Cuando la novela histórica española llamó a la puerta

En el año 1996 la novela histórica en España se había convertido en un género que no sólo proporcionaba grandes ventas a las editoriales sino que además empezaba a captar poderosamente el interés del mundo académico, y una prueba de ello es la publicación de algunos libros que tomaban la novela histórica como tema de estudio, de los que son buen ejemplo las actas del V Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria y Teatral de la UNED (celebrado en la UIMP en Cuenca entre el 3 y el 6 de julio de 1995) y que se publicó con el título La novela histórica a finales del siglo XX e incluía estudios de Carlos García Gual, Maryse Bertrand de Muñoz, Joan Oleza, María del Carmen Bobes Naves, José Antonio Pérez Bowie, José María Pozuelo Yvancos…

Las traducciones de títulos como el Yo, Claudio (1978) de Robert Graves, Las memorias de Adriano (1982) de Marguerite Yourcenar o El nombre de la rosa (1982) de Umberto Eco habían mantenido un interés intermitente por parte del grueso de lectores españoles, más allá de los círculos de aficionados incondicionales al género, pero el profesor Fernando Gómez Redondo situaba en los años finales de la década de los ochenta una eclosión del interés de editoriales muy diversas por este tipo de novela. Tal como escribió en 1990 en «Edad Media y narrativa contemporánea. La eclosión de lo medieval en la literatura»:

Ediciones Orbis […] en 1988 inundó los quioscos con sus semanales entregas de Biblioteca de Novela Histórica, con la pretensión de simultanear obras clásicas (W. Scott, E. Gil y Carrasco, J. Fenimore Cooper) con títulos que acababan de alcanzar sonoros éxitos (R. Graves, M. Yourcenar, G. Vidal). También nuevas editoriales se subirán al carro de la fantasía histórica en esta desenfrenada búsqueda de lectores: Almarabú, Lumen, Muchnik y Montesinos, por ejemplo, han competido por sacar títulos que, en otros momentos, hubiera sido temerario publicar.

Sin embargo, mediada la década de los noventa se produjo un cierto cambio consistente, ya no en el cultivo ocasional por parte de autores españoles más o menos consagrados —José Luis Sampedro con El caballo desnudo (1970), Antonio Gala con El manuscrito carmesí (1990) y La pasión turca (1993) o Arturo Pérez Reverte con La sombra del águila (1993)— o en la aparición de éxitos puntuales —el Premio Planeta a Juan Eslava Galán por En busca del unicornio en 1987, por ejemplo—, sino en la irrupción de una avalancha de primeras novelas de escritores españoles, muchos de los cuales tuvieron un momento de gran éxito, que llevó incluso a que en la prensa se hablara de un cierto «boom». Originalmente se trató de novelas escritas a menudo por historiadores y muy fieles tanto a los hechos como (quizá más importante) a las mentalidades de la época en que situaban la acción, pero eso duró bastante poco tiempo.

Es posible que la espita que consiguiera abrir el grifo fuera la novela del historiador zaragozano José Luis Corral Lafuente El Salón Dorado (1996), publicada en la colección Narrativas Históricas de Edhasa en mayo de 1996 y que vino a demostrar que los editores podían ahorrarse los costos de traducción para publicar buenas novelas en este ámbito. En Pasando página, un compendio periodístico de los hitos de la edición española a partir de 1975, Sergio Vila-Sanjuán da cuenta de la publicación de esta novela del siguiente modo:

Desde finales de los setenta, la colección Narrativas Históricas, creada por Francisco Porrúa, representaba el pulmón de la editorial. Su línea la continuarían otros directores literarios como María Antonia de Miquel o Jordi Nadal, hasta alcanzar los doscientos títulos. […] Pero no había españoles. Algo que preocupó a Daniel Fernández, quien se había hecho cargo de la dirección general de Edhasa en 1996. […]  El tema, no hay que decirlo, le gustaba. Y si los manuscritos no llegaban, Fernández los encargaría. […] Con ese nombre [El Salón Dorado] encontró Fernández encima de su mesa una novela que había encontrado su antecesor, Jorge Durán.

Tal vez en este pasaje haya una confusión de nombres, pero en cualquier caso es evidente que algo falla. El antecesor de Fernández en Edhasa como director general fue Jordi Nadal, mientras que Jorge Durán fue coordinador editorial tanto con Nadal como, durante apenas un año aproximadamente, con Fernández. Aunque siempre resulta bastante absurdo asignar un «descubridor» a cualquier libro, si se toma como referencia el firmante del contrato (un criterio tan válido como cualquier otro), en el caso del de El Salón Dorado, fechado en febrero de 1996, puede zanjarse el tema diciendo que lleva la firma de Jordi Nadal.

Mucho más confusas, equívocas o ambiguas (por decirlo suavemente) fueron en 2005 unas declaraciones del por entonces director general de Edhasa al periodista de El País Jacinto Antón:

Corral envió su manuscrito por correo y decidimos publicarlo simplemente porque nos pareció una buena novela, no porque pensáramos entonces crear una colección específica de novela histórica española. No hubo voluntad de ir a por un autor español.

En realidad, puede decirse que esa búsqueda de novelas históricas de calidad escritas en español ya hacía tiempo que estaba activa en Edhasa cuando llegó Fernández, y de ahí la contratación de títulos como El ojo del faraón (1993), del polaco Boris de Rachewiltz (1926-1997) y el catalán Valentí Gómez i Oliver (n. 1947); El señor de los últimos días. Visiones del año mil (1994), del mexicano Homero Aridjis; La máquina solar (1996), la novela que el argentino Miguel Betanzos dedicó a Galileo, o El maestro de justicia (1997), de César Vidal: en ninguno de los casos se trató de novelas de encargo, ni de Nadal y mucho menos (por razones cronológicas evidentes) de Fernández, pero tampoco tuvieron un gran éxito ni la presencia de sus autores tuvo continuidad en el catálogo (salvo en el caso de César Vidal, con quien Fernández reincidió con Hawai 1898, en 1998).

Los derechos de El Salón Dorado, que tuvo ventas muy por encima de las expectativas, se habían cedido además enseguida a la histórica editorial alemana especializada en literatura de género Bastei Lübe, un trato en el que, dado que el autor no dispuso nunca de agente, Edhasa actuó como intermediario y la traducción apareció ya en 1997.

A partir de ese momento Edhasa se convirtió en la editorial de las novelas históricas de José Luis Corral: El amuleto de bronce (1998), El invierno de la Corona (1999), y así hasta once títulos, aunque el éxito de otro debut de características similares no volvería a repetirse hasta la publicación en el año 2000 de Al-Gazal, el viajero de los dos orientes, de Jesús Maeso de la Torre (a la que seguirían en la misma colección La Piedra del Destino (2001), El Papa Luna (2002), Tartessos (2003) y El Auriga de Hispania (2004), antes de su paso a Grijalbo.

Por esas mismas fechas, en 1997, se daba a conocer también con ventas muy notables en Salamandra Ángeles de Irisarri, con El viaje de la reina, sobre Toda Aznar de Toledo, reina de Navarra El cambio de siglo, sin embargo, estuvo marcado en cuanto a ventas por el éxito de Matilde Asensi, cuya primera novela, El salón de ambar (1999), ya fue muy llamativa, pero se convirtió en superventas con las novelas históricas Iacobus (2000) y El último catón (2001), ambas publicadas originalmente por Plaza & Janés (y luego reeditadas por Planeta), la segunda de las cuales alcanzaría en 2006 la cuadragésima edición y declaraba haber vendido 460.000 ejemplares. Por su parte, Ediciones B publicaba en 2000 la primera novela de Jesús Sánchez Adalid (La luz del Oriente), Maeva publicaba en 2001 la primera en español de la escritora vasca Toti Martínez de Lezea (Señor de la guerra), etc.

Mientras tanto, una editorial de trayectoria tumultuosa como Martínez Roca había sufrido una acusada remodelación desde la entrada en ella en 1990 de Finakey (empresa que tanto se dedicaba a la promoción y construcción de edificios como a la explotación de guarderías infantiles), y había apostado también con mucho ahínco por la novela histórica de autor español. En julio de 1990 entró también como accionista de Martínez Roca el grupo Planeta (que al cabo de dos años se hacía con el control y la absorbía), y en 1995 publicaría la primera novela histórica del entonces alcalde de Cabra y diputado provincial de Córdoba por el Partido Andalucista José Calvo Poyato, El rey hechizado, si bien a partir de entonces iniciaría un recorrido por diversas editoriales (Belacqua, El Aleph, Grijalbo, Ediciones B…). En 2001 empezaría Martínez Roca a otorgar el Premio Internacional de Novela Histórica Alfonso X el Sabio, que le sirvió para captar a autores exitosos del género (entre los primeros galardonados se encuentran Eduardo Gil Bera, Almudena de Arteaga, Jorge Molist, Ángeles de Irisarri o el ya mencionado César Vidal), aunque también el Premio Fernando Lara premió en más de una ocasión a cultivadores del género, como es el caso de Antonio Gómez Rufo (en 2005 por El secreto del rey cautivo), que se había dado a conocer en la colección La Sonrisa Vertical de Tusquets con El último goliardo (1984), o Sánchez Adalid (en 2007 por El alma de la ciudad). En esos años proliferaron los premios, ya fuera promocionados por editoriales o por instituciones públicas o privadas, específicamente dedicados a este género, que se convirtieron en estímulo y cantera (Premio Adriano de la editorial Apóstrofe, el Premio Alfonso VIII de la Diputación Provincial de Cuenca, el Ciudad de Úbeda de Pàmies, el Premio Hispania de Ediciones Áltera…).

Un punto culminante en este proceso, por las dimensiones del éxito, tal vez sea La catedral del mar, de Ildefonso Falcones, publicada en 2006 por Grijalbo (que antes de cumplirse un año declaraba haber vendido ya el primer millón de ejemplares), y con la que en el sector editorial barcelonés sucedía algo parecido a los testimonios sobre el Mayo del 68 parisino: Al igual que casi todo el mundo decía haber estado en la capital francesa la primavera de ese año mítico, son legión los profesores de escritura creativa y los editores de mesa que aseguran haber participado en algún punto del lento y laborioso proceso de escritura, reescritura y corrección de esa novela (que duró, por lo menos, cuatro años y fue rechazada, en diversos estados de elaboración, por hasta siete editoriales cuando aún se titulaba Bastaix). Aunque quizá eso sea solo una leyenda urbana… 

Fuentes:

Jacinto Antón, «Entrevista a Daniel Fernández», Babelia, 30 de julio de 2005.

Juan Gómez Jurado, «El boom de la novela histórica en español», Abc, 27 de febrero de 2018.

Jesús Maeso de la Torre.

Fernando Gómez Redondo, «Edad Media y narrativa contemporánea. La eclosión de lo medieval en la literatura», Atlántida, núm. 3 (1990), pp. 28-42.

Antonio Huertas Morales, La Edad Media contemporánea. Estdio de la novela española de tema medieval (1990-2012), tesis doctoral presentada en la Facultat de Filologia, Traducció i Comunicació de la Universitat de València en 2012.

Jesús Maeso de la Torre, «El porqué del boom de la novela histórica», Todo Literatura. República Ibérica de las Letras, 13 de enero de 2017.

Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Barcelona, Destino, 2003.

La editorial Edhasa y la mutación de las formas (1946-1960)

Paco Porrúa.

Durante muchos años, el perfil editorial de Edhasa se vinculó sobre todo a un género determinado, acaso debido a la inusual calidad de algunos de los autores que publicó en la colección Narrativas Históricas (Steinbeck,Joseph Roth, Thornton Wilder, Yourcenar, Graves) y al inesperado, rotundo y prolongado éxito de ciertos títulos que se publicaron en ella (Aníbal, de Gisbert .Haefs, El puente de Alcántara, de Frank Baer o Esa dama, de Kate O´Brien, entre algunos otros). Sin embargo, esta colección la ideó el inconmensurable Francisco Porrúa (1922-2014) a partir de Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, que publicó en Sudamericana en 1977 (con la misma portada que la de Farrar Straus & Giroux) y en 1979 en Edhasa. Sin embargo, Edhasa (Editora y Distribuidora Hispano Americana S. A.) había sido fundada casi treinta años antes (en 1946) por Antonio López Llausàs, propietario en Buenos Aires de la Editorial Sudamericana, y las colecciones y títulos de todo ese período inicial parecen haber sido bastante olvidados. En palabras de Sergio Vila-Sanjuán, a la altura de 1982, “aunque no era una editorial totalmente desconocida […] el rumbo de Edhasa hasta entonces resultaba bastante errático. Había que fijarle un norte.”

Farrar, Straus & Giroux, 1976.

Edhasa nació en parte con el propósito de aprovechar la aparente apertura de la censura española a raíz del desenlace de la segunda guerra mundial para intentar distribuir en España algunos títulos de Sudamericana –del mismo modo que propósito similar tenía la editorial creada en México con el nombre de Hermes– y publicar además algunos títulos de autor español que pudieran resultar oportunos. Inicialmente se limitaba a reentapar y cambiar las portadas de ediciones llegadas de Argentina, a menudo con un pie Sudamericana-Edhasa, para lo que contaba con el rico y prestigioso catálogo construido hasta entonces por Sudamericana, que además, desde su creación en 1939, había ido absorbiendo o estableciendo acuerdos de coedición que habían dado lugar a colecciones como Sur, Libros de Arte Hermes, Otros Mundos (con Minotauro) o ya en 1961 la colaboración con Emecé en la colección de libros de bolsillo Piragua (creada en 1958). Por aquel entonces contaba ya en sus catálogos con una buena cantidad de autores exitosos de calidad (Faulkner, Bioy Casares, Borges, Camus, Sartre, Huxley…).

Editorial Sudamericana, 1977.

 

En una segunda fase de Edhasa, en los años cincuenta empieza a imprimir en Barcelona (en Gráficas Salvadó, en Grafos, en la Imprenta Viuda de Manuel Ponsa). De esa etapa son, por ejemplo, La papisa Juana (1954), de Emmanuel Royidis, en la versión de Lawrence Durrell, De Colón a Bolívar (1955), de Salvador de Madariaga, así como algunas colecciones interesantes en el contexto de la España de mediado el siglo XX.

Según la indicación de portada: E:D.H.A.S.A. Barcelona-Buenos Aires.

Se publicaron en 1957 algunos títulos de la colección que en Buenos Aires había creado Carlos Hirsch dedicada a reproducciones de arte comentadas (Tiempo y Color): Arte abstracto, con 24 reproducciones, seleccionadas y comentadas por Arnulf Neuwirth, El surrealismo, con 24 reproducciones, de Alfred Schmeller, El cubismo, de Peter de Francia, El expresionismo, de Edith Hoffmann, y El fauvismo, de Denis Matthews.

Comentario mucho más extenso merecería la primera y muy exitosa etapa de la colección de ciencia ficción Nebulae (1955-1969), que no contaba por entonces con competencia en España (por lo menos en forma de libro, pues sí se publicaba en revistas como Futuro o Más Allá) y que dio a conocer ya con sus primeros títulos, aparecidos a un intensivo ritmo, autores de la talla de Arthur C. Clarke, Robert Heinlein, Paul French (es decir, Isaac Asimov), etc, que contribuyeron de modo extraordinario al éxito que tanto las óperas espaciales y como los escritores de la nueva ola empezaron a tener entre los lectores españoles de ciencia ficción, cuyo número creció hasta el punto de empezarse a crear en aquellas fechas las primeras asociaciones de aficionados al género.

De esa misma etapa, quizá menos conocida sea la colección Cobra, que arrancó con algunos autores que por aquellos tiempos tenían mucha pegada, si bien hoy no todos cuentan ya con suficientes lectores, como es el caso de la escritora austríaca Vicki Baum (El bosque que llora, 1955), Louis Bromfield (El señor Smith, 1955), a quien en sus mejores tiempos la crítica mencionaba junto a Steinbeck y Scott Fitzgerald, el premio Nobel sueco Pär Lagerkvist (El enano) o el también premio Nobel Thomas Mann (La engañada, 1955), a los que seguirían de inmediato Graham Greene (El revés de la trama, 1955, y El fin de la aventura, 1956), François Mauriac (El cordero, 1956), Simone de Beauvoir (Todos los hombres son mortales, 1956)… La lista completa resulta bastante imponente (ver apéndice), sin estridencias y con un equilibrio entre popularidad y prestigio en cuanto a los nombres elegidos bastante notable (A.J. Cronin, Thomas Merton), pero sorprende en ella la presencia de Morton Thompson (1908-1953), autor de la novela en que se basa No serás un extraño (Stanley Kramer, 1955) y esposo de la agente literaria (de Dashiel Hammet entre otros) Francis Pindyck  .

Cubierta en la que puede apreciarse el logo de Cobra.

Cubierta en la que puede apreciarse el logo de Cobra.

Basta echar un vistazo a la nómina de traductores de estas obras (Silvina Bullrich, Ricardo Baeza, Jorge Rodolfo Wilcock, Alberto Luis Bixio) para advertir que se trataba de obras divulgadas inicialmente en Argentina, que sin embargo no circulaban en España, y advertir que Edhasa se ocupaba básicamente de seleccionarlas, imprimirlas y distribuirlas. Más adelante, cuando en 1998 Bertelsmann se hizo con el 60 % de Sudamericana, Edhasa consiguió retener los derechos sobre buena parte de estos títulos, por lo menos para su edición en la Península (claro que por entonces se ocupaba ya del departamento de derechos de autor de Edhasa la agudísima Esther López López).

Silvina Bullrich (1915-1990).

No fue contratado ni producido en Buenos Aires, en cambio, uno de los libros más interesantes y originales que aparecieron en esa década con el sello de Edhasa (en la colección Tiempo y Color): Arte contemporáneo. Origen universal de sus tendencias, un volumen en folio menor (23 x 30 cm) de 205 páginas de texto, con más de 200 láminas, encuadernado en tela y con sobrecubierta, escrito por el poeta y crítico de arte Juan Eduardo Cirlot (1916-1973), que apareció en 1958. Según lo describe  Juan Luis Corazón, en este texto Cirlot centra su interés en “reconstruir, histórica y simbólicamente, una nueva visión y acorde con las analogías que unen el arte de todos los tiempos. Estudia la mutación de la forma que, desde el prerromanticismo hasta nuestros días, pasaría al cubismo y la abstracción.”

Cubierta de Arte contemporáneo.

Apéndice. La colección Cobra (Edhasa)

Thomas Mann, La engañada, traducción de Alberto Luis Bixio, Barcelona-Buenos Aires, Gráficas Salvadó, enero de 1955.

Thomas Merton, La montaña de los siete círculos, traducción de Aquilino Tur, Barcelona-Buenos Aires, 1955.

Graham Greene, El revés de la trama, traducción de Jorge Rodolfo Wilcock, Barcelona-Buenos Aires, 1955.

Louis Bromfield, El señor Smith, traducción de León Mirlas, Barcelona-Buenos Aires, Imprenta Viuda de Manuel Ponsa, 1955.

Vicki Baum, El bosque que llora, traducción de León Mirlas, Barcelona-Buenos Aires, Imprenta Viuda de Manuel Ponsa, 1955.

Bruce Marshall, A cada uno un denario, traducción de María Antonia Oyuela, Barcelona-Buenos Aires, Gráficas Salvadó, 1956.

Pär Lagerkvist, El enano, traducción de Fausto Tezanos Pinto, Barcelona-Buenos Aires, 1956.

Pär Lagerkvist, Barrabás, traducción de Martín Aldao, Barcelona-Buenos Aires, 1956.

Graham Greene, El fin de la aventura, traducción de Ricardo Baeza, Barcelona-Buenos Aires, Grafos, 1956.

François Mauriac, El cordero, traducción de Silvina Bullrich, Barcelona-Buenos Aires,  Imprenta Juvenil, junio de 1956.

Morton Thompson, Pacto de dolor, traducción de Antonio Ribera, Barcelona-Buenos Aires, 1956.

A.J. Cronin, Gran Canaria, traducción de Joaquín Urnieta, Barcelona-Buenos Aires, Imprenta Viuda de Manuel Ponsa, 1956.

Simone de Beauvoir, Todos los hombres son mortales, traducción de Silvina Bullrich, Barcelona-Buenos Aires, Imprenta Viuda de Manuel Ponsa, 1956.

Thomas Merton, La vida silenciosa, traducción de Josefina Martínez Alinari, Barcelona-Buenos Aires, 1960 (2ª ed.).

Fuentes:

Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Barcelona, Destino (Imago Mundi 26), 2003.

Juan Luis Corazón Ardura y Marcel Duchamp, La escalera da a la nada. Estética de Juan Eduardo Cirlot, Murcia, Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo (colección ad hoc), 2007.

Andrés Felipe, “La presentación de la colección Nebulae de ciencia y fantasía”, Milinviernos, 14 de agosto de 2014.

Iván Fernández Balbuena, “Especial Nebulae”, Cyberdark, mayo de 2003.

Las puertas de la imaginación (Paco Porrúa)

Paco Porrúa.

El nombre de Paco Porrúa –con menos frecuencia Francisco Porrúa– salpica las más diversas conversaciones acerca de grandes editores de todos los tiempos. Aparece indefectiblemente cuando se habla de los primeros pasos de Julio Cortázar (quien le dedicó Todos los fuegos el fuego), al reconstruir el proceso de contratación y publicación de Cien años de soledad, al identificar al introductor de Ray Bradbury y otras voces principales de la ciencia ficción a la lengua española, al repasar los primeros y principales impulsores de la novela histórica (Robert Graves, Gore Vidal, Marguerite Yourcenar), al rastrear los orígenes como novelista de Carlos Ruiz Zafón, pero también al enumerar a los editores capaces de descubrir grandes filones comerciales (El Señor de los Anillos, en particular) que permiten, a la larga y a la corta, enormes beneficios sin apartarse de una línea editorial previamente fijada y coherente.

Nacido en Corcubión (Galicia) en 1922 y establecido con apenas dos años en Comodoro Rivadavia (Patagonia argentina), sus primeros trabajos importantes los llevó a cabo Porrúa en Buenos Aires, adonde se había trasladado a los dieciocho años para cursar estudios de filosofía (1940-1945), al tiempo que empezó también a introducirse en imprentas y editoriales como corrector y redactor. Paco Porrúa pertenece a esa estirpe de editores que tuvo una formación de primera mano en muy diversas tareas relacionadas con el libro, que conocen a fondo porque las han vivido desde primera fila las diversas fases de edición y publicación de un libro, pero fue concretamente la lectura de originales y la redacción de informes lo le llevaría a un puesto desde el que su influencia en la evolución de las letras hispánicas fue enorme.

Crónicas marcianas, de Ray Bradbury (Buenos Aires, Minotauro, 1955), con prólogo de Jorge Luis Borges.

Ya había establecido contacto con la Editorial Sudamericana de Antonio López Llausàs cuando en 1954 se le ocurrió la genial idea de crear la editorial Minotauro, cuyo primer libro aparecía al año siguiente, las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, en traducción del propio Porrúa y precedidas de un prólogo de Jorge Luis Borges. Y a este libro seguirían Mercaderes del espacio (1955), de Frederick Pohl y Cyril M. Kornbulth, Más que humano (1955), de Theodore Sturgeon y El hombre ilustrado (1955), de Bradbury.

Segunda entrega de Minotauro, Más que humano (1955), de Sturgeon.

Este estudiante de filosofía había llegado sin embargo por un camino quizá poco común al interés por la ciencia ficción, género que contribuyó a dignificar en el ámbito de las letras hispánicas:

 Curiosamente todo empezó por mis concepciones políticas de izquierda. La idea de Minotauro nació de mi lectura de la revista de Sartre, Les Temps Modernes. Yo la leía todos los meses, me interesaba mucho esa revista, tanto desde un punto de vista filosófico como político. Un día me encontré con un artículo que se llamaba algo así como “Qu’est que c’est la science-fiction?” (¿Qué es la ciencia ficción?), y allí se mencionaba a un escritor norteamericano de apellido Bradbury. Entonces fui a una librería a la que iba habitualmente, conseguí un libro suyo en inglés y eso fue lo primero que leí de la ciencia ficción moderna. Naturalmente, de la afición que de ahí en adelante desarrollé por esta clase de libros nació el deseo de editarlos.

En cualquier caso, la apuesta y el compromiso con la ciencia ficción fue una constante en la obra editorial de Porrúa, y, en sus propias palabras:

Nuestro propósito fue sobre todo crear una colección que mostrara la importancia de un género que, muy a menudo, contra corriente, ha luchado contra la suficiencia y la ignorancia. […] Hemos probado, hemos intentado probar, que no hay jerarquía de géneros, y que algunos libros de ciencia ficción son tan válidos y necesarios como las mejores obras de cualquier otra índole.

La elección de la ciencia ficción y la narrativa alejada del realismo –que, como Borges, Porrúa considera una etapa que pasará– no constituyó (o no solamente) el compromiso con una línea de enorme potencial comercial en esos años (durante la Guerra Fría), sino que partía sobre todo de un planteamiento de raíz cultural y como respuesta a sus gustos personales. Declaraba Porrúa en otro contexto, refiriéndose en particular a la literatura de fantasía (fantasy):

 Al fin y al cabo, desde sus comienzos la literatura fue fantasía: los primeros mitos son literatura fantástica, Homero es literatura fantástica, el Dante lo mismo, Goethe también. Toda la literatura es de algún modo un arte de la imaginación, una descripción de lo insólito, como explica Cortázar en Los premios, no una minuciosa observación de los detalles o, lo que es peor, una colección de lugares comunes.

Los Premios (Buenos Aires, Sudamericana, 1960).

El hecho incontrastable es que Porrúa vio y aprovechó antes que nadie una veta por explotar, y Borges confesó años más tarde que lo primero que hizo en cuanto hubo entregado el prólogo para el libro de Bradbury fue tomar un taxi y correr a proponer a la editorial Emecé crear una colección dedicada al género, cosa que fue rechazada.

Primera edición de la Antología de literatura fantástica (que iniciaba la colección Laberinto en Sudamericana), preparada por Borges, Bioy Casares y Ocampo.

Sin embargo, Antonio López Llovet (subdirector de Editorial Sudamericana) recluta enseguida a Porrúa como asesor de la exitosa editorial como “lector anónimo”. Según contó Antonio López Llausàs a Tomás Eloy Tizón, nunca publicaba nada sin la aprobación de su “lector desconocido”, que no era otro que Porrúa, quien entró en la empresa en  1957 como asesor mientras colaboraba incansablemente con numerosos periódicos y revistas argentinos, y en 1962 se convertiría en director literario de Sudamericana (lugar que ocuparía hasta 1972, cuando le sustituyó Enrique Pezzoni). Allí uno de los primeros libros sobre los que tuvo que decidir fue Las armas secretas, de Julio Cortázar, que anteriormente había publicado en Sudamericana el Bestiario, cuya primera edición permanecía en su mayor parte en los almacenes. Sin embargo, Porrúa estaba tan convencidísimo de la valía de la obra de Cortázar que, no sólo se convirtió en en su editor en Sudamericana, sino que cuando se conocieron, en 1962, le propuso reunir para Minotauro una serie de textos sueltos de «cronopios» que habían ido apareciendo en publicaciones periódicas diversas. Como es bien sabido, esa edición se llevó a cabo, pero en cuanto el éxito de Cortázar pasó del reducido grupo de Aldo Pllegrini y los lectores de la revista surrealista A partir de cero para cobrar una dimensión internacional, Minotauro perdió los derechos sobre esa obra. Cortázar contó el nacimiento de este libro del siguiente modo:

 Francisco Porrúa, que es el asesor de la Editorial Sudamericana y un gran amigo mío, leyó los Cronopios en esa pequeña edición de mimeógrafo, y me dijo: “Me gustaría editar este libro pero es muy flaquito, ¿no tienes otras cosas?” Entonces yo busqué entre mis papeles y aparecieron las demás partes y me di cuenta de que, aunque fueran secciones diferentes, en conjunto había una unidad en el libro. En primer lugar una unidad de tipo formal, porque son textos cortos. Entonces los ordené y dio un libro de dimensiones normales. Esa es la historia.

Tanto rebuscó Cortázar en sus papeles, que incluso llegó un momento en que Porrúa le sugirió eliminar algunos de los textos (“Never stop the press”, “Vitalidad” y “Almuerzo”) que más adelante se publicarían en una primera edición artesanal llevada a cabo por José María Passalacqua y con ilustraciones de Judith Lange.

Historias de cronopios y de famas (Buenos Aires, Minotauro, 1962).

 

Simultáneamente a su labor en Sudamericana (donde el gran hito fue sin duda la contratación de García Márquez), y posteriormente en Edhasa (donde impulsó la colección más conocida de la editorial, Narrativas Históricas), Paco Porrúa prosiguió con tenacidad en su proyecto personal:

 Minotauro era una editorial totalmente artesanal. Yo contrataba el libro, lo traducía, lo corregía, lo llevaba a la imprenta, seguía paso a paso el proceso, decidía las solapas. Firmar encima la traducción me pareció un exceso, así que siempre utilicé seudónimos. Y he sido muy riguroso.

 

Gabriel García Márquez y Paco Porrúa.

Introductora en el ámbito hispánico de autores tan diversos como Arthur C. Clarke, Ursula K. Le Guin, Brian W. Aldiss, J.G. Ballard, Philip K. Dick, y de obras que caían en su órbita pero de algunos autores a veces inesperados como H.P. Lovecraft, Howard Fast, William Golding, Doris Lessing, Gore Vidal o Italo Calvino, tampoco en los aspectos formales Minotauro se dejó llevar por la inercia del tópico y no sólo procuró apartarse siempre del peor cutrismo pulp de estirpe estadounidense, sino que además renovó periódicamente los diseños. En los primeros tiempos sus cubiertas fueron obra del célebre patafísico Juan Esteban Fassio (1924-1980), que tradujo además para Minotauro el Ubu Rey de Alfred Jarry, lo que puede dar ya una idea de la importancia que, dentro de la modestia, se concedía a estas cuestiones.

Paco Porrúa.

La estela que con Minotauro ha dejado Paco Porrúa como dignificador de la ciencia ficción y de los géneros narrativos de imaginación y fantasía es realmente extraordinario, y a nadie extraña que la más conocida librería especializada, Gigamesh, haya bautizado con su nombre su sala de actos principal. Si los editores y escritores han galardonado reiterada y muy merecidamente la labor de Paco Porrúa, es muy lógico que haya tenido también el reconocimiento de los libreros y los lectores. Méritos no le faltan; en el campo de la ciencia ficción y en tantos otros.

Julio Cortázar y Gabriel García Márquez.

Fuentes:

C. Álvarez Garriga, “Entrevista a Francisco Porrúa”, Dossier Abc.

Rodrigo Fresán, “Paco Porrúa, el hombre del microscopio”, El Malpensante, núm. 51 (diciembre-febrero 2004).

José Ramón Giner, “Francisco Porrúa”, Información, 11 de diciembre de 2003.

Las ciudades invisibles, de Italo Calvino (Minotauro, 1972).

Ramón González Férriz, “Entrevista con Francisco Porrúa”, Letras Libres, noviembre de 2005.

Patricio Lennard, “Confieso que he leído. Entrevista a Paco Porrúa”, Página 12, 7 de junio de 2009.

Winston Manrique Sabogal, “El editor de cien años”, Galeon.com.

Tomás Eloy Martínez, «Los sueños de un profeta”, La Nación, 4 de septiembre de 1999.

Guillermo Mayr, “Cortázar: cronopios y famas”, texto en cuatro partes, El jinete insomne, 9 de junio de 2011-15 de junio de 2011.

Josep Mengual Català, “Los muchos méritos de Paco Porrúa”, Quimera, núm. 241 (marzo de 2004), pp. 4-5.

Salvador Rodríguez, “Francisco Porrúa, el gallego que entendió la novela ´Rayuela´ a la primera lectura”, Faro de Vigo, 30 de junio de 2006.

José Andrés Rojo, “La lectura es la felicidad de los hombres. Entrevista a Francisco Porrúa”, El País, 3 de diciembre de 2003, p. 42.

Ricard Ruiz Garzón, “Porrúa en Gigamesh”, El Periódico, 2 de abril de 2014.

Kalki, de Gore Vidal (Minotauro, 1979).

Max Seitz, “Francisco Porrúa, primer editor de Cien años de soledad”, La Tercera, 19 de abril de 2014.

Marcial Souto,“Francisco Porrúa. El señor de El señor de los Anillos”, El Periódico, 13 de octubre de 2005, p. XV.

Sergio Vila-Sanjuán, “Las cuatro vidas de Carlos Ruiz Zafón«, Magazine de La Vanguardia, 2 de noviembre de 2003.