Joaquín Almendros y Aristeo Andrés en Chile: la librería Séneca

En una entrevista al magnate de las librerías chilenas Juan Aldea Vallejos, creador de la Feria Chilena del Libro (que en los dieciséis locales que en 2015 tenía por todo el país, concentraba el 40% las ventas en Chile), se cuenta que, tras hacer sus pintos como poeta, su entrada en el negocio de los libros se produjo «apadrinado por los refugiados españoles Joaquín Almendros y Aristeo Andrés [Cercós]», propietario y gerente, respectivamente, de la librería Séneca. Allí, en un primer momento como contador y más adelante como librero, aprendió Aldea Vallejos «los trucos del oficio», hasta que decidió establecerse por su cuenta y riesgo.

Joaquín Almendros.

De la trayectoria en el mundo del libro del editor, librero y distribuidor Joaquín Almendros (1904-¿?) son conocidos unos cuantos datos que permiten trazar una imagen de la misma, aunque sea incompleta, pero menos conocida es la enigmática historia de su socio en la librería Séneca, al igual que Almendros llegado a Chile como exiliado a bordo del legendario buque Winnipeg (que atracó en Valparaíso la noche del 2 de septiembre de 1939).

Algunos datos acerca de la actividad de Andrés Cercós durante la guerra civil española de 1936-1939 pueden recabarse de los ejemplares del Diario Oficial del Ministerio de Defensa republicano. De ellos se extrae que en junio de 1937 servía en el Batallón Montaña número 4, y el 17 de ese mismo mes fue ascendido a teniente de Infantería y destinado a la recién creada 97 Brigada Mixta del Ejército Popular de la República (constituida en las inmediaciones de Cartagena con mozos de los remplazos de 1932 a 1935), que partió de Almería con destino al frente de Teruel como unidad de refuerzo. Durante el verano de ese mismo año intervino en el fallido intento de recuperar las localidades de Villastar y Fuente Artesa y posteriormente sufrió muchas bajas por enfermedad y congelación como consecuencia del rigor de la batalla de Teruel (diciembre 1937-febrero 1938). Sin embargo, el 28 de diciembre de 1937 Aristeo Andrés Cercós había sido destinado al CRIM número 18 de Tarragona, y el 31 de mayo seguía en ese destino, pues según dice una circular con esa fecha firmada por el subsecretario de Defensa Antonio Cordón (1895-1969/1971): «He resuelto dejar sin efecto el destino adjudicado por orden circular de 16 de abril pasado (D. O. núm. 94) al teniente de INFANTERÍA profesional D. Aristeo Andrés Cercos, quedando subsistente el asignado al Centro de Reclutamiento, Instrucción y Movilización núm. 18 (Tarragona), por circular de 24 de diciembre anterior (D. O. núm. 311)».

En ese mismo periodo, Joaquín Almendros estaba también en Cataluña, donde fue el único representante de la Federación catalana del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) en el primer Comité Ejecutivo del PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya), partido creado el 24 de julio de 1936 y en cuyo comité estaban representados también la Unió Socialista de Catalunya (por Joan Comorera, como secretario general, y Pau Sirera), el Partit Comunista de Catalunya (por Miquel Valdés, Feilp Garcia y Pera Arcadia) y el Partit Català Proletari (Artur Cussó y Lluis Álvarez). Almendros fue durante la guerra secretario militar del PSUC y comisario de guerra del Ejército del Este —en los años setenta publicó unas memorias sobre esta época, Situaciones españolas, 1936-1939: el PSUC en la guerra civil (Dopesa, 1976), que en general no cuenta con mucho crédito por parte de los historiadores—, y no es demasiado arriesgado suponer que, si no fue ya a bordo del Winnipeg, por aquel entonces coincidiera con Aristeo Andrés Cercós.

Al poco tiempo de llegar a Santiago de Chile, Almendros empezó a trabajar como comercial y distribuidor para la revista y editorial Ercilla (jefe de circulación y propaganda), cuya revista homónima dirigía de facto el escritor peruano y político del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) Manuel Seoane (1900-1963) —aunque por ley un extranjero no podía figurar como director de un medio de comunicación—, que también se encontraba exiliado en Chile. Así lo contó el periodista Hernán Millás (1921-2016) ya a principios de los años noventa:

Tenía treinta y siete años cuando se embarcó [en el Winnipeg]. Era técnico en perforaciones mineras. Pero a los pocos días de llegar a Chile tropezó con Manuel Seoane (un peruano, otro exiliado), que era director de la revista Ercilla, y cambió la prospección por los libros. Tanto le apasionaron, que después se instaló con la librería Séneca, y más tarde fundó la editorial Orbe. […] Aún recuerdo con simpatía a este conversador andaluz [había nacido en Linares, Jaén] en el altillo gerencia de un local de la Galería Imperio, desapareciendo entre rumas de libros.

Por su parte, en un artículo de Liballe publicado en 1972 en el periódico chileno La Nación y dedicado a Joaquín Almendros, se cuenta del siguiente modo la relación entre ambos exiliados:«El periodista peruano había conocido al padre de Joaquln en Buenos Aires, cuando la familia Almendros estuvo exiliada en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera. Seoane sufría, a su vez, el exilio por Ia dictadura de Sánchez Cerro en Perú».

No está del todo clara la cronología de los acontecimientos, pues ya en 1941 aparecían libros de Ediciones Orbe. De ese año son, por ejemplo, Quince poetas de Chile, de Carlos Réné Correa (1912-1999), Cabo de Hornos, de Francisco Coloane (1910-2002) y con prólogo de Mariano Latorre (1856-1955), Ahumada 75, del boliviano Luis Toro Ramallo (1899-1950) e Historia de una derrota (25 de octubre de 1938), del escritor y por entonces diputado Ricardo Boizard (1903-1983), que dan buena muestra de la variedad de géneros que desde un principio acogió Orbe. Sin embargo, al parecer Almendros no adquirió la editorial hasta 1945 (de manos de Vega y Kamisnky).  Y unos pocos años antes, por lo menos antes del verano de 1944, estaba ya activa la Librería Orbe (en San Antonio 212), que se anunciaba como especializada en «ediciones chilenas, figurines y novedades extranjeras».

Al parecer, antes incluso de tomar los mandos de Orbe había fundado Almendros una librería llamada Mundi, pero en 1944 la vendió y creó la Séneca, domiciliada en Huérfanos, 836, a cuyo frente puso como gerente al eximilitar profesional Aristeo Andrés Cercós.

Según cuenta Aldea Vallejos en la entrevista mencionada, entre los clientes más o menos habituales de la Séneca se encontraban los escritores Mariano Latorre, Manuel Rojas, María Luisa Bombal (de quien Almendros se convirtió más adelante en editor), Benjamín Subercasseaux y Pablo Neruda (que, al parecer, casi nunca compraba nada en esa librería pero la frecuentaba).

Sin embargo, mediada la década Joaquín Almendros pasó a México, y ya en el año 1944 está fechada la edición mexicana en Orbe de la novela Caravana nazarena. El sudor de sangre del antifascismo español, del anarcosindicalista y escritor Ángel Samblancat (1885-1963). Al parecer, según el ya mencionado artículo en La Nación:

El editor tuvo que huir de nuestra tierra durante el gobierno de Gabriel González Videla, antes de ser detenido acusado de actividades extremistas Eran los tiempos de la Ley de Defensa de la Democracia y de la ofensiva anticomunista y Almendros, como muchos otros intelectuales de avanzada, traspasó las fronteras en forma clandestina, fue detenido en Bolivia, remitido a Perú y asilado en México.

De la actividad posterior del gestor de la librería Séneca, la única pista hallada hasta el momento es el registro de una edición del Libro de Buen Amor, en una versión modernizada y versificada por Clemente Canales y con un estudio preliminar de María Cristina Vergara, que publicó en Santiago de Chile la Editorial Renacimiento en su colección Delfín en 1980 (según indica José Jurado en Bibliografía sobre Juan Ruiz y su Libro de Buen Amor [CSIC, 1993]), que al parecer incluye en sus páginas 23 a 25 un breve prólogo de Aristeo Andrés Cercós.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, vol. 1 (Abad-Casalduero), Sevilla, Renacimiento (biblioteca del Exilio 30), 2016.

Diario Oficial del Ministerio de Defensa, 1936-1939.

Fernando Larraz, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio 36), 2018.

Liballe, «Joaquín Almendros: «Soy mucho más que un editor»», La Nación, 8 de octubre de 1972, p. 4.

Hernán Millás, Habráse visto, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1993.

Juan Carlos Ramírez, «Juan Aldea, dueño de la Feria Chilena del Libro: Las batallas del librero más antiguo de Chile», La Segunda, 23 de enero de 2015.

Origen y primera época de la editorial chilena Nascimento

Es bien sabido que en el origen de una de las más importantes editoriales chilenas del siglo XX, Nascimento, está la iniciativa de un portugués originario de isla Corvo (en las Azores) llegado a América a finales del siglo XX, Juan Nascimento.

Fachada de la librería en la calle Ahumada.

Al poco tiempo de llegar a Chile, en 1875 Juan Nascimento fundó una librería en el número 265 de la calle Ahumada, que sigue el trazado del Qhapaq Ñan (Camino del Inca) pero debe su nombre a Juan de Ahumada (capitán de la hueste de García Hurtado de Mendoza, nombrado regidor perpetuo, alférez real y alcalde la ciudad) y que tal vez sea la única calle de Santiago que mantiene el nombre que le dieron los conquistadores españoles.

La librería Nascimento no tardó en ganar creciente prestigio entre la gente de letras por disponer de uno de los más surtidos y mejor seleccionados stocks de libros franceses y españoles, lo que a su vez le convirtió en una empresa comercialmente sólida y en polo de atracción de la intelectualidad santiaguina, que en la misma zona donde se ubicaba la librería tenían a su disposición numerosos cafés (justo enfrente de la librería estaba el Astoria, por ejemplo) que le servían de punto de encuentro.

Interior de la librería y editorial.

Sin embargo, hubo que esperar a la muerte del más o menos olvidado Juan Nascimento para que arrancara el negocio editorial. Del fundador de la librería se conservan cartas en que intenta atraer a algunos de sus familiares a Chile: «Este es un país magnífico ─escribe en una de las cartas conservadas─. Es muy fértil, tiene un clima admirable, las gentes son buenas, sobrias, sencillas. El chileno es muy honrado. Da su palabra y no falla». Uno de sus sobrinos, Carlos George-Nascimento, siguió su consejo. Así lo contó Enrique de Santiago:

En 1905, [Carlos George-Nacimento] decide abandonar su isla, para dirigirse primeramente a EEUU, a visitar a sus hermanos y meses después viaja hacia Chile en busca de nuevos horizontes. En noviembre de ese año llega a Valparaíso, desde donde toma un tren hacia nuestra capital. Acá llega en busca de un empleo donde su tío Juan Nascimento, quien era dueño de una librería en calle Ahumada. En esa ocasión no tiene buena acogida y decide trasladarse a Concepción al día siguiente.

En la ciudad penquista, encuentra trabajo y conoce a Rosa Elena Márquez con quien contrae matrimonio en mayo de 1915. Ella pertenecía a la Sociedad La Ilustración de la Mujer, de la Confederación Obrera de Concepción. La participación activa en estas sociedades de lectura de quien será su esposa y compañera de aventura editorial, tendrá a futuro suma importancia, ya que siempre él escuchaba los comentarios literarios que le hacía Rosa Elena.

Por su parte, en Concepción Carlos se afilia a la Sociedad de Socorros Mutuos Lorenzo Arenas, entre cuyas prestaciones a sus socios se contaba la asistencia educativa mediante bibliotecas y escuelas nocturnas, lo que sin duda tuvo que contribuir a una formación intelectual de la que él siempre hablkó con quizás excesiva modestia.

En cualquier caso, a la muerte de su tío, en 1916, se vio heredero de una parte de la librería, así que viajó a Santiago con el propósito inicial de liquidarla y repartir los beneficios, pero en el último momento cambia de opinión, decide tomar las riendas del negocio y pagar la parte que les correspondería a los otros herederos con lo que obtenga del negocio.

Carlos George-Nascimento.

Enseguida su idea es potenciar un aspecto que para su tío había sido ya no secundario sino excepcional, así que en 1917 recupera el librito de Luis Caviedes Jeografía Elemental [sic] que en 1909 había aparecido con pie editorial «Casa Editora Juan Nascimento» y lo publica bajo la rúbrica «Casa Editora Librería Nascimento, 1917. Imprenta Universitaria. Santiago de Chile». A este libro inicial le sigue aún en 1917 una antología con la Poesía del bohemio Pedro Antonio González (1863-1903), y pone los cimientos de lo que será una de las editoriales más importantes de Chile y una de las más influyentes en la proyección de su literatura.

Acaso inseguro de su formación, ante el éxito de esta iniciativa Nascimento buscó el asesoramiento de Eduardo Barrios (1884-1963) y Raúl Simón (1894-1969), ambos por entonces profesores en la universidad de Chile, y poco después aparecían la novela El hermano asno, de Eduardo Barrios, que tenía a sus espaldas ya una cierta obra como dramaturgo además de El niño que enloqueció de amor (1915) y la novela Un perdido; La señorita Ana, del periodista y escritor Rafael Maluenda (1885-1963), de quien escribe Luis Alberto Sánchez que «tenía fama de ser uno de los mejores cuentistas chilenos», y Cien nuevas crónicas firmadas con un seudónimo sacado de Julio Verne, César Cascabel, que correspondía a Raúl Simón.

La privilegiada localización de la librería, cercana al vetusto Café Hevia (fundado en 1831), la Confitería Torres y otros cafés famosos como el Lucerna, el Waldorf, la Novia, el Santos o el Haití, propició que los sábados se convirtiera en punto de reunión y de tertulia, lo que no hizo sino consolidar y acrecentar su posición, y con el viento en popa, Nascimento compró en 1923 una antigua máquina Marinori y alquiló un local en la calle Arturo Prat 1434 para instalar un taller de impresión propio.

Fachada de la librería en la calle San Antonio, 390.

Quizá fuera Bernardo Subercaseaux quien estableciera la idea ampliamente compartida de que entre 1930 y 1950 se produce una «época de oro de la industria editorial y del libro en Chile», pero en cuanto a la promoción de autores chilenos Nascimento se anticipó un poco y en 1923 publicaba a autoras que luego serían tan importantes como Gabriela Mistral (1889-1957),de quien edita por primera vez en Chile una edición aumentada del poemario Desolación (publicado el año anterior en Nueva York) y Marta Brunet (1897-1967), de quien publica el libro de relatos Montaña adentro.

Cubierta de una edición facsímil de la primera de Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

Por aquellos mismos años, a un jovencito Pablo Neruda (1904-1973), el responsable de publicaciones de la Universidad de Chile, Carlos Acuña (1886-1963), le había rechazado la singular copia de Veinte poemas de amor y una canción desesperada que el venerable poeta y bibliotecario Augusto Winter (1868-1927) había mecanografiado sobre hojas cuadradas de papel de embalar cortadas a serrucho, así que Neruda se lo ofreció a Nascimento, que ya empezaba a parecer destinado a convertirse en el gran editor de los jóvenes literatos chilenos. Tras una primera negativa, al parecer fue la intercesión del poeta Pablo Prado y sobre todo la de Eduardo Barrios lo que acabaron por convencerlo. Y si bien descartó la posibilidad de cortar el papel a sierra, sí adoptó el formato cuadrado, que acabaría por convertirse en distintivo de las ediciones de poesía de Nascimento. Así lo contaba el propio Nascimento, según lo atestigua Volodia Teitelboim: «me convenció y hasta tuve que hacer el libro a la medida que él pidió: un formato grande, cuadrado, que no era nada económico porque se perdía mucho papel». El libro apareció en el mes de junio, cuando apenas faltaba un mes para que el poeta cumpliera los veinte años, y no tardó en convertirse en uno de los libros más famosos, editados, pirateados y leídos de Neruda, a quien además Nascimento proporcionó de inmediato trabajos editoriales, como es el caso de la traducción y prólogo de unas Páginas escogidas (1924) de Anatole France, además de encargarle una novela, El habitante y su esperanza (1926) y publicarle en los años posteriores el grueso de su obra: Tentativa del hombre infinito (1926), Anillos (1926), una segunda y definitiva versión de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1932), Residencia en la tierra (1925-1931) (1933)…

Sin embargo, esto cambió cuando Neruda regresó de España, por entonces sumida en la guerra civil. A la propuesta que le hizo el director literario de la editorial Ercilla, Luis Alberto Sánchez, de reeditar algunos de sus libros, el poeta respondió cuando se lo planteó en el café Viena:

«Con mucho gusto autorizaré la edición de mis libros por Ercilla. Nascimento no difunde sus libros en el exterior, ustedes sí, pero impongo una condición: que lo primero que salga sea España en el corazón y que me haga un adelanto sustancial». Asentí. Al día siguiente tenía en mis manos el original del libro, que yo conocía fragmentariamente, y le entregué un cheque por quince mil pesos; que entonces era una suma apreciable; yo ganaba en ese momento unos cinco mil pesos mensuales, juntando sueldos, traducciones y royalties.

Fuentes:

Anónimo, «Editorial y Librería Nascimento (1875-1986)», en Memoria Chilena.

Anónimo, «Nascimiento, el editor de la literatura chilena»,  Atenea. Revista de Ciencia, Arte y Literatura de la Universidad de Concepción,  núm 436 (segundo semestre de 1977), p. 333-334.

AA.VV. ¡Adiós Nascimento! Asimpres Informa (Revista de la Asociación Gremial de Impresores de Chile), núm 35 (número especial dedicado a Nascimento), con artículos de Martín Cerdá, Roque Esteban Scarpa, Braulio Arenas, Andrés Sabella, Rosa Cruchaga de Walker, Alfonso Calderón y otros sin firma.

Chilenostálgico, «Librería y Editorial Nascimento, Ahumada, 125», Chile Nostálgico. Pasado y Presente en una Fotografía, 5 de mayo de 2016.

Marisol García, «Carlos George Nascimiento: el editor fecundo», Revista Dossier (Universidad Diego Portales), núm 6.

Joaquin Pérez Arancibia, «Calidad literaria nacional y edición. La importancia de la editorial Nacimiento en la creación de un campo literario nacional, 1930-1950» (I y II), Mito. Revista Cultural, 22 de septiembre y 9 de octubre de 2004.

Milton Rossel, «Evocación de la Librería Nascimento », El Mercurio, 26 de enero de 1966, p. 5.

Luis Alberto Sánchez, Visto y vivido en Chile, prólogo de Miguel Laborde, Santiago, Tajamar Editores (colección Alameda), 2004.

Enrique de Santiago, «Nascimento, de mar a mar, una aventura editorial», Escáner Cultural, 20 de noviembre de 2014.

Daniel Schidlowsky, Neruda y su tiempo: las furias y las penas, Santiago, RIL Editores, 2008.

Subercaseaux, Bernardo. Historia del libro en Chile (Alma y cuerpo), Santiago, Lom Editores, 2000.

El enigmático editor Ramon Maynadé y Chile (tirando de un hilo)

De 1942 es una cuanto menos curiosa edición de un librito firmado por la escritora feminista y socialista inglesa Annie Besant (1847-1933), La sabiduría antigua, en versión española de Rafael Urbano, en cuyo pie editorial se indica: Editorial Maynadé, Barcelona-Editorial Ercilla, Santiago de Chile.

Es bastante escaso y confuso lo que se sabe acerca del fundador de esa editorial barcelonesa, más allá de una etapa bastante concreta comprendida entre las últimas décadas del siglo XIX y la guerra civil española, pero algún rastro dejó la relación entre esta firma y Santiago de Chile, y la mencionada edición deja algunos hilos de los que tirar. El traductor, el periodista madrileño Rafael Urbano (1870-1924), había publicado ya en 1903 una Historia del socialismo. Parte antigua: la conquista utópica, así como obras de títulos tan insólitos como El papel de fumar (1908), Manual del perfecto enfermo (ensayo de mejora) (1911) o, ambos en la Biblioteca del Más Allá, El Diablo. Su vida, su poder (1922) y el prólogo, biografía y glosario que acompaña la edición de Doctrinas y enseñanzas teosóficas, de la ocultista y teósofa rusa H.P. Blavatsky (1831-1891).

Sin embargo, más interesante resulta un pasaje de las memorias del médico Eduardo Alfonso Hernán (encarcelado al fin de la guerra por su pertenencia a la Sociedad Teosófica y posteriormente exiliado en América), Mis recuerdos: «Arnaldo Maynadé (otro exiliado catalán, hermano de la simpar y cultísima Josefina Maynadé y Mateos), que tenía una editorial en Santiago [de Chile] me publicó La Religión de la Naturaleza (año 1949 [en Ercilla])». Como es fácil suponer, tanto Arnaldo como Josefina son hijos del editor que aquí nos interesa, Ramon Maynadé Sallent, casado con Carmen Mateos Prat, aunque otro dato pertinente en este caso es la edición que del libro de Josefina La vida serena de Pitágoras se publicó en 1954. El pie editorial de esta última obra indica que el libro fue diseñado por el célebre Mauricio Amster (1907-1980) –que había llegado a Chile a bordo del legendario Winnipeg como consecuencia del resultado de la guerra civil española–, y publicado por los «Talleres Gráficos de Encuadernadora Hispano Suiza, Ltda., Santa Isabel 0174, Santiago de Chile». De la colaboración de Amster con la Hispano Suiza (que en los años cincuenta y sesenta trabajó mucho para la editorial Andrés Bello o Editorial Jurídica de Chile, así como para el Círculo Literario de Chile) es también testimonio más tardío el libro colectivo Gabriel Amunategui, memoria y homenaje, publicado por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales en 1961, por ejemplo, en cuya página de créditos se indica que «proyectó la edición Mauricio Amster».

Carmen Mateos.

No obstante, y pese a la experta intervención de Amster en muchos de los proyectos de la Hispano Suiza, lo cierto es que hay también testimonio de algún que otro enfado tremendo con los trabajos llevados a cabo en esos talleres, como es singularmente el caso del narrador e historiador dominicano Juan Bosch (1909-2001), quien al recibir los ejemplares justificativos de su Cuento de Navidad, escribía el 4 de febrero de 1957 al director editorial de Zig-Zag Ramón Zañartu:

A primera vista, la impresión que me produjo Cuento de Navidad no pudo ser peor. El proyectista de la impresión confundió ese libro con un estudio sobre el desarrollo de la minoría o con una tesis doctoral y escogió el tipo, la distribución de cuerpo y márgenes apropiados para trabajos de esa índole, no para un cuento infantil. Pero al proceder a la lectura la impresión se trasformó en desoladora: No hay derecho a hacer con mi cuento lo que ha hecho Zig-Zag, ni a ningún lector se le puede cobrar dinero por ofrecerle una edición plagada de errores tan graves que le hacen perder el sentido a lo escrito. Lo menos que yo esperaba de Zig-Zag es que tuviera un corrector de pruebas, no que se confiara al linotipista que compone el material.

A ello respondió como buenamente pudo Zañartu en carta del 22 del mismo mes, contando además con cierto pormenor, que es lo que aquí interesa, cómo se llevó a cabo el proceso de edición de la obra y señalando como principal responsable de las numerosas erratas detectadas por el autor a la «desastrosa» corrección de pruebas de la Hispano Suiza:

Su proyección y diagramación fue encomendada personalmente por mí a Mauricio Amster, que es el profesional más capacitado de nuestro país para esta clase de trabajos y que no solamente goza de reconocido prestigio en Chile sino que cuenta con él en el exterior.[…]

El libro fue primero acuciosamente corregido por el jefe de nuestra corrección de pruebas. Al decir nuestra corrección de pruebas me refiero a la de Zig-Zag, de la cual puedo

Mauricio Amster en 1937.

enorgullecerme porque es la mejor que existe en América y es reconocida como tal por todos los autores y editores, sin excepción alguna.

Lo lamentable del asunto es que como nuestra capacidad de impresión se encuentra muy reducida, tuvimos que hacer imprimir este libro en otra imprenta que trabaja especialmente para la empresa Ercilla.

Soy el primero en reconocer que sí tienen una corrección de pruebas desastrosa. Tal así, que no confiando en ella no solamente hago revisar los libros por nuestros correctores en galeradas, sino que también en pruebas de trozos y una vez compaginados.

Desgraciadamente, al parecer en este caso nuestras correcciones no fueron atendidas en debida forma ¿Serán las erratas tan graves como usted dice? Los talleres de la imprenta Hispano-Suiza se encuentran actualmente cerrados por vacaciones, pero se reabren el 1° de marzo próximo. Inmediatamente que esto suceda y reciba las indicaciones que usted me anuncia, haré revisar acuciosamente el original suyo con el libro impreso y cotejarlo con las notas que usted me envíe.

El doctor Eduardo Alfonso Hernán (1896-1991).

Es casi imposible y muy probablemente injusto intentar averiguar quién llevó a cabo esa corrección, pero en cambio sí conocemos algunos datos de uno de los empleados de esos talleres, el linotipista y corrector madrileño Homero García Ramos (1911-1979), quien antes de la guerra había trabajado para Espasa Calpe y era miembro de la Asociación General del Arte de Imprimir de la UGT (Unión General de Trabajadores), y que como consecuencia del resultado de la guerra se exilió a Francia y fue recluido en el campo de refugiados de Bram. Logró llegar a Chile en septiembre de 1939, también a bordo del Winnipeg, y empezó trabajando en la editorial Zig-Zag antes de hacerlo en la Hispano Suiza (donde se jubiló), al tiempo que era secretario de la sección del PSOE de Santiago de Chile hasta su muerte. En cualquier caso, resulta muy lógico que en una editorial como Ercilla, entre cuyos fundadores y directivos abundaban los peruanos miembros o afines a la APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) que se habían exiliado a Chile, encontraran buena acogida los exiliados republicanos españoles

En el año 2008 quien probablemente sea el primer gran estudioso de la historia editorial chilena, Bernardo Subercaseaux, ponía en una misma frase a Maynadé y estos talleres en un artículo publicado en la Revista Chilena de Literatura: «Maynadé, el editor barcelonés, se incorporó a Ercilla, retirándose más tarde para instalar con el suizo Hans Schwalm la imprenta Hispano-Suiza, en que se imprimían parte de los libros de la editorial [Ercilla]».

Logo de Editorial Ercilla.

Por otro lado, el teósofo valenciano Salvador Sendra –fallecido en Puerto Rico en 1991, pero que desde la editorial mexicana Orión había proporcionado trabajos bien remunerados a exiliados republicanos como Joquím Xirau o Luis Santullano– relató de la siguiente manera su reencuentro en Chile con el hijo del editor Ramón Maynadé, a quien atribuye además responsabilidades de gerencia en Ercilla ya en los años cuarenta:

A instancias del amigo Arnaldo Maynadé, hijo de don Ramón Maynadé y hermano de Pepita Maynadé –la culta escritora española–, todos viejos amigos de Barcelona, en 1940 acepté realizar un viaje por Latinoamérica por cuenta de una empresa de libros chilena de la cual mi amigo Arnaldo era gerente.

Y a todo ello aún pueden añadirse algunos datos más que llevan a cuestionarse qué papel desempeñaron padre e hijo Maynadé en la industria editorial chilena, a tenor de la investigación llevada a cabo por José Rodríguez Guerrero, quien anota en «La Alquimia en España durante el período modernista a través de sus libros»:

Su hermano [de Josefina Maynadé i Mateos] Arnaldo Maynadé i Mateos fue acusado de delito de masonería en 1944 por su pertenencia a la Logia Inmortalidad de Barcelona. Se exilió a Chile, donde llegó a ser Venerable Maestro en la Logia Iberia nº 51. Su expediente se conserva en: Salamanca, Archivo de la Guerra Civil Española, Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y del Comunismo, nº 10797.

Al mismo Arnaldo Maynadé lo describe Sebastián Jans (Gran Maestro de la Gran Logia de Chile) como «imprentero», además de como Venerable Maestro de la logia chilena Iberia 51. Así, pues, parece que habrá que seguir tirando de ese hilo para deslindar a los dos Maynadé y afinar su relación con Ercilla y con los talleres de la Hispano Suiza.

Fuentes:

Eduardo Alfonso y Hernán, Mis recuerdos, Madrid, Edición del Autor en Imprenta Europa (colección Sagitario), 1986

Rafael García Romero, «Juan Bosch: cartas escritas en el exilio», blog del autor, 10 de julio de 2014.

Sebastián Jans, «Presentación del libro Desde el silencio, verso a verso», blog personal de Sebastian Jans, 18 de julio de 2012.

José Rodríguez Guerrero, «La Alquimia en España durante el período modernista a través de sus libros», Azogue, núm 5 (2002-2007), pp. 181-223.

Salvador Sendra, Impacto de Krishnamurti. Respuestas de España, Portugal e Hispanoamérica, México, Orión, 1987.

Bernardo Subercaseaux, «Editoriales y círculos intelectuales en Chile, 1930-1950», Revista Chilena de Literatura, núm 72 (abril de 2008), pp. 221-233.

Alejandro Zambra y la generación de la Biblioteca Ercilla

A lo largo de la espléndida colección de textos de Alejandro Zambra que Andrés Braithwaite seleccionó y editó con el título No leer (Crónicas y ensayos sobre literatura), el escritor chileno menciona en diversas ocasiones la importancia que tuvo en la formación de los lectores de su generación los libros que integraron la Biblioteca Ercilla. Así, por ejemplo, en «Niños genios» explica Zambra:

Gran parte de los niños de los años ochenta debemos nuestra iniciación literaria a la Biblioteca Ercilla, una nu­merosa colección de libros sin dibujos, sin prólogos y sin notas a pie de página que venían de regalo con la revista Ercilla […]. Somos, mal que nos pese, la generación Ercilla: leímos La metamorfosis o El retrato de Dorian Gray o los cuentos de Poe fundamentalmente porque entonces bastaba estirar la mano para obtener esos libros y porque nos cautivaron o no nos aburrieron

A la altura de los años ochenta del siglo XX, Ercilla era ya toda una institución en el panorama editorial chileno. Sin embargo, ya un siglo antes Ercilla había dado nombre a una célebre imprenta creada por el bibliófilo y erudito José Toribio Medina (1852-1930) (de ella salió, por ejemplo, el poema histórico Las guerras de Chile [1888], de don Juan de Mendoza Monteagudo, con el que nace la colección de Poemas Épicos Relativos a Chile).

De 1933 data la fundación de la Editorial Ercilla de Laureano Rodrigo y Luis Figueroa, que entre los años treinta y los cuarenta, la época dorada de la edición chilena, ocupó un lugar preponderante, junto con Nascimento y Zig_Zag y, a cierta distancia en cuanto a tamaño otras como Osiris y Universo. Si Nascimento era la editorial de referencia en cuanto al ensayo y Zig Zag destacó por acoger a los narradores chilenos y por el esmero en el diseño, Ercilla fue la gran divulgadora de la literatura universal, gracias entre otras cosas al un equipo de prestigiosos editores que reunió, entre los cuales un buen número de intelectuales peruanos  afines o vinculados al APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) exiliados en Chile, como el profesor limeño Luis Alberto Sánchez (1900- 1994), que dirigió la editorial además de publicar en ella diversos títulos propios (Panorama de la literatura actual, 1934; Historia de la literatura americana (desde los orígenes hasta 1936), 1937; Historia general de América, 1941, etc.), los escritores Ciro Alegría (1909-1967), que empezó alternando el trabajo como corrector de pruebas con traducciones para Zigzag, y Juan José Lora (1902-1961) o el periodista Manuel Seoane Corrales (1900-1963), que a partir del abril de 1937 dirigiría la revista Ercilla.

Avanzada la década de los treinta, sumida la industria editorial española en las trabas inherentes a una guerra civil, Ercilla vivió su momento de esplendor en 1937, con la apertura de diversas sucursales (Buenos Aires, Caracas, México, Montevideo…) y con un ritmo de publicación de hasta tres obras mensuales y tiradas de mil ejemplares iniciales.Por entonces la revista Ercilla tenía ya cuatro años, si bien inicialmente se había planteado como un boletín literario de apenas ocho páginas, pero la llegada en 1935 del español José María Souviron (1904-1973) y en abril de 1937 del ya mencionado Manuel Seoane, le dieron un empujón definitivo y la convirtieron en un modelo de magazin.

Tras la breve etapa de dirección de quien pasa por ser la primera periodista chilena, Lenka Franulic (1908-1961), durante la cual se incorpora alguna firma importante a la revista –la de José Donoso, en particular–, a su muerte se pone al frente de la misma Enrique Cid y se inicia una etapa de cambios muy frecuentes en la dirección –Humberto Malinarich entre 1962 y mediados de 1966, Erika Vexler los doce meses siguientes, Alejandro Cabrera Ferrada la segunda mitad de 1967–, en la década siguiente se inicia la fórmula promocional de regalar todo tipo de productos adicionales con la adquisición de la revista y, en palabras de Subercaseaux, «el libro se convierte en factor de promoción para sacar a la revista Ercilla de su decaimiento». Tal fue la magnitud del éxito que Ercilla llegó a tener una tirada de 237.000 ejemplares.

La Biblioteca Ercilla, y su éxito, fue posible en buena medida gracias a la participación de la Editorial Andrés Bello, que cedió gratuitamente los derechos para la selección de Los Mejores Libros Chilenos, y sobre todo del patrocinio de la Televisión Universidad Católica de Chile, a los que habría que añadir Xerox, Nescafé y el Banco Nacional de Valores. Fruto de esta relación fue el lanzamiento entre marzo y noviembre de 1983 de Los Mejores Libros Chilenos, que alcanzan una venta media de 158.417 ejemplares, según datos de Subercaseaux. A este éxito contribuyó también que algunos de los títulos eran de lectura obligada en el Plan de Estudios de Enseñanza Media, como se ocupaba de subrayar la publicidad. Tras Martín Rivas, de Alberto Blest Gana (1830-1920), aparecen sucesivamente Cabo de Hornos, de Francisco Coloane (1910-2002), Recuerdos del pasado, de Vicente Pérez Rosales (1807-1886), Sub-terra, de Baldomero Lillo (1867-1923), Gran Señor y Rajadiablos, de Eduardo Barrios (1884-1963), La Araucana, de Alonso de Ercilla (1533-1594), Montaña adentro y otros cuentos, de Marta Brunet (1897-1967), Mio Cid Campeador, de Vicente Huidobro (1893-1948), La última niebla, de María Luisa Bombal (1910-1980), Un juez rural, de Pedro Prado (1886-1952), Llampo de sangre, de Óscar Castro (1910-1947), y Frontera, de Luis Durand (1895-1954).

Marta Brunet.

A esta colección siguieron semanalmente a partir de noviembre de 1984 Los Mejores Libros Españoles, formalmente igualmente toscos y poco cuidados y con títulos en general más provectos (y por tanto libres de derechos), como El Libro de Buen Amor, El Conde Lucanor, El lazarillo de Tormes, La perfecta casada, El Burlador de Sevilla, La vida es sueño, aunque también Marianela, Bodas de sangre, Azorín, Poesía Selecta de Antonio Machado (títulos que acaso Alejandro Zambra no llegó a ver) y uno de los sí recordará Zambra, la Niebla de Miguel de Unamuno (1864-1936), de los que se vendía una media de 160.000 ejemplares.

En «De novela, ni hablar», donde vuelve a insistir en la influencia de esta colección, escribe Zambra:

En mi casa, como en la mayoría de las casas de clase media, la biblioteca consistía únicamente en una colección de libros baratos que venían de regalo con la revista Ercilla. La Biblioteca Ercilla incluía varias decenas de títulos de color rojo para la literatura española y de color café para la literatura chilena y de color beige para la literatura universal. No había una colección de libros latinoamericanos. No había, para nosotros, literatura latinoamericana. Doña Bár­bara, el Martín Fierro y las Ficciones de Borges figuraban entre los libros de literatura universal, y si mal no recuerdo el título más actual de los españoles era Niebla, de Unamu­no. Mi generación creció creyendo que la literatura chilena era de color café, y que no había algo así como una litera­tura latinoamericana.

Quizá el término, sin embargo, resulte un poco desorientador, porque en los años treinta la editorial Ercilla había publicado ya una longeva colección, específicamente llamada Biblioteca Ercilla, que daba una orientación bastante distinta de lo que era la línea ideológica de Ercilla en aquellos años: Breve historia del mundo (1934), de H.G. Wells; Y así vamos.. (1934), de Carlos Sáez Morales; El fin del capitalismo (1934), de Ferdinand Fried; Chile frente al socialismo y al comunismo (1934), de Mario Bravo Lavín; Dostoiewski (1935), de André Gide; Psicología de la vida erótica (1935), de Sigmund Freud; Fundamentos reales de sociología (1936), de Georg Nicolai; El golpe de estado de 1924, ambiente y actores (1938), de Emilio Rodríguez Mendoza,…

Fuentes:

Joaquín Fermandois, dir., Olga Ulianova, coord.., Chile. Mirando hacia dentro, vol. 4 (1930-1960), Taurus, Fundación Mapfre, 2015.

Jorge Fuentes, «Los famosos libros regalados por revista Ercilla: Ocho millones de nuevos lectores en Chile», Guioteca, 25 de octubre de 2013.

Bernardo Subercaseaux, La industria editorial y el libro en Chile (Ensayo de interpretación de una crisis), Santiago de Chile, Centro de Indagación y Expresión Cultural y Artística, octubre de 1984.

Bernardo Subercaseaux, Historia del libro en Chile (Alma y Cuerpo), segunda edición, corregida, aumentada y puesta al día en noviembre de 2000, Santiago de Chile, Ediciones LOM (Colección sin Norte), 2003.

Alejandro Zambra, No leer (Crónicas y ensayos sobre literatura), selección y edición de Andres Braithwaite, Santiago de Chile, Ediciones UDP, 2010; Barcelona Alpha Decay, 2012; Barcelona, Anagrama, 2018.

Editorial Sudamericana, vista por «Joan Ferrer»

A David Paradela, traductor, profesor y bloguero Malapartiano.

Cèsar August Jordana (1893-1958) fue en los años treinta el detonante de una anécdota libresca bastante curiosa. Con una obra ya notable a sus espaldas, a finales de 1931 publicó lo que fue calificado por algún crítico como “pornografía literaria estéticamente digna”, Una mena d´amor (Proa, 1931) una novela que en la literatura catalana tenía pocos antecedentes (se ha meencionado Fanny, de Carles Soldevila, por ejemplo) y que se ha comparado en ciertos aspectos con la obra de D. H. Lawrence. Lo más interesante, sin embargo, no es que Jordana incursionara en ese género y lo dotara de cierta dignidad literaria (algo que en esa época estaba sucediendo también con otros géneros, como el policíaco), sino que esta obra fuera mencionada en una de las novelas catalanas de esos años que mejor han resistido el paso del tiempo, Aloma (1938), de Mercè Rodoreda (1908-1983). La protagonista de esa novela, de un nivel cultural limitado, compra el libro de Jordana en un quiosco, lo que ya resulta indicativo, y procura leerlo a escondidas. Pero Jordana recibiría otro inesperado impulso promocional cuando el esperantista Delfí Dalmau (primer descubridor de Rodoreda, a quien abrió las páginas de la revista Clarisme), publicó una réplica titulada Una altra mena d´amor (Edicions Clarisme, 1933). Poco después, en 1934, Jordana traduciría para las Edicions de la Rosa dels Vents de Josep Janés Flush, de Virginia Woolf (cuya primera edición en castellano es de 1944, en Destino), entre otras obras que requieren un buen traductor.

Jordana en Barcelona, antes de la guerra civil.

Sin embargo, mucho más interesante es la obra póstuma de Jordana, El món de Joan Ferrer, publicada originalmente por Joan Olivé en Aymà, en 1966, y no recuperada hasta 2009 por Edicions de 1984, que incorporó a Jordana a una colección (Mirmanda) en la que convive con Doctorow, Dino Buzzati, Hans Fallada, Claudio Magris o Ford Madox Ford; es decir, entre grandes autores de alcance universal y de interés permanente. Resulta un poco extraño que El món de Joan Ferrer no se haya publicado en lengua española (e idealmente en una editorial bonaerense), sobre todo a tenor de su tema (o más bien de su hilo conductor).

Joan Ferrer es un catalán que a raíz del resultado de la guerra civil, tras un paso episódico por Francia y Chile, se ha instalado como traductor literario y editor en Buenos Aires, para una editorial tras la cual se oculta (y se oculta muy poco) la Editorial Sudamericana de Antonio López Llausàs (hoy en el Grupo Penguin Random House). Como señala Maria Campillo en el texto introductorio, esta obra de Jordana propone muchos niveles de lectura, pero leerla como novela en clave resulta particularmente divertido, porque además Jordana sabe muy bien de lo que habla. Después de haber traducido durante mucho tiempo al catalán antes de la guerra civil (sobre todo para Barcino y Proa, donde publicó la de Mrs. Dalloway), en Chile y en Argentina Jordana tradujo muchos libros para Editorial Sudamericana, además de muchos otros para Poseidón (del exiliado catalán Joan Merli) y la chilena editorial Ercilla, lo que hace más evidente si cabe el fuerte componente autobiográfico de esta novela. De Jordana son por ejemplo las traducciones de La vida secreta de Salvador Dalí (Poseidón, 1944) o La filosofía perenne, Mono y esencia, Adonis y el alfabeto y otros ensayos y Esas hojas estériles, entre otras, de Aldous Huxley (Sudamericana, 1947, 1951, 1958 y 1959). Obra suya son también algunas de las traducciones que Sudamericana publicó de Thomas Merton, Will Durant, Hubert Wilkins, Roger Caillois, Julian Huxley…

Sede de Sudamericana en los años cuarenta.

Joan Ferrer escribe informes de lectura, traduce, e incluso rechaza, por razones de conciencia, un puesto en el servicio de prensa en la época en que la “Editorial Andina” (léase Sudamericana), que dirigen Pau Vallès (Antonio López Llausàs) y Arturo Rabínez (¿Rafael Vehils?) está lanzada en la lucrativa racha de libros de autoayuda (léase de Dale Carnegie), al tiempo que publica la obra literariamente más valiosa de aquellos autores británicos, franceses e italianos que la censura franquista impide que publiquen las editoriales españolas. De Vallès, se dice, por ejemplo, que lo concocía “desde hacía muchos años, había tenido tratos con él como escritor y sabía muy bien hasta qué punto se podía uno fiar de él, cuánto podía obtener o cuánto podía perder con él. Incluso cuando le prometía una cosa y hacía otra, Joan no se consideraba muy engañado, porque siempre se le veía venir y se lo esperaba” [la tarducción es mía].

Proa, 1966.

Las interioridades del funcionamiento de la editorial, las triquiñuelas de sus empleados para ascender, las pugnas entre los propietarios y las chapuzas del disparatado y enloquecido responsable del departamento editorial son fuente inagotable de carcajadas para quien conozca un poco el mundillo editorial por dentro. Las escenas, por ejemplo, en que el protagonista se ve en la necesidad de justificar un informe de lectura muy negativo acerca de un libro de viajes disparatado del autor estrella de la casa, ha lidiar con la revisión de una prueba de traducción que ha realizado una «enchufada» muy poco talentosa o tiene que defender su traducción, una vez ya publicada, que ha sido objeto de una corrección completamente absurda y torpe se cuentan entre las más graciosas de la novela. Y la cosa cobra más trascendencia y retranca si uno sabe que antes de la guerra Jordana fue jefe de la Oficina de Estilo de la Generalitat de Catalunya. Seguro que a más de un traductor o redactor de informes de lectura son escenas que le resultarán familiares y difícilmente podrá reprimir, cuando menos, una sonrisa.

Sin embargo, más interesantes si cabe son sus atinadas e irónicas reflexiones sobre la tarea de traducir, sobre la eufonía, sobre los «falsos amigos», sobre la traslación del ritmo de la prosa, y sus asociaciones de ideas a partir de la comparación entre palabras de diferentes lenguas. Harán las delicias de los profesionales en la materia.

C.A. Jordana

Incluso tras los títulos y autores que menciona Jordana sería posible investigar si no se ocultarán a algunos escritores y libros reales: Un Don Felipe´s Heart, de un tal Cought, una Sikorsky´s New Theory: Superegos at Work, unas graciosas Réflexions sur la cuisine française, o La theorie de la relativité sans mathematiques, de Jean Remi, Christopher Sullivan… De lo que no hay duda es del carácter autobiográfico del pasaje en que Joan Ferrer, un poco a modo de balance, contempla su biblioteca de traducciones. Ahí están Marlow, Sterne, Lessage, Hugues, Charles Morgan, Martin de Gard…, e incluso sus propias obras como narrador, entre las que aparecen una recopilación de cuentos titulada Tot de misteris (Tot de contes, 1929), Els tripijocs dels inmortals, protagonizada por un tal detective Sam Weller (El collar de la Núria, 1927), una biografía de Plaerdemanvida (?), la recopilación de artículos Esplais i cabòries y unas Excursions literàries.

Carles Riba (1893-1959)

También en sus miradas retrospectivas al pasado encontramos algunos guiños bastante evidentes: un tal Carmel Margenat (Carles Riba), por ejemplo, o un antólogo tras el que es fácil reconocer a Joan Triadú y su Antologia de la poesia catalana. 1900-1950 (Selecta, 1951)

Sería interesante y divertido contar con una traducción al español de El món de Joan Ferrer, en la que se investigaran y anotaran todos esos guiños, que a menudo remiten a editores y escritores reales. Y la calidad de la obra, con sus espléndidas introspecciones joyceanas y sus pinceladas costumbristas bien distribuidas, lo justificaría sobradamente.

César August Jordana, El món de Joan Ferrer, prólogo de Maria Campillo, Barcelona, Edicions de 1984, 2009.

Nota de octubre de 2015: La editorial Entre Mundos ha publicado la versión en español, con el título El mundo de Joan Ferrer, en traducción de Palmira Feixas.

Fuentes:

En el Arxiu Nacional de Catalunya se conserva el epistolario de Cèsar August Jordana, que incluye abundante correspondencia entre la que se cuenta la mantenida con las editoriales Ercilla, Sudamericana y Aymà.

Miquel Adam, “El món de Joan Ferrer vist per un ignorant”, Núvol, 7 de febrer de 2013.

Montserrat Bacardí, La traducció catalana sota el franquisme, Lleida, Punctum-Trilcat-Gettcc (Quaderns 5), 2012.

Josep M. Benet i Jornet, “C.A. Jordana, més enllà de la pulcritud”, Els Marges, núm 1 (1974), pp. 110-114.

Helena Bonals, «Ressenya d´El món de Joan Ferrer«, Anticànons, 1 de agosto de 1007.

Lluis Busquets i Grabulosa, “Epistolaris d Xavier Benguerel. Un pou d informacions”, en Manuel Aznar Soler, ed., El exilio literario español de 1939.  Actas del Primer Congreso Internacional (Bellaterra, 27 de noviembre-1 de diciembre de 1995), Barcelona, Gexel, 1998.

Lluis Busquets i Grabulosa, «Cèsar August Jordana, un epistològraf a l’exili», Revista de Catalunya, n. 178 (octubre de 1993), pp. 103-112.

Maria Campillo, “Situació i sentit d´ Una mena d´amor”, Els Marges, n. 11 (1977), pp. 101-109.

Maria Campillo, “Cèsar-August Jordana, El món de Joan Ferrer,  Quaderns. Revista de Traducció, n. 16, (2009), pp. 29-42.

Júlia Costa, «Cèsar August Jordana, oblits i recuperacions«, La panxa del bou, 5 de abril de 2013.

Cèsar August Jordana, «L’art de traduir. Justificació d’un assaig«, Revista de Catalunya, n. 88 (15 de julio de 1938), reproducido en Montserrat Bacardí, Joan Fontcuberta y Francesc Parcerisas, eds., Cent anys de traducció al català (1891-1990). Antologia, Vic, Eumo, 1998, pp. 117-125.

Montserrat Majó i Ubach, Cèsar-August Jordana i la traducció. Repàs biobibliogràfic, trabajo de investigación dirigido por Montserrat Bacardí y fechado en septiembre de 2004.