El gran exemple de la lluita tenaç de Josep M. Cruzet
és una cosa que impressiona pel seu dramatisme.
Jordi Rubió i Balaguer

Josep M. Cruzet.
Es lamentable, ante la evidencia del brillante material archivístico que legó el editor Josep M. Cruuzet (1903-1962), que no dispongamos todavía de una biografía de este sensacional promotor de la cultura catalana en los años más negros de la censura franquista, pero hay quien ha sabido sacar un enorme rendimiento a los papeles que dejó Cruzet.
El profesor Manuel Llanas tuvo el acierto de recopilar y poner a disposición de los lectores el epistolario entre el alma máter de Edicions Selecta y Agustí Calvet (1887-1964), Gaziel, y ya puso de manifiesto también el interés de ese enorme conjunto de cartas de Cruzet al publicar en 1997 en la Revista de Catalunya una exigua selección de las remitidas por Josep Pla (1897-1981) al editor.
María Josepa Gallofré Virgili, a quien nunca se agradecerán bastante sus afinados estudios sobre la censura de libros en catalán, dotó a los investigadores de una herramienta –una navaja suiza, en realidad–, para conocer los entresijos de la relación entre uno de los prosistas más importantes del siglo xx y Josep M. Cruzet.
No es empresa menor escribir un prólogo a la altura de un material tan interesante, sugestivo y jugoso como el que ofrece Gallofré Virgili en Amb les pedres disperses (Destino, 2003), pero a ese mérito añade además una metodología de anotación que tiene en mente sólo al lector, ofreciéndole únicamente los datos útiles e imprescindibles, sin hojarasca ni florituras, e incluso tiene el buen criterio, por su genuino interés, de intercalar allí donde corresponde cronológicamente un texto ajeno en sentido estricto al epistolario, pero de innegable pertinencia, como es una sentida dedicatoria de Josep Pla en el libro de firmas de Josep M. Cruzet.

Logo de Editorial Selecta.
Del principal editor de sus obras en catalán, Josep Pla dejó una magnífica estampa en su serie de Homenots, en la que se percibe la estrecha coincidencia de visión respecto a la vida cultural catalana en los años que comprende el epistolario recopilado por Gallofré Virgili, y además, cosa rara en Pla, una genuina admiración por la labor cultural llevada a cabo. Escribe Pla, por ejemplo:
Desde el primer momento estableció como método de trabajo un pesimismo que se demostró muy sano. Fue de este modo como Cruzet, obseso frío y apasionado, se lanzó a la aventura de la edición en un momento depresivo, cerrado y bajo.

Josep Pla (1897-1981).
De entre los muchos puntos de interés y las vías de estudio que señala Gallofré Virgili en su introducción, uno de los más atractivos es advertir hasta qué punto la empresa de Cruzet responde a un perfecto y muy meditado plan a largo plazo, que en algunos aspectos recuerda el que estableció Josep Janés (1913-1959) y que se vio truncado por la guerra civil. Retomando palabras de Pla en su Homenots, “Cruzet había elaborado un plan. Lo había elaborado minuciosamente con su letra clara, pequeña y alineada de un modo perfecto y indesviable”. En el caso de Cruzet, fueron sobre todo la imposibilidad de crear instrumentos para ampliar el público lector (revistas, actos públicos, presencia en radio, publicidad) y la censura de libros los elementos que impidieron que llevara a cabo una obra aún mayor que la que puso en pie. Y también para su modo de enfrentarse a la censura tiene unos comentarios el escritor ampurdanés:
Cuando no le autorizaban la edición de una obra que consideraba lo suficientemente importante que le aprobasen, no se resignaba nunca. Organizaba entonces una ofensiva abrumadora para conseguir lo que quería. No escatimaba nada: cartas, visitas, viajes, recomendaciones, presiones coincidentes, gestiones de todo tipo…

Pla saludando a Sagarra.
A lo largo de 463 cartas recopiladas en el volumen preparado por Gallofré Virgili, es posible ver cómo va alterándose y adaptándose a las necesidades de autor y editor el famoso proyecto de las Obras Completas de Pla, que de por sí tiene un enorme interés, y además puede advertirse cómo Cruzet va ingeniándoselas para llevar a cabo su muy ambicioso plan, que parte de una premisa ineludible que no es otra que la necesidad de poner a disposición de los lectores cuanto antes las grandes obras y los textos de los grandes autores de la literatura catalana: “las circunstancias por las que atraviesa el país obligaban a poner en el mercado el mayor número de libros catalanes y en el menor tiempo posible” (carta de Cruzet a Pla del 10 de noviembre de 1952).
En una carta del 10 de enero de 1949, Cruzet afirma que aspira a convertir la Selecta en “una larga colección clásica (tipo Austral de Espasa-Calpe, Crisol de Aguilar, etc.)”, y dos años más tarde concreta algunos aspectos adicionales:
La Selecta tiene que ser la colección catalana más extensa de todas las publicadas y en ella han de ir los títulos más importantes que aún faltan en ella (La febre d´or [de Narcís Oller], Les multituds [de Raimon Casellas], Solitud [de Victor Català], Laura [Laura a la ciutat dels sants, de Miquel Llor] y la obra conjunta de los autores que pueda incluir en cada uno de sus volúmenes (Duran i Reynals, Arxiduc, Raventós, toda la obra poética de Manent, etc., etc.). ¿Me comprende?

Narcís Oller (1846-1930).
Sin embargo, a lo largo de las cartas se hace evidente que si bien, pese a las trabas que Censura pone al proyecto, poco a poco va afianzando la publicación de los grandes nombres de la literatura catalana (Verdaguer, Eugeni d´Ors, Santiago Rusiñol, Carles Soldevila), las piedras de toque serán, por un lado, el descubrimiento de nuevos autores catalanes y, por otro, conseguir que la censura permita la reedición de las grandes traducciones al catalán y traducir a autores contemporáneos.

Carles Soldevila.
Cruzet es muy consciente de ello, y a la altura de 1951 escribe a quien ya se había convertido en su autor estrella:
Todo obedece a un plan preconcebido y ahora –publicados más de ochenta títulos en le Biblioteca Selecta– puedo empezar a respirar, porque estará en mis manos ir afinando la proporción entre los antiguos y los nuevos que valgan la pena, cosa que reconozco que hasta el momento ha sido uno de mis puntos déblies como editor de libros catalanes (Cruzet a Pla, 12 de junio de 1952).

Artur Bladé i Desumvila.
Gracias sobre todo a los premios literarios que en esos años empezaron a autorizarse muy tímidamente y siempre y cuando no tuvieran una excesiva repercusión pública, poco a poco pudo ir incorporando a la colección autores como Sebastià Juan Arbó (1902-1984), Artur Bladé i Desumvila (1907-1995), exiliado en México, Maria Aurèlia Capmany (1918-1991), Joan Fuster (1922-1992) o Josep M. Espinàs (n. 1927), que sin duda se encuentran entre los más importantes de sus respectivas generaciones.
Sin embargo, con buena parte de lo que publicaba, y en particular con los jóvenes, que constituían una apuesta a largo plazo, perdía mucho dinero: “Yo trato de mantener un amplio plan de conjunto, pero la edición de libros tipo [Ramon] Raventós, [Eudald] Duran i Reynals, etc., y la de la mayor parte de los otros, principalmente los jóvenes, me producen cuantiosos déficits, unas angustias económicas terribles.”

Jerome K. Jerome (1859-1927).
En cuanto a las traducciones, la censura era inflexible, salvo con lo clásicos griegos y latinos, y dura en particular cuando existía una traducción al español. Sin embargo, Cruzet informa a Pla en carta del 12 de enero de 1952 que tiene aprobadas traducciones de El llibre de la jungla, de Rudiyard Kipling (en traducción de Marià Manent), Maria Chapdelaine, de Louise Hemon (traducción de Tomàs Garcés, abogado de la Selecta) y la de Tres anglesos s´esbargeixen de Jerome K. Jerome (traducción de M. Ferrando y J. M. Mustieles), un autor que gracias sobre todo a las ediciones de Janés era junto con Wodehouse uno de los humoristas británicos más exitosos en España en esos años. Y explica:
Mi intención era incluir las traducciones en la Biblioteca Selecta, al estilo de las grandes colecciones en otras lenguas. Al fin y al cabo, si en el primer centenar de la Selecta no hay traducciones ha sido por causa de fuerza mayor, pero, cuando hayan salido unos cuantos centenares más, sería la cosa más natural del mundo.
A esas alturas la introducción de autores extranjeros en la colección la hubiera descompensado, por lo que contra su voluntad inicial, Cruzet se ingenió una Biblioteca Selecta Universal, sólo de traducciones pero con la misma apariencia que la colección destinada a la literatura catalana.
Tampoco fallaba Cruzet al señalar el mayor problema, junto al de la censura, con el que debía enfrentarse, las enormes dificultades para ampliar el público lector en lengua catalana. La imposibilidad de normalizar la enseñanza de la lengua entre los niños y jóvenes, la ausencia de conferencias y otros actos públicos de promoción de la lengua y la literatura, las sucesivas prohibiciones a la publicación de revistas y periódicos en catalán, etc., hacían inviable el proyecto, que ya tenía en mente, de ganarse al público de menor recursos económicos, pero eso implicaba la necesidad de hacer grandes tiradas:
No he tenido más remedio que subir el precio de la Biblioteca [de 30 a 35 pesetas); la subida de la composición, el papel y, en general, de todos los costos, me han obligado a ello. Pero ahora quisiera atrincherarme en el nuevo precio y aguantarlo hasta allí donde las circunstancias me lo permitan.
[…] Haré los máximos esfuerzos en este sentido. De todos modos, si algún día la cosa cambiara y hubiera las posibilidades que había antes de la guerra de que las clases más modestas pudieran interesarse por el libro en catalán, yo tengo una buena carta en la manga y es la de destinarles una edición en rústica de la Selecta. Pero, hoy por hoy, eso es impensable. (Cruzet a Pla, 1 de marzo de 1952)
Conciso y sentencioso como siempre, Pla dejó uno de las definiciones más acabadas del talante y de la consideración de la labor cultural de Cruzet en muchas menos palabras: “Su tenacidad le hará resolver lo que se proponga” (Pla a Cruzet, 23 de diciembre de 1960).
El grueso de la documentación acerca de la labor editorial de Josep M. Cruzet se encuentra, en el momento de publicar este texto pendiente de reordenación y descripción, en la Biblioteca de Catalunya. Sin embargo, en un incendio en la sede de la Editorial Selecta y la Casa del Libro el 22 de agosto de 1979 se perdió parte, en apariencia no substancial, del material que formaba el archivo Cruzet original.
Tanto las traducciones de las citas de “Josep Maria Cruzet, editor”, de Josep Pla, como las de las cartas entre Pla y Cruzet son mías.
Josep Pla-Josep M. Cruzet, Amb les pedres disperses. Cartes 1946-1962, edición y prólogo de Maria Josepa Gallofré Virgili, Barcelona, Destino (L´Àncora 172), 2003.
Bibliografía adicional:
Manuel Llanas, ed., Gaziel i Josep M. Cruzet (i l´Editorial Selecta). Correspondència (1951-1964), Barcelona, Publicacions de l´Abadia de Montserrat (Textos i Estudis de Cultura Catlana 189), 2013.
Miracle, Josep, Quatre coses del meu temps (Memòries), Barcelona, Edicions de la Paraula Viva, 1976.
Josep Pla, “Josep Maria Cruzet, editor (1903-1962)”, en Homenots. Segona Serie, volumen 16 de Obra Completa de Josep Pla, Barcelona, Edicions Destino, 1970 (depósito legal de 1966), pp. 561-595.
Jordi Rubió i Balaguer, “L´exemple de Josep M. Cruzet”, en Mestres, companys i amics, Barcelona, Publiacions de l´Abadia de Montserrat, 1991.
Hi havien també totes les traduccions al català que va fer la meva mare Maria de Quadras de l’obra de Rabindranath Tagore (present d’enamorat la lluna nova, ets Traduccipns directes ja que eren fetes de l’ anglès (traduit pel propi Tagore) i amb autorització del poeta.
Sí, si no vaig errat, són les mateixes que ja a partir de 1934 havia anat publicant Josep Janés als seus Quaderns Literaris.
Merecidísimo homenaje a la gran Gallofré. La anotación de su epistolario Cruzet-Pla es envidiablemente modélica y sus estudios sobre censura, una referencia para los historiadores catalanes y españoles.
¡Mireia! Qué poco me extraña que coincidamos tan completamente en estas opiniones. Gràcies.
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