El exiliado español Luis Hernández García, linotipista en Caracas

En el año 1977, en plena eclosión en España de libros que supuestamente debían sacar a la luz los espléndidos textos que la censura franquista había estado escamoteándole a los lectores, se publicó una Historia corta de una guerra larga, cuyo pie de imprenta remite a unos Talleres de José L. Cosano, de los que poco he logrado averiguar (más allá de que en los años cuarenta estaba domiciliada en el número 11 de la calle de la Palma de Madrid). Existe, sin embargo, un expediente de Inspección de Trabajo (número 9459), que parece aludir a esa empresa.

Sin embargo, mayor interés tiene la ajetreada biografía del autor de Historia corta de una guerra larga, Luis Hernández García (1912-2011), nacido en Gijón si bien de muy joven se trasladó con su familia a Cádiz, donde se afilió a las Juventudes Socialistas. La Historia corta narra precisamente una parte importante de su vida, la que corresponde a las etapas de la guerra civil española, la segunda guerra mundial y sus consecuencias inmediatas.

Luis Hernández García.

La guerra pilló a Luis Hernández García estudiando Magisterio en la Escuela Normal y fue alistado en el ejército sublevado, pero en cuanto tuvo ocasión, en 1937, pasó a Gibraltar y, con la ayuda del cónsul español, pudo trasladarse a Barcelona, vía Málaga y Valencia, para reencontrarse con su familia y alistarse en el ejército republicano (donde llegó a ser comisario de batallón).

Después de la guerra, cruzó la frontera con Francia y estuvo confinado en diversos campos de refugiados (Prats de Motlló, Saint Cyprien, Barcarès, Septfonds) hasta que pudo alistarse en un Grupo de Trabajo de Extranjeros y empezar a trabajar en Francia, primero en una explotación minera y luego en una empresa que elaboraba pólvora. Iniciada la guerra mundial y sabedor de que era muy conocido por la gendarmería, el avance de los nazis hizo que se marchara de Toulouse a Marsella, donde desempeñó diversos trabajos (en una mina, como pintor y en la industria metalúrgica). También en esas fechas, en agosto de 1943, se incorporó al batallón Libertad (integrado en el Batallón Mixto Extranjero) y colaboró con la resistencia hasta abril de 1945.

Fue entonces cuando se inició como linotipista, en un periódico regional, Petit Provençal, que el dirigente de la resistencia Gaston Defferre (1910-1986) había tomado por la fuerza y rebautizado como Le Provençal (en 1997 se fusionaría con Le Meriodional y pasaría a llamarse La Provence). También por entonces empieza a ocupar cargos en el Partido Socialista Obrero Español en el exilio y en su correspondiente sindicato (la Unión General de Trabajadores).

Al iniciarse la década de 1960 viajó a Venezuela y se estableció en Caracas, donde empezó a trabajar para la Imprenta Vargas (responsable de la primera edición, en 1925, de la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos [1884-1969]). Ese mismo año 1925, esta empresa propiedad de Juan de Guruceaga (1897-1974) había empezado a publicar la famosa revista Élite, que al poco tiempo se convertiría en la punta de lanza de la vanguardia literaria acogiendo a sus más llamativos representantes e incluso creó un premio destinado a los jóvenes escritores con el mismo nombre que la revista. Ya en los sesenta, se ocupó de imprimir los ejemplares de las Ediciones Gudari que dirigía Alberto Elosegui. En definitiva, la empresa Vargas contaba por entonces con un sólido prestigio en Venezuela, al tiempo que tenía un estrecho vínculo con los exiliados republicanos, ampliamente representados en Caracas.

Al frente de la Imprenta Vargas se puso como gerente a un experimentado impresor vasco, Ricardo Leizaola, conocido como el pionero en 1931 del huecograbado en Euskal Herria (en la revista Zeruko Argia, que entre 1946 y 1948 se imprimió en Venezuela y Estados Unidos para introducirse y distribuirse en el país clandestinamente). Leizaola, hermano del presidente del gobierno vasco en el exilio (José María Leizaola), padre de la diseñadora gráfica Karmele Leizaola y fundador de la Casa Vasca de Caracas, había introducido el huecograbado también en Venezuela, así como la composición en frío con una Friden, y actuaba como editor de Élite.

Leizaola.

De la Vargas pasó a colaborar Luis Hernández también con la Linotipia Vidal ‒creada en 1963 y domiciliada primero en paseo Anauco y luego en la avenida Rómulo Gallegos‒,  que figura como responsable de la preedición de buena cantidad de libros gráficamente muy vistosos.

Gracias a la intervención del sindicato de tipógrafos, empezó luego a trabajar como asalariado en la que quizá fuera el taller más importante de aquel entonces, los Talleres Gráficos Cromotip, que llevaron a cabo espléndidas ediciones profusamente ilustradas, pero también editaron libros, como es el caso de diversas obras del exiliado catalán Pere Grases (1909-2004) (La primera editorial inglesa para Hispanoamérica en 1955, Orígenes de la imprenta Cumaná en 1956, Miranda o la introducción de la imprenta en Venezuela, en 1958 o ya en 1974 Digo mi canción a quien conmigo va); de varios libros de Martín de Ugalde (1921-2004) (Un real de sueño sobre un andamio en 1957, La semilla vieja. Cuentos de inmigrantes en 1958, y ‒después de que se autopublicara la primera obra en euskera aparecida en Caracas, Itzalleak en 1961‒ Ama Gaxo Dago y Las manos grandes de la niebla, ambas en 1964); o de títulos como Miranda y Casanova, del ingeniero catalán Carles Pi i Sunyer (1888-1971) y el conmemorativo de los 25 años del Centro Vasco de Caracas, entre otros muchos. Años más tarde, entre 1992 y 1995 el gerente de Cromotip sería Carlos Farías (embajador de Venezuela en Rusia y luego ministro de Relaciones Exteriores).

A finales de la década de 1970, la Cromotip, que había ido creciendo y ampliando sus ámbitos de actuación, vendió la parte de linotipia de la empresa a tres de sus trabajadores, momento que más o menos coincide con la aparición en Madrid de la Historia corta de una guerra larga.

Luis Hernández mantuvo también en Venezuela la intensa actividad política que había tenido en Francia, tanto en el PSOE como en la UGT, y en 1971 sería delegado de la sección de ugetistas caraqueños en el congreso de la UGT celebrado en Toulouse, si bien posteriormente militó en el PASOC, escisión del PSOE fundado en 1972 por Rodolfo Llopis (1895-1983).

Fuentes:

Iñaki Anasagasti, «Ricardo Leizaola, aquel editor vasco», Blog de Iñaki Anasagasti, 25 de septiembre de 2015.

Esther Barrachina, «Hernández Rodríguez, Luis», en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, volumen 3, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2016, p. 31.

Javier Díaz Noci, «La oposición a la II República en la prensa en euskera (1930-1936)» en María José Ruiz Acosta, ed., República y republicanismo en la comunicación, Asociación de Historiadores de la Comunicación, Sevilla, 2006.

Maribel Espinozaa, «Entre el “rumor de las prensas” y el “aire de las tintas»», El Nacional, noviembre de 2023.

Los orígenes remotos de Norma Ediciones: de la imprenta al imperio editorial

En la ciudad colombiana de Palmira, en el valle del Cauca, se publicó en 1871 la novela Júlia, de Adriano Scarpetta (1839-1881), quien dos años después publicaría la que acaso sea su obra más conocida, Eva, novela caucana. La impresión de la primera de estas novelas la llevó a cabo Teodoro Materón, que en 1875 se ocupó también del libro del reconocido escritor y pionero fotógrafo Luciano Rivera y Garrido (1846-1899) De Europa a América: recuerdos de viaje.  Sin embargo, el negocio de Mateón se sustentaba sobre todo en el periódico El telégrafo, del que el immpresor era copropietario y fundador con Santiago Eder.

»En 1894, asociado con Belisario Palacios, Ignacio Palau y José Antonio Sánchez, Manuel Carvajal Valencia (1851-1912) compró esta empresa, la trasladó a Cali, la rebautizaron como Imprenta Comercial y con ella puso los cimientos de un auténtico imperio editorial. En su estudio sobre las imprentas de Cali durante las primeras décadas del siglo XX, Maira Beltrán describe este taller del siguiente modo: «Estaba conformada por una prensa tipográfica Washington [de R. Hoe & Co.] y algunas cajas de tipos móviles, que habían llegado a Palmira en el siglo XIX [concretamente en 1867] después de pasar de mano en mano desde su fabricación en Londres en 1797. Con semejantes materiales, podían llegar a imprimir unas doscientas hojas por hora».

No tardó en ocuparse de la impresión de algunas publicaciones periódicas, como el semanario La Patria (1897-1998) y el diario Correo del Cauca (1903-1939), dirigidas ambas por su socio Ignacio Palau, o como El Día, que crearon y dirigieron sus hijos Hernando y Alberto. La concordia entre los socios no duró demasiado tiempo, y entre 1904 y 1905 Carvajal compró la parte de sus colegas, que luego renombraría Tipografía Carvajal y Cía. (la compañía eran sus dos mencionados hijos), mientras que Palau se asoció con sus hermanos y su yerno para poner en pie una empresa mejor dotada, con justicia bautizada como Imprenta Moderna. Como es fácil suponer, a partir de ese momento la Moderna se ocupó del Correo del Cauca, entre cuyos primeros trabajos importantes se cuentan también el libro de 247 páginas y encuadernado en cartoné Episodios nacionales en Nueva Granada héroes y patriotas (1907), del famoso escritor de literatura juvenil William H. G. Kingston (1814-1880), cuya traducción (anónima) había aparecido por primera vez en el Correo del Cauca.

Tampoco la Comercial tardó demasiado en sacar algunos libros de cierta importancia, como es el caso de Centenario en Cali (1910), en el que Ernesto Ayala y Ramón Bonilla compilan diversos discursos pronunciados en conmemoración de los cien años de independencia, o la edición en volumen de Los gusanos urticantes del Valle del Cauca (1910), de Evaristo García (1845-1921), que la Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales reprodujo con las magníficas ilustraciones originales en su número 24 del volumen VI (septiembre 1945-marzo 1946), en reconocimiento a quien fuera fundador de la Sociedad de Medicina del Cauca y de la Sociedad de Medicina de Bogotá (germen de la Academia Nacional de Medicina). Con todo, vale la pena mencionar también la publicación de una colección de ensayos y poemas de publicación periódica titulada Bajo el Sol del Valle, a cuyo frente se encontraba Alberto Carvajal Borrero (1982-1946), quien no tardaría en asistir a la impresión de sus propios libros y en 1930 vería publicado en la barcelonesa Araluce Héroes y fundadores. Ensayos de historia americana.

A la muerte en 1912 de Manuel Carvajal Valencia en 1912, le sucedió al frente de la empresa uno de sus hijos, Hernando Carvajal (1884-1939), que emprendió un profundo y riguroso proceso de modernización de la empresa que empezó por adaptar un motor eléctrico a la prensa manual que había comprado su padre. Por aquel entonces la empresa contaba ya con un local en propiedad destinado exclusivamente al almacenaje y comercio de material de papelería, cuya importación se había iniciado en 1907. Además, a partir de 1914 inicia la comercialización de los primeros blocs de notas y libretas encuadernados por Carvajal & Cía.

Hernando inició también un largo viaje a Leipzig y por otras ciudades europeas con el propósito de poner la empresa al día, y regresó del él con dos prensas impresoras con piedras litográficas, un juego completo de tipos en plomo y con cinco operarios especializados con contrato para manejar las prensas. A mediados de la década se sucedieron la compra y construcción de edificios donde dar cabida a la expansión de la empresa (que compró los saldos de José Vicente Mogollón y Cía, un lote de cajas registradoras, instrumentos musicales, máquinas de escribir Underwood…). Según lo explica Brayan Delgado Muñoz: «Así abrieron nuevos locales para el crecimiento en cuanto infraestructura de la compañía, debido a que la casa paterna donde habían funcionado los talleres industriales se había quedado definitivamente pequeña para sus actividades», y añade un poco más adelante:

Las nuevas instalaciones de los talleres que fueron intervenidos para realizar en ellas la ampliación de la infraestructura, que permitió a Carvajal & Cía. separar los talleres de impresión litográfico y tipográfico, llevó a la empresa a ofertar mejores servicios y así abarcar la demanda interna (con la producción de empaques, tiquetes, envolturas) en las artes gráficas de diseño e impresión litográfica, resultado del desarrollo industrial que se había iniciado desde la década del veinte. Carvajal se posicionó como una empresa que estaba a la altura con medios de producción más tecnificados, en la rama de la impresión y el diseño a nivel regional y nacional…

Cuando hubo completado el bachillerato, Hernando mandó a su hijo Alberto Carvajal Sinisterra a ampliar estudios a Europa, concretamente a Bruselas, y a su regreso en 1932, en una época de crisis (la «violencia bipartidista»), agravada por las guerras fronterizas con Perú, Alberto abandona sus estudios para incorporarse a la empresa familiar, donde desempeñó un papel importante para mantener la imprenta en vanguardia de las innovaciones técnicas con la compra de nuevas máquinas, entre las que destaca la adquisición en de una impresora offset bicolor en 1935. Progresivamente, Alberto Carvajal fue tomando el mando de la empresa, mientras que Manuel se hacía cargo de la litografía y en 1936 se incorporaba Mario Carvajal (hermano de Hernando) como gestor.

Al margen de la diversificación de Carvajal y Cía en otros sectores (la importaciones de automóviles entre ellos), y de la apertura de la primera sucursal en Bogotá, destaca en esa época la creación de una marca destinada a la confección y comercialización de productos de papelería, Norma, que se hizo conocida sobre todo por los cuadernos coloridos o con la cubierta ilustrada, que en 1960 cristalizará en la fundación de la Editorial Norma, inicialmente destinada sobre todo al libro de texto, pero que no tardó en añadir títulos de literatura como el volumen con la Poesía (1963) del filósofo Óscar Gerardo Ramos (1928-2010) o libros destinados a la educación superior y de interés más general, como el Curso elemental de Bibliotecología (1966) de Araceli Oramos Cardona, la traducción de la republicana española exiliada en México Núria Parés del Panorama de las letras norteamericanas desde el siglo XVIII hasta la era atómica (1966), de Norman Foerster, la de Sara Galofré de Estados Unidos: juicio y análisis (1966), de Seymour Martin Lipset… A la larga, sin embargo, y pese a haber creado algunas colecciones literarias brillantes con autores como William Ospina, Álvaro Mutis, Óscar Collazos, Bioy Casares, Pablo Simonetti o Gabriel García Márquez (que en realidad acabó por ser una piedra en el zapato) y haber convocado un notable premio literario entre 2005 y 2011, La Otra Orilla (que galardonó a Marco Schwartz, Horacio Vázquez Rial y Gioconda Belli, entre otros), el sello acabó por regresa a sus orígenes y a centrarse en proyectos educativos o destinados a los jóvenes, ámbito en el que cosechó éxitos incontestables y duraderos.

Fuentes:

Web del Grupo Carvajal.

 Historia de Manuel Carvajal Valencia (vídeo).

Maira Beltrán, «Imprentas e impresores en las primeras décadas del siglo XX en Cali», Papel de colgadura, núm. 16, pp. 104-109.

Brayan Delgado Muñoz, Prácticas empresariales en los negocios de la familia Carvajal Borrero: Inicio, desenvolvimiento, consolidación y crecimiento económico en Cali, 1880 -1939, tesis de licenciatura presentada en la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle (Santiago de Cali), 2014.

 Julio César Londoño, Manuel Carvajal Sinisterra (Una vida dedicada a generar progreso con equidad), Cali, Universidad Icesi (Colección …a conocer el hielo), 2016.

Nancy Estella Vargas Castro, «Un breve recorrido por la historia de la editorial Norma (1960-2016) y sus colecciones de ficción y literatura para adultos», Estudios de Literatura Colombiana, núm. 46 (enero-junio 2020), pp. 159-176.

La imprenta del Julián Calvo ficticio y la carrera editorial del Julián Calvo histórico

Las promesas un tanto vagas de una revista de cuyo título puede deducirse que dedicada a la economía y el comercio (Revista Fiduciaria y Comercial), una importante empresa constructora y el compromiso de darle tres libros de los de Astral —que bien podría interpretarse como una —errata por Austral— bastaron para que el protagonista del cuento de Max Aub (1902-1972) «De cómo Julián Calvo se arruinó por segunda vez» decidiera endeudarse y comprar una prensa, para la que contrató a diversos operarios y técnicos mexicanos con los que el entendimiento fue, cuanto menos, difícil. Hasta ahí el relato, que vale mucho la pena leer y que significativamente va dedicado al poeta y asesor editorial del Fondo de Cultura Económica Alí Chumacero (1918-2010).

Max Aub entre Dámaso Alonso y Jorge Guillén.

Sin embargo, casi tan interesante como esta es la historia del reconocido jurista de origen murciano Julián Calvo Blanco (1909-1986), que al concluir la guerra civil española llegó a México, después de haber sido magistrado del Tribunal Superior de Alta Traición y Espionaje y haber formado parte del turbio tribunal que en octubre de 1938 juzgó a los dirigentes del POUM (Partit Obrer d’Unificació Marxista), que sólo gracias a la intervenciones de Largo Caballero, Federica Montseny y Largo Caballero no acabó con condenas a penas capitales.

Julián Calvo Blanco.

Poco después de su llegada a la capital mexicana, y como consecuencia de la recomendación de dos viejos amigos de su etapa como diplomático republicano, José  Medina  Echavarría  y  Manuel Martínez Pedroso, en 1941 Calvo se integró como técnico en el Fondo de Cultura Económica, inicialmente, como él mismo contó en una extensa entrevista, como corrector de pruebas, junto a los también exiliados Luis Alaminos (1902-1955), Eugenio Imaz (1900-1951) y Sindulfo de la Fuente (1886-1956), entre otros.

En esa época dirigía el Fondo Daniel Cosío Villegas (1898-1976), quien tenía al economista Javier Márquez (1909-1987), nacido en España, como subdirector. Según explica en la mencionada entrevista Calvo:

La gran visión de Cosío Villegas fue aprovechar la afluencia de españoles a México, españoles utilizables, [y] vincular […] el Colegio de México con el Fondo de Cultura Económica para tener una mano de obra barata que estaba subvencionada por el Colegio de México. El Colegio de México, entonces, acogió a los profesores españoles, a intelectuales españoles y les daba una subvención que entonces era muy importante; eran seiscientos pesos al mes o algo así, y a cambio de alguna conferencia o de algún trabajo. Pero en realidad, para el que trabajaban era para el Fondo de Cultura Económica, que era el que aprovechaba el rendimiento de esta gente. […] como corrector de pruebas no tenía sueldo, tenía un jornal de seis pesos diarios por jornada de trabajo.

De izquierda a derecha, Max Aub, Joaquín Díez Canedo, Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez.

En este punto, y teniendo en mente los datos del cuento aubiano, es pertinente recordar las siguientes palabras de Díez Canedo de 1993 y el título de la revista del Fondo: «antes de la llegada de los transterrados en 1939, el Fondo prácticamente no era una editorial, aunque editaba algunos pocos libros y la revista El Trimestre Económico». Calvo ascendió rápidamente, pero cuando Javier Márquez fue despedido —al parecer, por negarse a hacer espionaje industrial en Gráfica Panamericana— y parecía que le correspondía a él ocupar su puesto, se presentó la oportunidad de contratar a Joaquín Díez Canedo Manteca (1917-1999), y así se hizo.

Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.

Por esos mismos años, en 1944, figura Calvo como secretario de la etapa mexicana de la mítica revista Litoral, que dirigían los exiliados republicanos José Moreno Villa, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Juan Rejano y Francisco Giner de los Ríos, y en el seno de esta publicación se ocupó de la edición, en colaboración con Emilio Prados, de El Genil y los olivos, de Juan Rejano e ilustrado por Miguel Prieto, y de uno de los libros más importantes aparecidos bajo el sello de Litoral, la primera edición en el exilio de Cántico, de Jorge Guillén (1893-1984), con quien estableció una estrecha amistad.

Al año siguiente, en 1945, una vez había abandonado ya el Fondo, aparece una traducción firmada por Calvo de Ensayo sobre el espíritu de las sectas, de Roger Caillois (1913-1978), publicado por El Colegio de México. Sin embargo, del análisis pormenorizado del prólogo («Actualidad de las sectas»), Antonio Cajero Vázquez colige que es exactamente la misma traducción que el año anterior había aparecido en la prestigiosa revista de Octavio G. Barreda (1897-1964) El Hijo Pródigo y que«la misma versión firmada por [Gilberto] Owen en El Hijo Pródigo se reprodujo [también] en Fisiología de Leviatán (1946), de Caillois, que incluye el Ensayo sobre el espíritu de las sectas, con traducción de Calvo y Jordana», publicada por la argentina Editorial Sudamericana. Así pues, todo parece indicar que Calvo fusiló la traducción aparecida en El Hijo Pródigo para incluirla como prólogo, y luego se la atribuyó en la edición argentina.

Del año siguiente es la aparición del único número de la revista Ultramar (junio de 1947), en cuyo comité de redacción figura al lado de nombres insignes del calibre de Juan Rejano, Adolfo Sánchez Vázquez y Carlos Velo, entre otros. Y de 1949 es la publicación en el FCE del Diccionario de sociología, de Henry Pratt Fairchild, en el que figuran como responsables de la traducción y revisión T[omás] Muñoz, J[osé] Medina Echevarría y J[ulián] Calvo.

Un poco posteriores son sus trabajos en colaboración con el bibliógrafo de origen canario y por entonces profesor en la UNAM Agustín Millares Carló (1893-1980), Juan Pablos, primer impresor que a esta tierra vino (Librería de Manuel Porrúa, 1953) y, por encargo del FCE, de la actualización y edición de la Bibliografía mexicana del siglo XVI (1954), cuya primera edición era de 1886.

A principios de la década siguiente, participó con Max Aub, Díez-Canedo y Francisco Giner de los Ríos en la gestación de la frustrada colección Patria y Ausencia, y en 1952 las imprentas de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde colaboraba estrechamente con el también murciano catedrático de criminología —y exministro de Justicia— Mariano Ruiz Funes (1889-1953), sacan a la luz su estudio El primer formulario jurídico en la Nueva España: la «Política de escrituras» de Nicolás de Irolo (1605). Sin embargo, en 1955 se integra en el funcionariado la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas, y se estableció entonces en Chile, donde en julio de 1957 se casó con la psicóloga y profesora de inglés Eliana Vergara Flores.

En cualquier caso, no ha quedado evidencia de ninguna vinculación más específica de Julián Calvo con la imprenta, y mucho menos de que se arruinara como consecuencia de haberse endeudado para invertir en ella. Pero tratándose de Max Aub, vaya usted a saber.

Fuentes:

Max Aub, «De cómo Julián Calvo se aruinó por segunda vez», en Max Aub, Obras completas. Vol. IV-B. Relatos II. Los relatos del laberinto mágico, edición, introducción y notas de Lluis Llorens Marzo y Javier Lluch Prats, Generalitat Valnciana- Institució Alfons el Magnànim, 2006 (primera edición en Cuentos mexicanos (con pilón). México, Imprenta Universitaria, 1959).

Antonio Cajero Vézquez, «Traducción y mediación: la obra dispersa de Gilberto Owen», Literatura Mexicana, vol. 25 (2014), pp. 25-47.

Fernando Larraz, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio. Anejo 36), 2018.

Juan Rodríguez, «Calvo Blanco, Julián» en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario bio-bibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, vol. 1, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio Anejos 30), 2016, p. 457.

Concepción Ruiz Funes, «Entrevista a Julián Calvo, realizada en su domicilio particular de Madrid», Mediateca del Instituto Nacional de Antropología e Historia (México).

 

La edición —casi— imposible («El hombre acecha»)

El resultado de la guerra civil española, con quema de libros incluida, hizo que algunos libros no llegaran a completar su proceso de producción y, por tanto, quedaran en diversas fases de elaboración. Se hace difícil conocer el detalle de todos los libros que no llegaron a ver la luz como consecuencia de los desmanes franquistas, pero han quedado testimonios interesantes de unos cuantos.

Para ceñir el asunto solo a la edición en lengua catalana, valgan como algunos de los muchos ejemplos posibles el compendio de Carles Pi i Sunyer (1881-1971) Una veu, que recogía los textos más importantes durante su etapa como conseller (artículos,

Pere Bohigas.

conferencias, discursos) y que la Conselleria de Cultura tenía ya listo y en prensa cuando fue ocupada Barcelona; afortunadamente, Francesc Vilanova pudo reconstruir este libro a partir del guión e índice de puño y letra de su autor y lo publicó en 1992 la Fundació Pi i Sunyer. Del insigne historiador Jaume Vicens Vives (1910-1960) se sabe de una Geopolítica catalana que también estaba a punto de salir, y Pere Bohigas (1901-2003), que entre 1922 y 1925 había estado trabajando intensamente con Higini Anglès y Josep Barberà en la preparación de un Cançoner popular català, cuyo primer volumen se completó en 1938, pero antes de que llegara a ponerse a la venta la edición fue destruida (sin embargo, se salvó por lo menos un ejemplar que sirvió a las Publicacions de l´Abadia de Montserrat para elaborar una reedición ya en 1983).

Sin embargo, ninguno de estos casos tenía la importancia literaria del poemario de Miguel Hernández El hombre acecha, impreso en la Tipografía Moderna de Valencia (propiedad de Vicente Soler y por entonces incautada por la Subsecretaría de Propaganda) y auspiciado por la Secretaría de Publicaciones del Comisariado del Cuartel General del Grupo de Ejércitos.

Miguel Hernández.

El libro se componía de una prolija dedicatoria a Pablo Neruda en prosa y una serie de dieciocho poemas, algunos de los cuales había recitado ya en marzo de 1937, algunos otros escritos probablemente durante su viaje a Rusia entre agosto y octubre de 1937 o inmediatamente después (como es el caso de «La fábrica-ciudad», «Los hombres viejos» o «Rusia») y finalmente otros que acaso haya que fechar ya en 1938. Hernández había reunido los poemas y se los había hecho llegar en el otoño de 1938 al pintor y cartelista Rafael Pérez Contel (1909-1990), que por entonces era quien estaba a cargo de la dirección artística de las ediciones del Subsecretaría de Propaganda, y se programó la aparición del libro para febrero o marzo de 1939 con una tirada de, según se ha escrito, 50.000 ejemplares. (Sirva como término de comparación que por aquellas mismas fechas la editorial Nuestro Pueblo tiró 25. 000 ejemplares tanto del Contrataque de Ramón J. Sender, y como de La tierra de Alvargonzález y Canciones del Alto Duero de Antonio Machado, ilustrado por su hermano José).

La elaboración de este libro coincidió en la Tipografía Moderna con la de la recopilación que firmó Carlos Palacio de una Colección de canciones de lucha («Himno de Riego», «Els Segadors», «La Marsellesa», «La Internacional», «El Trágala», «Guernikako Arbola»…), con ilustraciones de Eduardo Vicente, Antoni Ballester, Francisco Carreño y Pérez Contel, del que salió un único ejemplar en febrero de 1939, así como un número de la revista mensual Comisario (que había albergado textos de Antonio Machado, Rafael Alberti y Pedro Garfias entre otros y a la que singularizaba la publicación de partituras musicales) y que tampoco llegaron a distribuirse. El libro preparado por Palacios pudo darse a conocer gracias a una edición facsímil hecha en 1980 por Ediciones Pacific a partir del único ejemplar conocido gracias a que el impresor que guillotinó los ejemplares conservó un juego de pruebas.

Es muy probable que en la elaboración de El hombre que acecha de Miguel Hernández tuviera un papel destacado el tipógrafo y linotipista Vicente Ortizá, de quien en los créditos de Canciones de lucha se dice que se ocupó del «ajuste tipográfico».

En cuanto a la corrección de las primeras pruebas, de las que al parecer el poeta sólo pudo ocuparse parcialmente, ha escrito su amigo el poeta y dramaturgo Antonio Aparicio (1916-2000), quien gracias a la intercesión de Rafael Alberti había visto publicado su primer libro (Elegía a la muerte de Federico García Lorca, con dibujos de Santiago Ontañón) ese mismo año 1938:

Este libro lo componen poemas escritos en la segunda mitad de la guerra y su aparición estaba fijada para febrero o marzo de 1939. Tuve ocasión de corregir con Miguel algunas pruebas del libro y hasta de revisar algunos cuadernillos ya impresos, pero el derrumbamiento de la República arrastró hacia el abismo, entre otras cosas, esta obra de especial significación dentro de la poética de su autor.

Otro poeta, Ramón de Garcíasol (seudónimo de Miguel Alonso Calvo, 1913-1994), recuerda también haber recibido el encargo del propio poeta de corregir pruebas de este libro, y así asegura haberlo hecho, y a ellos aún hay que añadir al propio Pérez Contel, quien aseguró haber colaborado con el poeta en una corrección en la que éste no tocó ni un solo versó y apenas señaló alguna que otra errata. Si las tres declaraciones son certeras, podría plantearse como hipótesis que Hernández dejó en manos de sus amigos poetas una primera corrección e intervino solo en una segunda; por ejemplo.

En cuanto a la cubierta, y muy en consonancia con el contenido del poemario, al parecer el autor insistió en que esta fuera muy sobria y sin ningún tipo de ilustración ni viñeta. Según Garciasol el encargo recayó en el pintor y prolífico ilustrador de libros en esos años Eduardo Vicente (1909-1968), si bien Pérez Contel confesó su intención de llevarla a cabo él mismo, e incluso que el poeta le había pedido que en la cubierta «dominase un color rojo, más tierra que carmín» y que la realizó mediante un cliché invertido a dos tintas (rojo y negro), de modo que el título quedara en el blanco y el nombre del autor en negro.

En cualquier caso, con la llegada de las tropas franquistas a Valencia en la primavera de 1939 todo se fue al garete, la Tipografía Moderna fue confiscada y muy buena parte de su contenido expurgado y destruido (muy probablemente por los hombres bajo el mando del censor Joaquín de Entrambasaguas).

Aun así, en 1952 se publicó en las Obras escogidas de Miguel Hernández preparadas por la editorial Aguilar y prologadas por el lexicógrafo y editor Arturo del Hoyo (1917-2004) muy buena parte de El hombre acecha a partir de manuscritos, y lo mismo puede decirse de las Obras completas reunidas por el poeta paraguayo Elvio Romero (1926-2004) y prologadas por la crítica literaria María de Gracia Ifach (Josefina Escolano, 1905-1983) publicadas por Losada en Buenos Aires, que desde 1948 disponía de un mecanuscrito incompleto. No fue hasta la aparición de las Poesías completas (1979) editadas y prologadas por Agustín Sánchez Vidal cuando se publicó por primera vez uno de los poemas clave —y asombroso— del libro, «Los hombres viejos», y dos años después se pudo publicar por primera vez una edición facsímil de El hombre acecha, preparada por Rafael Gómez de Tudanca y extensamente estudiada y prologada por Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia (que previamente, en 1976 habían preparado en la editorial Zero la Obra poética completa, donde reconstruían El hombre acecha a partir de mecanuscritos), que partía de un juego de capillas.

Se tiene noticia de tres juegos que salieron de la Tipografía Moderna antes de caer en manos de la censura franquista: uno de ellos en posesión del bibliófilo y filólogo Antonio Rodríguez Moñino (1910-1970) compuesto de 72 páginas de 22 x 16 cm encuadernado en rústica; otro encuadernado artesanalmente en posesión del polígrafo José María de Cossío (1892-1977), que tal vez lo obtuvo de Rodríguez Moñino y es la que emplearon De Luis y Urrutia, y una tercera que la tuvo el poeta y crítico de arte Enrique Azcoaga (1912-1985), quien al parecer tenía la intención de publicarlo en Melilla pero acabó por perderlo.

Acaso a partir de epistolarios, memorias y diarios sería posible, por lo menos, llegar a algún día a catalogar todos los libros que se destruyeron y en muchos casos desaparecieron como consecuencia del resultado de la guerra civil española.

Fuentes:

Carlos Alcorta, «El hombre acecha, 75 aniversario del poemario no nato», Carlos Alcorte- Literatura y Arte, 3 de febrero de 2017.

Ramón Fernández Palmeral, «El hombre acecha» como eje de la poesía de guerra, prólogo de Manuel Roberto Leonis Ruiz, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006.

Ramón Fernández Palmeral, «Apuntes sobre El hombre acecha», Miguel Hernández. Multimedia-Centenario, 6 de diciembre de 2015.

José Carlos Rovira, «Introducción» a Miguel Hernández, Antología poética. El labrador de más aire, Taurus (Clásicos 3), 1990, pp. 7-45.

Victor Ynfantes de Miguel, «Una incógnita desvelada: El hombre acecha, de Miguel Hernández», El País. Arte y Pensamiento, año III, núm. 79 (11 de febrero de 1979), p. 1.

Las dos vidas de «El Obrero Gráfico» español

La explotación codiciosa de las industrias del Libro en España —incluyendo en el primer lugar a Madrid— ha empeorado talmente las condiciones de vida de cuantos obreros a ellas se dedican, que ya se recuerdan como si fuesen tiempos de leyenda aquellos en que nuestros predecesores percibían buenos jornales y vestían «como las personas decentes».

Así empezaba uno de los primeros artículos publicados en la revista El Obrero Gráfico, en la que se exponían «Nuestros propósitos» y que apareció el 1 de marzo de 1908. Es necesario precisar, sin embargo, que se trata de El Obrero Gráfico. Tipografía. Litografía. Fotograbado. Encuadernación, pues existieron por lo menos dos publicaciones distintas con este mismo título.

El Obrero Gráfico fue también el título del órgano de prensa de la Federación Gráfica Bonaerense (Sociedades Únicas) desde el mismo momento de su constitución, en 1907, en el que confluyeron sindicalistas socialistas y anarquistas de la capital argentina. Entre sus colaboradores destacados se contó el periodista e ilustrador socialista Joaquín Spandonari (luego afiliado al Partido Conservador), que tras pasar por las imprentas El Cosmo, Pomás, Compañía General de Fósforos y los talleres en Gotelli, había creado su propia imprenta y cuya firma aparece ocasionalmente en revistas profesionales como Noografía, Éxito Gráfico y Anales Gráficos, además de promover la fundación del Instituto Argentino de las Artes del Libro (de cuya acta fundacional, fechada el 11 de mayo de 1907, es uno de los firmantes).

El Obrero Gráfico madrileño (con oficinas en la calle Huertas, 24, 2º, e impreso en I. Calleja, en Mendizábal, 6), nació desvinculado de partidos políticos y sindicatos y costeado por los asociados:

… hemos creído los fundadores de este periódico que era llegado el momento de crear un órgano de combate desligado de toda colectividad, desde el cual contribuir con todas nuestras fuerzas, y asumiendo personalmente la responsabilidad de nuestros escritos, a difundir la necesidad de extender y perfeccionar la asociación, a denunciar abusos, a señalar derroteros, a servir, en fin, de nexo entre todos los obreros de la Imprenta en España, con objeto de robustecer nuestras organizaciones e infundir en ellas los alientos que necesitan para luchar por su mejoramiento inmediato.

Somos, claro está, partidarios decididos de la organización sindical; pero no nos arrogamos la representación de las colectividades a que pertenecemos, aunque deseamos contribuir a su desenvolvimiento…

Quizá sea el afán de señalar lo injusto de las condiciones laborales y las injusticias en el sector (tanto las advertidas por sus colaboradores en Madrid como las que les comunicaban sus compañeros en otras capitales) lo que justifique que la mayor parte de los artículos aparezcan sin firma, salvo más adelante en artículos de carácter histórico y/o cultural (como por ejemplo en el número del 23 de abril de 1916, dedicado al Quijote). Aun así, en La cuna de un gigante. Historia de la Asociación General del Arte de Imprimir (Imprenta José Molina, 1925, ed. facsímil del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1984), Juan José Morato destacaba entre sus más prolíficos colaboradores al tipógrafo valenciano Francisco Núñez Tomás (1877-1945) y el corrector de pruebas sevillano Antonio Atienza de la Rosa (1867-1944), ambos vinculados luego, con cargos, a la Unión General de Trabajadores y al Partido Socialista Obrero Español, y que acabaron también ambos sus días exiliados en México.

Ya en el primer número de El Obrero Gráfico se describe la huelga generada en los talleres de la Sociedad Bilbaína de Artes Gráficas (cuyo gerente era el luego célebre Sebastián Amorrortu) como consecuencia de haber contratado a un tal tipógrafo Enrique Hornberger Jole, de quien se dice que su «conciencia debe de estar formada con lo peor de lo más malo de los obreros indignos»; tras haber llegado a un aparente acuerdo entre obreros y empresa para despedirlo, se generó un auténtico escándalo cuando se descubrió que a Hornberger «le tenían oculto en uno de los almacenes distribuyendo tipos y haciendo otras operaciones relativas a la tipografía».

Resulta indicativo —o acaso un poco sospechoso a tenor de los acontecimientos posteriores— la entusiasta acogida que la aparición de El Obrero Gráfico despertó en las páginas de El Socialista. Órgano central del partido obrero (es decir, del Partido Socialista Obrero Español), que por aquel entonces aún dirigía su fundador, y tipógrafo él mismo, Pablo Iglesias (1888-1925). Según una nota aparecida seis meses después de la aparición de El Obrero Gráfico, en el número del 7 de agosto de El Socialista:

Es, en suma, El Obrero Gráfico un excelente auxiliar de la organización de los obreros de la Imprenta y su campaña no puede menos de resultar útil para estos.

Lo que hace sobre todo recomendable a dicho periódico es la circunstancia de que en todos sus trabajos, aun cuando se refieren a asuntos peculiares de los distintos ramos de la Imprenta, campea una amplitud tal de miras que puede ser muy bien leídos por los obreros de todos los oficios y acomodadas sus conclusiones a las luchas que estos hayan de sostener con sus respectivos patronos, constituyendo en cierto modo un arsenal de enseñanzas verdaderamente precioso.

Por todo ello, recomendamos su lectura a los compañeros que quieran tener un buen periódico societario.

Eudald Canivell.

Hacía ya unos años, desde 1883, que venía publicándose otro boletín profesional, La Unión Tipográfica, creado por Toribio Reoyo (s. XIX-1918) y surgido a raíz de la creación de la Federación Tipográfica Española, uno de los pilares de lo que sería poco después la Unión General de Trabajadores (creada en 1888 y adscrita al PSOE). A su vez, la Societat Tipogràfica, creada en un congreso celebrado en Barcelona en 1879 y compuesta por obreros de tendencias políticas dispares (entre los que se contaban Josep Llunas i Pujals, Anselmo Lorenzo y Eudald Canivell), había sido con la socialista Asociación del Arte de Imprimir madrileña, el germen de la mencionada Federación Tipográfica Española, nacida en un congreso celebrado también en Barcelona a caballo entre septiembre y octubre de 1882.

Como consecuencia del resultado este último congreso, la Societat Tipogràfica sufrió el abandono de la mayoría —si no la totalidad— de sus militantes anarquistas, que crearon entonces una nueva organización de tipógrafos llamada Societat Solidària dels Obrers Impressors, entre cuyos primeros dirigentes figuraron el dramaturgo y primo hermano de Rafael Farga Antoni Pellicer i Paraire (1851-1916), Josep Llunas i Pujals, el tipógrafo de La Academia Lluis Gili Peladí, Eudald Canivell (1858-1928), Francisco Fo, A. Serra, el traductor Emilio Guanyabens o Guanyavents (1860-1941) y Pere Esteve (1866-1926).

En cuanto a El Obrero Gráfico, que hacía gala de su independencia con respecto a partidos y sindicatos, acabó por desaparecer en 1812, al parecer por problemas económicos. Y la Unión Tipográfica creada por Reoyo como órgano de la Federación Tipográfica Española publicó su último número también ya bien entrado el siglo XX, en septiembre de 1916. Sin embargo, a partir de enero del año siguiente aparecía de nuevo El Obrero Gráfico, si bien en esta ocasión con el subtítulo «Continuación de La Unión Tipográfica» y especificando que se trataba del «Órgano de la Federación Tipográfica Española», sección de la UGT que en 1918 cambió su nombre a Federación Gráfica Española. Se da la circunstancia, además, de que el ya mencionado Manuel Atienza de la Rosa, ese mismo año 1917, había dejado su puesto como ajustador jefe en El Heraldo de Madrid para pasar a formar parte de la redacción de El Socialista.

Así, pues, quizá haya por lo menos no dos, sino tres periódicos distintos con el nombre El Obrero Gráfico.

Fuentes:

El Obrero Gráfico, digitalizado en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

El Socialista, digitalización en la Fundación Pablo Iglesias.

Primer Manifiesto de la Federación Tipográfica (octubre de 1882), transcrito en La Alcarria Obrera, 22 de abril de 2008.

Eduardo Montagut, «El nacimiento de El Obrero Gráfico», Tercera Información, 10 de diciembre de 2018.

Manuel Redero Sanromán, Estudios de historia de la UGT, Universidad de Salamanca, 1992.

Andrés Saborit, Apuntes históricos. Pablo Iglesias, PSOE y UGT, Fundación Pablo Iglesias, 2009.

Francisco Sánchez Pérez, Protesta colectiva y cambio social en los umbrales del siglo XX. Madrid, 1914-1923, tesis doctoral presentada en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, leída el 14 de abril de 1994.

Luisa Sierra Cortés, «El Obrero Gráfico, 1926-1936», en Santiago Castillo y Luis E. Otero Carvajal, Prensa obrera en Madrid 1855-1936, Madrid, revista Alfoz- Comunidad de Madrid, 1987, pp. 647-664.

El enigmático editor Ramon Maynadé y Chile (tirando de un hilo)

De 1942 es una cuanto menos curiosa edición de un librito firmado por la escritora feminista y socialista inglesa Annie Besant (1847-1933), La sabiduría antigua, en versión española de Rafael Urbano, en cuyo pie editorial se indica: Editorial Maynadé, Barcelona-Editorial Ercilla, Santiago de Chile.

Es bastante escaso y confuso lo que se sabe acerca del fundador de esa editorial barcelonesa, más allá de una etapa bastante concreta comprendida entre las últimas décadas del siglo XIX y la guerra civil española, pero algún rastro dejó la relación entre esta firma y Santiago de Chile, y la mencionada edición deja algunos hilos de los que tirar. El traductor, el periodista madrileño Rafael Urbano (1870-1924), había publicado ya en 1903 una Historia del socialismo. Parte antigua: la conquista utópica, así como obras de títulos tan insólitos como El papel de fumar (1908), Manual del perfecto enfermo (ensayo de mejora) (1911) o, ambos en la Biblioteca del Más Allá, El Diablo. Su vida, su poder (1922) y el prólogo, biografía y glosario que acompaña la edición de Doctrinas y enseñanzas teosóficas, de la ocultista y teósofa rusa H.P. Blavatsky (1831-1891).

Sin embargo, más interesante resulta un pasaje de las memorias del médico Eduardo Alfonso Hernán (encarcelado al fin de la guerra por su pertenencia a la Sociedad Teosófica y posteriormente exiliado en América), Mis recuerdos: «Arnaldo Maynadé (otro exiliado catalán, hermano de la simpar y cultísima Josefina Maynadé y Mateos), que tenía una editorial en Santiago [de Chile] me publicó La Religión de la Naturaleza (año 1949 [en Ercilla])». Como es fácil suponer, tanto Arnaldo como Josefina son hijos del editor que aquí nos interesa, Ramon Maynadé Sallent, casado con Carmen Mateos Prat, aunque otro dato pertinente en este caso es la edición que del libro de Josefina La vida serena de Pitágoras se publicó en 1954. El pie editorial de esta última obra indica que el libro fue diseñado por el célebre Mauricio Amster (1907-1980) –que había llegado a Chile a bordo del legendario Winnipeg como consecuencia del resultado de la guerra civil española–, y publicado por los «Talleres Gráficos de Encuadernadora Hispano Suiza, Ltda., Santa Isabel 0174, Santiago de Chile». De la colaboración de Amster con la Hispano Suiza (que en los años cincuenta y sesenta trabajó mucho para la editorial Andrés Bello o Editorial Jurídica de Chile, así como para el Círculo Literario de Chile) es también testimonio más tardío el libro colectivo Gabriel Amunategui, memoria y homenaje, publicado por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales en 1961, por ejemplo, en cuya página de créditos se indica que «proyectó la edición Mauricio Amster».

Carmen Mateos.

No obstante, y pese a la experta intervención de Amster en muchos de los proyectos de la Hispano Suiza, lo cierto es que hay también testimonio de algún que otro enfado tremendo con los trabajos llevados a cabo en esos talleres, como es singularmente el caso del narrador e historiador dominicano Juan Bosch (1909-2001), quien al recibir los ejemplares justificativos de su Cuento de Navidad, escribía el 4 de febrero de 1957 al director editorial de Zig-Zag Ramón Zañartu:

A primera vista, la impresión que me produjo Cuento de Navidad no pudo ser peor. El proyectista de la impresión confundió ese libro con un estudio sobre el desarrollo de la minoría o con una tesis doctoral y escogió el tipo, la distribución de cuerpo y márgenes apropiados para trabajos de esa índole, no para un cuento infantil. Pero al proceder a la lectura la impresión se trasformó en desoladora: No hay derecho a hacer con mi cuento lo que ha hecho Zig-Zag, ni a ningún lector se le puede cobrar dinero por ofrecerle una edición plagada de errores tan graves que le hacen perder el sentido a lo escrito. Lo menos que yo esperaba de Zig-Zag es que tuviera un corrector de pruebas, no que se confiara al linotipista que compone el material.

A ello respondió como buenamente pudo Zañartu en carta del 22 del mismo mes, contando además con cierto pormenor, que es lo que aquí interesa, cómo se llevó a cabo el proceso de edición de la obra y señalando como principal responsable de las numerosas erratas detectadas por el autor a la «desastrosa» corrección de pruebas de la Hispano Suiza:

Su proyección y diagramación fue encomendada personalmente por mí a Mauricio Amster, que es el profesional más capacitado de nuestro país para esta clase de trabajos y que no solamente goza de reconocido prestigio en Chile sino que cuenta con él en el exterior.[…]

El libro fue primero acuciosamente corregido por el jefe de nuestra corrección de pruebas. Al decir nuestra corrección de pruebas me refiero a la de Zig-Zag, de la cual puedo

Mauricio Amster en 1937.

enorgullecerme porque es la mejor que existe en América y es reconocida como tal por todos los autores y editores, sin excepción alguna.

Lo lamentable del asunto es que como nuestra capacidad de impresión se encuentra muy reducida, tuvimos que hacer imprimir este libro en otra imprenta que trabaja especialmente para la empresa Ercilla.

Soy el primero en reconocer que sí tienen una corrección de pruebas desastrosa. Tal así, que no confiando en ella no solamente hago revisar los libros por nuestros correctores en galeradas, sino que también en pruebas de trozos y una vez compaginados.

Desgraciadamente, al parecer en este caso nuestras correcciones no fueron atendidas en debida forma ¿Serán las erratas tan graves como usted dice? Los talleres de la imprenta Hispano-Suiza se encuentran actualmente cerrados por vacaciones, pero se reabren el 1° de marzo próximo. Inmediatamente que esto suceda y reciba las indicaciones que usted me anuncia, haré revisar acuciosamente el original suyo con el libro impreso y cotejarlo con las notas que usted me envíe.

El doctor Eduardo Alfonso Hernán (1896-1991).

Es casi imposible y muy probablemente injusto intentar averiguar quién llevó a cabo esa corrección, pero en cambio sí conocemos algunos datos de uno de los empleados de esos talleres, el linotipista y corrector madrileño Homero García Ramos (1911-1979), quien antes de la guerra había trabajado para Espasa Calpe y era miembro de la Asociación General del Arte de Imprimir de la UGT (Unión General de Trabajadores), y que como consecuencia del resultado de la guerra se exilió a Francia y fue recluido en el campo de refugiados de Bram. Logró llegar a Chile en septiembre de 1939, también a bordo del Winnipeg, y empezó trabajando en la editorial Zig-Zag antes de hacerlo en la Hispano Suiza (donde se jubiló), al tiempo que era secretario de la sección del PSOE de Santiago de Chile hasta su muerte. En cualquier caso, resulta muy lógico que en una editorial como Ercilla, entre cuyos fundadores y directivos abundaban los peruanos miembros o afines a la APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) que se habían exiliado a Chile, encontraran buena acogida los exiliados republicanos españoles

En el año 2008 quien probablemente sea el primer gran estudioso de la historia editorial chilena, Bernardo Subercaseaux, ponía en una misma frase a Maynadé y estos talleres en un artículo publicado en la Revista Chilena de Literatura: «Maynadé, el editor barcelonés, se incorporó a Ercilla, retirándose más tarde para instalar con el suizo Hans Schwalm la imprenta Hispano-Suiza, en que se imprimían parte de los libros de la editorial [Ercilla]».

Logo de Editorial Ercilla.

Por otro lado, el teósofo valenciano Salvador Sendra –fallecido en Puerto Rico en 1991, pero que desde la editorial mexicana Orión había proporcionado trabajos bien remunerados a exiliados republicanos como Joquím Xirau o Luis Santullano– relató de la siguiente manera su reencuentro en Chile con el hijo del editor Ramón Maynadé, a quien atribuye además responsabilidades de gerencia en Ercilla ya en los años cuarenta:

A instancias del amigo Arnaldo Maynadé, hijo de don Ramón Maynadé y hermano de Pepita Maynadé –la culta escritora española–, todos viejos amigos de Barcelona, en 1940 acepté realizar un viaje por Latinoamérica por cuenta de una empresa de libros chilena de la cual mi amigo Arnaldo era gerente.

Y a todo ello aún pueden añadirse algunos datos más que llevan a cuestionarse qué papel desempeñaron padre e hijo Maynadé en la industria editorial chilena, a tenor de la investigación llevada a cabo por José Rodríguez Guerrero, quien anota en «La Alquimia en España durante el período modernista a través de sus libros»:

Su hermano [de Josefina Maynadé i Mateos] Arnaldo Maynadé i Mateos fue acusado de delito de masonería en 1944 por su pertenencia a la Logia Inmortalidad de Barcelona. Se exilió a Chile, donde llegó a ser Venerable Maestro en la Logia Iberia nº 51. Su expediente se conserva en: Salamanca, Archivo de la Guerra Civil Española, Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y del Comunismo, nº 10797.

Al mismo Arnaldo Maynadé lo describe Sebastián Jans (Gran Maestro de la Gran Logia de Chile) como «imprentero», además de como Venerable Maestro de la logia chilena Iberia 51. Así, pues, parece que habrá que seguir tirando de ese hilo para deslindar a los dos Maynadé y afinar su relación con Ercilla y con los talleres de la Hispano Suiza.

Fuentes:

Eduardo Alfonso y Hernán, Mis recuerdos, Madrid, Edición del Autor en Imprenta Europa (colección Sagitario), 1986

Rafael García Romero, «Juan Bosch: cartas escritas en el exilio», blog del autor, 10 de julio de 2014.

Sebastián Jans, «Presentación del libro Desde el silencio, verso a verso», blog personal de Sebastian Jans, 18 de julio de 2012.

José Rodríguez Guerrero, «La Alquimia en España durante el período modernista a través de sus libros», Azogue, núm 5 (2002-2007), pp. 181-223.

Salvador Sendra, Impacto de Krishnamurti. Respuestas de España, Portugal e Hispanoamérica, México, Orión, 1987.

Bernardo Subercaseaux, «Editoriales y círculos intelectuales en Chile, 1930-1950», Revista Chilena de Literatura, núm 72 (abril de 2008), pp. 221-233.

Elicio Muñoz Galache, de labores agrícolas a la impresión y edición de libros

Cuando en 1939 Elicio Muñoz Galache llegó a México procedente del campo de refugiados francés de Saint Cyprien, sus antecedentes difícilmente podían hacer pensar que se convertiría en un importante impresor. Nacido en Fuentelapeña (Zamora) en 1908, Elicio Muñoz se había desempeñado en diversas labores, pero todas ellas bastante alejadas del mundo de las letras: desde trabajos agrícolas en Tordesillas (Valladolid), hasta ayudante de panadero en la capital de la provincia, aunque al parecer había aprendido el oficio de impresor en el hospicio de Valladolid, antes de trasladarse a Barcelona en busca de mejor empleo.

Al poco tiempo de su llegada empezó a trabajar como prensista en una imprenta establecida por el SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles) situada en la calle Balderas –y que andado el tiempo se convertiría en las Gráficas Panamericanas–, donde también halló empleo su hermano Blas como cajista.

Firma de Elicio Muñoz.

Sin embargo, en cuanto puede, probablemente al filo de la década de 1940, Elicio Muñoz consigue establecerse por su cuenta, en una primera etapa para imprimir las cajas de los Laboratorios Zapata y algunas publicaciones de tipo científico, gracias a su relación con el naturalista de origen madrileño Ignacio Bolívar (1850-1944)  y su hijo el entomólogo Cándido Bolivar Pieltáin (1897-1976), vinculados ambos al Colegio de México y que en 1940 crearon la influyente revista Ciencia (que a partir de 1980 se convertiría en la publicación oficial de la Academia de Ciencias Mexicanas). No tarda tampoco Elicio Muñoz en empezar a imprimir para El Colegio de México y para el Departamento Literario del INBA (Instituto Nacional de Bellas Artes).

De esta imprenta, que como editora adopta progresivamente los nombres de Imprenta Muñoz, Editorial Muñoz y Editorial Galache, sale por ejemplo en 1953 la compilación de poemas aparecidos en el suplemento de la revista Nueva Polonia compilados por el poeta cordobés Juan Rejano (1903-1976), con pie de Imprenta E. Muñoz Galache. Y del año siguiente es la traducción de la exdiputada por Badajoz y cofundadora de la Unión de Mujeres Antifascistas Margarita Nelken (1894-1968) de la obra de F. Berence Leonardo da Vinci, obrero de la inteligencia, que se publica con pie de Imprenta Muñoz Galache.

Poco posterior es la aparición en los mismos talleres de Un pueblo y dos agonías, cuyo autor, el intelectual de origen asturiano formado en Cuba Luis Amado Blanco (1903-1975), ante las dificultades para publicar este libro en la Cuba de Batista, decidió costeárselo en México y apareció en 1955 en la colección Novelas Atlante de la editorial de Juan Grijalbo (1911-2002). Con una cubierta diseñada por Juan Madrid y creada por Blas Muñoz Galache, el libro se acompañaba de una ilustración de Raúl Martínez.

Entre otros trabajos interesantes de la imprenta Muñoz para la Atlante de Grijalbo se cuenta también una novela de la madrileña Luisa Carnés (1905-1964), Juan Caballero (1956), y de ese mismo año —salvo error— es la publicación del primer libro firmado por el propio Elicio Muñoz, Fuente Abeja: Estampas castellanas, cuya edición en las mismas Novelas Atlante contiene un prólogo de Lusia Carnés (además de ilustraciones de la luego famosa artista mexicana de origen salmantino María Luisa Martín, que firma ya en este caso como Mary Martin).

Inicio de Fuente Abeja, con grabados de la santanderina exiliada en México María Luisa Martín.

Otra editorial importante y prestigiosa para la que trabajó Elicio Muñoz fue el Fondo de Cultura Económica, y muy en particular la colección literaria Tezontle, a cuyo cargo estaba el madrileño Joaquín Díez Canedo (1917-1999). En 1961 se publicó en esa colección el segundo libro de Muñoz, Muros y sombras.

En los años sesenta, aparecen con pie de la Imprenta de la editorial Galache algunos libros también notables por motivos diversos, como De Juan a J. Guadalupe Posada: Esquema de cuatro siglos de grabado en relieve mexicano (1973), de Francisco Díaz de León, para la Academia de Arte, o una Antología de poesía surrealista latinoamericana (1974) de Stefan Baciu para Joaquín Mortiz, la editorial creada por Díez Canedo a su salida del Fondo de Cultura Económica.

Un dato poco recordado acerca de esta imprenta y editorial es que en ella, en sus primeros años, se formó el pintor y diseñador gráfico nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) Miguel Prieto (1907-1956), que también se había visto confinado en el campo de Saint Cyprien, y todo parece indicar que esta primera experiencia profesional dejó su huella. Según contaba el también diseñador Vicente Rojo:

Las ediciones del INBA se imprimían en la imprenta Muñoz, que contaba con los tipos que a Prieto le gustaba utilizar, los clásicos Garamond, Baskerville, Bodoni, Caslon y el estilizado Empire, único tipo moderno que él usaba como contrapunto en sus hermosas composiciones tipográficas.

En su progresiva ampliación y crecimiento empresarial, Elicio Muñoz creó también una librería particularmente centrada en el fondo más que en las novedades, acerca de la que el editor mexicano Alfredo Herrera Patiño recordaba en 2006:

Recuerdo ahora la librería Barma, muy cerca de mis correrías de niño y adolescente. Refugiado español su dueño, tenía el gusto por el buen surtido y los libros poco comerciales. Descubrí en ella a León Felipe, editado entonces por Finisterre, a Gabriel Zaid, a Cortázar, a Octavio Paz, y claro, a Stendhal, a Hesse, a Manuel Alvar y la poesía sefardí, a Juan Valera, a Casona, a García Morente, al buen Kant, a Sartre, a tantos y tantos, y tantas y tantas editoriales, de la Porrúa a Latitudes, de Carlos Isla: las traducciones que hizo Paz de Mallarmé, Zaid de Vidyapati, las Cosillas para el nacimiento de Pellicer, La Sangre de Medusa de Pacheco, en fin. Recuerdo, en vitrina, Poemas en el regazo de la muerte de Isabel Fraire… Una gran librería, perfecta para ese lector en ciernes que era yo… Tardó en desaparecer, pero lo hizo hará unos seis años, y me pareció una pena enorme.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2016.

Lydia Elizalde Valdés, «Intención gráfica en Vicente Rojo», Escritos. Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje, núm 32 (junio-diciembre de 2005), pp. 79-94.

Martí Soler, «Miguel Prieto, entre impresores y tipógrafos», en James Valdender et al., Los Refugiados Españoles y La Cultura Mexicana: Actas de las segundas jornadas celebradas en El Colegio De México en noviembre de 1996. El Colegio de México, 1999, pp. 255-266.

Alfredo Herrera Patiño, «Precio único», Erratas eminentes, 18 de marzo de 2006.

Vicente Rojo, «Primeros diseños», en Centro Virtual Cervantes.

Colofón de Libertad bajo palabra, editada al cuidado del autor y Marti Soler e impresa en los talleres gráficos de Editorial Muñoz.

Algunos testimonios sobre el traductor y editor Salvador Marsal i Picas

La trayectoria profesional del escritor, traductor literario, corrector y editor Salvador Marsal i Picas (1906-1972) es un muy buen ejemplo de cómo y hasta qué punto el resultado de la guerra civil española dio un giro irrevocable a algunas vocaciones intelectuales que nunca sabremos lo que hubieran podido dar de sí.

Ya en los años veinte había participado en prensa, por ejemplo en Joventut Catalana, donde coincidió entre otros con Josep Maria Massip Izàbal (1904-1973), fundador del Ateneu El Centaure y célebre como autor del histórico discurso del presidente de la Generalitat Lluis Companys del 6 de octubre de 1934, el perito químico y escritor Ramon Planes Izàbal (1905-1989) o al maestro impresor Joan Puig Mestre, creador de La Puntual.

Y es muy probable que en aquella época hiciera sus primeras incursiones en la poesía, que ha dejado poco rastro pero hay constancia de que el músico Manuel Torrens Girona (1889-1966) puso música a alguno de sus poemas.

A principios de los años treinta era un activísimo periodista cuya firma –en ocasiones con las iniciales S.M.– aparecía al pie de los textos más diversos en algunas de las cabeceras más prestigiosas, interesantes o curiosas de la época. Su hija, la filóloga, traductora y escritora Maria Lluisa Marsal i Álvarez (1937-2017) los enumeró así:

La calidad literaria de un amplio sector de la prensa catalana de antes de la guerra era realmente representativa del espíritu vanguardista y abierto a las corrientes de la cultura y al progreso de toda una generación de jóvenes intelectuales.

En Oc, publicado en Occitania, y en La Vanguardia,  Salvador Marsal también se ocupa de las páginas de cine y teatro, colabora en Mirador, publica artículos en las revistas Catalans! e Indústria Catalana, forma parte del equipo de redacción del Full Oficial, La Humanitat, Diari Mercantil y Última Hora.

Lluis Palazón, otro de los colaboradores más fieles de Josep Janés en la posguerra.

Sin duda, alguno de estos nombres pueden resultar engañosos. Por ejemplo, en el Diari Mercantil, pese a sus etapas previas, Marsal empieza a trabajar en una época en la que acababa de entrar como director quien llegaría ser importante editor de libros, Josep Janés i Olivé (1913-1959), a quien lo que interesaba sobre todo de esa publicación eran las páginas de cultura y acerca de cuya muy activa redacción (por la que rondaban también Enric Cluselles, Joan Teixidor, Lluis Palazón o Pere Calders) dejó unas declaraciones muy ilustrativas el también célebre grafómano Avel·lí Artís Gener (1912-2000):

Janés había hecho una redacción sólo de amigos que tuvieran ganas de escribir y, claro, Janés confiaba mucho en ellos. Éramos amigos desde hacía muchos años y entonces entró en acción Ángel Estivill […] Después, de corrector tuvimos a un muchacho que se llamaba Salvador Marsal i Picas; después tuvimos a Joan Sales, el de Incerta Glòria… Bueno, éramos unos cuantos, todos muy buenos amigos, de una edad similar. Éramos muy amigos e hicimos una redacción con muy buen ambiente.

El retrato se completa con la evocación de Maria Lluïsa Marsal, que tal vez se equivoque (por la coincidencia de ubicación) al atribuirlo a la de Última hora:

Marsal explicaba que en la redacción de Última hora [¿Diari Mercantil?] había una gran mesa fraternalmente compartida, un único teléfono, ningún taquígrafo, una o dos máquinas de escribir, una para el director y otra colectiva. Pero el linotipista no tenía inconveniente en descifrar la caligrafía de todos sus compañeros. Ya estaba acostumbrado a ello. Y este lionotipista era Joan Sales. Y comentaba que en ningún lugar había encontrado el buen humor, la fraternidad que encontró en aquel cubículo de paredes de madera de la calle Tallers.

Joan Sales (1912-1983).

Vale la pena anotar que siempre se ha dicho que quien llegaría a ser el genial editor Joan Sales aprendió a usar la linotipia y la imprenta durante su exilio en México, pero tanto  Lluís Solà i Dachs (en Història dels diaris en català, Barcelona 1879-1976) como Pere Calders, sitúan a Sales desempeñando la primera de estas funciones tanto en el Diari Mercantil como en el siguiente proyecto de Janés. Era este proyecto janesiano Avui. Diari de Catalunya (1933), pero para entonces Marsal ya andaba metido en otras batallas. Sin embargo, en el caso de la redacción de Última hora, Víctor Alba cuenta que sólo disponían de dos teléfonos (uno para la directora y el otro a compartir) e hizo un recuento de la pléyade que allí se reunía a escribir al ritmo de la rotativa:

Yo entré en Última Hora  un poco de rebote. Me encargaba de la sección  de internacional y me pagaban 150 pesetas al mes. Recuerdo que se imprimía en la calle Tallers, en los bajos de un edificio, donde estaba instalada la rotativa. La redacción era reducida: Josep Escuder se ocupaba de la realización técnica, porque no estaba al corriente de lo que pasaba aquí, e Irene Polo dirigía el periódico desde el punto de vista informativo; Aymaní Serra y Rafael González integraban la sección de local; Salvador Marsal era el redactor de política española; Josep Maria Lladó, el de política catalana; Sempronio era el responsable de la sección de cultura, y Meléndez coordinaba la información deportiva. Después estaban el uruguayo José Arteche, el dibujante, i [Agustí] Centelles, el fotógrafo.

Josep Janés i Olivé (1913-1959).

En 1933 Marsal andaba muy implicado en la Agrupació Professsional de Periodistes (UGT), de cuya ejecutiva se convirtió en secretario en octubre de ese año. Sin embargo, es posible que también por entonces escribiera obra de creación, de la que ha quedado poco rastro.

El alzamiento franquista y sus consecuencias inmediatas dispersó a todos estos grupos intercomunicados, y después de la guerra muy raramente se reagruparon algunos de ellos. Aun así, después de pasar un tiempo no breve en campos de concentración más allá de los Pirineos, Salvador Marsal se reencontró en Barcelona con Janés, y fue uno de sus más estrechos colaboradores cuando instaló una minúscula editorial en su casa de la calle Muntaner. Ramon Planas describe del siguiente modo el «despacho» de Marsal:

El lugar de trabajo de nuestro amigo era una pequeña habitación, entrando en el piso a mano izquierda, y ahí tenía el despacho, que, en realidad, podría haber sido el de la telefonista o cualquier otro empleado secundario. Era una habitación pequeña, donde apenas cabía él, con una mesita (tres o cuatro diccionarios, pliegos de papel) y una silla a cada lado.

Traductor para las diversas editoriales que creó desde 1941 Janés, Marsal firmó como José A. de Larrinaga las Memorias de un hombre ingenuo (1945) de Averchenko, y  Dios no duerme (1956), de Suzzanne Chantal, así como algunas obras de Wodehouse,  pero más interesantes son algunas que firmó con su nombre, como la del exitazo de la época Cuerpos y almas (1946), de Maxene Van der Meersch (que aún en 2008 reeditaba el sello del grupo Planeta Backlist) o el Dostoievski (en El Manantial que no cesa, en 1950), de André Gide.

Sin embargo, su principal y muy apreciado trabajo al lado de Josep Janés fue sobre todo de corrección y edición de las muchísimas traducciones que publicaba Janés. Además, se ocupaba de seleccionar y hacer pruebas a los nuevos traductores, trabajo acerca del cual el 20 de mayo de 1972 publicó un espléndido artículo titulado «Jo voldria fer traduccions» [Yo quisiera hacer traducciones ] en El Eco de Sitges.

Victor Alba (Pere Pagès i Elies, 1916-2003).

También participaba ni que fuera indirectamente en los premios convocados por Janés, y gracias a una afortunada casualidad inició su carrera literaria Fernando González Ledesma (1927-2015), según cuenta el propio novelista: «Dos años antes lo había ganado Carmen Laforet, y yo pensaba que en mi obra estaba el mismo aire de la ciudad, así como los sentimientos eternos del húngaro Lajos Zilahy, que consideraba mi maestro». Fue el catálogo de Janés lo que le animó a visitar a Salvador Marsal (a quien conocía vagamente), quien le hizo un informe desfavorable de su novela, así que González Ledesma intentó retirarla del premio. Pero según cuenta, le respondió Marsal: «De todos modos, mejor que espere, ahora la está leyendo otro, a quien le gusta más». Todo hacer pensar que se refería a Fernando Gutiérrez, y el caso es que finalmente Sombras viejas fue premiada en 1948 con el Premio Internacional de Novela. Que la novela quedara arrinconada y que no se publicara hasta 205 (en traducción al francés de Jean-Jacques Fleury en L’Atalante) ya fue cosa de la censura; es decir, consecuencia también del resultado de la guerra civil.

Una vez muerto Janés, Salvador Marsal se integró en Plaza & Janés, donde trabajó a las órdenes de Mario Lacruz, y a la intervención de Marsal atribuye Victor Alba que él pudiera empezar a publicar sus libros en esta editorial.

Fuentes:

Francisco González Ledesma, Historia de mis calles, Barcelona, Planeta (Autores Españoles e Iberoamericanos), 1999, pp. 177-178, 230 y 303.

Jacqueline Hurtley, Josep Janés. El combat per la cultura, Barcelona, Curial (Biblioteca de Cultura catalana 60), 1986.

Joan Oliver-Pere Calders, conversación transcrita por Xavier Febrés, con fotografías de Pilar Aymeric, Barcelona, Ayuntamiento de Barcelona-Laia (Diàlegs a Barcelona, 2), 1984.

Salvador Marsal, «Sucedió hace diez años… José Janés y Olivé», La Vanguardia Española, 11 de marzo de 1969, recogido en Recull d´escrits. Trajectòria literaria, Sitges, Grup d´Estudis Sitgeans (Estudis Sitgeans 15), 1986, pp. 66-70

Víctor Alba, Sísif i el seu temps II. Costa amunt, Barcelona, Laertes, 1990,

Víctor Alba, Sísif i el seu temps II. Costa avall, Barcelona, Laertes, 1990,

Tea Lautrec y el grafismo psiscodélico

Mediada la década de 1960, empezó a gestarse en el ámbito de las artes gráficas una cierta agitación que acabaría por concretarse en el diseño psicodélico, con representantes muy exitosos e importantes en Gran Bretaña, como es el caso del equipo Hypgnosis (formado inicialmente por Storm Thorgeson y Aubrey Powell, que en 1968 se daba a conocer con la carátula del disco de Pink Floyd A saucerful of secrets), Karl Feris (a quien se tiene por creador de la «fotografía psicodélica» y diseñador de las mejores carátulas para Jimi Hendrix) o  Roger Dean (colaborador habitual de Yes y diseñador de su logo, y del de Virgin), pero sin duda el movimiento tuvo su epicentro en Estados Unidos, más en concreto en San Francisco y muy específicamente en el carismático distrito de Haight Ashbury, cuna del hipismo y donde tuvieron su base desde bandas como Grateful Dead, los Big Brother and the Holding Company de Janis Joplin o los Jefferson Airplane, hasta negocios dedicados más o menos abiertamente a las drogas como Ron and Jay Telin´s Psychedelic Shop o The Blue Unicorn, pasando por agrupaciones tan singulares como la compañía de activismo teatral anarquista Diggers de Emmet Grogan y Peter Coyote.

Carátula de A Sarcerful of Secrets, de Hypgnosis.

Tal vez sólo en un lugar y un momento como ese podían surgir una serie de ilustradores y diseñadores que a partir de la experimentación dieran un vuelco a la imagen sobre todo de los diseños vinculados con la música, pero también, por contagio, a las cubiertas de libros (en particular en ámbitos como la ciencia ficción), y que llegarían a ser conocidos como los Big Five: el californiano Rick Griffin (1944-1991), el dibujante de Maine Alton Kelley (1940-2008), el estadounidense nacido en Oleiros (Galicia) Victor Moscoso (n. 1936), que en 1959 se había trasladado de Nueva York a San Francisco, y los también californianos Stanley Mouse (Stanley Miller, n. 1940), formado sin embargo en Detroit, y Wes Wilson (Robert Wesley, n. 1937), que en 1969 crearían en Petaluma una agencia de distribución, Berkeley Bonaparte.

Casi simultáneamente, en 1966 Rick Griffin (que en 1961 se había estrenado con la serie  «Murphy»para la revista de cómics Surfin), exponía por primera vez su obra inspirada en las culturas nativoamericanas en el festival psicodélico de Jook Savage, Moscoso sorprendía con el empleo de collages y colores fosforescentes en los pósters para la compañía  Family Dog y Wes Wilson creaba la muy conocida fuente psychedelic que hace que parezca que las letras se «mueven» y se «mezclan».

Fuente creada por Wes Wilson.

Los prerrafaelitas, el art nouveau y el simbolismo (Klimt, Moreau, Rédon), el surrealismo y las culturas indígenas americanas son sólo algunas de las influencias más evidentes del diseño psicodélico, con su interés por llenar el espacio, la idea de movimiento, la recreación onírica, los diseños llamativos y el objetivo de alterar la percepción habitual y rutinaria de las imágenes, invitando al espectador a ensimismarse en la lectura para poder descodificiar el mensaje. En este último sentido, son también palmarias las relaciones con el Op art y su interés por las ilusiones ópticas.

Póster de Wes Wilson característico de su empleo de la tipografía y su disposición.

Vinculados muchos de los Big Five a fanzines y publicaciones periódicas underground, todos ellos lograron captar la atención a través de la difusión de su obra mediante pósters, en cuyo éxito también tuvieron mucho que ver tanto algunos empresarios artísticos (y particularmente el promotor Bill Graham, mánager de la San Francisco Mime Troupe) como algunas empresas de artes gráficas legendarias, como Cal Litho, Bindweed Press, West Coast Litho y Tea Lautrec Litho.

Ilustración de Moscoso para el cómic para adultos Zap.

Bindweed, por ejemplo, ya desde 1962 había publicado, además de pósters, libros a algunos artistas singulares como George Hitchcock (1850-1913) (Poems and prints, 1962, y Tactics of survival and other poems, 1964) o el cineasta y escritor John William Corrington  (1932-1988) (Mr. Clean and other poems, 1964), guionista más adelante del peculiar film Boxcar Bertha (1972), de Martin Scorsesse, y de algunas series televisivas célebres, como es el caso de Hospital General (desde 1963).

Póster de Stanley Mouse publicado por Bindweed en 1966 anunciando un concierto de Joan Baez, Mimi Farina, Grateful Dead y Quicksilver Messenger Service, entre otros. Litografía a color.

Tea Lautrec la creó el maestro impresor Levon Mosgofian (1913-1994), que se había iniciado en 1925 en Los Ángeles, pero como consecuencia del crack de 1929 se desplazó a San Francisco y trabajó allí primero en la administración y posteriormente en Neal, Statford & Kerr, una imprenta conocida por su calidad en la impresión pero que hasta entonces desdeñaba la litografía. Mosgofian se ocupó de cambiar esta situación, y vio abrirse una puerta cuando a través de su compañero de trabajo Joseph Butchwald (1917-2012), cuyo hijo Marty Balin acababa de fundar el grupo de rock Jefferson Airplane, entró en contacto con el ya mencionado Bill Graham, que le proveyó de tal cantidad de trabajo que decidió crear una sección específica dedicada a pósters de rock. La presencia de melenudos no siempre bien aseados creaba ciertas dificultades a la empresa, así que no tardó en crearse aparte una «Toulouse Lautrec Posters, a división of Neal, Statford & Kerr», que cuando a finales de 1967 la empresa matriz cerró se abrevió a Tea Lautrec (es muy dudoso que sea casualidad que tea sea uno de los términos con los que se designaba la marihuana).

Póster de Wes Wilson para un concierto en el Fillmore de la Paul Bitterfield Blues Band y The Quicksilver Messenger Service.

Bill Graham fue el puente entre una serie de artistas experimentales y Mosgofian, sobre todo a través de los encargos para los famosos conciertos en el Fillmore Auditorium desde el momento que se asoció con Chet Helms and Family Dogs, cuya primera sesentena de pósters diseñó Wes Wilson. La intensa actividad musical desarrollada durante esos años en San Francisco por estos promotores, que gestionaban también el Avalon Ballroom y Winterland, hizo que las jornadas en Tea Lautrec, siempre con prisas, generaran más de doscientos pósters de grupos representativos del momento, como Jefferson Airplane, The Sparrow (luego rebautizados Steppenwolf), Grateful Dead, y ya en los setenta grupos británicos como los Stones, Pink Floyd o Paul McCartney. Y no sólo se distinguían cada uno de ellos por los diseños, también el papel marca diferencias y los destinados al Avalon, por ejemplo, en los primeros años se imprimían sobre papel vitela, que resulta más caro y absorbe más tinta pero permite, al ser liso y sin grano, una reproducción más detallada de las líneas finas. Rick Griffin empezó diseñando los pósters anunciando las actuaciones en el Avalon de los Charlatans, considerados a menudo la primera banda de acid rock.

Póster de Griffin para un concierto de Jimi Hendrix y John Mayall.

Como continuidad a este trabajo, sin dejar de colaborar con la prensa underground, varios de los Big Five ampliaron su trabajo al diseño de carátulas de discos, y Moscoso tiene una notable producción en este campo para Steve Miller (Children of the future, 1968), Colours (Atmosphere, 1969), Manfred Mann (The Mighty Quinn, 1968), Steve Cooper (With a Little help of my friends, 1969) o incluso para un músico inesperado en este contexto como es el jazzman Herbie Hancock (Head hunters, 1973).

Cubierta de Aoxomoxoa, de Grateful Dead, a partir de un póster de Griffin.

Pese a que Griffin ilustraba con regularidad para el San Francisco Oracle, entre cuyos colaboradores se encontraba la plana mayor de la beat generation y algunos adláteres (William Burroughs, Gary Snyder, Allen Ginsberg, Alan Watts, etc.), fueron los diseñadores británicos quienes mayor relación establecieron con la industria editora de libros, y en particular en el ya mencionado caso de Hypgnosis, que además de diseñar algunas de las cubiertas más recordadas de Pink Floyd hicieron trabajos también para algunos libros importantes (como, por ejemplo, la primera edición de la novela cómica de ciencia ficción La guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams, en 1979).

Una de las dos Miehle 292 para imprimir a color de que disponía Tea Lautrec.

Fuentes:

Web del Fine Arts Museum de San Francsico.

Alex Bigman, «Tripping out: the history of psychedelic design», 99 Designs, 2015.

Póster creado a cuatro manos por Griffin y Moscoso para una serie de conciertos de la Jimi Hendrix Experience, Buddy Miles Express y Dino Valenti (cantante conocido también como Chet Powers como cantante de Quicksilver Messenger Service).

Robert John Dickins, The birth of psychedelic literature. Drug writing and the rise of LSD therapy, 1954-1964, tesis de master en Filosofía en la Universidad de Exeter, septiembre de 2012.

Mario Maffi, La cultura undergroud. Vol II: La producción artística underground, traducción de Joaquín Jordá, Barcelona, Anagrama (Ediciones de Bolsillo. Opinión e Informe 417), 1975.

Ben Marks, «Was Levon Mosgofian of Tea Lautrec Litho the most psychedelic printer in rock», Collectors Weekly, 22 de septiembre de 2014.

Sarah Shelburn, «Psychedelic Concert Posters», Swan, 12 de mayo de 2017.

El taller parisino de Lluís Jou, arquitecto del libro

Parece haber un acuerdo más o menos unánime en señalar la etapa comprendida entre el fin de la primera guerra mundial y el inicio de la segunda como la más brillante de Lluís Jou (1882-1968), a quien André Suarès (1868-1948) caracterizó ya para siempre en Plaisir de Bibliophile (1925) como uno de los mejores «arquitectos de libros», buen conocedor de las tintas y papeles, excelente xilógrafo y habilidoso tipógrafo. No hay quien no le reconozca a Jou su habilidad, buen gusto y savoir faire en casi todos los procesos implicados en la creación de un libro bello.

Lluís Jou.

Para entonces, bajo la orientación inicial de Eudald Canivell y posteriormente por su cuenta y riesgo en París, Jou había atesorado ya una más que notable experiencia en las más diversas disciplinas artísticas vinculadas al libro, pero con el fin de la guerra le llegaron algunos golpes de suerte. No es el menor haberse convertido en el artífice del primer libro de gran lujo publicado en la prestigiosa Nouvelle Revue Française (Le retour de l´enfant prodigue, de André Gide, en 1919), en un momento en que Gallimard aprovechaba las nuevas condiciones del fin de la guerra para poner los cimientos de sus grandes éxitos en el siglo XX, y que puede interpretarse como un antecedente de la asombrosa colección Una oeuvre, un portrait, creada más por iniciativa del comité de lectura que del propio Gaston Gallimard (1881-1975) y cuya política y objetivos ha resumido Pierre Assouline:

Una colección de semilujo de la que cada tirada –con una media de 800 ejemplares– es casi totalmente vendida con antelación mediante suscripción a una clientela de bibliófilos. De vez en cuando se publica un libro de autor reconocido –Gide, Claudel, Rivière o Valéry–, pero lo más frecuente es que aparezcan en la colección obras de debutantes que hacen en ella sus primeras armas. Dada la especificidad de la colección –tirada, precio… – el riesgo corrido por Gallimard es limitado. Pero esta maniobra le permite publicar los primeros textos de autores jóvenes con menores gastos, así como hacerles firmar un contrato y comprometerles para futuros libros; si prometen, aparecerán en las colecciones «normales».

Autorretrato de Lluís Jou (izquierda) junto a Anatole France.

Al igual que luego muchas de las ediciones de esta colección, los quinientos ejemplares numerados de Le retour de l´enfant prodigue se imprime sobre papel de Arches, con xilografías a una tinta de Jou. Pero mayor suerte todavía para Jou fue recibir como herencia de una admiradora cien mil francos, que le permitieron poner en funcionamiento un taller propio en el número 13 de la calle du Viex Colombier, aunque las ediciones que salen en 1926 de Cartes persanes, de Montesquieu, y Petit recuil de paroles de circonstance, de Paul Valery, ambas para los Bibliophiles du Palais, así como L’île des Pingouins, de Anatole France, son anteriores a la puesta en marcha del taller. Acerca de este período comprendido entre 1925 y 1940 escribe Jordi Estruga:

La selección de los autores fue muy cuidadosa: Anatole France, Paul Valéry, La Fontaine, Montesquieu, Montaigne, entre otros. En general, todas las ediciones de esta etapa muestran un gran ingenio de planteamiento tipográfico y de recursos artísticos: dibujos, grabados, ornamentos, capitulares, viñetas, culs de lampe, colofones, etc. Las alabanzas a esta parte de su obra, procedentes de reputados intelectuales, son constantes.

Portada al boj a dos tintas de Turmell del boc en flames (1921).

Y a los nombres mencionados podrían añadirse los de Shakespeare, Baudelaire, Bocaccio, Marimée o Perrault. Sin embargo, hay dos libros con una peculiaridad un poco sorprendente: el hecho de haber sido publicados fuera de Francia: El primero, ya antes de crear taller propio, fue la cubierta xilográfica de Turmell i el boc en flames, de Joan Pérez Jorba (1878-1928), crítico literario que había recalado en París como consecuencia de su vinculación con el anarquismo y que fue muy activo como puente entre las vanguardias francesa y catalana (en particular en el caso de Miró). Por aquellas fechas Pérez Jorba había visto fracasar la revista L´Instant. Revue franco-catalane d’art et littérature (1819-1919), en la que colaboraron Josep Carner, Carles Riba y Josep M. Junoy junto a Louis Aragon, Blaise Cendrars, Philippe Soupault o Tristan Tzara y la ilustraron nombres del calibre de  Josep Obiols, Pablo Picasso o Torres-García. Turmell i el boc en flames fue impreso en en 1921 en la barcelonesa Imprenta J. Horta.

Edición facsímil del segundo número de L´Instant parisina (no confundir con la revista homónima de los años treinta).

Quizá mayor interés incluso tiene una edición de Recuerdos de provincia, de Domingo F. Sarmiento, publicado en Buenos Aires por quien acaso sea el primer editor de Julio Cortázar (si bien con el seudónimo Julio Denis), Domingo Viau (1884-1964), en colaboración con Alejandro Zona. El libro de Sarmiento es uno de los 68 que Viau y Zona publicaron en el breve período comprendido entre 1927 y 1937, concretamente en 1929, en que aparece también, por ejemplo, una edición de La gloria de Don Ramiro, de Enrique Larreta, profusamente ilustrado a dos tintas y con capitulares de Alejandro Sirio (Nicanor Balbino Álvarez Díaz, 1890-1953), con una parte de la tirada impreso sobre papel Japón nacarado y la otra parte sobre Vélin de Rives por la imprenta parisina Frazier-Soye.

En el caso de Recuerdos de provincia, Jou dibujó un retrato a color en el frontispicio, además de elementos ornamentales en xilografía (viñetas, capitulares, culs de lampe, filetes, etc.) a lo largo de sus 334 páginas. Se tiraron en este caso 255 ejemplares, treinta de ellos sobre papel Japón y el resto en Montval filigranado V-Z Bibliófilo, lo que establece el vínculo con la librería homónima creada por Viau y Zona, si bien entre 1937 y 1945 Domingo Viau publicaría diecinueve títulos con ese pie (El Bibliófilo). El libro se imprimió en los Talleres Ducros y Colas, también de París, por lo que cabe deducir que Viau los recibía en Buenos Aires completamente acabados.

Durante esos quince años que van de 1925 a 1940, Lluís Jou trabaja en su propio taller, en el que llegó a contar con siete empleados, tanto haciendo obras por encargo de clientes como la Académie des Psychologues du Goût, Bibliophiles du Palais, Les Editions d’Art Devambez, Médecins Bibliophiles o la Societé des Bibliophiles de Provence como publicando sus propias ediciones como «Les Livres de Louis Jou» y sus plaquettes como, simplemente, «Louis Jou».

A la vista del catálogo de obras de Lluís Jou, en un momento en que incluso durante la guerra civil española consigue papel suficiente de su proveedor por entonces (la barcelonesa Guarro) para llevar adelante tres robustos volúmenes de los Essais de Montaige (1934, 1935 y 1936), o llega a publicar hasta tres libros en 1938 y 1939, es muy llamativo el hiato en su producción entre 1939 y 1943. El estallido de la segunda guerra mundial, y la consecuente movilización general, hizo que se quedara sin empleados, lo que le empujó a trasladarse en marzo de 1940 a Baux en Provence, donde pasaría el resto de su vida en una relativo aislamiento, si bien dando aún algún libro extraordinario, como es el caso de su Quijote en cuatro volúmenes (1948-1950) o los tres con las obras de Rabelais (1951-1952) para el galerista Gerald Cramer (1917-1991), que en 1942 se había convertido en Ginebra en uno de los principales editores de arte.

La preparación del primero de estos dos libros, traducido por Francis de Mionandre (François Félicien Durand, 1880-1959), le llevó a viajar por los escenarios de la novela cervantina durante dos meses en busca de inspiración, aun cuando se da la casualidad de que la primera obra que compuso Lluis Jou durante su aprendizaje en la imprenta Tasso había sido un Quijote.

Fuentes:

Anónimo, «Louis Jou, le typographe inventeur», Apostilles Éditions Plein Chant.

Pierre Assouline, Gaston Gallimard. Medio siglo de edición francesa, prólogo de Rafael Conte, traducción de Anna Montero Bosch, València, Edicions Alfons el Magnànim, 1987.

Jordi Estruga, Tres arquitectes del llibre. Lluís Jou, Jaume Pla, Miquel Plana, prólogo de Manuel Ribas Piera y textos de Pilar Vélez y Josep M. Pujol, Cardona, Ziggurat Editors, 2004 (libro en rama compuesto en tipo Pradell, creado por el diseñador Andreu Bailus, e impreso en la Imprenta Aubert de San Joan de las Fonts en una tirada de 333 ejemplares numerados).

Germán García Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero & Ramos, 2008.

José Ramón Penela, «Lluís Jou, arquitecto del libro», UnosTiposDuros, 1 de mayo de 2015.

Max Velarde, El editor Domingo Viu y otros escritos, Alberto Casares Editor, Buenos Aires, 1998.