Exilio republicano español e industria editorial

Pasados más de ochenta años del inicio del exilio republicano de 1939, sigue de manifiesto que existen lagunas enormes en el conocimiento de la actividad cultural llevada a cabo por sus protagonistas en los países que los acogieron. Sin embargo, cuestiones como el de la integración como traductores de muchos de estos republicanos en las industrias editoriales mexicanas y argentinas, por ejemplo, con sus problemas y polémicas asociadas ─entre las que la que enfrentó a Ricardo Baeza y Victoria Ocampo es una de las más jugosas y la del llamado «castellano neutro» la más perdurable─, siguen despertando el interés de los investigadores, como demuestran tesis como las de Germán Loedel (Los traductores del exilio republicano español en Argentina) y Lizbeth Zabala (El transtierro de un oficio: las traducciones literarias del exilio español en México [1939-1945])

De izquierda a derecha, los exiliados Max Aub y Joaquín Díez-Canedo, con los mexicanos Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez de Hoyos.

No son pocos tampoco los exiliados republicanos que se convirtieron en libreros importantes e influyentes en las comunidades en que recalaron (Modest Parera, Sigfrido Blasco Ibáñez, Arturo Soria y Joaquín Almendros en Valparaíso y Santiago de Chile; Lino Moulines y Leonardo Milla en Caracas; los hermanos Escofet en Santo Domingo, Tomás Espresate en México, Alfonso López Camacho en Tijuana, Josep Mestre y Norbert Orobitg en Andorra la Vella…), pero también es cierto que otros muchos dirigían su mirada a los propios exiliados como destinatarios potenciales de sus libros (como es el caso de Josep Salvador en Toulouse o, en otra medida, Antonio Soriano en París).

El librero y editor Josep Salvador en Toulouse.

Quizás algo bastante parecido sucede con las editoriales gestionadas por republicanos españoles exiliados como consecuencia del resultado de la guerra civil. Mientras algunas de estas empresas se obstinaron en dirigirse a la comunidad de exiliados (y eso es particularmente claro en el caso de quienes editaron en lenguas proscritas del mercado editorial franquista), otras evolucionaron con el tiempo desde esa postura inicial a otra de mayor integración en el país de acogida, y aun hubo otras que ya nacieron con la vocación inicial de servicio a sus nuevos compatriotas (aunque eso no implicara una deserción de los principios y valores republicanos pero sí incidiera en cómo se manifestaran estos en sus catálogos). Mucho tuvo que ver en ello la sorpresa que se llevaron los exiliados españoles al constatar que los países que habían tumbado a Hitler y Mussolini no tenían intención de hacer lo mismo con Franco, así que su exilio iba para largo.

De modo similar, mientras algunas editoriales conducidas por exiliados pretenden introducir como sea los libros cuya circulación en España la censura franquista pretendía impedir (caso de Nuevas Generaciones y Era en los primeros tiempos en México, o de Ruedo Ibérico en París, por ejemplo), otras ni siquiera se lo plantearon o lo hicieron sobre todo en respuesta a una intención estricta o predominantemente comercial (el Fondo de Cultura Económica, en lo que tenga de «editorial del exilio», pongamos por caso). Teniendo en cuenta estas cuestiones, no es de extrañar que en el capítulo de Editores y editoriales del exilio republicano de 1939 dedicado a la labor de José Bergamín y muy acertadamente titulado «Séneca, resistencia cultural», escriba Fernando Laraz:

Si alguna editorial puede ser considerada propiamente como «editorial del exilio republicano» esa es Séneca, pues estuvo concebida con capital público de organizaciones gubernamentales del exilio, la dirigían  intelectuales exiliados y su catálogo está casi exclusivamente compuesto por autores españoles republicanos o significativos para su cultura.

El impresor y poeta Manuel Altolaguirre en Cuba.

Pero, ¿qué decir de los ilustradores, diseñadores gráficos, correctores, linotipistas, impresores, incluso distribuidores…? No es nada fácil aquilatar en qué medida su condición de republicanos españoles ─o su experiencia profesional previa durante la Segunda República Española─ incidió en su modo de trabajar o contribuyó de alguna manera al progreso de la industria editorial y en la evolución del gusto de las sociedades en las que desarrollaron su labor a partir de 1939; en cambio,es posible que algunas de sus mayores aportaciones se produjeran ya no en los textos en que trabajaron o que decidieron publicar, sino en la forma que dieron a los libros que pasaron por sus manos (introduciendo en América, por ejemplo, la estética libraria que se había desarrollado en España en paralelo con el auge de la conocida como generación del 27 y de sus revistas). Aunque quizá los de Manuel Altolaguirre, Vicente Rojo y Mauricio Amster sean de los casos mejor estudiados, es evidente que hay mucho trabajo por hacer aún para establecer cómo y cuánto influyeron los exiliados en las artes impresoras y gráficas de los países que los acogieron y hasta qué punto su labor ha dejado rastro perdurable.

En cualquier caso, los estudios, investigaciones parciales y tesis de los últimos ochenta años han puesto los mimbres para que Fernando Larraz abordara una historia general, jerarquizada y crítica, de los Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, centrándose sobre todo en los catálogos y uno de cuyos méritos no menores es replantear algunas cuestiones cruciales acerca del objeto de estudio. Advierte, por ejemplo ─y se desprende de su estudio a modo de ilustración o o demostración de la hipótesis─ que «como norma general, en aquellos países en los que el exilio fue más minoritario, las editoriales que sus miembros emprendieron tendieron a configurarse como empresas más propiamente nacionales, al no existir una fuerte comunidad lectora ni productora española».

Como expone Larraz en la Introducción a su libro (pp. 9-22), aunque la literatura del exilio, por tratarse de una obra inmaterial, de creación verbal, no estaba tan sujeta a los condicionantes del contexto económico, social y político inmediato ─si bien su definición y métodos de estudio tampoco está exenta de complicaciones─, eso no sirve en el caso de las editoriales, aunque quizás explique por qué tuvieron corta vida las iniciativas editoriales que pretendieron hacer abstracción de ellos.

De izquierda a derecha, Eugenio Granell, Vicente Lloréns, Alberto Paz y Pedro Salinas, a la llegada de este último a Santo Domingo.

De izquierda a derecha, los exiliados Eugenio Granell, Vicente Lloréns, Alberto Paz y Pedro Salinas, a la llegada de este último a Santo Domingo.

La amplia y documentada panorámica que traza Larraz, donde la jerarquización viene en buena medida marcada por la representatividad y persistencia de la cultura del exilio, cobra un enorme valor adicional gracias a la mencionada introducción, donde deslinda y precisa las ideas comunes y heredadas para proponer un modo más afinado ─y útil─ de acercamiento a esta realidad. Como bien escribe:

La edición de libros en el exilio tiene que ver también con procesos de diálogo y traducción intercultural llevados a cabo por sujetos transnacionales. Las editoriales y, en general, las redes de socialización intelectual de los exiliados no estuvieron en absoluto cerradas a sujetos de los países de acogida que compartían principios ideológicos y que en muchos casos se habían solidarizado públicamente con la causa republicana. De hecho, hay una explícita vocación internacionalista en la base ideológica del republicanismo español antes y durante la guerra, que siguió formando parte de las señas de identidad frente al cerrado nacionalismo franquista. La dialéctica entre lo nacional y lo transnacional, que puede formularse de muchas maneras: patria perdida-patria hallada, resistencia-integración… es una de las claves para comprender qué fue el exilio y se encuentra objetivada de una manera particularmente ostensible en su obra editorial.

Con todo, la edición en el exilio en catalán, gallego y vasco (ya sea en México, Buenos Aires, Santiago de Chile o París), que quedan fuera del propósito de Larraz por razones que expone en la introducción, presentan otros condicionantes que suponen retos adicionales para quienes estén dispuestos a abordarlos con espíritu crítico. Esta introducción a Editores y editoriales del exilio republicano de 1939 aporta algunas ideas muy sugerentes también para abordar este campo.

Fernando Larraz, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio. Historia de la Literatura del Exilio Republicano de 1939, vol. XII), 2018.

La antología como estrategia editorial (el caso del exilio)

«Lector, nunca desdeñes una antología. Siempre tendrá una buena flor (anthos, en griego) entre tantas reunidas.»

Luis Antonio de Villena

Roger Chartier.

La publicación en forma de libro de textos de diversos autores, e incluso de obras anónimas, reunidas con los criterios más diversos (procedencia geográfica, lengua, género literario) es históricamente anterior a la publicación de libros siguiendo el principio de la autoría o la obra unitaria (piénsese por ejemplo en los romanceros, florilegios, tesauros, etc.). Como escribió en su momento el eminente estudioso Roger Chartier, que alude por ejemplo al Primer Volumen de la Biblioteca del Señor de La Croix du Maine (1584) y a la Biblioteca de Antoine du Verdier, señor de Vauprivas (1585), entre otros casos, «la noción moderna de “libro”, que asocia espontáneamente un objeto y una obra, para no haber sido desconocida en la Edad Media, no se desprende sino lentamente de la forma de la selección que reúne varios textos de un mismo autor». Es decir, en la Europa moderna el proceso se produce del libro de autoría colectiva o que compila textos diversos al libro de un autor único (ya sea como obra unitaria o como volumen que compila diversas obras de ese mismo autor).

Modernamente la forma editorial de antología se ha empleado a menudo para reunir lo más destacado de una literatura nacional, por ejemplo, o la producción reciente de un grupo poético (con la Poesía española. Antología, 1915-1931, de Gerardo Diego, como caso paradigmático en el ámbito hispánico, pues incluso perfiló una primera nómina de la Generación del 27), pero con una tal amplitud de criterios posibles que lleva a Lluís Borràs Perelló a dar en su imprescindible vademécum  El libro y la edición una definición muy abierta (pero quizá un poco sesgada) de “antología”: «Es un libro que recoge una selección de los mejores textos literarios de uno o de varios autores. Puede ser de poesía, de cuentos o de novela negra».

A nadie extrañará que la antología (más que la colección) haya sido un modo empleado a menudo por diversas editoriales para dar a conocer ámbitos literarios apenas conocidos o bien olvidados pero aún valiosos o pertinentes para el lector de nuestro tiempo. Es el caso, por ejemplo, de las antologías mediante las cuales se ha intentado dado a conocer en España a algunos narradores que desarrollaron el grueso de su producción en el exilio, como consecuencia del resultado de la guerra civil española de 1936-1939, y que la censura franquista escamoteó a los lectores españoles.

Ya en 1970, estando aún vivo el dictador Francisco Franco, el crítico Rafael Conte reunió en Narraciones del la España desterrada a catorce nombres importantes de la narrativa breve escrita en el exilio, si bien con algún texto (particularmente «Ocnos», de Cernuda) un poco inesperado en un libro de tales características. En cualquier caso, en aquellas fechas el propósito de Conte, como explicaba en el siempre necesario prólogo en estas circunstancias, «no se trata de los mejores relatos de los escritores del exilio, sino de una recopilación indicativa.» En su momento, es muy probable que los nombres de Pedro Salinas, Cernuda o Ramón J. Sender le sirvieran al antólogo como gancho para llamar la atención acerca de otros nombres valiosos (casos de José Ramón Arana, Paulino Masip y Esteban Salazar Chapela, por poner algunos ejemplos), tomando también en consideración los que escribieron en lenguas distintas al español (Pere Calders y Mercè Rodoreda), pues su intención era mostrar un primer mapa de un terreno prácticamente desconocido más allá de algunos nombres descollantes. Sin duda, habrá quien objete a esta selección la muy escasa presencia de escritoras. El añadido de unas breves e incompletas fichas biobibliográficas de cada uno de los autores son, por su misma precariedad, indicativas del momento en que se publicó esta antología y del desconocimiento que tenían de ellos incluso los críticos literarios españoles bien informados. La inclusión de esta antología en una colección como lo fue El Puente Literario (continuación de El Puente, de Guillermo de Torre, ambas en Edhasa), cuya voluntad era propiciar los contactos entre las culturas americanas y españolas es también revelador de los objetivos que animaban el proyecto. Y como prueba de su relativa efectividad, las palabras del propio Conte en sus memorias: «se vendió bastante bien al principio, la edición fue de 5.000 ejemplares, aún deben de quedar restos en Moyano, y saqué 15.000 pesetas», así como las ediciones que en los años inmediatamente posteriores se hicieron de las obras de algunos de los autores antologados en este volumen.

De signo muy distinto pero en parte relacionada con ella fue la más discreta pero bastante singular antología prologada por J. León Ignacio Historias del 36 —también anterior a la muerte de Franco—, en la que el criterio es estrictamente temático (la guerra civil), pero en la que, muy acertadamente, se ofrecen algunas visiones de los perdedores de la contienda que sólo pudieron exponer su versión fuera de España: Max Aub y Manuel Andújar, junto a la de otros perdedores (Francisco Candel, Manuel Pilares) y varios escritores a los que se puede considerar «ganadores» (Luis Romero, Rafael García Serrano o Ricardo Fernández de la Reguera).

Según se anuncia en el prólogo, de 1974:

 Han pasado suficientes años para que los españoles podamos contemplar con cierta serenidad ese episodio de nuestra historia más cercana.

El propósito de la presente antología es contribuir a conseguirlo.

[…] Lo único que se ha  buscado es que dieran la visión del conflicto que obtuvieron desde el lugar en que se encontraban [durante la guerra].

[…] Para muchos, la lectura de las páginas que siguen será como volver a vivir el pasado. Para otros, y en eso confiamos, comprenderlo.

En este caso, quizá por prudencia o por el objetivo que se perseguía y los criterios de la selección, no hay referencia alguna a la biografía de los autores antologados, aun cuando no puede decirse de todos ellos, ni mucho menos, que fueran, por lo menos más allá de las aulas universitarias, sobradamente conocidos por los lectores españoles de 1974.

Pero sin duda mayor interés y más centrada en el propósito de rescatar a una serie de autores escamoteados hasta entonces al grueso de los lectores españoles es la antología preparada por Javier Quiñones para la editorial Menoscuarto, que en ciertos sentidos es heredera de la de Rafael Conte. Por ejemplo, ambas priorizan el concepto de exilio republicano español por encima de la lengua en la que se escribieron originalmente los textos y, en consecuencia, conceden espacio a la literatura catalana: ambos eligen a Rodoreda y Calders, si bien en cuanto a las literaturas gallega y vasca Quiñones selecciona textos en español (de autores bilingües como Martín de Ugalde y Rafael Dieste) no recogidos por Conte. Siendo como son muy similares los autores escogidos, del cotejo de los índices de las antologías de Conte y Quiñones se desprenden ya al primer vistazo algunas otras novedades: la lógica exclusión en el segundo de Cernuda (por no encajar en sentido mínimamente estricto en la categoría de cuentos), la inclusión de Manuel Chaves Nogales (por entonces ya recuperado para el lector español mediante la edición de las Obras Narrativas Completas por la Fundación Luis Cernuda y algunas ediciones en Clan y Abc) y Álvaro Fernández Suárez (conocido en España como poco más que finalista del Premio Espejo de España, de ensayo, en 1983), además de los ya mencionados Dieste y Ugalde.

Manuel Andújar (1913-1994)

Pero quizás incluso más significativo, y consecuente con la línea de la editorial en que apareció, fue el apartado específico dedicado a los microrrelatos, en que aparecen obras de Aub, Andújar, Barea, Ayala y una amplia selección de Pere Calders. Y acerca de la efectividad de este tipo de antologías que pretenden llamar la atención sobre autores silenciados —un corpus amputado de la historia literaria española— más por razones políticas que estéticas y a las que tan difícil les resulta entrar en el canon, escribe Javier Quiñones en 2005:

…cabría preguntarse qué queda de aquel interés, porque si bien es cierto que en el ámbito académico universitario el exilio vive un momento dulce de dedicación […], en lo que se refiere a ediciones de obras en editoriales de buena distribución y en colecciones de clásicos prestigiosas , no se puede decir otro tanto. Si nos fijamos en los autores de esta antología veremos que el panorama arroja luces y sombras en lo que a ediciones se refiere. Por poner sólo algún ejemplo, baste decir que de los libros de Álvaro Fernández Suárez, uno está aún inédito en España, desde 1954, y el otro no se reedita desde 1968; Sender […] no dispone aún hoy, en 2005, de una edición de cuentos completos, al igual que Max Aub, Paulino Masip o Segundo Serrano Poncela, entre otros. Quedan muchos libros de relatos por editar.

A ello se aplicaron más de diez años después Fernando Larraz y Javier Sánchez Zapatero, cuya selección, si por un lado deja fuera a los escritores exiliados que escribieron en una lengua distinta al español, incorpora algunas novedades que sin duda pueden interpretarse como la presentación de otros autores y textos importantes al grueso de los lectores no especialistas, como es el caso de Clemente Airó, César M. Arconada, Juan Chabás, Pablo de la Fuente, José Herrera Petera, Simón Otaola o Jesús Izcaray, cuyos libros, caso de haberlos, no habían tenido la difusión que podía darles una editorial como Salto de Página, y en una colección que se presenta en su web del siguiente modo:

La colección Cian acerca al lector obras del siglo XX escritas originalmente en lengua española que han permanecido inéditas en España o llevan un largo período de tiempo fuera del mercado editorial a pesar de su indudable calidad.

Esta colección con vocación de rescate se inaugura en 2009 con la primera edición española de La raíz rota de Arturo Barea, y se prolongará con textos narrativos —novela y relato— y antologías temáticas de autores españoles e hispanoamericanos del siglo pasado.

También incorpora por primera vez con respecto a las antologías mencionadas textos de María Teresa León, y no aparecen en cambio textos de Rosa Chacel, pero en este caso no parece pertinente hablar tanto de accesibilidad de sus obras como de uno de los modos en que se expresa el criterio estético de los antólogos.

A la vista de estos ejemplos, cuya eficiencia en la divulgación de textos y escritores que son desconocidos al lector español por efecto de la dictadura franquista es difícil de aquilatar, pero el hecho mismo de que sigan incorporándose nuevos autores dignos de ser leídos da por lo menos una idea de la magnitud (ciclópea) y la longevidad de los efectos de la censura franquista.

 

Relación, en orden alfabético, de los autores presentes cada una de las antologías mencionadas:

Rosa Chacel.

Naraciones de la España desterrada (1970): Manuel Andújar, José Ramón Arana (José Ruiz Borau), Max Aub, Francisco Ayala, Arturo Barea, Pere Calders, Luis Cernuda, Rosa Chacel, Paulino Masip, Mercè Rodoreda, Esteban Salazar Chapela, Pedro Salinas, Ramón J. Sender y Segundo Serrano Poncela.

Historias del 36 (1974): Ignacio Aldecoa, Pedro Álvarez Manuel Andújar, Max Aub, Francisco Candel, R. Fernández de la Reguera Rafael García Serrano, Manuel Pilares (Manuel Fernández Martínez, 1921-1992), Luis Romero y Víctor Català.

Sólo una larga espera (2006): Manuel Andújar, José Ramón Arana, Francisco Ayala, Max Aub, Arturo Barea, Pere Calders, Rosa Chacel, , Manuel Chaves Nogales, Rafael Dieste, Álvaro Fernández Suárez, Paulino Masip, Mercè Rodoreda, , Ramón J. Sender, Segundo Serrano Poncela y Martín de Ugalde.

Los restos del naufragio (2016): Clemente Airó, Manuel Andújar, José Ramón Arana, César M. Arconada, Max Aub, Francisco Ayala, Juan Chabás, Pablo de la Fuente, José Herrera Petere, María Teresa León, Paulino Masip, Simón Otaola, Esteban Salazar Chapela, Ramón J. Sender, Segundo Serrano Poncela, Martín de Ugalde y Jesús Izcaray.

Fuentes:

AA.VV., Historias del 36, prólogo de J. León Ignacio, Madrid, Ediciones 29  (Libros Río Nuevo 4/ Serie Literatura 1), 1974.

Lluís Borràs Perelló, El libro y la edición. De las tablillas sumerias a la tableta electrónica, Gijón, Ediciones Trea (Bibolioteconocmía y Administración Cultural 269)m 2015.

Roger Chartier, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, prólogos de Ricardo García Cárcel y Roger Chartier, traducción de Viviana Ackerman (y de Xavier Gaillard Pla del prólogo de Chartier), Barcelona, Gedisa, 2017.

Rafael Conte.

Rafael Conte, ed., Narraciones de la España desterrada, Barcelona, Edhasa (El Puente), 1970.

Rafael Conte, El pasado imperfecto, Madrid, Espasa, 1998.

Fernando Larraz y Javier Sánchez Zapatero, eds. y prologuistas, Los restos del naufragio. Relatos del exilio republicano español, Madrid, Salto de Página, 2016.

Josep Mengual Català, «El puente que tendió Rafael Conte. Narraciones de la España desterrada», en Javier Quiñones, coord.., «La narrativa breve del exilio republicano», Quimera, núm. 252 (enero de 2005), pp. 56-58.

Javier Quiñones, ed., Sólo una larga espera. Cuentos del exilio republicano español, Palencia, Menoscuarto (Reloj de Arena), 2006.

Luis Antonio de Villena, «Antología», en Gonzalo Pontón y Fernando Valls, coord., «El alfabeto de los géneros», Quimera, núm 263-264 (noviembre de 2005), pp. 17-18,

Novelas que aún leemos censuradas (Entrevista a Fernando Larraz)

Fernando Larraz (Zaragoza, 1975) es licenciado en Filosofía (1998) y Filología Hispánica (2003) por la Universidad de Salamanca y doctor en Filología por la Universidad Autónoma de Madrid (2008). Ha desarrollado su actividad docente e investigadora en las universidades de Tübingen (Alemania), Birmingham (Reino Unido) y Autónoma de Barcelona. En la actualidad es miembro del Gexel (Grupo de Estudio del Exilio Literario de 1939) y profesor de Literatura Española en la Universidad de Alcalá. Pertenece a una generación de investigadores que han encontrado una puerta ya entreabierta por quienes aún tuvieron experiencia directa del franquismo para profundizar en la investigación de la censura de libros y de la literatura creada por los escritores e intelectuales exiliados en 1939. Con unas cuantas obras publicadas ya sobre la materia (véase ficha bibliográfica al pie), ha concluido una exhaustiva investigación acerca de la censura de novelas en la segunda mitad del siglo xx que ha publicado Ediciones Trea (Premio a la Mejor Labor Editorial Cultural 2014) con el título Letricidio español.Censura y novela durante el franquismo.

Viendo que tus campos de estudio preferentes o sobre lo que más has publicado son la historia de la literatura del exilio por un lado y la industria editorial y la censura por otro, da la impresión de que lo que te interesa sobre todo sea dar a conocer aquello que el franquismo extirpó de la tradición literaria española.

Fernando Larraz.

En efecto, ambas líneas de investigación parten de la constatación de un hecho: ningún acontecimiento político ha tenido tan hondos efectos sobre la producción cultural en España como la guerra civil y la subsiguiente implantación de un régimen de vocación totalitaria. Casi todas las historias literarias, programas académicos, manuales, etcétera inician un nuevo tomo, capítulo, asignatura o tema a partir de 1939, año crucial en la historia política de España, pero absolutamente insignificante desde el punto de vista literario. Este periodo histórico se inicia por una intervención a fondo y directa de un nuevo poder político con vocación de implantar discursos unívocos en todas las esferas públicas. Y sin embargo, la implicación de esta imposición no siempre es suficientemente tenida en cuenta por los historiadores de la literatura española. Por eso me he dedicado a estudiar los que en mi opinión son los dos hechos más decisivos en la historia de la cultura y de la literatura española del franquismo (más que la publicación de Hijos de la ira, o de La familia de Pascual Duarte) y que tienen una raíz política: el exilio de los más y los mejores escritores españoles a la altura de 1939 y la vigilancia, censura, represión… sobre quienes intentaron reanudar la escritura literaria dentro de España.

¿Cómo llegas al tema de la censura de obras literarias y con qué expectativas, con qué hipótesis de trabajo?

Mi primer contacto con la censura tuvo lugar cuando estudiaba, para mi tesis doctoral, la recepción de la obra narrativa del exilio republicano de 1939. Mis pesquisas me llevaron al Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares (AGA) y a los archivos de la censura editorial. Descubrí entonces un material riquísimo, que consiste no sólo en los informes de los censores sino también en correspondencia entre censores y jerarcas franquistas con algunos escritores y en la existencia de mecanoscritos originales con correcciones del autor e indicaciones del censor. Constaté que era absolutamente necesario contar la historia de la literatura durante el franquismo desde métodos y presupuestos distintos, teniendo en cuenta que sus condiciones de producción estaban marcadas por una excepcionalidad que no ha tenido, probablemente, ningún otro periodo. Porque es cierto que la comunicación literaria se ha producido siempre con mediaciones más o menos influyentes, incluidas censuras y proscripciones, pero en contextos muy diferentes. Ver la narrativa española a partir de 1939 como una literatura posible, vigilada y limitada en temas, léxico, personajes, enfoques… creo que ofrece interpretaciones muy diferentes de sus movimientos, periodos e hitos.

Informe de Paralelo 40, de José Luis Castillo Puche.

Informe de Paralelo 40, de José Luis Castillo Puche.

¿Cómo fue el proceso de investigación, y en particular el trabajo de campo en los archivos?

La recopilación de fuentes fue más o menos sistemática. Dado que entonces no residía en Alcalá ni en Madrid, mi trabajo consistió en transcribir los contenidos expedientes. Para ello hice unas fichas que contenían los datos fundamentales de los expedientes (fechas de presentación, de resolución y de depósito, informe, resolución, tachaduras, nombre del censor o censores, documentación adicional, etcétera) y que se han publicado en la revista digital Represura. Seleccioné aproximadamente un millar de obras cuyos expedientes examiné con cierto cuidado. El AGA tiene dos inconvenientes principalmente para mi trabajo: los largos plazos para obtener reproducciones y la restricción de horarios.

Página de La Colmena, de Cela, presentada a Censura por la editorial Zodíaco, con pasajes censurados.

Tu libro es en buena medida un trabajo de historia literaria, pero también un ensayo de tesis. ¿Evolucionó, sufrió correcciones importantes o se corrigió esa tesis a lo largo de la investigación?

El trabajo partía de una hipótesis: que el condicionante más decisivo sobre la narrativa española entre 1939 y 1975 era el hecho de que estuviera censurada. A partir de esta hipótesis inicial ―que creo que queda confirmada― vienen los matices, excepciones, explicaciones, cuantificaciones… Es decir, tratar de ver en qué medida afectó sobre la escritura de  los autores, cómo evolucionó según los intereses políticos de cada etapa y las reacciones de los actores culturales, con qué criterios se aplicó la censura, qué margen de discrecionalidad existía su ejecución, y si había criterios más o menos estables, etcétera. Esta parte fue, sin duda la más interesante y la que me permitió llegar a conclusiones inesperadas, como por ejemplo, que la autocensura puede llegar a ser más poderosa incluso que la censura –y que, además, es posible en algunos casos constatarla objetivamente– o que las reacciones contra la censura mediante la escritura a menudo fueron inanes. Junto a ello, me han fascinado los proyectos literarios convertidos en ruinas al margen de la historia: aquellos libros que no se publicaron, o que tuvieron que recurrir a pequeñas editoriales americanas o francesas, sin ninguna repercusión en el campo literario español…

Das bastantes ejemplos de obras que siguen reimprimiéndose con las mutilaciones o correcciones impuestas por la censura franquista, lo que me parece bastante escandaloso y podría interpretarse como un fracaso, en este aspecto, de la transición, que por otro lado tampoco conllevó ni la recuperación de las obras publicadas fuera de España por los exiliados ni la aparición de un aluvión de obras valiosas que no se publicaron antes debido a la censura.

Elena Soriano (1917-1996).

En efecto, creo percibir un contagio del “pacto de olvido” en el campo de la literatura, que con los años ha ido evolucionando a una especie de “pacto de pereza”. A veces no es achacable a los editores, sino que los mismos autores han renunciado a restaurar sus obras mutiladas o cambiadas, como si haberse sometido en su día a las decisiones del censor supusiera una marca de desprestigio que no quieren reconocer. Otras veces ―no siempre, evidentemente― han sido los responsables de  ediciones críticas quienes no se han tomado siquiera la molestia ―no sé si por ignorancia o por pereza― de acudir al expediente de censura, donde habrían podido encontrarse las versiones presentadas por el escritor ante el editor y así, con la posibilidad de “restaurar” textos ajados por la represión. Por eso creo que, aunque en teoría cualquier persona con un nivel cultural medio sabe que existió la censura sobre cualquier producto de comunicación pública, muchas veces ni siquiera los especialistas sacan las consecuencias de este hecho. Y la primera consecuencia es que dado que cualquier libro publicado durante el franquismo pasó la supervisión del censor, es probable que la edición publicada no responda a la que presentó el escritor ante el editor. Hay casos especialmente sangrantes, que he intentado recoger en el libro: el de los exiliados, que habían publicado primeras ediciones libres en México o Argentina y que, al ser reeditados en España en los años noventa, por ejemplo, se escoge la edición mutilada de Madrid o Barcelona y no la íntegra de México D. F. o Buenos Aires. O el de autores clásicos como Benet, Aldecoa o Marsé que han sido y son reeditados con supresiones (las tachaduras). Distinto caso es el de los autores descubiertos años después por no haber sido autorizadas sus obras en su momento, como por ejemplo una autora tan notable en mi opinión como Elena Soriano. En cierto modo su caso me recuerda al de los escritores exiliados, quienes por mucho que se estudie su obra, están destinados a los márgenes y los apéndices de las historias literarias por la inflexibilidad metodológica y la esclerotización de generaciones, movimientos y otros lugares comunes en los que caen los historiadores.

Sello de la Inspección de Libros de la Subsecretaría de Educación Popular.

¿Los editores tienen a su disposición un repertorio completo de novelas en español censuradas, de modo que ya no hay excusa para reimprimirlas mutiladas sin más?

En principio, creo que toda acción de la censura es negativa a pesar de que sorprendentemente haya habido algunas declaraciones de autores y críticos en sentido contrario, con el consabido argumento de que las limitaciones agudizan el ingenio del escritor. Por ello, toda alusión a un muslo, vocabulario soez, o burla eclesial deberían reaparecer, pues su elisión no hace sino restar, por ejemplo, verosimilitud al lenguaje, que es uno de los atributos del credo realista social. ¿Por qué los jóvenes de El Jarama pueden decir “puta” y el gitano de Con el viento solano no puede decir “mierda” o “coño”? ¿Los filólogos que han examinado una y otra novela han tenido en cuenta este dato a la hora de valorar el realismo lingüístico de uno y otro autor? Son ejemplos quizá nimios, pero representativos de que la arbitrariedad de los censores nos ha llevado a una visión distorsionada de la literatura. Y los editores contemporáneos tienen la obligación de reparar en la medida de lo posible todas estas disfuncionalidades. No obstante, los límites entre censura y autocensura no siempre son claros y aquí veo una única posible excusa para seguir reimprimiendo esas novelas censuradas. Existen casos de autores que reescribieron varias veces las novelas según las indicaciones de censores y responsables de censura. En estos casos la censura no fue un mero ejercicio de poda, sino que se convirtió en intercambio de pareceres con el escritor, quien reescribió pasajes, cambió argumentos (y finales)… hasta el punto de que  uno nunca sabe dónde acaba la voluntad del censor y empieza la del escritor. Estos casos (no abundantes pero sí significativos) resultan problemáticos porque además afectan a la imagen del escritor como responsable último de su obra.

¿En qué medida el canon literario de la novela española, el repertorio de lo que en general consideramos las grandes obras novelísticas del siglo xx, está mediatizado por la censura?

Francisco Ayala (1906-2009).

La muestra más palmaria de esto creo que es la obra del exilio republicano de 1939. Aunque existe una considerable obra crítica sobre algunos de sus más significativos autores (Aub, Sender, Ayala) su inserción en el relato histórico de la literatura española del siglo XX sigue siendo problemático por la irresistible tendencia a codificarla en generaciones, grupos y movimientos homogéneos en los que no encuentran acomodo. El canon no es solo una cuestión de calidad sino también de oportunidad y de recepción y la censura es un elemento básico en la recepción de las obras literarias. Pero no sólo se ven afectadas determinadas obras de notable calidad por la censura, sino también por un horizonte de expectativas anómalo tanto del público como de la crítica, impregnada ―a veces consciente y a veces inconscientemente― de una serie de valores y métodos asentados en el pensamiento falangista (el concepto de “generación”, por ejemplo, el omnipresente nacionalismo…). Hay que tener en cuenta que la censura ha influido mucho en la configuración del canon literario pero a veces de forma aleatoria. Hay autores que tuvieron inicialmente problemas con la censura, pero a quienes la intervención estatal ―así como su sagacidad para pelear en el campo literario― o la aleatoriedad (la suerte) de derivada de la arbitrariedad censorial les colocó en el vértice del sistema cultural.

Página de la edición mexicana de La cale de Valverde, de Max Aub, censurada.

Página de la edición mexicana de La cale de Valverde, de Max Aub, censurada.

¿Qué postura suelen adoptar los autores ante la posibilidad de revisar y restituir pasajes en su día censurados de novelas veces escritas hace varias décadas?

Muchas veces, estas actitudes resultan sorprendentes: en mi trabajo no acierto a responderme por qué autores que sobrevivieron al franquismo y por tanto tuvieron la oportunidad de restaurar los daños ocasionados a sus textos por la censura no lo hicieron. Se me ocurren dos posibles explicaciones: cierta vergüenza por haberse sometido al imperio del censor, o bien el historicismo inherente a los años de la transición, que obligaba a no mirar atrás para no dejarse atrapar por las ruinas del franquismo. Lo cierto es que la actitud de la mayoría de escritores ante la censura es decepcionante, pues prima la sumisión ante el poder, a veces vergonzosa. Claro que los tiempos eran difíciles, pero los más grandes tenían abiertas las editoriales americanas.

Informe de denegación a Júcar para importar ejemplares de El libertino y la revolución, de Jorge Gaitán Durán.

¿Qué te parece que debieran hacer ante esta cuestión los derechohabientes, ya sean herederos, agentes literarios o editoriales, si crees que tienen alguna responsabilidad?

Cada caso presenta singularidades, pero en general, se me ocurren dos cosas: una, defender el legado del que han sido depositarios y, por tanto, tratar de que se transmita en sus mejores condiciones: íntegro y libre de los daños que le pudiera haber ocasionado la censura; y dos, contrarrestar la banalidad con la que a menudo se ha tratado a la censura como una injerencia menor. En este sentido, no hay más que leer, por ejemplo, las excusas autoexculpatorias con las que despacha el tema uno de los máximos responsables políticos de la represión cultural franquista en los años sesenta, Carlos Robles Piquer –hoy liberal, demócrata y, por supuesto, monárquico– en sus recientes memorias.

Carlos Robles Piquer.

¿Hasta qué punto sigue siendo la censura un campo digno de estudio? ¿Qué proporción de lo que hay crees que ha salido a flote?

Sigue siendo un territorio imprescindible para representarnos la cultura española del siglo XX y, sobre todo, para que los historiadores y críticos dispongan de información suficiente para plantearse algunas cuestiones que todavía no han sido tenidas en cuenta. El esfuerzo debería ir por dos caminos: aportar un mayor caudal de información sobre métodos, procesos, funcionamiento… de la censura e inventar nuevas maneras de narrar la historia literaria española del siglo XX, teniendo en cuenta las aportaciones reales de sus productos en relación con la maquinaria burocrática de un estado diseñada para unificar los discursos literarios. Creo que el resultado sería un canon, una periodización y una conceptualización muy diferentes de las que hoy aprendemos en manuales e historias literarias.

Es fama que Paco Candel fue una de las mayores víctimas de la censura.

Es fama que Paco Candel fue una de las mayores víctimas de la censura.

En este momento, ¿en qué proyectos o líneas de investigación estás trabajando, qué temas te interesan actualmente y de cara a un futuro próximo?

Me interesa trascender  los temas concretos de la censura y el exilio para estudiar las actitudes y conclusiones que historiadores de la cultura han podido sacar del hecho histórico del franquismo. Y, en concreto, me interesa examinar lo que llamaré el “complejo de Cándido”, cierta actitud intelectual refractaria de la crítica a nuestro pasado y abandonada al optimismo histórico perceptible en la historiografía cultural y en una buena parte de nuestra novelística reciente. Esto ha dado lugar a mistificaciones abundantes y a forzar los discursos para formar explicaciones ad hoc. Pero me interesa también el trabajo de archivo y de bibliotecas y por ello sigo trabajando en una futura monografía acerca de las editoriales de los exiliados republicanos.

Nihil obstat en una Gramática de Luis Vives, de 1947.

Fernando Larraz. Selección de obra publicada hasta octubre de 2014.

«La Segunda República y los editores», Cuadernos Republicanos, Madrid, 58 (primavera-verano 2005), pp. 57-78.

«El mestizaje editorial: Las editoriales de los exiliados republicanos en América», en Ricardo de la Fuente Ballesteros y Jesús Pérez-Magallón, eds., La cultura hispánica en sus cruces trans-atlánticos, Valladolid, Universitas Castellae (Colección Cultura Iberoamericana), 2006, pp. 149-170.

El monopolio de la palabra. El exilio intelectual en la España franquista, Madrid, Biblioteca Nueva, 2009, 336 pp.

«La recepción de los narradores del exilio en las revistas culturales del tardofranquismo», Laberintos: Revista de Estudios sobre los Exilios Culturales Españoles, Valencia, 10-11 (2008-2009), pp. 18-42.

«Política y cultura. Biblioteca Contemporánea y Colección Austral, dos modelos de difusión cultural», Orbis Tertius: Revista de Teoría y Crítica Literaria, 15 (2009).

«La recepción de la literatura del exilio republicano en la revista Cuadernos Hispanoamericanos (1948-1975)»,Bulletin Hispanique, Burdeos, 112, 2 (2010), pp. 717-741.

«»Rama apartada, sucursal efímera»: la dialéctica interior/exilio en la historiografía literaria española del siglo xx», en Miguel Cabañas Bravo, Dolores Fernández Martínez, Noemí de Haro García, Idoia Murga Castro, coords., Analogías en el arte, la literatura y el pensamiento del exilio español de 1939, Madrid, CSIC, 2010, pp. 189-200.

«Memoria poética en el campo de Argelès. La función testimonial de Crónica del Alba», en Bernard Sicot, coord., La littèrature espagnole et les camps français d’internement (de 1939 à nos jours), Paris, Université Paris Ouest Nanterre, 2010, pp. 305-314.

Una historia transatlántica del libro. Relaciones editoriales entre España y América Latina (1936-1950). Gijón, Trea, 2010, 200 pp.

«Los exiliados y las colecciones editoriales en Argentina (1938-1954)», en Andrea Pagni, coord., El exilio republicano español en México y Argentina: historia cultural, instituciones literarias, medios, Madrid, Iberoamericana, 2011, pp. 129-144.

Albert Forment y la Editorial Ruedo Ibérico

Logo de Ruedo Ibérico

Tradicionalmente, y por lo menos hasta finales del siglo xx, en el ámbito hispánico los grandes editores han cumplido una función de extrema importancia en el descubrimiento y difusión de valores estéticos, ideológicos y culturales en un sentido muy amplio, por lo que es muy lógico que en los últimos años la historiografía haya empezado a ocuparse de ellos como un camino para comprender los motivos de los flujos y reflujos de tendencias, así como las causas de algunas influencias interculturales.

José Janés

José Janés

Cuando Jacqueline Hurtley publicó sus pioneros y utilísimos estudios sobre uno de los editores más importantes que ha dado España (Josep Janés. El combat per la cultura, 1986, y Josep Janés, editor de literatura inglesa, 1992), puso en evidencia hasta qué punto el conocimiento detallado de las empresas, los proyectos y los fracasos de los editores españoles, sobre todo contemplados desde fuera –es decir a través de biografías o memorias–, podía proporcionar unos fundamentos de inapreciable valor para analizar la cultura literaria española en su justa medida, especialmente en el período de la dictadura franquista.

Sin embargo, si interesantes eran los trabajos de Hurtley, uno tendía a sospechar que más sugestivas todavía podían ser las trayectorias de muchos editores españoles que, a raíz del desenlace de la guerra civil española, llevaron a cabo su labor en el exilio, y cuya biografía definitiva y completa, que yo sepa, está por hacer, pese a la existencia de algunos trabajos parciales que han puesto las bases para ello. Me refiero, por ejemplo, a editores establecidos en México como Juan Grijalbo, Joaquín Díez-Canedo (el intrépido Joaquín Mortiz) o el osado

Bartomeu Costa Amic (1911-2002)

Bartomeu Costa-Amic, o bien en Argentina Antonio López Llausàs (Editorial Sudamericana) o en Chile Arturo Soria (Cruz del Sur), por poner algunos ejemplos. Además, en los casos de editores, traductores y grafistas establecidos en países hispanoamericanos, sería muy útil conocer el alcance de su contribución al desarrollo de la industria cultural argentina, chilena, venezolana o colombiana (su repercusión en México quizá sea la más analizada). Baste recordar la importancia de la creación en 1958 de la colección Piragua de Editorial Sudamericana, que pasa por ser la primera colección de bolsillo en Argentina que triunfó, y que puso al alcance del gran público autores como Graham Greene, Germán Arciniegas, Arthur Koestler o William Faulkner entre otros muchos.

En Una historia transatlántica del libro, Fernando Larraz se planteaba, entre otras no menos pertinentes, una cuestión muy interesante: “Hasta qué punto podemos hablar de editoriales del exilio republicano?, ¿de cuántas y cuáles editoriales, colecciones o libros publicados en esos años [1939-1959) puede decirse que respondieran inequívocamente a alguna de las formas de la política del exilio?”. Podrían aducirse casos como los de Era –entre muchas otras–, interesada en publicar en México libros que la censura franquista no toreraría e intentar introducirlos en España, o bien el caso de las diversas editoriales que en América publicaban obras en catalán, lengua en la que en España estaba prohibido publicar (Costa-Amic en México, El Pi de les Tres Branques en Chile…). Sin embargo, si salimos del marco geográfico que establece Larraz en su estudio y trasladamos el foco a Francia, la editorial Ruedo Ibérico es uno de los casos más emblemáticos de editorial del exilio, y, afortunadamente existe una fuente espléndida para conocer tanto el funcionamiento de esa editorial parisina, como la vida de quien la puso en pie.

José Martínez Guerricabeitia (1921-1986)

Albert Forment, que se había ocupado ya de otro exiliado insigne (Josep Renau. Història d´un fotomuntador, 1997) trazó en José Martínez: la epopeya de Ruedo ibérico (finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2000) una completa biografía del personaje, con todos sus claroscuros, rehuyendo la peligrosa tendencia a la mitificación y reconstruyendo con admirable minuciosidad una de las aventuras editoriales antifranquistas más apasionantes que se desarrollaron en Europa. Desde su creación en 1961 hasta su desaparición ya en la España democrática, Ruedo ibérico fue una de las editoriales más molestas para la dictadura franquista (¡el tábano socrático!), y José Martínez se mostró a lo largo de muchos años como un estratega político-cultural de primer orden que supo lidiar con todo tipo de problemas, entre los que no eran menores su propio carácter tempestuoso, su tendencia a embarcarse en proyectos sumamente arriesgados desde el punto de vista económico o su férrea pasión por el proceso editorial, aun a costa de su salud y de su equilibrio emocional.

A su tesón imprudente debemos el conocimiento de algunos títulos que en su día marcaron hitos en la historiografía del siglo XX, como La guerra civil española, de Hugh Thomas; El laberinto español, de Gerald Brenan;  Falange, de Stanley Payne; la primera versión del estudio de Ian Gibson sobre el asesinato de García Lorca, o la Breve historia de la guerra civil, de Gabriel Jackson, así como libros bellos e importantes en la historia de la literatura española, como los Episodios nacionales, de Gabriel Celaya; Que trata de España, de Blas de Otero, o Campo francés, de Max Aub, por poner sólo algunos ejemplos emblemáticos.

A partir de un trabajo de documentación exhaustivo, Albert Forment narra una doble epopeya: la de José Martínez Guerricabeitia y la de Ruedo ibérico (con su apéndice Cuadernos de Ruedo ibérico), dos aventuras trepidantes imposibles de deslindar, pues la identificación entre una y otra (la repercusión de los avatares personales y la evolución política de José Martínez sobre la trayectoria de Ruedo ibérico y la de las penurias económicas de la editorial sobre la salud y el ánimo del editor) fueron casi absolutas.

Martínez Guerricabeitia con Francisco Carrasquer (1915-2012)

La de José Martínez fue una pasión ejemplar, y el libro de Forment constituye una espléndida crónica de la andadura de una editorial que nació como instrumento de combate político y resistió heroicamente no sólo los embates de la censura franquista, sino que incluso supo imponerse a la paradoja de un mercado alejado y disperso entre la Península y América. Sin embargo, el autor no oculta la sangrante contradicción entre el pensamiento político del editor anarquista y la práctica a menudo implacable del empresario con sus colaboradores y empleados. Los juegos malabares (no siempre honestos) para conseguir financiar proyectos “imposibles”, los enfrentamientos con autores y distribuidores, la progresiva evolución de la identidad de Ruedo ibérico y sobre todo de sus Cuadernos y los contactos y acuerdos con editores y distribuidores franceses, españoles e italianos son quizás algunos de los aspectos mejor tratados en este libro, que, en su conjunto, agota casi por completo el tema que trata. El empleo tanto del epistolario (en particular el mantenido con Francisco Carrasquer) como de los textos escritos por el propio Martínez permiten a Forment ofrecernos una obra omnicomprensiva del tema que aborda y ofrecer al lector muy diversas perspectivas del objeto de estudio.

Quizás las páginas dedicadas a los antecedentes familiares y la infancia sean excesivas y estorben algunas reiteraciones innecesarias, pero Albert Forment cubrió (con tierra muy compacta) una laguna importante de la historia de la cultura española en el exilio.

Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo ibérico, Barcelona, Anagrama (Argumentos 247), 2000. 696 pp.

Una primera versión más breve de este texto se publicó en Renacimiento. Revista de Literatura, núm. 27-30, dedicado a Literaturas del Exilio Republicano de 1939.

En 2008, la editorial Backlist (Grupo Planeta) estableció un convenio para crear una serie con  títulos originalmente publicados en Ruedo Ibérico, con un proyecto de tres títulos anuales con nuevos textos introductorios.

Fernando Larraz, Una historia transatlántica del libro. Relaciones editoriales entre España y América Latina (1936-1959), Gijón, Ediciones Trea /Biblioteca y Administración Cultural 224), 2010.

Fuentes sobre José Martínez Guerricabeitia y Ruedo Ibérico:

 Joan Martínez Alier, “Crítica de la Transición en los Cuadernos de Ruedo Ibérico«, sinpermiso.info, 24 de noviembre de 2011.

Éditions Ruedo Ibérico: web con muchísima información y enlaces.

Ana Rodríguez-Fischer, “Ruedo Ibérico”, en su blog, entrada del 11 de febrero de 2010.

Ruedo ibérico, radicalmente libre, documental de Francesc Ríos y Mariona Roca, con el asesoramiento histórico de Arantza Sarría y la colaboración de Marianne Brull.

María Aranzazu Sarría Brull, Cuadernos de Ruedo Ibérico (1965-1970). Exilio, cultura de oposición y memoria histórica, tesis en la Universidad de Zaragoza y Universidad de Burdeos 3, 2001.