Las primeras traducciones de obras de Mercè Rodoreda

Es muy probable que cuando en 1971 apareció en la prestigiosa Gallimard la traducción francesa de La plaça del Diamant, de Mercè Rodoreda (1908-1983), nadie recordara el tenue y muy fino hilo que la vinculaba con la primera traducción de un texto rodorediano al francés, que propició, indirectamente y de lejos, el mismo Gaston Gallimard (1881-1975).

Mercè Rodoreda en Barcelona.

Ciertamente, ya durante la guerra, el 27 de abril de 1938, se publicaba en francés el cuento de Rodoreda «Els carrers blaus», que había aparecido originalmente en número inicial de Companya. Revista de la dona, fechado el 11 de marzo de 1937,que dirigía la pedagoga de origen navarro Elisa Úriz Pi (1893-1979).

Esta primera versión de un texto rodorediano vio la luz en la revista francesa Marianne, que poco después le publicaría también «En una nit obscura» (en la página 10 del número del 29 de marzo de 1939), que previamente había aparecido en catalán en la Revista de Catalunya (número 82, del 15 de enero de 1938): Por cada una de estas traducciones iniciales Rodoreda percibió doscientos francos franceses de aquel entonces. A éstas seguirían, ya unos años más tarde, la traducción al inglés uno de los sonetos que le premiaron en los Jocs Florals celebrados en Londres el 11 de septiembre de 1947 (un soneto de «Embaladit estol d’ombres acollidores» que se publicó en la revista ADAM International Review, en traducción de Joan Gili i Serra) y, de nuevo al francés, la del poema «Penélope», incluido en el sexto número de Le Journal des Poètes (de 1949), y vertido al francés por la filóloga belga Émilie Noulet (1892-1978), quien hacía apenas un par de años se había casado con el poeta catalán Josep Carner (1884-1970).

Mercè Rodoreda en el exilio.

Marianne, cuyo nombre evoca inequívocamente al símbolo de la república francesa por antonomasia, era una revista pacifista, antifascista y de izquierda que se presentaba con un punto de arrogancia como «l’hebdomadaire de l’élite intellectuelle française et étrangère», lo que puede contribuir a plantear la cuestión de hasta qué punto pertenecía ya entonces a la élite la jovencita Rodoreda, cuyos credenciales se limitaban a cuatro novelas breves de género (Soc una dona honrada?, 1932; Del que hom no pot fugir, 1934; Un dia en la vida d’un home, 1934, y Crim, 1936), pues hasta 1938 no aparecería Aloma, que había obtenido el Premi Joan Creixells de narrativa que convocó el Ateneu Barcelonès en 1937. Esto bastaría para que en las páginas de Marianne se la describiera, quizá en un exceso de ampulosidad, como «Gran Prix des Lettres Catalanes». El nombre de Rodoreda aparecía en el mismo número que, por ejemplo, los de Hugh Walpole (1884-1941), Albert Sérol  (1877-1961) o Erich Maria Remarque (1898-1970), de quien se publicaban fragmentos de Tres camaradas traducidos al francés por Marcel Stora (conocido sobre todo por sus traducciones de Nabokov).

Emmanuel Berl.

En cualquier caso, ese inicial vínculo entre la joven escritora barcelonesa y el poderoso editor parisino se estableció, a través de diversos vericuetos, mediante el periodista, editor e historiador Emmanuel Berl (1892-1976), quien en 1933 había escrito para Gallimard Histoire vrai d’un Prix de beauté, donde narraba los entresijos del premio de belleza que había obtenido Valentine Tessier y que fue un fiasco. Cuando Gallimard se propuso crear una publicación periódica capaz de competir con la exitosa Candide lanzada en 1924 por el editor Arthème Fayard, pensó enseguida en Berl, según cuenta Pierre Assouline en su biografía de Gaston Gallimard:

 Berl, de cuarenta años, es un producto puro de la burguesía israelita parisina. Procedente de una familia de industriales y universitarios, emparentada con los Proust, los Bergson y los Franck, está perfectamente integrado, ignorando cualquier religión y es clemecista. Está muy ligado a Drieu La Rochelle, con quien crea, publica y redacta en 1927 Les derniers jours, un bimensual cuyo depositario es la Librería Gallimard, pero que se acaba con el séptimo número. Malraux también es amigo suyo, y es quien le apartó de Grasset para llevarlo a Gallimard.

Cuando Gaston le propone crear Marianne sobre el modelo de Candide, Berl expresa una concepción un poco diferente: le gustaría hacer el periódico solo o casi solo; sería una especie de Cahiers de la Quinzaine del que él sería el nuevo Péguy. Es ambicioso pero poco realista si se tiene en cuenta el prestigio y la obra de Péguy en comparación con la de Berl. Gaston lo convence de que piense más bien en un periódico de periodistas, con fotos, artículos, informaciones, críticas y mucha publicidad para la NRF [la Nouvelle Revue Française de Gallimard].

Gaston Gallimard.

Después de meses de preparación del proyecto codo a codo con André Malraux (1901-1976), el semanario sale a la venta por primera vez el 26 de octubre de 1932 con fragentos de Pilot de ligne, de Antoine de Saint-Exupéry como atractivo principal y con colaboraciones de los nombres principales vinculados a la editorial Gallimard (Edouard Bourdet, Marcel Aymé, Pierre Mac Orlan, Georges Duhamel, Malraux…). En definitiva, y según lo interpreta Bernard Laguerre, la idea de Gallimard era proporcionar a sus autores un espacio en el que poder expresarse sin tener que recurrir a periódicos o revistas de la competencia. Sin embargo, y tras alcanzar unas tiradas de hasta 120.000 ejemplares, a la altura de 1936 estas habían descendido a la mitad, de modo que Gallimard logró que el 15 de enero de 1937 la revista fuera comprada por una sociedad anónima financiada por el empresario Raymond Patenôtre (1900-1951), que había sido ministro de Economía en el gobierno de Léon Blum, y pasara a dirigirla el fotógrafo y editor Lucien Vogel (Lucienne Martin Hermann, 1886-1954).

Mercè Rodoreda.

Vogel ya había puesto de manifiesto tanto su vehemente antifascismo como su compromiso con la legalidad republicana española en un proyecto anterior, la revista Vu, donde el protagonismo lo tenían sobre todo los fotomontajes y en la que se reivindicó sin ambages la intervención militar francesa en España para contribuir así a detener el avance del fascismo por Europa. En Marianne, sin embargo, el cambio más importante que introduce es de carácter estético, dándole una apariencia de revista y haciéndolo crecer primero de dieciséis a veinticuatro páginas y posteriormente a treinta y dos, introduciendo en junio de 1937 las primeras portadas fotográficas a color y, en cuanto al contenido, potenciando las secciones más específicamente culturales.

No obstante, las tensiones tanto políticas como financieras propiciaron que a finales de ese mismo año Vogel abandonara el proyecto.

La siguiente traducción de Rodoreda, en ese caso al inglés, se enmarca en un número especial de ADAM. International Review dedicado a la literatura catalana («Writers of Catalonia»), que incluye también traducciones de piezas breves o fragmentos de Joan Alcover (1854-1926), Pere Calders (1912-1994), Víctor Català (Caterina Albert, 1866-1969), J.V. Foix (1893-1987), Rosa Leveroni (1910-1985),  Josep M. López Picó (1886-1959), Marià Manent (1898-1988), Joan Maragall (1860-1911), Josep Pijoan (1879-1963), Josep Pla (1897-1981), Carles Riba (1893-1959) y Jacint Verdaguer (1845-1902), en versiones de, además de Gili i Serra (que se ocupa también de las traducciones de Foix y Riba y que muy probablemente fue el promotor de la iniciativa), Jack Lindsay, Kathleen Nott, Carles Pi i Sunyer, Nuria Pi i Sunyer, etc.

El origen de ADAM (acrónimo de Arts, Drama, Architecture y Music) está en un periódico que había fundado en 1929 en Bucarest el periodista y editor Miron Grindea (1909-1995), que en 1939 se había establecido en Londres (como Gili i Serra unos años antes) y dos años después reemprendía la publicación de la revista, tras haber establecido amistad con intelectuales británicos como Cecil Day-Lewis, T.S. Eliot o Stephen Spender con quienes, como Gili i Serra, coincidía en la BBC. La lista de colaboradores de ADAM en aquellos años, muchos de ellos emigrantes que huían del nazismo, es impresionante y abarca desde Thomas Mann y Georges Bernard Shaw hasta Picasso, Stefan Zweig, H.G. Wells, Marguerite Yourcenar, Samuel Beckett o Lawrence Durrell, pero las restricciones a la circulación de papel como consecuencia de la guerra mundial conllevaron una nueva desaparición provisional de la revista hasta 1946, que fue la etapa en la que se publicó el número dedicado a la literatura catalana que incluía los poemas de Rodoreda.

El 6 de julio de 1949, acompañada de un esbozo biográfico de la autora, se publica en la revista de Bruselas Le Journal des Poètes el poema «Penélope», que Rodoreda incluiría en el Món d’Ulises y que en 1948 había aparecido ya en México en La Nostra Revista. Creada en 1931 por un comité editorial formado por Pierre Bourgeois, Maurice Carême, Georges Linze, Norge y Edmond Vandervammen, al que luego se incorporaría el poeta y pintor Pierre Louis Flouquet (1900-1967), Le Journal des Poètes había abandonado la iniciativa de publicar algunos libros y antologías y se había reafirmado por entonces como uno de los puentes más sólidos entre la cultura francesa y la belga. Cuando se incluye a Rodoreda, la publicación la dirigía Jean Delaet y se había incorporado ya como lema de la revista el «¡Poetas de todos los países, uníos!». El poema, aparecería ese mismo año incluido en Món d’Ulises, publicado en ciclostil en París por Armand Vidal en el volumen Jocs Florals de la Llengua Catalana: Any XC de llur restauració, y casi simultáneamente en las revistas de Buenos Aires Ressorgiment y Germanor y en la mexicana La Nostra Revista.

De todos modos, el primer libro de la versátil escritora catalana traducido al español no se publicaría hastavarias décadas después, 1965, en la colección El Puente que Guillermo de Torre (1900-1971) dirigía para Edhasa y en traducción de Enrique Sordo (1923-1992), La plaça del Diamant, y dos años después aparecería la versión inglesa firmada por Eda O’Shiel, al tiempo que se publicaba un fragmento de la misma obra en francés en Europe: Revue Mensuelle, debido a Jean Pierre Verdaguer. En el caso de la ya mencionada Aloma, no aparecería en español hasta 1971, en traducción de Joan Francesc Vidal Jové (1899-1974) y en la editorial Al-Borak, pero previamente (en 1969) se había publicado en la editorial Polígrafa la traducción de José Batlló de La meva Cristina y altres contes (además de algunos cuentos de este volumen en checo en Svĕtová literatura, traducidos por Vladimír Hvízd’ala).

Fuentes:

Fuentes:

Pierre Assouline, Gaston Gallimard. Medio siglo de edición francesa, prólogo de Rafael Conte, traducción de Ana Montero Bosch, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim (Debates 3), 1987.

Maria Campillo, ed., AA.VV., Contes de guerra i revolució, Barcelona, Laia, 1981, vol. II.

Sophie Kurkdjian, «L’engagement de l’éditeur de presse Lucien Vogel, de Vu à Messidor», en Anne Mathieu y François Ouellet, dirs., Journalisme et Littérature dans la gauche des années 1930, Presses Universitaires de Rennes, pp. 43-53.

Laguerre Bernard Laguerre, «Marianne et vendredi: deux générations?», Vingtième Siècle, revue d’histoire, núm. 22 (abril-junio de 1989) «Les generations», pp. 39-44.

Josep Mengual, «Una aproximación a la historia de las traducciones rodoredianas», Vasos comunicantes, núm. 40 (otoño de 2008), pp. 13-19.

Enrique Sordo, prolijo y polifacético trabajador editorial

Sin pretenderlo, el escritor, crítico literario y traductor Enrique Sordo (1923-1997) se convirtió en 1983 en uno de los ejes de la polémica que suscitó el traductor Jordi Arbonés (1929-2001) cuando, como miembro de Obra Cultura Catalana, afeó a la Editorial Sudamericana desde las páginas del Diario de Barcelona, que en ningún lugar visible se mencionara que su edición de La plaça del Diamant, de Mercè Rodoreda (1908-1983), era una traducción del catalán. Es posible que eso contribuyera a que algunas de las traducciones de esta obra de Rodoreda a otras lenguas se llevaran a cabo a partir de la traducción de Sordo, en lugar de siguiendo la versión original.

Enrique Sordo Lamadrid (1923-1997).

Para entonces, Sordo tenía ya una amplísima carrera, iniciada en su Cantabria natal en las páginas de la muy modesta revista santanderina Novus, creada en 1942 y en la que colaboraban también entre otros, el poeta Carlos Salomón (1923-1955) y el músico antifranquista Eduardo Rincón (n. 1924), pero del que se mecanografiaban apenas una copia para cada uno de los colaboradores y que desapareció ese mismo año.

Más empaque y trascendencia tuvo la revista Proel, para la que el mismo Sordo obtuvo el apoyo de su amigo el jefe provincial del Movimiento, Joaquín Reguera Sevilla, a cambio de que pudiera ser él quien designara al director (que fue Pedro Gómez Cantolla, subjefe provincial). Fundada en abril de 1944 como revista de poesía, al cabo de poco más de un año Proel empezó ya a publicar libros y, tras un parón en 1945, al siguiente abrió una segunda etapa en que acogió también obra gráfica, prosa y ensayo literario hasta su desaparición en 1950.

El primer poemario de Sordo, La prometida tierra, apareció en volumen precisamente en la editorial de la revista con una tirada de quinientos ejemplares y una viñeta de otro miembro del grupo Proel, el pintor y poeta José Luis Hidalgo (1919-1947), que ya había creado obra gráfica para las Olimpiadas Populares que debían celebrarse en Barcelona en 1936, y de quien Enrique Sordo había reseñado el poemario Raíz en el cuarto número de Proel. Poemas de este libro habían aparecido también en Fantasía, revista editada por la Delegación Nacional de Prensa franquista. 

Sin embargo, antes de la aparición de La prometida tierra, Sordo había leído ya algunos de sus poemas el 5 de abril de 1945 en la inauguración del Saloncillo de Alerta, el periódico que en 1937 creó la Falange Española para sustituir el liberal republicano El Cantábrico (1895-1937). E incluso figuró Sordo como director de la muy efímera revista Pobre hombre (dos números), que se definía como «órgano paupérrimo de las letras desamparadas» y acogió colaboraciones de José Hierro (1922-2002), entre otros.

Asentado en Barcelona, orienta luego Sordo su carrera hacia el periodismo cultural y la crítica literaria, en diversas iniciativas del republicano Manuel Riera Clavillé (1918-2007). En este sentido, destaca su participación en la redacción de Revista. Semanario de actualidades, artes y letras, que se estrenó en abril de 1952 con una cabecera diseñada por Salvador Dalí y donde Sordo se gana una reputación de informado y concienzudo crítico teatral, al lado de Juan Francisco de Lasa (1918-2004), que se ocupa de cine, Juan Eduardo Cirlot, que se ocupa de la crítica de arte, o Rossend Llates (1899-1973), a cuyo cargo estaba la crítica musical. Se mantuvo en ese puesto cuando en 1960 pasó a llamarse Revista Granvía, y posteriormente, a partir de 1962, Revista Europa. En los años cincuenta, además de ser uno de pioneros de la revista El Ciervo, creada en 1951, fue también jurado del Premio Ciudad de Barcelona, en la categoría de teatro, colaboró desde mediada la década en La Vanguardia y, al iniciarse en 1962 la segunda época de El Español, con Mauro Muñiz como redactor jefe, Sordo se ocupó de la crítica de libros. Lo mismo haría un poco más adelante en La Estafeta Literaria.

Por el camino, tuvo tiempo de adquirir protagonismo también como uno de los promotores en 1956 de los Premios de la Crítica, que en 1957 se resarcieron de haberse estrenado premiando La Cátira de Camilo José Cela (1916-2002) otorgando el premio a El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019).

De finales de los cincuenta es su participación en el primer volumen de la Antología de las mejores novelas policíacas que firmó con el también periodista Carlos Fisas (1919-2020) y publicó la editorial Acervo (a partir de 1958 se editaron por lo menos dieciocho volúmenes). Con un sentido laxo del término policíaco, reunieron obras de Conan Doyle, Chesterton, Agatha Christie, George Simenon, Oppenheim, William Irish, etc.

De ese mismo 1958 es la publicación de la que acaso sea su primera obra como traductor, La playa y otros relatos, de Cesare Pavese, que publicó Seix Barral en su mítica Biblioteca Breve, a la que siguió, firmada con Rafael Manzano, la de Los toros. Fiesta española, de Jacques Leonard, que publicó la Editorial Barna.

A caballo entre la década de los cincuenta y la de los sesenta, Sordo fue un prolífico generador de libros con clara vocación comercial, como es el caso de Arte español de la comida (1960), para Barna, una «selección y adaptación» de Cien famosas novelas (1960) para la Editorial de Gassó Hnos. (que se reedito en 1963), Los sueños (1962) y Hemingway, el fabuloso (1962), para la Enciclopedia Popular Ilustrada de Ediciones G.P. (a la que puede añadirse una biografía de Sara Bernhardt para la colección Pulga) o Al-Andalus, puerta del paraíso (1964), para Argos, entre otros muchos libros de diverso tema y tipo. Preparó también una selección de fábulas de Esopo, con Ramon Conde, y una adaptación de El Quijote que publicó el Instituto de Artes Gráficas en 1963 y 1964 respectivamente, en el caso de la obra cervantina con ilustraciones de Vicente Segrelles.

Para la ya mencionada Argos firma en esos años diversas traducciones del francés, en particular de libros sobre arte y artistas (Marcel Brion, André Salmon, Pierre Daninos, Georges Charensol…). Con estos antecedentes, no deja de resultar un poco sorprendente que fuese la persona elegida por Edhasa para traducir La plaça del Diamant al español, que salió en la colección El Puente en 1965.

No obstante, mucho más asombrosa resulta la enorme cantidad de traducciones que en los años setenta y ochenta, sin abandonar su dedicación a la crítica literaria, firmó Enrique Sordo, de las más diversas lenguas y en algunos casos de obras que no era la primera vez que se publicaban en español: del italiano: Itinerario de la novela picaresca, de Alberto del Monte, en 1971; del francés: Yo descubro el arte, de Pierre Belvès, en 1973; La Italia de los secuestrados, de Jean Lesage, en 1978; Esté o no esté, de Rafaël Pividal, en 1979; La reconversión, de Vladimir Volkov; El malhechor, de Juilen Green, en 1980 y al año siguiente, del mismo autor, Leviatán; Residente privilegiada, de María Casares, en 1981, Pescador de Islandia, de Pierre Loti, La noche del decreto, de Michel del Castillo en 1982…; del inglés: El factor humano, de Graham Greene, en 1979; Los demonios de Loudun, de Aldous Huxley, en 1980; Luz de agosto, de Faulkner, también en 1980, etc.; del catalán: Tiempo de cerezas, de Montserrat Roig, en 1979, y de la misma autora La hora violeta en 1980; Adiós, buen viaje, de Marta Balaguer en 1984; Acto de violencia, de Manuel de Pedrolo en 1987 … y a eso añádanse otros trabajos editoriales, como prólogos (a una edición de Cumbres borrascosas de Los Libros de Plon o a la Antología poética del no menos prolijo trabajador editorial Fernando Gutiérrez para Plaza & Janés en 1984, por ejemplo), la dirección editorial de la Enciclopedia universal de Nauta en 1982 y además obras propias (Cómo conocer la cocina española en 1980, España, entre trago y bocado en 1987, la guía turística sobre San Vicente de la Barquera y Comillas para Librería Estudio en 1987…).

No es del todo extraño que eso suscitara dudas, suspicacias y recelos.

La relación (mala) entre dos escritores y editores: Pedrolo y Sales

Manuel de Pedrolo.

En el ámbito de la edición, Manuel de Pedrolo (1918-1990) es recordado sobre todo como creador en 1963 de una impactante colección de novela policíaca en el seno de Edicions 62, La cua de palla, cuyo propósito evidente era –dando así respuesta a una reivindicación ya añeja de críticos como Rafael Tasis (1906-1966)–, normalizar la lengua y la literatura catalana mediante la publicación de novela de género de éxito, con buenas traducciones de autores clásicos (Chandler, Hammett. Chester Himes, Simenon) y la incorporación de algunos escritores más o menos jóvenes (el propio Pedrolo) a los que se pretendió sin éxito incentivar en el cultivo del género. Sin embargo, ya antes había hecho Pedrolo trabajos como corrector, traductor y asesor para Bruguera (entre otras cosas, corrigió novelas de Corín Tellado), y en 1951 empezó a desempeñar las mismas tareas para la editorial Albor de Ferran Canyameres (1898-1964).

Por su parte, Joan Sales (1912-1983) había dejado atrás una época de formación en México durante su exilio y estaba al frente del Club Editor cuando trabó contacto con Pedrolo.

Núria Folch y Joan Sales.

Es sabido que, como consecuencia de sus diferencias sobre en qué debía consistir la labor del editor, no llegaron a un acuerdo para incorporar ninguna novela de Manuel de Pedrolo al catálogo del Club Editor. De hecho, las diferencias en este sentido eran tan abismales que lo extraño hubiera sido cualquier otra cosa. Así lo explica Marta Pasqual, en su análisis del Sales editor:

Fueron bastantes los autores que no llegaron a publicar las novelas previstas. Algunos, como Manuel de Pedrolo, debido al hecho de que, según Sales, escribía para sí mismo y no tanto para los lectores y, en consecuencia, no estaba dispuesto a aceptar ninguno de los cambios propuestos por el editor.[la traducción de esta cita, como de todas las demás, es mía]

La apreciación parece bastante acertada, y Àlex Milian y Xavier Aliaga han resumido bien el meollo del problema en un reportaje en El Temps, sirviéndose del utilísimo estudio de Bel Zaballa:

Sales pretendía más concreción y contención de Pedrolo para extraer lo mejor de su talento, obras más condensadas. De más reescritura que escritura compulsiva. Esos consejos y sugerencias ofendieron a Pedrolo. La relación con el responsable de Club Editor no acabó bien: la correspondencia entre Sales i Rodoreada es prueba de ello. Pero, como recuerda Zaballa, el escritor «tenía claro que, si continuaba escribiendo, lo haría a su manera, “pese a objeciones, obstáculos y trabas de todo tipo, porque no podía, ni quería, dejar de ser quien era».

Manuel de Pedrolo era un autor prolífico que no estaba en absoluto dispuesto a aceptar sugerencias de nadie para retocar sus obras, por muy buena intención que se pusiera al hacérsele, y lo cierto es que tampoco fue muy receptivo a las críticas que, sin ambages y muy abiertamente, le hizo Sales cuando tuvo oportunidad de leer sus inéditos.

Cuenta Zaballa que, un año después de quedar impresionado por la puesta en escena de la pieza de Pedrolo Cruma (1957), Sales escribió al novelista solicitándole su colaboración en Club Editor porque tenía mucha fe en él, y que como respuesta obtuvo el envío de la obra escrita en 1953 y por entonces inédita Un de nosaltres (que se publicaría en 1963 en Selecta como Balanç fins a la matinada). Ante la negativa a trabajar sobre un texto que a Sales le pareció –y así se lo dijo a su autor– un tostón, Pedrolo replicó que no escribía para «distraer a la gente, sino todo lo contrario», pero aun así le mandó (con la misma suerte) una segunda obra: Avui es parla de mi, escrita también en 1953 y que Edicions 62 publicaría en 1966. Sales le propuso algunos cambios, que Pedrolo tampoco aceptó, y les mandó una novela escrita en 1952, Cendra per Martina (que según Zaballa finalmente publicaron, aunque no he encontrado una edición de Club Editor y la primera parece ser la de Proa en 1965).

Sin embargo, según contó el también editor y escritor Carlos Pujol (1936-2012), traductor además al español de la Incerta glòria de Sales, éste le dio una versión bastante distinta de este mismo asunto:

Sales me contó que un día fue a verle Pedrolo y le dijo: «Es una vergüenza que a un autor de tanto éxito como yo, el Club no le haya publicado nunca nada». «Tráigame algo y lo hablamos», le dijo Sales. Le mandó quince novelas inéditas, me explicó. Y me dijo «¿Puede creerse que no me gustó ni una? Tuve que decirle que no».

Desde luego, de tres a quince va un trecho que difícilmente puede atribuirse a un error de memoria, pero costará averiguar quién camufló la verdad para salir airoso del asunto.

Más tinta han hecho correr las numerosas referencias, más bien despectivas, que Sales hace a la obra de Pedrolo en su epistolario con Mercè Rodoreda, que el editor ya podía prever que tarde o temprano, póstumamente, saldrían a la luz debido a la importancia de ambos corresponsales en el canon de la novela catalana. Tanto el editor como la narradora, por entonces exiliada en Bélgica, tenían a Pedrolo por ejemplo paradigmático del escritor descuidado, y en cierto modo echado a perder, que gozaba de un favor de los lectores que no se correspondía con la calidad de su obra. Y en este caso la maledicencia no puede atribuirse a la típica envidia del escritor frustrado, pues tanto Sales como Rodoreda conocían bien el éxito y sus obras –en particular Incerta glòria y La plaça del Diamant– eran objeto de traducciones a las principales lenguas y además en editoriales muy potentes.

Sebastià Juan Arbó.

Así, por ejemplo, escribe Sales acerca de la situación de la crítica literaria del momento: «Cuando Pedrolo escribe alguna de sus tonterías sin pies ni cabeza, toda la crítica –salvo Joan Fuster, que calla como un muerto– dice que es genial; lo dicen con tanta más convicción y prosopopeya cuanto menos se la han leído» (carta del 6 de enero de 1967); o comentando la composición del Premi Ramon Llull: «El inconveniente es que en el jurado, además de [Sebastià-Joan] Arbó, están Martí de Riquer y Baltasar Porcel, un par que nunca sabes por dónde te saldrán. Los creo capaces de otorgar el premio a un Pedrolo o a Estanislau Torres» (28 de septiembre de 1967); o incluso en fecha tan tardía como 1979: «Hay una novela de Pedrolo que empieza textualmente así: “Caminava pel novell desenvolupament urbà [Caminaba por el bisoño desarrollo urbano]. Después de devanarme los sesos, conseguí descifrar su significado: quería decir que andaba por el Eixample». Sin embargo, lo valiente no quita lo cortés, y cuando Pedrolo es procesado por las autoridades franquistas acusado de «escándalo público» por mostrar en Un amor fora ciutat una relación homosexual, escribe Sales a Rodoreda: «No olvidemos ambos escribir a Pedrolo con motivo de su proceso», y a continuación le adjunta las señas a las que puede hacerlo (calle Calvet, núm. 9, el domicilio particular del escritor).

Pese a que, al parecer, a Núria Folch le habían gustado algunas de las novelas que había leído de Pedrolo antes de conocerlo y que Sales veía en él un gran potencial, fueron sin duda las discrepancias acerca de cuál era la función que debía desempeñar un editor, de sus diferentes conceptos de lo que era y significaba editar, lo que hizo que no cuajara su relación, y sin embargo es posible que haber publicado en Club Editor hubiera facilitado quizá la traducción de algunas novelas de Pedrolo a otras lenguas más allá de las peninsulares.

Fuentes:

Pere Antoni Pons, «Carlos Pujol sobre Joan Sales», Lluc: revista cultural i d’idees, núm. 864 (julio-agosto de 2018), pp. 16-19.

Montserrat Casals, ed., Mercè Rodoreda-Joan Sales. Cartes completes (1960-1983), Barcelona, Club Editor, 2008.

Joan Fontcuberta, «Pedrolo i La Cua de Palla», Quaderns. Revista de Traducció, núm. 14 (2007), pp. 49-55.

Àlex Milian y Xavier Aliaga, «Capmany i Pedrolo, cent anys de dues veus insubornables», El Temps, núm. 1766 (16 de abril de 2018).

Marta Pasqual, Joan Sales, la ploma contra el silenci, Barcelona, A Contra Vent Editors, 2012.

Bel Zaballa, Manuel de Pedrolo, la llibertat insubornable, València, Sembra Llibres, 2018.