En una carta del presidente de la República Española Manuel Azaña (1880-1940) al poeta Juan José Domenchina (1898-1959) fechada el 1 de abril de 1939, le confiesa que sus gestiones ante el presidente de Colombia destinadas a obtener ayuda para quienes acababan de perder la guerra no habían obtenido los resultados que deseaba, y añade: «En Colombia, quien tiene influencia es Martínez Dorrien».
Fernando Martínez Dorrien, con su esposa Isabel Sanabria y sus hijos Eugenio y Fernando (más tarde arquitecto prestigioso), había llegado a Colombia a mediados de 1938 procedente de París (adonde se había trasladado al inicio de la guerra civil española), y para ello contó con la intercesión de Manuel Marulanda (embajador colombiano en España) y sobre todo del escritor Jorge Zalamea Borda (de quien había sido vecino en Madrid) ante el presidente Eduardo Santos Montejo, lo que contribuye a explicar que en el puerto estuviera esperándole el gobernador de la provincia y pudiera entrar en el país con los fondos suficientes para vivir con razonable comodidad. Fue muy probablemente el primer exiliado republicano español que se estableció en Colombia.
Una de las primeras iniciativas de Martínez Dorrien a su llegada al país fue crear la Editorial Bolívar e importar de México una vieja rotativa monocolor del semanario deportivo Match l’Intran ‒que acababa de comprar Jean Prevost para convertirlo en Paris-Match‒ y crear el Semanario Gráfico Ilustrado Estampa, cuyo primer número apareció en noviembre de ese mismo año 1938 bajo la dirección de Jorge Zalamea (1905-1969) y con Gilberto Owen (1904-1952) ocupando el puesto de jefe de redacción. Apenas un año después, esta revista ilustrada ya era descrita como «la publicación más moderna que se hace en Colombia».
De este modo, de la mano de Martínez Dorrien, hacía entrada en Colombia el rotrograbado (o huecograbado), que permitió una mayor nitidez y variedad cromática de las publicaciones colombianas y contribuyó de un modo notable a modernizar la imagen del periodismo ilustrado del país. Adicionalmente, habían llegado también de México Armando y Álvaro Manzanilla, Felipe Martínez, Manuel Bueno de la Vega, Federico Tor, Juan Soubran y Maclovio Jiménez, cuya misión era formar a operarios colombianos en fotomecánica, grabado y montaje. Así pues, parece evidente que la iniciativa de Martínez Dorrien dio un impulso importante al desarrollo de las artes gráficas colombianas.
En las páginas de Estampa pueden leerse con cierta regularidad textos de republicanos españoles exiliados en Colombia, como son los casos del por entonces delegado en Colombia de la Junta Española de Liberación, José Prat García (1905-1994), que se hizo cargo de la crítica teatral; el abogado y periodista Julio Navarro Marzo (1915-2001), que pasaría luego a las páginas de El Gráfico y años después desarrollaría una exitosa carrera periodística en Venezuela, o el más tarde importante editor y escritor Clemente Airó (1918-1975). Aun así, la amplísima mayoría de los colaboradores habituales eran periodistas y escritores colombianos, a los que si algo unía era una posición ideológicamente más zurda que diestra.
Simultáneamente, la editorial (cuyos talleres estaban en la confluencia de la carretera 6 con la calle 46 de Bogotá) cerró un contrato con el Ministerio de Educación para obtener el monopolio en cuanto a la edición de los libros de texto de bachillerato, lo que blindaba su viabilidad económica (aun cuando al parecer varias editoriales lo habían rechazado por considerarlo un mal negocio). También casi al mismo tiempo, y acaso para rentabilizar la inversión, en enero de 1939 se puso en pie la revista humorística y profusamente ilustrada Guau guau, que dirigía Ximénez (José Joaquín Jimémez ¿1911?-1946) y que aglutinó a los humoristas y caricaturistas colombianos jóvenes más importantes, pero desapareció tras el cuarto número por motivos que en las páginas de Estampa no acaban de explicarse de modo convincente (resumiéndolo mucho, que no obtuvo el impacto e influencia deseados).
Mayor importancia incluso, debido sobre todo al contexto histórico, tiene la aparición en septiembre de 1939 de Estampa en la guerra, con el mismo equipo director y que mantiene el mismo formato y aspecto general que su publicación hermana. De hecho, ya en Estampa el desarrollo de la guerra civil española había tenido una cobertura importante, en la que en términos literarios destaca entre otras la publicación de «Por qué cayó Barcelona», del escritor sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944), en el número correspondiente al 11 de febrero de ese año, que se presenta además como «Especial para Estampa». Curiosamente, cuando en 2020 Abelardo Linares recuperó este texto y lo publicó de nuevo en Mediodía. Revista Hispánica de Rescate lo describía ya como escrito sin firma para Match y publicado en español en la revista mexicana Hoy, pero sin mención a su circulación por Colombia. Sin embargo, sirviéndose de material proporcionado sobre todo por agencias de prensa estadounidense, Estampa en la guerra se proponía cubrir las consecuencias de la guerra civil española y el desarrollo de la segunda guerra mundial.
Tras la desaparición de Estampa en la guerra, de los talleres de la Editorial Bolívar salió entonces la revista Esfera (subtitulada «semanario de información y crítica»), con el mismo equipo directivo y en la que repetían muchos colaboradores (como Prat García, por ejemplo) y se añadían otros (como el que fuera en España catedrático de Derecho Mercantil antes de exiliarse José de Benito). Y también se producen a finales de 1939 cambios en el equipo directivo de la empresa que afectarán progresivamente a su trayectoria. Siempre con Gilberto Owen como jefe de redacción, tras ser sometido a un acoso vehemente y constante por parte de la prensa derechista, Jorge Zalamea abandona la dirección y esta pasa a manos de José Umaña Bernal, a quien tras unos meses sustituye Jorge Zamora Pulido y finalmente Ricardo Tanco.
Por lo que se refiere a los talleres, ya en marzo de 1944 se había contratado a Pedro Pablo Beltran como técnico encargado del buen funcionamiento de las imprentas (a las que al parecer se les daba un ritmo muy intenso), por doscientos cincuenta pesos mensuales. Después de abandonar la empresa en julio de 1947, Beltrán presentó una demanda contra la empresa que permite conocer algunos detalles de su funcionamiento. Según sus alegaciones, por indicación de sus superiores, además de las tareas que figuraban en su contrato se convirtió en:
Supervigilante del resto de los trabajadores de la empresa y sirvió, además, como maquinista de la rotativa y de la cosedora, sin que le hubieran reconocido y pagado estos servicios especiales y adicionales; que por causas ajenas a su voluntad, debido a los continuos daños que sufrían las máquinas y por ser muy difícil el conseguir repuestos para ellas, el demandante se vio obligado a ejecutar su labor en horas nocturnas, sin que le hubiesen pagado la sobrerremuneración correspondiente y que la Editorial tiene un capital superior a doscientos cincuenta mil pesos.
En su defensa, la empresa explicó que:
Beltrán trabajó como «jefe de máquinas» y más tarde en otras actividades que se le encomendaron en la Revista Estampa, como tirada, cosida, refilada, composición, etc.; [y que] se debe tener en cuenta que la remuneración como jefe de máquinas quedó fijada en doscientos pesos al mes y la correspondiente a los servicios adicionales se fijó pericialmente en cuatrocientos pesos mensuales.
Aunque fue una revista muy longeva, el carácter innovador de Estampa fue diluyéndose progresivamente, cosa que se agravó con las sucesivas deserciones de sus colaboradores. Sin embargo, Martínez Dorrién siguió muy metido en el sector de la edición de revistas. Así, por ejemplo, participó en la creación de otra revista singular, ya en la década de 1950, que surgió de la iniciativa de una empresa de Medellín dedicada a la confección textil, Indulana-Everfit, de la que a su vez nació la empresa Aberdeen. Esta última se marcó como objetivo impulsar la moda masculina, y Martínez Dorrien creó para ello la Revista Adán, que dirigió el periodista y escritor Luis Lalinde Botero y se imprimió en los talleres de la Bolívar (valga señalar que no tenía ninguna relación con la posterior revista argentina Adán. Entretenimiento para gentilhombres de la editorial Abril de Cesare Civita). El primero de julio de 1955 aparecía el número inicial de Adán, cuyos cien mil ejemplares se distribuían gratuitamente, y en sus páginas pudieron leerse las firmas de algunos de los periodistas más prestigiosos del momento, como Calibán (Enrique Santos Montejo, 1886-1971), a quien la dictadura militar de Rojas Pinilla había clausurado el periódico El Tiempo pero lo había sustituido ya por Intermedio, al filósofo y botánico Enrique Peláez Arbelóez (1896-1972), al periodista y político del Partido Liberal Juan Lozano y Lozano (1902-1979), al poeta e historiador Alberto Montezuma Hurtado (1906-1986), al célebre columnista de El Espectador y previamente colaborador de Estampa Lucio Duzán (1914-1976), que publicó entre otros textos la comedia en un acto Un hogar feliz, al filólogo y crítico literario Antonio Panesso Robledo (1918-2012), que procedía también de El Tiempo…
Tal vez jamás se manchara los dedos de tinta, pero es muy digna de recuerdo la influencia de Martínez Dorrién en el sector editorial colombiano.

Fuentes:
Alberto Escobar Wilson-White, dir., Atlas histórico de Bogotá, 1911-1948, Bogotá, Planeta, 2006.
José Manuel Azcona y José Ángel Hernández, Tránsito migratorio y relaciones bilaterales España-Colombia, Madrid, Editorial Dykinson, 2021.
Antonio Cajero Vázquez, «Gilberto Owen en la revista Estampa (Bogotá, 1928-1942)», Literatura Mexicana, vol. 22, núm. 2 (2011), pp. 101-119.
Mª Ángeles Hermosilla Álvarez, «Cartas inéditas de Manuel Azaña a Juan José Domenchina», Anuario de Estudios Filológicos (Universidad de Extremadura), núm. 5 (1982), pp. 69-79.
Jimena Montaña Cuéllar, «Semanario gráfico ilustrado Estampa: El inicio de la modernidad en una publicación periódica», Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. 37, núm. 55 (2000), pp. 3-65.
Juan Benavides Patrón, Sergio Antonio Ruano y Gustavo Salazar G., «Sentencia del Tribunal Supremo del Trabajo fechado en Bogotá el 15 de mayo de 1952», Gaceta del Trabajo. Órgano del Tribunal Supremo del Trabajo, Bogotá, Imprenta Nacional, tomo VIII, núms. 65 a 71 (enero a julio de 1952), pp. 200-206.