La Barcelona de aquellos tiempos no permitía vivir de las tareas editoriales. Eran los trabajos peor pagados y menos valorados en que podía alquilar la pluma un escritor en apuros. Eran todavía peor pagadas que las de un periodista o profesor, y con eso ya está todo dicho. Al fin y al cabo, en castellano uno aún podía llegar a defenderse un poco. En catalán era como pedir peras al olmo. [la traducción, como todas en este texto, es mía]
Agustí Esclasans (1895-1967), autor de este pasaje referido a 1933 e incluido en sus memorias, sabía muy bien de lo que hablaba, pues su férrea vocación literaria le impulsó a ingeniárselas de todos los modos posibles para poder llevar a cabo su obra, ambiciosa y de largo aliento, recurriendo a todos las estratagemas a su alcance, y la de las tareas editoriales fue, como es fácil suponer, una de ellas. Con tan sólo dieciséis años, habiendo estrenado ya una obra teatral breve, tuvo que hacerse cargo del negocio textil familiar, que a los tres meses se vio en la necesidad de traspasar y empezó entonces un periplo laboral por todo tipo de miniempleos (profesor particular, secretario en una empresa de importación, corrector editorial, traducción…). Sin embargo, la firmeza de su vocación y el tesón para encontrar mecenas (Joan Merli y Josep M. López-Picó entre ellos) o suscriptores para llevar adelante sus magnos proyectos literarios, que demuestran una convicción inusual, lo convierten en un personaje extraordinario. Y también de ello dejó constancia, en un artículo de 1928: «Si por vocación (y la vocación es la única fuerza que salva a los hombres, en un momento u otro de su vida), un hombre ha nacido para la literatura, hará literatura mientras viva, pese a quien pese, contra todo y contra todos».

Joan Merli (1901-1995).
En el mismo volumen del que procede el pasaje citado, dedica Esclasans unos párrafos interesantes a su paso por la Editorial Cervantes que ofrecen otra mirada sobre la empresa y aportan datos que contribuyen a perfilar la historia de esa editorial, en la que entró para cubrir el puesto de ayudante del director literario y en la que permaneció, a jornada completa con un horario de 9 a 13 h. y de 15 a 19 h., durante siete años. Ello le obligaba a levantarse a las cinco de la mañana para llevar adelante su obra literaria propia, pero no hay la más mínima queja de ello, se acostumbró a dormir cinco horas diarias).
La Editorial Cervantes –escribe en el segundo volumen de sus memorias– estaba instalada en la Diagonal, cerca del monumento a Jacint Verdaguer, frente a la calle Bailén. Era un gran almacén dividido por compartimentos de madera i cristal. La había fundado el noble poeta Fernando Maristany [1883-1924], y el noble consejero de la casa era el doctor Manuel de Montoliu [1877-1961]. Cuando yo entré en la empresa, era el gerente un señor llamado Joaquinet, y director literario el señor Vicente Clavel [1888-1967]. Este señor, inteligente, entendido en ediciones, de una gran simpatía, era valenciano, republicanazo, y creo que, de joven, había sido secretario del gran novelista Blasco Ibáñez.
Ciertamente, hay constancia de la camaradería de Clavel con Blasco Ibáñez, de sus coincidencias en materia política, y se ha señalado a menudo la empresa editorial del gran escritor valenciano, Prometeo, en la que Clavel había trabajado, como modelo para la Cervantes. En este sentido, quizá sea significativa la notable presencia en el catálogo de la Cervantes de un autor que se situaba tras los pasos de Blasco Ibáñez como fue Bernardo Morales San Martín (1864-1949), de quien se proyectaron unas obras completas cuyos primeros títulos fueron El ocaso del hombre, El enigma de lo imposible, La derrota de la carne, etc.
La casa editaba una colección, muy interesante, de pequeñas antologías de grandes poetas universales traducidas al castellano. El sector literario se sostenía, fundamentalmente, en las versiones castellanas de las obras del autor francés Pierre Loti. Más tarde empezó la edición de traducciones de las obras policíacas de Oppenheim, que creo que aún hoy [1955] tienen bastante éxito.
Entre los fracasos de la empresa en esos años, en cambio, menciona por ejemplo la publicación seriada de El Capital de Marx en fascículos y una lujosa «gran enciclopedia del amor universal» de la que sólo se llegaron a imprimir los folletos publicitarios.

Traducción y prólogo de Esclasans de la poesía de Poe (1936) para la colección de Josep Janés Oreig de la Rosa dels Vents.
Manuel Llanas, por su parte, destaca entre otras colecciones como Los Príncipes de la Literatura (Gogol, Flaubert, Tagore), Los Poetas Universales, Obras Literarias (de Benavente a Jerome K. Jerome), Selección de Novelas Breves, El Viaje Ilustrado (Lamartine, Roald Amundsen, Daniel Martñinez Ferrando) o la notable presencia de catorce obras de la premio Nobel sueca Selma Lagerlöf (1858-1940), y alguna que otra información adicional sobre el catálogo aparece en «Ambidextrismo editorial: Clavel y Maristany, traductores metidos a editores (o viceversa)».
Otros comentarios de enjundia que Esclasans hace situados en los primeros años treinta, parecen responder a unas situaciones que puede decirse que dieron casi cíclicamente, y que conocen demasiado bien los editores españoles veteranos, cuando se produce una crisis en Argentina:
La casas editoriales se declaraban en bancarrota. Empezó la devolución de letras protestadas. Y, cuando uno escribía pidiendo detalles la respuesta era un silencio siniestro, glacial. Las librerías de América pasaban a mejor vida sin avisar. Y se produjo un pánico entre los editores que daba grima. El colapso de la producción y exportación de libros era inminente. Y ya empezaban a palparse las consecuencias.
Manuel Llanas ya expresó su impresión, a la vista de los catálogos de la Editorial Cervantes, que buena parte de los libros de la casa iban destinados casi exclusivamente al mercado americano, del que probablemente acabara por depender, y menciona como ejemplos obras del uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) y Morales de San Martín o toda la sección de Libros de Temas o Autores Hispanoamericanos, pero en la conclusión de las páginas que Esclasans dedica a su experiencia en esta editorial se encuentra una confirmación de ello de primera mano:
En la Editorial Cervantes el primer no sucedió nada. El segundo fueron despedidas algunos empleados subalternos menores. Y en los meses siguientes hubo nuevas supresiones de personal. Se empezó a hablar de suspensión de pagos. Una tarde, don Vicente Clavel me acompañó al salir. Mientras bajábamos por la calle Bailén, y aún no habíamos llegado a la calle València, me dijo, con mucho sentimiento, que se veía en la necesidad ineludible de despedirme, y que me daba un mes de plazo para organizarme.
La inestabilidad del sector editorial y librero americano seguro que dejó otras víctimas en España a lo largo del siglo XX, pero el testimonio de Esclasans, además de aportar información sobre la Editorial Cervantes, es muy expresiva de las consecuencias que estas crisis al otro lado del mar tenían en la industria española.
Fuentes:
Esclasans, La meva vida II (1920-1945), Barcelona, Selecta, p. 126.
Agustí Esclasans, «Literats sense literatura», Civtat (Manresa), núm. 16 (1928), pp. 2-3.
Manuel Llanas, con la colaboración de Montse Ayats, L´edició a Catalunya: el segle XX (fins a 1939), Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2005.
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