«El público» de Federico García Lorca y su azarosa historia editorial

Resulta asombrosa la cantidad de años que pasaron entre el asesinato del artista multidisciplinar que fue Federico García Lorca (1898-1936) y el momento en que se pudo tener acceso a su obra literaria completa, si bien por el camino se publicaron compendios que se pretendían y presentaban como tales.

Federico García Lorca.

Al margen de poemas de juventud que en su día el poeta prefirió no publicar y de los textos y entrevistas que pudieran quedar dispersos en publicaciones periódicas, más interesantes parecen los casos de las obras teatrales Yerma,  La casa de Bernarda Alba (publicada en Losada en 1945 por iniciativa del editor español Guillermo de Torre y estrenada en el Teatro Avenida de Buenos Aires ese mismo año), Así que pasen cinco años y, sobre todo, El Público, cuya primera edición tardó muchos años en estar a disposición de sus lectores, si bien unos breves pasajes se habían publicado ya en junio 1933 en el tercer número de la revista Cuatro Vientos (pp. 61-78), con la indicación «De un drama en cinco actos» que durante mucho tiempo se dio por inacabado o por perdido. Es más, a partir de la correspondencia entre Dámaso Alonso y Jorge Guillén, el lorquista Antonio Monegal reconstruye un proyecto de publicación de la obra en la editorial Signo, que quedó en el aire debido a que un viaje a la Argentina impidió a Lorca llegar a firmar el contrato.

Rafael Martínez Nadal.

En la revista mexicana Residencia, Rafael Martínez Nadal (1903-2001) publicó en 1963 un importante y polémico artículo titulado «El último día de Federico García Lorca en Madrid» en el que cuenta la jornada que pasó con Lorca ante la inminencia del golpe de Estado de julio de 1936, y cómo el poeta, antes de viajar a Granada, le entregó una serie de papeles personales con instrucciones de destruirlos si le pasaba algo, y entre los que se encontraba el único manuscrito conocido de El Público, que ha sido objeto de enrevesados debates acerca de si le falta o no un cuadro. A su vez, Martínez Nadal puso en manos de un amigo el manuscrito y no lo recuperó hasta 1958, cuando se encontraba ya exiliado en Londres. Ya entonces proyectó una edición facsímil y mostró el manuscrito a la familia Lorca, en particular a su hermano Francisco García Lorca (1902-1976), pero este se opuso, al parecer con la esperanza de localizar una versión más definitiva de la obra (de cuya existencia tampoco había datos fiables).

La aparición de ese artículo en México debió de desatar todo tipo de pesquisas para publicarlo, y uno de los que se puso a ello fue el grafómano y editor Max Aub (1903-1972), que por entonces había puesto en marcha una original y espléndida revista internacional, Los Sesenta, cuyo propósito era publicar inéditos sólo de autores que hubieran cumplido cuanto menos esa edad, y entre los que se contaron a Juan Ramón Jiménez (1881-1958), León Felipe (1884-1968), Américo Castro (1885-1972), Julio Torri (1898-1970), Vicente Aleixandre (1898-1984), André Malraux (1901-1976), Ramón J. Sender (1901-1982), Rafael Alberti (1902-1999), Salvador Novo (1904-1974), Manuel Altolaguirre (1905-1959), etc.

Un auténtico lujo, la revista Los Sesenta, que se publicaba en los años sesenta y en la que sólo podían colaborar quienes hubieran cumplido esa edad (cosas de Max Aub y su sentido del humor).

Lo primero que intentó Max Aub fue recabar información a través de su amigo Esteban Salazar Chapela (a quien escribe al respecto en octubre de 1964), que al igual que Martínez Nadal se encontraba exiliado en Londres, así como del propio Martínez Nadal, de quien recibe respuesta en diciembre de ese mismo año y a quien en el cuarto número de Los Sesenta publicó «Dos viñetas» acerca de Unamuno.

Arturo del Hoyo.

Salazar Chapela, después de abordar directamente el tema con Martínez Nadal, informa a Aub de que el crítico no deseaba que la obra se incluyera en las Obras completas de Lorca –que venía preparando Arturo del Hoyo (1917-2004) en Aguilar a partir de las ediciones de Losada– porque la consideraba una versión no definitiva, deficiente, y que, puesto que esa editorial tenía por contrato (desde mayo de 1952) derecho a publicar cualquier obra que saliera a la luz del escritor granadino, estaba dispuesto a esperar a que ese contrato venciera.

Sin embargo, hay testimonios también de que en los círculos literarios del exilio republicano se rumoreaba acerca de otras motivaciones, que resultan también bastante plausibles. En la entrevista que Max Aub mantuvo con Rafael Alberti mientras preparaba lo que debía ser su biografía del cineasta Luis Buñuel, le preguntó con falsa ingenuidad si él creía que El Público existía realmente, a lo que Alberti responde que él cree que si Francisco García Lorca no autoriza su publicación es simplemente porque la obra es expresión inequívoca de la homosexualidad de su hermano, razón que, en la misma entrevista, Aub da por buena.

Sin embargo, en la misma extensa carta de diciembre de 1964 ya aludida, Martínez Nadal ofrece a Aub la posibilidad de cederle un texto que está preparando sobre El Público, si puede publicarlo antes de que aparezca en Inglaterra. Según dice, este estudio exige largas y abundantes citas de la obra, lo que confía en que obligue a los hermanos de Federico, o bien a autorizar la edición íntegra del manuscrito, o bien a publicar la edición íntegra si ésta realmente existe. El caso es que cuando Martínez Nadal estuvo en disposición de mandar a México el primer capítulo de su estudio, en 1968, Los Sesenta había desaparecido.

Aun así, Aub no se había quedado de brazos cruzados al respecto, y el 30 de marzo de 1965 había escrito directamente a Francisco García Lorca para tantearlo y, además de pedirle alguna colaboración para la revista, le dice: «Supongo que es inútil preguntarte si tienes algún inédito de Federico».

Como es bien sabido, este silencio se rompió en 1970 con la publicación del libro de Martínez Nadal «El Público». Amor, teatro y caballos en la obra de Federico García Lorca, que editó lujosamente en Gran Bretaña el exiliado catalán Joan Gili i Serra (1907-1998) en sus Dolphin Books Co. (que publicaron otros facsímiles de autógrafos de García Lorca en los años siguientes, preparados también por Martínez Nadal), y apenas pasaron cuatro años antes de que se publicara en México, gracias a la editorial Joaquín Mortiz, «El Público». Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, que era una versión corregida, ampliada y más asequible de la edición de Doplhin.

La primera edición destinada al gran público corrió a cargo de nuevo de Martínez Nadal y se ocupó de ella Seix Barral en marzo de 1978, en la que El Público aparecía acompañada de la inacabada Comedia sin título, según se indica, con «introducción, transcripción y versión depurada por Rafael Martínez Nadal y Marie Laffranque [1921-2006]»

No obstante, mayor fortuna comercial tuvo la edición que María Clementa Millán preparó para la colección Letras Hispánicas de Cátedra, casi inmediatamente después de que la revista Cuadernos de El Público dedicara un número monográfico a esta obra lorquiana con contribuciones de Ángel García Pintado, Ian Gibson, Ángel Sahquillo, Juanjo Guerenabarrena, Rafael Martínez Nadal y la propia María Clementa Millán. Es significativo en este caso que en Cátedra se eligiera como ilustración de la cubierta un dibujo coloreado del propio García Lorca, «Hombre y joven marinero», fechado en Nueva York  entre 1929 y 1930 y perteneciente a la colección personal de Camilo José Cela, porque a Clementa Millán debemos la catalogación y estudio de buena parte de la obra gráfica lorquiana, de la cual se intercalan también algunos otros ejemplos en el interior del libro.

Dos años después se incluyó como número 32 en la Colección Teatral de Autores Españoles de la Biblioteca Antonio Machado de Teatro, y en los años sucesivos se publicó en compañía de otras obras de García Lorca, más o menos pertinentes (en 1993, por ejemplo, Derek Harris preparó como número 32 de la colección Clásicos Taurus una edición muy divulgada que incluía el Romancero gitano, Poeta en Nueva York y El Público).

Tal vez las últimas ediciones importante de esta serie sean la preparada por Miguel García Posada para su inclusión en el segundo volumen de las Obras completas de Lorca (desde luego, bastante más completas que las de Aguilar) que coeditaron Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores en 1997, y la del mencionado Antonio Monegal para Alianza en el año 2000, que pone título a la conocida hasta entonces como Comedia sin nombre: Sueño de la vida.

Fuentes:

María José Blas Ruiz, «Las obras completas de Federico García Lorca en Aguilar», Blog Antigua Editorial Aguilar, 5 de junio de 2013.

Mariano de Paco, «El teatro en las revistas de vanguardia: Los Cuatro Vientos», Monteagudo, núm. 7 (2002), pp. 115-124.

Federico García Lorca, El Público, edición de María Clementa Millán, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas 272), 1987.

Ian Gibson, «El insatisfactorio estado de la cuestión», Cuadernos de El Público, núm. 20 (enero de 1987), pp. 12-17.

Rafael Martínez Nadal, «El público»: Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, edición de Enrique Ortiz Aguirre, Comunidad de Madrid, 2019.

Josep Mengual, «Historia de “un maduro Litoral”: Los Sesenta», en Cecilio Alonso, coord., Max Aub y El laberinto español, Ajuntament de València, 1996, vol. 2, pp. 715-724.

Letras Hispánicas, una colección para aprender a leer

La ambición de un proyecto como el de la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra es ya a simple vista tremenda: reunir las principales obras de las diversas literaturas en lengua española, abarcado todos los géneros y considerándolas desde sus orígenes hasta un pasado relativamente reciente, y hacerlo además tras un trabajo ecdótico riguroso para fijar un texto con vocación de definitivo y con un aparato crítico que, en particular en algunos casos, estará sometido a necesaria actualización. En este tipo de empresas se hace más evidente que en otras las ventajas de la edición electrónica o incluso en línea, que permite incorporar inmediatamente a la bibliografía las novedades importantes o enmendar y/o añadir información de las notas a pie (incluso a la bibliografía), que en otros tipos de libros.

La colección Letras Hispánicas nace durante lo que por entonces parecían los últimos años del franquismo, en 1973, en principio para dar continuidad a la Biblioteca Anaya que habían dirigido en Salamanca el escritor, historiador y periodista falangista Evaristo Correa Calderón (1899-1986) y el profesor y filólogo Fernando Lázaro Carreter (1923-2004). Esta continuidad se pone de manifiesto de un modo palmario en el hecho de que algunos de los primeros títulos eran reedición de los aparecidos previamente en su antecesora.

Sin embargo, cuando el empresario y propietario de Ediciones Anaya Germán Sánchez Ruipérez (1926-2012)  impulsa la creación de las editoriales Pirámide y, al principio integrada en esta, Cátedra (constituida el 28 de noviembre de 1973), al frente de la segunda pone a Gustavo Domínguez, cuya sintonía con el Partido Comunista no le había impedido hacer sus primeros pinitos como ayudante de cátedra de Lázaro Carreter.

Sus primeros veinte números (véase el Apéndice más adelante) ya permiten hacerse una idea cabal de la ambición de Letras Hispánicas mencionada al principio. Junto a autores y títulos clásicos bastante indiscutidos (La Celestina, Espronceda o Machado), algunos otros de segunda fila (Vicente García de la Huerta o Bretón de los Herreros) y otros aún vivos cuya inclusión podía ser más arriesgada y que a menudo se ocupaban de editar su propia obra (Blas de Otero o Gabriel Celaya, y más adelante José Ruibal o Gloria Fuertes), cuestión esta última también polémica, así como la inclusión de algún que otro escritor hispanoamericano (Alfonso Reyes, y más adelante la Summa poética de Nicolás Guillén [núm. 36] o El túnel de Ernesto Sábato [núm. 55]). Precisamente la incorporación a una colección de estas características de autores recientes se ha señalado como uno de los principales rasgos que singularizaban Letras Hispánicas y por entonces la distinguían de sus competidoras (la Castalia de Amparo Soler, en particular), si bien de la mayoría de las ediciones de autores vivos se encargaron por lo general a filólogos y especialistas en lugar de dejarlas en manos de sus autores; de La tejedora de sueños y Llegada de los dioses, de Antonio Buero Vallejo, que fue el número 45, por ejemplo, se ocupó Luis Iglesias Feijoo; de El túnel, Ángel Leiva; de la Antología lírica de Salvador Espriu (núm. 56), su traductor José Batlló (1939-2016); de las obras Pic-Nic. El triciclo. El laberinto, de Fernando Arrabal (núm. 63), Ángel Berenguer…

Esta variedad o diversidad cabe atribuirla al terceto director de la colección, formado inicialmente, en el primer centenar de títulos, por Lázarro Carreter, Domingo Ynduráin (1943-203) y Francisco Rico (n. 1942). En los primeros tiempos, y sobre todo en los casos de obras que entraban en los planes de estudios universitarios, las tiradas iniciales rondaban los 3.000 ejemplares, y muchos títulos se reimprimían constantemente e incluso de algunos, pasado un tiempo, se hicieron nuevas ediciones. Una docena de sus títulos han sobrepasado los 400.00 ejemplares vendidos, e incluso tres de ellos (El lazarillo de Tormes, en edición de Francisco Rico; El árbol de la ciencia, de Baroja, en edición de Pío Caro Baroja, y La casa de Bernanda Alba, de García Lorca, en edición de Allen Josephs y Juan Caballero) han superado los 700.000.

Más allá de la consolidación (o esclerotización, según se mire) de un canon de la literatura en lengua española, un valor apreciado de la colección fue también la introducción de ejemplos prácticos de aplicación de las teorías literarias en boga a finales del siglo xx, y en este sentido se ha destacado como ejemplo el análisis de actantes que, siguiendo el modelo del semiólogo francés Algirdas Julien Greimas (1917-192), empleó Benito Varela Jacome (1919-2010) en su estudio introductorio a El estudiante de Salamanca de Espronceda. En cualquier caso, sobre todo desde el momento en que la colección pone la mirada en el interesante sistema de compra de las universidades estadounidenses, Cátedra (también en esta colección) fue uno de los canales de introducción de lo que se estaba haciendo en el ámbito de los estudios y la teoría literaria más allá de la estilística y de los ámbitos universitarios españoles, en particular en el caso de las teorías de raigambre estructuralista, y no son pocos los hispanistas extranjeros que ya en los primeros tiempos de la colección se ocuparon de algunos o varios títulos: Bruno Mario Damiani (La Celestina, núm. 4), Cyrus De.Coster (Genio y figura, de Juan Valera, núm. 29), Colin Smith (Poema de mio Cid, núm, 34), Philip W. Silver (Mientras el aire es nuestro, de Jorge Guillén, núm 89) o Jon Jay Allen (Don Quijote de La Mancha, núms. 100-101), entre otros muchos.

Mención aparte merecen algunos exiliados republicanos, como es el caso de Vicente Gaos, que muy pronto se ocupa de editar la Antolojía poética de Juan Ramón Jiménez (núm. 18) y poco después la Antología del grupo poético de 1927, núm. 30 (luego actualizada por Carlos Sahagún), o Joaquín Casalduero , que editó De tal palo tal astilla, de Pereda (núm. 34) y El burlador de Sevilla y convidado de piedra (núm. 58). En cuanto a la obra creativa de autores exiliados como consecuencia del resultado de la guerra civil, algunos de los cuales habían ya regresado, el primero en ser publicado fue Juan Ramón Jiménez, pero pronto le siguieron Francisco Ayala (La cabeza del cordero, en edición de Rosario Hiriart, núm. 83), Jorge Guillén, Pedro Salinas (Aventura poética, editada por David L. Stixrude, núm, 135) y, en 1981, Rafael Alberti (Sobre los ángeles, preparado por C. B. Morris, núm. 136)

La labor en cuanto a la edición de textos teatrales de Letras Hispánicas se vio reconocida en 1982 con la Plaketa de Oro en la IV Trienal Internacional de Libros y Revistas de Teatro que, bajo los auspicios del parisino Instituto Internacional de Teatro, se celebró en Novi Sad ese año, y tiempo después le llegaría a Cátedra el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial, sin duda en buena medida en reconocimiento a esta colección.

En 1999 saltó a las páginas de la prensa especializada la noticia de la destrucción de entre 9.000 y 14.000 ejemplares de la colección (entre 600 y 700 ejemplares de unos quince o veinte títulos), que Gustavo Domínguez se ofreció a donar a cualquier biblioteca que estuviera dispuesta a irlos a recoger a sus almacenes y justificó porque se trataba de libros que «fueron editados con una ilusión enorme y vendieron en su momento 4.000 o 5.000 ejemplares, pero de los que ahora no se venden más de 20 al año».

Poco después de ser incorporada Cátedra al Grupo Havas, Domínguez decidió que ya había lidiado bastante y fue inicialmente sustituido por Emilio Pascual, entre 2001 y 2008, antes de que se pusiera al frente de la editorial Josune García, que llevaba trabajando en la editorial desde 1983 (había sido editora de la colección Teorema) y quien se ha declarado discípula del filósofo, traductor y editor Manuel Garrido (1925-2015).

Apéndice. Los primeros veinte títulos de Letras Hispánicas

1 Alfonso Rodríguez Castelao, Cuatro obras (Teatro, relatos, fantasía macabra, ensayos), edición de Jesús Alonso Montero.

2 Miguel Hernández, El hombre y su poesía, edición de Juan Cano Ballesta.

3 Blas de Otero, Verso y prosa, edición del autor.

4 Fernando de Rojas, La Celestina, edición de Bruno Mario Damiani.

5 Vicente García de la Huerta, Raquel. Tragedia española en tres jornadas, edición de Joseph G. de Fucilla.

6 José de Espronceda, El estudiante de Salamanca, edición de Benito Varela Jácome.

7 Ramón Gómez de la Serna, Descubrimiento de Madrid, edición de Tomás Borrás.

8 Diego de San Pedro, Cárcel de amor, Enrique Moreno Báez.

9 Pedro Antonio de Alarcón, El sombrero de tres picos, edición de Arcadio López-Casanova.

10 Antonio Machado, Campos de Castilla, edición de José Luis Cano.

11 Tirso de Molina, El condenado por desconfiado, edición de Ciriaco Morón y Roleba Adorno.

12 Jacinto Benavente, Los intereses creados, edición de Fernando Lázaro Carreter.

13 Manuel Bretón de los Herreros, El pelo de la dehesa, edición de José Montero Padilla.

14 Lírica española, edición de José Luis Cano.

15 Calderon de la Barca, El gran teatro del mundo. El gran mercado del mundo, edición de Eugenio Frutos.

16 Rosalía de Castro, Cantares gallegos, edición de Ricardo Carballo Calero.

17 Gabriel Celaya, Itinerario poético, edición del autor.

18 Alfonso Reyes, Prosa y poesía, edición de James Willis Robb.

19 Juan Ramón Jiménez, Antolojía poética, edición de Vicente Gaos.

20 Miguel de Cervantes, El rufián dichoso, edición de Edward Nagy.

Fuentes:

Catálogo de Letras Hispánicas (hasta 2013).

s/f, «Ediciones Cátedra, los clásicos en la mochila», blog de Imprenta CG, 23 de mayo de 2014.

José Antonio Millán, «Cincuenta años (o así) de oficio editorial», Libros y bitios, 19 de febrero de 2011 (publicado previamente en El Libro del 50, Anaya, 2009, edición no venal)

Javier Rodríguez-Marcos, «Los textos inmortales arrastran una mala salud de hierro», El País, 14 de junio de 2011.

Miguel Signes, «Entrevista a Josune García, directora de la editorial Cátedra», Leer Teatro, núm. 4.

Fernando Valls, «Semblanza de Editorial Cátedra (Madrid, 1973- )», en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2018.

Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Barcelona, Destino (imago mundi 26), 2003.

 

El traductor literario, farolillo rojo del paripé literario

A Agnès Agboton (Voz de la Ternura)

Manuel Serrat Crespo (Barcelona, 1942)

Con las palabras que sirven de título a este texto describió Manuel Serrat Crespo la figura del traductor literario, y desde luego podía hacerlo con conocimiento de causa, pues es uno de los más insignes traductores literarios del francés en activo. A quien va dedicado el presente texto, en cambio, se le atribuye (de hecho, se la atribuyó Serrat Crespo) la afirmación de que «todos los traductores literarios están locos», y también ésta es una opinión bien fundamentada (esta escritora catalana nacida en Porto Novo no sólo conoce a muchos traductores literarios, sino que además, aun así, convive a diario con uno de los mejores). Como también son fundamentadas las apreciaciones de Peter Bergsma (traductor al neerlandés de Coetzee, Nabokov y Pynchon, entre otros, y presidente del RECIT) cuando define a Serrat Crespo como «el Nikita Kruschev del sector europeo de la traducción, que no vacilaba en apoyar sus afirmaciones aporreando el pupitre con su zapato» y Bernard Valero (diplomático francés que fuera portavoz del Ministerio de Exteriores), que le caracteriza como «uno de los tres mosqueteros de Alejandro Dumas y, más concretamente, a Porthos, el más grande, el más batallador, el más bocazas, el más atractivo».

En la página web de la Associació Col·legial d´Escriptors de Catalunya dedicada a Mercè Rodoreda aparece una fotografía de grupo cuyo pie reza: «De izquierda a derecha: Manuel Serrat i Puig, Alfons Masseras, Joan Oller i Rabassa, Joan Mª Guasch, Mercè Rodoreda, Mossèn Antoni Navarro, Joan Amades y el marido de Mercè Rodoreda. Perpinyà, 27 de mayo de 1935.  Jocs Florals». Como es lógico suponer, Manuel Serrat i Puig, poeta y colaborador durante la guerra de la revista Curiositats de Catalunya, es el padre de la criatura que nace en Barcelona en 1942.

Escena de «Los cantos de Maldoror» (en traducción de Manuel Serrat Crespo) montados por Pere Planella y con el actor Walmir Chaves como protagonista. Se estrenó en 1973 en la barcelonesa Capella de l´Hospital de la Santa Creu y tuvo un inesperado y rotundo éxito. El chico en primer plano es Franc Ponti (hoy director del centro de innovación en EADA).
En declaraciones a Maria Josep Ragué Arias, Serrat Crespo, que siempre elige muy bien las palabras, definió este montaje como «una experiencia fundamental, para mí».

La entrada de Manuel Serrat Crespo en el mundo del libro, tras haber estudiado con poco convencimiento Derecho, puede decirse que fue solapada (en Bruguera, escribiendo paratextos), al tiempo que no menos solapadamente escribía para la prensa clandestina y empezaba a publicar versos. De hacia 1964 es su primera traducción y de 1968 su viaje a París (del que muchos años después surgiría su Sed realistas, pedid lo imposible, Edhasa, 2008). De esa misma época, son sus primeras publicaciones de poesía en la exquisita Les Temps Modernes y la novela Autopsia 69 (en la colección Tábano, galería de no premiados, de Picazo, 1969). Su nombre se encuentra también, por ejemplo, en la nómina de los que Ángel Carmona recogió en su Antología de la poesía social catalana (Alfaguara, en su efímera colección Ara i ací, 1970), junto a Joan Alcover, Montserrat Abelló o Jordi Sarsanedas, entre otros.

En 1973 emprende un primer largo viaje que le lleva al Líbano, Siria, Turquía, Irán, Afganistán, Paquistán y la India, y al siguiente publica uno de sus libros más celebrados, El caníbal, ceremonia antropofágica, que aparece en 1974 en los Cuadernos Ínfimos de Tusquets Editores y del que el autor ha dejado dicho: «Si hoy me presentara en una editoiral con El caníbal, me lo tirarían por la cabeza, pero Beatriz de Moura tuvo el coraje de publicarlo y hoy, a mí, me parece todavía una obra viva». Ese mismo año emprende otro largo viaje, por África, donde pasa varios años dedicado a la docencia y visita Nigeria, Togo, Liberia, Burkina Faso y Costa de Marfil. Vinculados a esa experiencia son los libros Abidjan, itinerario iniciático (Destino, 2001) y Gbeme-ho, Kutome-ho (Edhasa, 2001). El particular y enriquecedor modo de entender la relación entre culturas e incluso la traducción que caracteriza a Manuel Serrat Crespo, autor de jugosos textos sobre estos temas, tiene sin duda mucho que ver con estos viajes. A su regreso, en 1978, sigue infatigable su labor de traductor literario del francés, pero encuentra también tiempo para acrecentar su obra como poeta y como dramaturgo: Haykú (Ediciones de Arte, 1983), Anna o la Venganza (en Columna en 1985 y en la colección Antología Teatral Española en 1988), como ensayista en un precioso libro profusamente ilustrado, Sendas del té (Ketrés, 1986), y como colaborador en algunas revistas (Destino, Algo, Camp de l´Arpa, etc.).

Poco posterior es una de las obras que mayor fama le han reportado, la elogiadísima traducción y edición de Los cantos de Maldoror, de Lautréamont, para la colección Letras Universales de Cátedra, que incluye su indispensable texto «El hermano de la sanguijuela, contribución al asesinato de la palabra» (1988).

Portada del número doble (2-3) de Assaig de Teatre, el primero dirigido por Serrat Crespo, publicado en 1995.

Portada del número doble (2-3) de Assaig de Teatre, el primero dirigido por Serrat Crespo, publicado en 1995.

Portada del cuarto número de Assaig de Teatre, publicado en 1996.

Portada del cuarto número de Assaig de Teatre, publicado en 1996.

En los años noventa su pasión por el teatro le llevó a ponerse al frente de la revista Assaig de Teatre. Revista de la Associació d´Investigació i Experimentació Teatral, y los números por él dirigidos albergan una interesante entrevista a Buero Vallejo en un monográfico sobre teatro realista, un número dedicado a Artaud, Genet, Jarry y Passolini o el epistolario entre Ricard Salvat y Salvador Espriu, entre otras perlas; aun así, es sobre todo importante el hecho de que gracias a su compromiso el proyecto cultural de esa revista no feneciera prematuramente. Poco después sería nombrado Chevalier de l´Ordre des Palmes Academiques (1999) por el gobierno de la República Francesa, que posteriormente lo investiría Officier des Arts et des Lettres (2003).Ya en el siglo XXI, tras aparecer como personaje literario en El dictador y la hamaca de Daniel Pennac, publicó en las malogradas Ediciones Reverso una de las obras más geniales de la literatura japonesa, Maruyme, diario de viaje (reeditada en 2009 por José Olañeta), que lo emparenta con el Max Aub de Jusep Torres Campalans. En el caso de Maruyme, este escurridizo escritor de haikús no sólo aparece catalogado como autor en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, sino también en la mucho más cercana Biblioteca de Catalunya, así como, por supuesto, en la Biblioteca Nacional de España, como se puede comprobar clicando en cada una de ellas.

Es también digna de mención su labor en el seno de la ACEC (Associació Col·legial d´Escriptors de Catalunya) y del CEATL (Consejo Europeo de Asociaciones de Traductores Literarios), donde se ha convertido en legendario y contumaz adalid de la defensa de la visibilidad de los profesionales, de intentar, en sus propias palabras, «implantar una cultura de la traducción literaria que penalizara a la editoriales poco cuidadosas con los “productos” que ponen en el mercado», esa labor tan poco reconocida del traductor literario que requiere, sin embargo, «pasión por la lengua de llegada y profundo conocimiento por las dos lenguas de que se trate (tanto la de llegada como la de partida); amor por la literatura, claro está, y un buen fardo de paciencia».

Uno se pregunta, ¿y de dónde ha sacado Manuel Serrat Crespo tiempo para publicar, mientras hacía todo esto, más de seiscientas traducciones, algunas tan exigentes y bien resueltas como las de obras de Pennac, Vautrin, Le Clézio, Cocteau, Jules Vallès, Queneau, Proust… Quizás el hecho de que no pierda el tiempo en saraos y cócteles, tan del gusto del milieu, ni en todo ese «paripé literario» sea una explicación bastante convincente. Aun así, si algún día este hombre bueno –bueno en el sentido más machadiano del término– publica sus memorias, más de uno dará un respingo; pueden estar seguros de que serán como para mojar pan y chuparse los dedos.

NOTA ADICIONAL: Un tiempo después de publicado este texto (abril de 2013), el escritor y traductor Manuel Serrat Crespo falleció en septiembre de 2014.

Portada de Maruyme, en la colección El Barquero de José J. Olañeta.

Fuentes:

AA.VV. Monogàfico sobre Manuel Serrat Crespo de Assaig de Teatre, núm. 60-61 (2007). Incluye, entre otros textos, su obra teatral Estos parias, ¡ay dolor!, que ves ahora, y una entrevista muy a fondo de Maria Josep Ragué-Àrias.

AA.VV., Homenaje a Manuel Serrat Crespo de los Cuadernos de Estudio y Cultura de la Associación Colegial de Escritores de Cataluña, núm. 26 (septiembre de 2006). Incluye los textos citados de Peter Bergsma y Bernard Valero, entre otros, textos de Manuel Serrat Crespo y unas útiles «Notas bibliográficas» (pp. 93-99).

Leah Bonnín, «Parodia a los clásicos«, reseña de Maruyme, de Manuel Serrat Crespo, Letras Libres, núm. junio de 2005, pp. 62-63.

«Entrevista a Manuel Serrat Crespo y José Marzo, editor y traductor de la trilogía de Jules Vallès», en Anika entre Libros.

Maria Josep Ragué-Àrias, El teatro de fin de milenio en España (De 1975 hasta hoy), Barcelona, Ariel (Literatura y Crítica), 1996, p. 201.

Manuel Serrat Crespo, «Las lágrimas de cocodrilo. En la muerte de Ricard Salvat«, en la web de la ACEC, 24 de marzo de 2009.

Manuel Serrat Crespo, «Un buen libro extranjero se publica siempre subvencionado por el sudor y las lágrimas de su traductor«, entrevista sin firma en El Quincenal.