Bernardo Estornés Lasa, un editor vasco en Santiago de Chile

En diciembre de 1941 salía en Santiago de Chile el primer número de la revista Batasuna, subtitulada inicialmente «Revista de divulgación vasca» y organizada en diversas grandes secciones («Naturaleza», «Individualidad», «Cultura artística», «Cultura social», «Cables cruzados», etc.). Los cinco números, de unas cien páginas cada uno, se caracterizan por la muy esporádica inserción de ilustraciones y la absoluta (y sorprendente) ausencia de publicidad. La financiación del proyecto se basaba sobre todo en el convencimiento de Pedro de Aretxabala (1908-2009) y el director era Bernardo Estornés Lasa (1907-1999), hombre entonces con una amplia experiencia como editor que había arrancado unos años antes del inicio de la guerra civil española.

De 1927, cuando contaba veinte años, es la autopublicación en la zaragozana Tipografía de F. Martínez de su ensayo ilustrado con numerosas fotografías Erronkari (El valle del Roncal), pero dos años después, acabados ya los estudios, es nombrado jefe de oficina de la Eusko Isaskuntza (Sociedad de Estudios Vascos), donde colabora con Julio de Urquijo (1871-1950) en la edición de la trimestral Revista Internacional de Estudios Vascos.

Durante la Segunda República (1931-1939), con el objetivo de proporcionar a las incipientes escuelas vascas (isaskolas) los materiales imprescindibles para poder llevar a cabo su tarea, además de escribir la novela Sabin euskalduna (1931) e Historia del País Basco (1933), crea la editorial Beñat Idaztiak y la colección Zabalkundea, para las que cuenta con la colaboración de su hermano Mariano (1909-1997) y donde alterna el ensayo cultural con la literatura de creación: Blancos y negros (1934), tres volúmenes de Narraciones vascas (1934 y 1935), El genio de Navarra (1936) y Don García de Almorabid (1936), de Arturo Campión (1854-1937); La democracia en Euzkadi, de J. de Urkina (José de Aritzimuño Olaso, 1896-1936); Literatura oral euskérica, de Manuel de Lekuona (1894-1987)…

Sin embargo, la importancia capital de la actividad de Bernardo Estornés en esos años previos a la guerra es sin duda la iniciativa de crear una enciclopedia vasca, que empieza a gestarse ya por entonces, si bien la guerra y el franquismo le pondrán trabas insalvables y el primer volumen de la Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco no aparecería hasta 1962.

Los embates del ejército franquista lo llevaron inicialmente a exiliarse en San Juan de Luz, pero en 1937 abandonó Euskal Herria para iniciar un periplo por ciudades del norte de Francia que concluyó cuando embarcó en Marsella con destino a Chile (adonde llegó en enero de 1940). Al cabo de un año en tierras americanas ya había puesto en marcha la mencionada revista de la comunidad vasca en Chile Batasuna, en cuyos cinco números aparece una sección, «Breve diccionario enciclopédico vasco», que ya anuncia lo que será la labor de Estornés en los años siguientes.

Desde junio de 1943 y hasta abril de 1949 Batasuna sería sustituida por Euzkadi, significativamente subtitulada «En defensa y al servicio de la nación vasca» y donde Bernardo Estornés se ocupó sobre todo de temas culturales. Dirigía esta última revista de periodicidad mensual Simón Ciriaco Santamaría, mientras que de la impresión se ocupaba Julián Pe Menchaca, quien después de desempeñarse como litógrafo en Valparaíso había establecido un taller de grabado e impresión en Santiago desde donde se tiraron los mil ejemplares que se hicieron de cada uno de los sesenta y seis números de esta cabecera. Entre sus principales colaboradores se contaban Andoni de Astigarraga (1920-¿), Manu de la Sota (1897-1979), Francisco Gorritxo (1906-1993) y Santiago Zarranz (1906-1995), y entre las curiosidades la inserción en el primer número del sentido artículo de Max Aub «¿Conoces el País Vasco?», aparecido previamente en la revista también llamada Euzkadi que publicaba el Centro Vasco de Caracas.

Mientras, Bernardo Estornés había participado también, con  Manuel de Irujo (1891-1981), en la fundación de la editorial vasca de Buenos Aires Ekin, que vio la luz en 1941 gracias al impulso de Andrés de Irujo (1907-1993) e Isaac López Mendizábal (1879-1977)  y al apoyo económico y logístico del impresor Sebastián Amorrortu (1867-1949). En esta última editorial publicaría Estética vasca. Paisaje. Arte. Belleza (1952) y Eneko Arista, fundador del reino de Pamplona y su época. Un siglo de historia vasca: 752-852 (1959), pero para entonces ya estaba Estornés planeando su regreso a Esukal Herria.

De hecho, tanto Bernardo como su hermano Mariano se establecen en Donosti en la primavera de 1958, y enseguida reanudan la labor editorial iniciada antes de la guerra. Ese mismo año ponen ya en marcha la editorial Añumendi, que debido a los antecedentes de sus promotores enseguida topó con dificultades insalvables para registrarse como empresa editora, de modo que tuvo que iniciar su actividad bajo el paraguas de la editorial Itxaropena (que en euskera significa esperanza) fundada en 1932 por Patxi Unzurrunzaga, con quien Bernardo había colaborado en muy diversos proyectos ya en los años treinta y que en la posguerra se había convertido en uno de los editores heroicos de la literatura clandestina en euskera y que les cubrió las espaldas hasta 1966.

Fuentes:

Oscar Álvarez Gila, La editorial Ekin de Buenos Aires, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002.

Bernardo Estornés Lasa, «Cómo se gestó el Diccionario español-uskara roncalés», Fontes Linguae Vasconum, núm. 79 (1998), pp. 521-534.

Idoia Estornés Zubizarreta, Estornés Lasa, Bernardo. Enciclopedia Auñamendi, 2024.

Gurutze Lasa Zuzuarregui, «Semblanza de la Editorial Auñamendi Argitaldaria (San Sebastián, 1958-2010)», Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2019.

Pedro Oyanguren, ed., Vascos en Chile 1520-2005. Euzko Etxea de Santiago, Donostia, Eusko Ikaskuntza, 2007.

Edición vasca en Caracas y en Guatemala

Parece haber un acuerdo bastante generalizado en que la primera publicación íntegramente en euskara después de la guerra civil española tuvo lugar en la capital venezolana, en forma de la revista Argia. Euskaldunak euskarak («Luz. Los vascos en su lengua»), iniciativa del polifacético editor, músico y escritor Jon Oñatibia (1911-1979), en onatibiacolaboración con el periodista y dramaturgo Andoni Arozena (1907-1989). Aparecida en abril de 1946, esta breve revista bimensual ilustrada, de carácter bastante convencional en cuanto a los temas (política, cultura, deportes, vida social, etc.), no renuncia a un cierto afán pedagógico, que se hace más evidente sobre todo a partir del quinto número, que se publica, debido a los vaivenes biográficos de Oñatibia, en Nueva York (con fecha de agosto de 1946). El papel satinado, la llamativa cabecera en rojo y el cuidado en la reproducción de las imágenes hacían de esta una publicación de rara calidad en semejante contexto. El profesor Zabala Aguirre resume de un modo muy claro algunos de los rasgos principales de esta revista, que atribuye a la participación de colaboradores expertos, como es el caso del linotipista Joxe Mari Etxezarreta: «Experiencia, sentido estético y capacidad pedagógica son algunas de las claves que podrían explicar esta sorprendente modernidad en la concepción de la revista». En Estados Unidos, donde entre otras cosas Oñatibia publicaría el disco The Basques. Euzkadi. Songs and dances of the basques (Folkway Records, 1954), se publicaron hasta 1948 los números siguientes hasta el total de catorce que componen la colección completa.

euzkoLa aparición ya en 1941 de la editorial vasca Ekin en Buenos Aires dio un impulso a la edición en euskara en América, pero no por ello dejaron de ponerse en marcha otras publicaciones periódicas que albergaron tanto traducciones importantes como obras de creación. En este sentido el relevo de la empresa de Oñatibia lo toma el poeta Jokin Zaitegi Plazaola (1906-1979) con la revista Euzko-Gogoa («Alma vasca»), aparecida en diciembre de 1949 y con sede en Guatemala, en la que cuenta desde el principio con la colaboración del escritor y traductor residente en Francia Andima Ibiñagabeitia (1906-1967). El hecho de que estos dos escritores concibieran la traducción de los clásicos del pensamiento occidental como el modo idóneo para que la lengua vasca alcanzara su plenitud como lengua de cultura influyó decisivamente tanto en el contenido como en las iniciativas paralelas que se desarrollaron a partir de Euzko-Gogoa, cuyos números distribuían el contenido en las siguientes secciones: olerti (poesía), elerti (prosa), ereserti (música y canto), antzerti (teatro), euskera (vascuence), yakintza (saber), gizarte (sociología) e idazti deuna (sagradas escrituras).

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Jokin Zaitegi.

Tras su paso por Panamá en 1937 y posteriormente por El Salvador (1937-1944), donde había sido profesor de Teología en el Seminario Central, Jokin Zaitegi se había establecido en 1945 en Guatemala, de cuyo Instituto América llegó a ser director técnico, pero llevaba ya a sus espaldas una notable labor en el campo de la cultura, que se remontaba por lo menos a 1934, cuando su poema «Tori nire edontzia» es galardonado en los Eusko Olerti Egunak, y además acababa de ver publicada en 1946 en México un primer volumen de traducciones al euskara del teatro de Sófocles Sopokel’en antzerkiak I, en la editorial de breve vida Pizkunde («Renacimiento»), que el año anterior se había estrenado con el poemario de Telésforo de Monzón Urrundik. Bake Oroi (en una lujosa edición ilustrada por Juan de Aranoa y traducción al español de Germán de Iñurrategui). Y de 1946 es también, en la mexicana Pizkunde, el poemario de Zaitegi Goldaketan («Arando»), donde alternan las traducciones de autores muy diversos (Verdaguer, Maragall, Baudelaire, Horacio) con composiciones propias que contribuyen a perfilar la concepción que de la lengua literaria tenía Zaitegi. Escribe Zabala:

…son poemas muy influenciados por Lizardi, en los cuales la naturaleza tiene una presencia destacada, pero que también evidencian otras lecturas como Lauaxeta y Orixe. De nuevo, la temática es tradicional y, además, religiosa, con especial hincapié en la nostalgia de quien se halla lejos de su país, utilizando para ello un idioma muy culto y elaborado. De hecho, Zaitegi va a representar durante la posguerra la tendencia más purista en la defensa del idioma.

monzonAdemás, unos años antes, en 1945,  había publicado ya en Guatemala, en los Talleres Imprenta Hispania, su traducción del poema épico Évangeline or a Tale of Acadie del escritor estadounidense Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882). La creación de Euzko-Gogoa fue precedida de una extensa labor de preparación, y se concretó en primer lugar en un texto, «Asmoa» («Intención»), que constituía un llamamiento de Zaitegi a la colaboración de escritores e intelectuales vascos de toda tendencia, tanto estética como ideológica, dispersos por toda América en un proyecto común de salvaguarda de la cultura y la lengua vasca. Al parecer, su llamamiento tuvo poco eco y el primer número fue escruto casi por completo por el propio Zaitegi. Sin embargo, los índices de Euzko-Gogoa son un reflejo del éxito que finalmente obtuvo en este propósito integrador, pues en ellos confluyen escritores de muy diversas generaciones: Ibiñagabeitia, Salvador Michelena (1919-1965), Xavier Diharce Iratzeder (1920-2008), etc., e incluso ya de nuevo en Europa consiguió la colaboración, en ocasiones bajo seudónimo, de jóvenes escritores residentes en la Península como Federiko Krutwig (1921-1998), Jon Mirande (1925-1972), José Luis Alvarez Enparantza «Txillardegi» (1929-2012), Txomin Peillen (n. 1932) o Gabriel Aresti (1933-1975), quien se inició precisamente como escdritor en esta revista, lo que llevará incluso a Euzko-Gogia a asumir un papel importante en el renacer de la actividad literaria en el interior. Según ha escrito Zabala, «Euzko-Gogoa era una revista plural, abierta, de contenidos intelectuales, ensayísticos y literarios, sobre todo».

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Página de Euzko-Gogoa en la que aparece uno de los escasos textos (publicitario) en español.

En cuanto a la financiación, ante la dificultad de cobrar de los suscriptores, fue de particular importancia la obtención de fondos mediante la puesta en marcha de algunas iniciativas de Zaitegi, y en particular del colegio Liceo Landibar, que más adelante se convertiría en la sede del Centro Vasco de Guatemala, y de la residencia para estudiantes Santa Mónica, ambas instituciones en pleno centro de la capital guatemalteca.

Para llevar adelante el proyecto, pudo además contar muy pronto con la colaboración del poeta y ensayista Nikolás Ormaetxea «Oritxe» (1881-1961), aunque esa colaboración se agotó a los seis meses cuando Oritxe prosigue su periplo por tierras americanas trasladándose a El Salvador. Años más tarde, en 1954, después de estar todo el año 1953 sin aparecer, la revista experimentó un cierto relanzamiento con la llegada a Guatemala de Ibiñagabeitia, que sin embargo también fue breve. Las dificultades para contactar con el público natural de una publicación como esta, a la que por otra parte las autoridades franquistas prohibían el acceso, añadido a las dificultades y encarecimiento que suponía la distribución de la revista en los distintos países americanos, acabaron por decidir a su director a trasladarse a Euskal Herria (donde proseguirá, no sin altibajos, hasta 1960, más de 4.000 páginas en total), no sin antes haber dado a la imprenta la tercera parte del célebre poema de Mitxelena Arantzazu, «Bizi Nai», cuya publicación en la Península era a todas luces imposible.

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De izquierda a derecha: Ibinigabeitia, Zaitegi y Oritxe en 1954.

La amplia representación de traducciones de clásicos griegos y latinos al euskara dan fe de la voluntad de mantener y pulir la lengua literaria, dignificándola como lengua de cultura, y entre los autores publicados se cuentan Cicerón y Plino el Joven (en traducción de Vicente de Amézaga), Ovidio y Virgilio (por Ibinagabeitia, y en el caso de Virgilio también por Santiago Onaindía), Fedro (anónima), Petronio (por Miguel de Arruza), etc., así como de diversas obras de Shakespeare vertidas al euskara por Bedita Larrakoetxea (1894-1990), como El rey Lear, La Tempestad o Macbeth, cuentos procedentes de Las mil y una noche traducidos bajo el seudónimo G. Larrañaga o también autores menos esperables, como Jacinto Benavente (de quien Andima tradujo La fuerza bruta)… Y es interesante constatar que en muchos de estos casos constituyeron la base o el punto de partida para proyectos de traducción más amplios que se publicaron posteriormente en España, como es el caso de las obras completas de Shakespeare o de Virgilo en euskara. Tan o más interesante que la publicación de la revista fue la distribución, en forma de separatas o de muy breves volúmenes, de textos en euskara desde Guatemala, que de todos modos se enfrentaban a los mismos problemas de distribución y de prohibición en España y de los que sin embargo, debido a su propio carácter breve, efímero y perseguido, apenas parecen haber quedado registros.

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Fuentes:

Euzko-Gogoa (1950-1959).

Iñaki Anasagasti, «La prensa nacionalista en Venezuela», en su blog.

Gorka Aulestia, «Un siglo de literatura vasca (III)», Sancho el Sabio. Revista de cultura e investigación vasca, núm. 7 (1997), pp. 13-77.

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Ejemplar publicado ya en Bayona, con nuevo formato y presentación.

Gabino Garriga, «El euskera en América», Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos, núm. 44 (1958), pp. 67-79.

Josep Mengual, «La edición bonaerense de libros en gallego, euskara y catalán (hasta la entrada de España en la OTAN)», Kamchatka. Revista de análisis cultural, núm. 7 (junio de 2016), pp. 97-119.

José Ramón Zabala Agirre, «Contra el silencio impuesto. Las publicaciones en lengua vasca del exilio de 1936», en Iker González-Allende, ed., El exilio vasco: Estudios en homenaje al profesor José Ángel Ascunce Arrieta, Bilbao, Universidad de Deusto, 2016, pp. 99-116.

José Ramon Zabala Agirre, «La lengua desterrada. La literatura del exilio en euskara», en Manuel Aznar Soler, ed., Las literaturas exiliadas de 1939, Sant Cugat del Vallès, Gexel (Sinaia 1), 1993, pp. 51-56.

Biblioteca Argentina de Arte (1942-1946)

En un interesante estudio sobre la creación del canon artístico en Argentina, centrado en las líneas editoriales de Poseidón y Nueva Visión, la profesora María Amalia García establece una sugerente comparación entre 33 pintors catalans (1937), el clásico libro escrito por el creador de Poseidón, Joan Merli (1901-1995), durante su etapa barcelonesa, y el que en 1944 publicó el crítico Julio E. Payró con el título 22 pintores. Facetas del arte argentino, aparecido precisamente bajo el sello de Poseidón. Una coincidencia que, pese al evidente paralelismo de títulos, estructura y planteamiento, no me consta que fuera advertido con anterioridad.

 

Cubierta, de Josep Obiols, de 33 pintors catalans.

Escribe la profesora de la Universidad de Buenos Aires:

 Merli estaba reactivando desde el exilio argentino la maquinaria utilizada en Cataluña aunque bajo otra clave estética. Allí, además de editar revistas y realizar exposiciones, en 1937 publicó 33 pintors catalans

recuperando un grupo de artistas noucentistas en línea con los gustos asentados en el público catalán. 22 pintores y 33 pintors catalans presentan estrechas similitudes en su planteo: la selección de un conjunto de artistas

vivos, un ensayo general y apreciaciones individuales sobre cada artista y un apartado con reproducciones de obras.

La enorme influencia que la obra editorial de Joan Merli tuvo en la configuración del gusto artístico en la Argentina de la segunda mitad del siglo XX –y más concretamente en los años cuarenta y cincuenta– es hoy muy raramente puesta en cuestión, pero no suele subrayarse esa continuidad entre la labor que Merli desarrolló en los años veinte y treinta en Barcelona (mediante revistas como La mà trencada, Les arts catalanes o ART)  y la llevada a cabo en la capital argentina, centrada en las diversas colecciones de Poseidón, además de en las revistas Saber Vivir, Cabalgata y Catalunya.

Cubierta de la primera edición en español de Vida secreta de Salvador Dalí (Poseidón, 1944).

Desde el primer momento, la editorial Poseidón nace con los temas artísticos como eje vertebrador, y más específicamente la pintura y la escultura, si bien con el tiempo se abrirá también con inusitado éxito a la arquitectura. Las colecciones iniciales Historia, Todo para Todos, Aristarco, Vidas y Obras, Tratados o Críticos e Historiadores de Arte son ya indicativas de esta orientación, y en todas ellas pueden encontrarse algunos títulos de primer orden, ya sea la primera traducción de la autobiografía de Salvador Dalí en Vidas y Obras o La teoría de los colores de Goethe (que también se publicaba en español por primera vez) en Tratados.

Aun así, una de las más influyentes colecciones de Poseídón, nacida también con la editorial, fue la Biblioteca Argentina de Arte (BAA), en cuyo nombre ya se insinúa esa voluntad de establecer un cierto canon del arte válido en esos momentos (los clásicos que seguían vigentes y los creadores vivos dignos de consideración y, sobre todo, de colección).

Sebastián de Amorrortu.

Se trata de una serie de libros encuadernados en tapa dura amarilla o verde (con solo la firma del artista en cuestión), con sobrecubierta o camisa, con un formato en octavo (23 x 18 cm), que solía rondar el centenar de páginas y alrededor de una cincuentena de ilustraciones en blanco y negro, además de una,  o a veces dos, en color. La impresión, en buen papel, corría a cargo de la veterana Imprenta de Sebastián de Amorrortu e Hijos, que por esos mismos años se ocupaba también de las ediciones en lengua vasca de Ekin y que por entonces gozaba ya de un prestigio más que asentado. Aun así, el precio de venta al público, tratándose de libros de estas características, era muy razonable: 7 dólares.

Ramón (1888-1963) con el escritor argentino Francisco Muñoz Azpiri (1915-1968).

La BAA nace en 1942 con el ensayo del escritor español Ramón Gómez de la Serna dedicado a Don Francisco de Goya y Lucientes, que desde luego no es un libro cualquiera. Al genial pintor aragonés había dedicado ya Gómez de la Serna un interesante biografía en 1928 en la que lo reivindica como un ”pintor humorista”. Su aparición original en Ediciones La Nave coincidía con el centenario de la muerte del pintor, pero su éxito hizo que se reeditara en la editorial chilena Ercilla en 1940 y en Madrid en Espasa Calpe en 1950, y posteriormente se incorporaría al volumen de Biografías completas publicada en la colección  Biblioteca de Autores Modernos de Aguilar.

Los vínculos entre las series de grabados goyescos “Los caprichos” y “Los disparates” con los microrrelatos y las greguerías de Gómez de la Serna no han pasado desapercibidos a la crítica literaria, con lo que este primer volumen de la BBA resulta preñado de interés y da continuidad a los trabajos de Gómez de la Serna sobre el gran pintor aragonés.

Simultáneamente al nacimiento de la colección, se publicaron los cuatro títulos de Ana María Berry (1887-1947) de la sección Biblioteca Argentina de Arte Religioso, todos ellos en 1942 y finalmente comercializados también en una caja (Infancia de Jesús a través del Arte, Vida pública de Jesús a través del arte, Pasión, muerte y resurrección de Jesús a través del arte y Leyendas de las vidas de los santos). A Ana María Berry ese mismo año le publicaba Losada el volumen de literatura infantil Las aventuras de Celendín y otros cuentos, ilustrado por Manuel Ángeles Ortiz (1895-1984), quien en los años veinte había formado parte de la conocida como Segunda Escuela de París (Emili Grau-Sala, Hernando Viñes, Francisco Bores, Orlando Pelayo…).

Cubierta del volumen dedicado a Vermeer.

En los dos primeros años alternan como protagonistas de la BAA artistas como Bruegel el Viejo (a cargo de Ana M. Berry), Aristide Maillol (por Julio E. Payró), Toulouse Lautrec, Monet y Auguste Rodin (los tres a cargo de Julio Rinaldini, que se convierte en el escritor más representado) con algunos de los más reconocidos españoles, caso del pintor barroco Juan de Valdés Leal (por Pedro Massa), además del ya mencionado de Goya.

Interior del Manuel Ángeles Ortiz.

Sin embargo, pronto se incorpora también a artistas argentinos vivos, y ya en en número 12 de la colección, Julio E. Payró –que junto a Rimaldini es el autor más habitual– publica un volumen dedicado a Alfredo Guttero (1943) y el propio Joan Merli escribe el dedicado a Juan del Prete (1946); el arco se ampliará a otros artistas americanos, como el uruguayo Joaquín Torres-García (a cargo de Claude Schaeffer, en 1945). Tal como lo resume  María Amalia García en otro artículo dedicado a la impronta de  Merli en el arte argentino:

Considerando los primeros cuarenta números editados de 1942 1 1946, observamos que el 30 % ha sido dedicado al arte latinoamericano en la recuperación de los siguientes artistas: Guttero, Fader [a cargo del galaico-argentino José González Carbalho, autor de Idioma y poesía gallega, publicado por el Centro Gallego de Buenos Aires en 1953], Figari [Carlos A. Herrera McLean], Lorenzo Domínguez [por Jorge Romero Brest], Torres-García, Emilio Pettoruti [por Julio E. Payró], Gómez Cornet [por Romualdo Brughetti], Larco [quien a su vez escribe para la colección el volumen dedicado a Piero de la Francesca y es estudiado por Geo Dorival], Juan del Prete y Lucio Fontana [por Juan Locchi].

Interior del Juan del Prete.

Muchos de los autores de estos estudios habían acompañado a Merli en aventuras anteriores, como Saber Vivir o Cabalgata, con los que en cierto sentido puede decirse que formaba grupo. Es notable,  junto a la prestigiosos críticos de arte argentinos, la presencia de escritores españoles exiliados a raíz del desenlace de la guerra civil, como es el caso, particularmente, de Luis Seoane (Jules Pascin, en 1945), Lorenzo Varela (Murillo, 1946) o Arturo Serrano Plaja, quien además de ocuparse del volumen dedicado a El Greco, es autor del Manuel Ángeles Ortiz (artista ya mencionado en relación al libro infantil de Ana Berry), que se cierra con un poema del poeta y pintor, por entonces aún afincado en Argentina, Rafael Alberti.

Cubierta del Juan del Prete.

Al igual que hiciera en Barcelona, pues, Merli encabezó un movimiento destinado a orientar el coleccionismo de arte en Buenos Aires, situando en primer plano, mediante colecciones alejadas del lujo y la exuberancia pero de presentación muy digna, a aquellos artistas que le parecían dignos de atención, pero no con un criterio excesivamente personal, sino dejándose asesorar por los mejores conocedores del ambiente cultural argentino. La irrupción del abstracto, sin embargo, añadido a la crisis del sector editorial argentino de finales de los años cuarenta, hizo que esta iniciativa no tuviera mayor continuidad.

Interior del Jules Pascin.

Fuentes:

Xose Luis Axeitos, “Cabalgata, outra publicación do exilio galego”, en Rosario Álvarez y Dolores Vilavedra Fernández, eds., Cinguidos por unha arela común: homenaxe ó profesor Xesús Alonso Montero, Universidad de Santiago de Compostela, 1999, vol. 2, pp. 153-159.

María Amalia García, “Poseidón y Nueva Visión o cómo leer las artes plásticas en la Argentina a través de los proyectos editoriales”, XXVI Coloquios CBHA, pp.166-175.

María Amalia García,   “El señor de las imágenes. Joan Merli y las publicaciones de artes plásticas en Argentina en los 40”, en Patricia Atundo, ed., Arte en Revista. Publicaciones Culturales en la Argentina, 1900-1950, Rosario, Beatriz Viterbo, 2008, pp. 167-195.

Edición vasca en Buenos Aires

A Txetxu Barandiarán

Logo de Editorial Vasca Egin.

Pocas duda puede haber de que la dictadura franquista, fiel a su consabido lema de «una, grande y libre», hizo cuanto estuvo en su mano para diluir o eliminar toda manifestación de la cultura vasca, y la censura sobre toda lengua que no fuera «la del Imperio» afectó de un modo definitivo a la industria editorial en euskera ya durante la guerra civil. «Se evidencia el fuerte contraste entre los años anteriores al levantamiento militar, período de auténtico renacimiento cultural, y el desierto de la primera posguerra», ha escrito José Ramón Zabala en una sintética panorámica de la cuestón. A raíz de la guerra, algunas publicaciones como el periódico Euzkadi (que lo hizo entre diciembre de 1937 y enero de 1939) se establecieron en ciudades como Barcelona (donde se había trasladado el Gobierno de Euzkadi); lógicamente, allende los Pirineos, en Iparralde, no tardaron en surgir también ya durante la guerra de 1936-1939 algunas publicaciones (revistas, pequeñas editoriales asociadas a imprentas) y es el momento, en 1937, en que Euzko Deya publica en París los poemas en euskara de Miguel de Unamuno. Aun así, la editorial que más proyección e importancia tuvo durante el franquismo fue seguramente la Editorial Vasca Ekin (que puede traducirse por “insistir” o “emprender”), fundada en Buenos Aires en 1942.

Logo del Laurak Bat de Buenos Aires.

En Argentina, y particularmente en Buenos Aires, la presencia de inmigrantes vascos era algo más que significativa desde por lo menos finales del siglo XIX. Ya de 1858 se ha registrado en periódicos bonaerenses un anuncio en euskara del debut del poeta José Maria Iparraguirre, y pocos años después (1877) toma cuerpo una iniciativa de largo aliento que aún hoy sigue en activo, el centro Laurak Bat, que hasta 1888 publicó un periódico homónimo que incluía textos literarios en euskera. Entre las publicaciones argentinas que en el siglo xx aparecieron en euskara están tambien la revista La Baskonia (a partir de 1902); la antología de poemas de Alkar (1904), de Pello Maria Otaño (1857-1910), que se reeditaría en Donostia en 1930; el poema del bertsolari Kepa Enbeita “Urretxindorra” (“Ruiseñor”) (1878-1942) «Eskarrik asko», en respuesta a la «Salutación a Enbeita» que Leopoldo Lugones (1874-1938) había publicado en el suplemento cultural de La Nación en septiembre de 1923…

Kepa Enbeita.

La llegada de los exiliados vascos a Buenos Aires la propician dos circunstancias sobre todo: por un lado, la reputación de “católico” que tenía el nacionalismo vasco (muy alejada de la que tenían los comunistas o anarquistas), cosa que facilitó que tanto la burguesía como las clases dirigentes argentinas, a diferencia de lo que ocurrió en otros casos, no mirara con recelo esta nutrida entrada de exiliados republicanos. Por otro lado, y como se ha señalado, a la altura de 1939 existía ya un importante asentamiento de vascos en Buenos Aires, que contaban además con sus propios centros de cohesión y se ocuparon de contrarrestar la mala prensa de los exiliados, lo cual facilitó la integración de los nuevos emigrantes.

Sebastián de Amorrortu.

En lo que a la vida editorial vasca atañe, es importante en este sentido la existencia ya desde 1915 de la imprenta de Sebastián Amorrortu (1867-1949), quien después de haber tenido una imprenta, librería y editorial  en el País Vasco, donde publicó la obra de Sabino Arana, se trasladó a Argentina contratado por el diario Nueva Provincia, trabajó para la editorial Alfa y Omega, y finalmente creó unos talleres gráficos que no tardaron en adquirir notable importancia. Con el tiempo, además, uno de sus nietos (Horacio M. de Amorrortu) fundaría en 1967 la editorial Amorrortu, especializada en ciencias humanas (Adorno, Deleuze, Bachelard, Baudrillard…), que su hija Agustina introdujo en 2007 en Madrid, donde abrió una sede.

Andrés de Irujo.

La editorial Ekin nace en 1941 del impulso de Andrés de Irujo (1907-1993) e Isaac López Mendizábal (1879-1977)  con el apoyo económico y logístico de Amorrortu y la colaboración de Manuel de Irujo (1891-1981) y Bernardo Estornés Lasa (1907-1999), y establece su sede en la que lo era también del Laurak Bat (Belgrano 1144). Así explicó ese momento de gestación del proyecto María Elena Etcheberry de Irujo:

El proceso surge de la situación en la que vivían los exiliados tras la guerra. Mi marido pensó que la manera de dar a conocer a la gente la causa vasca y dar espacio de expresión a los intelectuales vascos era a través del libro. Él hizo esta propuesta a la delegación [del gobierno] vasca en Argentina y le dijeron que era una idea estupenda pero que hacían falta recursos económicos de los que no disponían. Andrés [de Irujo] siguió buscando recursos y gente que le acompañase en el proyecto, así se vinculó con Isaac López Mendizabal, que tenía una tradición de librero de varias generaciones y también con Sebastián Amorrortu, que fue una especie de mecenas que apoyó el proyecto. Él dio el crédito durante toda su vida, adelantaba el capital antes de editar el libro y luego, una vez que se empezaban a vender ejemplares, la editorial se lo devolvía. De esta forma y con un sistema de suscriptores que tenían voluntad de apoyar el proyecto se empezaron a editar los primeros títulos de Ekin.

Isaac López Mendizábal.

La colección quizá más importante de la editorial, la Biblioteca de Cultura Vasca (conocida popularmente como “colección Ekin”) emprende su andadura con la reedición de El genio de Nabarra, de Arturo Campion, y da ya una idea de cuáles son los objetivos, el público y la orientación de la editorial. Según lo interpreta Óscar Álvarez Gila:

…se entendió desde el comienzo que su principal -por no decir único y natural- destinatario no era otro que el público vasco, no sólo el del exilio, sino también el del interior, es decir, el que permanecía sojuzgado por la dictadura franquista […] en el fondo, se trataba de un medio para llevar a cabo y fortalecer desde el exterior la resistencia contra el régimen de Franco, ofreciendo además un refugio para el cultivo y la difusión de la cultura vasca en su más amplia acepción, en unos momentos en que se hallaba fuertemente reprimida en el propio País Vasco. Ekin, por lo tanto, nacía mirando hacia Euskal Herria, y siempre desde una óptica próxima al nacionalismo, dos rasgos ambos que, en buena lógica, vinieron a determinar profundamente el alcance y contenido de su Biblioteca de Cultura Vasca.

Joañixio, Buenos Aires, de Jon Andoni Irazusta (Buenos Aires, Ekin, 1946).

La viuda de Andrés de Irujo, en la entrevista ya citada, va incluso un poco más allá en esta explicación: «el público al que se dirigían los libros no eran sólo vascos, sino que también se pretendía dar a conocer al mundo la realidad vasca. Además, Ekin era el espacio para que los creadores e intelectuales vascos pudieran dar a conocer sus trabajos». En este sentido –y teniendo en cuenta que la guerra civil española estalla en un momento en que desde el punto de vista normativo el euskara no era una lengua unificada– algunas de las de las ediciones más importantes fueron las obras de Isaac López Mendizábal, entre ellas, La Lengua vasca. Gramática. Conversación. Diccionario (1943),  La lengua vasca (1949), Gramática vasca abreviada. Con vocabularios vasco-castellano y castellano-vasco (1954).

Teatro Vasco, de Ruiz Añibarro (Buenos Aires, Ekin, 1954).

Tras una primera etapa en la que predomina la actualidad y el pasado más inmediato de guerra y exilio (Los Vascos y la República Española, de A. de Lizarra, pseudónimo de Andrés de Irujo, o el testimonio Los vascos en el Madrid sitiado, de Jesús Galíndez, por ejemplo), otro ámbito de actuación importante de Ekin fue, pues, la divulgación de la historia cultural vasca.

Sin embargo, resultan muy interesantes también las reediciones y ediciones de literatura, que muy a menudo no andan lejos de esa línea de reflexión sobre el pasado. Pueden mencionarse, a título puramente ilustrativo, la primera novela del exilio, Joanixio (1946), de Jon Andoni Irazusta (1882-1952); la  novela sobre la guerra de José Eizagirre Ekaitzpean (1948); Bizia garratza ba (1950) de Irazusta; un volumen de Teatro vasco (1954), del guipuzcoano Victor Ruiz Añibarro, que incluía El bardo de Itzaltu, El árbol dio una canción y la pieza humorística Mujeres en berrigorría (estrenada en el Casal Català de Buenos Aires el 6 de agosto de 1949) o ya años más tarde, en 1963, la pieza en dos actos de Enrique García Velloso (1880-1938)  Gerniako Arbola, en edición bilingüe (versión en euskara de Jaka Kortejarena) y prólogo de Leonidas de Vedia.

Jesús de Galíndez, a quien Vázquez Montalbán dedicó una famosa novela.

Finalmente, traducciones al euskara como la del Martín Fierro de José Hernández que llevó a cabo Jaka Kortejarena o la del Hamlet que firmó Bingen Amézaga constituyen otras muestras de un empeño muy notable por conservar viva la lengua y mantener el hilo de continuidad con el patrimonio cultural heredado. Otra cuestión era la logística necesaria para lograr que esos libros, sobre todo a través de los Pirineos, llegaran a los vascos de que permanecían en el interior o que habían regresado a él, una historia que esta llena de anécdotas legendarias.

El acuerdo establecido con la editorial Txalaparta ha permitido que en los últimos años estas pequeñas joyas bibliográficas llegaran a la Península e incluso que se iniciara un proceso de reedición de estas obras, entre cuyos primeros resultados se cuentan obras tan importantes como Inglaterra y los vascos, de Manuel de Irujo, y Los vascos en el Madrid sitiado, de Galíndez, prologado por Josu Chueca.

Fuentes:

Web de Ekin: http://editorialvascaekin-ekinargitaletxea.blogspot.com.es/

Web de Amorrortu Editores: http://www.amorrortueditores.com/quienes_somos.php

Gerniako Arbola, de García Velloso (Buenos Aires, Ekin, 1963).

Carlos Alfieri, “Editoriales argentinas: el viaje inverso”, Abc, 1 de abril de 2007.

Óscar Álvarez Gila, “La Editoral Ekin de Buenos Aires”, Euskonews & Media, núm. 72 (24-31 de marzo de 2000), y también en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes 2002.

Enrique Aramburu y Mikel Eskerro, “Historia del euskara en la Argentina”, juandegaray.org, 6 de junio de 2002.

José Ángel Ascunce Arrieta, “El teatro en el exilio vasco: fenómeno dramático y género literario”, en AA.VV., El exilio teatral republicano de 1939, Sant Cugat del Vallès, Gexel, 1999, pp. 97-117.

Hamaika Bide Alkarteia. La cultura de los exilios vascos.

Mikel Ezkerro, “Rubén Darío, Leopoldo Lugones y los vascos de Argentina”, euskosare.org, 12 de julio de 2007.

María Luisa San Miguel, “Historia y filosofía de una revista del exilio: Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos”, en Manuel Aznar Soler, ed., Escritores, editoriales y revistas del Exilio Republicano de 1939, Sevilla, Gexel-Renacimiento, 2006, pp. 1049-1056.

José Ramón Zabala, “La lengua desterrada. Literatura del exilio en euskara”, en Manuel Aznar Soler, Las literaturas exiliadas en 1939, Sant Cugat del Vallès, Gexel- Cop d´Idees (Sinaia 1), 1995, pp.51-56.