Rafael Dieste en español

Cuando en 1930 la diminuta librería Niké de Xohán Xesús González (1895-1936) publicó en Vilagarcía de Arousa la primera edición de Viaje y fin de Don Frontán como «farsa trágica» (con cubierta de Carlos Maside, 1897-1958), la obra de Rafael Dieste (1899-1981) publicada en forma de libro se reducía a los ocho cuentos «do monte e do mar» Dos arquivos do trasno (en los Talleres Gráficos El Pueblo Gallego en 1926) y a la pieza teatral A fiesta valdeira (en la Tipografia del Eco de Santiago al año siguiente), que no se estrenaría hasta 1935 (en Rianxo y dirigida por el escritor y dramaturgo Alfonso Castelao) y de la que se conserva el manuscrito de la traducción al español, del dramaturgo Ángel Lázaro (1900-1985), fechado en 1932; en este volumen se incluían además cuatro cuentos que en ediciones sucesivas se incorporarían a Dos arquivos do trasno.

Sin embargo, ya en 1922 Dieste había publicado por lo menos un par de relatos en español en el primer número de la revista Cuentos Nuevos (marzo de 1922), «El poeta sacrílego» y «El mago encorvado», lo que pone de manifiesto el carácter bilingüe de la creación literaria de Dieste desde muy temprano. En una entrevista de Moncho Pernas y Carlos Estévez en la revista Triunfo de febrero de 1974 explicó el autor que durante toda su etapa en Vigo escribió diariamente un artículo en gallego y otro en español, primero en Galicia y luego también en El Pueblo Gallego.

En 1933, de regreso de Londres y establecido en Madrid, Dieste ve como Juan Pueyo le publica la primera edición del poemario en español Rojo farol amante (al que el autor añadiría seis poemas en 1940) y el mismo editor-impresor se ocupa de Buscón poeta y su teatro. Recorrido espiritual y novelesco del mundo, de su hermano Eduardo Dieste (1881-1954), que incluye dibujos de Arturo Souto (1902-1964) y dos poemas-prólogo, uno de Rafael Dieste y el otro de Mariano Gómez.

Al año siguiente aparece Quebranto de doña Luparia y otras farsas, que además de la obra que da título al volumen reúne farsas que el autor había puesto a prueba en el Teatro de Guiñol de las Misiones Pedagógicas: «Duelo de máscaras», «Curiosa muerte burlada» y «La amazona y los excéntricos». Este volumen se incluye en las Publicaciones de Teseo de la Agrupación de Artistas y Escritores de España y América, si bien el pie editorial es de José M. Yagües y se indica como imprenta la de José Pueyo.  El mismo caso se da en el libro de ese mismo año 1934 de Eduardo Dieste Teseo: introducción a la lógica del arte. Clasicismo, impresionismo, cubismo, futurismo, expresionismo, que lleva un epílogo de Rafael Dieste. Al año siguiente aparecería el primer número de la revista P.A.N. [Poetas Andantes y Navegantes] Revista Epistolar y de Ensayo (enero-junio de 1935), dirigida por José Otero Espasandín (1900-1987), impresa por Pueyo y distribuida por SGEL. En ella, entre cuyos colaboradores estaban Eduardo Dieste, Eugenio Fernández Granell (1912-2001), Antonio Sánchez Barbudo (1910-1995), Antonio Espina (1891-1972) y Jules Supervielle (1884-1960), entre otros, Rafael Dieste publica una reseña del mencionado Buscón poeta firmándola como Gerineldos Delamar, además de dos poemas de Rojo farol amante («Montaña» y «Reconocimiento»), mientras que Eduardo comentaba ese mismo libro con el seudónimo Dr. Sintax.

Hasta 1936 no aparece, gracias a la recomendación de Pedro Salinas (1891-1951), el ensayo La vieja piel del mundo. Sobre el origen de la tragedia y la figura de la historia, con pie editorial de la madrileña Signo e impreso en Gráficas Reunidas, con un dibujo en la cubierta de Ramon Gaya (1910-2005). Al parecer, buena parte de la primera tirada de esa edición fue víctima de los primeros bombardeos sobre Madrid, que afectaron muy sensiblemente los depósitos de Signo.

Durante la guerra, Dieste despliega una actividad creativa y organizativa muy notable, en El Mono Azul, como director del Teatro Nacional y de la compañía Nueva Escena, codirigiendo El Combatiente del Este y sobre todo la revista Hora de España, en la que confluyeron muchos de los artífices de P.A.N., etc., pero lógicamente (teniendo en cuenta el resultado de la guerra), pasarían varias décadas hasta que pudieran volver a publicarse en España libros suyos. Un libro políticamente tan inocuo como el Diálogo de Manuel y David se imprimió en los Talleres de Artes Gráficas de El Faro de Vigo en mayo de 1965, y ¿Qué es un axioma? Movilidad y semejanza en el mismo sitio en septiembre de 1967, pero el deseo de continuidad se expresó en el hecho de que ambos libros se presentaban como producto de unas nuevas Ediciones Teseo, domiciliadas en la calle Reconquista 1 de Vigo y distribuidas por Galaxia.

Siempre de izquierda a derecha: de pie, el científico y escritor Xosé Otero Espasandín (1900-1987), Rafael Dieste, el doctor Antonio Baltar y Luis Seoane; sentadas, Mireya Dieste, Carmen Muñoz y Maruxa Fernández. Buenos Aires, 1943. Fotografía procedente de la publicación galleguista A Nosa Terra.

Así pues, la primera edición del mejor y más traducido libro de cuentos ‒¿novela?‒ de Dieste, Historias e invenciones de Félix Muriel (1943), salió en Buenos Aires, en la colección Nova de Emecé y de los talleres de la imprenta de Manuel López de esa ciudad. Previamente la entonces aun incipiente Editorial Sudamericana le había publicado su traducción al español de Tierra de los hombres, de Saint Éxupéry (que la editorial cordobesa Berenice recuperó en 2003) y de la imprenta de Iglesias Madera había salido la ya aludida segunda edición de Rojo farol amante, que incorporaba una viñeta de Luis Seoane (1910-1979) y un retrato del autor obra de Manuel Colmeiro y con la que se iniciaba en Emecé la colección Dorna (además, también la López había impreso los 478 ejemplares del librito de Dieste Colmeiro. Breve discurso acerca de la pintura. Con el ejemplo de un pintor para).

En las colecciones que Arturo Cuadrado Moure (1904-1998) y Luis Seoane dirigían para la editorial Emecé encontró amistosa acogida Dieste, que traduce para Dorna la edición bilingüe de De catro a catro (1940), de Manuel Antonio. Además, para las efímeras Ediciones Resol de Cuadrado escribe el prólogo al libro de litografías de Seoane Muñeira (1941) y colabora en iniciativas periodísticas del exilio gallego en Argentina como Correo Literario o De Mar a Mar. Sus relaciones amistoso-profesionales tendrán continuidad cuando Cuadrado y Seoane creen con la Imprenta López y Lorenzo Varela (1917-1978) la editorial Nova, donde Dieste publica un prólogo al libro de dibujos a tinta de Seoane Homenaje a la Torre de Hércules (1944), del que se hace una tirada de cuatrocientos ejemplares numerados.

Su actividad editorial se había ampliado además a finales de 1941 con su participación en la gestación de Nuevo Romance con Rafael Alberti, Francisco Ayala y Lorenzo Varela, y de cuya contabilidad debía ocuparse (en sus memorias Ayala le atribuye el grueso de la responsabilidad en el fracaso de este proyecto editorial). Pero más importante fue que Dieste y su esposa, Carmen Muñoz, fueran contratados para hacerse cargo de la dirección de Atlántida, la editorial fundada por Constancio C. Vigil en 1918 y especializada en libro infantil y educativo, y desde donde pudieron contribuir, según explica Fernando Larraz, a la supervivencia económica de muchos otros exiliados republicanos. En la Biblioteca Biliken de Atlántida publicaría además Dieste adaptaciones del Tartarín en Tarascón, de Daudet (con ilustraciones de Lisa) y El conde Lucanor de Don Juan Manuel (ilustrado por Castelao) ‒y otros con el seudónimo J. Plasencia‒, así como libros didácticos exitosos, como la muy reeditada Pequeña clave ortográfica (1956), que la madrileña Escuela Española aún reeditó en la colección Práctica Educativa en 1982, o el Nuevo tratado del paralelismo (1956).

Aun así, sin duda el libro en español más importante que publicó Dieste en Atlántida fue Viaje, duelo y perdición (1945), que incluye versiones revisadas de Viaje y fin de Don Frontán (como «tragedia»), Duelo de máscaras y La perdición de Doña Luparia, al que poco después se sumaría en la colección de Ensayos Breves de Sudamericana Luchas con el desconfiado (1948), que reunía «Sobre la Libertad Contemplativa» y «El Alma y el Espejo».

De esos mismos años es su colaboración en Imágenes de España (1946), un libro de fotografías seleccionadas por Manuel Colmeiro y Luis Seoane el que acompañaban poemas de Alberti y Varela y textos en prosa de Alejandro Casona (1903-1965) y Dieste, y que publicó en Buenos Aires la Unión Internacional de Socorro a los Niños.

Cuando a mediados de los años sesenta regresó a Rianxo, empezó un goteo de ediciones de Dieste en español, que cobró vigor con la edición en Alianza de Historia e invenciones de Félix Muriel (1973), que en 1985 se incluiría en Letras Hispánicas de Cátedra editado por Estelle Irizarry (1937-2017), y prosiguió con el Testamento geométrico (1975) en Del Castro, al que Roberto Bolaño (1953-2003) haría un guiño en la novela 2666, la versión definitiva del Viaje, duelo y perdición (1979) en los Libros Hiperion de Jesús Munárriz, la edición en dos volúmenes del Teatro (breve) a cargo de Manuel Aznar Soler para Laia en 1981, el Rojo farol amante como cuarto número de la colección España Peregrina de la fallida Molinos de Agua en 1982 (con prólogo de Javier Alfaya), La isla. Tablas de un naufragio como estreno en 1985 de la colección Memoria Rota de la editorial Anthropos y De los archivos del Trasno (1987) traducido y prologado por César Antonio Molina para la colección Austral de Espasa Calpe.

Sin embargo, a partir de entonces la presencia de la obra en español de Dieste en las librerías, sin que sea fácil encontrarle explicación, fue diluyénsoe, pese a excepciones notables como el excelente Fragua íntima. Aforismos 1926-1975 (1991) preparado por Arturo Casas para la colección Esquío de Poesía de la Sociedad de Cultura Valle-Inclán, que con buen tino las modestas editoriales Thémata y Apeadero de Aforistas recuperaron en 2021. En cambio, y aunque la edición de sus obras completas quedaron paralizadas, Rafael Dieste es un clásico muy presente de las letras gallegas.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler, «Rafael Dieste en el teatro de las maravillas» y «El teatro de Rafael Dieste durante la guerra civil», en Rafael Dieste, Teatro, Barcelona, Editorial Laia (colección Laia B núm. 1), vol. I, pp. 7-58 y vol II, pp. 7-37, respectivamente.

Arturo Casas, «Rafael Dieste: reescritura dramática y teorización teatral», en Manuel Aznar Soler, ed., El exilio teatral republicano de 1939, Barcelona, Gexel-Cop d’Idees (Sinaia 4), 1999, pp. 233-246.

Estelle Irizarry, «Introducción» a Rafael Dieste, Historias e invenciones de Félix Muriel, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas 233), 1985, pp. 9-80.

Fernando Larraz, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio-HLER 12), 2018.

José Ramón López García, «Amistad a lo largo: el epistolario entre Arturo Serrano Plaja-Claude Bloch y Rafael Dieste-Carmen Muñoz (1940-1951)», en Manuel Aznar Soler, ed., Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio, Anejos IX), 2006, pp. 627-646.

Moncho Pernas y  Carlos Estévez «Rescate de Rafael Dieste», Triunfo, núm-612 22 de junio de 1974, pp. 50-52.

Lucila Gamero Moncada (o de Medina): releída, reinterpretada y reeditada.

En la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos se conserva ‒salvo error‒ el único ejemplar conocido de la primera edición de la novela Adriana y Margarita, probablemente la obra con la que en 1897 arranca la historia de edición de novelas hondureñas. Su autora, Lucila Gamero Moncada (1873-1964) era entonces una veinteañera, pero llegaría a convertirse en una de las principales pioneras del feminismo latinoamericano de su época.

Lucila Gamero Moncada

Aun así, ya hacía tiempo que se había estrenado como novelista, pues de 1891 es Amelia Montiel, que publicó en la cabecera que dio acogida al grueso de escritores románticos y modernistas hondureños, La Juventud Hondureña. Revista Científico-Literaria quincenal (1891-1897), donde el texto de Gamero apareció seriado entre el número 17 (31 de marzo de 1892) y el 20 (20 de junio del mismo año).

Adriana y Margarita, en cambio, pudo publicarse gracias a la financiación del padre de la autora (el doctor Manuel Gamero Idiáquez), y apareció en 1897 en la Imprenta Nacional, que no hacía mucho tiempo había experimentado cambios notables. En 1889, el gobierno había encargado al rector de la Universidad Central de Honduras, Antonio Ramírez Fontecha, la modernización de la empresa, y éste había viajado a España para contratar al litógrafo Italo Ghizzoni, que se estableció en Honduras acompañado del español Manuel Fatuarte González para dar un impulso a la imprenta estatal. Reconvertida en Litografía Nacional, su renacimiento fue acompañado, según un acuerdo fechado el 30 de enero de 1891, de la creación de la Escuela de Artes y Oficios (en la que fueron docentes tanto Ghizzoni como Fatuarte).

Lucila Gamero de Medina

Además de Adriana y Margarita, también en 1897 y en la misma imprenta había publicado unos meses antes Gamero Páginas del corazón, que previamente había ido apareciendo por entregas en la Revista del Archivo y Bibliotecas Nacionales. Asimismo, no son pocos los cuentos de Gamero que van diseminándose en la prensa periódica de esos años, y que en algún caso reuniría luego en forma de libro. Fue ese un año muy ajetreado para Lucila Gamero, pues es también en el que se casa con Gilberto Lorenzo Medina, un acaudalado terrateniente once años mayor que ella.

Se produce entonces un hiato en la publicación de libros de Gamero que no se cierra hasta 1908, cuando publica una novela escrita en 1903, Blanca Olmedo: una obra de corte romántico que se ha comparado con la de Jorge Isaacs (1837-1895) María (1867), lo que quizá dé idea del carácter epigonal de la novelística gameriana, pero cuyos diálogos y ritmo de la prosa han sido comparados también con Galdós y cuya carga crítica con las estructuras patriarcales la han convertido en el siglo XXI en una novela muy revisitada. Considerada su obra cumbre, es también su novela más conocida y reeditada, aunque esa primera edición está rodeada de cierto misterio. Existe una edición ‒probablemente no venal‒ de 258 páginas sin fecha, con pie de la librería Excélsior (que regentaba su primo Roberto Gamero), que se presenta como una segunda edición salida de la barcelonesa Imprenta Clarasó, y así se consigna en los volúmenes 10-11 de la Revista del Archivo y Bibliotecas Nacionales en 1931. Por si fuera poco, parece haber sido el único libro publicado con pie de esa librería, que tal vez la reimprimió en años posteriores. Cabría la posibilidad que ese pie editorial respondiera a un subterfugio para evitar posibles problemas si la agria crítica social y religiosa contenida en la novela suscitaba reacciones violentas; pero a principios del siglo XIX la Imprenta Clarasó aún no existía, así es que lo más probable es que esa segunda edición ‒que debía de ser muy corta‒ sea probablemente de 1930 o a lo sumo 1931. Juan Ramón Martínez, por su parte, menciona como responsable de la primera edición de Blanca Olmedo, que no he sabido localizar, los talleres de la Editora Nacional (¿Tipografía Nacional?).

En cualquier caso, de nuevo se produce un parón en cuanto a la publicación de libros, pues hasta 1941 no aparece un volumen que recoge seis cuentos, Betina, en los mismos Talleres Tipográficos Nacionales, en Tegucigalpa (y que en 1974 publicaría en México la editorial Diana). Aida, novela regional, aparece siete años después (en 1948) con pie de Danli, Impresión, que no parece una empresa que se dedicara con ninguna regularidad a los libros.

Es en 1954 cuando se inicia en México una presencia más constante de la obra de Gamero, y concretamente en una editorial dedicada sobre todo a la literatura popular y de género, Constancia. Si bien en 1953 la editorial Constancia había publicado una reedición del clásico en su materia Diseño de semántica general (publicado en 1917 como El Alma de las palabras), de Félix Restrepo (1887-1965), y en 1952 le había publicado a Antoniorrobles (Antonio Joaquín Robles Soler, 1895-1983) Albéniz, genio de Iberia, con ilustraciones de Vicente Valtierra Lugo, el grueso del catálogo de Constancia lo conformaban novelas del Oeste (la serie de Hopalong Cassidy, de Tex Burns, por ejemplo), de ciencia ficción (Asimov, Kornbluth, Sax Rohmer), sentimentales (El rebozo de Soledad, de Xavier López Ferrer, o Hospital general, del fascista español Manuel Pombo Angulo ) e incluso libros de cocina y de autoayuda (como Véase joven y viva más o Sea más feliz y más saludable, de Gayelord Hauser). Del mismo 1954 es, en contraste, 13 ½ cuentos, del exiliado catalán Josep M. Francès (1891-1966), donde se recogen relatos hasta entonces dispersos en prensa catalana, francesa, argentina y mexicana con otros inéditos, y precedidos de un prólogo del poeta cordobés Juan Rejano (1903-1976).

Constancia publica a Gamero en 1954 un volumen con la novela La secretaria y dos relatos vinculados a ella («Odio» y «Cocaína») y otro con la novela Amor exótico acompañada de cuatro «cuentos regionales» («La modelo», «Sor Susana», «La prueba» y «Drama en el campo»). Al año siguiente es la Editorial Diana de José Luis Ramírez Cuerda y José Luis Ramírez-Cota la que retoma el hilo de la publicación en México de la obra de Gamero con El dolor de amar, novela regional y psicológica, si bien hasta 1974 no volverá a publicarla (una reedición de Betina).

A la muerte de la autora siguió un nuevo y prolongado silencio hasta que en los años noventa se inició un intenso proceso de recuperación y relectura de las obras de Lucila Gamero que ya no se ha detenido y que en Europa se ha reflejado en el siglo XXI, por ejemplo, en su inclusión en la Antología de escritoras latinoamericanas del siglo XIX preparada por Susanna Regazzoni para Cátedra en 2012 o en el ensayo de Silvana Serafin Una nueva autonomía de pensamiento y estética en la novela «Blanca Olmedo» (publicado en Salerno por las Edizioni Arcoiris), al margen de la notable cantidad de reediciones y estudios que ha suscitado su obra en Honduras y, en menor medida, en México.

Fuentes:

Jorge Alberto Amaya Banegas, Libros, lectores, bibliotecas, librerías, clase letrada y la nación imaginada en Honduras, 1876-1930, Tegucigalpa, Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, 2009.

Emma E. Matute del Cid, «Blanca Olmedo: cien años, muchas lecturas», prólogo a Lucila Gamero de Medina, Blanca Olmedo, Tegucigalpa, Editorial Guaymuras, 2008 (edición del centenario), pp. 7-17.

Consuelo Meza Márquez, «Lucila Gamero Moncada, primera novelista centroamericana e iniciadora de una tradición disruptiva en la escritura de mujeres», prólogo a Lucila Gamero, Odio, México, Universidad Nacional Autónoma de México (colección Novelas en la Frontera), 2020, pp. 7-26.

Silvana Serafín, «Escritoras y sociedad. El caso de Lucila Gamero de Medina», Centroamericana, núm. 21 (2011), pp. 69-94.

Primeras impresiones en la República Dominicana

Comparado con los países de su entorno, la República Dominicana acogió de modo algo tardío la primera imprenta, y en circunstancias un poco peculiares. En todos los países americanos, desde 1492 en adelante, al margen de las complicaciones de carácter técnico (dificultad para la importación de maquinaria y repuestos, sobre todo) la existencia de una muy rígida censura de raíz hispánica constituía un freno a cualquier tentativa audaz de poner en marcha un negocio de estas características, cosa que no empezó a cambiar de modo substancial hasta la proclamación en España de la conocida como Constitución de Cádiz, en 1812.

No obstante, en el caso de la República Dominicana, al parecer la llegada de la imprenta está estrechamente vinculada con un acontecimiento histórico de muy distinto signo, el Tratado de Basilea del 22 de julio de 1795 que puso fin a la guerra de la Convención. Como consecuencia de estos acuerdos, España cedió a Francia parte de la isla caribeña de La Española, y con la comisión que llegó al Caribe para tomar posesión de este territorio viajaba un impresor, Joseph Blocquerest, de cuya biografía no se sabe gran cosa pero sí que uno de los primeros trabajos que hizo en Santo Domingo fue precisamente una versión francesa del tratado, al que siguió también en 1800 la Novena para implorar la protección de María Santísima por medio de su imagen de Altagracia, que le encargó el preboste Pedro de Aran y Morales. En 1801 añadió a esta labor la impresión de los estatutos de la incipiente universidad.

El que se tiene por el primer «libro» es apenas un folleto de ocho páginas conteniendo el extenso poema (catorce estrofas de ocho versos cada una) A los vencedores de Palo Hincado, en la Acción del 7 de Noviembre de 1808, de José Núñez de Cáceres (1772-1846), que no aparecería hasta 1820, a cargo de la imprenta del gobierno.

Sin embargo, en 1807 había empezado a circular el Boletín de Santo Domingo, órgano del gobierno francés en el país, y al año siguiente del poema de Núñez de Cáceres se pone a la venta el primer número del efímero Telégrafo Constitucional de Santo Domingo, dirigido por el periodista canario Antonio María Pineda Ayala (1781-1852) y cuya fecha de puesta en circulación es el punto de referencia del Día Nacional del Periodista (5 de abril).

Imagen de Manuel Rodríguez Objío

Con la creación en 1854 de la sociedad Amigos de las Letras, impulsada por José Gabriel García (1834-1910), Manuel Rodríguez Objío (1838-1871) y el novelista Manuel de Jesús Galván (1834-1910) y que puso en pie el periódico Flores del Ozama y la Revista Quincenal Dominicana y estableció el primer teatro de ambición artística, se inicia la literatura dominicana moderna. Sin embargo, habría que esperar hasta 1866 para la publicación de un texto literario perdurable, La Campana del higo (Tradición dominicana), del periodista Francisco Javier Angulo Guridi (1816-1844), a cargo de la primera imprenta importante, García Hermanos, que se considera la primera empresa editorial propiamente dicha y que habían creado en 1862 los hermanos gemelos José Gabriel García (1834-1910) y Manuel de Jesús García (1834- c.1908). Si bien habían empezado imprimiendo remendería y textos menores, por esos mismos años esta casa publicó también algunos libros destinados a la enseñanza, como Elementos de Geografía física, política e histórica de la República Dominicana, de Fernando Arturo de Meriño, o el Compendio de la historia de Santo Domingo arreglada para el uso de las escuelas de la República Dominicana, preparado por uno de los hermanos de los propietarios, José Gabriel García. Más adelante saldrían de esa imprenta algunos libros muy importantes, como la Lira de Quisqueya (1874), donde José Castellanos compila poemas de los grandes nombres del momento, como Josefa Perdomo (1834-1896), el mencionado Manuel Rodríguez Objio, Apolinar Tejera (1855-1922),  Salomé Ureña (1850-1897), etc., acompañándolos de breves biografías de primera mano. Si bien se le tiene por el primer libro de poesía publicado en la República Dominicana, ya en 1823 el poeta Esteban Pichardo y Tapia (1816-1884) había publicado un pionero libro de la poesía dominicana en La Habana (Miscelánea poética), en la Imprenta de la Universidad y del Comercio de Antonio M. Valdés. De importancia equivalente y en una línea similar pero con intención distinta se sitúa el libro de José Gabriel García El lector dominicano. Curso gradual de lecturas compuesto para uso de las Escuelas Nacionales, que saldría de la Imprenta de García Hermanos en 1894.

Salomé Ureña

Por esos mismos años, en 1870, de la Imprenta radicada en Azúa La Progresista sale el libro A la heroica ciudad de Azúa, de Lorenzo Puente Acosta, quien dos años antes había publicado en San Juan de Puerto Rico su Biografía del Maestro Cordero. Según señala Médar Serrata, se inician en esta década «una serie de cambios en la estructura económica, demográfica y cultural que dieron un impulso significativo a la impresión de libros y publicaciones periódicas».

Al inicio de esa década empieza a publicarse la primera revista importante, El Estudio (1878-1881), una iniciativa de la sociedad Amigos del País (fundada en 1871) que impulsó la literatura dominicana dando cabida en sus páginas a textos de la poeta Salomé Ureña, entre muchísimos otros. De 1879 es la primera parte de la novela histórica indigenista del mencionado Manuel de Jesús Galván Enriquillo, leyenda histórica dominicana (1503-1533), impresa en el Colegio de San Luis de Gonzaga del padre Francisco Xavier Billini (1837-1890), que en la década siguiente se beneficiaría de la llegada de tipógrafos y prensistas procedentes de la isla de Curazao, como fue el caso de Isaac Flores y del ex esclavo Gerardo Pieter (padre del luego eminente oncólogo y filántropo Heriberto Pieter Bennet). En 1882 salió la edición definitiva de Enriquillo en la imprenta García Hermanos, y el mismo año la Imprenta de El Pueblo publicaba el poemario La industria agrícola, de José Joaquín Pérez.

Otra edición que merece la pena consignar es el libro del periodista y escritor Francisco Javier Angulo Guridi (1816-1884) Iguaniona, un drama histórico en verso que Max Henríquez Ureña calificó como «afortunada interpretación del momento histórico de la conquista» y que salió de la Imprenta de J. J. Machado en 1881 con un prólogo del poeta José Joaquín Pérez (1845-1900).

Al margen de García Hermanos, La Cuna de América fue la otra gran empresa editora a finales del siglo XIX. Creada por el militar y filántropo José Ricardo Roques (1844-1908), que se había iniciado como cajista en la imprenta de los célebres gemelos, además de la revista homónima publicó libros del conocido como Byron dominicano, Arturo Pellerano Castro (La última cruzada, en 1888), así como de Manuel Jesús Peña y Reynoso, Tulio Manuel Cestero, etc. De 1887 son el libro de Juan Antonio Alíx El ferrocarril de Samaná a Santiago, que aparece en la Imprenta de Augusto Espaillat, y Pedir peras al olmo, de José María Jiménez, que sale de la Tipografía de J. M. Vila Moral. Al año siguiente en la Imprenta San Sebastián salen los Recuerdos y opiniones, del prestigioso crítico literario de origen cubano Federico García Godoy (1857-1924), mientras que en la Imprenta de Ulises Franco Bidó se publican las Nociones de retórica y poética de Manuel Jesús Peña. La década siguiente se abre con una de las obras más representativas de la narrativa costumbrista dominicana, Cosas añejas. Tradiciones y episodios americanos (1891), de César Nicolás Person (1855-1901), que imprime Quisqueya.

Por obra de la agencia mercantil Pellerano-Atiles, en 1893 sale a la luz el periódico Listín diario, pionero en el empleo de la estereotipia, pero cuya importancia en relación a lo que aquí nos ocupa es su sección «Los lunes del Lístin», pues bajo la dirección de José Joaquín Pérez facilitó que pudieran dar a conocer su obra a los lectores los principales escritores dominicanos del momento: el poeta Emilio Prud’Home (1856-1932), el narrador y ensayista Osvaldo Bazil (1884-1946), el periodista y profesor Federico Enríquez y Carvajal (1848-1952), el poeta Apolinar Perdomo (1882-1918), el ensayista Eugenio Deschamps (1872-1933)…

El ya mencionado Billini había publicado el año anterior la muy famosa novela Baní o Engracia y Antoñita (1892) en la Imprenta del Eco de la Opinión (del que era director), que coincide con la publicación en Quisqueya de la Reseña histórico crítica de la poesía en Santo Domingo, de Penson. A medida que se acercaba el fin de siglo fueron apareciendo La flor de Jericó (1894), de José María Jiménez, de nuevo en la empresa de Vila Moral; Apuntes para la historia de San Francisco de Macorís (1894), de Juan Antoni Alix en la imprenta de Ulises Franco Bidó; los Milagros de Rafael Alfredo Deligne, precisamente en la Imprenta Ross de San Pedro de Macoris; las Notas varias (1898) de José Ramos Contreras, en la Tipografía del Listín Diario; las Impresiones (1899) de Federico García Goday, en la imprenta de J. Brache, radicada en Moca…

La edición de libros en la República Dominicana mantuvo un crecimiento sostenido en las primeras décadas del siglo XX, que se reforzó notablemente al final de 1939 con la llegada a la isla de numerosos exiliados republicanos españoles vinculados al mundo del libro y la edición.

José Ricardo Roques

Fuentes:

Joaquín Balaguer, «La cultura dominicana cuatro veces secular», La Nación, 28 de marzo de 1946.

Orlando Inoa, «La sociedad dominicana en el siglo XIX», en Frank Moya Pons, coord., Historia de la República Dominicana, vol. 2, Consejo Superior de Investigaciones Científicas- Academia Dominicana de la Historia- Ediciones Doce Calles, 2010, pp. 263-293.

Alejandro Paulino Ramos, «Historia de los medios de comunicación impresos en la República Dominicana 1821-1961», Historia Dominicana, 20 de junio de 2010.

Médar Serrata, «La edición en la República Dominicana», Editores y Editoriales Iberoamericanos (Siglos XIX-XX) EDI-RED.

Imagen de Salomé Ureña y su hijo Pedro Enríquez Ureña en un billete de quinientos pesos dominicanos.

Ricardo A. Latcham, padrino en América del libro catalán

En un artículo publicado en diciembre de 1929 en la revista chilena Atenea, el autor de Escalpelo: Ensayos críticos (1925), Ricardo A. Latcham (1903-1965), dedicó un bien informado estudio a «Víctor Català y el ruralismo en la literatura catalana» (núm. 60, pp. 591-595) que al parecer contribuyó notablemente al conocimiento internacional de la obra de la narradora que se ocultaba tras ese seudónimo masculino (Caterina Albert, 1869-1966), así como al del panorama narrativo catalán de principios de siglo. Sin embargo, esa misma labor de difusión del libro y la literatura catalana puede remontarse incluso a algunos años antes y Latcham nunca dejó de llevarla a cabo, lo cual contribuye a explicar que prologara la edición chilena de la novela de Francesc Trabal (1899-1957) Judita (1941), que en agosto del año siguiente protagonizara el acto de inauguración del Instituto Chileno Catalán de Cultura (con una conferencia titulada «Semblanza de Ramon Llull» en la Sala Medina de la Biblioteca Nacional) o que en los Jocs Florals celebrados en mayo de 1943 en Santiago de Chile actuara como uno de los mantenedores (junto a personalidades tan destacadas de la cultura catalana como la actriz Margarita Xirgu y el escritor y editor Xavier Benguerel, entre otros).

Ricardo A. Latcham

Latcham había conocido en profundidad la literatura y la cultura catalanas como consecuencia de la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo (1877-1960), que en 1927 lo llevó a exiliarse en Europa (Francia, Bélgica, Inglaterra) y a vivir en Barcelona una etapa intelectualmente muy fructífera en la que tuvo la oportunidad de relacionarse con el insigne historiador y primer presidente del Institut d’Estudis Catalans Antoni Rubio i Lluch (1856-1937), con el medievalista Ferran Valls i Taberner (1888-1942) y con el político y autor de la que se tiene por la primera historia de la literatura catalana escrita íntegramente en catalán (Literatura catalana, perspectiva general, 1917) Luis Nicolás d’Olwer (1888-1961), antes de ser discípulo en Madrid del insigne filólogo Américo Castro (1885-1972) en el prestigioso Centro de Estudios Históricos.

Durante esos años, fruto de sus relaciones personales y acaso de su facilidad para el aprendizaje de lenguas, Ricardo A. Latcham publica en algunas de las revistas culturales catalanas más importantes del momento firmando como Ricard A. Latcham, como es el caso de La Nova Revista fundada por el poeta Josep M. Junoy (1887-1955), donde en noviembre de 1928 publica un ensayo sobre la importancia y vigencia de la obra de Rilke («L’ànima melodiosa de Rainer Maria Rilke») o la Revista de Catalunya del lingüista Antoni Rovira i Virgili (1882-1949), en cuyo número 57 (agosto de 1929) aparecen sus impresiones sobre «Montserrat» en una prosa de cierto voltaje poético.

Aun así, su labor de analista y divulgador del libro catalán se hace más evidente en las páginas que por aquellos mismos años publica en la mencionada revista Atenea, donde en abril de 1929 ya aparece «La nueva poesía catalana» (en el que repasa la obra de Joan Salvat-Papasseit, Josep Carner, Josep M. López-Picó, etc., y destaca la importancia de Jacint Verdaguer). En números sucesivos de la misma revista se ocupa de Joan Maragall («El espiritualismo de Maragall» en junio y «La psicología de Joan Margall», sobre el título homónimo de Rovira i Virgili, en octubre), Víctor Català e incluso, estando ya de regreso en Chile, reseña en Atenea el libro de Gonzalo de Reparaz (1901-1984) Catalunya a les mars: navegants, mercaders i cartògrafs catalans de l’Edat Mitjana i del Renaixement, publicado en 1930 por la editorial Mentora.

Esta labor, enmarcada en el interés específico que Latcham demuestra por otras literaturas nacionales (la peruana, la colombiana), se intensifica de nuevo a finales de los años treinta, sobre todo como consecuencia de la guerra civil española y de la llegada de un numeroso e importante contingente de exiliados catalanes a Chile (Benguerel, Trabal, Joan Oliver, Domènec Guansé, Cèsar August Jordana…), de alguno de los cuales se convertirá en poco menos que mentor (en particular de Trabal, como demuestra el prólogo a la edición chilena de 1941 de Judita y la reseña crítica a la misma obra que publicó en La Nación).

Ya en 1942 el PEN Club chileno (que Latcham presidió en diferentes etapas) había acogido en su seno a los escritores en lengua catalana, que incluso habían creado una sección propia en esta institución, que a su vez sería el germen del mencionado Instituto Chileno-Catalán de Cultura. Esta última institución, en ocasiones en colaboración con el Centre Català de Santiago y la Agrupació Patriòtica Catalana, publicó algunos libros, como es el caso por ejemplo de Instituciones políticas del antiguo estado catalán (1945), del abogado Lluís Franquesa i Feliu (1908-1951), quien había presidido el Foment Catalanista Republicà de Girona (1932), Acció Catalana Republicana de Girona (1934-1938) y había presidido la Audiencia de Girona (1937), y que por entonces era el secretario del Instituto Chileno-Catalán.

Uno de los libros premiados en los Jocs Florals celebrado en Santiago de Chile fue el estudio de psicología colectiva Les formes de la vida catalana, de José Ferrater Mora (1912-1991), publicado originalmente en una edición de corta tirada en 1944 por las Edicions de l’Agrupació Patriòtica Catalana, tanto en catalán como en español. En junio de ese mismo año Latcham publicaba ya ‒en su semanal «Crónica literaria» en el periódico La Nación‒ un meditado comentario sobre este importante libro (reiteradamente reeditado e incluido en la influyente colección de Edicions 62 Les Millors Obres de la Literatura Catalana y como número 13 de la colección Biblioteca de Cultura Catalana coeditada por Alianza Editorial y Enciclopèdia Catalana).

A finales de ese mismo año, el 5 de noviembre, el mismo periódico acogía un extenso comentario de Latcham a dos de las obras más influyentes publicadas durante el exilio por el poeta Josep Carner (1884-1970): el extenso poema Nabí, cuya versión original en catalán había publicado en 1941 las Edicions de la Revista de Catalunya de Buenos Aires con un texto prologal de Josep Maria Miquel i Vergés (1903-1964) y que el año anterior se había publicado en español en la editorial Séneca de México; y el impactante y controvertido Misterio de Quanaxhuata (aparecido en México en las Ediciones Fronda de Vicenç Riera Llorca y Avel·lí Artís i Balaguer en 1943), y cuya edición en catalán no aparecería hasta 1951, con el título El ben cofat i l’altre, en la Catalunya Norte (concretamente en la editorial Proa, durante el largo período en que esta estuvo radicada en Perpiñán). Prueba de la importancia que entre los exiliados catalanes se daba a estos comentarios críticos es que la publicación de México La Nostra Revista da noticia en las páginas de su número de enero de 1946 de la aparición de este extenso estudio sobre uno de los principales poetas catalanes del momento, acompañado además de la mención de un artículo que no he sabido localizar sobre «La tragedia de Jacint Verdaguer» publicado por Latcham en la revista Zig-Zag coincidiendo con el centenario del nacimiento del poeta.

Los ejemplos mencionados deberían bastar como demostración de que Ricardo A. Latcham fue uno de los muy escasos valedores con que contaron los intrépidos editores de libros en catalán en los países americanos. Y sin embargo, la faceta como crítico literario de Latcham ‒a quien Ismael Gavilán sitúa entre «las voces cimeras de la crítica hispanoamericana del siglo XX»‒ no sólo no ha recibido en los países de lengua catalana el reconocimiento que probablemente merece, sino que su figura y la trascendencia de su labor sigue siendo bastante desconocida.

Fuentes:

Emilio Abreu Gómez, Héctor P. Agustí, Alone, Fidel Araneda Bravo y otros (entre los cuales Mario Benedetti, Enrique Lafourcade, Mariano Picón Salas y Benjamín Subercaseaux), Homenaje de Atenea a don Ricardo A. Latcham (1903-1965), (separata núm. 408 de la revista Atenea), Santiago de Chile, Editorial Universitaria 1965.

Ismael Gavilán Muñoz, «Ricardo A. Latcham: efigie de intelectual», Acta Literaria, núm. 48 (primer semestre de 2014), pp. 149-157.

Moisés Llopis i Alarcón, «La recepción de las letras catalanas en la prensa chilena entre 1940 y 1947. Reconstrucción política y difusión literaria», Anales de Literatura Chilena, núm. 28 (diciembre 2017), pp. 63-77.

Moisés Llopis i Alarcón y Jaume Subirana i Ortín, «Francesc Trabal: activisme cultural trasplantat», Els Marges, núm. 115 (prrimavera de 2018), pp. 49-74.

Exiliados republicanos españoles en la colección de Juan José Arreola Los Presentes

La pervivencia de la literatura catalana durante las primeras décadas del franquismo se sustentó sobre todo en las diversas plataformas editoriales, generalmente modestas, que los propios exiliados crearon en los países que los acogieron. Sin embargo, hay algunos casos singulares, como la publicación en 1955 del poemario de Ramon Xirau L’espill soterrat ‒que incluye algunos textos aparecidos previamente en la revista Pont Blau y prologó Agustí Bartra(1908-1982)‒, que encontró acomodo en la segunda etapa de la colección Los Presentes y constituye en ella el único título en una lengua que no es la española. No escasearon los escritores exiliados, y en particular los exiliados como consecuencia de la guerra civil española, que vieron publicados alguno de los primeros, cuando no el primero, de sus libros.

El título de esta colección, que ha pasado a la historia por haber dado la alternativa a diversos autores luego importantes, procede de unas compilaciones que en el siglo XIX hicieron célebre el escritor e impresor Ignacio Cumplido (1811-1887), y fue fundada en 1950 por un grupo encabezado por el escritor Juan José Arreola (1918-2001) del que formaban parte el politólogo, poeta y promotor cultural Jorge Hernández Campos (1921-2004), el ensayista, narrador, traductor, periodista y profesor Enrique González Casanova (1924-2004) y el poeta y profesor de origen nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985).

Inicialmente publicaron unas exquisitas plaquettes de entre 8 y 20 páginas en un formato de 24 x 17 con diseño de Alí Chumacero (1918-2010), la primera de las cuales fue el poemario de Ernesto Mejía Sánchez El retorno, con una viñeta de Ricardo Martínez en la cubierta, del que se tiraron cien ejemplares numerados. A este siguieron Yo de amores qué sabía, de Francisco Tario (Francisco Peláez, 1911-1977); Sonetos, de Carlos Pellicer (1897-1977); Cuentos ( «El lay de Aristóteles», «El discípulo», «La canción de Peronelle», «Epitafio para una tumba desconocida» y «Apun­tes de un  rencoroso»), de Arreola; Poética, de Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013); el librito de grabados Homenaje a Sor Juana, de Juan Soriano (1920-2006); El hermano menor, de Jaime García Terrés (1924-1996); Cuentos: Una de cada tres y El centenario, de Augusto Monterroso (1921-2003), y El retrato de mi madre, de Andrés Henestrosa (1906-2008), a los que hay que añadir el libro, de noventa páginas, Breve diario de un amor perdido, de Tario, ya en 1951, con el que se cerraba la primera etapa de la colección.

En 1954 se inicia la serie de libros de mayor empaque con la que Los Presentes se convertirá en referencia en cuanto a descubrimientos de nuevos autores importantes, y es entonces cuando incorpora a su catálogo a varios miembros de la segunda generación del exilio republicano español de 1939, además de a otros de sus representantes más insignes (como Max Aub o Simón Otaola).

Tras unos primeros títulos hoy impresionantes (el primer libro de relatos de Elena Poniatowska y el primero de cuentos de Carlos Fuentes), en 1954 se publica como tercera entrega de la colección el relato Primavera muda, del entonces veinteañero valenciano Tomás Segovia (1927-2011), que se presentaba con una viñeta del murciano Ramón Gaya (1910-2005) en la cubierta. Las tiradas habían pasado a ser de quinientos ejemplares (setecientos en el caso del de Poniatowska, lo que acaso pueda interpretarse como un exceso de optimismo).

El séptimo número de esta segunda serie fue  el libro de cuentos del más veterano Max Aub (1903-1972) Algunas prosas, que luego quedaría subsumido en la edición de la barcelonesa Picazo La uña y otras narraciones (1972), pero el undécimo vuelve a corresponder a la obra de un hijo de exiliados, César Rodríguez Chicharro (1930-1984), con el poemario Eternidad es barro (1955), quien hasta entonces sólo había publicado Con una mano en el ancla (1952), impreso en los Talleres Gráficos de la Nación (donde trabajaba como cajista y corrector mientras cursaba estudios de lengua y literatura españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México).

También de 1955 son los Cuentos para vencer a la muerte, del debutante santanderino José de la Colina (1934-2019), con viñeta del Alberto Gironella (1929-1999) (número 19 de la colección), y Bertín, la única novela que publicó (no la única que escribió) el bilbaíno Roberto López Albo (1924-). Y todavía de 1955 es Siete poemas, un libro del que se tiraron ciento veinticinco ejemplares y que según escribió Óscar Mata «Tomás Segovia preparó y pagó la edición y pidió a Juan José Arreola permiso para usar el pie de imprenta de Los Presentes», así como Elegías, del filólogo y poeta nacido en Sant Feliu de Guíxols José Pascual Buxó (1931-2019), de las que se tiraron cien ejemplares.

A todos estos títulos cabe añadir el libro de relatos con que se estrenó como escritor de ficción el bilbaíno Rodrigo Mendirichaga (n. 1931), Un alto en el desierto (1956), del que se tiraron seiscientos ejemplares, Estos cojos del camino (1957), de Pío Caro Baroja (1928-2015), que había llegado a México en mayo de 1953 y acababa de incorporarse al cine mexicano como director con el cortometraje La Trinidad, S.A., y el libro de cuentos de Simón Otaola (1907-1980) El lugar ese…, que fue el último publicado bajo la responsabilidad de Arreola.

 Vale la pena consignar que, si bien Un alto en el desierto fue el número 48 y El lugar ese… el 61, el número 51 corresponde a la primera edición (con sólo nueve cuentos) de Final del juego (1956),de Julio Cortázar (1914-1984), quien hasta entonces había publicado únicamente Bestiario, en la argentina Editorial Sudamericana. A lo que hay que añadir por esas mismas fechas la recepción de un original de cuentos de Gabriel García Márquez (1927-2014), en un momento en que Arreola estaba gestionando la venta de la colección al librero Emilio Obregón, quien según cuenta Arreola en sus memorias «no editó nada durante el tiempo en que tuvo Los Presentes en sus manos, no tenía idea de lo que era el trabajo de editor y por eso un poco más tarde la vende a Pedro Frank de Andrea, quien la retoma y publica muchos títulos más».

El editor y activista político de origen canadiense Pedro Frank de Andrea (1912-1989), en el seno de la editorial que llevaba su nombre (Ediciones de Andrea), prosiguió con la labor emprendida, si bien globalmente su éxito fue bastante menor en cuanto al descubrimiento y promoción de nuevas voces. Aun así, siguió acogiendo obra de escritores españoles en una proporción importante, y de esta última etapa se incluye por ejemplo a Manuel Andújar (un libro de teatro con El primer juicio final, Los aniversarios y El sueño robado en 1962), a Josep Maria Camps (Tres obras dramáticas en 1961 y Dos Farsas en 1962) a Xavier Icaza y Ramon Xirau (De Chalma y de Los Remedios en 1963), al hispanomexicano Roberto Ruiz (la novela Plazas sin muros en 1960), a Ramón J. Sender (El diantre en 1958)…

A menudo se ha destacado la importancia del Fondo de Cultura Económica como editorial de acogida de los intelectuales y escritores del exilio republicano de 1939, sobre todo porque en él desempeñaron además funciones y tareas profesionales diversas muchos de ellos, pero, si se observa en proporción a la producción editorial, vale la pena subrayar también la importancia de la colección Los Presentes como la oportunidad que tuvieron muchos de ellos, y en particular los hispanomexicanos, de dar a conocer sus primeras obras, después de participar en iniciativas editoriales generalmente muy modestas y cuyo radio de influencia era mucho más restringido.

Fuentes:

Orso Arreola, El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, México, Diana, 1998.

José Ramón López García «Primeras poesías de Ramon Xirau», Exils et migrations ibériques au XXe siècle, núm. 8 (2000), pp. 253-274.

Jacinto Martínez Olvera, «Semblanza de Editorial Los Presentes (1950- 1964)», en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2017.

Óscar Mata, «Los Presentes del maestro editor Juan José Arreola», Literatura Mexicana, vol. 13, núm. 2 (2002), pp. 187-214.

Óscar Mata, «Los Presentes», en Enciclopedia de la Literatura en México, 20 de marzo de 2018.

El primer editor de Josep Pla, de Manresa a Buenos Aires

Ignasi Armengou

Los dos nombres que han pasado a la historia como los editores del irrepetible prosista catalán Josep Pla (1897-1921) son sin ninguna duda Josep Maria Cruzet (1903-1962) en Selecta y Josep Vergés (1910-2001) en Destino. Sin embargo, ninguno de ellos fue el primero en editar una obra suya, sino que tal honor corresponde a Ignasi Armengou i Torra (1895-1954).

Armengou se habíia bregado desde muy joven como periodista en su Manresa natal, primero en la revista Cenacle (1915-1917), donde firmaba como J. de Riudor y cuyas páginas albergaron textos de Joaquim Ruyra (1858-1939), Carles Riba (1893-1959), Joan Arús (1891-1982), Manuel Brunet (1889-1956) y un joven Josep Pla que justo entonces empezaba también a foguearse en revistas comarcales.

Posteriormente fundaría el periódico nacionalista Joventut (1918), donde destaca el nombre de quien sería gran cultivador del género del reportaje Josep M. Planes (1907-1936), dirigiría El Pla de Bages y colaboraría en la continuación de Cenacle, Ciutat (1926-1928), antes de convertirse en un habitual de las publicaciones barcelonesas (Mirador, La Publicidad y, firmando como Màrius Vidal, en el órgano de los socialistas catalanes del momento, Justicia Social).

La idea de crear una editorial que se abriera a publicar en catalán un tipo de libros de gran aceptación pero de intención no estrictamente estética, y que contribuyera además a la profesionalización de los escritores catalanes se ha atribuido tanto a Josep Pla como a Manuel Brunet e Ignasi Armengou, pero en cualquier caso, según la versión de Pla, Armengou le escribió a París proponiéndole publicar en forma de libro una combinación de algunos de sus mejores artículos periodísticos con algunos textos originales, así que, si podemos creerle, en la iniciativa de Armengou está el orígen del Pla autor de libros.

En un interesante artículo publicado en La Publicitat el 30 de abril de 1925, titulado con mucha agudeza «Per una editorial independent» y escrito en primera persona del plural, Pla describía el proyecto como la iniciativa de unos cuantos amigos que deseaban ver publicados «llibres catalans de caràcter independent». Menciona además los cuatro primeros títulos programados: una novela de Brunet, un libro de memorias de Eugeni Xammar (1888-1973), una recopilación de cuentos de Ramon Raventós (1882-1923) y el aludido libro ideado por Armengou (sin mencionarlo), y expresa también la voluntad de publicar, inicialmente, cuatro títulos anuales a modo de prueba, pero con la exclusión explícita del género poético. El propósito sería dar voz a lo que llama «escriptors independents», que según él eran rechazados por grupos como el de La Revista por motivos extraliterarios (pone como ejemplo Concepte general la ciència catalana, de Francesc Pujols).

Es curioso el ejemplo de La Revista porque en los tres primeros libros editados por Diana aparece como sede el número 125 de la Rambla Catalunya, el mismo edificio que albergaba esa publicación (y también de la colección La Novel·la Estrangera de Ventura Gassol i Joan Gols), y más tarde aparece como tal la calle Petritxol, número 5. Otro de los cambios que se produjo en la trayectoria de esta editorial fue el de impresor. Hasta 1926 el impresor es Eduard Castells, si bien en su epistolario Armengou daba por hecho que los imprimiría la prestigiosa Altés, pero luego pasa a serlo Antoni López Llausàs.

En realidad, las heterogéneas Ediciones Diana estrenaron en la primavera de 1925 una Bibblioteca d’Escriptors Independents con Coses vistes, de Pla (que según dejó escrito tuvo dos ediciones de dos mil ejemplares) y El meravellós desembarc dels grecs a Empúries de Brunet, pero en contra de los previstos a estos siguieron ese mismo año Ma vida en doina. Memòries del Doctor Verdós, de Joan Santamaria (1884-1955) y Rússia, de Pla. Al año siguiente se publicaron La llanterna màgica, de Pla, La filla d’en Tartarí, de Santamaria y (fuera de colección y con ilustraciones de Joan Llaverias) L’anell dels Nibelungs, una de las primeras obras de Cèsar August Jordana (1893-1958), que por entonces era uno de los colaboradores de la Sociedad de Estudios Militares (SEM), dato que luego cobrará sentido.

Este desnortado proyecto editorial llegó finalmente a publicar solo cuatro títulos más: L’apòstol (1927), de Santamaria, La caravana (1927), de Josep Maria Millàs-Raurell (1896-1971), Relació (1927), de Pla, y El conspirador sentimental, de Francesc Madrid (1900-1952).

En 1967, al reconstruir las vicisitudes de Rússia (libro del que dice que se hicieron «cinco reediciones seguidas ‒5000 ejemplares‒ en un espacio muy corto de tiempo»), explicó Josep Pla:

Ignacio Armengou tuvo la desgracia de nombrar depositario general y distribuidor del libro a un individuo que tenía una librería en la Rambla de Catalunya, muy cerca del cine Kursaal. Mientras se agotaba la quinta reimpresión y Armengou se ponía manos a la obra con la sexta, constató que el depositario general se había llevado el pastel sin hacer ninguna liquidación. Nadie, que yo sepa, lo ha vuelto a ver. Armengou, con toda esta historia, perdió mucho tiempo y bastante dinero.

Es muy probable que la librería a la que alude sea la Llibrería Italiana que habían fundado el abogado y pintor Magí Sandiumenge (1885-1930) como socio capitalista, que murió pocos años después en Guinea Ecuatorial, y de la que entre 1923 y 1926 (durante la dictadura primorriverista) fue gerente Miquel Ferrer i Sanxís (1899-1990), quien por su implicación en un intento fallido de asesinar al rey Alfonso XIII (complot del Garraf) sería condenado a seis años de prisión.

La Llibrería Italiana, que ocasionalmente actuó como editora ‒Joventut del príncep, de Wilhelm-Meyer Foster en 1924‒ tenía fama de ser un nido de independentistas y era vigilada por las autoridades represivas primorriveristas, que acabaron por cerrarla. Lo cierto es que allí se celebraban las clases teóricas de instrucción militar organizadas por la Societat de Estudis Militars (uno de cuyos objetivos era crear un ejército catalán) e impartidas por Miquel Àngel Baltà (1892-1964).

El librero Miquel Ferrer dejó en sus memorias el siguiente retrato de Armengou, que acudía en ocasiones a la librería (traduzco):

Ignasi Armengou, un abogado joven, que con el tiempo sería director de la Oficina de Turismo de la Generalitat de Catalunya, ubicada en la Gran Vía, era uno de los primeros afiliados a la Unió Socialista de Catalunya y un asiduo colaborador de Justicia Social. No sé cómo, entabló buena amistad con Manuel Brunet, por entonces redactor del diario Las Noticias de Barcelona.

En cualquier caso, concluida esta aventura (que sorprendentemente Farreras Duran calificó como «uno de los éxitos más remarcables durante la dictadura del 1923 al 1930»), Armengou se centró en el turismo, hasta que al producirse el levantamiento totalitario de 1936 se sintió amenazado por la Federación Anarquista Ibérica y se estableció en París, de donde pasaría en 1938 a Buenos Aires.

De su paso por Argentina quedan como testimonio sus colaboraciones con el Casal de Catalunya en Buenos Aires y sus textos en algunas revistas del exilio catalán (Catalunya, Xaloc, La Nostra Revista). Pero además se convirtió en uno de los socios de José Serra y Compañía, una distribuidora de libros que ocasionalmente llegaría a publicar algún título (de 1949 es el del catalán exiliado en Argentina Rodolf Llorens i Jordana Servidumbre y grandeza de la filosofía, con pie de José Serra y Cía Publicaciones Hispano Americanas).

En 1946 Serra se había asociado con los barceloneses José Biosca Torres y Carles Sentís para crear una distribuidora para América Latina que dio lugar a Iber Amer, cuya delegación en Buenos Aires se denominó Iber Amer Argentina Sociedad de Responsabilidad Limitada Publicaciones Hispanoamericanas, tenía como sede la calle Bolívar número 260 y como gerente a Ignasi Armengou y al magistrado español exiliado en Buenos Aires Santiago Sentís Melendo (que se desempeñó allí como traductor de textos jurídicos y como uno de los impulsores de la Editorial Jurídica Europa América, EJEA) como otro de los socios.

En 1951 Armengou y Jorge Eduardo Taylor se convierten en los socios mayoritarios y el domicilio pasa por esas fechas a ser el número 1381 de la calle Junín. Inicialmente fue la distribuidora en América de la exquisita editorial madrileña Plus Ultra y de algunos sellos lujosos de Montaner y Simón, pero progresivamente fue añadiendo a su catálogo a Vergara, Bosch, Ariel, Tecnos y Aymà, entre otros sellos. También en esta etapa publica algún que otro libro (de 1951 es Paz en el alma, de Fulton J. Sheen, en traducción de Floreal Mazía).

Ya muerto Armengou, la Iber Amer peninsular se fusionó con Ariel y Seix Barral y en 1965 se pensó en Josep Pedreira (1917-2003) como supervisor y director de ventas. En Buenos Aires, cuando estalló el conflicto por los derechos de El doctor Zhivago el director era Tomás Avalis Ciuffoli y desde 1958 la empresa se había convertido en sociedad anónima.

Fuentes:

Sílvia Caballeria i Ferrer y Carme Codina i Contijoch, «El món editorial de les lletres catalanes (des de finals del segle XIX fins al final de la guerra civil», Ausa, núms. 132-133 (1994), pp. 81-112.

Jordi Castellanos, «Mercat del llibre i cultura nacional (1882-1925)», Els Marges, núm. 56 (1996), pp. 5-38.

Joan Esculies Serrat, «El catalanismo republicano de Manresa, entre Acció Catalana y Esquerra Republicana de Catalunya (1929-1931)», Hispania Nova, núm. 20 (2022) pp. 27-56.

F. Farreras i Duran, «Ignasi Armengou», Pont Blau, núm. 16 (febrero de 1954), p. 49.

Miquel Ferrer, «Ignasi Armengou», La Nostra Revista, núm 73 (enero-febrero de 1954), p. 39.

Albert Manent, «Ignasi Armengou i Edicions Diana (1925-1929), en Del noucentisme a l’exili. Sobre la culutra catalana del nou-cents, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1997, pp. 119-125.

Francesc Montero Aulet, Manuel Brunet i Solà (1886-1956). El periodisme d’idees al servei de la «veritat personal», tesis doctoral presentada en la Universitat de Griona en 2011.

Josep Pla, «Historia de este libro», en Viaje a Rusia, traducción y prólogo de Marta Rebón, Barcelona, Destino, 2018, pp. 19-32.

El tipógrafo e impresor Enric Tormo en la inmediata postguerra española

Portada de la edición en Rosa dels Vents de Tu, de Josep Janés.

Del poemario que lanzó fugazmente a la fama a Josep Janés i Olivé (1913-1959), hay tres ediciones relativamente conocidas. La consecución de la Flor Natural en los Jocs Florals de Barcelona de 1934 propició la inmediata de la Librería Catalònia de Antonio López Llausàs (1888-1979), que la editó acompañada de un prólogo de Agustí Esclassans (1895-1967) e ilustraciones al boj de Enric Cluselles (1914-2014) que, en palabras de Galderich, le definen como «uno de los xilógrafos de calidad de la hornada republicana», cuyo estilo se caracteriza por «unas líneas muy delgadas y juntas, que confieren a las masas de negro un toque aterciopelado muy característico». De esta edición se hizo una tirada numerada de trescientos ejemplares, y en vista del éxito y de las buenas críticas, Janés decidió ampliarle el público incluyendo este título en sus Quaderns Literaris en octubre de ese mismo año. Finalmente, durante la guerra lo reeditaría Janés como número 26 de la Rosa dels Vents (correspondiente al 173 de los Quaderns Literaris), reproduciendo en apéndice el prólogo de Esclassans y una elogiosa crítica de Manuel de Montoliu aparecida en La Veu de Catalunya y añadiéndole además una «Justificació» previa.

Debido a su muy corta tirada, solo dieciséis ejemplares, más rara es la edición de marzo de 1948, cuyo colofón indica:

Es interesante la mención al aguafuerte del tipógrafo y grabador Enric Tormo (1919-2016), quien por aquellos años acababa de ver fracasar el extraordinario proyecto de revista de bibliófilo en catalán Algol, en el que confluyeron algunos de los elementos germinales de Dau al Set: el escultor Francesc Boadella, el poeta Joan Brossa (1919-1998), los pintores Jordi Mercadé (1923-2005) y Joan Ponç (1927-1984) y el crítico Arnau Puig (1926-2020). Si bien, para evitar problemas con la censura, el único número está fechado «a mitjans del segle vintè», en su completísima «Nota» sobre esta revista Ainize González García la supone provisionalmente terminada de imprimir a finales de 1946. El propio Tormo, que se ocupó de la tipografía y la impresión y acabó por correr con los gastos, consideraba este proyecto (ciento diez ejemplares de doce páginas) como su primera aventura editorial.

En este aspecto resulta curiosa la coincidencia durante la guerra civil de Tormo con el que luego sería gran editor ‒y colaborador también de Janés‒ Josep Pedreira (1917-2003) en un Subcomitè de Belles Arts del que formaban parte asimismo el dibujante Miquel Ripoll (1919-1988), los pintores Manuel Viusà (1917-1998) y Jordi Pla-Domènech (1917-1996) y la escultora Gertrudis Galí (1912-1998), entre otros. En esencia, se trataba de alumnos de la muy popular y fructífera Escola d’Arts i Oficis i Belles Arts de Barcelona (conocida popularmente como La Llotja), donde Tormo se había matriculado tras pasar por los salesianos para aprender el oficio de cajista-tipógrafo (y donde aparendió técnicas calcográficas y litográficas). Durante la guerra, ya en 1938, se apuntó a los cursos de grabado organizados por el Club Colisseum e instalados en los talleres del Comité de Propaganda del Comissariat Militar y se integró a los talleres de propaganda republicana, de donde salieron infinidad de carteles, proclamas, folletos y collages, a menudo de creación colectiva. Allí conoció a otro de los puntales de Dau al Set, Joan Josep Tharrats (1918-2001), y aunque no hay constancia de ello es posible que coincidiera también con Janés, que por entonces estaba al frente de los Serveis de Cultura al Front.

Joan Brossa y Enric Tormo

Perdida la guerra, en 1939 Tormo tuvo que hacer el servicio militar (en Salamanca) y fue entonces cuando se afianzó su amistad con Joan Brossa, quien en aquellos años empezaba a hacer sus primeros pinitos literarios. También entonces, entre febrero y marzo de 1940, participa en una exposición titulada Salamanca vista por los soldados que tuvo lugar en el casino de esa ciudad y en la que exponen también sus dibujos Igansi Mundó (1918-2012), Ángel Vintró Oliva y el ya mencionado Miquel Ripoll.

De regreso en Barcelona, tanto Brossa como Tormo se apuntan a los cursos clandestinos de lengua catalana que impartía el gramático, actor y corrector Artur Balot (1879-1959) ‒que entre 1932 y 1934 se había hecho muy famoso en el programa didáctico de Radio Barcelona «Converses del Míliu», dirigido por el gran Toresky (Josep Torres i Vilata, 1868-1937)‒, y el segundo de ellos presenta el grabado Vasconia en la Exposicion Nacional de Bellas Artes de Barcelona de 1942.

Quizá por el hecho de estar en los jardines de la Sagrada Família, la estatua dedicada a Míliu por el exiliado republicano en México Àngel Tarrach i Barrabia (1898-1979) suele pasar muy desapercibida a los turistas.

Por entonces Tormo trabajaba como técnico en el taller dedicado a la estampación calcográfica que en 1940 había puesto en pie Ramon de Capmany y Montaner (1899-1992) en los pisos superiores de la editorial Montaner y Simón en colaboración con el grabador francés Édouard Chimot (1880-1959). De 1945 es una edición de 190 ejemplares de El pobrecito hablador con once aguafuertes de Marta Ribas y otros once con los dibujos al margen, con cabeceras y grabados a madera de Tormo. Y entre los libros de esta misma época en los que Tormo tuvo una participación directa se cuenta el poemario de Josep Maria de Sagarra (1894-1961) Entre l’Equador i els tròpics, incluido en la colección Medusa y que para evitar problemas con la censura se fechó falsamente en 1938. Se trató de una edición de 134 páginas en rama, que se conservaba en una carpeta y una caja de cartón con el lomo en pergamino. La obra incluía once aguafuertes a toda página compuestos y grabados a color de Ramon de Capmany, así como colofones y capitulares también de Capmany grabados a la madera por Tormo. Sobre este trabajo escribió German Masid Valiñas:

Entre las obras ilustradas por este artista [Capmany], es tal vez en la que más se armoniza el contenido, la tipografía [Bodoni] y las ilustraciones al aguafuerte. De colores vivos, que recuerdan la naturaleza y los mares del Sur; con desacostumbrada calidad en la estampación: de fondos limpios, sin veladuras.

Sin embargo, un poco anteriores son las Memorias de un pintor (1912-1930) de Domingo Carles (1888-1962) prologadas por Josep Pla (1897-1981) y publicadas por la editorial Barna del polémico mecenas Albert Puig Palau (1908-1986), que se imprimieron en 1944 en la SADAG y para las que Tormo crea colofones y capitulares en xilografía. Poco tiempo después Tormo ejercería como director de producción y técnico editorial de Barna hasta 1949.

En 1944 se publica gracias al mecenazgo de Joan Prats la famosa Serie Barcelona de cincuenta litografías de Joan Miró (1893-1983), realizadas por Tormo e impresas en la Miralles, y además ese mismo año muestra su propia obra en las Galerías Costa en una exposición conjunta con su amigo y compañero en Salamanca Josep Centelles.

Tormo compra por entonces a Chimot una prensa manual y al dibujante Joan Vila d’Ivori (1890-1947) una prensa tipográfica del siglo XIX, con lo que asienta el taller experimental instalado en su propio domicilio (Carders 15), y además de componer la revista Algol (que se imprime en la SADAG), se ocupa de una edición de la Guía de caballeros (1946), de Pilar Fornesa, que lleva pie editorial de Carders 15, si bien de nuevo oculta la fecha real de publicación. El mismo caso se da con el enigmático Codich d’Amor o Leys del ver amar, per un cavaller croat presoner del sarrai abjecte, que se presenta como transcrito de nuevo por Fornesa y publicado poco después.

Vendría luego, entre otros trabajos, el mencionado libro de poesía de Janés, y su vinculación con los inicios de Dau al Set, en cuya revista homónima participó tanto como escritor como en calidad de preimpresor, y además ha pasado a la historia como poco menos que el fotógrafo oficial del grupo. En este mismo sentido destacan de 1949 una plaquette con motivo de la exposición de Ponç, Cuixart y Tàpies titulada Un aspecto de la joven pintura (que al final tuvo que financiar de su propio bolsillo), los seis ejemplares de un álbum creado a cuatro manos por Brossa y Ponç, KA JOAN LCU PONÇ UOC, y los Tres aiguaforts de Brossa y Tàpies.

A la vista de todo ello y pese a su importancia en el nacimiento de Dau al Set y a su papel como guía en cuestiones de grabado e impresión de algunos de los artistas catalanes más importantes de su tiempo, con razón pudo titular Aitor Quinley Urbieta el espléndido libro que dedicó a Tormo La invisibilitat del Dau.

Uno de los Tres aiguaforts de Tàpies.

Fuentes:

Jordi Coca, Joan Brossa, oblidar i caminar, Barcelona, La Magrana (L’Esparver 42), 1992.

Francesc Fontbona, «L’època de’or d’Enric Tormo», El Temps de les Arts, 24 de juny de 2022.

Ainize González García, «Notes sobre la revista Algol», Els Marges, núm. 90 (invierno de 2010), pp. 68-79.

Germán Masid Valiñas, La edición de bibliófilo en España (1940-1965), Madrid, Ollero y Ramos, 2008.

José Ángel Montañés, «Dos artistes (amagats) darrera una màquina», Plec de Cultura (julio de 2022).

Joan Ponç, «Autobiografía. 1978» Diari d’artista i altres escrits, ed. de Diana Sanz Roig, Edicions Ponsianes, 2009, pp. 171-192.

Arnau Puig, Records d’una amistat estel·lar. Brossa escamotejador i burleta., Barcelona, Comanegra, 2019.

Joan Pujadas, «La història de Dau al Set segons Joan-Josep Tharrats» Repòrter, núm. 68 (abril de 1998), pp. 29 y 30.

Aitor Quinley Urbieta, Enric Tormo. La invisibilitat del Dau, Barcelona, Fundació Joan Brossa, 2022.

Pilar Vélez, «Enric Tormo, l’”home gràfic”, Revista de Catalunya, núm. 302 (abril-juny de 2002) pp. 95-113.

Una pionera de la edición y la tipografía en Cuba: Domitila García Domenico (o de Coronado)

Cubana es: el Camaguey su cuna

meció apacible, y la opulenta Habana

los brazos le tendió con tal fortuna,

que colmando su dicha soberana

la coronó feliz como a ninguna.

Bernardo Costales y Sotolongo,

«Señora Domitila García Coronado» (1881)

La poetisa y pedagoga Domitila García Domenico (1846-1937) parecía predestinada a desempeñar algún papel en el sector editorial cubano desde muy temprana edad. Con apenas doce años empezó ya a formarse como aprendiz de tipógrafa en los talleres de su padre, Rafael García, cuyo trabajo estrella y que daba nombre a la imprenta era el periódico La Antorcha (1859-¿1866?), que se anunciaba como «periódico mercantil, económico y literario» y del que figuraba como administrador Manuel López. Entre los principales colaboradores de este periódico destacan un jovencísimo Rafael María Merchán (1844-1905), la maestra y poeta Úrsula Céspedes de Escanaverino (1832-1874) y los abogados y activistas independentistas Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874) y Lucas del Castllo (1820-1888).

El motivo de que Rafael García estableciera su taller en Manzanillo, concretamente en la «calle de Valcour, de esquina a la de Isabel II», es que previamente, debido a sus ideas avanzadas, había sido expulsado de Puerto Príncipe (actual Camagüey), donde hasta entonces se había educado su hija. En 1865, cuando contaba apenas veinte años, ya estaba Domitila componiendo proclamas y hojas volanderas de propaganda destinada al extranjero encargadas por la junta de conspiradores que combatía el colonialismo español, pero en cuanto La Antorcha empezó a dar sus últimos coletazos regresó durante un tiempo a Camagüey y allí, con el periodista Emilio Peyrellade (¿?-1878) y la poeta Sofía Estévez y Valdés (1841-1901), pone en pie la que se tiene por la primera revista fundada en Cuba por dos mujeres —que además actuaron como directoras—, El Céfiro (1866-1868). Allí publicó Estévez Valdés algunas novelas en forma de folletín (Alberto el trovador y Doce años después) y aparecieron también textos firmados por Juana de P., Luisa Jiménez, Elvira, Rufina, La Guayabera, La Yumurina y otras mujeres igualmente difíciles de identificar.

Sofía Estévez Valdés.

Años más tarde (en su Álbum poético fotográfico de escritoras y poetisas cubanas), Domitila García de Coronado evocó del siguiente modo esa experiencia inicial:

Por su índole, por ser el primer periódico redactado por dos jóvenes que apenas traspasaban el umbral de la vida, con carácter representativo social, la empresa tuvo una acogida entusiasta en toda la Isla; pero a los dos años de esparcir El Céfiro su soplo dulce y perfumado… ¡El huracán de la guerra [la Guerra Grande o Guerra de los Diez Años contra la colonización] abatió sus alas!

Tras una docena de números, Domitila deja de figurar en esta revista, probablemente como consecuencia de su traslado a La Habana, donde el 14 de marzo de 1868 aparece Eco de Cuba, un semanario formado muy mayoritariamente por mujeres y cuya dirección se le atribuye. En un artículo inicial titulado «Dos palabras» se hace una interesante e ilustrativa declaración de intenciones:

Aun cuando somos las primeras en lanzarnos al terreno político, al acometer tan ardua empresa en nada creemos faltar al debido decoro de nuestro sexo y estado; por el contrario, el sentimiento de amor patrio que nos impulsa es lleno de fe hasta la abnegación.

En sus páginas, al margen de las firmas de Domitila, Elena de Santa Cruz, Hatuey (seudónimo del joven asturiano Francisco Cepeda y Taborcias, 1845-1910, que acabaría desterrado a España) o Manuela C. Cancino (¿?-1900), que sería deportada a la isla de Pinos por haber conspirado contra el colonialismo español, de nuevo aparecen muchos seudónimos que no es fácil atribuir con absoluta certeza: La hija de Damují (seudónimo, al parecer, de la poeta cienfueguera Clotilde del Carmen Rodríguez, 18291-1881) o Paz (¿Belén Miranda de Céspedes?), por ejemplo.

Se la atribuye también a Domitila García una participación no muy clara en el periódico clandestino El Laborante. Periodiquín que se introduce en todas partes (1869-1870), adalid de la independencia cubana en el que alguna participación importante parece haber tenido el revolucionario Carlos Sauvalle y Blain (1839-1898), al que acompañaron José C. Delgado, el periodista y dramaturgo Bernardo Costales Sotolongo, Ramón Cruz Silvera y quizás incluso el propio José Martí. Fue enseguida prohibido y perseguido por las autoridades españolas.

En cualquier caso, por esas mismas fechas publica el libro al que debe buena parte de su fama y que es la primera antología de obras femeninas, el mencionado Álbum poético-fotográfico de las escritoras cubanas (Imprenta Militar de Viuda e Hijos de Soler,1868), reiteradamente ampliado y reeditado, y colabora con cierta asiduidad en el semanario El Eco de las Damas (1891), que se define como «Periódico científico, artístico, literario, de modas, actualidades y anuncios» y se marca como propósito «llenar esta digna misión: ilustrar, instruir, educar y proporcionar solaz y agradable entretenimiento al bello sexo, para quien ex profeso se escribe».

Unos años después, casada ya con el profesor de idiomas Nicolás Coronado Piloña, Domitila García encabezaría otra publicación periódica, El Correo de las Damas (1875-1897), y, en ocasiones tras los seudónimos Ángela y Jatibónico, colaboró en La Patria, La Guirnalda, El Álbum, El Mensajero de las Damas, El Hogar, El Fígaro, La Mujer y La Discusión.

De enorme trascendencia social es también su iniciativa de crear en 1882 el colegio privado destinado a huérfanos y niños pobres Nuestra Señora de los Ángeles, al que dotó de una imprenta en la que los alumnos pudieran aprender un oficio, y creó también una de las primeras (si no la primera) academia dedicada a la tipografía y la encuadernación en Cuba. En esta misma faceta de docente cabe incluir su Método de lectura y breves nociones de instrucción primaria elemental (Imprenta Los Niños Huérfanos, 1886).

Aun así, no abandonó ni la escritura ni las iniciativas editoriales, y en 1895 encabezaba La Crónica Habanera, que sin embargo desapareció ese mismo año. En cuanto a la escritura, en 1910 publicaría los Consejos y consuelos de una madre a su hija y al año siguiente, probablemente como complemento a sus iniciativas docentes, unas muy Breves nociones para aprender el arte tipográfico con facilidad, ambas en la Academia de Tipógrafas y Encuadernadoras.

La Academia de Tipógrafas y Encuadernadoras en una fotografía publicada en El Fígaro del 3 de diciembre de 1899.

El libro recopilatorio Cubanas beneméritas y la novela Los enemigos íntimos se cuentan entre los libros que quedaron inéditos de esta corajuda pionera de la impresión y la edición en Cuba.

Fuentes:

Mayrin Arteaga Díaz, «Voces femeninas en la prensa cubana del siglo XIX: Domitila García Coronado», Islas, vol 65, núm. 205 (mayo-agosto de 2023).

Mariela Díaz Ramírez, «Domitila García Coronado, una periodista primeriza», blog de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, 7 de mayo de 2020.

Myrna Mack, «Domitila García Coronado: primera mujer que ejerce el periodismo en Cuba», Revista Petra, 11 de enero de 2020.

José Antonio López Espinosa, «La primera mujer que fundó una publicación en Cuba», Acimed, vol. 17, núm. 1 (1 de enero de 2008).

Rodrigo César Motas Tamayo, «La prensa escrita en Manzanillo: Apuntes para una historia», en Monografías, 2001.

Jorge Rivas, «Una figura fundacional y poco conocida de la cultura cubana», Cubarte, 18 de septiembre de 2020.

Catherine Vallejo, «Estrategias discursivas para la constitución de la identidad femenina en el espacio nacional cubano, 1890-1910», Revista Iberoamericana, núm. 205 (octubre-diciembre de 2003), pp. 969-983.

Caridad Zayas, «Una experiencia para el futuro», Nosotras, s.f.



Dos Florit (ninguno de ellos es Eugenio) y las Ediciones Overol

Juan Florit (1900-1981)

Cuentan los expertos que uno de los escritores inéditos más famosos de Chile en los años sesenta era Juan Florit, nacido en Mallorca en 1900 y fallecido en Santiago de Chile en 1981, si bien parece que le disputan semejante título sobre todo Eduardo Molina Ventura (1913-1986) y Antonio Avaria (1934-2006).

A su Mallorca natal alude profusamente Florit en un libro de 1968 publicado en Buenos Aires por Astra, Isla de nostalgias, que tiene una historia editorial curiosa porque primero se quemó la imprenta en la que debía hacerse y luego se vio inmerso en un caso de fraude y la aduana chilena lo incautó. Por otra parte, Matías Barchino recogió en su antología sobre el tema un tronante poema de Florit dedicado al Madrid de la guerra civil, lo cual pone de manifiesto la permanencia del vínculo sentimental con su país de origen.

Sin embargo, que aún hoy Juan Florit sea bastante desconocido en la Península no se explica solo por su emigración con su familia cuando contaba sólo nueve años, pues tampoco ha ocupado un lugar protagónico en las historias y balances de la literatura chilena. Parece más bien que el motivo hay que buscarlo en el hecho de que la mayor parte de su obra quedó dispersa en revistas (Peneca y Zig-Zag, por ejemplo), así como en algunas antologías, y en que su bibliografía fue tardía y escasa. Se le recuerda en cambio como impulsor de algunas revistas importantes, en particular de Ariel (dos números en 1925), con Fenelón Arce (1900-1940), Homero Arce (1901-1977), Gerardo Moraga Bustamante (1897-¿?), Rosamel del Valle (1905-1965) y Efraín Estrada Gómez, y en la que Pablo Neruda, en el contexto de reivindicación huidobriana que llevó a cabo la revista, publicó su «Defensa de Vicente Huidobro».

Textos de Juan Florit se pudieron leer también en las revistas Andarivel y La Quincena Literaria y Artística, así como en antologías como el Índice de la nueva poesía americana, preparado por Alberto Hidalgo, Vicente Huidobro y Jorge Luis Borges y publicado por la bonaerense Sociedad de Publicaciones El Inca en 1926, y Poetas jóvenes de América, del poeta peruano Alberto Guillén Paredes (1897-1935), que apareció en la madrileña Aguilar en 1930, haciendo bueno el dicho de que «nadie es profeta en su tierra». A la altura de 1944 entraba Florit en el periódico Mercurio como corrector de pruebas, donde seguiría hasta 1960, y habiendo publicado mientras su primer casi librito en 1958 (Poesía y tiempo, cuaderno 21 de Hacia), al que seguirían en 1968 el mencionado Isla de nostalgia (en la bonaerense Astral) y en 1970 Zarabanda en Pomaire (en Tebaida, con portada de Lautaro Alvial), entre algunos otros.

Con todo —a efectos editoriales—, destaca en la obra de Juan Florit Madel y los peces, pues se trata de un brevísimo poemario publicado en 1974 que se acompaña de un linograbado del versátil ilustrador Pedro Olmos (1911-1991) y lleva pie editorial de unas enigmáticas Ediciones Mallorca, que no parece que publicaran nada más y eso induce a pensar, salvo error, que se trataba en realidad de una autopublicación.

Pasado el tiempo, la primera gran reivindicación de la figura y la obra de Juan Florit se produce en 2006 y se materializa en la publicación, en la Editorial Cuarto Propio, de Juan Florit, Caudillo de los veleros. Vida, poesía y prosa, edición a cargo de su sobrino nieto Andrés Florit Cento, cuyas coincidencias con su antepasado no pasan desapercibidas.

Andrés Florit, editor y corrector editorial para diversos sellos, había publicado en 2004 una plaquette titulada El infierno blanco (en Rocanrol Ediciones) y ese mismo 2006 escribió un extenso prologó para el poemario de Guillermo Carrasco Notario Fausto en el Purgatorio, publicado en Santiago de Chile por Cervantes & Cía Editores. Al año siguiente se recogieron algunos poemas suyos en la antología del colectivo Santa Rosa 57 (Ernesto González Barnert, Juan Pablo Pereira, Ángel Valdebenito Verdugo, Marcelo Guajardo Thomas, Leonardo Videla, etc.) que publicó Alquimia en 2007. Dos años después se autopublicaba una edición de 250 ejemplares de Poco me importa (Poemas 2000-2008), al que seguirían en 2011 la plaquette La caja oblicua (también en Alquimia) y Materiales de libre competencia y regulación (en Das Kapital).

En los años siguientes, las ediciones de la Universidad Diego Portales le publicaron las compilaciones que editó de dos escritores canónicos de la literatura chilena, Enrique Lihn (La aparición de la Virgen u otros poemas políticos en 2012) y Manuel Rojas (La prosa nunca está terminada, en 2013), pero en esos momentos se produjo el giro que desembocó en el nacimiento de la editorial Overol.

Por esas fechas se produce su encuentro con la diseñadora editorial Daniela Escobar, con la que forma un equipo al que se añade Mario Verdugo y en mayo de 2015 ya aparece el primer título de Overol, Playlist, del mencionado González Barnert. Inicialmente el propósito era publicar unos tres títulos anuales de libros muy trabajados tanto en el proceso de edición como en el de diseño, pero enseguida comprobaron que podían superar con creces esa cadencia de novedades sin rebajar los estándares de calidad y creatividad.

También desde muy pronto, la editorial se singularizó por sus diseños y por el modo de incardinar textos en el diseño de los libros, cosa que llamó poderosamente la atención en un contexto de ebullición de pequeñas editoriales autogestionadas.

Cubierta de la edición italiana.

En el fallo del jurado que en 2016 galardonó Los celacantos y otros hechos extraordinarios, de Marcelo Guajardo Thomas, con el Premio a la Mejor Obra Literaria del Consejo de la Cultura en la categoría de poesía publicada, se indica específicamente la calidad del diseño.

Sin embargo, el libro que dio a Overol el espaldarazo definitivo llegó en septiembre de 2016 de la mano de Enrique Lihn (1929-1988), Las cartas de Eros, reeditado en mayo de 2018. Se trata de un conjunto de seis textos fechados a principios de los años ochenta dirigidos a mujeres inexistentes, al que en junio de 2017 se añadió otra rareza de Lihn: Poetas voladores de luces, un poema visual del que hasta entonces sólo se conocía una brevísima edición italiana (151 ejemplares) publicada por Le Parole Gelate (fundada en 1979 por Luciano Martinis y dedicada a la publicación de inéditos poco comunes), y que en Overol se acompaña de una amplia selección de textos dispersos y nunca recogidos en volumen.

Colofón de la edición italiana de Poetas voladores

A partir de ese momento, y si bien siempre ha destacado como una editorial dedicada en particular a la poesía, Overol ha ido creando colecciones y abriendo el abanico de sus propuestas a las traducciones, a los textos en prosa (si bien en muchos casos vinculados de algún modo u otro al lenguaje poético), a los libros declarada y abiertamente ilustrados, a las traducciones, a la transcripción de conversaciones, al ensayo e incluso a los géneros narrativos y a los dramáticos (en este último caso, con obras de Josefina González, Raúl Ruiz, las cuatro obras teatrales inéditas de Lihn reunidas en Diálogos de desaparecidos, etc.).

Fuentes:

Web de Ediciones Overol.

Matías Barchino, Chile y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, Madrid, Calambur, 2014.

Pablo Espinosa, «Daniela Escobar y Andrés Florit, editores de Overol: “No creemos en el cliché del autor solitario”», Fundación La Fuente, 27 de marzo de 2018.

Julio Flores, «Nostalgia marinera en los sonetines de Julio Florit», La Unión (Valparaíso), 16 de julio de 1972, p. 7 (suplemento).

Nicolás Fuentes Cruces, «Andrés Florit, el egresado cuyo proyecto editorial busca “darle dignidad a los libros de poesía”», web de la Universidad de Chile, 6 de octubre de 2022.

Patricio Lizama, «La revista Ariel: manifiestos y voces de la vanguardia», Revista Chilena de Literatura, núm. 72 (2008), pp. 235-254.

«Perfil editorial: Overol», en Jámpster.

Rodolfo Reyes Macaya, «Conversaciones con Daniela Escobar. “No hablar por el otro, sino con, o través de, escuchar más”», Hyperborea. Revista de ensayo y creación, núm. 2 (2019), pp. 221-227. 

Daniel Rozas, «El amor por la literatura y el trabajo bien hecho son las bases del éxito editorial del sello dirigido por Florit y Daniela Escobar»

Luis Sánchez Latorre, «El poeta chileno-mallorquín», Las últimas noticias, 17 de junio de 2006, p. 35.

Macarena Urzúa Opazo, «La memoria alegórica: Lo visual y lo mágico en Rosamel del Valle», Mapocho, núm 77 (primer semestre 2015), pp. 49-62.

Antonia Kerrigan, rumores y el Crack

En su biografía de la agente literaria Carmen Balcells (1930-2015), la escritora y profesora Carme Riera esclarece en buena medida la leyenda urbana según la cual «en una discusión con Carmen, que acabó en altercado, Antonia [Kerrigan, 1952-2023] tiró por la ventana la máquina de escribir a la mismísima plaza Calvo Sotelo, hoy Francesc Macià, sin importarle el peligro descalabratorio que tal ataque de furia implicaba. Otros menos dados a la hipérbole aseguran que lo que tiró, y no por la ventana, sino al suelo, fue un mazo de papeles».

Cualquier barcelonés que conozca mínimamente su ciudad sabía ya bien que la versión de la máquina de escribir era poco menos que imposible, porque cuando Antonia Kerrigan fue despedida de la agencia ésta se encontraba ‒y se encuentra‒ en el número 580 de la Avinguda Diagonal, haciendo esquina con la calle Casanova, mientras que el edificio que colinda con la mencionada plaza Macià es el número 600 (a más de trescientos metros). Bastará recordar que el récord de lanzamiento de peso femenino (4 kilos) está en el año 2023 en 22,63 metros para comprender que hacer llegar una máquina de escribir desde la agencia hasta la plaza era una proeza atlética imposible. Sin embargo, más adelante en la misma biografía, en unas páginas dedicadas a comentar la trayectoria de algunas discípulas de Balcells, la cosa queda bastante aclarada.

Nacida en París en el seno de una familia muy estrechamente vinculada con la literatura ‒su padre era el poeta y traductor Anthony Kerrigan y su madre Elaine antologó la poesía de Robert Graves y tradujo a Cortázar, Ana María Matute y Borges, entre otros‒, Antonia Kerrigan se trasladó de Mallorca a Barcelona para iniciar estudios de Medicina, pero los abandonó cuando, por intercesión de Eduardo Mendoza, le surgió la oportunidad de abandonar las clases de inglés que por entonces impartía para entrar a trabajar en la agencia de Carmen Balcells. Inicialmente, las cosas marcharon viento en popa, hasta que, según reiteró a Carme Riera, la famosa agente empezó a tomarle ojeriza y a convertirla en motivo de broncas injustificadas.

Según conocemos ahora la «famosa» escena, esta se produjo con motivo del despido de Kerrigan ‒del que no se especifican los motivos, si los hubo‒ y la desencadenó la reticencia de Balcells a indemnizar a su empleada, quien abrió la ventana del despacho en que se encontraban (que en todo caso daría a la calle Casanovas, o bien a la Diagonal) y amenazó con tirar por la ventana el pliego de contratos por firmar que llevaba en las manos. Ahí empezó una negociación, y una vez cerrada ésta Magda Oliver (1933-2013) acompañó a Kerrigan a la puerta después de que ésta amenazara con poner su propia agencia en la esquina de la misma calle.

No enseguida, pero cumplió esa amenaza, y años después de crear Antonia Kerrigan Agencia Literaria, la trasladó al número 22 de la Travessera de Gràcia, esquina con la calle Casanovas. Previas al despegue definitivo de la agencia son las publicaciones de una serie de traducciones que llevan la firma de Kerrigan aparecidas en Gustavo Gili (libros de arquitectura), Ediciones B (Frank de Felitte, Sandra Brown) y sobre todo en Plaza & Janés (Asimov, Dean Koontz, Tom Robbins, A.C. Andrews…). Curiosamente, salvo error, la primera traducción de Kerrigan había sido, ya en 1971, la del texto teatral de Vladimir Nabokov escrito originalmente en ruso Vals y su invención, publicada por Barral Editores.

Durante un tiempo, Kerrigan actuó como representante en España de la editorial chilena Andrés Bello, y, aunque posiblemente siempre se la recordará sobre todo por haber sido la agente del exitosísimo Carlos Ruiz Zafón (1964-2020), en su catálogo se acumularon tanto autores españoles como latinoamericanos: los chilenos Sergio Missan y José Ignacio Valenzuela; los peruanos José de Pierola y Alonso Cueto; el nicaragüense Sergio Rodríguez; la cubana María Landa; los colombianos Gustavo Bolívar, Sergio Álvarez y Laura Restrepo; el venezolano Juan Carlos Méndez Guédez; los argentinos Cristina Civale y Marcelo Luján… Sin embargo, resulta sobre todo llamativa la enorme presencia de escritores mexicanos (Mario Bellatín, Rosa Beltrán, Sergio Pitol, Ricardo Chávez, Adriana Díaz Enciso, Alberto Ruy Sánchez, Margo Glantz, etc.), y fue este interés por la literatura mexicana la que la convirtió en uno de los impulsos más importantes de la conocida como «generación del Crack» (Ricardo Chávez Castañeda, Vicente Herrastia, Pedro Ángel Palou, Ignacio Padilla, Eloy Urroz, Jorge Volpi), que la propia Kerrigan explicó del siguiente modo a Carles Domènec:

En 1994, fui a la Feria de Guadalajara en México y vi que había muchos autores interesantes. Tres años más tarde, Jorge Volpi vino a la agencia. Él formaba parte del grupo mexicano llamado El Crack, con cuyos miembros he trabajado.

El año 1994 es precisamente el que a menudo se ha señalado como germinal de este grupo, que hasta 1996 no publicaría el Manifiesto Crack conjuntamente con las novelas de cinco de ellos: La conspiración idiota de Chávez Castañeda (que en 1994 había obtenido el Premio José Rubén Romero pero seguía inédita), Si volviesen sus majestades de Padilla (en Nueva Imagen), Memorias de los días de Palou (en la Editorial Joaquín Mortiz), El temperamento melancólico de Volpi (en Nueva Imagen) y Las rémoras de Urroz (también en Nueva Imagen). Sí acababa de publicarse en cambio en 1994 Tres bosquejos del mal, un libro conformado por tres relatos de Padilla, Urroz y Volpi, editado por Siglo XXI y con portada de Carlos Pelleiro.

Sandro Cohen

Si por entonces alguna empresa aglutinaba o se asociaba a este grupo era la editorial mexicana Nueva Imagen, si bien, según contó a Leopoldo Lezama, el proyecto le llegó a Sandro Cohen (1953-2020) cuando estaba aún en Planeta:

El manifiesto fue parte del lanzamiento, pero el proyecto venía desde antes. Cuando yo trabajaba en editorial Planeta en tiempos en que estaba frente al Parque hundido, por ahí del año 95, Eloy Urroz, quien había sido mi alumno en las becas INBA-FONAPAZ, me trajo un altero de libros y me dijo: «estas novelas forman parte de una empresa literaria, pues nosotros compartimos algunas ideas estéticas y literarias importantes». Y me dijo: «hay una novela de Jorge, otra de Ricardo, de Nacho, de Pedro Ángel y una mía, y, pues, a ver qué te parecen». En eso yo me cambié de trabajo y me fui a Grupo Patria Cultural con todas las novelas. Me las llevé porque ahí no les interesaban. […] yo protegí el proyecto, porque Nueva Imagen estaba moribunda: publicaban libros de Guadalupe Loaeza. Y yo llegué e hice lo que hice antes en Joaquín Mortiz, que fue revivirla con buenas novelas y libros de cuento. Entonces decidimos revivir Nueva Imagen con los libros del Crack, y sí revivió…

En cuanto a la internacionalización del Crack, se ha señalado en cambio el año 2000 como una fecha clave, entre otras cosas porque en la edición de la feria Liber de ese año el país invitado era precisamente México. Poco tiempo antes, en 1999 y mientras estudiaba en la Universidad de Salamanca, Jorge Volpi se había presentado ante Antonia Kerrigan con el manuscrito de En busca de Klingsor, que muy poco después ‒no sin ciertos rumores maledicientes‒ obtendría el Premio Biblioteca Breve de Seix & Barral, al que seguiría enseguida el Premio Primavera de Espasa Calpe para otro representado por Kerrigan de la misma cuerda, Ignacio Padilla (por Amphytryon). En palabras de Carlos Redondo Olmedilla, «Ambas eran novelas históricas que se movían en la transcontinentalidad y ambas iban a propiciar un revulsivo editorial «a lo boom” donde Carmen Balcells es igual a boom, como Antonia Kerrigan es igual a Crack».

Mario Muchnik

Se daba la muy oportuna circunstancia, además, de que Mario Muchnik (1931-2022) acababa de publicar el ya mencionado Tres bosquejos del mal y el poco original título Paraíso clausurado, de Palol, en la editorial que comandaba por entonces (El Aleph), y por si algo faltara la revista barcelonesa Lateral publicó el Manifiesto Crack en su número de noviembre, en lo que tenía toda la pinta de operación bien orquestada. En una conversación con Tomás Regalado López, Pedro Ángel Palou contó algunas de las circunstancias de ese «desembarco» del Crack en Europa y del papel protagónico que tuvo en él Antonia Kerrigan:

lo recuerdo como uno de los viajes más divertidos de mi vida, porque todo se fue concatenando de una manera muy particular: en pláticas y pláticas Antonia Kerrigan, que era la agente de todos en ese entonces, y Joaquín Palau, el editor, empezaron a plantear la posibilidad de no publicar Paraíso clausurado sola: mejor relanzar al Crack. A partir de ahí es un tema estrictamente de producción, de lo que cualquier marxista llamaría de producción y distribución, pues ningún autor del Crack tenía novelas nuevas: a Volpi, con una perspicacia muy grande, se le ocurrió reimprimir Tres bosquejos del mal, este inicio de la publicación colectiva del Crack escrito por Eloy, Nacho y Jorge […] En España nos enfrentamos con cosas tan absurdas como que no se podía publicar Tres bosquejos del mal porque quedaban ejemplares todavía de Tres bosquejos del mal de Siglo XXI en México; en el contrato aparecía que Muchnik se comprometía a comprar los remanentes para poder editarlo. Queríamos incluir a Vicente Herrasti, que no estaba en las primeras novelas del Crack no porque no fuera parte desde el inicio sino porque cuando salieron las novelas del Crack no había novela de Vicente: estaba terminando Taxidermia y no estaba para publicar. Entonces decidimos reeditar Diorama, su novela publicada en Joaquín Mortiz, era una muy buena manera de que entráramos todos; como sucedió con Tres bosquejos del mal y Siglo XXI, se llegó un acuerdo de caballeros, pues había aún ejemplares en México del Diorama de Joaquín Mortiz. 

Del crack al el boom va un mundo en términos estéticos, pero, aunque los contextos y los azares de uno y otro fenómeno nada tuvieran que ver, el éxito que en su momento tuvo tal vez demuestre hasta qué punto Antonia Kerrigan fue buena discípula.

Urroz, Volpi, Padilla y Palou.

Fuentes:

Carles Domènec, «Antonia Kerrigan: “los agentes literarios somos unos ludópatas» (entrevista), Última hora, 6 de junio de 2006.

Sergi Doria, «Muere Antonia Kerrigan, la agenta literaria detrás del “boom” de La sombra del viento», Abc, 11 de mayo de 2023.

José Antonio Guerrero, «Palabra de Kerrigan», La Verdad, 19 de octubre de 2017.

Antonia Kerrigan: leer con pasión, Entrevista Radio 5, 29 de septiembre de 2011.

Leopoldo Lezama, «El Crack o la renovación de la novela mexicana», Confabulario (suplemento de El Universal), 9 de abril de 2016.

Eduardo Ramos-Izquierdo, «De escrituras y artificios en la ficción latiniamericana actual», Rassegna Iberistica, vol. 39, núm. 106 (diciembre de 2016).

Carlos Redondo-Olmedilla, «El «Crack» y su generación: exégesis de la fisura», Confluencia, vol. 31, núm. 2 (primavera de 2016), pp. 72-84.

Tomás Regalado López, «Una conversación con Pedro Ángel Palou», Letralia. Tierra de Letras, núm 261 (20 de febrero de 2012).

Tomás Regalado López, «”La literatura latinoamericana sólo queda como un ficticio objeto de estudio para la academia.” Entrevista a Jorge Volpi», Pasavento. Revista de Estudios Hispánicos, vol III, núm. 1 (invierno de 2015), pp. 187-193.

Carme Riera, Carmen Balcells, traficante de palabras, Barcelona, Debate, 2022.

Karen Rojas Andia, «Antonia Kerrigan: “No creo que la consagración de autores de habla hispana pase por España”», Gestión, 12 de julio de 2019.

Sergio Vila-Sanjuán, «Muere la agente literaria Antonia Kerrigan», La Vanguardia, 11 de mayo de 2023.