por Luisa Orioli; Fiesta al noroeste (1961), de Ana María Matute; Tormenta de verano (1962), de Juan García Hortelano y traducida también por Orioli; la muy polémica antología Canti de la nuova Resistenza spagnola (1939-1961) (1962), que tantos problemas acarrearía a Einaudi con las ultraderechas españolas e italianas; La hora del lector (1962), de Josep Maria Castellet: la antología de Bodini de Poeti surrealisti spagnoli (1963); El Jarama (en traducción de Raffaela Solmi) (1963)…

En lo que se refiere a la dirección contraria, en 1956 Barral había presentado a censura dos novelas breves del muy einaudiano Cesare Pavese (1908-1950), Il compagno y La spiaggia, aunque solo del segundo recibió autorización y con mutilaciones muy notables en cuanto a su extensión, de modo que se le añadieron otros textos narrativos breves y se publicó con el título La playa y otros relatos (en traducción de Enrique Sordo). Como se verá, ciertos aspectos de este episodio empezaron a enojar al agente literario de Pavese, que lo era también de Calvino.

La llegada de Calvino a España coincide con el momento en que éste está empezando a dar a conocer en Italia algunos escritores muy barralianos, como Juan Goytisolo, que en 1959 y justo antes del viaje había publicado en Einaudi Fiestas (traducida por Vittorio Bodini), a la que seguirá unos años después La isla. Pero todo parece indicar que la circulación de textos funcionó sobre todo en dirección opuesta, y que fracasó por los problemas organizativos y de comunicación de Seix & Barral y sobre todo de su tormentosa relación con el principal agente de los escritores italianos más pujantes, Erich Linder (1924-1983), quien en 1951 había pasado a dirigir la Agenzia Letteraria Internazionale (ALI), que representaba entre otros muchísimos a Giorgio Bassani, Dino Buzzati, Benedetto Croce, Beppe Fenoglio, Carlo Emilia Gadda, Eugenio Montale, Elsa Morante, Leornardo Sciascia, Italo Svevo o el propio Calvino; de hecho, en ese momento la ALI era la única agencia literaria de importancia internacional en Italia.

En junio de 1960, Barral escribe a Linder expresándole su intención de publicar en su editorial una novela publicada por Einaudi, La ragazza di Bube, con la que Carlo Cassola (1917-1987) acababa de ganar el Premio Strega y cuyos derechos cinematográficos no tardaron en venderse para que Luigi Comencini hiciera una notable película (protagonizada por Claudia Cardinale y Georges Chakiris); a principios del mes siguiente añade el interés por otra novela de Cassola, Fausto e Anna. Ante este perentorio interés, Linder se mueve para satisfacer la intención de Barral de adquirir los derechos mundiales de estas obras en lengua española, lo que supone atajar las posibles aspiraciones de los editores americanos que pudieran tener en estudio o incluso derecho preferencial sobre las obras de Cassola (probablemente se tratara de Sudamericana). En cualquier caso, ya en carta del 20 de julio de 1960 el agente informa a Barral de que los derechos sobre las dos obras que desea están disponibles; y aquí empiezan los problemas con la censura, que hacen que el editor barcelonés renuncie a los derechos y en consecuencia que Cassola vea cómo la aparición en español de su obra más exitosa se retrase. Finalmente, Sara Gallardo tradujo La ragazza y Dolores Sierra El cazador para la bonaerense Sudamericana, que las publicaría en 1963 y 1965, respectivamente.

Dos años después, también es la censura la que obliga a un cambio de planes, y la oferta por La calda vita, de Pier Antonio Quarantotti-Gambini (1910-1965), se sustituye por otra obra del mismo autor (Cavallo di Tripoli), pero, aun siendo comprensivo con los problemas a los que se enfrentaban los editores españoles bajo el franquismo, lo que hizo que Linder perdiera la paciencia fue el modo de trabajar caótico, los errores en los documentos y los retrasos en los pagos de la editorial capitaneada por Barral, y en palabras de Sara Carini, que ha estudiado con detenimiento estas relaciones a partir sobre todo de los epistolarios:

Los pagos empiezan a solicitarse y Linder demuestra ahí toda su firmeza: las cartas se vuelven secas, duras y amenazan con anular todo tipo de contrato si no llega el pago y, en el caso de que no llegue y el libro se publique –algo que ya se había dado con Pavese–, denunciar a los editores por fraude. Finalmente, la cuestión se aplaca, pero estas son quizás las razones por las que a partir de 1963 la agencia de Linder deja de ser tan complaciente con Seix Barral y los problemas empiezan a acumularse en un sinfín que explota, en 1965, en la amenaza de dejar de enviar libros a Seix Barral.

Carlos Barral

No menos engorroso debió de ser el envío del contrato por Teoriche del film de Guido Aristarco (1918-1996) en junio de 1963, y ver cómo a finales de año el editor los devolvía sin firmar y sin aclarar el motivo por el que la censura le había denegado autorización, tras haberlo presentado en dos ocasiones (con los consiguientes retrasos en ver publicado el libro, que no se publicaría hasta 1968, en Lumen, en una edicion ampliada). Las gestiones de quienes representaban a la Agenzia Letteraria Internazionale en España, la recién instalada en Barcelona International Editors (IECO), no obtenían resultados mucho mejores, pese a las constantes reclamaciones de respuestas acerca de manuscritos enviados para su estudio y de pagos pendientes.

Tal como lo resume Sara Carini: «Entre 1965 y 1966 las relaciones empeoran y los problemas son siempre los mismos: censura y dinero». Y llegó un momento en que Calvino se vio en medio del rifirrafe. Ante la negativa de Linder a aceptar la necesidad expresada por Barral de traducir de nuevo obras de Calvino que ya se habían publicado en Argentina con demasiados americanismos para su gusto —El sendero de los nidos de ara­ña (1956) y Las dos mitades del vizconde (1956), en la Editorial Futuro, El barón rampante (1958) en Compañía General Fabril Editora, Entramos en la guerra (1961) en Peuser e Idilios y amores difíciles (1962) en Losada—, en carta del 16 de junio de 1966 Calvino mostró al editor catalán su acuerdo con tal conveniencia, pero adujo la negativa de Linder, tras mostrarle éste los números de sus tratos con Barral, como un problema irresoluble, comprensible y ante el cual nada podía hacer él. Sin duda Calvino, por su amplia experiencia como editor y porque a esas alturas debía de conocer a Barral, debió de comprender con claridad dónde residía el problema, y sabía bien que una de las funciones de una agencia literaria es evitar a los autores —que son sus auténticos clientes— tener que pelearse con los editores por cuestiones de dinero que puedan enturbiar sus relaciones o perjudicar la divulgación de sus obras. Pero es absurdo pensar que un agente literario actuara en contra de los deseos y los intereses de su cliente o tomara sin su consentimiento decisiones que afectaran a su obra, sobre todo cuando se trataba además de un escritor que conocía bien el sector editorial. Aun así, y para complacer en la medida de lo posible a Barral, Calvino obtuvo de Linder el compromiso de que, si en algún momento quedaban libres los derechos de algunos de sus libros (si caducaban y las editoriales americanas no los renovaban), Seix Barral fuera la primera editorial en ser informada de ello. ¿Qué más se podía pedir razonablemente?

Erich Linder

De ahí, entre otros motivos, que resulte tan sorprendente el pasaje en que (confundiendo además la ALI con IECO y, en una nota, al editor Jaime Salinas con el futbolista Julio Salinas) Francesco Luti resume del siguiente modo en Cuadernos Hipsanoamericanos la razón de que en España la obra de Calvino no se publicara regularmente en castellano (sí en catalán, y gracias a Castellet) hasta los años ochenta: «El mayor impedimento estaba cerca del mismo Calvino: fue su propio agente literario, el judío Erich Linder, de International Editors, quien se reveló un hueso demasiado duro de roer para los dientes de Barral, que siempre se arrepentiría de no haber incluido finalmente a Italo en su catálogo».

Fuentes:

Sara Carini, «Censura, economía y literatura: los contactos entre la editorial Seix Barral y Erich Linder», Oggia. Revista Electrónica de Estudios Hispánicos, núm. 28 (2020), pp. 243-258.

Italo Calvino

Monica Ciotti, «Italo Calvino in lingua spagnola. Dall’escordio argentino allá prima edizione castigliana pubblicata in Spagna», Cuadernos de Filologia Italiana, núm. 28 (2021), pp. 363-378.

Ernesto Ferrero, La tribu Einaudi. Retrato de grupo, traducción de Chiara Giordano y Javier Echalescu y prólogo de Manuel Rodríguez Rivero, Madrid, Trama Editorial (Tipos Móviles 31),  2020.

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Michel Martino, Calvino editor e ufficio stampa. Dal «Notiziario Einaudi» ai Centopagine, Roma, Oblique Studio, 2012.