La colección que mimaba a los traductores (Isard, 1962-1971)

A Roser Vilagrassa, traductora de Pessoa, Wells y Kipling,

entre otras perlas, y buena amiga.

Josep M. Boix i Selva (1914-1996).

Josep Maria Boix i Selva (1914-1996), de quien en 2014 se cumple el centenario, no es quizás uno de los poetas catalanes más conocidos pese a la importancia de sus valedores y de la entusiasta atención, aunque exigua, que le ha dedicado la crítica literaria.

Proporcionalmente, ha recibido más atención su elogiada labor como traductor, y muy en particular su versión en verso de El paradís perdut de John Milton, que publicó en dos volúmenes en edición de bibliófilo en Alpha (1950 y 1951) y posteriormente en Clàssics de Tots els Temps (1953). Dadas las difícilísimas circunstancias de la época para dar a conocer obra literaria en catalán, no son desdeñables tampoco las lecturas de fragmentos de la traducción de Milton que Boix i Selva llevó a cabo en la Secció del Foment de les Arts Decoratives (en mayo de 1944) y en las conocidas como Bombolles Poètiques de Joan Colomines y Anton Sala-Conradó (en la que añade Samsó agoniste), en 1959.

Menos frecuentada ha sido por los historiadores su labor como director literario de la colección Isard, de la editorial Vergara, pese a su vocación de dar a conocer algunas de las obras más importantes de la literatura del siglo xx (entre ellos una buena cantidad de premios Nobel) y contar con una auténtica pléyade de espléndidos escritores como responsables de las versiones catalanas. Entre los primeros, valgan los nombres de Joyce, Faulkner, Orwell, Graham Greene, Rimbaud, Daudet, Saint-Exupery, Camus, Mauriac, Solzhenitzyn…; entre los traductores, algunos de los mejores y más renombrados de su tiempo: Carles Soldevila, Pere Calders, Joan Oliver, Joan Sales, Joan Vinyes, Miquel Arimany, Ramon Folch i Camarasa, Núria Folch, etc. Quizás sólo Laura Vilardell se ha atrevido a hacer “Una aproximació a la col·lecció Isard”, de innegable valor, pero existen en la Biblioteca de Catalunya los materiales necesarios para que alguien se anime a acercarse un poco más y a profundizar en esta insólita colección y en su principal promotor (sugerencia para investigadores intrépidos).

Graham Greene (1904-1991).

Josep Maria Boix i Selva pertenece al grupo de jóvenes que aún en edad escolar  convirtieron en legible –y, en retrospectiva, en interesantísima publicación– la revista Juventus, órgano de la Federación Catalana de Congregaciones Marianas y que entre 1931 y 1932 acogió en sus páginas los primeros textos literarios de escritores de la categoría de Tomás Lamarca, Martí de Riquer, Joan Vinyoli, Ignasi Agustí o Josep M. Camps. Posteriormente colaboraría en la exquisita revista Quaderns de Poesia (marzo de 1935-junio de 1936) y en el periódico El Matí.

Ignacio Agustí (1913-1974).

Ignacio Agustí (1913-1974).

Boix i Selva publicó en Juventus varios poemas, como  “Hivernal” (número de enero de 1931, p. 47) o “Planys de l´exiliat (mayo de 1931, p. 272), una prosa poética, “Visió nocturna” (febrero de 1931, p. 99), algunos textos de crítica literaria, como por ejemplo el dedicado a su admirado “Josep M. López Picó” (octubre de 1931, pp. 624-625) e incluso alguna pieza de reflexión política inesperada en una revista de estas características como “Catòlic i socialista?” (abril de 1931, pp. 221-222), ninguno de los cuales aparece, por lo menos con estos títulos, en el minucioso inventario del Fons Josep Maria Boix i Selva que se conserva en la Biblioteca de Catalunya (otra sugerencia para investigadores interesados en la obra del escritor).

A medida que avanza la década, su círculo de amistades literarias lo constituye sobre todo el grupo formado por Salvador Espriu, Bartomeu Rosselló-Pòrcel, Tomás Lamarca, Oscar Samsó y Joan Teixidor. Ya antes de la guerra aparece su primer libro de poesía, Angle (Altés, 1935), que fue objeto de uno de los textos críticos más atinados y trabados de Josep Janés en la preciosa revista Rosa dels Vents (1936), y durante la guerra publicó un segundo volumen, Soledat abrupta (Altés, 1937), además de preparar para la colección de Janés Oreig de la Rosa dels Vents el volumen de Poesia dedicado a Josep M. López-Picó. Sin embargo, como tantos otros poetas en lengua catalana, el resultado de la guerra puso Boix i Selva las cosas muy difíciles a partir de 1939. Aun así, durante el franquismo su obra poética se enriquece con los poemarios en ediciones clandestinas Felicitat (Amics de la Poesia, 1944) y Copaltes i mirinyacs (Altés, 1946), a los que hay que añadir El suplicant, la deu i l´esma (Premio Carles Riba 1971 y publicado en Proa al año siguiente).

En un momento en que la edición en lengua catalana empieza a intentar normalizarse, Isard nace dentro del seno de la Edittorial Argos, de la que en 1958 se había hecho cargo Ignacio Agustí al dejar la dirección de Destino y que en esos años publicó Más brillante que mil soles, de Asimov junto a Ciudades de España, de Eugenio Nadal o reediciones de la exitosa Mariona Rebull del propio Agustí.

Aunque las disonancias en la colección Isard no fueron tan clamorosas, sí recibió críticas la inclusión en el catálogo de lo que se consideró una nota discordante, y en particular las traducciones que clásicos añejos como Longo o Platón.

Pere Calders (1912-1994).

La descripción de Isard como Biblioteca Universal en Llengua Catalana era lo suficientemente ambigua para permitirlo, y, divida en diversas series (Novela, Ensayo, Religión, Historia), manifestaba la intención de publicar “obras representativas de todos los géneros literarios y de diversas épocas y culturas”. Pere Calders, quien en carta a Joan Triadú (14 de enero de 1964) define Isard como “una colección modélica en cuanto a corrección”, explica en un ilustrativo artículo (recogido por Montserrat Bacardí en La traducció catalana sota el franquisme) que en la selección de títulos intervienen activamente los propios traductores con sugerencias y propuestas y da razón de esa aparente heterogeneidad:

 Títulos que, considerados aisladamente, pueden parecer –y ni siquiera a todo el mundo!– poco necesarios, en el conjunto de la colección tendrán un objetivo bien definido. Así se explica que compartan una misma lista Albert Camus, Cecil Roberts, Aldous Huxley y A.J. Cronin, Vintilia Horia y Kathryn Hulme. O bien que les hagan compañía las gestas del reverendo padre Dominique Pire y las de Tartarí. E inlcuso tiene un enorme interés que un mismo traductor, un helenista eminente de la categoría de Jaume Berenguer i Amenós, nos ofrezca a Platón y Longo.

El catálogo que fue conformando Isard puede interpretarse como un antecedente de lo que luego sería la añorada colección Clàssics Moderns que Francesc Parcerisas dirigió para Edhasa, es decir, procuró un canon de los clásicos del siglo XIX y XX que en la mayoría de casos nunca se habían traducido al catalán y que seguían manteniendo una enorme vigencia. Entre las excepciones curiosas se cuenta Teresa Desqueyroux, del premio Nobel francés François Mauriac, que poco después de iniciada la guerra había aparecido como número 127 de los Quaderns Literaris de Josep Janés, en traducción de Jeroni Moragues, y de la que en 1963 Isard ofrece una nueva versión firmada por el escritor y editor Joan Sales.

Cubierta y portada de 1984, de Georges Orwell.

El catálogo completo de Isard (39 títulos) puede verse en el magnífico artículo ya mencionado de Laura Vilardell, que lo acompaña además de un interesantísimo anexo con las obras programadas que no llegaron a publicarse en el que figuran Ilya Erenburg, Nikos Kazantzakis o Maquiavelo entre otras perlas, pero a modo de panorámica, baste mencionar las obras del también premio Nobel Albert Camus La pesta (traducción y prólogo de Joan Fuster, en 1962) y La caiguda (traducción de Vallespinosa, en 1964), 1984, de George Orwell (traducida por Joan Vinyes, en 1964) y La revolta dels animals (traducida por E Cardona y J. Ferrer Mallol) , las novelas de Graham Greene Un americà pacífic (traducción de Eulalia Presas i Plana, en 1965) y Rocs de Brighton (traducida por Maria Teresa Vernet, el mismo año) o Una temporada a l´infern. Il·luminacions, de Arthur Rimbaud (versión, estudio preliminar y notas de Josep Palau i Fabre, en 1966). Y, entre las obras en catalán, los dos volúmenes de L´aperitiu, de Josep Maria de Sagarra (1964) y Proses bàrbares. Els herois, de Prudenci Bertrana, acompañados de “Una vida”, de Aurora Bertrana, en 1965.

Vol de nit, de Saint-Exupéry.

Uno de los placeres –o motivo de envidia– que la colección Isard reserva a los traductores es la importancia que se les concedía, y que no se limitaba a propugnarla, sino que se ponía de manifiesto en los textos de contraportada, que sistemáticamente constaban de la biografía del autor de la obra, una breve y elogiosa reseña del texto que se publicaba y una resumen biográfico del autor de la traducción. Además, el traductor tenía la oportunidad de incluir un texto en el que justificar sus decisiones (cuestión particularmente importante en el caso de la literatura catalana, por no estar entonces bien asentado el lenguaje literario), y, según explica Calders, en la ya mencionada carta: “Paga [a los traductores) los precios más elevados de Bareclona, y me consta –porque lo he vivido en primera persona– que los propósitos de calidad y de servicio desinteresado son sinceros y que el grupo intenta salvar la colección.”

No me viene a la memoria ninguna editorial o colección que reconozca de semejante modo la importancia de los traductores. (Véanse, sin embargo, los comentarios a la entrada para información adicional).

Fuentes:

Josep M. Boix i Selva.

Montserrat Bacardí, La traducció catalana sota el franquisme, Lleida, Punctum (Quaderns 5), 2012.

Pere Calders-Joan Triadú, Estimat amic. Cartes. Textos (edición de Susanna Álvarez y Montserrat Bacardí), Publicacions de l Abadia de Montserrat, 2009.

Sergi Doria, Ignacio Agustí, el árbol y la cebniza, Barcelona, Destino (Imago Mundi 244), 2013.

Laura Vilardell, “Una aproximació a la col·lecció Isard”, en Sílvia Coll-Vinent, Cornèlia Eisner i enric Gallén, eds., La traducció i el món editorial de la postguerra, Barcelona, Punctum &Trilcat, 2011, p. 253-272.

7 comentarios en “La colección que mimaba a los traductores (Isard, 1962-1971)

  1. Actualmente, la única editorial que sé que incluye una bio de los traductores en la solapa del libro es Cabaret Voltaire. Otras, pocas aún, y siempre pequeñas, la incluyen en la web (Acantilado, Nortesur, Impedimenta). A ver si poco a poco cunde el ejemplo… Curiosamente, he visto más veces la bio de los traductores en los libros de un mercado tan refractario a la traducción como el estadounidense.

    • Se agradece muchísimo la aportación. En cuanto a las traducciones en Estados Unidos, por la propia excepcionalidad de la traducción literaria, se añade el hecho de que la calidad, renombre o prestigio del traductor pueda actuar como argumento de compra. Por tanto, se me hace difícil aquilatar cuánto hay de reconocimiento y cuanto de estrategia comercial. Pero siempre es mejor ofrecer esa información que escatimarla, por supuesto. Gracias una vez más.

      • Supongo que en el caso de EEUU la estrategia comercial es evidente, pues es un reclamo más para el lector de traducciones, que ahí suele obedecer un perfil cultural más alto que el lector común. De todos modos, no veo por qué en el mercado hispano esa información no puede ser también un reclamo para el lector. En el peor de los casos, si se incluyeran un par de líneas sobre el traductor en las solapas, el lector las pasaría por alto, pero no tendría por qué perjudicar en nada al producto. Vaya, me parece a mí.

        Por cierto: acabo de caer en que también la colección Clásicos Alfaguara (la que dirigía Claudio Guillén) incluía un perfil biográfico de los traductores en la solapa. O al menos lo incluye en mi ejemplar del ‘Joseph Andrews’ de Fielding, en traducción de José Luis López Muñoz.

        Un gusto leer el post, como de costumbre.

      • Gracias a mares por enriquecer la entrada con información que se ha pasado por alto. No he tenido en cuenta, por ejemplo, aquellas colecciones específicamente dedicadas a traducciones célebres, como la de vida azarosa en Castalia, porque en esos casos es casi imprescindible.

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