La novela que ganó el Planeta y se publicó en Plaza & Janés

En el número correspondiente al 18 de octubre de 1962, el célebre y reputado periodista Manuel del Arco (1909-1971) dedicaba su famosa sección de La Vanguardia «Mano a mano» a entrevistar al editor Germán Plaza (1903-1977), hombre poco dado a atender a los medios de comunicación; pero en este caso había un buen motivo para que atendiera a la prensa.

Unos pocos días antes el mismo periódico había mostrado en portada a la escritora valenciana Concha Alós (1926-2011) con el siguiente pie: «Anteanoche, en el hotel Ritz, se celebró la concesión del XI Premio Planeta, resultando galardonada la escritora Concha Alós, con su novela El sol y las bestias». Sin embargo, quien pasaría a la historia como el ganador del premio mejor dotado de la literatura en lengua española en 1962 sería el escritor radicado en Tánger Ángel Vázquez Molina (1929-1980) con Se enciende y se apaga una luz, que sería su primera novela publicada.

Uno de los relatos más jugosas de ese delirante asunto que acabó vinculándolo con Plaza lo firmó en el periódico madrileño Pueblo Enrique Rubio (1920-2005) en una crónica cuyo arranque no tiene desperdicio y pone ya las cartas sobre la mesa: «Brillante jornada la de este XI Planeta. Y un final pleno de emoción, porque, tras la alegría de recibir un premio dotado con 200.000 pesetas, la vencedora recibía una amenaza de ir al Juzgado, y nada menos que de boca del premio Nacional de Literatura Tomás Salvador.» Recuérdese que por aquel entonces Salvador era editor en Plaza & Janés.

Lo cierto es que, salvo engaño por uso de seudónimo, la convocatoria de ese año del Premio Planeta no consiguió atraer a grandes novelistas, y entre los ciento setenta y nueve que pasaron la primera criba se encontraban nombres como Carmen García Bellver (1915-1994), con La sangre inútil (que en 1966 publicaría en Alicante la Caja de Ahorros del Sureste, lo que luego sería la Caja de Ahorros del Mediterráneo o CAM), Luisa María Alberca (1920-2006), que en 1949 ya había sido finalista del Premio Nadal y que ese año presentó al Planeta Del cauce hacia el torrente, o Miguel Signes (1915-1994), que tras haber sido detenido al final de la guerra en el puerto de Alicante, se había quedado en la península y era un habitual del Planeta desde por lo menos 1956 (en 1962 probó suerte con Rama silvestre). Como es de suponer, en los días pevios la prensa iba muy despistada acerca de quién podría obtener ese año el premio porque no había favoritos claros, y al parecer tampoco se produjeron filtraciones de los miembros del jurado. «José Manuel Lara, el más grueso editor de la región —escribe Enrique Rubio en su crónica—, no soltaba prenda; Carmen Laforet… nada.»

Según contó entonces Concha Alós, aunque escribía desde los catorce años solo había escrito otras dos novelas, pero ya había sido finalista del Premio Sésamo con El agosto, y en 1958 había sido finalista del Premio Ciudad de Mallorca, mientras que por el premio Lealtad (a El cerro del telégrafo) se embolsó siete mil quinientas pesetas.

La salida airada e intempestiva de Tomás Salvador al conocerse el fallo de 1962 ya había tenido un anuncio esa misma mañana, en que el por entonces conocido escritor, que había ganado el Planeta dos años antes con El atentado, había mostrado su disconformidad con los modos de proceder de Lara con respecto al premio, lo que se encuadra en los tradicionales piques y rivalidades entre Plaza & Janés y Planeta: «se está desorbitando un poco y menosprecia a los escritores al decir públicamente que lo que importa es la venta y no la calidad del libro». «Pero eso lo decía por la mañana —prosigue la crónica de Rubio—, y por la noche, cuando se enteró del premio que acababa de otorgarse, anunciaba muy serio, muy enfadado: “¡Llevaré al Juzgado a Concha Alós! Su libro lo tengo yo contratado en [la colección] Selecciones y no podía presentarlo al Planeta…”».

Lógicamente, empezaron de inmediato las carreras de los periodistas, que ni tiempo de frotarse las manos debían de tener, cosa que a José Manuel Lara debió de complacerle sobremanera: «El editor, más feliz que nadie, tranquilo y sonriente, como de costumbre, disfrutó anoche con este barullo. Y su opinión no puede ser más pacificadora: “No pasará nada. Plaza & Janés y yo somos muy amigos»». Según declaró esa misma noche Tomás Salvador a Juan Segura Palomares (cronista de La Prensa): «No me extrañaría que el señor Lara, propietario de editorial Planeta, lo hubiera hecho a conciencia para obtener una publicidad escandalosa y gratis», y el mismo periodista recoge también las declaraciones de Lara: «La gente quería escándalo. Ya está satisfecha. Ha habido escándalo». Sea como fuere, ciertamente, no pasó gran cosa. Pero podría haber pasado si, como colige Sergio Vila-Sanjuán, Concha Alós fue declarada ganadora gracias a las gestiones de quien por entonces era su pareja, Baltasar Porcel (1937-2009), quien además trabajaba entonces en Planeta.

Concha Alós, José Manuel Lara y Sebastià Juan Arbó, ambos miembros del jurado (que completaban Joaquín de Entrambasaguas, Carmen Laforet, Ignacio Agustí, Ricardo Fernández de la Reguera, José María Gironella y, como secretario, Manuel Lombardero).

Esa misma primavera, Concha Alós había presentado la novela Los enanos a Plaza & Janés para la colección Selecciones de Lengua Española, que ofrecía mensualmente cincuenta mil pesetas a una novela y según el memorándum de acuerdo «El Autor tendrá presente que mientras no renuncie expresamente, y con la antelación necesaria para evitar simultaneidad de gestiones, el presente contrato concede al Editor un año de opción sobre su obra, durante el cual debe abstenerse de cualquier otra gestión que dificulte el acuerdo». Evidentemente, presentar esa novela a un premio, aunque fuera con otro título, estaba contraviniendo el acuerdo al que había llegado con Plaza & Janés, aunque ella alegara entonces que el propio Salvador le había confesado que posiblemente no le publicaran la novela (según algunas versiones, «por sus tendencias socialistas»; sin embargo, cuando pasó censura, según escribe Fernando Larraz, «ningún resquicio de socialismo debió de ver el censor en esta historia de miserias urbanas»). Lo que tardó un poco más en saberse es que Concha Alós ya había presentado previamente esa misma novela al Nadal y al Biblioteca Breve sin éxito: si algo no le faltaba a Concha Alós era tesón.

A raíz del tremendo follón de 1962 se llegó incluso a hablar en la prensa de la posibilidad de que tanto Plaza & Janés como Planeta publicaran esa novela, cada una de ellas con el título con que había llegado a sus manos, lo cual era un auténtico disparate y que no sin cierta gracia Germán Plaza describió como un muy peculiar caso de «plagio».

La editorial Planeta anuló su fallo, el premio pasó a manos de Ángel Vázquez Molina, y Plaza & Janés, con una propaganda que no podía ni imaginarse, anunciaba ya en octubre la inminente publicación de Los enanos, y según declaró la autora con la promesa de, además de las cincuenta mil pesetas del Selecciones, cincuenta mil más en el momento de la publicación de la obra, y un tercer pago de cien mil pesetas, con lo que se hubiera igualado el montante total de lo ofrecido por Planeta.

Los enanos en la famosa y popularísima colección Reno.

Las aguas debieron de volver a su cauce, porque también fue Plaza & Janés quien, entre otras obras, publicó su siguiente novela, Los cien pájaros (1963), y más tarde La madama (1969) —que Fernando Larraz constató que tras su paso por censura «quedó completamente desfigurada y así sigue, porque la reedición de 1981, la última de esta novela, mantuvo todas las tachaduras y modificaciones»—, Os habla Electra (1975) o Rey de gatos (1969, reeditada por Barral en 1972), entre otras.

También Plaza & Janés intentó sacar partido al escándalo.

Aun así, y quién sabe si como parte de un acuerdo verbal o no, en 1964, entre las doscientas cincuenta y cuatro novelas presentadas al Planeta, volvía a encontrarse una de Concha Alós (presentada con seudónimo, cabe decir), titulada Las hogueras, que en la última votación se impuso por un solo voto a El adúltero y dios, del profesor Víctor Chamorro (1939-2022), de quien quizá la obra más conocida sea La hora del barquero, con la que obtuvo el Premio Gijón en 2002 y de la que hay edición en la editorial Acantilado.

Se convertía así Concha Alós en el único caso en que alguien era votado y proclamado en dos ocasiones como ganador del Premio Planeta, aunque eso no ayudara mucho al prestigio de la autora, si bien es cierto que en el primer cuarto del siglo XXI y encuadrado en el esfuerzo por reformular el canon atendiendo a la obra de las escritoras, varias de sus novelas han sido reeditadas y han despertado cierto interés. Con todo, como escribió el crítico literario Fernando Valls en su blog, Concha Alós «debería haber formado parte de la llamada generación del medio siglo, al menos de sus miembros más jóvenes, como Juan Marsé o Luis Goytisolo. Y, sin embargo, nunca fue encuadrada junto a ellos, quizá porque publicó siempre en editoriales comerciales como Planeta o Plaza & Janés». Si bien es cierto que su narrativa no se caracterizó precisamente por su experimentalismo u originalidad, tampoco es un detalle menor y da que pensar el hecho de que Barral reeditara una de sus libros (Rey de gatos. Narraciones antropófagas).

Fuentes:

Manuel del Arco, «Mano a mano. Concha Alós», La Vanguardia, 16 de octubre de 1962, p. 23.

Manuel del Arco, «Mano a mano. Germán Plaza», La Vanguardia, 18 de octubre de 1962, p. 25.

Fernando Larraz, Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo, Gijón, Trea, 2014.

Juan Ramón Masoliver, «Mesa de redacción», La Vanguardia, 15 de octubre de 1962, p. 15.

s. f., «Concha Alós, conforme con la anulación del fallo del Planeta», La Vanguardia, 21 de octubre de 1962, p. 28.

s.f., «Premio Planeta 1962: Concha Alós, con El sol y las bestias», La Vanguardia, 24 de octubre de 1962, p. 15.

Fernando Valls, «Concha Alós, entre gatos», La nave de los locos, 8 de agosto de 2011.

Sergio Vila-Sanjuán, El jove Porcel. Una ascensió literària a la Barcelona dels anys seixanta, Barcelona, Edicions 62 (Biografies i Memòries 99), 2021.

Al margen del muy diferente estilo de las ilustraciones de sobrecubierta, es llamativo el distinto tamaño de la letra del nombre del autora y su caracterización como «autora de Los enanos».

Primeras aventuras editoriales de Germán Plaza Pedraz

Si bien uno de los pilares de Plaza & Janés, el editor Josep Janés (1913-1959), ha sido objeto de cierto número de estudios y acercamientos analíticos, se ha dedicado bastante menos atención a Germán Plaza Pedraz (1903-1977), auténtico artífice de esa empresa desde el momento en que, el 5 de agosto de 1959, constituyó con sus hijos Germán, Carlos y Guadalupe Plaza de Diego, y sus respectivos cónyuges, la editorial Plaza & Janés con un capital inicial de cinco millones de pesetas.

Germán Plaza.

Sin embargo, con toda la razón puede escribir José Carlos Rueda Laffond que el nombre de Germán Plaza «constituye un paradigma en las dinámicas de adaptabilidad y diversificación en el sector de la literatura de quiosco». Plaza, nacido un 2 de mayo en Pozálvez (Valladolid), residió con su familia en Salamanca y Madrid, antes de casarse y trasladarse a Barcelona –en 1928 o en 1931– como representante de la Editorial Católica. Se iniciaba pues en el negocio de las publicaciones más o menos al mismo tiempo que Josep Janés empezaba con sus primeros proyectos editoriales (los Quaderns Literaris, de venta periódica). En los años treinta puso en pie una empresa distribuidora, Comercial Gerplá, cuya marca condensaba su nombre y apellido, como luego haría con Ediciones G.P. y que a finales de los años cincuenta aparece como sello en algunos libros como Exclusivas Gerpla.

Sin embargo, parece que ya en tiempos de la República –es difícil precisar fechas porque estas ediciones no las indicaban– empezaron a aparecer bajo responsabilidad de Germán Plaza unos pequeños y breves volúmenes con el sello Cisne destinados a un público muy amplio. Es el caso por ejemplo de los Manuales Cisne, muchos de ellos firmados con seudónimo, y entre cuyos primeros títulos se cuentan Ciclismo, firmado por Aerre; Secretario de los amantes: Novísimo correo del amor (número 3), de Angelita Cuenca; Declaraciones de amor y arte de enamorar (núm. 4) y Cartas de amor, de odio, de sentimiento y ternura, ambos de Fernando Álvarez Llosés, o, acaso más interesante, algunos títulos firmados por el luego muy prolífico escritor y traductor Guillermo López Hipkiss (1902-1957), como 1000 refranes, proverbios y adagios, 200 pasatiempos, jeroglíficos y crucigramas, ¿De dónde es usted?, o, en la Colección Turquesa, La reina de los aires; y se ha especulado incluso con la posibilidad de que otro seudónimo que aparece a menudo en esta editorial, Gamma Lambda, oculte a López Hipkiss (mediante las iniciales de su nombre de pila y primer apellido). También resultan cuanto menos curiosos un Usted puede ser estrella de cine, firmado por Juan Mira, que acaso sea el mismo Juan José Moreno Sánchez (1907-1980) que, con el seudónimo Juan José Mira, se convirtió en 1952 en el primer ganador del Premio Planeta con En la noche no hay caminos; y La natación. Método sencillo y práctico, firmado por José Mallorquí (1913-1972), más adelante celebérrimo por las aventuras de El Coyote.

No obstante, la presencia de estos nombres hace que a la hora de fechar estos libros se planteen algunas dudas razonables y haya que tener en cuenta ciertos indicios no corroborados. Es bien sabido, por ejemplo, que a partir de 1931 Mallorquí se dedicó intensamente al deporte, a raíz de morir su madre y recibir una cuantiosa herencia que le permitía vivir holgadamente sin trabajar, y que en 1933 ya estaba empezando a publicar en Molino, que era una de las editoriales que distribuía Gerplá. Es probable, pues, que en esa misma época empezara a colaborar también en Cisne, pero es igualmente posible que estas colaboraciones se produjeran ya en la posguerra.

Otra colección interesante de Cisne fueron los Cuentos de Hadas, firmados por López Hipkiss e ilustrados en blanco y negro por Tomás Porto (1918-2003) –que durante la guerra civil trabajaría en el Comisariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya–, cuyos primeros títulos fueron La aventura de Mayita, Madrinita bella, La reina de los aires, La cenicienta y Blanca Nieves.

Con todo, en los años inmediatamente previos a la guerra, con el sello Cisne y distribuidos siempre por Gerplá, tuvieron muchísima difusión a partir de 1935 algunas colecciones teatrales ilustradas y de publicación semanal de las que se han ocupado Julia María Labrador Ben y Alberto Sánchez Álvarez-Insúa en Teatro Frívolo y Teatro Selecto, la producción teatral de editorial Cisne, Barcelona (1935-1943). Sobre la primera de estas colecciones escriben los mencionados estudiosos ya en la introducción a su obra que

tuvo un carácter singular, ya que reunió hasta veintinueve títulos catalogables dentro del subgénero de la revista musical, caso único dentro de la bibliografía teatral española, pues aunque las revistas se editaron en colecciones teatrales de carácter general y en publicaciones de la S. A. E., nunca lo fueron de forma seriada con anterioridad ni tampoco lo serían después

En la colección de Teatro Selecto alternaron los clásicos más ligeros y amenos de la tradición dramática española (Lope de Vega, Moreto, Alarcón…) con obras de algunos de los dramaturgos más famosos del momento (Alejandro Casona, Jacinto Benavente, Enrique Jardiel Poncela, Juan Ignacio Luca de Tena, Luis Fernández Ardavín, los hermanos Quintero…).

Otra colección bastante curiosa y que sin ningún género de duda ha de ser previa a la guerra fue Cultura Física y Sexual, que, según se describía en la publicidad, se «publica quincenalmente profusamente ilustrada con magníficas y originalísimas fotografías y dibujos» y que

Constituirá la más perfecta y acabada biblioteca sobre cuestiones físico-sexuales, de presentación esmeradísima, con gran riqueza de ilustración gráfica. Sus originales están redactados con una maestría y sencillez insuperables por el tan discutido pero indiscutible maestro de estas materias.

El «maestro» en cuestión era quien firmaba como Á[ngel] Martín de Lucenay, que previamente había publicado una extensa serie de Temas Sexuales en la Biblioteca de Divulgación Sexual en la editorial Fénix, y que en 1938 tuvo que exiliarse a México (donde, tras una estrepitosa incursión en el cine, acabó triunfando en el cómic con la serie Chanoc, ilustrados por Ángel Mora). En cuanto a la riqueza de ilustración gráfica mencionada en la publicidad, se concretaba sobre todo en fotografías fuera de texto impresas sobre papel satinado, y todo ello hace pensar que, por decirlo de algún modo más o menos elegante, su clientela no era –cuanto menos– estrictamente la comunidad científica.

También anterior a julio de 1936 es el arranque de la colección Mundo Aventurero, que Vázquez de Parga describe como construida «a base de novelitas breves de autoría anglosajona».

Concluida la guerra Germán Plaza se convierte con Cisne en el primer editor de los cromos, y los correspondientes álbumes, de la primera y segunda división de Liga Española de Fútbol en los que las imágenes de los futbolistas se ofrecen, ya no mediante dibujos coloreados, sino en fotografías. Entre los muy aficionados al género esta primera edición es conocida porque, por un muy comentado error, en la página correspondiente al Atlético de Madrid aparecía como portero el que era delantero centro del Barcelona, Mariano Martín (y viceversa, en el caso del portero del Atlético en aquel entonces, Luis Martín Camino).

Pero también es por aquel entonces cuando Plaza empieza una extraordinaria ampliación de su radio de acción que Vázquez de Parga explica del siguiente modo:

Ante las restricciones que en la primera posguerra sufría Molino y las facilidades que Plaza tenía para obtener cupos de papel, se lanzó de lleno a la edición de novelas populares, empezando por una nueva colección policíaca para la que conservó el nombre editorial de Cisne.

Es sabido que precisamente una de las estrategias, empleada también por Janés, para aumentar tanto las asignaciones de papel como de divisas consistía en crear diversos sellos, puesto que el gobierno franquista de la inmediata posguerra asignaba los cupos no a editores personales sino a empresas, y quizá eso explique en parte esa diversificación, aunque Vázquez de Parga no especifica cuáles eran esas facilidades ni por qué Plaza gozaba de ellas, pero también tenían mayores facilidades las publicaciones periódicas (en principio porque imprimían papel de cualquier calidad, por ínfima que esta fuese).

Por esas mismas fechas, concretamente en 1942, crea Germán Plaza la editorial Clíper, que lanza un montón de historietas de publicación periódica y venta en quioscos (Tontaina y Filetito en 1942, el famosísimo El Coyote en 1947, Billy el Niño y Nicolás en 1948, Florita, McLarry y El Encapuchado en 1949…) y de la que enseguida se hace muy famosa la colección de libros Wallace, destinada a novela policíaca y escrita siempre bajo seudónimos de resonancia anglosajona, así como otras igualmente dedicadas a publicar novela de género, entre las que una de las primeras fue Novelas del Oeste (dirigida por José Mallorquí y donde en su número 9 nació el personaje del Coyote). De 1943 es por ejemplo la Colección de Misterio, de nuevo policíaca, para la que Plaza contrató como coordinador a López Hipkiss (que escribió casi una veintena de títulos, bajo seudónimos diversos). Y de dos años después Fantástica, que se presentaba como un «magazine de historias, leyendas y relatos impresionantes» y que publicó diez números, más ocho extraordinarios.

Se atribuye a José Mallorquí la idea de Futuro, otra colección bajo la égida de Plaza, que a menudo aparece mencionada entre las pioneras entre las colecciones destinadas a la ciencia ficción, si bien lo suyo eran más bien aventuras en el espacio (o space opera). De los treinta seis títulos que publicó a partir de 1953, veinticuatro los escribió Mallorquí, con diversos seudónimos, y creó algunos personajes que calaron entre los lectores, como la pareja formada por el capitán Pablo Rido y el sargento Sánchez Platz.

De 1950 es el sello Ediciones Plaza (que entre otras cosas publica la revista femenina de «fascículos encuadernables» Festival y las fotonovelas de westerns Cimarrón) y ya avanzados los años cincuenta se añaden a este creciente y laberíntico entramado las Ediciones G.P., en cuyo seno aparece inicialmente Libros Alcotán, que publica como número 2 la traducción de Romero de Tejada de El velo pintado, de Somerset Maugham, que en 1946 ya se había publicado en la Editorial L.A.R.A. (poco antes de que el buen amigo de Plaza Josep Janés le comprara esta editorial a su fundador, José Manuel Lara Hernández). Entre los autores que publicará en esos primeros años Alcotán se encuentran también Julio Verne, H.G. Wells, Jack London y la serie sobre el oficial de la marina Horatio Hornblower de C. S. Forester. Y muy poco posteriores (¿1951?) deben de ser los popularísimos libros Pulga.

De mediados de la década (¿1955?) parece ser el primer volumen de una serie de Libros Plaza, encuadrados en las Ediciones G.P. y de aparición semanal, Grandes almacenes, de Cecil Roberts, al que seguiría, como volumen 2, la versión de Juan Luis Calleja de En tinieblas, de Rudyard Kipling, El Danubio Rojo (volumen 3), de Bruce Marshall y la traducción de Manuel Bosch Barrett de El rumor del torrente, de W. A. Mason; el número 7 fue el primero de autor español, Martín de Caretas, de Sebastià Juan Arbó, a quien seguiría Ignacio Agustí con Mariona Rebull y El viudo Rius (números 16 y 17, respectivamente).

Otra de las colecciones de Plaza, G.P. Policiaca, constituye uno de los ejemplos más claros de la colaboración con José Janés, pues arrancó inicialmente reimprimiendo aquellas obras de contenido más adecuado que previamente habían aparecido en colecciones janesianas, y si bien a ambos les interesaba el lector de policíacas, sus modos de publicación diferían enormemente y se dirigían a sectores de poder adquisitivo muy distinto.

En ese año 1955 se había incorporado a la empresa, inicialmente como coordinador editorial y traductor, Mario Lacruz, quien a su vez incorporó en septiembre del año siguiente a Rafael Borrás Betriu (que acababa de dejar Caralt), para completar un departamento literario en el que trabajaba también el doctor Mas Beya. En el primer volumen de sus memorias, Borrás Betriu dejó el siguiente retrato de Germán Plaza:

Don Germán me pareció una bellísima persona, con un punto de deslumbramiento por la letra impresa, tal vez debido a su condición de autodidacta, lo que hacía más meritorio su deseo de publicar a precios asequibles unas obras «para miles de lectores», como rezaba el eslogan de Libros Plaza.

Fuentes:

Anónimo, «Falleció el editor don Germán Plaza Pedraz», La Vanguardia, 18 de febrero de 1977.

Manuel Barrero, «Editorial Cisne», en Tebeosblog, 16 de agosto de 2010.

Julia María Labrador Ben y Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, Teatro Frívolo y Teatro Selecto. La producción teatral de editorial Cisne, Barcelona (1935-1943), Madrid, CSIC, 2005.

Manuel Llanas, L’edició a Catalunya: el segle XX (1939-1975), Barcelona, Gremi d’Editors de Catalunya, 2006.

Felipe B. Pedraza, eds., «Editorial Cisne y las colecciones populares de teatro», en La comedia española en la imprenta catalana, Universidad de Castilla-La Mancha (Corral de Comedias 32), 2015, pp. 127

José Carlos Rueda Laffond, «Las colecciones populares: literatura de quiosco y tebeos», en Jesús A. Martínez Martín, Historia de la edición en España, 1939-1975, Madrid, Marcial Pons, 2015, pp. 657-679.

Salvador Vázquez de Parga, Héroes y enamoradas. La novela popular española, Barcelona, Glénat (Parapapel 3), 2000.

El Hipocampo de Plaza & Janés

Entre 1959 y 1968, la editorial barcelonesa Plaza & Janés mantuvo activa una curiosa colección en la que casi todo resultaba bastante singular y que, pese a publicar en ella a escritores estadounidenses tan insignes como Nabokov, Salinger, Saroyan o Tennesee Williams, hoy parece bastante olvidada: El Hipocampo. Fue sin duda una de las primeras en crearse tras la fusión del fondo de Janés Editor con la editorial de quien fuera su buen amigo Germán Plaza (1903-1977).

La colección se estrenó el mismo año de la muerte de Josep Janés (1913-1959) con uno de los autores más característicos de su sello, el entonces aún celebérrimo Lajos Zilahy (1891-1974), de quien se recuperó la novela En el profundo bosque. Janés la había incorporado a su propio catálogo por primera vez como apertura del tercer volumen de novelas de este autor en la colección de Clásicos del Siglo XX, en traducción de Oliver Brachfeld (1908-1967), si bien en los créditos de la edición de El Hipocampo aparece como traducida por J. Romero de Tejada (desconozco si se trata de una nueva traducción, pero lo dudo).

La acompañaba en el lanzamiento de la colección el novelista e ingeniero aeronáutico Nevil Shute (1899-1960) con la novela Pastoral, una historia romántica en la que el escenario es una base aérea y que publicó originalmente Heinemann durante la segunda guerra mundial (en 1944) y que aparecía entonces por primera vez en España. Y muy poco después aparecía Carne mortal (febrero de 1961), de John Lodwick (1916-1959), el escritor inglés de aventuras bélicas que murió en el mismo accidente automovilístico que Josep Janés.

El grueso de la colección se concentró en los primeros años de la década de 1960, y junto a los grandes nombres de la literatura en lengua inglesa ya mencionados se publicó también a autores muy prestigiosos y de grandes ventas en esos años que en muchos casos procedían de los catálogos de Janés: los franceses Maxene van der Meersch (1907-1951) –La máscara de carne (1960) y La huella de dios (1961)–, una buena tanda de obras de Colette (Sionie Gabrielle Colette,1873-1854) –Gigi (y otros relatos) (1962), La ingenua libertina (1963) , La gata (1963), Dúo (1963), La casa de Claudine (1964), Claudine en la escuela (1964), La vagabunda (1965), Claudine se va (1965) y El retiro sentimental (1966)–, Françoise Sagan (1935-2004) –Las maravillosas nubes (1961), La capitulación (1966) y El guardián del corazón (1969)–, así como, más ocasionalmente, escritores italianos (de Italo Svevo con Senilidad a Mario Cartasegna con Un río por frontera, ambos en 1965, o Lisa Morpurgo con La señora está de viaje, en 1968), alemanes (Irmard Keurn con La muchacha de seda artificial, en 1965) o incluso alguna autora serbia (Grozdana Olujić con Una excursión por el cielo, en 1964) y el por entomces famosísimo escritor finlandés Mika Waltari (con Vacaciones en Carnac y Una muchacha llamada Osmi, en 1960), de quien seguía esperándose otro éxito comercial ligeramente parecido al de Sinuhé el egipcio.

Abundan entre las obras publicadas en El Hipocampo las pertenecientes o emparentadas de cerca o de lejos con la novela negra y de espionaje, como es el caso de La evasión (1961), del novelista y guionista cinematográfico corso José Giovanni (Joseph Damiani, 1923-2004) o El gran negocio de Girija (1960), del narrador y asimismo guionista británico Eric Ambler (1909-1998). De hecho, como en general en los catálogos de Plaza & Janés de aquellos años, es muy frecuente advertir también vínculos entre las obras publicadas en El Hipocampo y el mundo de la gran pantalla, así como una buena cantidad de guionistas o autores adaptados. En 1960, por ejemplo, se publicó Siete ladrones, de Max Catto (1907-1992), que ese mismo año se había estrenado en versión cinematográfica dirigida por Henry Hathaway (con Edward G. Robinson y Joan Collins como protagonistas), y al año siguiente se le publicó al mismo autor Tres muchachas de París; sin embargo, Catto debía su mayor fama a Trapecio (The killing Frost), novela de la que Carol Reed había dirigido una película protagonizada por Burt Lancaster, Tony Curtis, Gina Lollobrigida y Katy Jurado, y sus novelas dieron a pie a muchas otras versiones cinematográficas (El diablo a las cuatro, con Spencer Tracy y Frank Sinatra; El aventurero de Kenya, con Robert Mitchum y Carrol Baker; La guerra de Murphy, con Peter O´Toole y Philippe Noiret…).

Estos vínculos o versiones cinematográficas eran a menudo empleados en los paratextos y en el material promocional como reclamo publicitario, y obviamente solía usarse como título del libro el que tuviera la versión cinematográfica española aun a riesgo de ser infiel al de la novela original, pero en cambio en las cubiertas no se incorporaban imágenes originales de las películas sino que, a veces inspirándose en ellas, las ilustraciones se encargaban a uno de los colaboradores habituales de Janés, Joan Palet (1911-1996).

Sin embargo, otro reflejo de esos vínculos con el cine es la mayoritaria presencia en la colección de géneros narrativos que en aquel entonces gozaban de éxito en los cines, como es el caso de las novelas de aventuras. Valga como ejemplo ya del mismo 1960 la novela de aventuras bélicas Sendero de furia (The Mountain Road), del periodista e historiador Theodore H. White (1915-1986). A partir de ella, el escritor inglés Alfred Hayes (1911-1985), conocido sobre todo por el poema «Joe Hill» por haberlo musicado tanto Pete Seeger como Joan Baez y Bruce Springsteen, desarrolló un guión que Daniel Mann convirtió en una película que protagonizó James Stewart.

Caso un poco diferente es el de la novela del escritor francés Henry Castillou (1921-1994) La fiebre llega a El Pao (1960), de la que el año anterior se había estrenado la versión cinematográfica dirigida por Luis Buñuel y protagonizada por Gérard Philipe y María Félix, pues se halla más bien a medio camino entre el drama y la sátira (sin perder el peculiar toque buñuelesco).

En cualquier caso, en este contexto de novelas picantes, policíacas, de misterio o de aventuras hay unos cuantos títulos que resultan particularmente llamativos. Ya también en 1960 aparece Es cosa de reírse, de William Saroyan (1908-1981), en traducción de Antonio Ribera, y unos años más tarde se le publica al mismo autor (uno de los más apreciados y publicados por Janés en sus últimos años de vida) Un día en el atardecer del mundo (1967).

Al año siguiente aparece en El Hipocampo la traducción de Antonio Samons de Risa en la oscuridad, de Vladimir Nabokov (1899-1977), que fue la que se leyó durante muchos años (se publicó también en la muy popular colección Reno, también de Plaza & Janés) hasta que ya al filo del siglo XXI Anagrama publicó la llevada a cabo por Javier Calzada.

En 1962 se publica el volumen de relatos de J.D. Salinger (1919-2010) Franny y Zoey, en la traducción de Jesús Pardo (1927-2020). Sin embargo, en la siguiente edición de este título, en la colección Libro Amigo de Bruguera (1979), se encargó una nueva traducción a Pilar Giralt Gorina y, en 1987, al incluirse en El Libro de Bolsillo de Alianza, una tercera a Maribel de Juan. La presencia de Salinger es llamativa sobre todo por su conocido desdén hacia el cine (más allá de que en 1949 Mark Robson dirigiera una adaptación del cuento de Salinger «El tío Wiggly en Connecticut»; o tal vez precisamente por eso), pero también es notable que, en contra de las exigencias contractuales luego proverbiales del siempre excéntrico Salinger, esas ediciones aún presenten ilustraciones de cubierta, pero en cambio, probablemente atendiendo a las exigencias del autor, el título de la obra ya aparezca en ellas en cuerpo mayor que el del autor, como solía exigir por contrato).

De 1964 es la publicación en El Hipocampo de la única novela del dramaturgo estadounidense Tennessee Williams, La primavera romana de la señora Stone, en traducción de Martín Ezcurdia, de la que en 1961 se había estrenado la versión cinematográfica, dirigida por José Quintero y protagonizada por Vivien Leigh y un por entonces veinteañero Warren Beatty.

Quizá atender al nombre de la colección proporcione algunas claves para interpretar correctamente el propósito y la naturaleza de esta colección (en apariencia desigual y heterogénea), porque durante mucho tiempo se consideró que, en tanto que componente del sistema límbico, el hipocampo tenía un papel principal en la generación de emociones, si bien también se le atribuyeron funciones importantes en la detección de estímulos novedosos. Por si fuera poco, a raíz de un estudio sobre el hipocampo liderado por el ingeniero biomédico Lam Woo (del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Electrónica de la Universidad de Hong Kong), se empezó a describirlo como «el corazón del cerebro». Tal vez el nombre elegido para la colección fue un rotundo acierto.

Edición colaborativa, El Club de los Lectores

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Logo de El Club de los Lectores (1955-1959).

Los Libros de Enlace ha quedado en la historia de la edición española como un caso singular en el que una serie de editoriales con afinidades políticas y estéticas, y con vínculos personales más o menos estrechos entre sus responsables, consiguieron poner en pie una interesante colección de libros de bolsillo (en la que hay sin embargo algunas disonancias clamorosas). De la confluencia de las barcelonesas Barral, Lumen, Tusquets, Laia, Edicions 62, Fontanella, Anagrama y la madrileña Cuadernos para el Diálogo, a la que se sumó durante un breve tiempo la también barcelonesa Edhasa, surgió un catálogo con algunos de los libros más interesantes y rentables que habían publicado cada una de ellas.

Hacia el año 2001, parecía recoger el testigo Quinteto, que aglutinaba inicialmente a Anagrama, Edhasa, Salamandra, Tusquets y dos editoriales del Grup 62 (Península y Muchnik), entre cuyos objetivos declarados se contaba tanto la voluntad de tener presencia en los puntos de venta, en un momento en que proliferaban las ediciones de bolsillo (Punto de Lectura, Booket, Debolsillo…), como preservar la autonomía frente a los grandes grupos, pero en cuanto se puso la producción en manos de Planeta ya empezó a intuirse que no tendría un final brillante.

No son estos casos únicos, y aunque el caso de Enlace quizá haya sido un poco mitificado por sus vínculos con la gauche divine, contaba con un antecedente bastante notable y poco conocido en El Club de los Lectores (1955-1959), que se estrenó con el lema “Publica los mejores libros a mejores precios” y el siguiente texto programático:

Ha sido fundado por un grupo de editores convencidos de que sólo una mayor difusión del libro puede contribuir a su abaratamiento. Sin embargo, y para predicar con el ejemplo, ha invertido los términos de la premisa y ha empezado por abaratar el libro para ponerlo al alcance de todos los bolsillos. Libros mejores al mejor precio es, pues, el lema del Club de los Lectores, al que se atiene con todas sus consecuencias. Publica, mensualmente, dos volúmenes sencillos y uno extra, en edición en rústica y también encuadernados en tela. Ha establecido, además, un sistema de suscripciones, utilizando el cual resulta el volumen extra al mismo precio que el corriente

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LAs muy características portadas en tela de El Club de los Lectores con su logo grabado en dorado.

En una primera selección aparecieron (en rústica y en cartoné con sobrecubierta) Vinieron las lluvias, la más célebre novela del poco menos que olvidado escritor estadounidense Louis Bromnfield (1896-1956), El enamorado de la Osa Mayor, del espía y escritor polaco, por entonces exiliado en Italia, Sergius Piasecki (1901-1964) y Retrato de un matrimonio, de la maestra de las grandes ventas y premio Nobel en 1938 Pearl S. Buck (1892-1973). Como arranque, era prometedor, y a estos siguieron títulos de clásicos jamás discutidos (Kipling, Huxley, Hemingway,Saroyan, Dos Passos, Zweig,  Mann), junto a una serie de autores que, tras un muy largo olvido, en el siglo XXI parecen haber sido objeto de operaciones de rescate con suerte diversa por parte sobre todo de editoriales pequeñas y más o menos audaces (Sally Salminen, Jakob Wasserman, Lajos Zilahy, Dino Buzzati, Knut Hansum, Somerset Maughan, Franz Werfel…).

Vinieron las lluvias y El enamorado de la Osa Mayor los había publicado en 1944 y 1944 respectivamente Carlos F. Maristany en sus Ediciones del Zodíaco, mientras que Retrato de un matrimonio era de los escasos títulos de Buck que habían escapado a José Manuel Lara Hernández y había publicado, en traducción de Isabel Iglesias, la histórica Hispano-Americana de Ediciones (HAE), editorial derivada de las italianas ediciones De Vecchi, entre cuyos blasones está el haber publicado en España la primera viñeta de Supermán –en 1940, si bien por razones de presión lingüística como Ciclón el Superhombre–, desde su sede barcelonesa de la calle Londres (núm. 186-1889) y desde la calle Rocafort 225, en los años cuarenta publicó diversos títulos de Bartolomé Soler, Mihaly Földi, Ferenc Herczec, Lajos Zilahy, Liam O´Flaherty y varios clásicos de la novela de aventuras británica (Walter Scott, Stevenson, A.E.W. Manson, Defoe…).

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Sobrecubierta de «A pecho descubierto» (1955), de James Hilton.

El truco consistía, básicamente, en añadir una portadilla y unas guardas con el logo de la colección a obras ya previamente publicadas, encuadernarlas en tela y añadirles unas sobrecubiertas (en algunos casos muy modernas, con collages de fotografía e ilustración) que dotaban de identidad propia a los volúmenes procedentes de colecciones y editoriales diversas.

Germán Plaza

Germán Plaza.

Sin embargo, las mayores aportaciones a la espléndida colección El Club de los Lectores procedieron de las colecciones de dos de los grandes de la edición barcelonesa, Germán Plaza (1903-1977) y José Janés (1913-1959, que aportaron algunos de los títulos más interesantes (de las ediciones Cisne y G.P. sobre todo, en el caso de Plaza) y fueron desde el principio sus máximos impulsores, pues tanto las ideas que en esos años había ido desarrollando Janés como las que expuso en su conocida conferencia de 1956 Germán Plaza encontraron una vía idónea para hacerse realidad en esta operación conjunta. Y al parecer, tal fue el éxito que pudo ir un paso más allá, según declaración de los propios editores al presentar El Libro del Mes como una nueva selección de títulos de resonancia internacional presentados por el Club de los Lectores:

La fervorosa y amplia acogida dispensada por los lectores de habla española a las selecciones del club de los lectores ha sido interpretada por sus editores como demostración de confianza en la labor difusora del buen libro.

El carácter, ya deliberado, que se ha impreso a esta colección impide, sin embargo, incluir en ella títulos y autores inéditos que, por lo mismo, exigen del lector un doble crédito.

Pero basándose en el que se le concede, El Club de los Lectores se ha decidido a salvar esta laguna, ofreciendo, al margen de sus ediciones normales, y en ediciones de bella y aun suntuosa presentación, el libro del mes, que consistirá en un título seleccionado de entre los de mayor éxito internacional del momento.

Pretende, a la vez, romper así la resistencia de los editores españoles a dar a conocer nuevos valores, motivada, con seguridad, por cierta falta de curiosidad de un público justificadamente escarmentado. Y también ha querido corresponder al favor de sus adictos, poniendo al alcance de todas las economías obras que por su continente y su contenido les estaban vedadas hasta ahora.

 

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Guardas de una edición de El Libro del Mes (en que alternan los dos logos).

El Libro del Mes es en realidad una de las iniciativas más interesantes por divulgar las ediciones muy bien hechas, pues se trata de obras encuadernadas en tela, con estampados en oro en portada y lomo, cinta marcapáginas, con sobrecubierta ilustrada a todo color y plastificada, con guardas impresas, portada interior impresa a dos tintas y con la particularidad de ir estuchados en cartón.

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La elegante portada de «El atrevido muchacho del trapecio» (1956) en la colección El Libro del Mes.

En realición a El Libro del Mes y el cuidado y suntuosidad con que se editaban estos libros es gracioso que Antonio Rabinad cuente en sus memorias que cuando Janés le obsequió con un ejemplar, se encontró en las manos “un estuche regular color crema, decorado con flores, que yo miré indeciso por ambos lados, sin saber qué decir. Y volví a leer, en una esquina, la leyenda que campeaba en bella letra inglesa: Amor me dio la bienvenida”. Y añade que respondió a la pregunta de si le gustaba: “¿Pero esto es un libro? Creí que me regalaba usted una caja de bombones”.

En los años sucesivos aparecerían como Libro del Mes obras inéditas de Dino Buzzati, André Maurois, William Saroyan o Mika Waltari, así como de unos cuantos autores que hasta entonces no habían sido publicados en España, como Michel Deon, Christine Garnier o Nevil Shute, entre otros.

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Frontis de la caja a la que alude Rabinad en sus memorias.

Fuentes:

Isabel Obiols, «Cinco editoriales se unen en una nueva marca de bolsillo», El País, 19 de diciembre de 2001.

Plaza, Germán, “Los problemas del libro popular en España”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1955 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa comprendida entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1956.

Rabinad, Antonio, El hombre indigno. Una vida de posguerra, Barcelona, Alba Editorial (Colección Literaria), 2000.

Vigencia de un infatigable de la edición española (Entrevista a Max Lacruz)

Mario Lacruz (1929-200).

Mario Lacruz (1929-200).

Han transcurrido ya  quince años desde la muerte del editor y novelista barcelonés Mario Lacruz (Barcelona 1929-2000), y hace más de una década que su hijo Max Lacruz creaba en Madrid la Editorial Funambulista, que se ha caracterizado por equilibrar la recuperación de grandes autores olvidados (con algunas colecciones específicas) con la apuesta por nuevos valores. Por las mismas fechas en que se llevó a cabo esta entrevista, cumplían años editoriales como Páginas de Espuma (16), Minúscula (15) Periférica (9), Nórdica (9) o Impedimenta (8), entre otras, que protagonizaron una eclosión –hasta cierto punto inesperada– de nuevas editoriales que han conseguido a lo largo de ese tiempo construir catálogos culturalmente coherentes e interesantes. Actualmente, sin abandonar su residencia habitual en Luxemburgo, Max Lacruz sigue al frente de Funambulista, un catálogo que en este momento ronda ya los doscientos títulos.

Es inevitable empezar evocando la figura de tu padre, Mario Lacruz, a quien en general quienes lo conocieron como editor y siguen en activo describen como uno de los últimos editores que consideraban la suya una profesión de caballeros. Me refiero a su talante británico, a su exquisitez en las formas en la relación con otros editores y con autores, que tal vez contrastaba con el estilo más informal o desenfadado de Carlos Barral o de los jóvenes editores que empezaron a surgir a finales de los años sesenta. ¿Tienes esa misma percepción de que con él acaba una etapa en el ambiente editorial barcelonés?

Esta noche la libertad, en la colección El Arca de Papel.

Sí, con él acaba una época, porque además ya era él un poco de otra época en muchas cosas, si bien fue rabiosamente moderno también, y así lo demostró siendo el editor que más marketing novedoso hizo en su época, con anuncios en la radio, la tele y en banderolas tiradas por avionetas (¡!) (Esta noche la Libertad, de Lapierre y Collins), discos de acompañamiento (Papillon, de Charrière, con canciones de Los Tres Sudamericanos;  por cierto escribió  todas las letras de las canciones y las firmó M.L., la discográfica quería fichar a ese letrista…), muebles ad hoc para los libros (Colección Pulga), campañas como Las 4 Estaciones en Argos-Vergara, etc.

Pero es cierto que era un editor a la antigua en su trato con otros editores y con los autores y agentes; su condición de novelista no era ajena a esto. Sabía muy bien lo que era la materia prima de los libros. Siempre se consideró un escritor metido a editor: no tenía vocación de editor, y al final el editor se comió al autor…

En cuanto al ambiente barcelonés, lo frecuentó, claro, inevitablemente, pero con su distanciamiento habitual; no era persona de grupos y la vida social y cultural del momento no le interesaba especialmente, si bien había estado muy metido en el mundo del teatro (fue director del grupo de teatro Teatro Club con Marsillach, Soldevila, Senillosa, donde montaron a O’Neill, Ionesco…), del cine ( guionista de varias películas aparte de las dos suyas, El inocente y Gaudí), de las tertulias en los años cincuenta (Turia, o las que compartía  en las casas  de Amèrica Cazes de Coma o Esther de Andreis, ¡previo permiso de la policía!, con Gironella, los Carandell, Matute, Borràs etc), pero a partir ya de mediados de los sesenta se fue desentendiendo y se centró más en su trabajo de editor, por mor de sus cinco hijos, toda una familia numerosa a la que sacar adelante. Y porque seguía escribiendo, a ratos… pues publicó su último libro, El ayudante del verdugo, en 1971.

Un verano memorable, en la colección Pulga.

Uno de los hitos de su trayectoria es la afortunada y un tanto azarosa creación de los libros Pulga (que tanto éxito tendrían), que pone de manifiesto un conocimiento bastante profundo de la profesión, más allá del buen gusto literario y la percepción de la comercialidad de las obras. ¿Quieres comentar ese caso y ese aspecto de la faceta de Mario Lacruz?

Fue una idea muy buena haciendo de necesidad virtud (la escasez del papel), una colección de minibolsillo, en la que cupo de todo, literatura y ensayo. Y lo del mueblecito para guardar los libros me parece enternecedor, ¡un mundo en miniatura! Creo que es uno de los hitos editoriales a nivel mundial. Y se ha imitado luego muchas veces, pero sin tanto éxito, más como gadget que otra cosa… Lo más increíble es que los libritos aquellos se podían leer, el cuerpo de letra era aceptable. No eran un gadget. Un prodigio. Hay quien los colecciona, y se ven en los rastros y en Internet… “El saber no ocupa lugar, era el lema, realmente encarnado en el formato.

Anuncio de la estantería para la Enciclopedia Pulga.

Su personalidad como novelista hace menos sorprendente tal vez su capacidad para detectar valores literarios, pero ciertamente la cantidad de autores extranjeros que introdujo o en España, o que recuperó, en particular en Plaza & Janés, resulta asombrosa.

El conocer la materia prima fue fundamental. Pocos editores son escritores, y menos buenos escritores. Mi padre fue un buen escritor, al que la crítica no le ha dado el encaje que merecía, por ese distanciamiento que mencioné antes, por ese ir por libre y a contracorriente muchas veces, eso Constantino Bértolo o Vázquez Montalbán lo han contado mejor que yo.

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Mario Lacruz.

También sabía lenguas, eso en aquella época era poco frecuente. Podía leer en varias, y estaba pendiente de lo que ocurría fuera, seguía la prensa extranjera, a los agentes y editores extranjeros. Y no era algo forzado, pues se sentía muy europeo y… muy poco español (y catalán), para qué decir lo contrario… La literatura española le interesaba poco, su mundo literario era europeo, el británico, el de la Mitteleuropa, el mundo judío de entreguerras… Sus propias novelas así lo acreditan, fueron a contracorriente de lo que se hacía en ese momento.

En su momento, y creo que con razón, me señalaste la tremenda desproporción entre la importancia que tuvo Mario Lacruz en la continuidad de los catálogos de Josep Janés y la ausencia de comentario sobre ello en la biografía A dos tintas. A la muerte en 1959 de Janés, y al integrarse las colecciones por él creadas a Plaza & Janés, sin duda Lacruz  tuvo que enfrentarse a una tarea titánica para fusionar dos catálogos tan ricos y potentes, ¿no?

Germán Plaza (1903-1977).

En efecto, pues ésa fue su principal tarea durante dos décadas. Empezó muy pronto a trabajar en el mundillo, primero revisando, traduciendo, para  Editorial Germán Plaza.  Pero la fusión de G.P. con José Janés Editor es Mario Lacruz. Fue el director general de P&J desde el principio, pero fue sobre todo su hacedor. Lo digo con toda rotundidad. La gente que lo vivió lo sabe. El viejo Plaza le daba un sobresueldo a modo de participación en beneficios a espaldas de sus hijos. Cuando lo fichó Argos-Vergara (Banco de Madrid) lo llamaban “el Cruyff” de las ediciones: el cheque que se le tendía era en blanco.

Estuvo a punto de encabezar el desembarco del grupo Rizzoli en el mercado en lengua española, pero él no lo vio claro, y Rizzoli decidió no hacerlo, sin mi padre no se atrevieron…

En Argos-Vergara (1975-1981) revolucionó el mercado de nuevo: baste con señalar unos pocos hitos: Los topos (Torbado), Ada o el ardor (Nabokov),  El factor humano (Greene), El topo de Le Carré , Alguien voló sobre el mido del cuco o El mundo según Garp… publicó las novelizaciones de La guerra de las galaxias, también, con todo el marketing que supuso, o libros políticos como El caso Moro, El crimen de Cuenca, Cisne, espía de Franco o Espejo de Sombras de Soledad Blanc, que dio pie a la película El Desencanto

Luego fichó por Planeta para resucitar Seix Barral a cambio de un paquete de acciones. Y Seix Barral tuvo unos años en los que copaba las listas de libros más vendidos. (El perfume, En brazos de la mujer madura , Donde el corazón te lleve, El libro del desasosiego, La ciudad de los prodigios, Te trataré como a  una reina, El invierno en Lisboa, Luna de lobos,  En brazos de la mujer madura, los  Marsé, Saramago,Vargas, Cabrera, Cela, Juan Goytisolo, Umbral  pero también la nueva hornada de los ya citados por sus títulos: Muñoz Molina, Llamazares, Rosa Montero..… Con él Javier Marías [El siglo, 1983])  y Roberto Bolaño [La literatura nazi en América, 1996]  publican  obras en Seix que empiezan a darles proyección, nadie lo menciona nunca, o debuta Pedro Zarraluki en Argos-Vergara…En Seix publica también a Nina Berberova, Dacia Maraini, Donna Leon, Luciano de Crescenzo, Rushdie… y sus Versos Satánicos ¡de infausta memoria! Su olfato y su capacidad para hacer prosperar títulos y  editoriales era inmenso. Decía que el editor es como el jugador de casino: con suerte y con el tiempo se hace amigo del crupier. Él se hizo amigo muy pronto y nunca le abandonó la suerte.

Volviendo a P&J: convirtió esa fusión de dos sellos tan dispares, y hasta opuestos, en el principal grupo editorial en lengua española en el mundo, por eso lo compró Bertelsmann por la cantidad astronómica que pagó en su momento, es decir la segunda etapa de mi padre en Plaza&Janés, años 1981-1983. En los veintipico años en P&J no sólo recuperó todo lo recuperable del sello de Janés, sino que dio continuidad a todo tipo de colecciones, de premios Nobel, de Pulitzers, de humor, creó varias de bolsillo, enciclopedias, diccionarios, best-sellers, libros infantiles, juveniles. Salvo el libro de texto escolar y el universitario, tocó todos los palos, y los tocó muy bien.

Enrique Badosa.

La lista de libros de P&J que marcaron una época es asombrosa, desde los Lapierre, los de Collins, el Papillon, El varón domado [de Esther Vilar], El mono desnudo [de Desmond Morris], Archipiélago Gulag, Juan Salvador Gaviota o El informe Hite, los libros de historia de Montanelli  o la colección esotérica Otros Mundos, pasando por todos los libros de García Márquez, a quien publicó durante muchos años, o la colección de poesía en español y en bilingüe (en esto tiene mucho arte y parte Enrique Badosa, un editor y escritor muy afín a mi padre y con rasgos parecidos en muchos aspectos y al que nombró director del departamento de lengua española, cargo que ocupó dos décadas)… Sólo hay que recordar nombres como Gironella, Candel, Tomás Salvador, Díaz-Plaja, Salisachs, Porcel, en la primera etapa o los de Marsé, Isabel Allende, Torrente Ballester, Terenci Moix, Fernández-Santos, en la segunda…

La novelística española no se entiende sin la colección Novelistas del Día de los años sesenta y setenta…, pero es que al mismo tiempo publicaba en la colección Internacional de P&J a Evelyn Waugh, a Sciascia, a Nabokov, Graham Greene…  Y también a Wodehouse, Pitigrilli, Chesterton, Daninos, Guareschi… En la segunda etapa están los Burgess, Updike, Malamud, Bashevis Singer…

Banco, en la colección Manantial, cuyo nombre evoca el Manantial que no Cesa, de Janés.

Has mencionado a Vargas Llosa, Cabrera Infante y García Márquez, ¿cómo valoras, al mirar atrás, la importancia de Mario Lacruz en el asentamiento y la difusión de lo que para entendernos llamamos los autores del boom hispanoamericano?

Es el editor “oculto” del boom: aparte de los ya mencionados, es el editor de Asturias, Rulfo, Donoso, Roa Bastos, Abel Posse, Scorza, Laínez y del segundo boom con Isabel Allende, Baily, Mastreta…, pero luego en Seix, publica a todo Vargas Llosa (le publicó más de quince libros), Paz, Fuentes. No hay autor del boom que no publicara, incluso a Borges y Cortázar los publicó tangencialmente en algunos de sus sellos, P&J, Argos Vergara o Seix…

Es inevitable suponer que en tu decisión de dedicarte a la edición pesó de algún modo la experiencia de tu padre, pero supongo que habría también otros modelos, otros editores que te influirían de algún modo.

Sólo me influyó en eso mi padre, fue una especie de homenaje póstumo, para llenar un vacío que yo sentía. La idea era publicar los inéditos que dejó y algún descubrimiento; luego la cosa fue derivando hacia hacer un sello con más títulos. Y en esos estamos, dentro de nuestras modestas posibilidades e intentado no perder demasiado dinero.

Editorial Funambulista nació en unos momentos (octubre de 2004) en que estaban apareciendo otros pequeños sellos que con el tiempo se han ganado un prestigio y que han logrado tener continuidad, como las Páginas de Espuma de Juan Casamayor, la Minúscula de Valeria Bergalli o los Libros del Asteroide de Luis Solano. ¿Cómo recuerdas ese momento inicial y qué opinión te merecen esas trayectorias?

Lo recuerdo como un proyecto ilusionante, pero sin tener conciencia de que otros hacían lo mismo, quizá por mi modo de ser o porque yo vivía y sigo viviendo en el extranjero. Está bien que haya habido esos sellos, han ampliado la oferta, creo que se edita mucho y bien en España, contrariamente a lo que algunos dicen,  hay muchos autores que en otras épocas no estaban visibles, muchos rescates, muchos autores nuevos…

La crisis es de público, de ventas, no de oferta ni de producción. El problema, como dijo Wilde de uno de sus estrenos, es que la obra está muy bien, pero el público…  es un desastre. Es decir: se edita mucho y muy bien, pero se compra poco. Leer no sé si se lee siquiera, porque creo que este es un parámetro que costaría mucho aquilatar.  Me da la sensación de que España sigue siendo un país donde se lee poco, pero igual me equivoco. Yo lo achaco al sistema educativo, que no fomenta la lectura, la lectura hay que promoverla en la escuela, pero para eso hay que tener profesores vocacionales, bien considerados, bien pagados  y motivados. De todo esto hay bien poco.

¿Cómo ves, desde la distancia, el panorama o el contexto editorial en el que nació Funambulista? Algunas iniciativas independientes, como Pre-Textos o Lengua de Trapo, estaban logrando plantar cara con éxito a las grandes empresas y a las editoriales más veteranas, ¿generó eso una sensación de que había espacio para nuevas experiencias e iniciativas?

Lo he mencionado ya: yo no tengo conciencia de ello. Constato que hubo nuevos sellos, y que algunos han sobrevivido. Pero antes  también hubo sellos independientes de este tipo, como Trieste de Trapiello y sus socios. Es decir, tampoco creo que hayamos inventado nada. Y los grandes grupos también han tenido sus pequeños “sello-semillero” literarios y de calidad, como Caballo de Troya o, en su momento, en los ochenta, Versal, del Grupo Anaya… Con la posibilidad de tiradas más cortas y más baratas el acceso al mercado se allanó hace unos años, eso es todo.

Ahora se verá si el salto a lo digital supone un cambio en la relación entre los sellos y el público y qué papel tendrán los sellos grandes con capital importante detrás y los sellos pequeños o medianos.  Es toda una incógnita. Pero el futuro será digital. Cuando leí que el jefe máximo de Penguin Random House [Markus Dohle] vaticinaba que el papel tenía por delante un siglo de vida, me dio la risa. Eso se llama querer levantar la moral de la tropa… El papel subsiste porque la industria teme perder un modelo de negocio que todavía es rentable. Cuando pierda el miedo y vea que lo otro puede ser rentable, se habrá acabado el papel. No veo qué ventaja tiene el papel. Lo del tacto me parece pueril. El libro electrónico se puede subrayar, enlazar, cruzar, permite búsquedas, y los dispositivos lectores son cada vez mejores y las baterías duran más, por no hablar de las ofertas de miles de títulos online tipo “Kindle unlimited” u otros por abonos de 8 o 10 euros al mes…

Hay toda una serie de autores literariamente importantes que en España fueron muy populares en los años cuarenta y cincuenta que parece que en algún momento quedaron arrinconados, como Lajos Zilahy, Selma Lagerlöf o Ferenc Karinthy, y que Funambulista se ha ocupado de reivindicar y recuperar. ¿Cuál es el sentido que das a esta línea de recuperaciones?

El sentido de que el patrimonio hay que revisitarlo. Los clásicos contemporáneos acaban siendo más clásicos que contemporáneos, y por eso hay que volver siempre a ellos. Me gustan los autores que publicaron entre los años veinte y cincuenta del siglo XX, creo que son los cuarenta años dorados de la novelística mundial…

En cuanto a la novela realista decimonónica, a la que también has prestado atención en Funambulista (Zola, Stendhal, Eça de Queirós), ¿cuál crees que es su papel en nuestros días, en qué reside su vigencia?

Un poco lo mismo que decía para los autores anteriores. Son clásicos, y en este caso que mencionas, son los padres de la novela moderna. El siglo XIX es básico para entender el XX y el XXI. Es una perogrullada, lo sé, pero a veces conviene no perder de vista cosas elementales.

La prueba de fuego de todo editor suele ser la selección de obras inéditas en su propia lengua. ¿Qué tal ha sido la experiencia en ese terreno? ¿Han sido una ayuda las agencias literarias en la búsqueda de nuevos autores?

Utilizo muy poco las agencias para manuscritos en español, porque tengo sobreabundancia de textos que me llegan espontáneamente, imagino que como a todos los editores. Me impuse una cuota de primeras o cuasi primeras novelas, y dar una rampa de lanzamiento a nuevos autores. Lo he cumplido. Pero es complicado que el mercado acompañe, parece como que los nuevos autores sólo interesan muy de vez en cuando o en el caso de que los lancen sellos grandes. Pero una vez más, el futuro es digital: cualquiera puede colgar tu texto en Internet en blogs o plataformas. Como en la música. ¿Cabe mayor bibliodiversidad que ésta?

Lo que está claro es que un editor de verdad es el que descubre talentos nuevos; publicar a autores consagrados o libros que han triunfado en otras lenguas es relativamente sencillo. La mayoría de los editores no están por la labor.

En cuanto a la edición en catalán, siendo como es un ámbito lingüístico que, a diferencia del español, no es previsible que crezca, ¿a qué respondió la decisión de abrir una colección, Lletraferits, en esta lengua? En los últimos años están surgiendo muchos pequeños sellos independientes en catalán. ¿Adviertes el riesgo de una saturación de oferta, o crees que habrá un crecimiento de lectores en catalán, quizás fuera de Cataluña, que posibilite la supervivencia de esas iniciativas editoriales?

Mi colección en catalán es muy modesta, un capricho casi, una cosa irrelevante, suponiendo que la otra parte del catálogo tenga algo de valor.. No sé el potencial futuro del libro en catalán, pero lenguas igual o  más minoritarias que el catalán tienen una industria editorial sana… (islandés, sueco, danés, noruego). Imagino que hay mucha oferta y riesgo de saturación, pero también es cierto que hay muchos títulos extranjeros que no se traducen al catalán y que podrían traducirse. No sé qué ocurrirá en el futuro, igual la gente se pone a leer en inglés los libros escritos originalmente en inglés, que son aún el grueso de las traducciones, como en Suecia o Países Bajos…

En cuanto a la producción en lengua catalana, es lógico que crezca a medida que el uso del idioma crece. Es la parte buena de la inmersión. La parte mala es usar la lengua como vector de ideologización… Hace treinta años era impensable que hubiera tanta novela escrita originalmente en catalán, por ejemplo. Ahora bien, ¿hay un público para tanto título en catalán? Creo que muchos lectores bilingües catalanes optan por leer en castellano, y me parece que es totalmente respetable… ¿Era menos catalán Francisco Casavella por escribir en castellano, por ejemplo…?

A veces se achaca a los escritores españoles permanecer anclados en una visión un poco romántica de la creación, en el sentido de pensar que lo que escribe “el genio” es intocable, cosa que dificulta mucho la labor del editor de textos. ¿Cuál ha sido tu experiencia en ese sentido? ¿Cuáles son a grandes rasgos tus principios a la hora de trabajar con los autores?

Dos son los patrones que se dan: el autor que se niega a que le digan nada sobre su texto, de tan seguro que está de que es una obra maestra; y el que acepta, ya sea por modestia o por inteligencia, y muchas veces de buena gana,  todo comentario o propuesta de mejora de sus textos.

Yo soy de los editores que se implican en el texto, así que con los primeros no puedo trabajar; con los segundos, sí. Dejo para  mis memorias el relato de algunos casos, porque revelan mucho del ser humano. De lo bueno y de lo malo. De todos modos, el autor, una vez aceptado el diálogo con el editor, y el principio de que todo texto puede mejorar, ha de tener la última palabra pues, en definitiva, es quien firma. El trabajo de editor es un trabajo en la sombra. Como dice Steiner de los profesores, los editores somos meros intermediarios, hemos de aceptar siempre el perfil bajo: lo importante son los textos, siempre los textos, incluso por encima de los autores…

Max Lacruz.

Max Lacruz.

Lecturas adicionales:

Web de Funambulista.

Página sobre Mario Lacruz.

José F. Beaumond, «Entrevista a Mario Lacruz: Se puede ofrecer literatura de calidad a bajo precios», El País,  abril de 1979.

Constantino Bértolo hablando sobre Mario Lacruz en una entrevista en El Ojo Crítico, 1 de abril de 2014.

Max Lacruz, «El armario sagrado de Mario Lacruz (1929-2000)«, Literaturas.com.

Xavier Moret, «Un gran homenaje al editor Mario Lacruz reúne al mundo de las letras en Barcelona«, El País, 10 de octubre de 2000.

Lourdes Morgades, «Escritores y editores destacan la gran modernidad de la obra de Mario Lacruz«, El País, 31 de marzo de 2005.

Píramo, «40. Mario Lacruz«, en Cesó todo y déjeme, 11 de abril de 2010.

Merche Rodríguez entrevista a Max Lacruz en Magazine Digital.

Germán Plaza y la Pulga

Germán Plaza

Germán Plaza Pedraz

A Silvia Sesé

 

El milagro está hecho: en el metro (hasta ahora gabinete de lectura de esas infranovelas fundamentadas en las hazañas del gángster, de la niña ñoña y del héroe estúpido), en el metro decimos, se lee ahora a don Tirso de Molina y a don Leónidas Andreiev y a cualquiera de sus esclarecidos colegas […] Conmovidos, agredidos y turulatos, manifestamos a los inventores de la Enciclopedia Pulga nuestro asombro y nuestro reconocimiento. ¡Enhorabuena!

Mario Lacruz

Así se saludaba en la revista humorística La Codorniz la que quizá sea una de las colecciones más entrañables de los años cincuenta, y que en cierto modo era una respuesta del editor Germán Plaza (1903-1977) a las carencias de papel que se dieron en España en la posguerra española. Acerca de esos “inventores” de los minúsculos volúmenes de tamaño muy similar al de un paquete de cigarrillos (10,5 x 7,5) que albergaron todo tipo de obras importantes, explicó a Rai Ferrer el que fuera su editor, Mario Lacruz (1929-2000):

Hacía algunos años que don Germán había comprado una rotativa Man de seis cuerpos [las célebres Manroland] parecida a una máquina de tren. Un buen día, con la rotativa parada por la caída de los tebeos, tomó uina hoja d papel que imprimía la máquina y comenzó a doblarla una y otra vez. El resultado fue un minúsculo cuadernillo de 64 páginas que lanzó sobre mi mesa diciendo: ¿Qué podemos hacer con esto? A los pocos meses, la Enciclopedia Pulga se convertía en un gran éxito editorial.

Algo tuvo que ver en ello la decidida apuesta por la agresiva y amplia publicidad, en consonancia con unas tiradas amplísimas, que llegaban en algunos casos de obras clásicas (La perfecta casada y obras de Tirso, Cervantes, Dostoievski o Oscar Wilde) a más de cien mil ejemplares. Así lo contó el propio Germán Plaza en una interesantísima conferencia en 1955:

Si bien era condición importante el contar con imprenta propia, no lo era suficiente. Precisábamos tener confianza en la reacción del público y efectuar tiradas lo suficientemente numerosas para que mereciera la pena imprimirlas en rotativa, procedimiento gráfico que, en ediciones de este carácter, permite una apreciable reducción del coste.

Era necesario también mecanizar al máximo el proceso de encuadernación, operación que por lo general invierte una considerable mano de obra. Y la importación de una maquinaria adecuada nos permitió lograrlo. Y además, una tradición editorial desarrollada sobre todo con una colección de tanta popularidad como en su tiempo lo fue El Coyote, nos permitió crear una organización distribuidora en España que nos facultaba para hacer llegar a todos los rincones del país las nuevas colecciones.

La Pulga tenía sin embargo  un muy noble antecedente en Grano de Arena, la colección creada e impulsada entre 1941 y 1942 por José Janés (1913-1959) de un modo mucho más artesanal (era una época incluso más dura, en la que todo estaba por hacer y ni hablar de importar maquinaria). Los pequeños volúmenes de 9 x 6 de Janés albergaron breves textos (pero completos) como Pollock, de H.G. Wells, Satyro, de Goethe, Intermezzo, de Heine, Inocencia reconocida, de Boccaccio, Heroídas, de Flaubert, Una tragedia, de Balzac, Una novela en nueve cartas, de Dostoievski, La modistilla, de Eugenio Heltai, Margarita de Escocia, de Mateo Bandello, Ética del contrabajo (Premio Viareggio 1939), de Orio Vergani, Elogio del gastrónomo, de Anthelme Brillat-Savarin, y obras igualmente breves de Edgar Allan Poe, E.T.A. Hoffmann, Joseph Conrad, R.L. Stevenson, Mark Twain, Edmundo de Amicis, Walt Withman, Oscar Wilde, D.H. Lawrence, Knut Hamsun, Luigi Pirandello o James Joyce.

Interior de Sor Beatriz, de Charles Nodier, en Grano de Arena (1942)

Los criterios de la Enciclopedia Pulga en cuanto a la selección de temas, autores y títulos también los expuso pormenorizadamente su creador:

No vamos a darle a este público, hasta hoy yermo de buena semilla, una literatura sofisticada o de proporciones grandiosas. Sería lo mismo que ofrecer un banquete pantagruélico a quien ha sufrido un ayuno prolongado. En vez de ello, hay que proporcionarle lo que, dentro de un tono de cierta elevación y ambición cultural, guarde proporción con la limitada preparación de que hasta el momento ha adolecido. Éste es otro de los secretos a voces de la Enciclopedia Pulga. No asusta al lector con volúmenes de gran extensión o de contenido abstracto, sino que le ofrece temas sencillos, de interés permanente, expuestos en un lenguaje llano e inteligible.

La selección de títulos llevada a cabo por Mario Lacruz para La Pulga presenta más de un punto de coincidencia con la de Janés en cuanto a algunos autores (Goethe, Wilde, Stevenson, Twain…), si bien una diferencia importante la constituye la presencia de autores españoles. Si en el proyecto de Janés sólo aparecen Eduardo Aunós (con París en el siglo) y Eugenio d´Ors (Historia de enfermos y de viejos), en la de Lacruz se dio cancha a varios escritores destinados a ocupar un lugar importante en la historia de la literatura española, como es el caso de Dolores Medio, César González Ruano, Miguel Delibes, Camilo José Cela o el propio Mario Lacruz, de quien en 1955 se publicó un volumen titulado Un verano memorable que incluía Ana y los niños, La comunidad, La mujer forastera y solitaria, Los brazos y el relato que le daba título (y del que el año 2000 Debate publicó una edición no venal numerada de 500 ejemplares). Por otra parte, y según explica Plaza en la misma conferencia ya citada, lo que más se vendía, y en este orden, eran los encargos hechos por el editor a autores no muy conocidos de obras referidas a temas importantes (Sevilla, Los Estados Unidos al sprint, ¿Jesucristo es Dios?, La religión, ¿para qué?…), autores clásicos como los ya mencionados, los temas de divulgación científica o de humanidades (La energía atómica, Beethoven, Islandia, entre fuego y hielo…) y por último “relatos y narraciones de autores contemporáneos y de “campanillas””. Es notable también la presencia en Pulga de versiones de obras llevadas con éxito a la gran pantalla (Mogambo, de Wilson Collinson, El prisionero de Zenda, de Anthony Hope o Ben-Hur, de Lewis Wallace, obviamente en una versión abreviada a 223 páginas).

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Si se ha recordado hasta la saciedad el eslógan de que se sirvió esta colección («El saber no ocupa lugar»), menos leída ha sido la publicidad que aparecía al final de cada uno de ellos, obviamente destinada a evitar que libros tan baratos como estos fueran objeto de préstamo:

La muerte acecha…

Piense por un momento en los males que puede acarrearle la lectura de novelas que hayan pasado por varias manos.

No olvide que el papel es uno de los vehículos portador de las más terribles enfermedades.

¡Huya de ellos como del mismo demonio!

Ahora ya no necesita usted pedir novelas prestadas porque en la Enciclopedia Pulga encontrará lo que necesita y a un precio sumamente económico. Cada volumen de 64 páginas, con un promedio de 60.000 espacios y cubierta en cartulina, 1’50 Ptas.

Desde luego, se trata de una colección que dice muchas cosas acerca de cómo eran los años cincuenta en España, pero lo que quizá pueda parecer extraño es que los publicistas de dispositivos de lectura digital no hayan empleado todavía ese sagaz argumento…

Fuentes:

El Abuelito, “Pulgas fantásticas” y “Pulgas gigantes”, en El Desván del Abuelito, 11 de febrero de 2009 y 15 de marzo de 2011, respectivamente.

Francisco Lacruz, “Mario, mi hermano”, reproducido en el apéndice a Mario Lacruz, Trilogía de la culpa (El inocente. La tarde.El ayudante del verdugo), Madrid, Funambulista, 2009.  (Colección LiteraDura), pp.609-616.

Laura López Sánchez, “La culpa en la novela de Mario Lacruz”, reproducido en el apéndice a Mario Lacruz, Trilogía de la culpa (El inocente. La tarde.El ayudante del verdugo), Madrid, Funambulista, 2009.  (Colección LiteraDura), pp. 595-608.

Ll. M., “Germán Plaza, el introductor del libro de bolsillo”, La Vanguardia, 17 de marzo de 1984, p. 27.

Xavier Moret,”Plaza y Janés”, en Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, Barcelona, Destino (Imago Mundi 19), pp. 168-174.

Germán Plaza, “Los problemas del libro popular en España”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1955 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa comprendida entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1956.

Pop Ediciones, “Por un puñado de pulgas”, Cultura impopular, 23 de abril de 2012.

Hacer libros sin papel en los años cuarenta

Cuando el 5 de febrero de 2013 se divulgó mediante un tuit la carta que la editorial británica Jonathan Cape había remitido a John A. Brothers justificando la negativa a publicar su obra To the turn, alegando limitaciones de papel, se suscitó la duda razonable de si era una ingeniosa argucia para quitarse de encima al autor en cuestión o podía haber algo de consistente en ese argumento.

CapeRejectionLetterEs evidente, a la vista de la fecha de la carta (30 de agosto de 1944; en plena guerra mundial), que en ese momento el papel a disposición de la industria editorial escaseaba, como escaseó también en España en los años inmediatamente posteriores a la guerra civil o en Francia durante la Ocupación. Xavier Moret concluye su introducción a Tiempo de editores diciendo: “La omnipresencia de la censura, la escasez de papel y las dificultades propias de una sociedad controlada marcan los primeros tiempos de la posguerra”, a lo que, desde el punto de vista estético, puede añadirse la más elaborada exposición del asunto que hizo Enric Satué en referencia específica a la edición en Cataluña, pero válida para el conjunto de la edición en la España franquista en esos momentos:

En este clima de libertades estranguladas no fue fácil mantener la edición en unos niveles mínimos de calidad y buen gusto, sobre todo si a ello añadimos las enormes dificultades económicas y de servicio (buscar un papel para imprimir un libro suponía un auténtico quebradero de cabeza y encontrarlo una verdadera epopeya)” [todas las traducciones son mías].

El papel es un condicionante tanto de la extensión como de las tiradas y del número de títulos publicados en esos tiempos. Cuando en 1941 cumple un año, la Editorial Emporium creada por Félix Ros (1912-1974) y José Janés (1913-1959) protagoniza la sección «Panorama de las nuevas editoriales» de la Bibliografía General Española e Hispanoamericana, y en ese texto explican los dos editores: «Nuestros proyectos, a partir de ahora, han de estar supeditados a las actuales estrecheces de papel». Ante el acuciante problema de la escasez de papel, que hizo que el Estado lo sometiera a cupos, surgieron algunas iniciativas muy sagaces, que además no renunciaban a seguir considerando el libro como un objeto que debía ser bello, si bien tuvo también consecuencias negativas, sobre todo en las llamadas “ediciones populares”. Tal vez la más conocida de esas iniciativas para paliar los inconvenientes de los cupos fue la de Manuel Aguilar (1888-1965), quien dejó constancia de ella en sus memorias:

Yo publicaba sin interrupción, cierto es que con una clase invariable de papel. Mis competidores y aun los organismos oficiales parecían un tanto asombrados: ¿Cómo me las arreglaba para editar tanto, hallándose el papel sometido a cupo o a racionamiento? […] ¡El papel biblia, debido al escaso volumen que representaba en la totalidad de la fabricación de papel, no fue sometido a cupo! [Así] pude proceder a la reedición de todas las obras que, impresas en papel biblia, habían quedado agotadas durante la guerra.

Frontispicio y portada de una edición de Aguilar del ciclo de John (aquí Juan) Carter , de Edgar Rice Burroughs, de 1947 en la colección Crisol. Es perceptible lo impreso en el reverso de la portada.

A la escasez de papel como “problema capital”, según la califica Aguilar, se atribuyen –a menudo interesadamente–, muchas de las denegaciones de autorización que remite censura franquista a los editores en la inmediata posguerra, que, entre dedicarlo a una obra que fomentara “el espíritu nazional” u otra que se tomara ciertas libertades en cuanto a las sanas y muy católicas costumbres españolas, siempre podía legitimar su decisión de autorizar la primera y prohibir la segunda, y no ambas, alegando el socorrido motivo de la escasez de papel. Sin embargo, esto resultaba un pretexto bastante burdo cuando se aplicaba a otro editor audaz e imaginativo, José Janés, sobre quien dejó escrito Fernando Gutiérrez (1911-1984):

Janés, acostumbrado [antes de la guerra] a hacer buenos libros con malos papeles de periódico, se creció [en la posguerra]. Creó colecciones para la falta de papel, valga la frase. Hizo libros con recortes y postetas. Así salió la colección que llamó “Grano de Arena”, y los hizo también con el único papel asequible [por no estar tampoco sometido a cupo]: el papel de barba. En lugar de pegarle una póliza de 1,50, le imprimía El baile del conde de Orgel [de Raymond Radiguet] y le ponía un nombre a la colección: “Cristal”.

Portada de El baile del conde de Orgel, de Radiguet, en la colección Cristal.

Portada de El baile del conde de Orgel, de Radiguet, en la colección Cristal.

Se han valorado siempre mucho las primeras ediciones clandestinas en catalán que por esa época hacía Josep Palau i Fabre (1917-2008), entre otras cosas por el excelente papel que empleaba, que elegía precisamente en respuesta a las mismas necesidades:

La revista Poesia [1944-1945], que yo edité por mi cuenta, se imprimía en papel de hilo y cien ejemplares. Y aquí me complace consignar, de una vez por todas, que no era por ningún prurito de originalidad ni de sibaritismo que lo hacíamos de este modo, sino sólo porque el papel ordinario estaba racionado y era preciso un permiso oficial para obtenerlo. El papel de hilo, en cambio, era el único que se encontraba en venta libre.

Pero las dificultades para obtener buen papel a precios razonables se mantuvieron durante muchísimos años, incluso bastante más allá del fin de la segunda guerra mundial. En fecha tan avanzada como 1955, Germán Plaza (1903-1977), uno de cuyos mayores triunfos era la colección de libros minúsculos Pulga, explicaba:

Un elemento que anula en gran parte la posición en que nos sitúa [la bajada] del coste de la impresión [es] el papel. […] El papel mantiene unos precios que en modo alguno se corresponden con los demás capítulos del coste de producción […] Los editores podemos hacernos con imprentas propias para disminuir en lo posible los costes de producción; pero no podemos ir tan lejos, en este proceso de producción vertical, como para fabricarnos nosotros mismos el papel. Y sin embargo, éste sería uno de los caminos más viables para llegar a una verdadera economía; el único que nos permitiría darle una reducción substancial al coste de producción.

Los volúmenes de la colección Pulga, publicada por las Ediciones G. P., constituyó, con sus volúmenes de 10,5 x 7,5 cm., uno de los mayores éxitos comerciales en el ámbito de la edición de libros de su tiempo, y llegaron a comercializarse (a 60 ptas) estanterías ad hoc para ella.

A la escasez de papel es lógico atribuir el hecho de que, sobre todo en las llamadas “ediciones populares”, a las que se dedicaba preferentemente Germán Plaza por entonces e imprimía en rotativa, usaran unos tipos de un cuerpo minúsculo, tuvieran unas cajas invasoras que apenas dejan márgenes blancos en la página y un interlineado que hace la lectura de muchos libros de esos años sean sólo apta para lectores con muy buena vista.

Pous i Pagès visto por Ramon Casas

Sin embargo, otro de los efectos de la escasez de papel tuvo unas consecuencias culturalmente muchísimo más graves: la mutilación de un buen número de obras literarias con el objeto de que su extensión fuera compatible con el reducido número de páginas  asignados a muchas colecciones en la posguerra. En L´edició a Catalunya: el segle xx (fins a 1939), Manuel Llanas registra un par de testimonios bastante asombrosos en este sentido referidos a la editorial Maucci y situados a principios de siglo. El primero procede de “El moviment editorial a Barcelona”, una diatriba contra los editores en la que Josep Pous i Pagès, ocultándose tras el seudónimo Josep Piula, escribía en Catalunya Artística (27 de febrero de 1902): “A menudo, ya para que el libro no supere el número de páginas fijadas, ya porque el traductor quiera ahorrarse el trabajo que le pagan a precio alzado, hacen recortes sin ton ni son y sin tomarse siquiera la molestia de resumir en pocas palabras lo que suprimen”. El otro testimonio es el del dibujante y cartelista Carles Fontserè: “Según me contó Just Cabot años más tarde en París, el editor de origen italiano Emanuele Maucci, que publicó grandes tiradas a precios populares, no dudaba en reducir arbitrariamente por razones crematísticas una obra de 300 páginas a 250, desdeñando al azar las páginas “sobrantes”” (ídem).

Placa de la plaza dedicada al editor Emanuele Maucci en Parana (Italia).

Pero acaso resulta más escalofriante todavía el impagable testimonio que dejó Rafael Borràs Betriu en el primer volumen de sus memorias referido a su etapa en la Editorial Juventud (hacia 1955), por la importancia de la obra a la que se refiere y por la mayor proximidad en el tiempo:

Se empezó a publicar la colección de libros de bolsillo Libros Z –supongo que en honor del apellido Zendrera–. Me pareció una excelente iniciativa, pues no abundaban por entonces […] series económicamente asequibles. Lo que no me pareció bien fue que algunos títulos tuviesen que recortarse para no sobrepasar un número de páginas. Así, [Marià] Manent [director literario de Juventud] me encargó que le metiese la tijera a Guerra y paz, de Leon Tolstói; le argumenté en vano, en un intento de evitar tal barbaridad y, puesto a atenuar el desaguisado me dije que, para no alterar el sentido de la obra, lo menos malo sería reducir la descripción de las batallas. Yo no había leído entonces a Tolstói; hoy sé que de ninguna de las obras del autor más insignificante puede nadie permitirse nunca quitar ni una coma.

Guerra y Paz en la edición de Juventud.

Con posterioridad a 1979 se estuvieron reimprimiendo en España libros en versiones de esta guisa abreviados, e incluso más recientemente haciéndose de ellos ediciones digitales, lo cual quizá tenga su explicación en la carencia de papel en una época en apariencia superada. Quizá tenga explicación, pero me parece bastante difícil de justificar.

Y tal vez Jonathan Cape fuera más honesto con John A. Brothers de lo que pudiera parecer a simple vista.

Fuentes:

Para conocer mejor la vida y la obra de Manuel Aguilar, así como la historia completa de la editorial que fundó, es muy recomendable visitar el blog que gestiona María José Blas Ruiz Antigua Editorial Aguilar.

Aguilar. Historia de una editorial y de sus colecciones en papel biblia, de María José Blas Ruiz, en colaboración con José Luis Dánchez de Vivar Villalba, con prólogo de Luis Alberto de Cuenca y diseño de Javier García del Olmo (Madrid, Librería del Prado, 2013).

Rafael Borràs Betriu,  La batalla de Waterloo. Memorias de un editor I. Una reflexión políticamente incorrecta con el mundo de la letra impresa como trasfondo, Barcelona, Ediciones B (Memorama), 2003.

JonathanCape (@JonathanCape) Best thing I’ve seen all week: Cape rejection letter from 1944 on the grounds of shortage of paper. pic.twitter.com/w6bXmXBO.

Fernando Gutiérrez, “Recuerdo de José Janés”, ”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1959 y publicada como anexo al Catálogo de la Producción Editorial Barcelonesa comprendida entre el 23 de abril de 1958 y el de 1959, Barcelona, Diputación de Barcelona,1960.

Manuel Llanas, L´edició a Catalunya: el segle xx (fins 1939), Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2005. El mismo tema lo trata más a fondo en “Notes sobre l´editorial Maucci i les seves traduccions”, Quaderns. Revista de Traducció, núm. 8 (2002), pp. 11-16. El número de Catalunya Artística citado puede verse en ARCA aquí. La cita de Fontserè procede originalmente de Memòries d’un cartellista català (1931-1939), Barcelona, Pòrtic, 1995.

Xavier Moret, Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, Barcelona, Destino (Imago Mundi 19), 2002.

Josep Palau i Fabre, Josep, El monstre, Obra Literària Completa II, Assaigs, articles i memòries, Barcelona, Cercle de Lectors-Galaxia Gutenberg, 2005.

Germán Plaza, “Los problemas del libro popular en España”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1955 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa comprendida entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1956.

Félix Ros y José Janés, «La editorial Emporium», Bibliografía General Española e Hispanoamericana, año XV, núm 2 (abril-mayo de 1941), pp. 10-11.

Enric Satué, El disseny gràfic a Catalunya, Barcelona, Els Llibres de la Frontera (Coneguem Catalunya 18), 1987.