La órbita de los Libros del Asteroide

Vistos retrospectivamente, una de las cosas que asombran de la media docena de títulos con que en 2005 se dio a conocer la editorial española Libros del Asteroide es la reputación y prestigio de los traductores con los que colaboró desde el primer momento: A la caza del amor, de Nacy Mitford (1904-1973) la tradujo Ana Alcaina (y la prologó el escritor José Carlos Llop); En busca del barón Corvo de A. J. A. Symons (1900-1941), apareció en la traducción de Jordi Beltrán ya publicada en 1982 en la Biblioteca Breve de Seix Barral; Los inquilinos de Moonbloom de Edward Lewis Wallant (19261-962), Miguel Martínez-Lage (1961-2011; reputado traductor de La vida de Samuel Johnson y de obras de Poe, Conrad, Faulkner y Beckett, entre otros) y con prólogo de Rodrigo Fresán; de la traducción de Dos inglesas y el amor de Henri Pierre Roché (1879-1959) se ocupó Carlos Manzano (conocido sobre todo por sus versiones de Proust, Céline, Joyce o Lowry, entre otros) y la prólogo el escritor y editor Antoni Marí; Historias de Pekin de David Kidd (1926-1996), Marta Alcaraz (traductora de un David Copperfield en Alba y luego habitual en Asteroide) y prologado por el sinólogo Manuel Ollé, y Suaves caen las palabras de Lalla Romano (1906-2001), de nuevo por Carlos Manzano y con prólogo de la narradora y ensayista Soledad Puértolas (hoy en la RAE).

Aun interpretándolo como un guiño malicioso a Planeta (editorial en la que trabajó en Planeta Actimedia y luego en márketing entre el año 2000 y el 2004), el nombre de la editorial que acababa de montar Luis Solano no pareció especialmente atractivo en ese momento, y los diseños de cubierta de sus libros obra del espléndido Enric Jardí (más tarde le sustituiría Jordi Duró), a dos tintas y combinando el tipo sabon con la más moderna gotham, aún no habían tenido tiempo de imponerse como una marca de la casa. En cambio, sí fue percibida enseguida como una editorial con vocación de recuperar libros o autores reputados en su momento que o bien habían pasado desapercibidos y ya no estaban disponibles en español o bien jamás habían sido traducidos; y también resultaba evidente que era una editorial que prestaba mucha atención a la forma de los libros.

Esto pesaría en la concesión ya en 2006 del Premio a la Mejor Labor Editorial que por entonces concedía el desaparecido programa televisivo Qwerty, pero el salto de crecimiento de Libros del Asteroide llegaría y se confirmaría de modo más ruidoso con el inicio de la trilogía Depford, de Robertson Davis (1913-2013) con El quinto en discordia (2006), curiosamente traducida por una profesional vinculada sobre todo a la fantasía y a la ciencia ficción y luego correctora de estilo de todo lo que tiene que ver con Juego de tronos, Natalia Cervera (y lo prologó Valentí Puig). La novela de Davis se llevó el premio concedido anualmente por los libreros catalanes a la mejor novela traducida y con tal motivo escribía Enrique Murillo en las páginas de El País:

Al igual que Periférica, Minúscula o Global Rythm Press, Asteroide forma parte de una generación de nuevos editores que están demostrando que el hueco editorial que dejan tanto los grandes grupos como los grandes sellos independientes es enorme. […] Solano y sus colegas de la nueva edición independiente son sobre todo vocacionales, no se juegan el dinero de un accionista invisible sino el suyo propio, hacen los libros de uno en uno y resucitan la mejor tradición editorial barcelonesa, la que en décadas diversas encarnaron José Janés, Carlos Barral, Beatriz de Moura o Rosa Regàs.

Además de esta consagración en las páginas de uno de los periódicos españoles más leídos, en aquel momento los parabienes le llegaban a Libros del Asteroide de todas partes: la crítica literaria más influyente, los libreros de referencia, los colegas editores más reputados, además de los lectores, que convirtieron varios de esos títulos iniciales en éxitos de venta notables (y en algunos casos imprevistos por completo).

En 2007 apareció en Libros del Asteroide un libro que desconcertó un poco en relación a lo publicado hasta entonces, pero no tanto por ser narrativa periodística sino sobre todo por tratarse de un autor español: El maestro Juan Martínez que estuvo allí, de Manuel Chaves Nogales (1897-1944), con prólogo de Andrés Trapiello. En los años noventa, Chaves Nogales había sido objeto de un cierto proceso de recuperación en el que tuvieron un papel tanto la colección El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial, la editorial Espasa (que reeditó A sangre y fuego, cuya primera edición era de 1937 en la chilena Ercilla) o la editorial Clan, como algunas instituciones (y en particular la Fundación Luis Cernuda, que publicó en 1993 un volumen titulado inexactamente Obra narrativa completa). Este proceso prosiguió en los primeros años del siglo XXI, con ediciones importantes en Espasa (que reeditó A sangre y fuego en 2001 y 2006), Alianza y Espuela de Plata, sobre todo, y Libros del Asteroide se añadió a él con mucho convencimiento, publicando hasta cinco títulos (al que podría añadirse Tres periodistas en la revolución de Asturias, con José Díaz Fernández y Josep Pla) y, con el apoyo de la Diputación de Sevilla ‒aun cuando Solano nunca quiso ayuda institucional para publicar en catalán‒, una edición de Ignacio F- Garmendia de lo que hasta entonces se tenía por la obra completa de Chaves Nogales, prologada por dos de sus más conocidos valedores, Andrés Trapiello y Antonio Muñoz Molina.

Libros del Asteroide ha hecho de la edición de autores más que de novelas una de sus marcas de identidad (Robertson Davies, Maggie O`Farrell, Per Petterson, Jay McInerney, Nikolas Butler, Peter Cameron…), y progresivamente fue abriéndose a escritores en lengua española, incluidos los de lenguas peninsulares como el gallego y el catalán, así como a autores vivos. E incluso, con el tiempo, primeras obras de autores noveles.

Menos constancia ‒cabe suponer que por la competencia de los colegas en ese mercado tan restringido‒ tuvo Libros del Asteroide en cuanto a la publicación en lengua catalana, si bien Dolors Udina tradujo a esa lengua a Nancy Mitford y Wallace Stegner y Jordi Nopca a William Maxwell y Jetta Carleton, a las que hay que añadir las de Carles Miró de Robertson Davies, Ferran Ràfols Gesa de William Kennedy y Carles Sants de José Mauro de Vasconcelos.

En un tiempo bastante breve, y en un momento en que los círculos literarios españoles (y en particular la prensa) miraban a priori la aparición de las oleadas de editoriales pequeñas con buenos ojos, Libros del Asteroide se consolidó con relativa rapidez como un referente entre los lectores curiosos. Y de ahí no parece que nada vaya a moverla.

Fuentes:

Natalia Alonso, «Entrevista a Luis Solano de Libros del Asteroide», Billar de Libros.

Jaume Claret, «Entrevista a Luis Solano», Política & prosa, núm. 41, 2 de marzo de 2022.

Tina García, «Entrevista a Luis Solano, editor (Libros del Asteroide)», ¡Ah! Magazine, 30 de noviembre de 2014.

Laura Guizán, «Luis Solano, el gallego que dio vida a Libros del Asteroide»,  21 de marzo de 2012.

Sofía González Gómez, «Semblanza de Libros del Asteroide (2005- )» Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2006.

Raquel Jimeno, «Entrevista a Luis Solano (Libros del Asteroide)», Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 13 de marzo de 2015.

Enrique Murillo, «Pequeño gran editor», El País, 5 de diciembre de 2006.

Charo Ramos, «Luis Solano: “Todos los escritores que publicamos son una reivindicación», Diario de Sevilla, 12 de mayo de 2019.

Oriol Rodríguez, «Cómo lo hice. Libros del Asteroide», Forbes, 13 de junio de 2018.

Primeras ediciones en español de Jorge Semprún

Se ha contado en muchas ocasiones cómo Jorge Semprún (1923-2011) concibió, escribió y finalmente logró publicar su primera novela, Le grand voyage (titulada inicialmente Un voyage), después de entregársela en otoño de 1962 a Monique Lange (1926-1996) en París, quien a su vez la hizo llegar a Claude Roy (1915-1997), hijo del pintor de origen español Félicien Marie Julien Claude Roy y por entonces miembro del comité de lectura de Gallimard; el peso del entusiasmo de ambos fue mayor que la indiferencia del también miembro del comité Jean Paulhan (1884-1968), quien escribió lacónicamente que no encontraba «Nada muy destacable. Tampoco nada detestable, en este relato honesto». Así pues, en 1963 Éditions Gallimard publicaba la primera novela de Jorge Semprún, que le catapultó enseguida al éxito tanto comercial como de la crítica.

No menos conocidas son las alusiones en La escritura y la vida a algunos textos literarios previos a esta novela inicial: unas «parodias de Mallarmé» y la obra de teatro en francés Soledad, escrita en 1947 y que en su momento no llegó a publicarse por oposición del Partido Comunista. Otras alusiones diversas a la obra poética de Semprún, e incluso algunos fragmentos de la misma, pudieron leerse años más tarde en la famosa novela Autobiografía de Federico Sánchez, donde incluso se referencia, por ejemplo, el poema inacabado «La primavera comienza en Barcelona» (número 7 de Cuadernos de Cultura, de 1952).

En 1953, en cambio, la Federación de Juventudes Socialistas Unificadas de España le publicó en España y clandestinamente ¡Libertad para los 34 de Barcelona!, obra teatral escrita en español sobre la huelga de los tranvías de 1951 en la capital catalana. En sus memorias, el editor Rafael Borràs Betriu menciona y cita parcialmente un poemario que debe de ser de por aquel entonces, Juramento de los españoles en la muerte de Stalin, 1879-1953, que describe como «un poema impreso en una sola cara en seis hojas de cartulina de color verde manzana, de formato 15 x 10,5 centímetros y atadas con un cordel de seda rojo, sin firma que acreditase la autoría, ni fecha ni pie de imprenta».

Así, pues, su primera obra publicada en español es bastante anterior a las colaboraciones de Semprún ‒una vez expulsado ya del Partido Comunista‒ en la famosa revista parisina de José Martínez Guerricabeitia (1921-1986) Cuadernos de Ruedo Ibérico (1965-1979), pero esta obra dramática de Semprún apenas fue accesible al común de los lectores hasta la publicación de su Teatro completo (2021).

En sus memorias cuenta el editor Carlos Barral (1928-1989) su versión de cómo la novela del debutante Jorge Semprún se impuso a La ciudad y los perros ‒con la que Vargas Llosa acababa de obtener el Premio Biblioteca Breve‒ en las votaciones del Premio Formentor de 1962, que, además de la dotación económica, conllevaba la traducción a las diversas lenguas en las que operaban los editores convocantes, y asigna un papel relevante en ella a Monique Lange y a su marido Juan Goytisolo (1931-2017).

Por desgracia, la censura franquista impidió que Barral publicara entonces en español Le grand voyage (si bien ese año se le permitió publicar K.L. Reich, de Amat-Piniella), y según consigna el 5 de julio 1964 Max Aub (1903-1972) en sus diarios, Joaquín Díez-Canedo, que tenía un trato con Barral, llegó a un acuerdo con Carlos Robles Piquer (1925-2018) para no publicarla en México a cambio de que dejaran entrar en España algunos de los libros por él editados. Añade además Aub que esa censura se debía, según le contó Díez-Canedo, a «la actitud del autor frente al régimen» más que al contenido de la obra, y en este sentido vale la pena insistir en que ese mismo año 1963 sí se autorizó la publicación una obra en cierto modo temáticamente emparentada con la de Semprún, K. L. Reich, de Joaquim Amat-Piniella (1913-1974).

Así pues, el siguiente texto en español de Semprún que llegara a los lectores fuera probablemente la traducción que Floreal Mazía (1920-1990) hizo de Que peut la littérature, un compendio de textos preparado por Yves Buin ‒de Simone de Beauvoir, Yves Berger, Jean-Pierre Faye, Jean Ricardou, Jean-Paul Sartre y Semprún‒ aparecido inicialmente en L’Herne, que en Argentina publicó la editorial Porto en 1966 en la colección Perfil del Tiempo, con un prólogo de Noé Jitrik, .

Le grand voyage no saldría en español hasta la edición limeña de Ediciones Huáscar (de 1969), en traducción de Esteban Sánchez, después de que Gallimard le publicara L’evanouissement en 1967 y La deuxième mort de Ramon Mercader en 1969 (con la que ganó el Premio Femina). Al año siguiente apareció traducida por Núria Petit en La Habana y editada por el Instituto del Libro en la colección Cacuyo.

Sin embargo, ese mismo año 1970 aparecía en el Libro de Bolsillo de Alianza una edición de El niño, de Jules Vallès (1832-1885) en traducción de Victoria Bastos (1921-¿?), acompañada de una nota crítica de Émile Zola (1840-1902) y de un prólogo de Semprún. También están fechadas ese año la edición caraqueña de La segunda muerte de Ramón Mercader, traducida por el argentino Eduardo Gudiño Kieffer (1935-2002) y publicada por Tiempo Nuevo en su colección Ancho Mundo, y la edición en la Biblioteca de Cultura Socialista de Ruedo Ibérico de La crisis del movimiento comunista, de Fernando Claudín (1915-1990), acompañado de un prefacio de Semprún.

Cuatro años más tarde, la combativa editorial barcelonesa Aymà publicó en su memorable colección Voz Imagen el guion firmado por Costa Gavras y Semprún de Z (o la anatomía de un asesinato político), en traducción de Enric Ripoll i Freixes (1928-1992) y con un prólogo de Jacques Lacarrière (1925-2005).

No fue hasta una vez muerto el dictador español cuando empezó a publicarse con cierta asiduidad en español la obra de Semprún. En 1976 pudo finalmente Seix Barral incluir en su emblemática colección Biblioteca Breve una nueva versión de Le grand voyage, traducida por Rafael Conte (1935-2009) y su esposa Jacqueline Imbert. En sus memorias, además de quejarse de lo exiguo del pago recibido por ese trabajo, afirma Conte que ya el 4 de diciembre de 1969 había sido el primero en dar noticia por extenso de su obra en francés en un artículo a toda página en Informaciones (y ténganse en cuenta que por entonces este periódico era tamaño sábana), si bien la censura hizo cambiarle el título original («Jorge Semprún o el destino del marxismo») por «Jorge Semprún o el destino de Occidente».

El mismo año aparecía editado por Elías Querejeta (1934-2013) el guion de la muy influyente y polémica El desencanto, de Felicidad Blanc (1914-1990), Juan Luis Panero (1942-2013), Leopoldo María Panero (1948-2014) y José Moisés Panero (1951-2004) precedido de un prólogo de Semprún. La película, dirigida por Jaime Chávarri y a la que la censura se había ocupado de cortar toda referencia a las experiencias sexuales del poeta franquista Leopoldo Panero (1909-1962) en la cárcel, fue escandalosamente retirada por su su productor (Querejeta) del Festival Internacional de San Sebastián de 1976 en protesta por la represión gubernamental en Euzkadi. Recuérdese que en marzo de ese año se habían producido los conocidos como «Sucesos de Vitoria», que se saldaron con cinco muertos y de los que se han señalado como corresponsables políticos a Manuel Fraga Iribarne (1922-2012), ministro de Gobernación, Adolfo Suárez (1932-2014), ministro de jornada por estar ausente de España Fraga, Alfonso Osorio (1923-2018), ministro de Presidencia, y Rodolfo Martín Villa, ministro de Relaciones Sindicales y el único inculpado ‒y no por la justicia española sino por la jueza argentina María Romilda Servini‒ por genocidio y crímenes contra la humanidad.

Semprún con las traducciones de Le grand voyage

Además del guion de Las rutas del sol (salido de la madrileña Imprenta Carmen Moreno), en 1977 aparece un prólogo de Semprún a 1919-1930: la rebelión de las masas, de Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), publicado por Difusora Internacional, pero ese año quedará marcado por el Premio Planeta, dotado en esa convocatoria con cuatro millones de pesetas y que el autor obtiene con la novela Autobiografía de Federico Sánchez, y a él le seguirían en los años siguientes otros dos escritores considerados de izquierdas, Juan Marsé (1933-2020) y Vázquez Montalbán, en lo que retrospectivamente parece una operación muy consciente y planificada por parte de la editorial Planeta. En el primer volumen de sus memorias, el editor Rafael Borràs Betriu alude a los numerosos viajes que hizo a Madrid para convencer a Semprún de que se presentara al premio.

Una vez muerto Franco (y legalizado el PCE), pues, Semprún entra por la puerta grande de la edición española y sus libros siguientes no sólo serían publicados en español por la empresa de José Manuel Lara ‒excombatiente franquista pero sobre todo empresario‒, sino que además figuró como miembro del jurado del Premio Nadal (cuando la editorial que lo convocaba ya pertenecía a Planeta) que galardonó Beatriz y los cuerpos celestes, de Lucía Etxeberría, en 1998.

Fuentes:

Pierre Assouline, Gaston Gallimard. Medio siglo de edición francesa, traducción de Ana Montero Roig y prólogo de Rafael Conte, València, Edicions Alfons el Magnànim, 1987.

Max Aub, Diarios (1939-1972), edición, estudio introductorio y notas de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1998.

Carlos Barral, Memorias, edición de Andreu Jaume, Lumen, 2015.

Rafael Borràs Betriu, La batalla de Waterloo. Memorias de un editor, Barcelona, Ediciones B, 2003.

Concepción Canut i Farré, «Traducción o bilingüismo sempruniano», en Francisco Lafarga y María Luisa Donaire Fernández, coords., Traducción y adaptación cultural España-Francia, Oviedo, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, 1991, pp. 329-336.

Rafael Conte, El pasado imperfecto, Madrid, Espasa, 1998.

Lola Díaz, «Jorge Semprún, un caso particular de autotraducción», en V Encuentros complutenses en torno a la traducción, Editorial Complutense, Universidad Complutense de Madrid, 1995, pp. 265-268.

Ofelia Ferrán, «”El largo viaje” del exilio: Jorge Semprún», en El exilio literario de 1939, edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Gexel, 1998, vol. 2, pp. 107-116.

Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico, Barcelona, Anagrama, 2000.

El enigma de la traductora (¿?) Adelaida Muster

En su tesis sobre la edición del exilio español en México, el profesor Lluís Agustí reivindica la importancia y el valor de una empresa creada en 1940, la Compañía General Editora ‒que no debe confundirse con la Compañía General de Ediciones‒, que ciertamente ha sido muy desatendida incluso en la investigación especializada en la cultura del exilio republicano español. Escribe Agustí (a quien traduzco):

La Compañía General Editora es una de las editoriales que hemos podido comprobar que pasa muy desapercibida en la bibliografía sobre el exilio, y en cambio, por la obra publicada en este período es razonablemente activa, con autores de primera línea, como veremos, con textos importantes, bien editados, con una relación sólida con la investigación mexicana y una trayectoria editorial similar a la de obras como Atlante.

Creada en 1940 por Miquel Ferrer i Sanxis (1899-1990) ‒en colaboración con un impresor asturiano hasta ahora no identificado (¿Fernando Con del Dago?)‒ y activa hasta 1946, la Compañía General Editora tuvo en el momento de su arranque un volumen de producción y ritmo de publicación muy elevados, y Agustí ha identificado a lo largo de su existencia hasta casi sesenta títulos, si bien ese ritmo decreció y luego tuvo muchos altibajos (16 títulos en 1940, 8 en 1941 y 5 en 1942, pero 7 en 1944, 10 en 1945…). Por otra parte, progresivamente van consolidándose las colecciones dedicadas a las monografías médicas y jurídicas, así como luego la Biblioteca Deportiva, en detrimento de las literarias.

Entre los títulos aparecidos en ese explosivo año inicial de 1940 se cuenta la que, en una primera aproximación, parece ser la única traducción de una enigmática Adelaida Muster: Laura, de Alfred de Vigny (1797-1863), que se incluía originalmente en lo que en español en la editorial Calpe se tradujo como Servidumbre y grandeza militar (Les Consultations du Docteur-Noir. Première consultation: Stello ou les Diables bleus (Blue Devils), 1832) o, en el caso de la edición de 1939 de Lluís Miracle Editor, como Servidumbre y grandeza de las armas (en traducción de Alfons Nadal). Por su parte, en 1924 el insigne poeta catalán Carles Riba (1893-1959) había traducido al catalán Stella para estrenar la colección La Novel·la Estrangera del impresor Josep Vila como Laura o el segell roig.

Dos años más tarde, con el título Laura o el sello rojo (1942), otra versión española de Stello (1832) estrenaría la colección Colibrí de la barcelonesa Editorial Atlántida, en una traducción firmada por Emili Vallès (1878-1950) y acompañada de ilustraciones de Maria Cirici. Esta misma versión es la que se había publicado previamente como número 519 de la Revista Literaria Novelas y Cuentos (en fechas inciertas) de la Editorial Dédalo acompañada de «Proezas de detectives científicos» y «La velada de Vincennes».

En la Compañía General Editora, Laura se publica con un prólogo de Josep M. Miquel i Vergés (1903-1964) como quinto número de la colección Mirasol, donde previamente habían aparecido textos de Longo de Lesbos (la traducción de Juan Valera de Dafnis y Cloe), Jean Schlumberger (La paternidad inquieta, prologada por Émilie Noulet y en traducción de Josep Carner), Ricardo Palma (La monja de la llave, con prólogo de Pere Matalonga) y E.T.A. Hoffman (La olla de oro, traducida por Maria Teresa Pujol y Lluis Ferran de Pol), y contaba además con una variante llamada Pequeña colección Mirasol donde se publicaron traducciones firmadas por Antonio Sánchez Barbudo o Josep Carner, entre otros.

En su tesis sobre Las traducciones literarias del exilio español en México (1939-1945), Lizbeth Zavala apunta sin certeza absoluta que este libro «posiblemente también fuera publicado por un traductor español que utilizó el pseudónimo Adelaida Muster […] se encontró una publicación catalana que permite leer unas cuantas líneas que indican que Adelaida Muster es el pseudónimo de un catalán llamado Josep Andreu». Y quedémonos con este nombre.

Lo cierto es que, si bien la mayoría de colaboradores de la Compañía General Editora eran catalanes, Adelaida no es un apellido muy común en Catalunya, y desde luego el apellido tampoco parece catalán. Una pista inesperada para esclarecer la identidad de esa traductora aparece en el número del 17 de mayo de 1928 de la Revista de Reus. En ella aparece una Adelaida Musté Gili en un listado de contribuidores a la financiación del campeonato de España de Atletismo en Reus (con una participación de dos pesetas), de modo que puede deducirse que quien firma el libro de Alfred de Vigny no empleara un seudónimo sino que fuese esta misma mujer con el apellido modificado. El año siguiente, una nota en La Veu de Catalunya del 29 de octubre, la sitúa como una de las componentes de la Cort d’Amor en los Jocs Florals celebrados con motivo de las fiestas mayores de Reus (ganó Joan Bertran i Borràs, que más tarde sería alcalde de la ciudad y como tal firmaría en 1952 los Estatutos de la sociedad cultural, y editorial, Asociación de Estudios Reusenses).

Adelaida Muste Gili, una de las hijas del empresario Narcís Musté Prats, nacida en 1907 y fallecida en 1993, entró en México por Veracruz el 23 de noviembre de 1939 como ama de casa y con el nombre ligeramente alterado en la documentación del Servicio de Migración (Adelaida Muste Gile de Andreu). Aun con las alteraciones en el nombre, no hay duda de que se trata de la misma persona. Como puede suponerse, el «de Andreu» se le había añadido como consecuencia de haberse casado con el mencionado Josep Andreu i Abelló (1906-1993), que en 1931 fue uno de los fundadores de Esquerra Republicana de Catalunya, diputado al Parlament en 1932 y, entre otros méritos, presidió el histórico Club Natació Reus Ploms entre 1934 y 1939.

Adelaida había salido del país ya durante la guerra civil española ‒en la que su marido sufrió en agosto de 1937 un atentado como consecuencia de su cargo como presidente de la Audiència Territorial de Catalunya y del Tribunal de Cassassió‒ y se había establecido con su hijo en Perpinyà, donde en febrero de 1939 se le reunió su marido y junto se trasladaron en el mes de marzo a Marsella y de ahí a un chalet en Saint-Aygulfs (cerca de Fréjus) hasta el otoño de ese año.

Por lo tanto, medió menos de un año entre la llegada del matrimonio a México y la publicación del libro de Alfred de Vigny en la General Editora, pero no parece que haya datos que señalen inequívocamente que la traducción la llevó a cabo Josep Andreu empleando como seudónimo una aproximación al nombre de su esposa, ni tampoco datos que lo descarten categóricamente.

Por otra parte, resulta como mínimo desconcertante descubrir en una programación de Radio Barcelona del 20 de diciembre de 1945, durante la dictadura franquista, la aparición de una Adelaida Muste como solicitante de la conga «Un, dos, tres ahora».

Fuentes:

Lluís Agustí, L’edició espanyola a l’exili a Mèxic: 1936-1956. Inventari i propostes de significat, tesis doctoral, Facultat de Biblioteconomia i Documentació, Universitat de Barcelona, 2018.

Lizbeth Zavala Mondragón, El transtierro de un oficio. Las traducciones literarias del exilio español en México (1939-1945), tesis de licenciatura en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, Universidad Autónoma de México, 2017.

Ricardo A. Latcham, padrino en América del libro catalán

En un artículo publicado en diciembre de 1929 en la revista chilena Atenea, el autor de Escalpelo: Ensayos críticos (1925), Ricardo A. Latcham (1903-1965), dedicó un bien informado estudio a «Víctor Català y el ruralismo en la literatura catalana» (núm. 60, pp. 591-595) que al parecer contribuyó notablemente al conocimiento internacional de la obra de la narradora que se ocultaba tras ese seudónimo masculino (Caterina Albert, 1869-1966), así como al del panorama narrativo catalán de principios de siglo. Sin embargo, esa misma labor de difusión del libro y la literatura catalana puede remontarse incluso a algunos años antes y Latcham nunca dejó de llevarla a cabo, lo cual contribuye a explicar que prologara la edición chilena de la novela de Francesc Trabal (1899-1957) Judita (1941), que en agosto del año siguiente protagonizara el acto de inauguración del Instituto Chileno Catalán de Cultura (con una conferencia titulada «Semblanza de Ramon Llull» en la Sala Medina de la Biblioteca Nacional) o que en los Jocs Florals celebrados en mayo de 1943 en Santiago de Chile actuara como uno de los mantenedores (junto a personalidades tan destacadas de la cultura catalana como la actriz Margarita Xirgu y el escritor y editor Xavier Benguerel, entre otros).

Ricardo A. Latcham

Latcham había conocido en profundidad la literatura y la cultura catalanas como consecuencia de la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo (1877-1960), que en 1927 lo llevó a exiliarse en Europa (Francia, Bélgica, Inglaterra) y a vivir en Barcelona una etapa intelectualmente muy fructífera en la que tuvo la oportunidad de relacionarse con el insigne historiador y primer presidente del Institut d’Estudis Catalans Antoni Rubio i Lluch (1856-1937), con el medievalista Ferran Valls i Taberner (1888-1942) y con el político y autor de la que se tiene por la primera historia de la literatura catalana escrita íntegramente en catalán (Literatura catalana, perspectiva general, 1917) Luis Nicolás d’Olwer (1888-1961), antes de ser discípulo en Madrid del insigne filólogo Américo Castro (1885-1972) en el prestigioso Centro de Estudios Históricos.

Durante esos años, fruto de sus relaciones personales y acaso de su facilidad para el aprendizaje de lenguas, Ricardo A. Latcham publica en algunas de las revistas culturales catalanas más importantes del momento firmando como Ricard A. Latcham, como es el caso de La Nova Revista fundada por el poeta Josep M. Junoy (1887-1955), donde en noviembre de 1928 publica un ensayo sobre la importancia y vigencia de la obra de Rilke («L’ànima melodiosa de Rainer Maria Rilke») o la Revista de Catalunya del lingüista Antoni Rovira i Virgili (1882-1949), en cuyo número 57 (agosto de 1929) aparecen sus impresiones sobre «Montserrat» en una prosa de cierto voltaje poético.

Aun así, su labor de analista y divulgador del libro catalán se hace más evidente en las páginas que por aquellos mismos años publica en la mencionada revista Atenea, donde en abril de 1929 ya aparece «La nueva poesía catalana» (en el que repasa la obra de Joan Salvat-Papasseit, Josep Carner, Josep M. López-Picó, etc., y destaca la importancia de Jacint Verdaguer). En números sucesivos de la misma revista se ocupa de Joan Maragall («El espiritualismo de Maragall» en junio y «La psicología de Joan Margall», sobre el título homónimo de Rovira i Virgili, en octubre), Víctor Català e incluso, estando ya de regreso en Chile, reseña en Atenea el libro de Gonzalo de Reparaz (1901-1984) Catalunya a les mars: navegants, mercaders i cartògrafs catalans de l’Edat Mitjana i del Renaixement, publicado en 1930 por la editorial Mentora.

Esta labor, enmarcada en el interés específico que Latcham demuestra por otras literaturas nacionales (la peruana, la colombiana), se intensifica de nuevo a finales de los años treinta, sobre todo como consecuencia de la guerra civil española y de la llegada de un numeroso e importante contingente de exiliados catalanes a Chile (Benguerel, Trabal, Joan Oliver, Domènec Guansé, Cèsar August Jordana…), de alguno de los cuales se convertirá en poco menos que mentor (en particular de Trabal, como demuestra el prólogo a la edición chilena de 1941 de Judita y la reseña crítica a la misma obra que publicó en La Nación).

Ya en 1942 el PEN Club chileno (que Latcham presidió en diferentes etapas) había acogido en su seno a los escritores en lengua catalana, que incluso habían creado una sección propia en esta institución, que a su vez sería el germen del mencionado Instituto Chileno-Catalán de Cultura. Esta última institución, en ocasiones en colaboración con el Centre Català de Santiago y la Agrupació Patriòtica Catalana, publicó algunos libros, como es el caso por ejemplo de Instituciones políticas del antiguo estado catalán (1945), del abogado Lluís Franquesa i Feliu (1908-1951), quien había presidido el Foment Catalanista Republicà de Girona (1932), Acció Catalana Republicana de Girona (1934-1938) y había presidido la Audiencia de Girona (1937), y que por entonces era el secretario del Instituto Chileno-Catalán.

Uno de los libros premiados en los Jocs Florals celebrado en Santiago de Chile fue el estudio de psicología colectiva Les formes de la vida catalana, de José Ferrater Mora (1912-1991), publicado originalmente en una edición de corta tirada en 1944 por las Edicions de l’Agrupació Patriòtica Catalana, tanto en catalán como en español. En junio de ese mismo año Latcham publicaba ya ‒en su semanal «Crónica literaria» en el periódico La Nación‒ un meditado comentario sobre este importante libro (reiteradamente reeditado e incluido en la influyente colección de Edicions 62 Les Millors Obres de la Literatura Catalana y como número 13 de la colección Biblioteca de Cultura Catalana coeditada por Alianza Editorial y Enciclopèdia Catalana).

A finales de ese mismo año, el 5 de noviembre, el mismo periódico acogía un extenso comentario de Latcham a dos de las obras más influyentes publicadas durante el exilio por el poeta Josep Carner (1884-1970): el extenso poema Nabí, cuya versión original en catalán había publicado en 1941 las Edicions de la Revista de Catalunya de Buenos Aires con un texto prologal de Josep Maria Miquel i Vergés (1903-1964) y que el año anterior se había publicado en español en la editorial Séneca de México; y el impactante y controvertido Misterio de Quanaxhuata (aparecido en México en las Ediciones Fronda de Vicenç Riera Llorca y Avel·lí Artís i Balaguer en 1943), y cuya edición en catalán no aparecería hasta 1951, con el título El ben cofat i l’altre, en la Catalunya Norte (concretamente en la editorial Proa, durante el largo período en que esta estuvo radicada en Perpiñán). Prueba de la importancia que entre los exiliados catalanes se daba a estos comentarios críticos es que la publicación de México La Nostra Revista da noticia en las páginas de su número de enero de 1946 de la aparición de este extenso estudio sobre uno de los principales poetas catalanes del momento, acompañado además de la mención de un artículo que no he sabido localizar sobre «La tragedia de Jacint Verdaguer» publicado por Latcham en la revista Zig-Zag coincidiendo con el centenario del nacimiento del poeta.

Los ejemplos mencionados deberían bastar como demostración de que Ricardo A. Latcham fue uno de los muy escasos valedores con que contaron los intrépidos editores de libros en catalán en los países americanos. Y sin embargo, la faceta como crítico literario de Latcham ‒a quien Ismael Gavilán sitúa entre «las voces cimeras de la crítica hispanoamericana del siglo XX»‒ no sólo no ha recibido en los países de lengua catalana el reconocimiento que probablemente merece, sino que su figura y la trascendencia de su labor sigue siendo bastante desconocida.

Fuentes:

Emilio Abreu Gómez, Héctor P. Agustí, Alone, Fidel Araneda Bravo y otros (entre los cuales Mario Benedetti, Enrique Lafourcade, Mariano Picón Salas y Benjamín Subercaseaux), Homenaje de Atenea a don Ricardo A. Latcham (1903-1965), (separata núm. 408 de la revista Atenea), Santiago de Chile, Editorial Universitaria 1965.

Ismael Gavilán Muñoz, «Ricardo A. Latcham: efigie de intelectual», Acta Literaria, núm. 48 (primer semestre de 2014), pp. 149-157.

Moisés Llopis i Alarcón, «La recepción de las letras catalanas en la prensa chilena entre 1940 y 1947. Reconstrucción política y difusión literaria», Anales de Literatura Chilena, núm. 28 (diciembre 2017), pp. 63-77.

Moisés Llopis i Alarcón y Jaume Subirana i Ortín, «Francesc Trabal: activisme cultural trasplantat», Els Marges, núm. 115 (prrimavera de 2018), pp. 49-74.

Una reivindicación del papel de Juan Ramón Masoliver

NOTA: Esta reseña fue publicada originalmente en catalán en el Blog de l’Escola de Llibreria de la Facultat d’Informació i Mitjans Audiovisuals de la Universitat de Barcelona el 15 de mayo de 2023. 

En las últimas décadas, acaso porque era un terreno apenas explorado por los doctorandos, han ido creciendo los estudios sobre los protagonistas de la vida cultural catalana de la inmediata posguerra, y a menudo se han emprendido con un espíritu revisionista y reivindicativo que puede llegar a ser distorsionador. Un hecho tan conocido y evocado a menudo como la intención de algunos franquistas cercanos a Dionisio Ridruejo de repartir entre la población hojas volanderas de propaganda en catalán en cuanto las tropas franquistas entraran en Barcelona ha llegado a interpretarse incluso como una muestra de ecuanimidad o de sentido común, que fue desballestada por instancias militares, cuando parece evidente que fue un fracaso estrepitoso producto de una ingenuidad rayana en la estupidez y quizás atribuible a la juventud e inexperiencia de los que la protagonizaron. Abundan las memorias de carlistas catalanes encuadrados en las filas franquistas (en particular en el Tercio de Montserrat) que reflejan, en el menor de los casos, la burla y el escarnio de que fueron objeto cuando durante la guerra les oían hablar entre ellos su lengua; por consiguiente, se hace difícil creer que alguien pudiera ser tan cándido como para suponer que un proyecto propagandístico de estas características tuviera alguna posibilidad de poder ser llevado a cabo (por no mencionar su posible efectividad). Pretender que estos vencedores de la guerra civil, por muy catalanes que fueran, no pudieron llevar a buen término sus espléndidos pero malogrados proyectos culturales debido a la inesperada o imprevisible resistencia conservadora y ultracatólica franquista resulta osado. Y tampoco es descartable que en la reiterada evocación de este episodio de los momentos finales de la guerra en Cataluña interviniera el afán por parte de los participantes en la misma de quitarse de encima un sambenito que, a medida que avanzaba la posguerra, acaso les resultara incómodo.

La Facultat de Filologia i Comunicació de la Universitat de Barcelona parece haberse convertido en una cantera de este tipo de estudios interpretativos, y el libro de Míriam Gázquez, surgido de la tesis con la cual se doctoró en 2008 en esta universidad (La contiuidad cosmopolita. J. R. Masoliver y la cultura de postguerra en Barcelona), es un ejemplo de ello, discutible en cuanto a la interpretación pero muy valioso como historia cultural.

La trayectoria de Juan Ramon Masoliver merecía un análisis en profundidad porque su importancia es indiscutible, tanto en su vertiente de fundador de la revista vanguardista vilafranquina Hèlix (1929-1930), como por su labor como traductor y crítico literario en la posguerra y por su papel en Entregas de poesía (1944-1947) y más tarde en la creación y dirección de la revista barcelonesa Camp de l’Arpa (1972-1977), con José Batlló como editor, pero tal vez centrarse en la vertiente de editor de Masoliver sea una pretensión ambiciosa en exceso si no es con una concepción de lo que es editar muy amplia y flexible, que puede desembocar en una tergiversación del valor cultural de algunos autoproclamados editores. De hecho, el propio estudio de Míriam Gázquez parece poner de manifiesto que la mayor aportación intelectual de Masoliver fue, tomando como modelo a Ezra Pound ‒la comparación con el cual no procede‒, la creación de un canon de la literatura universal y su pretensión (de efectividad muy dudosa) de imponerlo mediante una serie de iniciativas que acaso podamos definir como de fomento de la lectura (tertulias, publicaciones periódicas, actividad social), así como con la creación de una red de relaciones que la autora se empeña en describir como «corte», en referencia a La corte literaria de José Antonio de Mónica y Pablo Carbajosa.

En este mismo sentido y en referencia a la prestigiosa colección Poesia en la Mano, escribe Míriam Gázquez que «fue el único y breve intento de Masoliver de culminar su utopía de erigirse en el Pound español y de establecer una corte rapallense en Barcelona, buscando rentabilizar culturalmente su reciente victoria en la contienda» (p. 126). Con todo, la polémica sobre la auténtica paternidad de esta iniciativa tampoco queda por completo cerrada, y menos aún cuando se aduce como prueba una «carta de pago […] a cuenta de su labor como asesor literario de Poesía en la Mano»» firmada en noviembre de 1939 entre un vencedor de la guerra y Josep Janés, un editor derrotado que no paraba de entrar y salir de prisión (p. 219-220). Probablemente sea exagerada la afirmación de  Félix Ros (Abc, 9 de junio de 1959) según la cual Poesía en la Mano fue una iniciativa llevada a cabo por cuatro socios (Masoliver, Josep Janés, Pujol Mas y el propio Ros), pero incluso el mismo Masoliver declaró en 1983 al profesor Fernando Valls que fueron Janés y Ros quienes le pidieron cobertura para poder dar continuidad de alguna manera a la colección de Janés Oreig de la Rosa dels Vents y de ahí nació el proyecto, y diversos estudios han puesto de manifiesto este aspecto, hasta el punto de que el gran analista de la historia de la edición en Cataluña Manuel Llanas (a quien Míriam Gázquez no menciona) describe la colección como una imitación flagrante de la iniciativa janesiana, que por si fuera poco ni siquiera es aludida y que afecta tanto a la presentación de los volúmenes como al concepto y contenido de los mismos. Ciertamente, la comparación entre el proyecto de Oreig y Poesia en la Mano, tanto en lo que se refiere al aspecto conceptual y gráfico como a la selección de títulos es muy elocuente, y para quienes conocen ambas colecciones resulta un poco irritante la insistencia contra viento y marea en subrayar supuestas diferencias que dan una imagen de Janés y los editores de preguerra como unos intelectuales conservadores y apocados y de Masoliver, en cambio, como un modernizador y divulgador de la alta cultura que se enfrentaba contra imponderables. En este mismo sentido, es también una paradoja que la admiración de Janés hacia Eugeni d’Ors sea interpretada como una rémora y un anclaje en un novecentismo periclitado e inopreante, mientras que la de Masoliver por el mismo personaje se presente como  un rasgo de elitismo y de impulso modernizador aprovechando lo mejor que la literatura española del pasado reciente podía ofrecerle («donde Janés lee de una manera tradicional sin renunciar en ningún momento a la excelencia, Masoliver incorpora un bagaje personal […] que le permite realizar una lectura de los clásicos en clave moderna», pp. 222-223). Pero no puede interpretarse sino como una artimaña ocultar en una nota (la 458) en la página 415 la sucinta relación de las numerosas similitudes entre una colección y la otra, después de haber escrito que «la crítica ha querido ver una continuidad entre Oreig de la Rosa dels Vents y Poesía en la Mano basada en una serie de coincidencias: el formato antológico, la selección de autores extranjeros y nacionales, el rigor de las traducciones, la presentación bilingüe con el original enfrentado a la versión castellana y el diseño de la cubierta. No obstante, se trata de coincidencias meramente epidérmicas» (p. 222, la cursiva es mía).

Pese a esta interpretación del personaje como editor ‒y no queda del todo claro en qué sentido se lo puede considerar como tal‒ y del rechazo que pueda generar el carácter fascistoide, elitista, esnob y diletante de Masoliver, el hecho de sacar a la luz una enorme cantidad de datos procedentes de su riquísimo fondo personal y que entre otras cosas dan noticia de diversos volúmenes de Poesía en la Mano (en diversas fases de edición) que no llegaron a buen puerto, justifican más que sobradamente la lectura atenta pero cautelosa de este libro, que acaso caiga en un exceso de entusiasmo por el biografiado que se traduce en un desmesurado tono apologético (lo cual pudiera hacer malpensar que se pretende imponer al lector una hipótesis predeterminada, tanto si el curso de la investigación la demuestra como si no). En cualquier caso, sin embargo, es innegable que Míriam Gázquez hace con este libro una aportación muy cuantiosa y valiosa para poder llegar a completar algún día el mosaico de la cultura barcelonesa del período comprendido entre 1939 y 1975.

La interpretación del personaje, pues, es como mínimo bastante discutible, pero el valor del riquísimo caudal de información que aporta Míriam Gázquez en este libro es una extraordinaria contribución para el mejor conocimiento del campo literario de la Barcelona de la posguerra.

Míriam Gázquez, Juan Ramón Masoliver: edición y cultura en la Barcelona de posguerra, prólogo de Jordi Gracia, Madrid, Fórcola, 2023.


Fuente adicional:

Manuel Llanas, «Dues col·leccions de poesia a banda i banda de l´abisme de 1939», en Miquel Maria Gubert, Amparo Hurtado i José Francisco Ruiz Casanova, eds., Literatura comparada catalana i espanyola al segle xx: gèneres, lectures i traduccions (1898-1951), Lleida, Punctum & Trilcat, 2007.

Los hermanos Pumarega y el germen de la edición de avanzada

En la primavera de 1914 ya aparece afiliado a la Asociación General del Arte de Imprimir de Madrid (el núcleo fundador de la UGT y del PSOE) el tipógrafo Ángel Pumarega (1897-¿?), quien al año siguiente figura como uno de los miembros del cuerpo de redacción de Los Refractarios. Publicación Anarquista, junto con Manuel Rodríguez Moreno, Mauro Bajatierra o Joaquín Dicenta, de la que sólo se conoce un número.

Al año siguiente, su nombre aparece en las últimas páginas de Los Nuevos. Revista de Arte, Crítica y Ciencias Sociales como colaborador, con Jaime Queraltó, Emilio V, Santolaria, Juanonus (Juan Usón) y, entre otros, Francisco Solano Palacio, casi tan conocido por haberse colado como polizón en el Winnipeg para exiliarse a Chile que por libros como Quince días de comunismo libertario en Asturias (Ediciones La Revista Blanca, reeditado en 1936 por Ediciones El Luchador, en 1994 por Ediciones Rondas y reeditado en 2019 por la Fundación Anselmo Lorenzo), La tragedia del norte (Ediciones Tierra y Libertad, 1938) o El éxodo (Editorial Más Allá, 1939).

Última redición hasta la fecha del libro más famoso de Solano Palacio.

El de 15 de octubre de 1916 parece ser el último número de Los Nuevos, y el nombre de Ángel Pumarega desaparece del primer plano editorial ‒no del político‒ hasta 1922, en que se encuentra trabajando como corrector en la seminal Revista de Occidente, y al mismo tiempo como el principal impulsor de la Unión Cultural Proletaria, uno de cuyos proyectos era una no nata Biblioteca de El Comunismo.

Mayor interés tiene incluso una también efímera publicación en la que confluye con su hermano Manuel (1903-1958), El Estudiante, germen tanto del movimiento que desembocaría en la creación de la FUE (Federación Universitaria Escolar) como de iniciativas editoriales como las revistas Post-Guerra y Nueva España, y revista en la que además Alejandro Civantos identifica un foco de conocimiento y relación de «los protagonistas del futuro movimiento editorial de avanzada», en referencia a Joaquín Arderíus (1885-19699, José Antonio Balbontín (1893-1978), Rodolfo Llopis (1895-1983), José Díaz Fernández (1898-1941), Rafael Giménez Siles (1900-1991), Esteban Salazar Chapela (1900-1965) o Graco Marsá (1905-1946). En la etapa madrileña de El Estudiante, que se imprimía en la célebre Caro Raggio, se publicaron los primeros pasajes del Tirano Banderas, de Valle Inclán. Por su parte, Manuel Pumarega empezaba entonces a hacerse un nombre como traductor del inglés en la editorial Aguilar, en la que ese mismo año 1925 se publicaba su versión de Hoy y mañana, de Henry Ford, y más adelante traduciría Doce historias y un cuento, de H. G. Wells, entre otras obras menos perdurables.

Tras la desaparición de El Estudiante (probablemente como consecuencia de la censura primorriverista), el impresor Gabriel García Maroto (1889-1969) y Àngel Pumarega crean las Ediciones Biblos, proyecto en el que cuentan con la colaboración de Pedro Pellicena Camacho (1881-1965) como depositario y distribuidor y Manuel Pumarega como principal traductor (en la posguerra trabajaría a menudo para José Janés).

Sin embargo, no parece una iniciativa editorial equilibrada o con una idea suficientemente clara de cuál era su destinatario. La selección de títulos, como se verá, parecía tener en el punto de mira a la incipiente masa lectora proletaria, pero el aspecto de los libros respondía a un modelo más propio de la industria editorial más eminentemente burguesa, con su preferencia por la encuadernación en carttón o tela o el esmero en las ilustraciones, que sólo con tiradas extraordinariamente enormes podían abaratar unos costes que ni de ese modo podían hacer accesibles estos libros a los obreros. En palabras de nuevo de Civantos al describir esta editorial, se trataba de «caras tiradas, en tapa dura, singulares diseños tipográficos e ilustraciones de Maroto, que dificultaron su conexión con el público».

Gabriel García Maroto.

Se estrenaron con Las ciudades y los años. Novela rusa 1914-1922, de Konstantin Aleksandrovich Fedin, de la que muy probablemente el filósofo francés Norberto Guterman (1900-1984) hizo una primera versión del ruso y Ángel Pumarega la reescrbió, aunque ambos aparezcan como traductores, y acompañaba le edición capitulares y grabados de Maroto. Con este título se estrenaba una Colección Imagen que fue la más nutrida y tendría continuidad con Los de abajo, de Mariano Azuela; La caballería roja, de Isaac Babel; La mancebía de Madame Orilof, de Ivan Byarme, La leyenda de Madala Grey, de Clemence Dane, y La semana, de Lebedinsky.

Hubiera sido interesante para conocer la propuesta de canon de los editores de Biblos que la colección Clásicos Modernos hubiera tenido continuidad, pero sólo se publicó en ella Barbas de estopa, de Dostoievski (se trata de fragmentos de Los hermanos Karamazov). La traducción la firma en esta ocasión Carmen Abreu de la Pena (1898-1981), socia fundadora del Lyceum Club y de la que sólo se conocen traducciones del francés (Charles-Louis Philippe, René Theverin) y algunas muy destacadas del inglés (en particular de Dickens, que Austral seguía reeditando en 2012, y Defoe), lo que invita a suponer que fue una traducción indirecta. El año anterior, Abreu había visto publicada en las Ediciones de la Revista de Occidente el pionero ensayo de Lothrop Stoddard La rebeldía contra la civilización, y al siguiente (1928) aparecería en Biblos la de la mencionada de Clemence Grey (durante su exilio en Suiza al final de la guerra civil Abreu se incorporó como traductora a la Orgaización Internacional del Trabajo).  

Margarita Nelken,

Se publicó también en Biblos a Tortsky (¿Adónde va Inglaterra?, con traducción firmada por Ángel Pumarega), a Conan Doyle (La religión psíquica), a Henri Poulaille (Charlot, con prólogo de Paul Morand y traducido por Pellicena) y a Margarita Nelken (Johan Wolfgang von Goethe. Historia del hombre que tuvo el mundo en la mano) en colecciones de corto recorrido, pero el grueso de su producción, del total de una veintena de títulos, aparecieron en la colección Idea, en cuyo catálogo figuran el ingeniero francés Félix Sartiaux (1876-1944), el político belga Richard Kreglinger (1885-1928), el economista alemán Moritz Julius Bonn (1873-1965) o el historiador y teólogo francés Albert Houtin (1867-1926).

Y a todo ello, pese a la brevedad de la vida de Biblos (1926-1927), hay que añadir aún dos libros importantes de García Maroto, La Nueva España 1930. Resumen de la vida artística española desde el año 1927 hasta hoy (1927), Andalucía vista por el pintor Maroto, 105 dibujos y 25 glosas y 65 dibujos, grabados y pinturas, con una autocrítica y diferentes opiniones acerca de este pintor.

Tras el cierre de Biblos, aperecen firmadas por Ángel Pumarega algunas exitosas novelas del francés Maurice Dekobra (Ernest-Maurice Tessier, 1885-1973) en Aguilar, que se han señalado como introductoras de lo que se dio en llamar la novela cosmopolita (que representaban también Paul Morand o Scott-Fitzgerald), Griselda, te amo (1928), Ha muerto una cortesana (¿1929?) y La Madonna de los coches-cama (1930).

De 1931 es su traducción a cuatro manos con Marian Rawicz de Nueva York, Moscú,  de Ernst Toller, para las Ediciones de Hoy, donde es muy probable que, de nuevo, Rawicz hiciera una primera traducción literal y Pumarega la aderezara a un español literario. Se ha atribuido al talento de Pumarega para llevarse bien con todo el mundo la facilidad que tuvo para trabajar, tanto él como su hermano Manuel, para muy diversas editoriales, tanto en las eminentemente comerciales como en las pioneras de avanzada.

Así, ese mismo año publica en Ediciones Oriente, y en los siguientes en Bergua, Aguilar, Fénix, y en Ediciones Jasón aparecieron algunos títulos que originalmente Ángel Pumarega había traducido para la Biblioteca Lanoremus (de la que fue administrador Pedro Pellicena). Con todo, su trabajo se centró en esos años en el periodismo, como segundo de a bordo en Mundo obrero y con colaboraciones en la revista gráfica Estampa y en el periódico de las Juventudes Socialistas Unificadas Ahora.

Por su parte, su hermano Manuel había publicado en 1930 para la Editorial Historia Nuevala traducción de El club de los negocios raros, de Chesterton (que José Janés reimprimiría en 1943 en Al Monigote de Papel) y El torrente de hierro, de Serafimovich, y Los hombres en la cárcel de Victor Serge (con prólogo de Panait Istrati) para Cénit, para la que firmaría también la de Un patriota cien por cien, de Upton Sinclair, en 1932. A ello añadiría en  los años treinta su traducción de Doce sillas: novela de la Rusia revolucionaria, de Ilyá Ilf y Yevgueni Petrov, en las editoriales Fénix y Zeus, así como una ingente cantidad de obras para Ediciones Oriente (Panorama político del mundo, de Paul Louis, Historia de una vida terrible: biografía de una proxeneta famosa, de Basilio Tozer, La bancarrota del matrimonio, de  Calverton, etc.), Ediciones Hoy (El amor de Juana Ney, de Ilya Ehrenburg, Hija de la Revolución y otras narraciones, de John Reed…), Fénix (10 HP, de Ehrenburg; Fugados del infierno fascista, de Francesco Fausto Nitti), Jasón (La inquietud sexual, de Pierre Vachet), pero no por ello deja de trabajar con Aguilar (para la que traduce el Nuevo tratado de las enfermedades urinarias, de Louis Genest, por ejemplo). Una oleada enorme de traducciones que probablemente no sean tantas como parece, porque algunas de ellas corresponden a un mismo texto al que se le daban títulos diversos en editoriales diferentes (La historia de una vida terrible que publica Oriente en 1931 es la misma obra que Fénix publica en 1933 como Mercado de mujeres).

De Alberto parece desaparecer el rastro a raíz de la guerra, pero Manuel llegó exiliado a Argentina a bordo del De la Salle en febrero de 1940 (con Luis Bagaría, Juan Chabás o Agustí Bartra, entre otros intelectuales españoles), pero posteriormente pasó por la República Dominicana (donde fue profesor en Puerto Planta), antes de establecerse en 1944 en México, donde moriría en 1958. En este último país publicó dos libros de muy larga vida comercial: ya en 1945 y en la Compañía General de Ediciones El inglés sin maestro en veinte lecciones, al que seguiría en 1947, en Ediapsa, Frases célebres de hombres célebres, y fue además redactor de la revista Tiempo. Pero sobre todo siguió su carrera como traductor, en la Compañía General de Ediciones (para la que tradujo la imponente obra colectiva Filosofía del futuro. Exploraciones en el campo del materialismo moderno, 700 apretadas páginas), en Ediapsa, en la Editorial México y en el Fondo de Cultura Económica.

Ilustración de cubierta de Mauricio Amster.

Fuentes:

Irene Aguilar Solana, «Pumarega García, Ángel», en Diccionario histórico de la traducción en España, Portal Digital de la Historia de la Traducción en España.

Gustavo Bueno, «Ediciones Biblos 1927-1928», Filosofía en Español.

Alejandro Civantos Urrutia, «Esplendor y miseria de Ediciones Oriente (Madrid 1927-1932). Un grupo editorial de avanzada para construir la República», Cultura de la República. Revista de Análisis Crítico, 3 (junio 2019), pp. 114-144.

Alejandro Civatos, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2017 y Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero en España (1917-1931), Tren en Movimiento, 2022.

Adolfo Díaz-Albo Chaparro, Gabriel García Maroto y sus hijos artistas, Gabriel y José García Narezo, Catálogo de la Exposición en la Biblioteca Pública del Estado en Ciudad Real, en noviembre de 2020.

Mariano Rawicz, Confesionario de papel. Memorias de un inconformista, prólogo de Virginia Rawicz e introducción de Horacio Fernández, Granada, Editorial Comares-Instituto Valenciano de Arte Moderno, 1997.

Gonzalo Santonja, La república de los libros. El nuevo libro popular de la II República, Barcelona, Anthropos, 1989.

Editoriales Salamandras en el Cono Sur

Al final de la excelente obra narrativa Enterrar a los muertos (Seix Barral, 2005), Ignacio Martínez de Pisón incluye una bibliografía muy útil para conocer la vida y la trayectoria del traductor José Robles Pazos (1897-1937), y en ella figura un libro de su amigo John Dos Passos (1896-1970) con el título La guerra civil española, con prólogo del biógrafo e historiador Stanley Weintraub (1929-2019), en traducción de Irene Bluthenthal Geis (1938-2002) y publicado en 1976 en Buenos Aires por La Salamandra Editora. Según consta en el colofón, se tiraron de ella tres mil ejemplares, pero lo que la hace singular es sobre todo la potente ilustración de la cubierta, obra del artista español Hélios Gomez (1905-1956).

No deja de tener su punto de ironía que Weintraub se hubiera ocupado previamente de uno de los dos prólogos ‒el otro lo firma el historiador italiano Aldo Garosci (1907-2000)‒ al libro La guerra de España, traducido por Carlos María Gutiérrez y Mario Schijman, publicado por las bonaerense Proceso en 1973 y Corregidor en 1975 y la caraqueña Cid en 1977, donde se recogen textos de Ernest Hemingway (1899-1961) sobre el tema de referencia, y cuya relación don Dos Passos quedó definitivamente maltrecha como consecuencia precisamente del que podríamos llamar «caso Robles Pazos». Sin embargo, Weitraub tenía una sólida reputación como buen conocedor del tema por lo menos desde la publicación de The Las Great Cause: The Intellectuals amd the Spanish Civil War (Weybright y W. H. Allen, ambas en 1968).

Es muy evidente que esta Salamandra que publica La guerra civil española no puede confundirse ni tiene ninguna relación con la editorial creada por Sigrid Kraus y Pedro del Carril inicialmente como sucursal en España de Emecé (luego independizada y hoy en el grupo Penguin Random House). En cambio, no es tan fácil establecer si existen algunos vínculos con una Salamandra que publicó algunos títulos en Montevideo.

En el año 1975 se publican en Buenos Aires con el sello de Salamandra por lo menos el muy reeditado Las fuerzas morales, del científico socialista italoargentino José Ingenieros (1877-1925), y dos traducciones de Victor Goldstein: La lutte avec l’ange (como Los nogales de Altenburg), de André Malraux (1901-1976), y un libro colectivo que recogía una mesa redonda en la que participaron entre otros Jean-Claude Fouquin, Pierre Vilar, Boris Fraenkel, Robert Paris, Stanley Pullberg y François Châtelet y que apareció con el título Dialéctica y pensamiento estructural. Mesas redondas a propósito de los trabajos de Althusser.

Ese mismo año 1975 se publican en Montevideo, encuadrados en una colección titulada Testimonios de Salamandra, algunos libritos de unas cuarenta páginas no menos interesantes: Eduardo Acevedo Díaz: Las batallas de la libertad, que recoge pasajes de las obras «Grito de Gloria» y «Épocas militares de los países del Plata»; La Cruzada de los 33, donde el historiador uruguayo Alfredo Castellanos (1908-1992) compila documentos sobre la llamada Cruzada Libertadora o Desembarco de los 33 en el que las fuerzas revolucionarias orientales se enfrentaron al ejército imperial del Brasil: las «Memorias» del almirante Guillermo Brown y las del general Juan Antonio Lavalleja, «Los sucesos de 1825», de Luis Ceferino de la Torre, los «Apuntes para la historia de la República», de C. Ayala y la «Memoria de la cruzada», de Juan Spikerman;  Julio Herrera Reising, Su vida y su obra, obra de extensión similar en el que la escritora Suleika de Collazo (1930-2013) prologa e incluye el texto completo del poemario del escritor uruguayo Peregrinos de piedra (y que indica en el colofón el 11 de mayo como fecha de fin de impresión).

A estos hay que añadir lo que se presenta como el primer tomo del Teatro completo del dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez (1875-1910), que en sus 244 páginas incluye los sainetes Los curdas (titulado originalmente La gente honesta), Canillita, Mano Santa, El Desalojo, La Tigra, Moneda Falsa y Marta Gruni, editadas, anotadas y prologadas por Fernando García Esteban (1917-1982), quien ya en 1939 había publicado en la chilena editorial Ercilla una biografía del dramaturgo (Vida de Florencio Sánchez, reeditada en 1970 por la editorial Alfa).

Nada más parece haber publicado la Salamandra uruguaya, mientras que la argentina dio a la luz apenas tres libros más y con una cadencia muy moderada: De 1975 es la edición de El estúpido siglo XIX. Informe sobre las insensateces homicidas que se han abatido sobre Francia desde hace 130 años, de León Daudet (1967-1942) y traducido por Benjamín Venegas.

Por último, de 1977 son dos libros que por su aspecto tienen una muy clara vocación de conformar colección, ambos del poeta libanés Jalil Gibran (1883-1931): El loco y El jardín del profeta, de los que en ninguno de los dos casos se indica el traductor.

El logo en la cubierta bastaría para marcar el parentesco con la misma iniciativa que publicó el libro sobre Althauser, pero la diferencia en cuanto al género y la temática pueden resultan bastante asombrosos y no dan indicios de ninguna línea editorial más o menos coherente a simple vista.

Italo Calvino y la autoría editorial: la asombrosa colección Centopagine (1971-1985)

Está fuera de discusión que, salvo en casos muy extraordinarios, la labor editorial es un trabajo colectivo y por tanto personalizar los éxitos y fracasos en este ámbito es erróneo por la propia naturaleza de esta actividad. Sin embargo, sí pueden establecerse grados de responsabilidad, y en este sentido el diseño intelectual de una colección por parte de un hombre de letras tan versátil como lo fue Italo Calvino (1923-1985) presenta diversos aspectos interesantes, empezando por la coherencia y/o desajustes entre sus facetas de teórico, escritor y editor.

Cuando Calvino crea en Einaudi la primorosa colección Centopagine, hacía ya tiempo que había abandonado formalmente la dirección editorial turinesa, que se encontraba en un momento creativo y en los últimos años había asistido al nacimiento de las nuevas colecciones Nuovo Politecino (1965), La Ricerca Letteraria (1965), Serie Politica (1968) y Einaudi Letteratura (1969). La Centopagine pretendía ocupar un hueco poco atendido hasta entonces por el sector editorial italiano pero de largo y fructífero recorrido, el de las obras narrativas breves de grandes autores de todos los tiempos y culturas, y al mismo tiempo redescubrir una parcela de la narrativa italiana escasamente leída (la producida entre finales del XIX y principios del XX).

La colección era por tanto expresión del pensamiento literario de Calvino ‒que hacía poco había publicado el relato tarotísico «El castillo de los destinos cruzados» (1969)‒ y de su reivindicación de la narración, del relato, en contraposición evidente tanto a los grandes monumentos novelísticos decimonónicos como a toda una corriente novelística más o menos emparentada con la antinovela y que abarca el «récit objectif», el «nouveau roman», el «roman objectif», la literatura de la indagación, la «école de minuit», la «école du regard», el neovanguardismo y todos sus sucedáneos y, por decirlo groseramente y en general, la novela en la que los acontecimientos y la acción pasan a un segundo o tercer plano o incluso tienden a desaparecer.

El texto de presentación, obra del propio creador y director de Centopagine, bien podría interpretarse como un manifiesto y una propuesta de modelos a partir de los cuales renovar el panorama literario occidental:

Centopagine es una nueva colección de Einaudi de grandes narradores de todos los tiempos y de todos los países, presentados no en sus obras monumentales, no en vastas novelas, sino en textos que pertenecen a un género no menos ilustre y en modo alguno menor: la «novela breve» o el «cuento largo».

En este sentido, en Centopagine confluyen de manera consciente la reflexión que sobre la literatura estaba llevando a cabo Calvino en esos años, el giro que estaba tomando su propia obra narrativa y su faceta de creador editorial con unos objetivos culturales para entonces muy bien definidos (intervenir activamente en la vivificación y popularización de la literatura de su tiempo), por lo que puede interpretarse también como una proyección, en el ámbito editorial, de la misma exploración o reflexión teórica y creativa que Calvino estaba desarrollando en el ámbito de la escritura. Por ello, y por la implicación de Calvino en muy diversas fases del proceso, no sería ningún disparate consignar esta colección en la bibliografía de Calvino junto a sus novelas, relatos, óperas, letras de canciones, ensayos, traducciones y antologías.

Calvino no se limitó a la muy meditada selección de títulos, que bastaría para identificar muchas de sus filias (ahí están Dostoyevski, Tolstoi, Balzac, Henry James…), sino que eligió e hizo un atento seguimiento tanto de las traducciones (en muchos casos nuevas) como de los textos que acompañaban a las obras editadas, cuando no los escribía él mismo, y desempeñó labores de edición de mesa.

Oreste Macrì

Es inevitable en este punto, para comprender la orientación de los paratextos que acompañaban estas ediciones, evocar una de las frases más citadas de su ya clásico Por qué leer a los clásicos: «Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él». Pero entre quienes escribieron prefacios o de quienes se seleccionaron textos para acompañar los relatos se cuentan nombres tan notables de la cultura europea como Walter Benjamin (1892-1940), Michel Foucault (1926-1984), Leone Grinzburg (1909-1944) y su esposa Natalia (1916-1991), Giorgio Manganelli (1922-1990), Leonardo Sciascia (1921-1989), los críticos literarios Luigi Baldacci (1930-2002), Oreste Macrì (1913-1998) o Vittorio Strada, e incluso un treintañero Claudio Magris (n.1939), que por entonces era profesor titular de Filología Germánica en la Universidad de Turín y se ocupó de todos los textos de autores de expresión alemana (Ludwig Achim von Arnim, Charles Sealsfield y dos libros de E. T. A. Hoffmann).

La colección se abrió en 1971 con Fosca, obra inacabada del anticonformista y bohemio scapigliato Iginio Ugo Tarchetti (1839-1869) y concluida por su amigo Salvattore Farina (1846-1918), en cuyo protagonista Calvino identificaba un antecedente de D’Annunzio y que se publicó precedida de una nota introductoria de Folco Portinari; a la muerte de su creador, en 1985, se habían publicado en Centopagine setenta y siete títulos, con una cadencia media de cuatro títulos anuales, pero con muchas variaciones (doce en 1972 y uno solo en 1978). En cuanto a ámbitos culturales, el número de títulos de autores italianos es muy predominante (44), y le siguen los franceses (18), rusos (11), británicos (10) y estadounidenses (9), muy lejos de los cuatro alemanes o del único título originalmente en español (el Lazarillo de Tormes, editado por Macrì y considerado un precursor de la novela moderna). En cuanto a los períodos históricos, el grueso de los textos procede del siglo XIX y en su mayoría de la segunda mitad (47 de 59), siete del XIX, seis del XVII y sólo dos de los siglos XV y XVI. (Véase el listado completo en el Apéndice al final del texto).

Hay ciertamente pocas sorpresas o novedades absolutas, más allá de la voluntad de redescubrimiento de autores importantes, pero destacan en este sentido el Diario para Eliza, de Lawrence Sterne (1713-1768), El viajero desgraciado, de Thomas Nashe (1567- c. 1601) o La Fanfarlo, de Charles Baudelaire (1821-1867), así como el inesperado éxito de Un matrimonio de provincias, de la pionera del feminismo italiano Marquesa Colombi (Maria Antoniette Torriani, 1840-1920), que sirvió tanto para revalorizar esta novela como para que se iniciara una recuperación del conjunto de la obra de Colombi que ha acabado por canonizarla. Probablemente sea la alternancia de textos muy famosos con otros olvidados por completo lo que explique la disparidad de tiradas, que se movían entre los 10.000 y los 13.000 ejemplares pero en algunos casos llegaban a los 15.000 e incluso más (Tolstoi, Conrad o De Amicis, por ejemplo).

Se ha señalado como modelo intelectual de la colección calviniana la adusta colección de narrativa creada por Giuseppe Antonio Borgesse (1882-1952) para Mondadori Biblioteca Romantica, que publicó una cincuentena de títulos entre 1930 y 1942 y en la que también eran importantes tanto los paratextos como las traducciones llevadas a cabo por escritores de prestigio de obras fundamentales (Don Quijote, La cartuja de Parma, La isla del tesoro, El retrato de Dorian Gray, Ana Karenina, Orgullo y prejuicio…) y se dirigían ambas a un mismo tipo de lectores. Sin embargo, también es evidente que son notables las diferencias, y en primer lugar la presentación un tanto lujosa de la colección de Borgesse.

En cuanto al aspecto visual de los libros (de 19,5 x 11,5 cm) como escribe Ferrero en La tribu Einaudi «cuando había que diseñar una nueva colección, llegaba desde Milán Bruno Munari» (1907-1998), y este caso no fue diferente. La amplísima trayectoria y el ecuménico reconocimiento que para entonces ‒en 1957 había obtenido la Medalla de Oro en la Trienale de Venecia por sus libri illeggibile‒ había convertido ya a Bruno Munari en un referente del diseño gráfico italiano, y puso su talento al servicio de una colección en la que importaban mucho los nombres de los autores y sobre todo de los títulos, que fijó en diversas tipos en función de la época o el carácter de la obra, enmarcó son mucha sobriedad y decoró con mucha imaginación (en algunos casos recurriendo a cenefas y en otros a fotografías). Sólo en la etapa final, entre 1976 y 1980, se ocupó provisionalmente del diseño de las cubiertas el director creativo de Einaudi, Max Huber (1919-1992), que modernizó pero mantuvo la línea general de la colección.

Italo Calvino con J.L.Borges.

Fuentes:

Italo Calvino, Los libros de los otros. Correspondencia (1947-1981), edición de Giovanni Tesio, traducción de Aurora Bernárdez y nota previa de Carlos Fruttero,  Siruela (Biblioteca Italo Calvino 34), 2014.

Per què llegir els clàssics, traducción al catalán de Teresa Muñoz Lloret, Barcelona, Edicions 62 (Llibres a l’Abast), 2016.

Ernesto Ferrero, La tribu Einaudi. Retrato de grupo, traducción de Chiara Giordano y Javier Echalescu y prólogo de Manuel Rodríguez Rivero, Madrid, Trama Editorial (Tipos Móviles 31),  2020.

Ulderico Lorillo, «Calvino e le sue Centopagine», Flanerí, 30 de enero de 2018.

Michel Martino, Calvino editor e ufficio stampa. Dal «Notiziario Einaudi» ai Centopagine, Roma, Oblique Studio, 2012.

VV. AA., «Centropagine Einaudi», en el blog FN.

Apéndice: La colección Centopagine (1971-1985), adaptada de la entrada en Wikipedia.

1. Iginio Ugo Tarchetti, Fosca, nota introductoria de Folco Portinari, 1971.

2. Lev Tolstoi, La sonata a Kreutzer, nota introductoria de Vittorio Strada, traducción de Leone Ginzburg, 1971.

3. Guy de Maupassant, Pierre y Jean, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Gioia Zannino Angiolillo, 1971.

4. Fiódor Dostoyevski, Le notti bianche, nota introductoria de Angelo Maria Ripellino, traducción de Vittoria de Gavardo, 1971.

5. Henry James, Daisy Miller, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Francesco Mei, 1971.

6. Edmundo de Amicis, Amore y ginnastica, nota introductoria de Italo Calvino, 1971.

7. Joseph Conrad, La linea d’ombra, nota introductoria de Cesare Pavese, traducción de Maria Jesi, 1971.

8. Joseph von Eichendorff, Storia di un fannullone, nota introductoria de Cesare Cases, traducción de Ugo Natoli, 1971.

9. Denis Diderot, La monaca, nota introductoria de Franco Cordero, traducción de Carlo Borelli, 1972.

10. Herman Melville, Benito Cereno, nota introductoria y traducción de Cesare Pavese, 1972.

11. Aleksander Pushkin, La figlia del capitano, nota introductoria de Leone Ginzburg, traducción de Alfredo Polledro, 1972.

12. Mark Twain, L’uomo che corruppe Hadleyburg, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Brino Fonzi, 1972.

13. Anton Chejov, Reparto n. 6, nota introductoria de Vittorio Strada, traducción de Agostino Villa, 1972.

14. Stendhal, La badessa di Castro, nota introductoria y traducción de Pietro Paolo Trompeo, 1972.

15. Ludwig Achim von Arnim, Isabella d’Egitto, nota introductoria de Claudio Magris, traducción de Rosa Spaini, 1972.

16. Achille Giovanni Cagna, Alpinisti ciabattoni, nota introductoria de Lorenzo Mondo, nota lingüística de Corrado Grassi, 1972.

17. Carlo Dossi, L’Altrieri. Nero su bianco, nota introductoria de Dante Isella, 1972.

18. Thomas Nashe, Il viaggiatore sfortunato, nota introductoria y traducción de Antonio Sarzotti, 1972.

19. Gaetano Carlo Chelli, L’eredità Ferramonti, nota introductoria de Roberto Bigazzi, 1972.

20. Lazarillo de Tormes, edición de Oreste Macrì, nota introductoria y traducción de Vittorio Bodini, 1972.

21. Honoré de Balzac, Ferragus, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Clara Lusignoli, 1973.

22. Ernest Theodor Amadeus Hoffmann, La principessa Brambilla, nota introductoria de Claudio Magris, traducción de Alberto Spaini, 1973.

23. Marchesa Colombi, Un matrimonio in provincia, nota introductoria de Natalia Ginzburg, 1973.

24. Robert Louis Stevenson, Il padiglione delle dune, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Ninì Agosti Castellani, 1973.

25. Thomas de Quincey, Confessioni di un oppiomane, nota introductoria y traducción de Filippo Donini, 1973.

26. Angelo Constantini, La vita di Scaramuccia, nota introductoria de Guido Davico Bonino, traducción de Mario Bonfantini, 1973.

27. William Beckford, Vathek, nota introductoria de Alberto Moravia, traducción de Giaime Pintor, 1973.

28. Lev Tolstoi, Due ussari, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Agostino Villa, 1973.

29. Madame de La Fayette, La principessa di Clèves, nota introductoria y traducción de Maria Ortiz, 1973.

30. Joseph Conrad, Cuori de tenebra, nota introductoria de Giuseppe Sertoli, traducción de Alberto Rossi, 1973.

31. Voltaire, Zadig, nota introductoria de Franco Ferrucci, traducción de Tino Richelmy, 1974.

32. Charles Sealsfield, La prateria del Giacinto, nota introductoria de Claudio Magris, traducción de Alberto Spaini, 1974.

33. Robert Louis Stevenson, Olalla, nota introductoria de Giorgo Manganelli, traducción de Aldo Camerino, 1974.

34. Fiodor Dostoyevski, Il sogno dello zio, nota introductoria de Angelo Maria Ripellino, traducción de Alfredo Polledro, 1974.

35. Édouard Dujardin, I lauri senza fronde, nota introductoria y traducción de Nicoletta Neri, 1975.

36. Guido Nobili, Memorie lontane, nota introductoria de Geno Pampaloni, 1975.

37. Friedrich de la Motte Fouqué, Ondina, nota introductoria y traducción de Lelio Cremonte, 1975.

38. Nyta Jasmar, Ricordi di una telegrafista, nota introductoria de Giulio Ungarelli, 1975.

39. Giovanni Boine, Il peccato, edición de Giulio Ungarelli, 1975.

40. Henry James, Il riflettore, nota introductoria de Sergio Perosa, traducción de Mario Manzari, 1976.

41. Ambrose Bierce, Storie di soldati, nota introductoria de Francesco Binni, traducción de Antonio Meo, 1976.

42. Neera, Teresa, nota introductoria de Luigi Baldacci, 1976.

43. Giovanni Cena, Gli Ammonitori, edición de Folco Portinari, 1976.

44. Carlo Dossi, Vita di Alberto Pisani, nota introductoria de Alberto Arbasino, 1976.

45. William Butler Yeats, Rosa alchemica, nota introductoria y traducción de Renato Oliva, 1976.

46. Kate Chopin, Il risveglio, nota introductoria y traducción de Erina Siciliani, 1977.

47. Remigio Zena, Confessione postuma: quattro storie dell’altro mondo, edición de Alessandra Briganti, 1977.

48. Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen, Vita dell’arcitruffatrice y vagabonda Coraggio, nota introductoria de Italo Michele Battafarano, traducción de Italo Michele Battafarano y Hildegard Eilert, 1977.

49. Emilio Praga, Memorie del presbiterio: scene di provincia, edición de Giuseppe Zaccaria, 1977.

50. Honoré de Balzac, La ragazza dagli occhi d’oro, nota introductoria de Giancarlo Marmori, traducción de Paola Massino, 1977.

51. Prosper Mérimée, Carmen y altri racconti, nota introductoria de Pietro Paolo Trompeo, traducción de Sandro Penna, 1977.

52. Nikolai Leskov, Il viaggiatore incantato, con un ensayo de Walter Benjamin, traducción de Tommaso Landolfi, 1978.

53. Henry James, Il carteggio Aspern, introducción de Claudio Gorlier, traducción de Maria Luisa Agosti Castellani, 1978.

54. Nikolai Gogol, Le veglie alla fattoria di Dikanka, nota introductoria de Vittorio Strada, traducción de Giovanni Langella, 1978.

55. Luigi Pirandello, Il turno, introducción de Leonardo Sciascia, 1978.

56. Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, Gli elisir del diavolo, ensayo introductorio de Claudio Magris, traducción de Carlo Pinelli, 1979.

57. Enrico Pea, Moscardino. Il servitore del diavolo. Il volto santo, edición de Marcello Ciccuto, introducción de Silvio Guarnieri, 1979.

58. Denis Diderot, Jacques il fatalista y il suo padrone, edición de Michele Rago, traducción de Glauco Natoli, 1979.

59. Herculine Barbin, Herculine Barbin, detta Alexina B.: Una strana confessione: memorie di un ermafrodito, presentación de Michel Foucault, nota introductoria y traducción de Brunella Schisa, 1979.

60. Anatole France, La rosticceria della Regina Pédauque, introducción de Emilio Faccioli, traducción de Anna Maria Salvatorelli, 1980.

61. Charles Baudelaire, La Fanfarlo, nota introductoria y traducción de Anita Tatone Marino, 1980.

62. Gustave Flaubert, Tre racconti, nota introductoria y traducción de Lalla Romano, 1980.

63. Giuseppe Torelli, Emiliano, edición de Maria Patrucco Rustico, nota introductoria de Marziano Guglielminetti, 1980.

64. Fiódor Dostoyevski, Memorie del sottosuolo, nota introductoria de Leone Ginzburg, traducción de Alfredo Polledro, 1980.

65. Lawrence Sterne, Un romanzo politico, nota introductoria de Giorgio Melchiori, traducción de Giuseppe Martelli, 1981.

66. Carlo Dossi, La desinenza in A, edición de Dante Isella, 1981.

67. Honoré de Balzac, I piccoli borghesi, nota introductoria de Italo Calvino, traducción de Luciano Tamburini, 1981.

68. Fiódor Dostoyevski, L’eterno marito, introducción de Alberto Moravia, traducción de Clara Coisson, 1981.

69. Fiódor Dostoyevski, Il giocatore, nota introductoria de Leone Ginzburg, traducción de Bruno Del Re, 1982.

70. William Butler Yeats, John Sherman. Dhoya, introducción de Petro De Logu, traducción y notas de Dario Calimani, 1982.

71. Théophile Gautier, Spirite: novella fantastica, nota introductoria y traducción de Franca Zanelli Quarantini, 1982.

72. Antoine Françoise Prévost, Storia del cavaliere des Grieux y di Manon Lescaut, nota introductoria de Gian Carlo Roscioni, traducción de Maria Ortiz, 1982.

73. Henry James, Una vita londinese, nota introductoria de Sergio Perosa, traducción de Marilla Battilana, 1983.

74. Federigo Tozzi, Con gli occhi chiusi, nota introductoria de Luigi Baldacci, 1983.

75. Henry James, La fonte sacra, nota introductoria y traducción de Sergio Perosa, 1984.

76. Theodor Fontane, Schach von Wuthenow, nota introductoria de Cesare Cases, traducción de Maria Teresa Mandalari, 1985.

77. Algernon Swinburne, Un anno di lettere, nota introductoria y traducción de Masolino D’Amico, 1985.

Marguerite Caetani y María Zambrano: divulgación internacional de literatura europea

En 1950 se publicó en las italianas ediciones Botteghe Oscure An Anthology of New Italian Writers preparada por la mecenas y editora Marguerite Caetani (1880-1963), princesa de Bassiano y duquesa de Sermoneta, que entre sus 477 páginas alberga obras de, entre otros, Giorgio Bassani (1916-2000), Attilio Bertolucci (1911-2000), Giorgio Caproni (1912-1990), Giuseppe Dessi (1909-1977), Franco Fortini (1917-1994), Alfonso Gatto (1909-1976), Tommaso Landolfi (1908-1979), Joyce Lussu (1912-1998), Guglielmo Petroni (1911-1993), Vasco Pratolini (1913-1991), Antonio Rinaldi (1914-1982) Roberto Roversi (1923-2012), Mario Soldati (1906-1999)… Un modo espléndido de dar a conocer de primera mano la poesía italiana del momento entre los interesados en la materia (lectores curiosos, pero sobre todo críticos y editores), pues la edición se distribuyó tanto en Europa como en diversos países americanos (en Gran Bretaña la distribuyó J. Lehmann y en Estados Unidos la la intrépida New Directions).

Marguerite Caetani se había creado una reputación como fundadora en París de la muy exquisita revista literaria trimestral Commerce (1924-1932), que publicó veintinueve números y fue dirigida por Paul Valéry (1871-1945), Léon-Paul Fargue (1876-1947) y Valery Larbaud (1881-1957), con Jean Paulhan (1884-1968) como redactor. Centrada sobre todo en el ensayo y la poesía pero distinguiéndose tanto como pudo de las revistas de escuela o de grupo, Commerce se singularizaba por la voluntad de descubrir nuevas voces tanto francófonas como extranjeras (fue la primera en publicar extractos del Ulises de Joyce en francés y de las primeras en dar a conocer en Europa a Faulkner, y en sus páginas aparecieron también textos de Kafka, Antonin Artaud, André Breton, Louis Aragon, Virginia Woolf o Henri Michaux), pero sobre todo por la calidad y sobriedad de la presentación de sus números (de un centenar de páginas cada uno).

Al concluir la segunda guerra mundial, Caetani se trasladó a Roma y en 1948 puso en pie otra revista, Botteghe Oscure, de la que proceden los poemas que daría a conocer en inglés en 1950. Esta segunda revista, que coordinó Giorgio Bassani con el asesoramiento del estadounidense Eugene Walters (1921-1998) para la literatura en lengua inglesa, se mostró incluso más ecléctica que Commerce, pero se diferenció de ella tanto por la extensión (cercana a las quinientas páginas) como por publicar en lengua original textos inicialmente franceses, italianos, ingleses y estadounidenses (si bien con los cuadernos IV, V y VI ya se publicaron simultáneamente unas separatas con las traducciones al inglés). Asoman por sus páginas algunos veteranos consolidados, como Georges Bataille o Maurice Blanchot, pero la pléyade de autores de que se nutren sus páginas responde también a la voluntad de abrir espacios a inéditos de los jóvenes más prometedores, y las generosas retribuciones que hicieron famosa a la revista ‒no sin problemas‒ eran además un modo muy elegante de ayudarles económicamente. De una selección de la poesía italiana publicada en los primeros cuadernos surge la mencionada antología.

Marguerite Caetani

La publicación por primera vez de fragmentos de El gatopardo de Lampedusa, Las cenizas de Gramsci de Pasolini y de obra hasta entonces inédita de Guglielmo Petroni, Dylan Thomas o René Char se cuentan entre los principales hitos de este proyecto editorial, pero la nómina de autores publicados antes de que fueran internacionalmente reconocidos es abrumadora: Italo Calvino, Mario Soldati, Tommaso Landolfi, Elsa Morante, Alberto Moravia, W. H. Auden, Georges Steiner, Robert Graves, Truman Capote, Saul Below, Carson McCullers, Albert Camus, André Malraux… Para ello, además de aprovechar sus extensas y ricas relaciones, Caetani y la revista contaron con muy selectos asesores que se ocupaban de determinados ámbitos lingüísticos: Paul Celan y Rudolf Kassner para la literatura en lengua alemana, T.S. Eliot para la literatura inglesa, el mencionado René Char para la francófona, y a partir de la década de 1950 el escritor y traductor Diego de Mesa (1912-1985), recién llegado de su primera etapa de exilio en México, y la filósofa María Zambrano (1904-1991) se ocuparon de la literatura en lengua española, aprovechando además la colaboración esporádica de Victoria Ocampo (1890-1979), editora de la revista Sur, en la que había publicado Zambrano.

Maria Zambrano.

En el primer semestre de 1951 (cuaderno VII) aparece en Botteghe Oscure la traducción de un artículo de María Zambrano que ese mismo año publica la revista cubana Orígenes, «El misterio de la pintura española en Luis Fernández» (luego recogido en el volumen España, sueño y verdad, publicado por Edhasa en 1965), al que acompañan entre otros un relato de Camus, poemas de Elsa Morante y un fragmento de El arpa de pasto de Truman Capote, pero el resultado de la colaboración importante de Zambrano con Bottegha Oscure aún tardaría en ver la luz, pues se incorpora activamente sobre todo a partir de 1954.

Jomi García Ascot

Es probable que la publicación de un poema del argentino Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983) en el cuaderno XIV (segundo semestre de 1954) se deba a la intervención de Zambrano, tal vez mediante su relación con Ocampo, pero sin duda hay constancia epistolar de que se debe a la mano de Zambrano la amplia representación que tiene la literatura en lengua española en el cuaderno XVI (segundo semestre de 1955), donde confluyen Emilio Prados (1899-1962), Luis Cernuda (1902- 1963), José Lezama Lima (1910-1976), Octavio Paz (1914-1998) y Pita Amor (1918-2000), con escritores mucho más jóvenes y por entonces apenas incipientes como los hispanomexicanos Jomi García Ascot (1926-1986) y Tomás Segovia (1927-2012) y el mexicano Carlos Fuentes (1928-2012), que publica un fragmento de La región más transparente que el aire distinto al aparecido ese mismo año en la Revista de Literatura Mexicana («La línea de la vida»); la selección se completa con los propios Zambrano y Mesa. Tal vez de explotar esa veta de jóvenes poetas hubiera podido llegarse a compilar material suficiente para una «antología de nuevos poetas en lengua española».

En una carta de ese mismo año 1955, escribe Zambrano a Caetani acerca de la difusión de esta revista-volumen (y por tanto de los textos en ella contenidos) y de las gestiones que está llevando a cabo:

No me extraña nada que Botteghe Oscure sea conocida en México; lo es también en Argentina, en Cuba, en Perú… Guillermo de Torre […] ofrece por si interesara para los próximos números, un capítulo de sus memorias literarias, inéditas. También me da —pues yo se la había pedido— la dirección de Jorge Luis Borges, por si interesa su colaboración.

J.R. Wilcock.

Con todo, hay que esperar al segundo semestre de 1956 (cuaderno XVIII) para que se publiquen nuevos textos en lengua española, de nuevo combinando jóvenes con veteranos prestigiosos: León Felipe (1884-1968), Vicente Aleixandre (1898-1984), Jorge Guillén (1893-1984), Jorge Rodolfo Wilcock (1919-1978), Jaime García Terrés (1924-1976), Emanuel Carballo (1929-2014), y Jaime Gil de Biedma (1929-1990), y se repiten los nombres de Paz, Zambrano y Mesa. Es notable el caso del primer escritor español no exiliado, el por entonces veinteañero Gil de Biedma (se incluyen los que luego serían los poemas I y IV de «Las afueras»: «La noche se afianza» y «Mirad la noche del adolescente»), que además serviría de puente para que más tarde la revista publicara también obra de otros poetas del interior de su misma generación.

Ricardo Paseyro.

Una última entrega nutrida de literatura en lengua española se publica en el cuaderno XXII (segundo semestre de 1958): el treinteañero uruguayo Ricardo Paseyro (1926-2009), a quien Zambrano había conocido en París; el argentino Adolfo Bioy Casares (1914-1999), de quien aparece el relato «Las vísperas de Fausto», que en 1956 se había incluido en Historia prodigiosa (publicado en México en la Colección Literaria Obregón que dirigían Paz y Fuentes); un poeta jovencísimo de la conocida como Generación del cincuenta española, Claudio Rodríguez (1934-1999), con dos poemas del libro Conjuros, publicado ese año en Cantalapiedra; Manuel Merino-Rodríguez, con seis poemas, de quien solo he localizado el poemario El hombre y los demonios (publicado en Ágora en 1963);  el ya entonces veterano José Bergamín (1895-1983), de quien se recoge el ensayo «Romántica de soledades», que se había publicado en el caraqueño El Nacional en diciembre de 1954 y la madrileña editorial Taurus recuperaría en 1959 en el volumen Lázaro, Don Juan y Segismundo; Carlos Barral (1928-1989), de quien se reproduce el poema «Ciudad mental» (de Metropolitano, 1957); el argentino Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983), director de la revista Poesía Buenos Aires, de quien se publican poemas de Cuaderno de Notas (1957); la mexicana Elena Poniatowska (n. 1932), con «La hija del filósofo» (que no se incluye en libro hasta 1979, en De noche vienes (Grijalbo)); el argentino Edgar Bayley (1919-1990); y a un veinteañero Alfredo Castellón (1930-2017), que luego se haría más famoso como cineasta pero que participaría con la llamada Escuela de Barcelona en el homenaje a Machado en Colliure en febrero de 1959.

Rosa Chacel.

Años después hubo otra interesante inclusión, la del poema «Pour la tombe d’ Antonio Machado», del exiliado español Jacinto Luis Guereña (1915-2006), que venía a añadirse a otros autores españoles que publicaron en Botteghe Oscure en otras lenguas, como fue el caso de Georges Santayana o Nieves de Madariaga, que lo hicieron en inglés.

Dispersas por epistolarios hay referencias a muchos otros intentos fallidos del equipo formado por Mesa y Zambrano para incluir a autores en lengua española, entre los que destacan los exiliados españoles Guillermo de Torre, Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Rafael Alberti (1902-1999), Rosa Chacel (1898-1994), etc., así como al poeta cubano Mariano Brull (1891-1956), y aparecen también peticiones de ayuda para divulgar y dar a conocer la revista dirigidos a Max Aub y Laurette Séjouené, entre otros.

Sin embargo, este apoyo a la difusión internacional de la literatura francesa, italiana, inglesa y española tuvo que afrontar numerosos problemas, tanto organizativos como económicos, que resumió del siguiente modo la biógrafa y amiga de Caetani Iris Origo en Atlantic:

A veces pasaban seis meses antes de que pudiera pagar la factura de la imprenta, pero al mismo tiempo, enviaba cheques generosos para ayudar a los jóvenes poetas. A veces, la misma pieza se pagaba dos veces; a veces, un autor desafortunado le escribía recordándole que nunca le habían pagado. Y luego estaban los manuscritos perdidos, las páginas perdidas […] En cuanto a cualquier sugerencia de reducir gastos, se mantuvo firme. Cuando sus colaboradores le aconsejaban que redujera el número de sus contribuyentes o que rebajara las tarifas que les pagaba, ella se limitaba a sonreír, vendía uno de los cuadros de su excelente colección, firmaba algunos cheques y seguía adelante como si nada.

Con todo, Botteghe Oscure pudo editar también algunos modestos libritos, además de los suplementos con las traducciones al inglés, volúmenes de índices y el libro dedicado a la nueva poesía italiana, centrados todos ellos en la figura del poeta francés René Char (1907-1988), en cuya introducción en el mercado estadounidense parece que Caetani puso todo su empeño. De 1952 es la versión de René Char, de Pierre Guerre (1910-1978); de 1954 Interpretative Essays in two poems by René Char. To a tensed serenity. Lettera Amorosa, de René Menard, que incluye la versión francesa y la traducción al inglés de Robert Fitzgerald; de 1956 es una recopilación de estudios sobre Char de Gabriel Bonoure, Albert Camus, Maurice Blanchot, Georges Mounin y Gaston Picon (Studies) y además los libros de Char Poems (1952), traducidos por Denis Devlin y Jackson Mathews, y Leaves of Hypnos (Estratti) e Lettera Amorosa (1954), en traducción de Mathews.

El tesón de Caetani al apoyar un proyecto inviable desde el punto de vista económico y la labor infatigable y desinteresada de Zambrano para ayudar a los escritores en dificultades hicieron accesible a editores de toda Europa y América la literatura del momento, pero no podía durar y aun así Botteghe Oscure se mantuvo en pie durante más de diez años (hasta 1960).

Fuentes:

Azzurra Aiello, La Rivista Letteraria «Botteghe Oscure», tesis de licenciatura, Universita’ degli Studi di Roma La Sapienza, 1999.

Gabriele Barberio y Donata Ippolito «La letteratura spagnola nelle riviste italiane del secondo Novecento. Verso un primo censimento», en Nancy De Benedetto e Ines Ravasini, eds., Le letterature ispaniche nelle riviste del secondo Novecento italiano, Biblioteca di Rassegna iberistica 19, pp. 185-234.

Mariana Bernárdez, «Entrevista con Enrique de Rivas y correspondencia de María Zambrano con Diego de Mesa y Enrique de Rivas», Igitur, 25 de enero de 2021.

Pablo de Cuba Soria, «Un panadero barroco en la Botteghe Oscure», La Santa Crítica, 27 de mayo de 2021.

Francesco Luti, Italia-España, un entramado de relaciones literarias: la «Escuela de Barcelona», Tesis doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 2012.

Iris Origo, «Marguerite Caetani», The Atlantic Monthly, febrero de 1965, pp. 81-88.

Nuria Pérez Vicente, La narrativa española del siglo XX en Italia: Traducción e interculturalidad, Pesaro, Edizioni Studio Alfa, 2006.

Aldo Manucio, patrón de los editores

A los editores parece que se les ha asignado como patrón el mismo santo que a escritores y periodistas, el polígrafo San Francisco de Sales (1567-1622), si bien los editores católicos le añaden el escritor y fundador de escuelas tipográficas Juan Bosco (1815-1888). Sin embargo, aunque en sentido estricto no sea santo, sin duda el veneciano Aldo Manucio (1449-1515) tiene para semejante cargo muchos más méritos, que en su introducción a De re impressoria la historiadora del libro Tiziana Plebani da por conocidos y resume espléndidamente:

…produjo caracteres tipográficos nuevos y elegantes; cuidó el lenguaje para que fluyera limpio y agradable, por lo que se ocupó especialmente de la ortografía y la puntuación; perfeccionó el índice; señaló con eficacia los errores; insertó la numeración continua de las páginas; para facilitar el aprendizaje del griego, pensó en ponerlo junto a la traducción latina en la página opuesta. Y, sobre todo, hizo que las obras fueran manejables.

Tal vez no sean tan ampliamente conocidos y valga la pena detenerse un poco en ellos. Consecuente con el objetivo de difundir la cultura clásica que estaban redescubriendo los humanistas que eran sus contemporáneos, Manucio recurrió al punzonista Francesco Griffo de Bologna (1450-1518) para que le creara un tipo acorde con la escritura manual de los humanistas, y de ahí nació el uso generalizado de la cursiva para el texto, que desde el inicial Virgilio de 1501 fue perfeccionándose en libros posteriores. El esmero por proporcionar una página que respire, adjudicándole amplios márgenes, fue otro de los grandes aciertos de Manucio y contribuyó a generar una conciencia de la estética de la página en la que intervenían tanto la legibilidad como el valor artístico, pero Juan José Marcos García subraya sobre todo la vigencia en nuestros días del editor italiano en cuanto a la forma de los textos cuando escribe:

Conviene no olvidar que fuentes informáticas tan ampliamente utilizadas como Times New Roman (llamada Times por el periódico que fue quien encargó en 1929 a Stanley Morris la creación de esta tipografía y New Roman porque es el tipo «nueva romana»), Garamond, Book Old Style, etc., son recreaciones de tipos humanísticos y constatan el predominio hasta hoy de la escritura humanista.

En realidad, no es exagerado afirmar que con la aparición de Manucio se produce en 1501 el paso del «estilo literario» de la literatura cancilleresca al tipo de imprenta.

En un ámbito muy cercano hay que situar la creación y empleo en el círculo de editores de textos creado alrededor de Manucio del semicolon —lo que actualmente conocemos como punto y coma (;)—, al parecer sugerido por Pietro Bembo (1470-1547) y que años más tarde justificaría y explicaría con detenimiento el nieto del editor, Aldo Manucio el Joven (1547-1597), en el apartado  Interpungendi ratio de su Epitome ortographie (1561), si bien en español no entrará hasta 1606, cuando lo propone el humanista e impresor valenciano Felipe Mey (h. 1542-1612) en De ortografhia libellus, vulgare sermone scriptus, ad usum tironum. Inscripción para bien escrevir en lengua latina y española, con el nombre «colon imperfecto», y luego el ortógrafo Gonzalo Correas (1571-1631) lo incorpora a su Ortografía kastellana, nueva y perfeta (1630). Cosa parecida puede decirse del uso impreso del signo del paréntesis semicircular y del apóstrofo.

También se señala a menudo a Manucio como precursor del libro de bolsillo, que constituye una respuesta idónea a la voluntad de hacer posible que quienes no disponían de muchos recursos pudieran acceder a la lectura de las grandes obras de la humanidad, y a ello contribuyó también la sustitución de las lujosas encuadernaciones propias de los códices medievales por cubiertas en pasta de papel o cartón, el uso del lomo plano… Su influencia en la configuración del libro en octavo tal como lo conocemos es en realidad tremenda. Aun así, por otra parte también se preocupaba de que sus libros estuvieran bien encolados para evitar que se desmembraran y en ocasiones imprimía sobre soportes de gran calidad, usando el excelso papel que podía ofrecerle entonces la casa Fabriano.  Asimismo, el ingenioso sistema de numeración de los pliegos, para evitar que se encuadernaran en desorden, fue otro de los avances del editor y uno de los que durante más tiempo pervivieron como costumbre.

Se le tiene además por el primero en imprimir lo que pueden llamarse con propiedad primeros catálogos editoriales, en los que sus publicaciones aparecían ordenadas por las distintas colecciones que creó en función de la temática y/o la lengua original de las obras (otra de sus iniciativas exitosas), e incluso la misma idea de crear distintas colecciones para agrupar y dar orden a la producción editorial se ha atribuido a Manucio. Desde nuestros días, resulta apabullante la cantidad de nombres célebres y todavía hoy objeto de lectura y análisis que acoge el catálogo aldino, que consta de un centenar largo de títulos: Aristóteles, Aristófanes, Pietro Bembo, Dante, Eurípides, Homero, Isócrates, Petrarca, Platón, Policiano, Teócrito… Pero no menos importantes eran los traductores, entre los que sin duda descolla por su fama su buen amigo Erasmo de Róterdam (1466-1536), autor de las de Eurípides y que además pudo dar a conocer sus Adagios —cuya influencia recorre la literatura universal desde Montaigne a Faulkner, pasando por Cervantes, Shakespeare, Kafka y Borges— gracias al trabajo de Manucio.

Sin embargo, es sobre todo en el aspecto de generador de paratextos en lo que se centra la ya mencionada De re impressoria, en la que Ana Mosqueda selecciona y anota con exquisitez una muestra de cartas prologales incluidas en las obras editadas por Manucio de las cuales se desprende un auténtico programa editorial y en el que quedan bien expuestas las aspiraciones del editor, si bien pueden ser también interpretadas, en muchos casos, como lo que hoy serían los textos de contra y de catálogos editoriales e incluso los paratextos en general.

Además, el mencionado libro está salpicado de algunas sentencias que siguen resultando muy útiles y pertinentes para los editores de nuestros días; valgan como ejemplo las siguientes: «Confía en los experimentados aunque no sean infalibles, y más aún en Demóstenes, que dice: “Siempre es necesario el dinero, y sin él nada de lo esencial se puede hacer» o «en nuestros libros la mayoría de las letras están conectadas unas con otras y parecen manuscritas, obras valiosas de ver» (el subrayado es mío).

También en uno de estos textos se produce la aparición por primera vez del lema Festina lente (apresúrate lentamente), cuyo origen remoto quizás esté en los adagios de Erasmo, pero que en cualquier caso, en conjunción con el ancla procedente de una moneda del emperador Vespasiano, conformó la muy célebre marca que tanta influencia tendría en las de editores posteriores (caso de las colecciones Seis Delfines de Tartessos y Áncora y Delfín de Destino, del logo de Dolphin Books, del de Barral Editores…).

Fuentes:

Roberto Calasso, «La hoja voladora de Aldo Manuzio», en La marca del editor, Barcelona: Anagrama, 2014, pàg. 157-177.

Joana Escobedo, «De re impressoria: cartas prologales del primer editor» (reseña), blog de la Escola de Llibreria de la Universitat de Barcelona, 17 de junio de 2022.

Miquela Forteza, «Aldo Manuzio y la búsqueda de la excelencia tipográfica», Xilos.org, 8 de noviembre de 2020.

Aldo Manucio, De re impressoria. Cartas prologales del primer editor, selección, traducción y notas de Ana Mosqueda e introducción de Tiziana Plebani, Buenos Aires, Ampersand (Terrirorio Postal), 2022.

Redacción, «Los tipos cursivos. Origen y evolución», Unos Tipos Duros, 16 de diciembre de 2006.

Fidel Sebastián Mediavilla, La puntuación en el Siglo de Oro. Teoría y práctica, tesis doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 2000.