«El público» de Federico García Lorca y su azarosa historia editorial

Resulta asombrosa la cantidad de años que pasaron entre el asesinato del artista multidisciplinar que fue Federico García Lorca (1898-1936) y el momento en que se pudo tener acceso a su obra literaria completa, si bien por el camino se publicaron compendios que se pretendían y presentaban como tales.

Federico García Lorca.

Al margen de poemas de juventud que en su día el poeta prefirió no publicar y de los textos y entrevistas que pudieran quedar dispersos en publicaciones periódicas, más interesantes parecen los casos de las obras teatrales Yerma,  La casa de Bernarda Alba (publicada en Losada en 1945 por iniciativa del editor español Guillermo de Torre y estrenada en el Teatro Avenida de Buenos Aires ese mismo año), Así que pasen cinco años y, sobre todo, El Público, cuya primera edición tardó muchos años en estar a disposición de sus lectores, si bien unos breves pasajes se habían publicado ya en junio 1933 en el tercer número de la revista Cuatro Vientos (pp. 61-78), con la indicación «De un drama en cinco actos» que durante mucho tiempo se dio por inacabado o por perdido. Es más, a partir de la correspondencia entre Dámaso Alonso y Jorge Guillén, el lorquista Antonio Monegal reconstruye un proyecto de publicación de la obra en la editorial Signo, que quedó en el aire debido a que un viaje a la Argentina impidió a Lorca llegar a firmar el contrato.

Rafael Martínez Nadal.

En la revista mexicana Residencia, Rafael Martínez Nadal (1903-2001) publicó en 1963 un importante y polémico artículo titulado «El último día de Federico García Lorca en Madrid» en el que cuenta la jornada que pasó con Lorca ante la inminencia del golpe de Estado de julio de 1936, y cómo el poeta, antes de viajar a Granada, le entregó una serie de papeles personales con instrucciones de destruirlos si le pasaba algo, y entre los que se encontraba el único manuscrito conocido de El Público, que ha sido objeto de enrevesados debates acerca de si le falta o no un cuadro. A su vez, Martínez Nadal puso en manos de un amigo el manuscrito y no lo recuperó hasta 1958, cuando se encontraba ya exiliado en Londres. Ya entonces proyectó una edición facsímil y mostró el manuscrito a la familia Lorca, en particular a su hermano Francisco García Lorca (1902-1976), pero este se opuso, al parecer con la esperanza de localizar una versión más definitiva de la obra (de cuya existencia tampoco había datos fiables).

La aparición de ese artículo en México debió de desatar todo tipo de pesquisas para publicarlo, y uno de los que se puso a ello fue el grafómano y editor Max Aub (1903-1972), que por entonces había puesto en marcha una original y espléndida revista internacional, Los Sesenta, cuyo propósito era publicar inéditos sólo de autores que hubieran cumplido cuanto menos esa edad, y entre los que se contaron a Juan Ramón Jiménez (1881-1958), León Felipe (1884-1968), Américo Castro (1885-1972), Julio Torri (1898-1970), Vicente Aleixandre (1898-1984), André Malraux (1901-1976), Ramón J. Sender (1901-1982), Rafael Alberti (1902-1999), Salvador Novo (1904-1974), Manuel Altolaguirre (1905-1959), etc.

Un auténtico lujo, la revista Los Sesenta, que se publicaba en los años sesenta y en la que sólo podían colaborar quienes hubieran cumplido esa edad (cosas de Max Aub y su sentido del humor).

Lo primero que intentó Max Aub fue recabar información a través de su amigo Esteban Salazar Chapela (a quien escribe al respecto en octubre de 1964), que al igual que Martínez Nadal se encontraba exiliado en Londres, así como del propio Martínez Nadal, de quien recibe respuesta en diciembre de ese mismo año y a quien en el cuarto número de Los Sesenta publicó «Dos viñetas» acerca de Unamuno.

Arturo del Hoyo.

Salazar Chapela, después de abordar directamente el tema con Martínez Nadal, informa a Aub de que el crítico no deseaba que la obra se incluyera en las Obras completas de Lorca –que venía preparando Arturo del Hoyo (1917-2004) en Aguilar a partir de las ediciones de Losada– porque la consideraba una versión no definitiva, deficiente, y que, puesto que esa editorial tenía por contrato (desde mayo de 1952) derecho a publicar cualquier obra que saliera a la luz del escritor granadino, estaba dispuesto a esperar a que ese contrato venciera.

Sin embargo, hay testimonios también de que en los círculos literarios del exilio republicano se rumoreaba acerca de otras motivaciones, que resultan también bastante plausibles. En la entrevista que Max Aub mantuvo con Rafael Alberti mientras preparaba lo que debía ser su biografía del cineasta Luis Buñuel, le preguntó con falsa ingenuidad si él creía que El Público existía realmente, a lo que Alberti responde que él cree que si Francisco García Lorca no autoriza su publicación es simplemente porque la obra es expresión inequívoca de la homosexualidad de su hermano, razón que, en la misma entrevista, Aub da por buena.

Sin embargo, en la misma extensa carta de diciembre de 1964 ya aludida, Martínez Nadal ofrece a Aub la posibilidad de cederle un texto que está preparando sobre El Público, si puede publicarlo antes de que aparezca en Inglaterra. Según dice, este estudio exige largas y abundantes citas de la obra, lo que confía en que obligue a los hermanos de Federico, o bien a autorizar la edición íntegra del manuscrito, o bien a publicar la edición íntegra si ésta realmente existe. El caso es que cuando Martínez Nadal estuvo en disposición de mandar a México el primer capítulo de su estudio, en 1968, Los Sesenta había desaparecido.

Aun así, Aub no se había quedado de brazos cruzados al respecto, y el 30 de marzo de 1965 había escrito directamente a Francisco García Lorca para tantearlo y, además de pedirle alguna colaboración para la revista, le dice: «Supongo que es inútil preguntarte si tienes algún inédito de Federico».

Como es bien sabido, este silencio se rompió en 1970 con la publicación del libro de Martínez Nadal «El Público». Amor, teatro y caballos en la obra de Federico García Lorca, que editó lujosamente en Gran Bretaña el exiliado catalán Joan Gili i Serra (1907-1998) en sus Dolphin Books Co. (que publicaron otros facsímiles de autógrafos de García Lorca en los años siguientes, preparados también por Martínez Nadal), y apenas pasaron cuatro años antes de que se publicara en México, gracias a la editorial Joaquín Mortiz, «El Público». Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, que era una versión corregida, ampliada y más asequible de la edición de Doplhin.

La primera edición destinada al gran público corrió a cargo de nuevo de Martínez Nadal y se ocupó de ella Seix Barral en marzo de 1978, en la que El Público aparecía acompañada de la inacabada Comedia sin título, según se indica, con «introducción, transcripción y versión depurada por Rafael Martínez Nadal y Marie Laffranque [1921-2006]»

No obstante, mayor fortuna comercial tuvo la edición que María Clementa Millán preparó para la colección Letras Hispánicas de Cátedra, casi inmediatamente después de que la revista Cuadernos de El Público dedicara un número monográfico a esta obra lorquiana con contribuciones de Ángel García Pintado, Ian Gibson, Ángel Sahquillo, Juanjo Guerenabarrena, Rafael Martínez Nadal y la propia María Clementa Millán. Es significativo en este caso que en Cátedra se eligiera como ilustración de la cubierta un dibujo coloreado del propio García Lorca, «Hombre y joven marinero», fechado en Nueva York  entre 1929 y 1930 y perteneciente a la colección personal de Camilo José Cela, porque a Clementa Millán debemos la catalogación y estudio de buena parte de la obra gráfica lorquiana, de la cual se intercalan también algunos otros ejemplos en el interior del libro.

Dos años después se incluyó como número 32 en la Colección Teatral de Autores Españoles de la Biblioteca Antonio Machado de Teatro, y en los años sucesivos se publicó en compañía de otras obras de García Lorca, más o menos pertinentes (en 1993, por ejemplo, Derek Harris preparó como número 32 de la colección Clásicos Taurus una edición muy divulgada que incluía el Romancero gitano, Poeta en Nueva York y El Público).

Tal vez las últimas ediciones importante de esta serie sean la preparada por Miguel García Posada para su inclusión en el segundo volumen de las Obras completas de Lorca (desde luego, bastante más completas que las de Aguilar) que coeditaron Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores en 1997, y la del mencionado Antonio Monegal para Alianza en el año 2000, que pone título a la conocida hasta entonces como Comedia sin nombre: Sueño de la vida.

Fuentes:

María José Blas Ruiz, «Las obras completas de Federico García Lorca en Aguilar», Blog Antigua Editorial Aguilar, 5 de junio de 2013.

Mariano de Paco, «El teatro en las revistas de vanguardia: Los Cuatro Vientos», Monteagudo, núm. 7 (2002), pp. 115-124.

Federico García Lorca, El Público, edición de María Clementa Millán, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas 272), 1987.

Ian Gibson, «El insatisfactorio estado de la cuestión», Cuadernos de El Público, núm. 20 (enero de 1987), pp. 12-17.

Rafael Martínez Nadal, «El público»: Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, edición de Enrique Ortiz Aguirre, Comunidad de Madrid, 2019.

Josep Mengual, «Historia de “un maduro Litoral”: Los Sesenta», en Cecilio Alonso, coord., Max Aub y El laberinto español, Ajuntament de València, 1996, vol. 2, pp. 715-724.

El trazo del impresor y editor Gabriel García Maroto

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Gabriel García Maroto.

Es posible que fuese la cantidad, amplitud y diversidad de intereses lo que hiciera que Gabriel García Maroto (1889-1969) no desarrollara una carrera más importante como editor, pero le bastaron unos meses de dedicación a tales menesteres para ganarse un puesto en la historia de la literatura española, encuadrado además en lo que comúnmente conocemos como la generación del 27, con la que se relacionó profusamente en los años veinte.

El tesón que puso ya desde muy joven en La Solana (Ciudad Real) en intentar convertirse en pintor da fe de la firmeza de esta vocación y de su apasionada dedicación al arte pictórico. Sólo al tercer intento, después de suspender en junio de 1908 y junio de 1909, consiguió ingresar en la madrileña Escuela Especial de San Fernando (nombre por entonces de la Academia de Bellas Artes San Fernando), y tanto su participación en exposiciones colectivas como sus primeras incursiones en el periodismo (La Tarde, El País, Vida Manchega) hacían ya pensar que ese sería su camino, acaso con algunos paréntesis para la poesía de raíz modernista. Sin embargo, al regreso de un viaje por Italia, Francia, Bélgica y Holanda, consecuencia de haber obtenido una bolsa de viaje como premio en la Exposición Nacional de Bellas Artes, en 1921 estableció una imprenta en la calle Alcántara (números 9-11) que enseguida despertó la atención del poeta y editor Juan Ramón Jiménez (1881-1958).

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Juan Ramón Jiménez.

Los tres primeros números de la juanramoniana revista Índice, en la que aparecieron los grandes nombres del momento, de Díez-Canedo a Bergamín, de Ortega y Gasset a Salinas y de Moreno Villa a Federico García Lorca, debiera haber sido un espaldarazo para esta incipiente Imprenta Maroto, profundamente marcada por los orígenes y el carácter autodidacta de su fundador, aunque también es de suponer que su personalidad y gustos chocaran, ya con motivo del tercer número, con los del poeta de Moguer. En Imprenta Moderna Andrés Trapiello hace de García Maroto una caracterización significativa en este sentido:

La mayor parte de los libros que salieron de sus manos seguían teniendo un apresto pueblerino (mal papel, diseño tradicional, tipos convencionales), sus viñetas y sus capitulares, y personalísimas caligrafías, le dieron un aire verbenero muy de esos años. Todo lo que hizo acaba teniendo un aire proletario de almanaque popular, y supo buscar para la imprenta un término medio que combinara los tiovivos y los sombríos humeros de las fábricas.

En cambio, a tenor de este carácter, a nadie extraña que estableciera buena amistad con Federico García Lorca y que tuviera una responsabilidad importante no sólo en cómo se publicó su primer libro, Libro de poemas (1921), sino incluso en el hecho mismo de que el poeta granadino se decidiera a darlo a imprenta. Hasta qué punto es responsabilidad de García Maroto la selección, ordenación y disposición de los poemas de este libro lorquiano sigue siendo objeto de controversia y parece muy difícil de esclarecer, del mismo modo que siguen abiertas las dudas acerca de la autoría de las «Palabras de justificación» con que se abre este volumen con que Lorca se dio a conocer en junio de 1921.

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Además de esa excelente revista y este libro liminar, que parecen situar la imprenta de García Maroto en un momento inicial de un movimiento literario de enorme repercusión, también en 1921 salen de esas prensas el librito (12 cm) del poeta peruano Luis de la Jara Espigas, que en cierta medida es indicativo del momento cultural, por dejar atrás el rubendarianismo para adentrarse en el ultraísmo. Del mismo año es otro volumen que pone de manifiesto la proximidad de García Maroto a la literatura y los creadores americanos, el libro de Oscar Vladislaw de Lubicz-Milosz Poemas, en traducción del escritor chileno Augusto d´Halmar (1882-1950), que Julio Francisco Neira Jiménez describe como «un volumen en octavo, de tamaño por completo inadecuado, pues la mucha longitud de los versos hace que deban volver a la otra línea casi todos, lo que afea la página y hace la lectura muy incómoda».

Antes de acabar 1921 García Maroto organizó una Primera Exposición de Pinturas, entre cuyos participantes se encontraban también su amigo Lorca y el dibujante y pintor de origen uruguayo Rafael Barradas (1890-1929), en lo que sin duda es una primera tentativa de la que años más tarde, en colaboración con Guillermo de Torre y Manuel Abril, sería la ambiciosa Primera Exposición de Artistas Ibéricos (1925), que tanta incidencia tuvo en el reconocimiento de artistas como José Moreno Villa (1887-1955), Benjamín Palencia (1894-1980) o Salvador Dalí. Sin embargo, a finales de 1921 reemprendía su sino viajero, en esa ocasión en compañía del diputado socialista Fernando de los Ríos (1879-1949) y del periodista Julio Álvarez del Vayo (1891-1975) a Berlín, para, entre otras cosas, ponerse al día en cuestiones de tipografía, mientras la imprenta Maroto quedaba a cargo de su hermano Santiago.

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Su fama como pintor e ilustrador (entre otras, para las famosas Revista de Occicente y La Gaceta Literaria) iba en aumento, pero eso no le impidió ocuparse del librito no venal de José María de Hinojosa (1904-1936) Poema del campo, que apareció ya en 1925 con una imagen de cubierta obra de Salvador Dalí (1904-1989). Aun así, la siguiente empresa en la que se embarcó, más ambiciosa, no se hizo realidad hasta 1927, probablemente debido a sus actividades en el ámbito del arte.

Su personalidad como tipógrafo –escribe Trapiello– viene condicionada por su personalidad de pintor, ya que las tipografías que usará son de su invención y, rasgo característico suyo, dibujadas. No se trata de tipos móviles o cubiertas compuestas, sino… dibujadas por él. Lo hizo en muchos de estos libros personales y lo hizo en la editorial que fundó, Biblos, en la que se publicaron algunos libros de clara tendencia revolucionaria y que fue sin duda su más característica y conseguida empresa.

La salida a la palestra de esta editorial casi coincide con el viaje que García Maroto emprendió en enero de 1928 a Estados Unidos, Cuba y México, donde se estableció hasta 1934 y donde, como señala Marina Garone, tuvo una importante participación en los movimientos de vanguardia y en la fundación de la revista Los Contemporáneos, cuya cabecera se le atribuyeEdiciones Biblos nace de la confluencia de García Maroto con el traductor comunista Ángel Pumarega García, que había sido corrector en Revista de Occidente, y el también traductor Carlos Pellicena Camacho, que actuó como administrador, y mientras que Pumarega se ocupaba del grueso de las traducciones, García Maroto era el principal ilustrador y se ocupó de la dirección de las colecciones Imagen (dedicada a la novela y donde publicó Los de abajo, de Mariano Azuela, y La caballería roja, de Isaac Babel, entre otras), Clásicos Modernos (que se estrena con Barbas de estopa, de Dostoievski), y las colecciones de ensayo Idea y Mosaico.

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En esta misma editorial publica García Maroto el que está considerado como uno de sus mejores libros, 1930. La Nueva España. Resumen de la vida artística española desde el año 1927 hasta hoy (1927), que incorpora casi un centenar de grabados, así como Andalucía vista por el pintor Maroro. 105 dibujos y 25 glosas y 65 dibujos, grabados y pinturas, con una autocrítica y diferentes opiniones acerca de este autor, también aparecidos ambos en 1927. Buena parte de la labor emprendida por Ediciones Biblios la heredaría luego las Ediciones Jasón, enmarcadas en el conglomerado de editoriales Central de Ediciones y Publicaciones (auspiciada por el Komintern).

Simultáneamente, aún en 1927, García Maroto pone en marcha por su cuenta y riesgo una editorial Biblioteca de Acción, en la que publica, impresa lógicamente en sus talleres, Un pueblo en Mallorca, España mágica, Jesús entre nosotros y un Almanaque de las artes y las letras para 1928 o, estando ya él en América, Veinte dibujos mexicanos, precedidos de un prólogo del diplomático y escritor mexicano Jaime Torres Bodet (1902-1974).

García Maroto ya no regresaría a España hasta la primavera de 1934, y ese mismo año fundó Imagen. La Casa Escuela del Sordomudo, para la que de inmediato creó también una editorial (Biblioteca Imagen). Al mismo tiempo fue implicándose en la política cultural republicana, participando en la remodelación de la Escuela de Bellas Artes y trabajó en los proyectos de reforma de las Exposiciones Nacionales y de la Dirección General de Bellas Artes, actividades que se intensificaron a raíz del inicio de la guerra civil, en que se implica en la Alianza de Artistas Antifascistas y sirve como subcomisario general de Propaganda (a las órdenes directas de Álvarez del Vayo).

Al concluir la guerra se instaló definitivamente en México, donde desarrolló el grueso de su enorme actividad como pedagogo autodidacta, especializado en la enseñanza a sordomudos, alternando esta actividad con colaboraciones como dibujante y ocasionales exposiciones de pintura.

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De izquierda a derecha: Dalí, Moreno Villa, Buñuel, Lorca y José Antonio Rubio en los años veinte.

Fuentes:

Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón, dir., Diccionario biográfico español, vol. XXII, Madrid, Academia de la Historia, 2011.

Jaime Brihuega, «Gabriel García Maroto y La Nueva España 1930 que los españoles leyeron en 1927», Cuadernos de Estudios Manchegos, núm. 19 (1989), p. 263-276.

Gustavo Bueno Sánchez, «Ediciones Biblos, 1927-1928», filosofía.org.

Miguel Cabañas Bravo, «De La Mancha a México: la singular andanza de los artistas republicanos Gabriel García Maroto y Miguel Prieto», Migraciones y Exilios, núm (2005), pp. 43-64.

maroto-contemporaneosMarina Garone, «El trazo de los pinceles. El dibujo de la letra en el diseño gráfico mexicano de la primera mitad del siglo XX», Monográfico.org. Revista Temática de Diseño, junio de 2012.

Julio Neira, De musas, aeroplanos y trincheras (poesía española contemporánea), Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2015.

Aurora M. Ocampo, Diccionario de Escritores Mexicanos. Siglo XX. Desde las generaciones del Ateneo y Novelistas de la Revolución hasta nuestros días, vol. III, México D.F., Centro de Estudios Literarios de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.

Andrés Trapiello, Imprenta Moderna.. Tipografía y literatura en España, 1874-2005, València, Campgràfic, 2006.

James Valender, «García Maroto y el Libro de poemas de García Lorca», Nueva Revista de Filología Hispánica, vol. 4, núm 1 (1996), pp. 156-165.

Lecturas enriquecidas de textos teatrales (la colección Voz Imagen)

A Claudia Ortego yTeresa Santa María.

A lo largo del siglo XX, y sobre todo en su segunda mitad, hubo en España unas cuantas colecciones importantes de literatura dramática, que se añadían además a revistas como Primer Acto, Yorick o Pipirijaina como canales de los que disponían los dramaturgos españoles para dar a conocer sus obras teatrales, y los aficionados para conocerlas, mantenerse al corriente de lo que se estaba haciendo en este ámbito y, además, para acceder a traducciones de teatro extranjero.

Entre estas colecciones dedicadas específicamente a los textos dramáticos, destacan la veterana colección Teatro de la editorial Escelicer, que entre 1951 y 1975, se distribuía sobre todo en librerías especializadas y en quioscos, y Teatro Selecto de la misma editorial (Alejandro Casona, García Lorca, Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Edgar Neville, Valle-Inclán); o la espléndida El Mirlo Blanco, de la editorial Taurus, que bajo la dirección de José Monleón publicó a Fernando Arrabal, Max Aub, Buero Vallejo, Miguel Mihura o Alfonso Sastre, entre otros dramaturgos de análoga importancia, precedidos de estudios introductorios que a menudo se han convertido en canónicos o puntos de referencia, o los Libros de Teatro de la Editorial Cuadernos para el Diáologo (Edicusa) que, dirigida por Miguel Bilbatúa y Álvaro del Amo, descubrió al lector español autores como John Arden, Günter Grass, Martin Walser, Llorenç Villalonga, Joan Brossa o Eduardo Blanco-Amor, entre algunos otros.

Una de las colecciones más innovadoras en este ámbito, mejor concebidas, diseñadas y programadas fue sin duda la serie de Teatro de Voz Imagen, de la barcelonesa editorial Aymà, que en la misma colección convivía con otras series dedicadas al Cine, la Radio y la Televisión.

Voz Imagen nace después de que Jaume Aymà i Mayol (1911-1989), que había creado en 1941 la editorial con su padre Jaume Aymà i Ayala (1882-1964), la abandonara para crear primero Delós-Aymà (1962-1968) y posteriormente, una vez ya muerto Aymà i Ayala, la Editorial Andorra (1966-1971).

Tras diversos cambios de nombre (Ediciones Aymà, Aymà Editor, Aymà Editores), en 1951 se había establecido como sociedad limitada, pero diversos cambios en el porcentaje de las participaciones hicieron que en julio de 1962 Aymà i Ayala abandonara la editorial, y poco después, en febrero de 1963, lo hiciera también su hijo. La editorial, que sin embargo mantuvo el nombre –propiciando que los historiadores a menudo hayan sido víctimas de la confusión– , pasó a controlarla el industrial y mecenas Joan Baptista Cendrós (1916-1986), a quien Joan de Sagarra se refería como “el floidman” porque debía buena parte de su fortuna a la creación de la en su época muy conocida marca de productos de afeitado Floïd.

Al frente de la editorial como director literario Cendrós puso a un “hombre de la casa”, el poeta Joan Oliver (1899-1986), que tenía por entonces una larga experiencia ya como editor (antes de la guerra, en La Mirada; en el exilio chileno, en El Pi de les Tres Branques, y a su regreso, tras el preceptivo paso por prisión, en Montaner y Simón y en la propia Aymà como director de la colección en catalán El Club dels Novel·listes).

Joan Oliver (1899-1986).

 

Voz Imagen, dirigida por uno de los hombres de teatro más influyentes en la historia del teatro español, Ricardo Doménech (1938-2010),  se dio a conocer en 1963 con una asombrosa edición de El concierto de San Ovidio, de Antonio Buero Vallejo (1916-2000) –casi simultánea a la de Escelicer en su colección Alfil–, que se publica con unas características que definen ya lo que serán las entregas siguientes. Con un formato de 18 x 13, el texto de Buero va precedido de un muy buen estudio de Jean-Paul Borel y profusamente ilustrado con imágenes en blanco y negro del montaje de la obra.

Un repaso a los 25 números publicados en esta colección a lo largo de su existencia (1963-1978) da una idea bastante ajustada de lo que era el canon teatral de la época a ojos de la crítica literaria más informada (casi nunca coincidente con los del público), así como de los estrenos estéticamente más importantes e innovadores de la escena española (ver Anexo al final). El hecho de incorporar como material gráfico láminas con fotografías de los estrenos, cosa que cuando resultó imposible hacer se justificó mediante una nota del editor (caso de Max Aub), condicionaba de un modo notable la selección de títulos, pero ofrecía a cambio una propuesta de lectura enriquecida de los textos. De todos modos la lista de títulos resulta muy ilustrativa. Por un lado, en primer lugar cabe descartar que sea casual el hecho de que la colección se abra con obras de Antonio Buero Vallejo, lo cual es significativo de la posición que ocupaba en la historia teatral española en el siglo XX desde que en 1949 estrenara Historia de una escalera y al año siguiente José Janés la publicara en la espléndida colección El Manantial que no Cesa.

Tampoco debe de serlo que sólo haya dos dramaturgo de los que se publica más de una obra: Federico García Lorca (1898-1936), el más reiteradamente publicado, y Arthur Miller (1915-2005), pues da idea también de la significación de estos autores en los ambientes teatrales de esos años, y son elecciones que, desde el punto de vista político, van trazando un perfil inequívocamente izquierdista de la colección.

Arthur Miller (1915-2005) con su esposa Norma Jean Baker (1926-1962); es decir, Marilyn Monroe.

No es muy difícil percibir una cierta línea ideológica en los autores y obras seleccionadas, incluso en el caso de lo que puede interpretarse como recuperación de textos de autores cuya dramaturgia era poco visible (Gorki, Unamuno), y muy evidente en la selección de escritores españoles exiliados como consecuencia del resultado de la guerra civil española (Alberti, Aub), representantes en buena medida de la misma línea de teatro que representaba García Lorca y que antes de llegar a eclosionar se había visto cercenada por la guerra civil. Desde el punto de vista estético, también es muy perceptible la coincidencia entre el teatro de crítica social, la propuesta de renovación de la escena española y el interés por el rigor que defendía en aquellos mismos años la revista Primer Acto.

El autor Federico García Lorca, la actriz Margarita Xirgu y el director Cipriano Rivas Cherif en el estreno en Valencia de Doña Rosita la soltera (1935).

Junto a ello, algunas curiosidades, como el hecho de publicar la única traducción que se le conoce al escritor republicano José  Corrales Egea (colaborador de las revistas Cuadernos para el Diálogo, Ruedo Ibérico, Ínsula y Triunfo), o por lo menos la única traducción que firmó con su nombre, mientras se encontraba en París. En cualquier caso, tras la desaparición de Voz Imagen no salió en España ninguna colección teatral equiparable, ni en cuanto al catálogo de títulos, ni en cuanto a su concepción general y diseño.

 

Anexo: Serie Teatro de la colección Voz Imagen (Aymà)

1.Antonio Buero Vallejo, El concierto de San Ovido. Parábola en tres actos, prólogo de Jean Paul Botrel, 1963.

2. Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba, con un prólogo de Domingo Pérez Minik y observaciones y notas de dirección de J. A. Bardem, 1964. (4º ed: 1973.).

3. Miguel de Unamuno, El otro, con textos críticos de A. Colodrón, José Sanchís Sinisterra y J. M. Azpeitia, 1964.

4. Máximo Gorki, Los hijos del sol, traducción directa del ruso por Victoriano Imbert, con un ensayo de J. M. de Quinto y textos de J. C. Jaubert y Antoine Vitez, 1964.

5. Samuel Beckett, La última cinta. Acto sin palabras, con textos de Ricardo Doménech y Ángel Fernández Santos y entrevistas a Trino Martíínez Trives y a Josefina Sánchez-Pedreño, 1965.

6. Friedrich Dürrenmatt, Frank V: comedia de una banca privada, traducción directa del alemán de Feliu Formosa, prólogo y notas de Julio Diamante, 1965.

7. Joan Oliver, Bodas de cobre, comedia en tres actos y un epílogo, con textos de Joaquim Molas y Jordi. Carbonell, 1965.

8. Arthur Miller, Después de la caída, con palabras preliminares del autor y ensayos de F. García Pavón y Juan Cesarabea. Un montaje de la obra, por Adolfo Marsillach. Mensaje internacional de Arthur Miller, 1965.

9. Bertolt Brecht, La óperra de perra gorda, con textos de Alfonso Sastre y Feliu Formosa, 1965.

10. Manuel de Pedrolo, Hombres y yo, traducción directa del catalán de José Corredor Matheos, con un prólogo de José Monleón, 1966.

11. Max Frich, Andorra, traducción directa del alemán por Julio Diamante y Elena Sáez, prólogo de Julio Diamante, 1966.

12. Heinar Kipphardt, El caso Oppenheimer, traducción directa de Adolfo Lozano Borroy, con un prólogo de Eduardo Haro Tecglen, septiembre de 1966.

13. Alfred Jarry, Ubú, rey, traducción de José Corrales Egea, con textos de José Corrales Egea y Roger Shattuck, 1967.

Nota del editor: Resultaba sencillamente insólito que no hubiera a mano, en lengua castellana, una traducción de esta obra impar, que marcó un jalón en la historia del drama contemporáneo. Se acepten las razones que se quiera —en primer término, la complejidad de verter a otro idioma una obra tan genuinamente francesa—, lo cierto es, en fin, que esta ausencia queda hoy subsanada.

14. Max Aub, Morir por cerrar los ojos, con un ensayo de Ricardo Doménech, 1967.

Nota del editor: La obra publicada en este volumen no ha sido estrenada; por ello no hemos podido acompañarla con fotografías como es norma de nuestra colección.

15, Arthut Miller, Inicidente en Vichy, con textos de Luis F. Rebello y Jorge Enjuto, 1968.

16. Salvador Espriu, Primera historia de Esther, traducción de Santos Hernández (con la colaboración de Maria Aurèlia Capmant y Carme Serrallonga y supervisadsa por el autor); con textos de Ricardo Doménech y Santos Hernández, 1968.

17. Molière, El Tartufo. Versión de Enrique Llovet, con textos de Enrique Llovet y Adolfo Marsillach, 1970.

18. Harold Pinter, Retorno al hogar, con textos de F. M. Lorda Alaiz, J. J. López Ibor y J. López Saancho, 1970.

19. Federico García Lorca, Bodas de sangre, introducción de José Monleón y otros textos, 1971.

20. Federico García Lorca, Yerma, prólogo de José Monleón, 1973.

21. G. Berto, Anónimo veneciano, traducción de David Casanueva (¿Francesc Parcerisas? Véase comentario del mismo), febrero de 1974.

22. Federico García Lorca, Mariana Pineda, con textos de Antonina Rodrigo y José Monleón, 1976.

23. Federico García Lorca, Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores, con textos de José Monleón y Antonina Rodrigo, 1976.

24. Rafael Alberti, El adefesio (Fábula del Amor y las Viejas en tres actos), con textos de José Monleón y José L. Alonso, 1977.

25. Antonio Buero Vallejo, La doble historia del doctor Valmy, edición de Luis Iglesias Feijóo, 1978.

 

Fuentes:

Jordi Arbonés y Matthew Tree, Epistolari, edición de Josefina Caball, Lleida, Punctum-Grup d´Estudi de la Traducció Catalana Contemporánia (Visions 3), 2013.

Jordi Aymà, «Jaume Aymà i Mayol, editor«, Anuari Trilcat, 1 (2001), pp. 163-173.

Juan Ballester, diversas entradas del blog Aquellas colecciones teatrales.

César Oliva y Francisco Torres Monreal, Historia básica del arte escénico, Madrid, Cátedra, 2005.

Mariano de Paco, “Ediciones de textos teatrales desde 1939”, El Kiosko Teatral, núm. 41.

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