«El público» de Federico García Lorca y su azarosa historia editorial

Resulta asombrosa la cantidad de años que pasaron entre el asesinato del artista multidisciplinar que fue Federico García Lorca (1898-1936) y el momento en que se pudo tener acceso a su obra literaria completa, si bien por el camino se publicaron compendios que se pretendían y presentaban como tales.

Federico García Lorca.

Al margen de poemas de juventud que en su día el poeta prefirió no publicar y de los textos y entrevistas que pudieran quedar dispersos en publicaciones periódicas, más interesantes parecen los casos de las obras teatrales Yerma,  La casa de Bernarda Alba (publicada en Losada en 1945 por iniciativa del editor español Guillermo de Torre y estrenada en el Teatro Avenida de Buenos Aires ese mismo año), Así que pasen cinco años y, sobre todo, El Público, cuya primera edición tardó muchos años en estar a disposición de sus lectores, si bien unos breves pasajes se habían publicado ya en junio 1933 en el tercer número de la revista Cuatro Vientos (pp. 61-78), con la indicación «De un drama en cinco actos» que durante mucho tiempo se dio por inacabado o por perdido. Es más, a partir de la correspondencia entre Dámaso Alonso y Jorge Guillén, el lorquista Antonio Monegal reconstruye un proyecto de publicación de la obra en la editorial Signo, que quedó en el aire debido a que un viaje a la Argentina impidió a Lorca llegar a firmar el contrato.

Rafael Martínez Nadal.

En la revista mexicana Residencia, Rafael Martínez Nadal (1903-2001) publicó en 1963 un importante y polémico artículo titulado «El último día de Federico García Lorca en Madrid» en el que cuenta la jornada que pasó con Lorca ante la inminencia del golpe de Estado de julio de 1936, y cómo el poeta, antes de viajar a Granada, le entregó una serie de papeles personales con instrucciones de destruirlos si le pasaba algo, y entre los que se encontraba el único manuscrito conocido de El Público, que ha sido objeto de enrevesados debates acerca de si le falta o no un cuadro. A su vez, Martínez Nadal puso en manos de un amigo el manuscrito y no lo recuperó hasta 1958, cuando se encontraba ya exiliado en Londres. Ya entonces proyectó una edición facsímil y mostró el manuscrito a la familia Lorca, en particular a su hermano Francisco García Lorca (1902-1976), pero este se opuso, al parecer con la esperanza de localizar una versión más definitiva de la obra (de cuya existencia tampoco había datos fiables).

La aparición de ese artículo en México debió de desatar todo tipo de pesquisas para publicarlo, y uno de los que se puso a ello fue el grafómano y editor Max Aub (1903-1972), que por entonces había puesto en marcha una original y espléndida revista internacional, Los Sesenta, cuyo propósito era publicar inéditos sólo de autores que hubieran cumplido cuanto menos esa edad, y entre los que se contaron a Juan Ramón Jiménez (1881-1958), León Felipe (1884-1968), Américo Castro (1885-1972), Julio Torri (1898-1970), Vicente Aleixandre (1898-1984), André Malraux (1901-1976), Ramón J. Sender (1901-1982), Rafael Alberti (1902-1999), Salvador Novo (1904-1974), Manuel Altolaguirre (1905-1959), etc.

Un auténtico lujo, la revista Los Sesenta, que se publicaba en los años sesenta y en la que sólo podían colaborar quienes hubieran cumplido esa edad (cosas de Max Aub y su sentido del humor).

Lo primero que intentó Max Aub fue recabar información a través de su amigo Esteban Salazar Chapela (a quien escribe al respecto en octubre de 1964), que al igual que Martínez Nadal se encontraba exiliado en Londres, así como del propio Martínez Nadal, de quien recibe respuesta en diciembre de ese mismo año y a quien en el cuarto número de Los Sesenta publicó «Dos viñetas» acerca de Unamuno.

Arturo del Hoyo.

Salazar Chapela, después de abordar directamente el tema con Martínez Nadal, informa a Aub de que el crítico no deseaba que la obra se incluyera en las Obras completas de Lorca –que venía preparando Arturo del Hoyo (1917-2004) en Aguilar a partir de las ediciones de Losada– porque la consideraba una versión no definitiva, deficiente, y que, puesto que esa editorial tenía por contrato (desde mayo de 1952) derecho a publicar cualquier obra que saliera a la luz del escritor granadino, estaba dispuesto a esperar a que ese contrato venciera.

Sin embargo, hay testimonios también de que en los círculos literarios del exilio republicano se rumoreaba acerca de otras motivaciones, que resultan también bastante plausibles. En la entrevista que Max Aub mantuvo con Rafael Alberti mientras preparaba lo que debía ser su biografía del cineasta Luis Buñuel, le preguntó con falsa ingenuidad si él creía que El Público existía realmente, a lo que Alberti responde que él cree que si Francisco García Lorca no autoriza su publicación es simplemente porque la obra es expresión inequívoca de la homosexualidad de su hermano, razón que, en la misma entrevista, Aub da por buena.

Sin embargo, en la misma extensa carta de diciembre de 1964 ya aludida, Martínez Nadal ofrece a Aub la posibilidad de cederle un texto que está preparando sobre El Público, si puede publicarlo antes de que aparezca en Inglaterra. Según dice, este estudio exige largas y abundantes citas de la obra, lo que confía en que obligue a los hermanos de Federico, o bien a autorizar la edición íntegra del manuscrito, o bien a publicar la edición íntegra si ésta realmente existe. El caso es que cuando Martínez Nadal estuvo en disposición de mandar a México el primer capítulo de su estudio, en 1968, Los Sesenta había desaparecido.

Aun así, Aub no se había quedado de brazos cruzados al respecto, y el 30 de marzo de 1965 había escrito directamente a Francisco García Lorca para tantearlo y, además de pedirle alguna colaboración para la revista, le dice: «Supongo que es inútil preguntarte si tienes algún inédito de Federico».

Como es bien sabido, este silencio se rompió en 1970 con la publicación del libro de Martínez Nadal «El Público». Amor, teatro y caballos en la obra de Federico García Lorca, que editó lujosamente en Gran Bretaña el exiliado catalán Joan Gili i Serra (1907-1998) en sus Dolphin Books Co. (que publicaron otros facsímiles de autógrafos de García Lorca en los años siguientes, preparados también por Martínez Nadal), y apenas pasaron cuatro años antes de que se publicara en México, gracias a la editorial Joaquín Mortiz, «El Público». Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, que era una versión corregida, ampliada y más asequible de la edición de Doplhin.

La primera edición destinada al gran público corrió a cargo de nuevo de Martínez Nadal y se ocupó de ella Seix Barral en marzo de 1978, en la que El Público aparecía acompañada de la inacabada Comedia sin título, según se indica, con «introducción, transcripción y versión depurada por Rafael Martínez Nadal y Marie Laffranque [1921-2006]»

No obstante, mayor fortuna comercial tuvo la edición que María Clementa Millán preparó para la colección Letras Hispánicas de Cátedra, casi inmediatamente después de que la revista Cuadernos de El Público dedicara un número monográfico a esta obra lorquiana con contribuciones de Ángel García Pintado, Ian Gibson, Ángel Sahquillo, Juanjo Guerenabarrena, Rafael Martínez Nadal y la propia María Clementa Millán. Es significativo en este caso que en Cátedra se eligiera como ilustración de la cubierta un dibujo coloreado del propio García Lorca, «Hombre y joven marinero», fechado en Nueva York  entre 1929 y 1930 y perteneciente a la colección personal de Camilo José Cela, porque a Clementa Millán debemos la catalogación y estudio de buena parte de la obra gráfica lorquiana, de la cual se intercalan también algunos otros ejemplos en el interior del libro.

Dos años después se incluyó como número 32 en la Colección Teatral de Autores Españoles de la Biblioteca Antonio Machado de Teatro, y en los años sucesivos se publicó en compañía de otras obras de García Lorca, más o menos pertinentes (en 1993, por ejemplo, Derek Harris preparó como número 32 de la colección Clásicos Taurus una edición muy divulgada que incluía el Romancero gitano, Poeta en Nueva York y El Público).

Tal vez las últimas ediciones importante de esta serie sean la preparada por Miguel García Posada para su inclusión en el segundo volumen de las Obras completas de Lorca (desde luego, bastante más completas que las de Aguilar) que coeditaron Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores en 1997, y la del mencionado Antonio Monegal para Alianza en el año 2000, que pone título a la conocida hasta entonces como Comedia sin nombre: Sueño de la vida.

Fuentes:

María José Blas Ruiz, «Las obras completas de Federico García Lorca en Aguilar», Blog Antigua Editorial Aguilar, 5 de junio de 2013.

Mariano de Paco, «El teatro en las revistas de vanguardia: Los Cuatro Vientos», Monteagudo, núm. 7 (2002), pp. 115-124.

Federico García Lorca, El Público, edición de María Clementa Millán, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas 272), 1987.

Ian Gibson, «El insatisfactorio estado de la cuestión», Cuadernos de El Público, núm. 20 (enero de 1987), pp. 12-17.

Rafael Martínez Nadal, «El público»: Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, edición de Enrique Ortiz Aguirre, Comunidad de Madrid, 2019.

Josep Mengual, «Historia de “un maduro Litoral”: Los Sesenta», en Cecilio Alonso, coord., Max Aub y El laberinto español, Ajuntament de València, 1996, vol. 2, pp. 715-724.

Primera salida del “último Quijote editorial” (Joaquín Díez-Canedo)

Daniel Cosío Villegas, Enrique Díez-Canedo y Salvador Novo.

Los Díez-Canedo, como los Costa-Amic, los Gili, los Gallimard o los López Llausàs, constituyen una de esas estirpes que no sólo llevan la tinta en las venas, sino que la transmiten de generación en generación. Siendo hijo de quien probablemente fuera uno de los traductores y críticos literarios españoles más importantes de la primera mitad del siglo xx (Enrique Díez-Canedo, 1899-1944), no es raro que Joaquín Díez Canedo Manteca (1917-1999) acabara habitando entre galeradas, imprentas y libros, pero eso no es suficiente para explicar que llegara a conocérsele como “el Quijote editorial del país [México]” o que el editor español Juan Cruz lo considere “un mito dentro de esta profesión [la de editor]”.

Desde muy joven estuvo ya en contacto Joaquín Díez-Canedo, no sólo con libros, sino con sus más importantes autores, que a menudo visitaban a su padre, entre cuyos principales intereses se encontraba la literatura mexicana. E incluso parecía predestinarlo que en el Instituto Escuela de Madrid coincidiera con quien años más tarde se convertiría en traductor de Faulkner y Gide entre otros, y en jefe de producción de la Editorial Aguilar, Agustín Caballero Robredo, a quien nada más y nada menos que Juan Ramón Jiménez encomendó la elaboración de sus obras completas.

Juan Ramón Jiménez (1881-1958).

Antes del estallido de la guerra civil española, Joaquín Díez Canedo inició estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense, donde compartió aula con las dos hijas del eminente lingüista Tomás Navarro Tomás (el filólogo capicúa), Francisca y Joaquina, con Nieves de Madariaga, con Carmen de Zulueta Cebrián, o con su propia hermana María Luisa Díez-Canedo, y tuvieron como profesores a los eminentes José Fernández Montesinos (literatura), Enrique Lafuente Ferrari (historia) o José Gaos (filosofía). En esa época contribuyó con Agustín Caballero a la creación de la revista Floresta de Prosa y Verso, que dirigía su compañero de curso y buen amigo Francisco Giner de los Ríos Morales (1917-1995) y de la que aparecerían seis números entre enero y junio de 1936. Así cuenta su gestación Carmen de Zulueta en su libro de memorias Mi vida en España, 1916-1936:

Entre un grupito de estudiantes amigos habíamos creado una revista: Floresta de Prosa y Verso. Los dos amigos que dieron forma a la revista fueron Joaquín Díez Canedo y Francisco Giner de los Ríos. Este último escribía poesía amorosa, dedicada a las compañeras que más le gustaban. Fueron Carmen Salaverría, una verdadera belleza, que se interesaba más por Gregorio Marañón [Moya], hijo del doctor Marañón, y Nieves de Madariaga, que escribía poesía en inglés y francés, y que tampoco lo tomó muy en serio.

Otros de los colaboradores eran Joaquín Gurruchaga, poeta como Francisco Giner, y Antonio Jiménez-Landi, que había dedicado un librito de poesía a su madre, fallecida recientemente. Conchita Garayzábal también escribía y, como era de una familia vasca y católica, se interesó por los místicos. Yo era también una modesta colaboradora.

 

Francisco Giner de los Ríos Morales.

En las páginas de esta revista, que estéticamente seguía los pasos de las publicaciones de Juan Ramón Jiménez, aparecieron también piezas de Manuel Rubio Sama, José M. Sánchez Cuervo, Francisco Sierra, Arturo del Hoyo, Carlos Pittaluga, Ceferino Palencia Oyarzábal y Paulino Garagorri, así como de escritores ya por entonces vinculados de algún modo al pujante falangismo, como Félix Utray, Manuel Aznar Acedo o Rafael García Serrano. Y a través de Juan Ramón Jiménez, colaboraron también Juan Ruiz Peña (por entonces editor de Nueva Poesía) y Margarita de Pedroso. Juan Ramón se convirtió en poco menos que un lujoso asesor de la revista, y el propio Díez-Canedo contó que los “llevaba a la imprenta. Ahí nos aconsejaba sobre los papeles y sobre la edición en general de la revista”. Las ilustraciones y orlas de esta publicación (de dos pliegos en el primer número y tres en los siguientes, de 20 x 27,5) eran obra de Luis Delgado, Jiménez-Landi (que por ser el único mayor de edad figuraba a efectos legales también como director y propietario), y Titos y Vicente Viudes.

Sin embargo, uno de los poetas más interesantes que publican en Floresta de Prosa y Verso es Rafael Múgica, que ya había publicado el libro Marea de silencio (Editorial Itxaropena, 1935), y que no tardaría mucho en adoptar el nombre de Gabriel Celaya con el que se haría famoso.

Grabriel Celaya (1911-1991) en su época de estudiante.

El joven Joaquín Díez-Canedo publica tres poemas sin título en el primer número de Floresta de Prosa y Verso, que Ángel Luis Sobrino Vegas describe como “caracterizados por la sencillez expresiva, el segundo de los cuales remite a las canciones infantiles de Lorca” y en el número 5 “tres poemas breves muy influidos por el Juan Ramón de la primera época”.

Muy poco antes del golpe militar que daría inicio a la Guerra Civil Española, la familia Díez-Canedo se hallaba en Buenos Aires, donde el padre había sido nombrado embajador de la República. A decir de Aurora Díez-Canedo:

En este país, [Joaquín] formó la revista Bitácora con un grupo de escritores jóvenes, entre quienes se encontraba el que después sería crítico de arte, Damián Bayón. El propio Bayón, en su libro de memorias  Un príncipe en la azotea (México, Joaquín Mortiz, 1993) y Alfonso Reyes en sus Diarios de estos años en que él era embajador de México en Argentina recuerdan a Bitácora, pero hasta ahora esta revista no se ha rescatado ni se conoce salvo escasas referencias.

En cualquier caso, una de estas escasa referencias aparece en el documentado estudio de Héctor R. Lafleur, Sergio D. Provenzano y Fernando P. Alonso Las revistas literarias argentinas (1893 – 1967), donde se señala a Damián C. Bayón y Luis M. Rinaldini Gonnet como fundadores de esta efímera publicación (cuatro números entre abril de 1937 y enero de 1938) y se da una lista de colaboraciones formada por Ángel A. Alcoba, V. H. Cantó, César Fernández Moreno, Abel Santa Cruz, Martín A. Noel, A. O. Peyrou Olascoaga, Patricio Canto, Alejo González, S. Garaño, R. E. Molinari, María E. Galigniana Segura, D. Provenzano, Roberto Paine y Jorge Luis Borges. De todos modos, la caracterización que se hace en ese libro de Bitácora sí puede hacer pensar en una posible relación con Díez-Canedo, pues la sintonía es evidente:

Hay mucha influencia de Juan Ramón Jiménez y de García Lorca en estas páginas de juventud, en las que asoma un tono elegíaco desacostumbrado y una cierta vocación por la muerte. Predomina, sin embargo, el color y el sabor importados de Andalucía: hay “plata de luna” y “caracolillos de leche”. Pero es la primera época.

De todos modos, no pudo ser intensa esa posible colaboración, porque en febrero de 1937 la familia Díez-Canedo abandonaba Buenos Aires para regresar a España, y en cuanto tuvo edad para hacerlo Joaquín se alistó en el Ejército Republicano (enero de 1938), incorporado a la 75 Brigada Mixta y luego a las órdenes de Germán Bleiberg en el Ejército de Levante. En sus propias palabras, “nunca usé un fusil, sólo lo llevaba al hombro”.

Concluida la guerra, se traslada de Madrid a Vigo y posteriormente a Lisboa, donde es acogido en el consulado de Uruguay y poco después en la embajada de México. Allí el poeta y diplomático Jaime Torres Bodet (1902-1974), que desde 1929 había trabado amistad con su padre, le acoge en su casa hasta que a finales del verano de 1940 Joaquín Díez-Canedo puede embarcar con destino a México.

Curiosa pero no casualmente, uno de los primeros trabajos editoriales que Joaquín Díez-Canedo hizo en México fue ocuparse, en colaboración con su buen amigo Francisco Giner de los Ríos, de una colección para la Editorial Stylo, de Antonio Caso, a la que dieron el evocador nombre de Nueva Floresta, que a su vez prefigura una de las colecciones más elogiadas de la editorial Joaquín Mortiz, Las Dos Orillas. He aquí los diez títulos que llegaron a publicarse de esta colección, con la que Díez-Canedo y Giner de los Ríos reemprendían su andadura como editores y en la que los autores españoles son amplia mayoría y sus nombres muy significativos:

  1. Juan Ramón Jiménez, Voces de mi copla, 1945.
  2. Alfonso Reyes, Romances (y afines), 1945.
  3. Enrique González Martínez, Segundo despertar y otros poemas, 1945.
  4. Pedro Salinas, El contemplado (mar, poema). Tema con variaciones, 1946.
  5. Luis G. Urbina, Retratos líricos, 1946.
  6. Luis G. Urbina, A lápiz, 1947.
  7. Juan José Domenchina, Exul umbra, 1948.
  8. Alí Chumacero, Imágenes desterradas, 1948.
  9. Xavier Villaurrutia, Canto a la primavera, 1948.
  10. Juan Ramón Jiménez, Romances de Coral Gables (1939-1942), 1948.

Para completar el círculo, vale la pena leer la opinión que, en carta a Max Aub, expresó el siempre hipercrítico Juan Ramón Jiménez acerca de estas ediciones de sus obras: “Usted sabe que yo envié a Joaquín [Díez-Canedo] y a Francisco [Giner de los Ríos Morales] algunos librillos para la Editorial Stylo, de los que imprimieron dos que me gustaron mucho impresos.”

Fuentes:

Valeria Añón, “Ediciones Era y Joaquín Mortiz”,  Actas del I Primer Coloquio Argentino sobre Estudios sobre el Libro y la Edición, Universidad Nacional de La Plata, 2012.

Manuel Aznar Soler, “Exilio republicano de 1939 y patrimonio literario. De la colección Patria y Ausencia (1952) a la Biblioteca del Exilio (2000)”, en Los laberintos del exilio. Diecisiete estudios sobre la obra literaria de Max Aub, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2003, pp. 93-126.

Aurora Díez-Canedo, «Joaquín Díez-Canedo, la formación de un editor«, Siempre!, 16 de julio de 2011.

Aurora Díez-Canedo, Joaquín Mortiz, un canon para la literatura mexicana del siglo XX, Congreso Internacional de Literatura y Cultura Españolas Contemporáneas, 3 al 5 de octubre de 2011, La Plata, Argentina. Diálogos Transatlánticos. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.2791/ev.2791.pdf

Héctor R. Lafleur, Sergio D. Provenzano y Fernando P. Alonso, Las revistas literarias argentinas (1893 – 1967), Buenos Aires, El 8vo. loco Ediciones (Colección Pingüe Patrimonio 3), 2006.

 Ángel Luis Sobrino Vegas, Las revistas literarias en la Segunda República, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filología de la UNED, 2012. Incluye un índice muy completo y detallado de Floresta de Prosa y Verso.

Carmen de Zulueta, Mi vida en España, 1916-1936, Barcelona, Plataforma Editorial (Historia), 2011.