La Colección Penélope y los antecedentes de la editorial Planeta

En el año 1949 aparecía en la por entonces recién creada Editorial Planeta una novela de Margaret Simpson titulada Demasiado tarde…, que se anunciaba como primer número de una flamante Colección Penélope. La traducción de este libro se atribuía a Matias Tieck, que no parece que firmara ninguna otra traducción, se imprimió en las barcelonesas Gráficas Londres y se encuadernó en tapa dura con una sobrecubierta ilustrada (con no mucho acierto en cuanto a la legibilidad del nombre de la autora). Unos cuantos años más tarde, en 1956, ese mismo libro aparecería en otra colección de Planeta, Goliat, y aún se reeditaría en la misma editorial en 1967. También la segunda novela de Margaret Simpson en Penélope se publicó ese año 1949, Ana Isabel, en este caso traducida por Victor Scholz, que fue un prolífico traductor de novela romántica decimonónica que el año anterior había visto salir en Ediciones Reguera su versión de El Nabab, de Alphonse Daudet, y que más tarde traduciría a Thomas Mann, Lewis Sinclair y Boris Pasternak, entre otros, lo que le acreditaría (si traducía de las lenguas originales) como un sorprendente políglota.

Ese mismo año 1949 se añadirían a la Colección Penélope nuevos títulos ‒ninguno de ellos muy a menudo recordados a día de hoy‒, todos ellos impresos en la mencionadas Gráficas Londres. Es el caso por ejemplo de Esta es mi cosecha, una novela firmada por un también incógnito Lee Atkins, y en este caso traducida por Mary Rowe (conocida en esos años como traductora de Tres soldados, de John Dos Passos, para José Janés, más que por algunas novelas propias que había publicado en las editoriales Betis, Molino y Clíper).

De Mildred Masterson Mac Neily (1910-1997), que al año siguiente publicaría en inglés su única novela relativamente famosa (Each Bright River), aparecería también en 1949 en Penélope la novela La última esperanza, traducida de nuevo por Victor Scholz. Asimismo, entra en el catálogo de Penélope Locura de reina, de la también novelista estadounidense Elswyth Thane (1900-1984), quien en los años inmediatamente posteriores vería traducidas al español El gran anhelo (Mateu, 1950, en traducción de Ballester Escalas, recordado por su traducción de Alicia en el País de las Maravillas, también en Mateu) y La moza Tudor (Planeta, 1956, en versión de Herta M. E.). Quizá venga a cuento recordar que en alguna ocasión José Manuial Lara Hernández declaró que quien le había sugerido que se dedicara a la edición de libros, si quería ganar dinero, fue precisamente Francisco Fernández Mateu.

A estos títulos hay que añadir aún Caballero sin espada, de Lewis R. Foster (1898-1974) y traducida por Fernando Arce Solares, en cuya sobrecubierta aparece una imagen claramente inspirada en el cartel cinematográfico de la película que a partir de esta narración había dirigido diez años antes (en 1939) Frank Capra, con James Stewart y Jean Arthur como protagonistas. El hábito de aprovechar las imágenes cinematográficas se hizo enseguida muy habitual cuando se daba la ocasión, no sólo en Planeta, sino también en muchas otras editoriales barcelonesas del momento.

Pero sobresale en este primer año de la Colección Penélope de Planeta la única novela escrita originalmente en español, Nina, de la poeta y narradora Susana March (1915-1990). La muy precoz escritora barcelonesa (en 1932 ya publicaba poemas en el periódico La Noticia y La dona catalana y en 1938 apareció su poemario Rutas con pie de la Imprenta y Librería Aviñó) llevaba ya casi una década casada con el también escritor y pionero del tremendismo literario Ricardo Fernández de la Reguera (1912-2000), que años más tarde entraría a formar parte del jurado del Premio Planeta, pero seguía publicando novela rosa para, según sus propias declaraciones retrospectivas, «equilibrar [su] presupuesto económico de joven recién casada en los duros tiempos de posguerra española». Sin embargo, el gran éxito de Susana March en el campo de la narrativa se produciría bastantess años después con Algo muere cada día, publicada a principios de 1955 en Planeta y traducida al francés, el alemán y el ruso, y considerada en su momento por José Luis Cano como un ejemplo de la preeminencia de la mujer en la corriente del tremendismo (con Los Abel, de Ana María Matute, y Juan Risco, de María Cajal). Con todo, Susana March no llegó nunca a ocupar un puesto destacado en la historia de la novela española, si bien Círculo de Lectores recuperó esta novela en 1969.

La colección Penélope no tuvo continuidad más allá de 1949, acaso porque existían otras editoriales que estaban publicando con mejor gusto y más visión comercial novelas específicamente destinadas a las lectoras, pero lo que tal vez sea menos conocido es que esta colección sí tenía un antecedente, cuya creación en ningún caso cabe atribuir a José Manuel Lara, y que la numeración de los títulos en su continuidad en Planeta puede llevar a confusión.

En 1942 había aparecido una traducción de Climas, de André Maurois (1885-1967), en una Colección Penélope encuadrada en la Editorial Tartessos de Félix Ros (1912-1974), y de hecho se especificaba que era este periodista, poeta y traductor falangista el director de la colección. Al parecer, cuando compró Tartessos la intención de Lara parecía, pues, dar continuidad a la labor que en ella se venia haciendo, pero no se explica muy bien por qué no lo hizo de inmediato y tardó tanto tiempo en recuperar el nombre de esta colección. En el caso de Climas, se trataba de un libro relativamente lujoso, encuadernado en tapa dura y con sobrecubierta, con las guardas ilustradas, con el canto superior tintado y con algunas ilustraciones a plumilla en el interior. La traducción era la del prolífico grafómano Juan Ruiz de Larios y las ilustraciones obra de José Picó Mitjans (1904-1991), quien antes de la guerra ya se había hecho un nombre como dibujante en revistas «galantes» o tímidamente sicalípticas de los años veinte (como Cosquillas o Varieté). Nada que ver con lo que serían los libros de Penélope en manos de Lara. 

En la misma colección Penélope de Tartessos aparece también en 1942 la traducción de Alberto Gracián de Clara, entre los lobos, del cineasta, periodista y escritor italiano Arnaldo Fratelli (1888-1965), quien en 1939 había obtenido con ella un ex aequo en el Premio Viareggio. En este caso las ilustraciones de la edición son obra de Joan Fors, por entonces un habitual de las ilustraciones para libros pero que entró hasta el fondo de la memoria de los españoles por haber creado la imagen publicitaria de los productos de limpieza Netol. Al año siguiente aparecieron dibujos suyos en la edición de publicada por la editorial Olimpo de la obra de José María García Rodríguez La Gracia en la locura (enamorados, locos y bufones), que se imprimió en la Clarasó y para la que diseñó y realizó también la ilustración de sobrecubierta. En la misma colección de la editorial Olimpo, la Biblioteca Pretérito, aparecería al año siguiente, también con ilustración de sobrecubierta de Fors, Elisabeth Vigée Le Brun. Pintora de reinas, de Laura de Noves.

No es frecuente evocar los inicios de Lara previos a la creación de Planeta, pero en ellos, como ejemplifica el caso de la colección Penélope creada por Félix Ros, se encuentran muchos hilos de los que después tirará. Es también el caso de su intención de triunfar económicamente con la publicación de autores españoles, que más allá del libro mencionado de Susana March, se había manifestado también con el sabadellense Bartolomé Soler (1894-1975).

Pese al tremendo éxito que Soler había tenido en Hispanoamericana de Ediciones en 1945 con La vida encadenada, de la extensa novela que le publicó Lara en 1946, Karú Kinká (ambientada en la Patagonia), vendió al parecer unos quinientos ejemplares. Aun así, a Bartolomé Soler lo había publicado por primera vez José Manuel Lara en la colección Nuevos Horizontes, perteneciente a la efímera Editorial LARA, con sede en el número 72 de la calle Bruch, donde, además de Lara, trabajaba el profesor republicano Francisco Ortega como corrector y Angelita Palacios como secretaria (además de un chico de los recados no identificado). Esa misma novela de Soler volvió a publicarla Lara en Planeta en 1954. Y en LARA se publicó también al periodista de Terrassa (lo que puede tener su gracia para los vallesanos, que conocen bien la tradicional rivalidad entre las dos capitales de comarca, Sabadell y Terrassa) Luis Gozaga Manegat (1888-1971). Manegat había sido en su ciudad natal director de la revista infantil Alegria, nacida en 1925 en los círculos primorriveristas con el expreso propósito de combatir a la celebérrima En Patufet y cuyo mayor mérito es quizás haber albergado ilustraciones del pintor uruguayo Rafael Barradas (1890-1929) y algunas de las escasas ilustraciones que se le conocen al filólogo y editor Francesc de Borja Moll (1903-1991). En LARA, Manegat (que había sido director de la revista Mundo Católico y en 1940 había publicado en la Librería Araluce Muy falangista) publicó, en fecha imprecisa pero antes de la venta de esta editorial a José Janés, Luna roja en Marrakex [sic], que en 1947 aparecería en traducción al francés gracias a la librería y editorial creada en Ginebra por Jean-Henri Jehebe (1866-1931).

La intención de Lara de publicar a autores españoles venía de lejos, pues, y había cosechado sonados fracasos. En cualquier caso, quizá una mirada más profunda a esos años iniciales de Lara en el campo de la edición, además de subrayar sus vínculos con los periodistas y los políticos más rancios de su tiempo (por mucho que empleara a izquierdosos), ponga de manifiesto y permita reseguir su aprendizaje en el ámbito de los negocios, porque al parecer en el del criterio literario y estético su inanidad era innata.

Historias tras una fotografía histórica

No hay duda de que la edición y la literatura crea compañeros un tanto extraños y a menudo une a personajes de lo más peculiares. Es el caso de la fotografía de grupo en la que aparecen, de izquierda a derecha, el poeta editor Josep Janés (1913-1959), el pintor surrealista por antonomasia Salvador Dalí (1904-1989), el filósofo Eugeni (o Eugenio) d’Ors (1881-1954), el escritor y adalid del falangismo Luys Santamarina (Luis Narciso Gregorio Santa Marina, 1898-1980) y su sobrino el poeta, traductor y crítico de arte Fernando Gutiérrez González (1911-1984).

De izquierda a derecha: José Janés, Salvador Dalí, Eigeni d’Ors, Luys Santamarina y Fernando Gutiérrez.

El escenario es la fachada de la ermita de Sant Cristòfor de Vilanova i la Geltrú (en la provincia de Barcelona), una construcción del siglo XIV que D’Ors compró en 1944 y dos años más tarde empezó a funcionar en ella su «Academia del Faro de San Cristóbal», que Francesc-Marc Àlvaro ha caracterizado del siguiente modo:

José Janés.

Aquella singular institución, a medio camino de la reunión doméstica y la clase magistral protagonizada por el autor del Glosari y de otros «glosarios», se proponía como campo de estudio la «síntesis de la cultura», según refiere Guillermo Díaz-Plaja. Esta síntesis tenía que producirse mediante la investigación de las interrelaciones entre los diversos campos de la actividad cultural.

Lo más probablemente es que quien inmortalizara el encuentro fuera el insigne fotoperiodista catalán Carlos Pérez de Rozas y Sainz de Tejada (1920-1990), que al concluir la guerra civil española había entrado a trabajar en el periódico Solidaridad Nacional, del que fungía —pero al parecer ejercía más bien poco como director— Luys Santa María.

Muchas de estas relaciones se remontaban, por lo menos, a los primeros años treinta. En el primer gran proyecto editorial que ideó, La Setmana Literaria, Josep Janés preveía contar con la presencia de Eugeni D’Ors entre las primeras entregas para, aprovechando su fama en esos tiempos, llamar la atención de los lectores sobre su catálogo. En su por muchos imprescindible Josep Janés, el combat per la cultura, Jacqueline Hurtley reproduce un anuncio aparecido en el Diario Mercantil del 13 de marzo de 1934 en el que se informa de que, junto a La llegenda de Don Joan de Merimée traducida por Farran i Mayorial, algunas Històries extraordinàries de Edgar Allan Poe traducidas por Carles Riba o El rector de Tours de Balzac traducido por Lluís Palazón, entre otras obras, aparecerá La Ben Plantada de D’Ors, que tras haberse publicado por entregas en La Veu de Catalunya entre agosto y octubre de 1911 había tenido una primera edición en volumen, a cargo la Llibreria Àlvar de Balaguer, ya en 1912; y en la primavera de ese año tres artículos de Miguel de Unamuno (1864-1936) en Los lunes del Imparcial contribuyeron a hacer de ella la obra emblemática del noucentisme y la más popular entre las de Ors.

Sin embargo, La Setmana Literària sufrió unas ciertas modificaciones, entre ellas las del nombre, cuando en abril de 1934 apareció el primer número de la colección, también semanal, Quaderns Literaris (Les presons imaginàries, de Pere Coromines, ya anunciada en La Setmana Literària). D’Ors no aparece en Quaderns Literaris hasta el número doble76-77, y no con La Ben Plantada sino con Tina i la Guerra Gran (1935), que habían aparecido fragmentariamente como glosas con el título Lletres a Tina. En cualquier caso, a partir de entonces Janés y D’Ors tuvieron un trato frecuente y se atribuye al segundo una intervención decisiva pero no del todo clara para que Janés se decidiera (y pudiera) regresar a España tras haberla abandonado por temor a represalias tras el desenlace de la guerra civil en represalia por su intervención en los Serveis de Cultura al Front durante la contienda.

Félix Ros (1912-1974)

Es muy probable que la relación entre Santamarina y Janés fuera incluso anterior y se estableciera a través del entonces bisoño periodista y poeta Félix Ros (1912-1974), que participaba en la tertulia del escritor falangista y que recordó haber conocido a Janés cuando éste empezó a dirigir el Diario Mercantil. También el editor Luis Miracle pudo ejercer como puente entre el entonces esporádico traductor (entre otras cosas, y un poco paradójicamente, de Un mundo feliz, de Aldous Huxley) y el pujante editor.  El caso es que todo indica que establecieron una relación de amistad de un cierto calibre, pues no sólo Janés intentó interceder para evitar que durante la guerra Santamarina fuera condenado a muerte, sino que, ya como figura destacada del falangismo triunfante, en la posguerra Santamarina avaló y procuró por la integridad física de Janés, de modo que pudiera regresar a Barcelona.

Interior del Lyon d´Or reproducido por Antonina Rodrigo en García Lorca en Cataluña.

El caso de Dalí está, quizá, menos claro, como no podía ser de otra manera tratándose de personaje semejante. Lo más probable es que el vínculo entre Dalí i D’Ors sea un personaje no menos pintoresco, Lídia de Cadaqués (Lídia Noguer Sabà, 1866-1946). Y también es muy probable que tanto Santa Marina como sobre todo Janés, que era un habitual del Ateneu Barcelonès, tuvieran un primer contacto con Dalí a raíz de su muy sonada conferencia en esta institución el 22 de marzo de 1930, en la que puso de vuelta y media a un dramaturgo que no sólo era una celebridad reconocida internacionalmente sino que además había presidido el Ateneu, Àngel Guimerà (1845-1924), a quien calificó de «inmenso putrefacto peludo», «pederasta» y «gran puerco»; el revuelo llegó a tal punto que el joven pintor tuvo que huir de estampida para librarse de los socios que intentaron agredirle.

Sin embargo, la relación entre Janés y Dalí cristalizó en 1954 en un libro histórico, la edición precisamente de La Ben Plantada, en el que Ors remedaba novelescamente la historia de Lídia de Cadaqués, ilustrada por Salvador Dalí y de cuya publicación se hizo cargo Janés, después de haber intentado sin éxito, según cuenta Sebastià Tomàs Arbó en sus memorias, obtener los derechos para publicar en España las memorias del excéntrico artista (que en Argentina publicó Joan Merli en su editorial Poseidón, en traducción de Cèsar August Jordana). Cierta relación se retomó también a raíz de Dalí al desnudo, el libro de Manuel del Arco publicado por Janés en 1952, pero en este punto es gracioso recordar los comentarios que dejó Janés en una carta fechada en enero de 1933 y conservada en el Arxiu Nacional de Catalunya en la que, con motivo de su asistencia a un pase de Un chien andalou y L’Âge d’Or con coloquio posterior, declara: «No me gusta el surrealismo, pero me interesa».

Por último, Fernando Gutiérrez, probablemente a sugerencias de su tío, se convirtió en uno de los colaboradores más prolíficos de Janés, al margen del interés que pudiera sentir por la obra daliniana, en su condición de crítico de arte.

Evarist Mora, ilustrador de libros

Los conocedores del diseño español probablemente asocien el nombre de Evarist Mora i Rosselló (1904-1987) a la célebre butaca de inspiración art déco Coliseum o a la decoración del conocido como Consulat del Mar (en el Ayuntamiento de Barcelona), pero este muy polifacético artista, de proverbial profesionalidad, intervino en muchos otros campos y, en el ámbito de las artes gráficas, dejó algunos libros ilustrados de notable interés.

Nacido en la barcelonesa calle Petritxol, en el seno de una familia que confeccionaba vestuario para teatro, Mora se formó inicialmente en La Llotja, pero luego fue ampliando conocimientos vinculándosee a centros tan prestigiosos como la Escola Superior de Bells Oficis de la Mancomunitat (en el seno del Cercle Artístic de Sant Lluc) y el Foment de les Arts Decoratives, pero también mediante una estancia en París, en la que completó su formación con el ceramista y crítico de arte catalán  Josep Llorens i Artigas (1892-1980). A su regreso a Barcelona, Mora abrió un estudio en un piso situado en el muy céntrico y elegante Passeig de Gràcia en el que se presentaba como decorador.

Sin embargo, ya en los años veinte, combinándolo con una ingente obra en proyectos de decoración y exposiciones de su obra, empezó Mora a dibujar y pintar tanto carteles como folletos y anuncios publicitarios para diversas empresas (entre ellas las Industrias Gráficas Seix y Barral Hnos.), y es muy recordado también su cartel ya de 1930, destinado a los excursionistas, acerca de los riesgos de hacer fuego en el bosque. Un poco anteriores son sus trabajos para revistas ilustradas como Patufet, destinada a iniciar los niños catalanes en la lectura, o las bastante más ácidas El senyor Daixonses (1926) i La senyora Dallonses (1926).


Aun así, es probable que sus primeras ilustraciones de cubiertas de libros sean las que empezaron a publicarse, ya a principios de los años treinta, en la colección Ideal de la por entonces muy popular Bauzá, que en el aspecto gráfico es recordada sobre todo por las célebres ilustraciones de Helios Gómez (1905-1956) pero que también contó con la colaboración de otros artistas notables, como el el caso de Shum (Alfons Vila i Franquesa, 1897-1967).

Entre las cubiertas que en esos años hace Mora para Bauzá se cuentan, por lo menos, las de Dante no vio nada (La vida en los presidios militares) (1930), del pionero del periodismo de investigación Albert Londres (1884-1932), El amor en las prisiones (1931), de la fundadora de Psiqué Mary Choisy (1903-1979), Isabel y Beatriz. Novela del tercer sexo (1931), de la también periodista francesa y conocida feminista Maria Laparcerie y El alimento de los dioses (1933) de H. G. Wells (1866-1946).

De ese mismo año 1933 son algunas colaboraciones para el intrépido y muy efímero periódico dirigido por Josep Janés i Olivé (1913-1959) Avui. Diari de Catalunya (octubre-diciembre de 1933), en el que Mora coincidió con otros artistas importantes, como Francesc Domingo (1893-1974) o Josep Maria Mallol Suazo (1910-1986).

Poco posterior, de 1934, es la edición de Els vells, font de poesía, un bello librito  de 46 páginas que incluye ilustraciones de Mora a los poemas de temática común firmados por Jaume Bofill (1879-1933), Victor Català (Caterina Albert, 1869-1966), Ignasi Iglesias (1871-1928) y Apel·les Mestres (1854-1936), entre otros, y que sufragó la Caixa de Pensions per a la Vellesa i d’Estalvi con el propósito de regalarlo a sus clientes, como «Obra dels homenatges a la vellesa» y del que se hizo una segunda edición en 1936. Con todo, acaso la imagen más vista de Mora ese año, y también el siguiente, fue la publicidad que creó para la cadena de corte y confección El Dique Flotante, que se reprodujo con profusión en la elegante y cosmopolita revista D’Ací i d’Allà, entre otros muchos medios impresos.

Iniciada la guerra civil española, uno de sus carteles fue premiado en octubre de 1936 en la Trienal de Artes Decorativas e Industrias Modernas, pero esa época la dedica Mora sobre todo a colaborar con el Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya. Colaboró asimismo con la Revista Estel (1937), pero también tuvo tiempo para ilustrar una edición de los Cuentos de Navidad del escritor y periodista francés G. Lenotre (Théodore Gosselin,1855-1935) que se publicó en 1938 en adaptación de Marià Manent (1898-1988) en la Editorial Lucero.

También en Lucero se publicaron dos obras de Lope de Vega, Los pastores de Belén, donde a las ilustraciones de Mora iban acompañadas de otras de Josep M. Junoy (1887-1955) y Los reyes magos, ambas de 1939. 

Y en cuanto acabó la contienda, ya en 1939 Evarist Mora se asoció con Josep Mir i Virgili (1904-1974), conocido interiorista cuya familia tenía una amplia vinculación con las artes gráficas y él mismo hizo, ocasionalmente algún cartel y portada de revista en los años veinte (aunque quizá su cartel más conocido sea el que hizo para la empresa Uralita). De esta asociación saldrían obras de decoración tan recordadas como las que hicieron para el Salón Rosa (más tarde reconvertido en Boulevard Rosa) y para algunas de las tiendas del Dique Flotante.

Aun así, ya de junio de 1940 son la cubierta y las ilustraciones interiores de La solitaria de Dulwich, de Maurice Baring (1874-1945), que aparece en la editorial que por aquel entonces llevaban al alimón José Janés (1913-1959) y Félix Ros (1912-1974), Emporion, y concretamente en la exquisita colección La Rosa de Piedra. Muy poco más tarde ese mismo año, en cuanto se disolvió la asociación, Janés publicó también esa misma traducción (firmada como José Aguirre, pero obra del propio Janés), en su colección Los Libros de Cristal e incorporó a ella de nuevo esas ilustraciones de Mora. Se retomaba así una colaboración más o menos esporádica entre el polifacético decorador y los proyectos editoriales de Janés que tendría continuidad en los años sucesivos.

Menos conocida sea quizás la edición de bibliófilo de Retablos, de Victor Català, llevada a cabo por Ediciones Mediterráneas ya en 1944 (si bien en un catalán previo a las normas de Fabra, y por consiguiente difícilmente legible para el lector de esos años). Aunque las ilustraciones son obra de Joan Colom i Agustí (1879-1969), Mora se ocupó de enriquecer el libro con sutiles elementos decorativos. Pero ya el año anterior (1943) había ilustrado con seis láminas una edición de Jane Eyre, de Charlotte Brontë (1816-1855) para la editorial Iberia de Joaquín Gil y en traducción del ya mencionado Juan G. de Luaces.

Y en los años previos había hecho para las Ediciones Mediterráneas las portadas de algunos otros libros, entre los cuales Sonetos del portugués, de Elizabeth Barret Browning (1806-1861), traducidos por Ester de Andreis (1901-1989), y Leyendas de la Virgen, de Jérome y Jean Tharaud, con ilustraciones interiores de Mercè Llimona (1914-1997) y traducidas por Marià Manent.

Y también de 1943 es uno de los libros que mayor fama dieron a Mora, El viaje, de Charles Morgan, cuya traducción a cargo de Alfonso Nadal (1886-1943) publicó Janés en las Ediciones Lauro. En este caso el éxito quedó corroborado por el hecho de que la británica editorial Macmillan, como la prensa española del momento se ocupó de subrayar, había decidido comprar las planchas de esa edición con el propósito de incorporar las ilustraciones a las siguientes versiones en inglés.

En 1945 está fechada la edición de la novela Intemperie (The Weather in the Streets), de la controvertida Rosamond Lehmann (1901-1990), que Janés publica traducida por el ya mencionado Juan G. de Luaces y con seis litografías de Mora. Años más tarde (en 2017) la editorial Errata Naturae recuperaría esta misma novela con el título A la intemperie y en una traducción firmada por Regina López Muñoz (sin ilustraciones).

Del año siguiente (1946) es la publicación en Astarté –nada que ver con el sello creado en el siglo XXI por Lucía Echevarría– de unas Narraciones y cuentos de Oscar Wilde (1854-1900), con traducción de Antonio Ribera Jordá y con grabados dentro y fuera de texto de Mora.

Ya más avanzada la postguerra vale la pena mencionar también de Evarist Mora las ilustraciones para Les figures del pessebre de l’Atmetlla del Vallès, un libro del poeta Carles Sindreu (1900-1974) publicado en 1960, precedido de un prólogo de Félix Millet i Maristany, con colofones de J. V. Foix y Jeroni de Moragas y que asimismo incluía dibujos de Amador Garrell (1916-2000) y de Josep Maragall i Noble (1900-1982). Se trata de un volumen de apenas 127 páginas, con un formato de 25 x 18 que se distribuía en estuche, editado por Els Amics de la Poesia y con el que Sindreu había ganado el Premio P. Maspons i Camarasa en 1957.

Fuentes:

Carles Figols, «Evarist Mora Roselló (1904-1987)», i Dibuixants catalans, 6 de septiembre de 2015.

Jacqueline Hurtley, José Janés: Editor de literatura inglesa, Barcelona, Publicaciones Universitarias  (Letras, Ciencias, Técnica 28), 1992.

Josep Janés i Olivé, «Aventuras y desventuras de un editor», conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1955 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona,1955. Reimpreso en Texturas, núm. 18 (diciembre de 2015).

Pilar Soler García, La marqueteria artística: El taller J. Sagarra. Barcelona (1940-1965), tesis doctoral presentada en el Departament de Història de l’Art de la Universitat de Barcelona en julio de 2012.

Samarán, una estirpe de impresores y editores

En 1951 alcanzó en España un resonante éxito un libro entre las memorias y el ensayo más o menos histórico de Josep Maria Fontana Tarrats (1911-1984), por entonces diputado en las Cortes franquistas y jefe del Sindicato Nacional del Textil, con el que se daba a conocer también una editorial, Samarán.

Una de las muchísimas reediciones de la obra de Fontana (la de Acervo, de 1977).

Sin embargo, Samarán aparece por lo menos desde principio de siglo como pie de imprenta de los más diversos impresos. Sin indicación de fecha, pero probablemente de la primera década del siglo XX existen algunos títulos de la madrileña Biblioteca Escolar Recreativa (El premio de la virtud, con ilustraciones de F. Alberti, y Cuentos de Fernandillo, con ilustraciones de Méndez Bringa) que se declaran como a cargo de «S[aturnino] Calleja, March y Samarán» y algunos títulos de la Editorial Saturnino Calleja (de la segunda serie Salgari, por ejemplo) aparecen en los años cuarenta impresos por «Samarán y Compañía».

En los años veinte y treinta, esa madrileña Imprenta de Samarán y Compañía aparece como pie editorial de varios carteles taurinos, así como de los más diversos tipos de discursos académicos, del Anuario del observatorio meteorológico de Madrid, o de revistas como la socialista Juventud o Ritmo, revista musical ilustrada. Quizá más interesantes en el ámbito literario sean dos títulos de 1922, Jardines de Francia, una antología en la que figuran poemas de Baudelaire, Francis Jammes, Verlaine, Verhaeren y la Condesa de Noailles entre otros, en traducción de E. González Martínez (y de la que hay una edición previa, de 1918, de Editorial América) y sobre todo el del escritor y editor estadounidense Isaac Goldberg (1887-1938) La literatura hispanoamericana. Estudios críticos, en traducción de Rafael Cansinos Assens (1882-1964) y precedido de unas «Palabras críticas» del poeta y prestigioso crítico literario Enrique Díez-Canedo (18791-944). Unos años después moría Felipe Samarán y Fernández (1883-1929), miembro de la Asociación General del Arte de Imprimir de la UGT desde los dieciséis años, con lo que tomaba el relevo una nueva generación de una estirpe de impresores cuyos límites no están de momento claros.

Félix Ros (1912-1974)

El éxito comercial de Samarán como empresa editora llega en 1951, con Los catalanes en la guerra de España, de Fontana, cuando figura como director de la misma el poeta y traductor catalán Félix Ros (1912-1974), que se había forjado una cierta fama como editor de la mano de Josep Janés i Olivé (1913-1959) en Emporion y con la creación de la Editorial Tartessos, que posteriormente había vendido a José Manuel Lara Hernández (1914-2003).

Podría deducirse que ese resonante éxito, tan enorme como quizás inesperado, animó el ritmo de producción de Samarán, que después de una segunda obra de Fontana, En el Pirineo se vive de pie (1953) y una primera novela firmada por Cargel Blaston (Yo, rey del hampa, 1954), se acreciente de un modo espectacular en los años siguientes y en particular en 1956. De Cargel Blaston, seudónimo Carlos Lestón (1922-2000), publicó Samarán en 1955 Los cuatro mancos, y ese mismo año la novela del prolífico polígrafo catalán Noel Clarasó La ciudad de los hombres buenos. Novela de la vida posible, encuadradas ya en una colección Hipocampo, que será junto con Borní la más importante de la editorial.

Por otra parte, muy probablemente sea muestra de la vinculación de Fontana con Samarán el hecho que en la imprenta de ese mismo nombre se publique Textil Mensual, la revista profesional del Sindicato Nacional Textil. Y probablemente sea en algunas de las ediciones de Samarán donde se publican las primeras ilustraciones de sobrecubierta de quien fuera secretario de Izquierda Republicana y colaborador de la almeriense Lucha, Manuel Prieto Muriana (n. 1931), que en 1947 había salido de prisión y que más adelante se haría célebre con cubiertas para tebeos y para algunas colecciones populares de Rollán, Bruguera y, en el extranjero, para The Black Horse Western, The Lindford Western Library, Alfred Hitchcock’s Library, Bastei Verlag o Il Giallo Mondadori.

Ilustración de sobrecubierta de Prieto Muriana para La esfinge de Maragata.

Entre los traductores que colaboraron con Samarán, uno de los asiduos fue el manresano Joan Francesc Vidal i Jové (1899-1978), que en tiempos de la República había sido secretario general de Orden Público de la Generalitat de Catalunya, y que ha pasado a la historia de la traducción por ser el primero en verter a una lengua peninsular el Ulises de James Joyce (en 196), si bien su mecanoscrito permaneció en el Archivo General de la Administración hasta que el profesor Alberto Lázaro la dio a conocer en 2007.

De 1956 es por ejemplo la edición de Sonia, los otros y yo, de Pierre Daninos, en traducción de Vidal Jové, así como, en la misma colección Hipocampo (en tapa dura y con sobrecubierta ilustrada), el libro de relatos Las aguas de Arbeloa y otras cuestiones, del escritor falangista y por entonces presidente del Patronato del Museo del Prado Rafael Sánchez Mazas (1895-1966), Cita en Berlín, del escritor francés José Van den Esch, Para usted, Fantasía, del periodista y dramaturgo falangista Tomás Borrás (1891-1976), Granados, de Antonio Fernández Cid, una reedición de la exitosa novela La esfinge Maragata, de la célebre novelista entonces recién fallecida Concha Espina (1869-1955), una traducción de Veinticuatro horas en Le Mans, de Jean Albert Gregoire (1899-1922) o, sorprendentemente, la recuperación de La familia de León Roch, de Benito Pérez Galdós (1843-1920).

La dificultad para advertir una línea editorial más o menos clara en este catálogo de Hipocampo construido por Félix Ros tras el éxito inicial de Los catalanes en la guerra de España bien podría hacer pensar que en la creación del mismo influían desde la voluntad de no perder dinero, y eso explicaría la inclusión de novela popular y de obras que ya habían demostrado su potencia comercial, hasta las ganas de quedar bien con personalidades afectas al régimen franquista.

Más allá de esquivar la ficción, tampoco es mucho más firme la línea editorial de la colección Borní o de Samarán en general, donde también en 1956 conviven Van Gogh según Van Gogh, del oscuro doctor F. Gipson-Müller, con La conquista de los polos, de Roger Vergel o, fuera de colección pero con un aspecto muy similar al de los Hipocampo, Los españoles ante el año 2000. Cosmología de España, de nuevo de Fontana e Interpol (La policía internacional), de A.J. Forrest.

Este frenético ritmo de publicación se ralentiza abruptamente ya en 1957, año en que en la colección Borní aparece la traducción de Vidal Jové de Vivir bajo los faraones, del periodista y divulgador de la arqueología como guionista de la BBC Leonard Cottrell (1913-1974), en una edición profusamente ilustrada con fotografías en blanco y negro fuera de texto y dibujos intercalados en el texto. También en Borní y en 1957 aparece Con dinero rueda el mundo, del furibundo antimasón, antisemita y antiglobalización Henry Coston (1910-2001).

Más difícil es aún encontrar títulos de Samarán ediciones en los años posteriores, aunque en 1958 parece que sigue viva la colección Hipocanto, pues en ella aparecen los cuentos Yo, tu, ella, del ya mencionado Tomás Borrás, y a principios de los años sesenta aún aparecen con pie de Samarán Ediciones los dos libros del arquitecto y narrador Román Aldasoro Campoamor, Brumas de un pasado (1961) y Estirpe de raza (1962), y al año siguiente aún aparecería un libro luego repetidamente reeditado, San Sebastián, biografía sentimental de una ciudad, encuadernado en tapa dura, con guardas ilustradas con una fotografía y profusamente ilustrado y con una carta final del dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo (1905-1993) como apéndice. Su autor, el también dramaturgo vasco Jesús María de Arozamena (1918-1972), era consejero delegado nacional de la Sociedad General de Autores (de la que llegaría a ser director general) y cronista oficial de San Sebastián.

Curiosamente, y aunque en años posteriores aún aparecerían otros libros en la Imprenta Samarán y Compañía, parece que el declive en la producción coincide con la compra en 1958 por parte de la familia Samarán de un local madrileño que a principios del siglo XXI saltaría a las páginas de la prensa, el de la calle Amparo 103 (en Lavapiés). A la muerte del último propietario de la imprenta, en 1982, el local fue abandonado, hasta que fue okupado y albergó El Laboratorio, un espacio artístico autogestionado que montó un pequeño museo de la imprenta y que se mantuvo en activo hasta que la justicia española obligó a su desalojo.

En cualquier caso, si poco se sabe de Samarán Ediciones, más allá de la etapa en que estuvo a su frente el editor catalán Félix Ros, la estirpe de los impresores Samarán y sus avatares a lo largo del siglo XX siguen estando en muy buena medida en la sombra.

Fuentes:

Enrique Fernández de Córdoba y Calleja, Saturnino Calleja y su editorial. Los cuentos de Calleja y mucho más, Madrid, Ediciones de la Torre, 2006.

Vicente Alberto Serrano, «Félix Ros o las afinidades electivas», La luna de Alcalá, 1 de octubre de 2017.

José Manuel Lara Hernández, primeros «trapicheos» y «golpes bajos»

Si se repasa la adolescencia y primera juventud de José Manuel Lara Hernández (1914-2003), resulta un tanto paradójico que acabara al frente de uno de los grandes imperios editoriales del siglo xx. Según el resumen que de ello hizo Màrius Carol:

Primero entró en un taller de mecánico ajustador y se cansó, luego empezó en una droguería y se siguió cansando, hasta que por último se decidió por la carpintería, pero también lo dejó si bien no parece que fuera por agotamiento. Finalmente fue su padre quien se cansó del chico y lo mandó a Madrid con dieciséis años.

Celia Gámez (1905-1992).

Pero no acabó este periplo en Madrid, adonde llegó en 1930 para entrar al poco tiempo en la compañía de revista de Celia Gámez como bailarín de claqué, dedicarse luego durante un breve tiempo a la venta de galletas e ingresar en 1935 en el Ejército y posteriormente en la Legión, en la que no tardó en obtener el rango de oficial. Licenciado en Barcelona, una vez concluida la guerra civil española–que no hará falta decir que libró en el banco franquista–, estuvo un tiempo empleado en la empresa italiana Pirelli,  hasta que, una vez ya casado, creó con su esposa una academia de enseñanza general y oposiciones, cosa que no tardó en descubrir que exigía mucha dedicación y daba pocos ingresos, pero que puede considerarse su primer acercamiento profesional a la letra impresa.

Entrada de la Legión en Barcelona en 1939.

Entre las frases célebres de Lara se cuenta aquella según la cual “el negocio que no da para levantarse a las once de la mañana, ni es negocio ni es nada”, que contribuye a esclarecer los motivos que le llevaron al mundo de los libros. Volviendo a Carol:

Lara no estaba satisfecho con sus academias y sus trapicheos y un buen día, aburrido de una vida sedentaria, monótona y pobre, se enteró de que el catedrático Félix Ros vendía una pequeña editorial llamada Tartsesos.

Félix Ros (1912-1974)

Félix Ros (1912-1974)

Así pues, el 26 de junio de 1944 José Manuel Lara Hernández se hizo con la empresa creada por el traductor, periodista escritor y editor falangista Félix Ros, y basta con una ojeada distraída a los libros que publicó a partir de entonces para advertir que en ella los principales colaboradores de José Manuel Lara fueron el traductor y agente literario de origen húngaro Férenc Oliver Brachfeld (1908-1967) y quien sería uno de los miembros del primer jurado del Premio Planeta (y firmante de numerosas traducciones en esa época) José Romero de Tejada. No deja de ser también indicativo del carácter de Lara que una de las primeras cosas que hiciera con la editorial recién adquirida fuera cambiarle el nombre por el de Editorial Lara.

Lara como miembro del primer Premio Planeta (1952), con Bartolomé Soler, Romero de Tejada, Tristán la Rosa, Pedro de Lorenzo, González Ruano y Gregorio del Toro.

 

Lo cierto es que, si alguna mano se adivina en los títulos publicados entre el momento de la compra y el de su paso a manos de Josep Janés (1903-1959) es la de Brachfeld, quien había traducido ya obras para Ros en Tartessos. Basta comparar los títulos de Tartessos con los de Editorial Lara para darse cuenta de ello. Pero una de las primeras cosas que hacen (Lara, e intuyo que no por su cuenta y riesgo sino asesorado por Brachfeld) es desmontar la estructura de colecciones.

Somerset Maugham (1874-1965).

Estas eran las nueve de Tartessos en 1943: Grandes Narradores Contemporáneos (Joyce, Maugham, Roger Vercel), Narradores Eternos (Jane Austen, Goncharov), El Molino y la Rosa (Los papeles póstumos del Club Pickwick), Penélope (Maurois, Fratelli), Amadís (donde publicó a Azorín y Unamuno), Noche en Vela (El puente de San Luis Rey de Thornton Wilder, Dickens), Muérdago (Bécquer, Maupassant) Seis Delfines (Maugham, Chesterton, Baring, Maurois) y Áncora de Salvación (Iván Bunin).

Entre las colecciones de Editorial Lara, en la que cobran importancia las literaturas nacionales como criterio, se cuentan en cambio una llamada Voces de Francia (que se estrena con Tragedia en Francia, de Maurois, en traducción de Brachfeld), Novelas Húngaras (donde se publican dos títulos de Lajos Zilahy y El error, de Ferenc Körmendi) y Pequeñas Obras Maestras (narrativa breve de Thomas Mann y de Maurois traducidas ambas por Brachfeld), así como dos colecciones con nombres que hoy pueden sonar un tanto new age avant la lettre, Horizonte (varios títulos de Maugham, en versión de Romero de Tejada ) y Amanecer.

Y si la colección de Tartessos Seis Delfines publicó en su Biblioteca de Escritores Hispánicos el Sintiendo a España, de Azorín –que ya se había anunciado en la empresa conjunta de Ros y Janés como de próxima aparición en la colección Rosa de Piedra–, en la Editorial Lara se le publica al mismo autor la novela histórica Salvadora de Olbena (1944), cuya publicación coincide en el tiempo con otra (¿pirata?) en las zaragozanas Ediciones Cronos. Sin embargo, aunque indicativa, en realidad la presencia de autores españoles no es importante ni en uno ni en otro caso. En Editorial Lara se limita a  Francisco Fernandez Mateu (Después de la vida y antes de la muerte, 1944), quien al año siguiente fundaría la editorial Mateu, el ínclito César González Ruano (Imitación del amor y Poder relativo, 1946), el escritor un tanto demodé Bartolomé Soler (Karú-Kinká, 1946) y el periodista y escritor Manuel Pombo Angulo (En la orilla, 1946).

De todos modos, es difícil aquilatar a partir de 1946 son elecciones de la etapa Lara y cuáles de Janés, que compró la empresa en unas circunstancias que Francisco Candel resumió en uno de sus libros de memorias:

Josep Janés la compró, se dijo que por un millón de pesetas, cantidad archirespetable en aquellos tiempos. Con la compra de L.A.R.A., Janés eliminaba a alguien de la competencia –aparte de adquirir su fondo editorial, ya que Lara no podría usar si nombre editorialmente.

Shanghai Hotel, de Vicki Baum, en L.A.R.A.

Y, a su vez, Janés le cambió el nombre a L.A.R.A., bromeando en privado acerca de su significado: Los Autores Realmente Antifascistas, pero es muy probable también que lo que le interesara fueran algunos autores de ese catálogo (y particularmente Chesterton, Somerset Maugham, Zilahy y Maurois, a los que había publicado ya o publicaría reiteradamente en los años siguientes), pues con el tiempo le permitirían crear colecciones tan exitosas como sus volúmenes de Maestros de Hoy, cuyo logo remite, no de un modo inocente, a la emblemática y excelente colección La Rosa de Piedra.

Según ha referido Manuel Lombardero, durante muchos años mano derecha de Lara Hernández, “Lara se había comprometido con Janés, puede que verbalmente, a dedicarse al negocio del papel y que no pondría una editorial. Pero el negocio del papel se liberalizó y dejó de ser tal negocio, con lo que Lara montó Planeta [en 1949]. Eso Janés lo tenía grabado.” (lo cuento con más detalle en A dos tintas, pp. 287-290).

José Janés.

José Janés.

Parece evidente que no era sólo eso lo que movió a Janés a comprar la Editorial Lara, si bien hay muchos testimonios de la incompatibilidad de caracteres y de la extraordinaria diferencia de sus modos respectivos de enfocar la labor del editor.

En la ambiciosa e impresionante Historia de la edición en España, Martínez Martín relata la irrupción de Lara en lo que tradicionalmente se consideraba “un negocio de caballeros” en los siguientes términos:

Lara no tenía vinculación previa con ninguna de las piezas que alimentaban la edición: tipografía, librería, antecedentes familiares de editores, creación literaria, actividad intelectual… y, quizá por partir de cero, desplegó una agudeza en los negocios sin los márgenes que condicionaban a los editores de profesión […] No era editor. Tampoco lector. Su contacto con los libros había sido episódico […] No contaba con criterios de selección literaria […]

Entendía muy bien las relaciones personales y clientelares del Régimen, con idea siempre del pragmatismo y el negocio.

No está nada mal, pero no evoca en cambio aquella muy célebre declaración del propio Lara al prestigioso entrevistador de La Vanguardia Manuel del Arco, de la que Francisco Candel explicó las circunstancias:

Lara dijo, en entrevista a Del Arco, periodista que te hacía firmar sus entrevistas para que luego no te retractaras: “Yo he triunfado en la vida porque he dado muchos golpes bajos”.

José Manuel Lara Hernández.

Apéndice

Datos (incompletos) de algunos libros de Editorial Lara entre 1944 y 1946

Portada de Tragedia en Francia.

 

Azorín, Salvadora de Olbena, 1944.

Francisco Fernández Mateu, Después de la vida y antes de la muerte, 1944.

André Maurois, Tragedia en Francia, Voces de Francia 1, traducción de Oliver Brachfeld,  1944.

Phillipe Barrès, Charles de Gaulle, prólogo de Marcelin Defourneaux y traducción de F. Oliver Brachfield y, 1944.

André Maurois, La salvación de Norteamérica, traducción de F. Oliver Brachfeld, 1944.

Alia Rachmanova, La fábrica de los hombres nuevos, traducción de J. García Mercadal, 1944.

Lajos Zilahy, El amor de un antepasado mío, 1944.

Cubierta de Charles de Gaulle.

 

Thomas Mann, Tonio Kröger. Anhelo de felicidad. El payaso, Colección Pequeñas Obras Maestras, traducción de F. Oliver Brachfeld, 1945.

André Maurois, Tragedia en Francia, 1945.

André Maurois, Viaje al país de los hortícolas, seguido de Por el camino de Chelsea, Colección Pequeñas Obras Maestras, traducción de F. Oliver Brachfeld, 1945.

William Somerset Maugham, Ah King (mi criado chino), 1945.

William Somerset Maugham, Servidumbre humana, traducción de Enrique de Juan, 1945.

Lucio D´Ambra, Conversaciones de medianoche, traducción de Eugenio Montalt, 1945.

G.K. Chesterton, El escándalo del padre Brown, traducción de F. González Taujis, 1945.

Ferenc Körmendi, El error,  traducción autorizada por Luis Torres, Colección Novelas Húngaras, núm. 2, 1945.

André Maurois, Historia de los Estados Unidos, traducción de Oliver Brachfeld, 2 vols., 1945.

Somerset Maugham, El paso del hombre, traducción de J. Romero de Tejada, 1945; 1946 (Horizonte).

Erwin H. Rainalter, Música de la vida, traducción de  José Lleonart, 1945.

Lajos Zilahy, La vida de un escritor, trad. Oliver Brachfeld, Lara, 1945.

Stefan Zweig, El candelabro enterrado, traducción de Fernando Gutiérrez y Diego Navarro, 1945.

Colección Novelas Húngaras, núm. 2.

 

Condesa de Chambrun, Cinco damas de corazón y una fea simpática, traducción de José Onrubia, 1946.

César González Ruano, Imitación del amor, 1946.

César González Ruano, El poder relativo, 1946.

Manuel Pombo Angulo, En la orilla, 1946.

J.B. Priestley, La isla lejana, Traducción de J. Romero de Tejada y Diego Navarro, 1946.

Félix Ros, El paquebot de Noé, 1946.

Bartolomé Soler, Karú-Kinká, Colección Horizonte, 1946.

William Somerset Maugham, Rosie, traducción de Manuel Vallvé, 1946.

William Somerset Maugham, Luz en el alma, traducción de Fernando Gutiérrez, Colección Horizonte, 1946.

William Somerset Maugham, Soberbia, traducción de José Romero de Tejada, 1946.

William Somerset Maugham, El velo pintado. Aventura en Tching-yen, traducción y prólogo de J. Romero de Tejada, Colección Horizonte, 1946.

William Somerset Maugham, Cautiva del amor, 1946.

William Somerset Maugham, Cosmopolitas, traducción de Isidoro Guerrero, 1946.

Wulliam Somerset Maugham, Una hora antes del amanecer, 1946.

William Somerset Maugham, A orillas del Támesis, 1946.

William Somerset Maugham, El agente secreto, traducción de. R. García Adamuz, 1946.

Herbert Wild, En la boca del dragón, 1946.

P.C. Wren, Los hijastros de Francia, 1946.

Stefan Zweig, Americo Vespucio, versión de Alfredo Kahn, 1946.

El poder relativo, de González-Ruano.

 

Fuentes:

Màrius Carol, José Manuel Lara, de otro planeta”, en Noms per a una historia de l´edició a Catalunya, Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2001, pp. 9-39.

Es fama que Paco Candel fue una de las mayores víctimas de la censura.

Paco Candel ante una caricatura suya obra de Manuel del Arco.

Francisco Candel, Patatas calientes, Barcelona, Ronsel (Colección Pérgamo. Crónicas), 2013.

Jesús A. Martínez Martín, “La autarquía editorial. Los años cuarenta y cincuenta”, en Historia de la edición en España, 1939-1975, Madrid, Marcial Pons (Historia), 2015, p. 233-271.

Morán,“Entrevista a Manuel Lombardero”, Asturama, 23 de julio de 2012.

Más áncoras y más delfines (en la Editorial Tartessos)

En la página 7 del número 142 de una publicación de Cuenca (España), titulada inequívocamente Ofensiva y caracterizada más inequívocamente todavía como Bisemanaro nacional-sindicalista, el que fuera miembro de la RAE Ángel Dotor (en mejores tiempos colaborador de Guillermo de Torre en aventuras vanguardistas como Alfar, Cervantes o Cosmópolis) publicó un interesante artículo titulado –muy acorde con la línea de ese “bisemanario, que salía jueves y domingos–  “Una editorial española” que aporta datos muy útiles para caracterizar la editorial Tartessos que dirigía Félix Ros (1912-1974), y que en 1944 acabó vendiendo por cien mil pesetas a José Manuel Lara, para que este se iniciara en el mundo de la edición (y, tras su fracaso, la vendiera a su vez a Janés comprometiéndose además a no volver a entrar en el negocio de la edición).

El texto de Ángel Dotor (1898-1986) constituye un completo repaso a lo que, a la altura de octubre de 1943, eran las colecciones de Tartessos: Grandes Narradores Contemporáneos (Joyce, Maugham, Roger Vercel), Narradores Eternos (Jane Austen, Goncharov), El molino y la Rosa (Los papeles póstumos del Club Pickwick), Penélope (Maurois, Fratelli), Amadís (donde publicó a Azorín y Unamuno), Noche en Vela (El puente de San Luis Rey de Thornton Wilder, Dickens), Muérdago (Bécquer, Maupassant) y, en los que quisiera detenerme: Seis Delfines y Áncora de Salvación.

Félix Ros (1912-1974)

Félix Ros (1912-1974)

Teniendo en cuenta que, una vez disuelta su asociación con Josep Janés i Olivé (1913-1959) –como consecuencia de “circunstancias igualmente penosas para los dos” que los mantuvieron reñidos durante varios años, según el propio Ros–, la editorial se creó tras el verano de 1941, no hay duda de que tuvo un arranque bastante asombroso, y aunque es cierto que hay unos cuantos títulos publicados por Tartessos que ya habían sido anunciados en la empresa en común con Janés (Editorial Emporion), la cantidad de títulos y el fuste de algunos de ellos no dejan de ser muy dignos de consideración.

El nombre de Seis Delfines y Áncora de Salvación, como el de Áncora y Delfín, el logo de Barral más adelante o –como señaló Mireia Sopena– el de los Dolphin Books de Joan Gili i Serra, remite de un modo evidente a la obra de Aldo Manuzio. Son, desde el punto de vista literario, pero también desde el del diseño, dos de las colecciones más interesantes y logradas de Tartessos (a la que podría añadirse Muérdago). Al igual que hicieran con Janés en la colección Saeta Blanca de Emporion, los volúmenes de Seis Delfines se encuadernaban en un cartón muy flexible, sin imprimir, con sobrecubierta ilustrada a dos tintas, pero lo que quizá más llama la atención sea la selección de autores (muy afín a las que en esos mismos momentos y en los años siguientes hacía Josep Janés), entre los que se encuentran algunos de los narradores británicos más apreciados en España en la década de los cuarenta: G. K. Chesterton, Maurice Baring,  W.B. Maxwell o Somerset Maugham. Y hasta tal punto llegaba esa «afinidad» –si de tal cosa se trataba– entre Janés y Ros que incluso publicaron ambos en los mismos años y en sus respectivas editoriales el Climas de Maurois.

Ernst Wiecher.

Y, junto a ellos, otros autores no menos “janesianos”, como la premio Nobel de 1909 Selma Lagerlöf, el mencionado represaliado por los nazis y exiliado André Maurois o –caso bastante curioso teniendo en cuenta el ambiente censorio y la trayectoria política del autor–, La baronesa, del católico Ernst Wiechert (1887-1950), quien ya en los años treinta se había significado por sus críticas al nazismo y que durante la guerra pasó cuatro meses internado en el campo de Buchenwald. A su lado, con retranca, el premio Nobel de 1910, el judío alemán Paul von Heyse (1830-1914). Desde el punto de vista estrictamente político, contrasta junto a ellos la presencia de Paul Morand (1888-1976), uno de los representantes más conocidos del grupo francés de Los Húsares (con Roger Nimier, Jean Giono, Jacques Chardonne, etc.) célebre por su filonazismo y sobre todo por su antisemitismo. Entre los autores que se anunciaron en las solapas de los números publicados y que no llegaron a salir en esta colección se encuentran Roger Martin du Gard, Jean Cocteau, Jacques Chardonne, Joseph Peyré, Karl Heinrich Waggerls y Aquilino Ribeiro.

Así se presentaba la colección, que es evidente que no se guiaba en absoluto por criterios políticos, con un texto sin compromiso ninguno: «La editorial Tartessos publicará en esta colección de los Seis Delfines las mejores obras de imaginación de la literatura moderna de todo el mundo […] Y las últimas obras de los más importantes autores españoles», algo esto último que no llegó a cumplir de ninguna manera.

Los 6 delfines. Cliclando en la imagen aumenta de tamaño.

Los 6 delfines. Cliclando en la imagen aumenta de tamaño.

En cuanto a Áncora de Salvación, que acoge volúmenes más breves pero igualmente cuidados y con un aspecto muy parecido al de Narradores Eternos (11 x 18, tapa dura con sobrecubierta y portada a dos tintas), los tres primeros títulos publicados permiten aventurar que pretendía dar cabida a autores nacionales o traducidos que abordaran el género biográfico. Entre los primeros autores elegidos se encontraba el periodista de Ya Nicolás González Ruiz (1897-1967), de quien su nieto José Antonio Millán ha escrito que “no sólo era el adalid del pensamiento nacional-católico aplicado a la literatura, sino que además había juzgado moral y personalmente millares de obras, glosadas puntualmente en su libro 6.000 novelas. Crítica moral y literaria”, pero que se hizo célebre sobre todo como continuador de la serie de biografías Vidas Paralelas (de las que escribió una veintena larga de títulos). Le acompañaban en Áncora de Salvación un incógnito Miguel S. Ferrer (acaso un seudónimo) y el Premio Nobel de 1933 Ivan Bunin (1870-1953), lo cual compone ya un trío bastante singular. Pero resulta desconcertante la publicación con ellos de la Crónica del callejón de los Gorriones, la primera obra de Wilhelm Raabe (1831-1910), que firmaba como Jakob Corvinus (y en una traducción que, sorprendentemente, en 1992 publicaría Rialp con copyright propio).

Al margen de áncoras y delfines, algunos de los libros de Tartessos que más han dado que hablar quizás hayan sido el Gente de Dublín (es decir, Dublineses), de Joyce, en traducción de Isabel Abelló de Lamarca, aparecido en Narradores Eternos en 1942, y la delirante versión de El parque Mansfield, de Jane Austen, publicada en la misma colección al año siguiente. La primera suele mencionarse como una de las obras que contribuyeron a dar a conocer en España a James Joyce, después de la pionera traducción de Retrato del artista adolescente que Dámaso Alonso firmó como Alfonso Donado y Biblioteca Nueva publicó en 1926 con prólogo de Antonio Marichalar.

En cuanto a la traducción que Guillermo Villalonga firmó de la obra de Jane Austen, basta una mirada para comprobar que de los 49 capítulos que tiene la novela en su versión original, sólo se publicaron 39, con un monumental salto entre los capítulos 11 y 20 que sin duda debieron de tener como consecuencia algunas lecturas distorsionadas  de El parque Mansfield. No es raro, sobre todo en las ediciones de esos años, que el cuidado puesto en la ilustración y la encuadernación, pese a la escasez de medios, no vaya acompañado de un esmero similar en cuanto a la edición de los textos, pero esta edición de Tartesos quizá sea merecedora de contarse entre las obras cumbre de los despropósitos en la materia.

Anexo. Títulos de Seis Delfines y Áncora de Salvación

SEIS DELFINES:

 

CAM004251. G.K. Chesterton, El Club de los Incomprendidos (traducción de Rafael O´Callagan), 1941; 1942 (2ª ed.).

2. Nino Salvaneschi, Sirénida, capital del mar (traducción de Margarita Sarasate), 1941.

3. Ernst Wiechert, La baronesa (traducción de Patricia Argensola), 1942.

4. W. Somerser Maugham, En los mares del Sur (traducción de José Romero de Tejada), 1942.

5. G.K. Chesterton, La incredulidad del padre Brown (traducción de Isabel Abelló de Lamarca), 1942.

6. Selma Lagerloff, Thale Tott y otras historias (traducción de N. Grülding), 1942.

7. Corrado Alvaro, El hombre es fuerte (traducción de Antonio de Gilbert), 1942.

8. Ivan Turgueniev, Aguas primaverales (trad. de R. O´Callagan), 1942.

Portada C9. Maurice Baring, C (vol I), (traducción de Enrique de Juan), 1942.

9 [bis]. Maurice Baring, C (vol II), (traducción de Enrique de Juan), 1942.

10. Paul Heyse, Sobre todas las cumbres, traducción de Kathe Von Balnkenstein, 1942.

11. Vittorio G. Rossi, Océano (traducción de Jorge Montalt), 1942.

12. G. K. Chesterton, El escándalo del padre Brown (traducción de F. González Taujis), 1942.

13. Ricarda Huch, El último verano (traducción de Käte von Blankenstein), 1942.

14. Maurice Baring, Medio minuto de silencio y otras historias (traducción de F. González Taujis), 1942.

15. Sofía R. Nalkowska, Choucas (traducción de Mira Warstacka), 1943.

16. John Hampson, Noche de sábado en Greyhound (traducción de Juan de Antequera), 1943.

17. Z. Y. Arbatov, Tania Vetrova (traducción de Alexus Marcoff), 1943.

Padre Brown18. Roger Vercel, Zona prohibida (traducción de María Héctor), 1943.

19. W. B. Maxwell, Olvidamos porque debemos olvidar (traducción de Guillermo Villalonga) 1943.

20. Francis Carco, La sombra (traducción de F. Navarro), 1943.

21. G. K. Chesterton, El secreto del padre Brown (traducción de Isabel Abelló de Lamarca), 1943.

22. W.B. Maxwell, Diario íntimo (traducción de J. Romero de Tejada) 1943.

23. Paul Morand, El difunto señor duque (traducción de Juan G. de Luaces), 1944.

24. André Maurois, Climas (traducción de Juan Ruiz de Larios), 1944.

ÁNCORA DE SALVACIÓN:

Nicolás González Ruiz, Axel de Fersen. El romántico amor de María Antonieta, 1942.

Miguel S. Ferrer, Beethoven. Biografía, pensamientos, cartas, 1943.

Ivan Bunin, La redención de Tolstoi (traducción de Alejandro Liaño), 1943.

Wilhelm Raabe, Crónica del callejón de los gorriones (traducción de Käthe von Blankenstein y Enrique de Juan), 1943.

Fuentes:

José Cruset, “Félix Ros: en la desnuda expresión de la medida del hombre”, La Vanguardia Española, 2 de marzo de 1967, p. 56.

Ángel Dotor,“Una editorial española”, Ofensiva. Bisemanario nacional-sindicalista, núm 142 (Cuenca, 10 de octubre de 1943), p. 7.

Josep Mengual, A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor, Barcelona, Debate, 2013.

José Antonio Millán, “Donde las dan las toman o El más famoso sintagma”, en Libros y bitios, 25 de febrero de 205 (originalmente en Julio Ortega, ed., La Cervantiada, Madrid, Ediciones Libertarias, 1993).

José Antonio Millán, “La pesadilla gozosa. En torno a el hombre que fue jueves”, en Libros y bitios, 3 de junio de 2005 (publicado originalmente en Archipiélago, núm. 65).

Félix Ros, “Janés. Evocación en la Feria del Libro”, Abc, 9 de junio de 1959, pp. 5-7.

Eduardo Ruiz Bautista, coord., Tiempo de censura. La represión editorial durante el franquismo, Gijón, Ediciones Trea (Biblioteconomía y Administración Cultural 188), 2008.

 

 

Hacer libros sin papel en los años cuarenta

Cuando el 5 de febrero de 2013 se divulgó mediante un tuit la carta que la editorial británica Jonathan Cape había remitido a John A. Brothers justificando la negativa a publicar su obra To the turn, alegando limitaciones de papel, se suscitó la duda razonable de si era una ingeniosa argucia para quitarse de encima al autor en cuestión o podía haber algo de consistente en ese argumento.

CapeRejectionLetterEs evidente, a la vista de la fecha de la carta (30 de agosto de 1944; en plena guerra mundial), que en ese momento el papel a disposición de la industria editorial escaseaba, como escaseó también en España en los años inmediatamente posteriores a la guerra civil o en Francia durante la Ocupación. Xavier Moret concluye su introducción a Tiempo de editores diciendo: “La omnipresencia de la censura, la escasez de papel y las dificultades propias de una sociedad controlada marcan los primeros tiempos de la posguerra”, a lo que, desde el punto de vista estético, puede añadirse la más elaborada exposición del asunto que hizo Enric Satué en referencia específica a la edición en Cataluña, pero válida para el conjunto de la edición en la España franquista en esos momentos:

En este clima de libertades estranguladas no fue fácil mantener la edición en unos niveles mínimos de calidad y buen gusto, sobre todo si a ello añadimos las enormes dificultades económicas y de servicio (buscar un papel para imprimir un libro suponía un auténtico quebradero de cabeza y encontrarlo una verdadera epopeya)” [todas las traducciones son mías].

El papel es un condicionante tanto de la extensión como de las tiradas y del número de títulos publicados en esos tiempos. Cuando en 1941 cumple un año, la Editorial Emporium creada por Félix Ros (1912-1974) y José Janés (1913-1959) protagoniza la sección «Panorama de las nuevas editoriales» de la Bibliografía General Española e Hispanoamericana, y en ese texto explican los dos editores: «Nuestros proyectos, a partir de ahora, han de estar supeditados a las actuales estrecheces de papel». Ante el acuciante problema de la escasez de papel, que hizo que el Estado lo sometiera a cupos, surgieron algunas iniciativas muy sagaces, que además no renunciaban a seguir considerando el libro como un objeto que debía ser bello, si bien tuvo también consecuencias negativas, sobre todo en las llamadas “ediciones populares”. Tal vez la más conocida de esas iniciativas para paliar los inconvenientes de los cupos fue la de Manuel Aguilar (1888-1965), quien dejó constancia de ella en sus memorias:

Yo publicaba sin interrupción, cierto es que con una clase invariable de papel. Mis competidores y aun los organismos oficiales parecían un tanto asombrados: ¿Cómo me las arreglaba para editar tanto, hallándose el papel sometido a cupo o a racionamiento? […] ¡El papel biblia, debido al escaso volumen que representaba en la totalidad de la fabricación de papel, no fue sometido a cupo! [Así] pude proceder a la reedición de todas las obras que, impresas en papel biblia, habían quedado agotadas durante la guerra.

Frontispicio y portada de una edición de Aguilar del ciclo de John (aquí Juan) Carter , de Edgar Rice Burroughs, de 1947 en la colección Crisol. Es perceptible lo impreso en el reverso de la portada.

A la escasez de papel como “problema capital”, según la califica Aguilar, se atribuyen –a menudo interesadamente–, muchas de las denegaciones de autorización que remite censura franquista a los editores en la inmediata posguerra, que, entre dedicarlo a una obra que fomentara “el espíritu nazional” u otra que se tomara ciertas libertades en cuanto a las sanas y muy católicas costumbres españolas, siempre podía legitimar su decisión de autorizar la primera y prohibir la segunda, y no ambas, alegando el socorrido motivo de la escasez de papel. Sin embargo, esto resultaba un pretexto bastante burdo cuando se aplicaba a otro editor audaz e imaginativo, José Janés, sobre quien dejó escrito Fernando Gutiérrez (1911-1984):

Janés, acostumbrado [antes de la guerra] a hacer buenos libros con malos papeles de periódico, se creció [en la posguerra]. Creó colecciones para la falta de papel, valga la frase. Hizo libros con recortes y postetas. Así salió la colección que llamó “Grano de Arena”, y los hizo también con el único papel asequible [por no estar tampoco sometido a cupo]: el papel de barba. En lugar de pegarle una póliza de 1,50, le imprimía El baile del conde de Orgel [de Raymond Radiguet] y le ponía un nombre a la colección: “Cristal”.

Portada de El baile del conde de Orgel, de Radiguet, en la colección Cristal.

Portada de El baile del conde de Orgel, de Radiguet, en la colección Cristal.

Se han valorado siempre mucho las primeras ediciones clandestinas en catalán que por esa época hacía Josep Palau i Fabre (1917-2008), entre otras cosas por el excelente papel que empleaba, que elegía precisamente en respuesta a las mismas necesidades:

La revista Poesia [1944-1945], que yo edité por mi cuenta, se imprimía en papel de hilo y cien ejemplares. Y aquí me complace consignar, de una vez por todas, que no era por ningún prurito de originalidad ni de sibaritismo que lo hacíamos de este modo, sino sólo porque el papel ordinario estaba racionado y era preciso un permiso oficial para obtenerlo. El papel de hilo, en cambio, era el único que se encontraba en venta libre.

Pero las dificultades para obtener buen papel a precios razonables se mantuvieron durante muchísimos años, incluso bastante más allá del fin de la segunda guerra mundial. En fecha tan avanzada como 1955, Germán Plaza (1903-1977), uno de cuyos mayores triunfos era la colección de libros minúsculos Pulga, explicaba:

Un elemento que anula en gran parte la posición en que nos sitúa [la bajada] del coste de la impresión [es] el papel. […] El papel mantiene unos precios que en modo alguno se corresponden con los demás capítulos del coste de producción […] Los editores podemos hacernos con imprentas propias para disminuir en lo posible los costes de producción; pero no podemos ir tan lejos, en este proceso de producción vertical, como para fabricarnos nosotros mismos el papel. Y sin embargo, éste sería uno de los caminos más viables para llegar a una verdadera economía; el único que nos permitiría darle una reducción substancial al coste de producción.

Los volúmenes de la colección Pulga, publicada por las Ediciones G. P., constituyó, con sus volúmenes de 10,5 x 7,5 cm., uno de los mayores éxitos comerciales en el ámbito de la edición de libros de su tiempo, y llegaron a comercializarse (a 60 ptas) estanterías ad hoc para ella.

A la escasez de papel es lógico atribuir el hecho de que, sobre todo en las llamadas “ediciones populares”, a las que se dedicaba preferentemente Germán Plaza por entonces e imprimía en rotativa, usaran unos tipos de un cuerpo minúsculo, tuvieran unas cajas invasoras que apenas dejan márgenes blancos en la página y un interlineado que hace la lectura de muchos libros de esos años sean sólo apta para lectores con muy buena vista.

Pous i Pagès visto por Ramon Casas

Sin embargo, otro de los efectos de la escasez de papel tuvo unas consecuencias culturalmente muchísimo más graves: la mutilación de un buen número de obras literarias con el objeto de que su extensión fuera compatible con el reducido número de páginas  asignados a muchas colecciones en la posguerra. En L´edició a Catalunya: el segle xx (fins a 1939), Manuel Llanas registra un par de testimonios bastante asombrosos en este sentido referidos a la editorial Maucci y situados a principios de siglo. El primero procede de “El moviment editorial a Barcelona”, una diatriba contra los editores en la que Josep Pous i Pagès, ocultándose tras el seudónimo Josep Piula, escribía en Catalunya Artística (27 de febrero de 1902): “A menudo, ya para que el libro no supere el número de páginas fijadas, ya porque el traductor quiera ahorrarse el trabajo que le pagan a precio alzado, hacen recortes sin ton ni son y sin tomarse siquiera la molestia de resumir en pocas palabras lo que suprimen”. El otro testimonio es el del dibujante y cartelista Carles Fontserè: “Según me contó Just Cabot años más tarde en París, el editor de origen italiano Emanuele Maucci, que publicó grandes tiradas a precios populares, no dudaba en reducir arbitrariamente por razones crematísticas una obra de 300 páginas a 250, desdeñando al azar las páginas “sobrantes”” (ídem).

Placa de la plaza dedicada al editor Emanuele Maucci en Parana (Italia).

Pero acaso resulta más escalofriante todavía el impagable testimonio que dejó Rafael Borràs Betriu en el primer volumen de sus memorias referido a su etapa en la Editorial Juventud (hacia 1955), por la importancia de la obra a la que se refiere y por la mayor proximidad en el tiempo:

Se empezó a publicar la colección de libros de bolsillo Libros Z –supongo que en honor del apellido Zendrera–. Me pareció una excelente iniciativa, pues no abundaban por entonces […] series económicamente asequibles. Lo que no me pareció bien fue que algunos títulos tuviesen que recortarse para no sobrepasar un número de páginas. Así, [Marià] Manent [director literario de Juventud] me encargó que le metiese la tijera a Guerra y paz, de Leon Tolstói; le argumenté en vano, en un intento de evitar tal barbaridad y, puesto a atenuar el desaguisado me dije que, para no alterar el sentido de la obra, lo menos malo sería reducir la descripción de las batallas. Yo no había leído entonces a Tolstói; hoy sé que de ninguna de las obras del autor más insignificante puede nadie permitirse nunca quitar ni una coma.

Guerra y Paz en la edición de Juventud.

Con posterioridad a 1979 se estuvieron reimprimiendo en España libros en versiones de esta guisa abreviados, e incluso más recientemente haciéndose de ellos ediciones digitales, lo cual quizá tenga su explicación en la carencia de papel en una época en apariencia superada. Quizá tenga explicación, pero me parece bastante difícil de justificar.

Y tal vez Jonathan Cape fuera más honesto con John A. Brothers de lo que pudiera parecer a simple vista.

Fuentes:

Para conocer mejor la vida y la obra de Manuel Aguilar, así como la historia completa de la editorial que fundó, es muy recomendable visitar el blog que gestiona María José Blas Ruiz Antigua Editorial Aguilar.

Aguilar. Historia de una editorial y de sus colecciones en papel biblia, de María José Blas Ruiz, en colaboración con José Luis Dánchez de Vivar Villalba, con prólogo de Luis Alberto de Cuenca y diseño de Javier García del Olmo (Madrid, Librería del Prado, 2013).

Rafael Borràs Betriu,  La batalla de Waterloo. Memorias de un editor I. Una reflexión políticamente incorrecta con el mundo de la letra impresa como trasfondo, Barcelona, Ediciones B (Memorama), 2003.

JonathanCape (@JonathanCape) Best thing I’ve seen all week: Cape rejection letter from 1944 on the grounds of shortage of paper. pic.twitter.com/w6bXmXBO.

Fernando Gutiérrez, “Recuerdo de José Janés”, ”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1959 y publicada como anexo al Catálogo de la Producción Editorial Barcelonesa comprendida entre el 23 de abril de 1958 y el de 1959, Barcelona, Diputación de Barcelona,1960.

Manuel Llanas, L´edició a Catalunya: el segle xx (fins 1939), Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2005. El mismo tema lo trata más a fondo en “Notes sobre l´editorial Maucci i les seves traduccions”, Quaderns. Revista de Traducció, núm. 8 (2002), pp. 11-16. El número de Catalunya Artística citado puede verse en ARCA aquí. La cita de Fontserè procede originalmente de Memòries d’un cartellista català (1931-1939), Barcelona, Pòrtic, 1995.

Xavier Moret, Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, Barcelona, Destino (Imago Mundi 19), 2002.

Josep Palau i Fabre, Josep, El monstre, Obra Literària Completa II, Assaigs, articles i memòries, Barcelona, Cercle de Lectors-Galaxia Gutenberg, 2005.

Germán Plaza, “Los problemas del libro popular en España”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1955 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa comprendida entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1956.

Félix Ros y José Janés, «La editorial Emporium», Bibliografía General Española e Hispanoamericana, año XV, núm 2 (abril-mayo de 1941), pp. 10-11.

Enric Satué, El disseny gràfic a Catalunya, Barcelona, Els Llibres de la Frontera (Coneguem Catalunya 18), 1987.

La providencia (que se llamaba Paco) en los orígenes

A Stefanie Kremser, autora de Die toten Gassen von Barcelona

Un joven Candel ante su propia caricatura por Del Arco.

Un joven Candel ante su propia caricatura por Del Arco.

Cuando se habla de los escritores que mejor han retratado la ciudad de Barcelona, surge siempre una retahíla de nombres en la que no suelen faltar Narcís Oller, Ignacio Agustí, Xavier Benguerel, George Orwell, Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán ni Juan Marsé. A veces, si la conversación se alarga, y se pone un poco erudita aparecen en ella los nombres de Paul Morand (su “La noche catalana”, en La noche es larga), Pierre MacOrlan (La bandera), André Pieyre de Mandiargues (Al margen), Josep M. Francès (La rossa del mal pèl), Jean Genet (Diario del ladrón), o incluso Ruiz Zafón (La sombra del viento, con su peculiar foto de Madrid en portada).

Sin embargo, más raramente se recuerda al autor de novelas policíacas Francisco González Ledesma (n. 1927), al inclasificable Antonio Rabinad (1927-2009) o a Francisco Candel (1925-2007), cuya obra muestra a menudo los barrios menos “promocionables” y turísticos de Barcelona, razón que quizás explique el tipo de lectores que en general han tenido y el hecho de que hayan quedado un tanto al margen del establishment académico.

Probablemente fuera Vázquez Montalbán el primero en establecer un cierto parentesco entre estos tres autores –que entre otras cosas fueron descubiertos por el mismo editor, José Janés (1913-1959)–, en el transcurso de una entrevista que le hizo Genís Sinca que, al reproducirla en su libro La providència es diu Paco, abre con las siguientes palabras: “Candel y la fabulación de su Barcelona suburbial tuvo una influencia decisiva en la generación literaria de la Escuela de Barcelona encabezada por Manuel Vázquez Montalbán” (ya saben: Barral, García Hortelano, Juan Goytisolo, Terenci Moix, Mendoza, Marsé).

Es que Candel –explica en esta entrevista Vázquez Montalbán– era precisamente el tipo de autor que buscaba Janés. Estaban hechos el uno para el otro. A contracorriente, es cierto, y hay quien dice que a contraliteratura, porque no hay que olvidar que Candel […] supuso la incorporación del “charnego” a la hora de juzgar sobre todo esas zonas donde Barcelona y Cataluña perdían su nombre. […] Con esas dos novelas [Donde la ciudad cambia su nombre (1957) y Han matado un hombre, han roto un paisaje (1959)] se convierte en uno de los mejores representantes del llamado realismo social, que en su caso está más cerca de lo que más tarde se llamaría realismo sucio, salvando las distancias y dicho sea con cierta ironía [las traducciones son mías].

Primera edición sin censuras de Los contactos furtivos (Bruguera, 1985), con prólogo de Manuel Vázquez Montalbán.

Janés, efectivamente, fue también el descubridor de Antonio Rabinad (con Los contactos furtivos, 1956), quien se convirtió además en un eficiente colaborador de la editorial, y de González Ledesma cuando éste decidió incursionar en la literatura abandonando los seudónimos que empleaba como autor de novela de género, si bien la Censura impidió que le publicara Sombras viejas, entre otras cosas porque, en palabras del autor probablemente exagerando un poco, “un protagonista le tocaba la pierna a su novia”.

Candel tiene el dudoso honor de ser, junto con Alfonso Sastre, la víctima más recurrente de la censura de libros. Su primera novela, Brisa de El Cerro (1954) la mandó a diversos premios sin ninguna suerte, pero encontró un valedor importante ya con la segunda, Hay una juventud que aguarda, subtitulada «Raro intento de novelar unos pensamientos y unas conversaciones» y que el propio Candel describe como:

la odisea de los jóvenes que desean triunfar literaria y artísticamente. Contaba mi aventura de escritor presentándome al Nadal. Jugaba al enfant terrible criticando premios y vida literaria.  Como reacción contra mi escepticismo podían otorgarme ese Premio Nadal que ponía en tela de juicio y al que con esta novela volví a presentarme. ¡Qué ingenuo! De la Dolores Medio, colocando la murmuración en boca de los personajes de mi relato, insinuaba que había ganado por ser mujer. A saber qué condescendencias habría tenido con el editor. Era creencia general que las mujeres triunfaban por su coño y no por sus méritos.

Aun así, la novela se ganó la simpatía de dos miembros del jurado, Ignacio Agustí y Sebastià Juan Arbó, y el segundo de ellos alentó a Candel a seguir en la brecha y no desanimarse, y le entregó una carta que le sirvió de recomendación ante José Janés, quien con esta novela estrenaría una colección que tuvo poca continuidad, Doy Fe. El rasgo más definitorio de esta colección era que un  autor consagrado apadrinara mediante un prólogo introductorio a un autor novel (seguirían al libro de Candel en esta breve colección Carmen Barberá, presentada por Gironella, y Antonio Gil, por John Lodwick), y Janés pensó inicialmente en Pío Baroja para el estreno de la colección, pero, tal como lo cuenta Candel, por entonces “Baroja andaba ya muy cascado. Janés no pudo hablar con él”.

Tomás Salvador (¡sin bigote!) en la sobrecubierta del primer libro de Doy Fe.

Tomás Salvador (¡sin bigote!) en la sobrecubierta del primer libro de Doy Fe.

Finalmente la primera obra publicada por Candel la prologó Tomás Salvador (1921-1984), lo que tiene su miga porque Salvador aparece como personaje en la novela, así que decidió dedicar parte del prólogo a desmentir la imagen que de él se daba en el relato de Candel:

En dos o tres ocasiones se me alude directamente, ni con simpatía ni con acritud, en todo caso con una imparcialidad mal informada. ¡No, amigo Francisco, yo no quedé finalista en el Nadal del año 1951 por ser divisionario y policía, ni he ganado después otros premios por lo mismo, ni mi original presentado al Nadal, al que aludes, estaba lleno de correcciones hasta parecer un ciempiés por no haber por donde agarrarlo!

No debe verse sin embargo en esta cita –¡perteneciente al prólogo en que un consagrado presentaba a un novel!–, una puya o una reprimenda. Es más, partir de ese momento el muy noble Tomás Salvador se convirtió, con Janés, en el principal defensor del proyecto narrativo desarrollado en los años posteriores por Candel, que –pienso que con gran perspicacia y acierto– Genís Sinca describe del siguiente modo:

Sin ser consciente por completo de ello, [en Donde la ciudad…] se atrevía a hablar de su mundo, absolutamente depravado y salvaje; rabiosamente pintoresco; y lo hacía a saco, retratándolo con pelos y señales, sin servilismo, tal como salía y con cierta bestialidad, como si se tratara de un Hemingway enloquecido, o de un Faulkner aún más apocalíptico y descamisado, aunque más deliciosamente inclasificable y carente de artificio.

Con una inocencia igualmente candorosa, Candel había sentado las bases sobre las que construir un verdadero monumento literario, un poco agrio, de estructura en apariencia descalabrada, literariamente e injustamente calificado de segundo orden, pero auténtico, directo, descarnado, sin esnobismos ni afectaciones innecesarias, elucubrando sobre su gente, del tuétano de lo esencial y nostálgico de los barrios inmmigratorios de esa Barcelona ignorada, presentando el mejor (o peor) de los escenarios: el circo humano y cotidiano de [la zona conocida como] las Casas Baratas.

El escritor Luys Santa Marina emparentaba la obra de Candel –incluso lo hizo durante el juicio a que fue sometido Candel por Donde la ciudad…– con la tradición realista y picaresca española del Lazarillo de Tormes, pero más curioso incluso resulta que las lecturas que el propio Candel identificaba como las más decisivas en su carrera se encuentren, junto a Los traperos de Emaús (de Boris Simon) y Los santos van al infierno (de Gilbert Cesbron), e incluso por encima de ellos, el Cuerpos y almas, de Maxence van der Meersch, uno de los mayores éxitos comerciales que hasta entonces había tenido –quién sino– José Janés.

La curiosísima reedición en Plaza con el título de la obra erróneamente escrito por el ilustrador. En la edición reproducida abajo aparece correctamente escrito.

Fallecido Janés en accidente automovilístico en 1959, tampoco resulta muy sorprendente que a partir de ese momento los editores de Candel pasen a ser, entre otros más ocasionales, gente como Tomás Salvador en sus ediciones Marte (Échate un pulso, Hemingway, 1959; Dios, la que se armó, 1964; El empleo, 1965…), Germán Plaza en sus Ediciones G.P. (Los importantes. Élite, 1962; Los hombres de mala uva, 1968…) y más adelante Alfons Carles Comín y Josep Verdura en Laia (Carta a un empresario, 1974; Crónicas de un marginado, 1976; A cuestas con mis personajes, 1977…). Por supuesto, nada de Lumen, Seix Barral, Anagrama o ninguna otra de las editoriales asociadas ni de lejos a la llamada –a veces uno no sabe sin con cierta ironía– gauche divine.

Primera edición sin censuras de Els altres catalans (Edicions 62, 2008), preparada por Jordi Amat y con un prólogo de Najat El Hachmi.

Y, entre todo ello, el excepcional y muy influyente Els altres catalans (1964), que en 2008 tuvo la fortuna de ser objeto de una reedición preparada por Jordi Amat (tras dieciséis reimpresiones), en que se recuperaba el texto íntegro, sin las mutilaciones (en 55 páginas) que en su informe de censura para autorizar su publicación pedía Félix Ros.

Fuentes:

Sobre Francisco Candel, vale la pena visitar la página de la Fundació Paco Candel.

Significativo del carácter popular (en el mejor sentido) de Candel es el hecho de que la Colla Gegantera de La Marina creara en 2007 este «gegant».

Francisco Candel, ¡Dios, la que se armó!, Barcelona, Ediciones Marte, 1964.

Francisco Candel, Patatas calientes, prólogo de Joan J. Gilabert, Barcelona, Ronsel (Colección Pérgamo, serie Crónicas 65), 2003.

Carles Geli, “Edicions 62 recupera la versión original de Els altres catalans”, El País, 9 de agosto de 2008.

Francisco González Ledesma, Historia de mis calles, Barcelona, Planeta (Autores Españoles e Iberoamericanos), 1999.

Genís Sinca, La providencia es diu Paco. Biografia de Francesc Candel, Barcelona, Dèria Editors-La Magrana, 2008.

La cabeza de Mika Waltari

A Albert Sánchez Piñol,

en recuerdo de un cerveceo en que Waltari salió a colación.

Lo más probable es que Mika Waltari (1908-1979) sea siempre recordado sólo por el megaéxito internacional que tuvo la que sin duda es su mejor novela, Sinuhé el egipcio –que en España tuvo una historia editorial bastante curiosa–, a lo que contribuyó en gran medida el hecho de que Michael Curtiz la llevó a la gran pantalla en 1954 con un lujoso reparto en el que figuraban Jean Simmons, Victor Mature, Peter Ustinov y John Carradine.

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La jugosa trayectoria editorial de este novela en España la narra Rafael Borras en el segundo volumen de sus memorias. Al parecer, en la Editorial Janés surgió muy pronto la sospecha de que la férrea censura de la época no dejaría pasar el libro, por lo que se decidió mandar a examen censorio una edición inglesa que expurgaba los pasajes más conflictivos, mientras que se traducía a partir de una versión íntegra. Y la cosa funcionó.
Del éxito de Sinuhé el egipcio es buena muestra que sea la única que se ha mantenido en el catálogo de Plaza & Janés, que fue desprendiéndose en cambio del grueso de la obra de Waltari, y en particular sus numerosas novelas históricas (S.P.Q.R., El sitio de Constantinopla, Aventuras de Mikael Karvajalka, Aventuras en Oriente de Mikael Karvajalka, etc.), que acabaron confluyendo en la colección Narrativas Históricas Edhasa.

Portada de la edición de 1950 en Los Escritores de Ahora.

Portada de la edición de 1950 en Los Escritores de Ahora.

En 1950, coincidiendo con la publicación de Sinuhé el egipcio en la janesiana colección LEDA (Los Escritores de Ahora), cuyas siglas recuerdan la de la iniciativa de Salvador Espriu, se produjo el que probablemente fuese el primer encuentro en Barcelona entre Mika Waltari y su editor, y aunque en esa ocasión se trataba de una breve escala de camino a Madrid, los viajes de Waltari a la Ciudad Condal se harían frecuentes en los años sucesivos, y a menudo Janés lo invitó a su casa, donde le presentó a figuras relevantes de la vida cultural barcelonesa de por entonces.
Sebastián Juan Arbó, uno de los mejores amigos de Janés ya desde los años treinta, cuenta en su libro de Memorias. Los hombres de la ciudad (editado por Rafael Borrás Betriu en su célebre colección Espejo de España) cómo solían desarrollarse estos viajes de Waltari:

De aquí, tras haber cobrado los derechos –era una suma muy crecida– pasó a Italia, donde debió de cobrar también una importante cantidad –tenía dinero en todos los países–; cogió allí la borrachera consabida, o la continuó, o no la dejó, y un día, lo leí en el periódico, compró sellos por valor de millares de liras, se fue a un parque y estuvo arrojando hojas enteras al aire, ya en pleno delírium trémens.

Estatua a Waltari en Helsinki

Estatua a Waltari en Helsinki

No coincide esta versión con la de Rafael Borrás, quien en el tercer volumen de sus memorias ha ofrecido una explicación bastante asombrosa de estos encuentros. El objetivo del escritor finlandés era cobrar los derechos de publicación de sus obras, que Janés prefería pagarle en mano y en metálico, pero en realidad Waltari nunca lograba cumplir su objetivo, porque, desde el mismo momento que ponía un pie en suelo español, el editor y sus colaboradores se ocupaban de mantenerle en un constante estado de sobrecarga etílica que impedía que reclamara lo adeudado, “y así hasta el año siguiente”, siempre según Borrás. En sus memorias cuenta también Juan Arbó una versión abreviada del frustrado encuentro con Waltari en el restaurante del hotel Colón, de la que sin embargo la versión más pormenorizada la había publicado en La Vanguardia Española el 22 de julio de 1967, con el título “La opinión propia. Reuniones olvidadas”:

A Mika Waltari parece que los periodistas habían de cazarle a la llegada, o después, en algunos, podemos decir, entreactos, si es que los había. El resto del tiempo se lo pasaba en su habitación de hotel, en un completo estado de embriaguez, durmiendo, como se dice vulgarmente, la mona. La historia de nuestra cita fue, cuando menos, digna de esa fama. Nos habíamos citado para cenar en El Colón, donde se hospedaba; había venido con una artista de cine de su país, Finlandia; teníamos que cenar los cuatro y estaba la mesa preparada. Llegamos Janés y yo; el maître del hotel se nos acercó con cara desolada y nos dijo que no habría cena; según él, el novelista había dejado a la artista en el hotel, diciéndole que le esperara; que se había presentado a media tarde, con una borrachera tal que habían tenido que subirle a su habitación en brazos; que la artista, al verle, había hecho las maletas y, tras algunas palabras con él, había tomado el avión y se había vuelto a su país; nos dijo que el escritor estaba durmiendo el disgusto, si es que lo hubo, y la borrachera, que sí la hubo”.

El escritor y traductor Félix Ros, que tras unos años distanciado de quien en la inmediata posguerra había sido su socio, se reconcilió relativamente con Janés, también dejó constancia de la fama de bebedor de Waltari a su paso por Barcelona. En su caso en un artículo titulado “Evocación en la Feria del Libro. Janés”, publicado en Abc: “me contaron en el Ritz de Barcelona, que se desayunaba con una botella de chartreuse amarillo, si bien es cierto que mezclándola con coñac”.

Mika Waltari con Olavi Paavolainen en 1958. Foto de Lasse Holmström

Mika Waltari con Olavi Paavolainen en 1958. Foto de Lasse Holmström

En cualquier caso, cuando en 1954 Janés fue requerido a pronunciar la tradicional conferencia con motivo de la exposición biibliográfica que solía celebrarse en la Biblioteca Central (actual Biblioteca de Catalunya) con motivo de la Feria del Libro, se limitó a comentar acerca de Waltari (a quien describió como “visitante delicioso” y “gran novelista finlandés”) que “la primera vez que subió al Tibidabo y contempló Barcelona a sus pies se echó a llorar y dijo que vista desde lo alto de nuestra montaña Barcelona le parecía la ciudad más bella que había creado Nuestro Señor”. Quizás esta elegante discreción deba relacionarse con las declaraciones del editor barcelonés en la última entrevista que concedió, poco antes de morir, señalando Cuerpos y almas, de Maxence Van der Meersch, y Sinuhé el egipcio como las de mayor éxito de cuantas obras había publicado a lo largo de su muy prolífica trayectoria editorial.
Hay quienes piensan que si Waltari ya no dio una novela histórica de la magnitud y fuerza narrativa de Sinuhé el egipcio fue debido a que el inaudito éxito internacional de esa novela se le subió a la cabeza. Bueno, es un modo de verlo.

Fuentes:

Sebastián Juan Arbó, Memorias. Los hombres de la ciudad, Barcelona, Planeta (Espejo de España 81), 1982.

Sebastián Juan Arbó, La opinión propia. Reuniones olvidadas”, La Vanguardia Española el 22 de julio de 1967.

Rafael Borrás Betriu, La guerra de los planetas. Memorias de un editor 2, Barcelona, Ediciones B, 2005.

Rafael Borrás Betriu, La razón frente al azar Memorias de un editor 3, Barcelona, Flor del Viento, 2010.

Josep Janés i Olivé, Josep, “Aventuras y desventuras de un editor”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1954 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa entre el 23 de abril de 1953 y el de 1954, Barcelona, Diputación de Barcelona,1954.

Luis Quesada, “Editores españoles: José Janés”, Índice, febrero de 1959.

Félix Ros, “Janés. Evocación en la Feria del Libro”, Abc, 9 de junio de 1959.

Félix Ros, escritor en catalán

Andrés Trapiello señaló a Félix Ros y Luys Santa Marina como los dos escritores catalanes más notables entre los falangistas, pero apenas ha

Andrés Trapiello, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), Barcelona, Destino (Imago Mundi 167), 2010 (edición que revisa y amplía las anteriores). Lo citado, en p. 413.

Andrés Trapiello, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), Barcelona, Destino (Imago Mundi 167), 2010 (edición que revisa y amplía las anteriores). Lo citado, en p. 413.

quedado algo más de la obra literaria del primero de ellos que Preventorio D. Ocho meses en el SIM (Barcelona, Yunque, 1939; reeditado en 1974 con el subtítulo Ocho meses en la cheka en Prensa Española), que se ha destacado a menudo como el ejemplo más interesante, o cuanto menos de los más legibles, de entre el aluvión de libros memorialísticos que en la inmediata posguerra evocaban el período bélico. En algún momento se ha recordado también a Ros como colaborador de la revista Cruz y Raya que en Madrid dirigió José Bergamín entre 1933 y 1936, en la que Ros publicó, entre otras cosas, una selección y traducción de obra de Jordi de Sant Jordi y de algunas de las Estances de Carles Riba. Pero menos conocida y quizá más sorprendente, dada su filiación política, es su veta como escritor en catalán y que quizá se explicaría muy difícilmente si no se tuviera en cuenta la amistad con el poeta y editor Josep Janés i Olivé.

En la espléndida revista Rosa dels Vents, se publica en el tercer y último número (junio-julio de 1936) un poema de Ros titulado “Rastre d´un llavi…” dedicado al director de la revista, Josep Janés i Olivé, de quien en la posguerra Ros sería socio en sus primeras y fugaces empresas editoriales, antes de crear Tartessos (que acabaría vendiendo a José Manuel Lara Hernández). He aquí el poema en cuestión:

Rastre d´un llavi, abandonat

sobre el mocador – i ignorat,

forma d´un bes sense record.

¿Qui va deixar ta sang, tan dolça,

sobre ma boca, que ara polsa

sil·labes certes, cert conhort?

Oh moment quiet – o fugitiu!

Oh gràcia lassa – àgil, potser!

Encara, com inútil riu,

esperen hores (ja atrevides

a sa esfera, invisible) fer

noves senyals d´amors i vides.

Mentre tu, mocador besat

de qui sap qui, enfonsis en l´ona

ton ventre de vent, fluix, sagnat,

sobre el qual l´encís s´arrodona…

I perdis el corall – despulla.

I tornis a ésser blanca fulla.

El periplo de Ros durante los meses siguientes a la publicación de este poema puede seguirse a través del mencionado Preventorio D, pero menor rastro, muy probablemente por razones de censura, han dejado los intentos del autor por volver a publicar en catalán, concretamente su libro de ensayos y notas El paquebot de Noé (en el que destacan las páginas dedicadas al poeta López-Picó) y el poemario Amosa ment. La noticia del primero de estos títulos se encuentra por primera vez en la sobrecubierta del número 74 de los Quaderns Literaris que Janés siguió dirigiendo durante la guerra civil, donde se señala entre los 64 números previstos, y cuya publicación se anuncia para octubre de 1937. Se anunció también en junio de 1939 en el quinto número del boletín bibliográfico que publicaba la Editorial Apolo, y a la altura de 1944 aún se consigna entre las obras de Ros “en prensa” en la editorial Tartessos, que dirigía el propio Ros. Finalmente sólo apareció en 1946, en la colección Genil de José Manuel Lara, traducido al español y censurado.

Sobrecubierta de El paquebot de Noé, en la colección Genil, de la editorial LARA.

Sobrecubierta de El paquebot de Noé, en la colección Genil, de la editorial L.A.R.A. (que poco después compraría Janés).

En cuanto a Amorosa ment, se menciona en la sobrecubierta de la edición de Tres suites, de Carles Riba, aparecida en la janesiana Biblioteca de Poesia de la Rosa dels Vents en 1937, pero no me consta que dejara otro rastro. También de 1937 es la traducción al español de la novela de Sebastià Juan Arbó Camins de nit, aparecida en la Editorial Luis Miracle, si bien cuando José Janés intentó publicarla, en 1947, en lugar de recuperar esa traducción el autor prefirió autotraducirse por considerar la de Ros una traducción excesivamente libre. Como colofón a este breve repaso de lo que parece obra más o menos perdida de Ros, quizá puedan mencionarse las numerosas traducciones del catalán al español que incluye Félix Ros en su libro Prácticas de literaturas no castellanas. Un panorama completo de todas las literaturas desde el siglo –X hasta 1944 (Selección de textos de literaturas extranjeras y las regionales de España para estudiantes de bachillerato (Barcelona, Tartessos, 1944), en cuyas páginas iniciales, por cierto, aparece aún El paquebot de Noé como “en prensa”, y en el que firma traducciones de fragmentos de Bernat de Ventadorn, Ramon Llull,  Jacint Verdaguer, Àngel Guimerà, Joan Alcover, Frederic Mistral, Joan Maragall, Josep Maria López-Picó y Carles Riba. Pas mal. Y a ello hay que añadir aún la Antologia poética de la lengua catalana (puesta en versos castellanos) que le publicó Editora Nacional en 1965. Todo un tour de force.

A raíz de la publicación de este libro, Félix Ros declaraba a Manuel del Arco: «el poeta catalán tiene más fácil serlo en francés y sobre todo en inglés que en castellano. El catalán lo que pierde en variedad lo gana en profundidad y es más difícil traducir el verso castellano al catalán que al revés». (La Vanguardia, 17 de diciembre de 1965).

Fuentes

Jacqueline Hurtley, Josep Janés, El combat per la cultura, Barcelona, Curial (Biblioteca de Cultura Catalana 60), 1986.

Félix Ros, Prácticas de literaturas no castellanas. Un panorama completo de todas las literaturas desde el siglo –X hasta 1944 (Selección de textos de literaturas extranjeras y las regionales de España para estudiantes de bachillerato, Barcelona, Tartessos, 1944.

Andrés Trapiello, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), Barcelona, Destino (Imago mundi 167), 2010 (3ª ed., que corrige y aumenta las anteriores).