A Lola Burgos, agradeciéndole su paciencia con la heterodoxia
Al prestigioso periodista madrileño Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna (1887-1975), conocido literariamente como Corpus Barga, se le recuerda un episodio enigmático en cuanto a su estreno como creador. Hay constancia de que en 1904, cuando tendría por lo tanto alrededor de diecisiete años, publicó algunos poemas con el título Cantares que Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), su sobrino, tuvo ocasión de leer y describió como «el libro más crudo que he leído. Era interesante, disparatado, audaz».
Todo indica que los esfuerzos del autor por destruir todos los ejemplares de este libro, al parecer el único que firmó con su nombre (Andrés García de la Barga), tuvieron un éxito definitivo, pues no han quedado trazas que permitan saber gran cosa de este volumen, ni siquiera quién lo imprimió (acaso fuera una edición a cargo del autor que imprimiera alguna de las empresas que se ocuparon de sus obras siguientes: la de J. Espinosa y A. Lamas o la Imprenta Artística Española). Con todo, disponemos de una breve y maliciosa selección de versos de este poemario que apareció en el número 439 (correspondiente al 22 de abril de 1904) de la revista satírica Gedeón (1895-1912), que irónicamente se subtitulaba «El periódico de menos circulación de España». El título de la sección en que se reseñó este libro primerizo es elocuente: «El papel vale más (notas bibliográficas)», y la entrada ya permite entrever que la nota (anónima) será demoledora:
Otro vate primaveral, D. Andrés García de la Barga, nos ha hecho verdaderamente felices por un rato. No conocemos nada más inesperado y sorprendente que las canciones de este señor García, ni podemos negar a ustedes el placer de saborearlas. Vean, vean y escojan, si en esto es posible escoger.
Una rosa en medio del campo vi:
¡como estaba tan hermosa,
la he cogido para ti!
Y que le hablen al Sr. García de la Barga de la sencillez homérica. Pero sigamos saboreando:
En tu barca, linda barquera,
pasamé;
con tal de ir en tu barca,
yo remaré.
Sí, hombre, sí, tú pitarás, digo, tú remarás, da gana de decirle al poeta. Y cualquiera le convence de que no se dice “pasamé”, sino “pásame”.
Esto no arredró a Corpus Barga, que además de convertirse en periodista de prestigio creciente fue añadiendo a su obra literaria el libro de relatos Clara Babel (1906), el volumen memorialístico La vida rota (1908-1910), las obras narrativas El ayudante de cámara (1921), Pasión y muerte. Apocalipsis (1930), la obra dramática En el teatro de la guerra. Tragedia desconocida en un acto (1935), el relato Puñales (1936), etc.
Al concluir la guerra civil española, durante la cual colaboró en publicaciones tan significativas de la cultura republicana como Hora de España o El Mono Azul, salió de España acompañando al poeta Antonio Machado y Corpus Barga se instaló durante un tiempo en París, aunque el avance de las tropas nazis hizo que se trasladara primero a Vichy y posteriormente a Coir Cheverny (un pueblecito en el departamento de Loir y Cher).
Allí concluyó Corpus Barga en 1947 la novela histórica Hechizo de la triste marquesa, y al año siguiente aceptó la propuesta del publicista Franklin Urteaga —apodado la Pulguita Atómica por su diligencia y dinamismo— y el historiador y periodista Luis Alberto Sánchez (1900-1994) de ocuparse de la cátedra de Ética y Sociología del Periodismo en la Escuela de Periodismo de la Universidad de San Marcos, de la que más tarde (cuando esta se integró en la Facultad de Letras) llegaría a ser director.
En la década de los cuarenta y los cincuenta siguió Corpus Barga colaborando muy asiduamente con publicaciones periódicas tanto americanas como europeas (incluso españolas a partir de un determinado momento), y en 1963 hizo un discreto primer viaje a la España franquista en el que trabó amistad con el poeta José Agustín Goytisolo (1928-1999). Ese mismo año Edhasa había publicado en España una primera edición (censurada) de las memorias noveladas Los pasos contados en la colección que Guillermo de Torre (1900-1971) había creado con la intención de acercar y propiciar el diálogo entre los escritores establecidos en América y los residentes en España, El Puente, y en la misma colección publicaría dos títulos más de ese ciclo: Puerilidades burguesas (1964) y Las delicias (1967).
Acerca del reflote en aquellos años de la aludida novela Hechizo de la triste marquesa, escribió Arturo Ramoneda: «Corpus se preocupó muy poco, en fechas posteriores [a las de su escritura] por darla a conocer, y la obra permaneció perdida y olvidada entre sus papeles hasta que en 1968 un editor peruano, que casualmente pudo conocerla, decidió sacarla a la luz». Lo que no menciona Ramoneda es que el editor en cuestión es uno de los más importantes que hubo en Perú en esa época (y en cualquier otra), Carlos Milla Batres, nacido en 1935 en El Salvador, formado inicialmente en Guatemala y trasladado ya en la adolescencia a Lima.
Carlos Milla (nada que ver con la familia Milla vinculada a la editorial Alfa) tenía ya entonces fama de ser muy certero ingeniando títulos, y una de las primeras observaciones que hizo a Corpus Barga fue que, en América, el título de su obra podía resultar ambiguo, por lo que le propuso el de La baraja de los desatinos (tomado de la caracterización que de España se hace en el capítulo 29 de la novela). Tal como lo contó el propio autor en una carta que publicó la revista Ínsula en octubre de 1975:
Este título, que descentra a la obra, se debe a un hecho sintomático de las diferencias del castellano en los distintos países en que se habla. El título original era Hechizo de la triste marquesa, pero aquí [en Perú] no se pudo poner porque entendían no que la marquesa estaba hechizada, sino que tenía hechizo, gracia, gancho. El lector español no creo que hubiera equivocado el sentido. Aquí hubo que poner otro título para evitar la anfibología.
Prueba de hasta qué punto esta era una buena solución pero simplemente coyuntural fue el hecho de que, cuando se publicó en la Biblioteca Formentor de Seix Barral —por iniciativa de Pere Gimferrer, que había elogiado el volumen de Los pasos contados en la revista El Ciervo—, recuperó el título original pero, en contrapartida, se vio sometida a los efectos de la censura: además de algunas supresiones, se eliminaron todas las referencias al culto fálico y se publicó sin el prólogo del autor a la edición peruana. Aun así, del interés de Gimferrer por la escritura de Corpus Barga da testimonio la respuesta que dio cuando en 1966 la mencionada revista El Ciervo publicó una encuesta de balance anual a sus colaboradores titulada «¿Cuáles son los tres libros que más te han interesado en 1965?»: El roedor de Fortibrás, de Gonzalo Suárez, El bandido adolescente y Crónica del alba de Ramón J. Sender, y Los pasos contados. Puerilidades burguesas, de Corpus Barga.
Fuentes:
Esther Barrachina y Max Hidalgo, «Barga, Corpus», en Manuel Aznar Soler y José Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2016, vol. I, pp. 291-294.
Isabel del Álamo Triana, Corpus Barga, cronista de su siglo, Sant Vicenç del Raspeig, Universidad de Alicante, 2001.
Guzmán Urrero Peña, «Corpus Barga y el placer de contar», Rinconete (Centro virtual Cervantes), 13 de junio de 2001.
Arturo Ramoneda, «Introducción» a Corpus Barga, Crónicas literarias, Madrid, Júcar (Los Poetas Serie Mayor), 1984, pp. 11-84.
Arturo Ramoneda, «Introducción» a Corpus Barga, Apocalipsis. Pasión y muerte. Hechizo de la triste marquesa. Cuentos, Madrid, Júcar (Azanca 23), 1987, pp. VIII-LXIV.
Marcel Velázquez Castro, «Corpus Barga o el reino del exilio», Escritura y Pensamiento, núm 19 (2006), pp. 143-149.
Buena entrada que nos trae a la actualidad a un gran escritor. Gracias