Librero, profesión de riesgo en España (1970-1975)

En fecha tan tardía como es el fin de semana del 12 y 13 de junio de 2021, aún se vivió en España un episodio de ataque de las fuerzas de ultraderecha contra una librería; en ese caso la víctima fue la madrileña Fundación Anselmo Lorenzo.

Beatriz de Moura y Jorge Herralde.

Semejante alarde de barbarie tiene en la península una ya bastante ‒a todo punto excesiva‒ tradición, aunque no siempre la prensa ha empleado el mismo término para caracterizarla. Al hablar de los embates de la censura contra Anagrama durante los años setenta, escribe Jorge Herralde: «No hay que olvidar otro tipo de “censura”, la que practicaban los grupos ultras, alentados o permitidos por el gobierno, con sus atentados a las librerías progresistas».

Suele considerarse la colocación de una bomba en la imprenta-librería Mugalde de Hendaya, la madrugada del 7 de abril de 1975, como primer atentado del llamado «terrorismo tardofranquista». Situada en territorio francés, la Mugalde se había especializado casi en libros prohibidos en España, por lo que se había convertido en punto de peregrinación para muchos lectores, además de en sede de encuentros de la oposición abertzale al franquismo y de exiliados diversos. Por si fuera poco, el 20 de mayo sería objeto de un segundo atentado, de nuevo con explosivos, y dos días después gendarmes franceses acompañaban hasta la frontera a un sospechoso trío que tomaba fotografías en el lugar, ante lo que el semanario Enbata (editado en Iparralde) se preguntaba:

Enlace tras el atentado de 1974.

¿Y qué se puede decir sobre los tres policías españoles vestidos de civil sorprendidos el miércoles 21 de mayo ante la librería vasca Mugalde en Bayona por refugiados vascos, que fueron entregados por ellos a la policía francesa, que todo lo que hizo fue conducirlos sin problemas a la frontera? ¿Por qué no se quiso controlar la identidad de los dos «turistas» españoles que fotografiaban a los militantes vascos ante el tribunal de Bayona?

Se mencionó a menudo y vagamente a los responsables como «los de Cristo Rey», pero nunca se identificó a ninguno de los terroristas.

Sin embargo, unos años antes, en diciembre de 1970, ya se había producido otro atentado terrorista sonado, en ese caso en la librería Lagun («amigo» en euskera) de San Sebastián, abierta dos años antes por María Teresa Castell, José Ramón Rekalde e Ignacio Latierro. Era sabido que en la trastienda vendía libros prohibidos, y entre sus clientes ocasionales contaba además con sospechosos habituales de desafección al régimen, como los historiadores Pierre Vilar (1906-2003) y Manuel Tuñón de Lara (1915-1997).

Manuel Tuñón de Lara.

Apenas unos meses después, el 23 de mayo de 1971, se produjo otro atentado de entidad ‒las roturas de escaparates y las pintadas en librerías izquierdosas pronto fueron más o menos habituales‒, en ese caso en la librería valenciana Tres i Quatre, fundada también en 1968 por Eliseu Climent y sede de encuentros clandestinos de sindicalistas y activistas culturales, entre los que destacan el ensayista Joan Fuster (1922-1992), el grafista Josep Renau (1907-1982) a su regreso del exilio, el poeta Vicent Andrés Estellés (1924-1993) o el escultor Andreu Alfaro (1929-2012). En este caso, se lanzó una bomba de pintura al interior del local, que produjo unas pérdidas de 140.000 pesetas de la época. Santiago Cortés Hernández ha documentado hasta qué punto esta librería se convirtió en aquellos años en objetivo de la extrema derecha en «El llibre, un perillós enemic. Atemptats contra la llibrería Tres i Quatre (1970-2007)» (Espill, núm. 38, pp. 155-166).

El 28 de octubre de ese mismo año, se produjeron ataques simultáneos a tres conocidas librerías madrileñas, Visor, Cultart y Antonio Machado, lo que ponía de manifiesto que se trataba de atentados planificados, si bien lo que vinculaba a estas tres librerías en ese momento es haber dedicado sus escaparates a Pablo Picasso (1881-1973), con motivo de su noventa cumpleaños, con libros dedicados a su obra, pósters, carteles o grabados.

Obviamente, esa misma onomástica se celebró en Barcelona, donde la Galería Aquitania organizó una exposición de la que saldría luego el libro Picasso 90 (con obra de Brossa, Tàpies y Tharrats, entre otros, y textos de Luis Racionero, Vázquez Montalbán, Fernando Quiñones…). En la Ciudad Condal la víctima fue la muy popular y céntrica librería Cinc D’Oros, cuyos escaparates recibieron el impacto de varios cócteles molotov, que a su vez incendiaron el interior del local y destruyeron sus entonces innovadoras máquinas expenedoras de libros; las pérdidas económicas se estimaron en un millón de pesetas.

La librería Cinc d’Oros tras los atentados terroristas de octubre de 1974.

Un sistema similar se empleó en 1974 contra la Tres i Quatre, de nuevo en horario comercial, mientras en su interior un jurado compuesto por Baltasar Porcel, Celso Emilio Ferreriro y Lluís y Josep María Carandell deliberaba sobre los Premis Octubre de ese año. En esta ocasión, los cócteles fueron lanzados desde un automóvil en marcha, y reivindicó la acción el Partido Español Nacional Socialista (donde al parecer militó el policía torturador Luis Antonio González Pacheco, conocido como Billy el Niño). Ya en abril de ese mismo año habían aparecido pintadas del PENS en el atentado y robo a la sede barcelonesa de Agermanament (que desarrollaba su actividad humanitaria en Camerún, Chile y Catalunya y editaba una revista homónima).

Muy relacionados con esta serie de atentados terroristas perpetrados en Barcelona por grupos de extrema derecha se encuentran otros que por esos meses tuvieron como objetivo la editorial Nova Terra (Primero de Mayo de 1973), la sede de la revista El Ciervo (4 de julio de 1973) ‒atribuido al Quinto Comando Adolfo Hitler‒, la librería Viceversa (16 de agosto), la librería PPC (Propaganda Popular Católica), la editorial Gran Enciclopèdia Catalana (4 de agosto de 1973) y los almacenes de las Distribuidoras de Enlace (noche del 2 al 3 de julio de 1974), que aglutinaba a editoriales cultural e ideológicamente rompedoras como Laia, Cuadernos para el Diálogo, Estela, Anagrama, Tusquets, etc. y cuyas pérdidas alcanzaron los doce millones de pesetas y supusieron poco menos que la asfixia de la empresa; enseguida se publicó un texto de repulsa firmado por 173 escritores (García Márquez, Heinrich Böll, Samuel Beckett, Manuel de Pedrolo, Alberto Moravia, Peter Weiss, Umberto Eco, Julio Cortázar, Teresa Pàmies…). En todos estos casos, el incendio se acompañó de pintadas filofascistas y en algunos casos de robos de material.

Rueda de prensa en Enlace.

Ante lo abrumador e interminable de esta retahíla, no circunscrita a Barcelona, en diciembre de 2015 Ángel Vivas resumió de modo contundente esa etapa en un artículo titulado «Heroicas librerías»:

En los cinco últimos años del franquismo sufrieron ataques de diversa intensidad librerías de Madrid (Antonio Machado, La Tarántula, Visor, Fuentetaja, Libyson, Cultart…), Barcelona (Cinc d’Oros, El Borinot Ros, Tahull), Valencia (Ausias March, Dau al Set y Tres i Quatre), San Sebastián (Corcuera, además de Lagun), Pamplona (El Parnasillo), Valladolid (Clamor, Villalar), Sevilla (Antonio Machado), Zaragoza (Pórtico, que ya fue amenazada en 1946 por exponer libros que aludían a la derrota del Eje).

La Pórtico tras un atentado terrorista.

Como es lógico, por el hecho de estar situadas en territorio francés, no menciona por ejemplo la explosión de una bomba en la sede de la Editorial Ebro (del PCE) en París, el atentado con bomba del 12 de junio de 1975 contra Nafarroa, propiedad de refugiados políticos vascos, que tres días después de reabrir volvió ser atacada (el 14 de julio) o a la editorial Elkin, ni la más sonada contra la sede de la editorial Ruedo Ibérico en la rue Latran el 14 de octubre (una semana antes de la muerte del dictador y mientras su editor se encontraba en la Feria del Libro de Frankfurt). En su biografia del editor de Ruedo Ibérico, Albert Forment recoge la siguiente carta de José Martínez Guerricabeitia (1921-1986) a Francisco Carrasquer (1915-2012):

Una carga de plástico hizo saltar la librería. Todo está en un desorden indescriptible. Los desperfectos sólo en  nuestro domicilio ‒la calle se quedó sin vidrios y varios autos fueron reventados‒ superan el millón de pesetas. […] El atentado ha sido reivindicado por Antiterrorismo-ETA [grupo de ultraderecha más conocido como ATE]

La Ruedo Ibérico tras el atentado terrirista.

Apostilla Forment que los daños directos se cifraron en 70.000 francos y en unos 12.000 los derivados del obligado cierre, lo que generó una ola de solidaridad que se tradujo en la cesión de obras de Joan Miró (1893-1983) y Antoni Tàpies (1923-1012), así como en aportaciones económicas importantes de Josep Tarradellas (1899-1988) y Francisco Carrasquer o en la cesión de derechos de Gabriel Jackson (1921-2019), entre otras muchas ayudas.

Los atentados terroristas contra librerías no se atenuaron tras la muerte de Franco, y como escribe Aránzazu Sarría Buil:

Convertida en medio para ejercer una presión política y en finalidad para desestabilizar el proceso democrático en ciernes, la violencia ocupó un papel destacado que se extendió a lo largo de todo el período de la transición […] En los meses que sucedieron la muerte de Franco las librerías de las ciudades españolas más importantes fueron testigo de una escalada de violencia política sin precedentes cuya autoría, no siempre reivindicada, recaerá en grupos de la ultraderecha.

A tenor de todo ello, no es de extrañar que el 6 de mayo de 1976 la escritora y periodista cultural Rosa Pereda titulara un abrumador artículo en El País: «Un centenar de atentados a librerías españolas».

Fuentes:

AA.VV., El terrorismo desconocido. Atentados terroristas de extrema derecha en Navarra (1975-1985). Informe 2020, Gobierno de Navarra, 2020.

Cooperartiva de Cine Alternatiu 1975, Atentados fascistas. Los reductos neo-fascistas contra organizaciones y librerías progresistas (vídeo).

Santiago Cortés Hernández, «El llibre, perillós enemic. Atemptats contra la llibreria Tres i Quatre (1970-2007)», L’Espill, núm. 38 (2011), pp. 155-166.

Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo ibérico, Barcelona, Anagrama (Argumentos 247), 2000. 

Jorge Herralde, «La censura», en Anagrama. 50 Años, Anagrama, 2019, pp. 23-25.

Rosa María Pereda, «Un centenar de atentados a librerías españolas», El País, 6 de mayo de 1976.

Aránzazu Sarría Buil, «Atentados contra librerías en la España de los setenta. La expresión de una violencia política», en Marie-Claude Chaput y Manuelle Peloile, coords., Sucesos, guerras, atentados. La escritura de la violencia y sus representaciones, PILAR (Presse, Imprimés, Lecture dans l’Aire Romane), 2009.

Ángel Vivas, «Heroicas librerías», El Mundo, 8 de diciembre de 2015.

Un episodio de censura española: Comín en prisión

Unos antecedentes necesarios: Barcelona, primeros meses de 1969. Ante las diversas y sostenidas protestas de los estudiantes universitarios y los sindicatos, a finales de enero el Estado español decretó el estado de excepción, que tuvo nefastas consecuencias para el sector editorial de la ciudad e hizo que los calabozos de Via Laietana parecieran, a tenor del ir y venir de editores, una feria del libro. El origen de ello hay que buscarlo, por ejemplo, en lo que se definió como un «asalto» al rectorado de la Universidad de Barcelona que se saldó con la quema de una bandera y con un busto del dictador por los suelos, aunque más grave había sido lo ocurrido en Madrid a raíz de la detención de varios miembros del clandestino Frente de Liberación Popular (1958-1969). Entre estos detenidos, por arrojar propaganda, se encontraba el estudiante de Derecho Enrique Ruano (compañero de colegio y buen amigo de quien con el tiempo llegaría a ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba), a quien se halló muerto al pie de un edificio tres días después de su detención. Hoy sabemos que fue el

Manuel Fraga Iribarne (es el que viste de civil).

por entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne (1922-2012), quien no sólo movilizó al director del periódico Abc Torcuato Luca de Tena (1923-1999) para que cocinara una versión según la cual se trataba de un suicidio (publicando incluso páginas de un apócrifo diario personal de Ruano), sino que también llamó al padre del estudiante fallecido para exigirle que dejara de protestar y, de paso, recordándole que tenía otra hija de la que ocuparse. Un mes después, los tres policías que habían detenido a Ruano recibieron una «felicitación por los servicios prestados».

El estado de excepción declarado en 1969 tuvo muy duras consecuencias en el ámbito editorial, lógicamente con mayor incidencia en las editoriales obreras y de izquierdas y en las que publicaban en alguna distinta a la «lengua del imperio». Así lo cuenta Carmen Menchero de los Ríos en «Editoriales disidentes y el libro político»:

El mundo editorial fue fiel reflejo de lo ocurrido en otros ámbitos y, más allá del restablecimiento de la censura previa, prevista por el artículo 3 de la Ley Fraga, la crisis se saldó con el secuestro de treinta publicaciones ya distribuidas por las librerías y la cancelación de la actividad para cuatro editoriales: Ricardo Aguilera, Equipo Editorial, Halcón y Ciencia Nueva, al tiempo que ZYX, Edicusa y Nova Terra se encontraban abocadas a correr la misma suerte por el asedio sistemático de su actividad desde el MIT [Ministerio de Interior y Turismo]

Nova Terra era una editorial marcadamente vinculada al cristianismo y al obrerismo que publicaba tanto en catalán como en castellano y que se caracterizaba por sustentarse en una peculiar y voluntariosa estructura empresarial; entre sus títulos publicados hasta entonces: La mà contra l´horitzó (1961), de Manuel de Pedrolo; Ensayos sobre la condición obrera (1962), de Simone Weil; El cine al alcance de los niños (1964), de Miquel Porter Moix; Los sacerdotes obreros (1965), de Gregor Stiefer Argelia entra en la historia (1965), de Pierre Bourdieu y Abdelmalek Sayad; Qué libros han de leer los niños (1966), del Equip Rosa Sensat; La sexualidad, carne y amor (1966) de Octavi Fullat; Ciudad rebelde (1967), de Luis Amado Blanco; Problemas actuales del sindicalismo (1967), de Pierre Le Brun; Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores (1968), de Manuel Sacristán; La carne en el asador (1969), de Francisco Candel; Introducció a la historia del moviment obrer, de Manuel Tuñón de Lara;  Chicos de la gran ciudad (1969), de J.M. Huertas Clavería; Secularización y cristianismo (1969), de Lluís M. Xirinachs… Los obstáculos que puso la censura a Nova Terra parecían ir encaminados a entorpecer su viabilidad económica mediante el nefando método de dilatar el proceso de las asignación de número de registro y al mismo tiempo retener o secuestrar todos los libros que publicaban. De hecho, ya hacía tiempo que estaban en el punto de mira de la censura, como constató Francisco Rojas Carlos al resumir el expediente que se abrió a Nova Terra (núm. 1.307, sin fecha):

Los informes del Ministerio estudiaron concienzudamente las líneas ideológicas de la editorial, y así se dictaminó entre otras cosas: “Examinada la línea general de sus ediciones y estudiados algunos de sus numerosos títulos característicos, puede afirmarse que Nova Terra tiene, en lo religioso, una marcada orientación peligrosamente progresista y, en lo político, una clara tendencia filomarxista. Como también «editorial de actividades progresistas, de matiz catalanista y rotunda oposición al Régimen». Entre sus integrantes, los informes destacaban las figuras de los sacerdotes Jorge Bertrán Quintana y Casimiro Martí Martí, junto a Josep Verdura y Alfonso Comín Ros, «todos los cuales sustentan una línea política de avanzada tendencia libertaria».

Colección Actitudes, traducción de Santi Soler (militante de la clandestina Acción Comunista), 1969. La versión catalana, también en Nova Terra, es del famoso polígrafo Manuel de Pedrolo (1918-1990).

En el estudio monográfico que Dolors Martín y Agnès Ramírez dedicaron a esta editorial –que, ciertamente, como ha escrito Mireia Sopena, es «deudor en demasía de las entrevistas a sus protagonistas»– se reproducen algunos documentos muy esclarecedores de las consecuencias que tuvo el estado de excepción. Éstos permiten, por ejemplo, constatar que, por el hecho de no tener concedido un número de registro editorial (como tampoco lo tuvo nunca Edicions 62, por ejemplo), ya en 1968 Nova Terra había padecido una oleada de secuestros de libros en clara progresión: uno en febrero, otro en abril, otro en agosto y tres en octubre, lo que contribuía de modo decisivo a que, a finales de 1968 la cuantía de inversiones y anticipos sobre obras que no habían podido publicar ascendiera a la astronómica cifra de 540.000 pesetas, que no había modo de amortizar, y que al año siguiente ascendían ya a tres millones de «pérdidas ocasionadas por la prohibición o retención de libros». Y a ello había que añadir aún las numerosas presentaciones de libros no autorizadas, por ejemplo.

Como consecuencia directa de la declaración del estado de excepción, el asesor general,  Alfons Comín (1933-1980) fue detenido en su casa, el director literario, Josep Verdura (1921) tuvo que ocultarse, y dos secretarias, Mercè Pons y M. Àngels Berengueres, así como dos de los fundadores y colaboradores, Miquel Juncadella y Antoni Muné, fueron detenidos y pasaron alguna que otra noche en los calabozos de Via Laietana. Y por si fuera poco, además la policía confiscó (y nunca han vuelto a aparecer) «gran cantidad de documentos, numerosa correspondencia, originales, fotografías»…

Colección Actitudes, en 1968.

Enorme interés tienen también los apuntes que tomó Joan Carrera (1930-2008) de sus delirantes entrevistas en Madrid, en compañía de mosén Guix (que había sido profesor de Fraga Iribarne), con el ministro: «Al oír el nombre de Nova Terra, me interrumpe con brusquedad. En esto, dice, no hay nada que hacer. Nova Terra se ha portado indignamente. Ha atentado incluso contra la unidad nacional. Ha creado conflictos judiciales, etc.». Vale la pena señalar que, muy probablemente, Fraga aludía al juicio sumarísimo al que fue sometido Francisco Candel (1925-2007) por el cartel propagandístico de La carne en el asador (1966), que rezaba: «¿Qué clase de ganado es este: turistas, ladrones, ministros, procuradores en cortes?», y que supuso un duro revés para Fraga, pues, recordando que el término «ganado» tiene como tercera acepción «conjunto de personas» Candel fue absuelto y el ministerio puesto en evidencia.No menos interés tienen las notas sobre la entrevista, en el mismo viaje, mantenida con Robles Piquer (1925-2018), director general de Cultura Popular y Espectáculos (además de cuñado de Fraga), de quien se transcriben las siguientes palabras: «Ya sé que el señor Comín no es hombre de poner bombas, pero las bombas ideológicas traen las demás». Lo que se colige de estas notas es que el ministerio estaba recibiendo presiones de la extrema derecha para que hiciera marcha atrás en la timidísima apertura que se suponía que estaba llevando a cabo, y que le costó bien poco sucumbir a estas presiones, que en el caso de Nova Terra se concretaban en la exigencia de desprenderse de Comín y de Verdura para poder seguir publicando e incluso se les recomendaba cambiar de nombre a la editorial.

Publicado en la colección Actitudes y luego en El Sentit de la Historia en 1974 y reimpreso en 1975.

Esto generó un intenso, enconado y en buena medida envenenado debate en el seno de esta editorial comunitaria, entre quienes estaban dispuestos a redoblar el pulso con el poder y quienes preferían preservar a toda costa la existencia de la editorial (que proponían mantener a Comín y Verdura como colaboradores si bien de tapadillo). Otro interesantísimo documento aportado en la mencionada monografía (pp. 108-110) es una asombrosa y emotiva carta escrita desde la prisión por Comín y dirigida a Josep Artigal (1923-1995), contable de la empresa Cubiertas y Tejados y uno de los fundadores de Nova Terra, que no tardaría en convertirse en gerente de la editorial. En ella Comín se muestra relativamente comprensivo con el dilema contra el que la Censura ha acorralado a Nova Terra, pero expone muy abiertamente su propia situación personal y las graves consecuencias que tendría para él verse excluido del proyecto colectivo que es Nova Terra:

En estos momentos, lejos de tantas cosas, me preocupa especialmente el aniquilamiento anímico que nace del hecho de sentirse exiliado. Y, si lo preferís, exiliado no en el sentido material del término, sino exiliado en el sentido, sobre todo, moral, espiritual. Creo que este, desde el punto de vista de nuestra continuidad y posibilidad de realización en tanto que personas, es uno de los peligros más graves de la prisión, la expatriación o cualquier cosa que conlleve el abandono forzado del propio círculo vital, de la propia comunidad de vida.

Y continua más adelante: «En cuanto al riesgo, ¡qué queréis que os diga! Yo, por mi parte, lo acepto […]. Bastará que los demás, o algunos de los demás, quieran también compartir este riesgo y, valorando todo lo que ello supone, lo acepte. […] Todos aceptamos riesgos: Sólo es necesario creer que lo que motiva esa aceptación vale la pena».

Alfonso Carlos Comín.

Aun así, el tira y afloja que convulsionó Nova Terra conllevó el abandono de Comín y Verdura (que seguirían sus trayectorias en las editoriales Estela y Laia), pero eso no supuso en ningún caso nada parecido a una vuelta a la relativa normalidad. Por si estos fueran pocos problemas, unos años después, el 30 de abril de 1973 el almacén que la editorial tenía en el popular barrio de Sants fue objeto de un incendio que tenía toda la pinta de ser un ataque de los ultras Guerrilleros de Cristo Rey dirigidos por el veterano de la División Azul Mariano Sánchez Covisa, cosa que agravó la ya dificilísima situación económica y acabó por hacer inviable la continuidad del proyecto.

La de Nova Terra no es sólo la historia de una de las editoriales más fascinantes puestas en pie durante el franquismo por un colectivo heterodoxo y heterogéneo (sacerdotes, maestros, obreros de la construcción, oficinistas, encuadernadores), sino que su repaso permite un extraordinario acercamiento al opresivo ambiente en que los editores, y en particular los que publicaban en catalán, intentaron llevar a cabo su tarea de acercamiento de la cultura al pueblo.

Fuentes:

Manuel Llanas, L’edició a Catalunya. Segle XX (1939-1975), Barcelona, Gremi d’Editors de Catalunya, 2006.

Dolors Martín i Agnès Ramírez, Editorial Nova Terra, 1958-1978. Un referent, Barcelona, editorial Mediterrània, 2004.

Carmen Menchero de los Ríos, «Editoriales disisdentes y el libro político», en Jesús A. Martínez Martín, dir., Historia de la edición en España 1939-1975, Madrid, Marcial Pons, 2015, pp. 809-834.

Francisco Rojas Carlos, Dirigismo cultural y disidencia editorial en España (1962-1973), Universidad de Alicante, 2013.

Mireia Sopena, «La historia de la edición en catalán: balance y retos», en Fernando Larraz, Josep Mengual y Mireia Sopena, eds., Pliegos alzados. La historia de la edición, a debate, Gijón, Trea, en prensa.

El lector interesado puede consultar además los legados de Lleonard Ramírez i Viadé y de Nova Terra, que se conservan en el Arxiu Nacional de Catalunya, fondos 338 y 49, respectivamente.

Papel 451: Laia bajo la égida de Ray Bradbury

WELLECK

Encuadernadas en rústica con solapas, Papel 451 lucía cubiertas diseñadas y realizadas por Enric Satué.

A Jorge Portland, que sin saberlo me dio la idea.

Para por lo menos toda una generación, Historia literaria. Problemas y conceptos (1983), libro del crítico literario checo René Wellek (1903-1995), supuso el primer contacto con el germen de lo que años más tarde sería la literatura comparada, con la teoría literaria e incluso, en muchos casos, el primer enfrentamiento crítico con los fundamentos y problemas teóricos que presenta la historia y la periodización literaria como disciplinas. Sin embargo, el libro se incluía en una colección de la editorial Laia, Papel/451, que, si bien concedía un espacio notable a los temas literarios, se había centrado desde el principio en las humanidades en un sentido muy amplio que daba cabida a la historia, a la sociología, la psicología y sobre todo a la política, pero preferentemente con un enfoque teórico o una mirada amplia hacia las diferentes disciplinas.

El nombre de la colección ya presupone una determinada lectura de la obra de Ray Bradbury quien, en general, en esos años era considerado en España como poco más que un autor de género por el común de los lectores. Si bien dentro de la colección se distinguieron series específicas (historia, literatura), la numeración de Papel 451 era consecutiva y se presentaba del siguiente modo: «Textos básicos, imprescindibles para acceder al conocimiento de las estructuras culturales del mundo contemporáneo. Una colección de textos no numerarios en aula libre.»

Sin embargo, el nacimiento de la colección es un poco anterior a la creación de Laia, y sus inicios se remontan a finales de los años sesenta en el seno de la editorial Estela, cuya trayectoria, a su vez, está íntimamente vinculada a la de Nova Terra. Procedamos pues por partes, como decía Jack el Destripador.

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Nova Terra la funda en 1957 un grupo vinculado a la Juventut Obrera Cristiana (JOC) en el que se cuentan el entonces vicario de la Barceloneta Joan Carrera (1930-2008), Anton Cañellas (1923-2006), Joaquim Pibernat (1924-1984), Alfons Carles Comín (1933-1980), Josep Verdura o Ignasi Riera (n. 1940), que muy pronto empezó a publicar indistintamente en catalán y castellano obras de orientación religiosa destinadas tanto al público adulto como al infantil y juvenil, tomando como modelo Les Editions Ouvrieres de Paris (del servicio de publicaciones del JOC francés) e incluso traduciendo varias de las obras publicadas originalmente por su partenaire francés. Los choques de Nova Terra con la censura fueron frecuentes, y Francisco Rojas Carlos resume del siguiente modo el expediente que se le abrió (núm. 1.307, sin fecha):

Los informes del Ministerio estudiaron concienzudamente las líneas ideológicas de la editorial, y así se dictaminó entre otras cosas: “Examinada la línea general de sus ediciones y estudiados algunos de sus numerosos títulos característicos, puede afirmarse que Nova Terra tiene, en lo religioso, una marcada orientación peligrosamente progresista y, en lo político, una clara tendencia filomarxista. Como también «editorial de actividades progresistas, de matiz catalanista y rotunda oposición al Régimen». Entre sus integrantes, los informes destacaban las figuras de los sacerdotes Jorge Bertrán Quintana y Casimiro Martí Martí, junto a Josep Verdura y Alfonso Comín Ros, «todos los cuales sustentan una línea política de avanzada tendencia libertaria».

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Adviértase la muy sutil diferencia en el diseño del frontis de la cubierta.

El Ministerio encabezado por Manuel Fraga Iribarne (1948-1996) se abocó entonces a una labor de presión para que Verdura y Comín fueran apartados de la editorial y sustituidos por personas más moderadas, cosa que consiguieron durante el estado de excepción de 1969 (un momento además de graves dificultades económicas y de liderazgo en la editorial), a lo que se añadiría en abril de 1973 el ataque que recibió Nova Terra cuando la ultraderecha incendió su almacén, causando graves pérdidas económicas adicionales al arrasar con varias ediciones completas antes de que se pusieran a la venta.

Los dos «expulsados» de Nova Terra, Verdura y Comín, decidieron entonces convencer al abogado, empresario y mecenas Josep Maria Vilaseca i Marcet (1919-1995) para que en 1970 comprara los fondos de la editorial Estela, una editorial nacida en 1958 y de características similares a las de Nova Terra (divulgación de textos católicos en castellano y catalán), entre cuyos autores se contaban los muy célebres autores de literatura juvenil Josep Vallverdú (n. 1923) y Joaquím Carbó (n. 1932). Martínez Martín consigna que Estela «contaba con un capital de seis millones de pesestas y 35 accionistas, con Jaume Carner [Suñol, 1925-1992] como presidente del consejo de administración, y con un fondo de 700 títulos», y añade que el suyo representó «uno de los procesos donde se manifestó con mayor endurecimiento la política censora del Régimen».

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Sobrecubierta (en no muy buen estado y sin mostrar las solapas) de uno de los escasos libros de la colección encuadernados en tapa dura.

Así pues, Verdura se convirtió en el nuevo gerente de Estela y Comín, en cuanto salió de la cárcel, en el nuevo director literario, y ambos emprendieron un severo rediseño de la línea editorial. Del carácter muy combativo de Comín ha dejado un ilustrativo relato el mestre Josep Maria Castellet refiriéndose a sus visitas a los despachos del Ministerio de Información y Turismo (Censura):

La cosa era tan aburrida y siniestra que necesitábamos la compañía mútua. Alfonso desplegaba una táctica determinada y yo otra distinta. Visto en la distancia, no sabría decir quién lo hacía peor. Él atacaba de frente, lanzando invectivas y acabando por tratarlos a todos de reaccionarios. De vez en cuando, salvaba algún libro, pero su justificada irritación, añadida a sus actividades políticas, acabaron por hacer inviable la editorial que dirigía con Verdura.

A la altura de 1971, después de varios topetazos con la Censura, que canceló su inscripción en el registro de empresas editoriales por considerar que el plan editorial era de «contenido subversivo e incitación a la revolución social», el por entonces ministro Alfredo Sánchez Bella firmó una resolución por la que se obligaba al cierre de Estela, cuyos últimos títulos habían sido La historia del Primero de Mayo, de Maurice Dommanget, Literatura y Arte nuevo en Cuba de Miguel Barnet, Benedetti, Carpentier y Cortázar, entre otros, y  Los que nunca opinan, de Francisco Candel (conocido como el autor español más censurado por las autoridades franquistas), que fue secuestrado SAVAGE(retirado tras haber llegado a librerías), y se abrió expediente también al libro humorístico de Perich Autopista (cuya alusión en el título a El camino de Escrivá de Balaguer no pasó desapercibido al Opus). Cuenta la leyenda que el cierre se acompañó de una retorcida sentencia de un alto cargo de censura: «¡Catalanistas, católicos y rojos no puede ser!».

Sin embargo, fue en Estela donde tuvieron tiempo de aparecer los primeros números de Papel 451, a menudo con esos extensos títulos muy del gusto de la izquierda de la época: en 1970, El conflicto de las clases técnicas, un falso problema. La profesión de aparejador y la estructura de clase de las profesiones técnicas en España, de Jesús A. Marcos Alonso, y ya en 1971, Populismo y marxismo en Rusia (la teoría de los populistas rusos: controversia sobre el capitalismo), de Andrzej Walicki y traducido por Ricard Domingo, Del yo al nosotros (lectura de “Fenomenología del Espíritu” de Hegel), de Ramon Valls Plana, y La evolución de la agricultura en España, de José Manuel Neredo, todos ellos recuperados entre los primeros números de la colección una vez nació ya en 1972 Laia.

IntPueblo

Pliego de ilustraciones de La cultura y el pueblo, en el que, junto a un anuncio aparecido en El Sol en 1928, se reproducía la portada de febrero de 1933 de Sin Dios, órgano de la Liga Atea.

Junto a textos de carácter marcadamente político pero muy variados en su concepción, desde análisis críticos, libros colectivos y antologías de textos de diversos autores, y otros tan dispares como los Fundamentos de Aritmética de Gottlob Frege, la Fonología general de Zarko Mulacic o La Medicina impugnada de Guy Caro, ya entre los primeros números destacan en el muy nutrido catálogo de Papel 451 algunos muy interesantes libros en las series de historia y literatura, como el Dostoievski (1821-1881) de E.H. Carr (núm. 8), El realismo francés (Stendhal  Balzac, Flaubert, Zola, Proust), de Harry Levin (núm. 25), La reproducción, de Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron (núm. 39), los tres volúmenes colectivos dirigidos por Jacques Le Goff y Pierre Nora Hacer la historia (núms. 42, 47 y 50), la antología preparada y comentada por Christopher H. Cobb La cultura y el pueblo. España 1930-1939 (núm. 52), la Introducción al estudio de la novela, de Jacques Sauvage (núm. 53), El rapto de la cultura, de Carlos Paris (núm. 59), La novela OLEZAdel XIX. Del parto a la crisis de una ideología, de Juan Oleza (núm. 65)… En cierto modo, durante la Transición Papel 451 se convirtió para sus lectores en una colección complementaria, con una mirada más abierta e internacional, a algunas otras del tipo de la Crónica General de España de Júcar.

No estuvo ni mucho menos exenta de problemas, como puede suponerse dado el talante de su director literario y sus posicionamientos respecto a la censura, la trayectoria de Laia, que había solicitado su inscripción en 1971 y no lo obtuvo hasta 1974 y aun así, paradójicamente, con la obligación de presentar a «consulta voluntaria» (como se hizo con Edicions 62) todo título que se propusiera publicar. A los problemas con la censura se añadían otros más singulares, como el amargo conflicto generado con el librero y editor exiliado en París Antonio Soriano (1913-2005) a raíz de la publicación en Laia de los libros de Manuel Tuñón de Lara La España del siglo XIX y La España del siglo XX en 1973 y 1974 respectivamente, que Ana Martínez Rus ha documentado con rigor y detalle y estudiado con lucidez en su artículo dedicado al segorbino fundador de la Librairie Espagnole.

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Alfons Carles Comín (1932-1980), a quien la muerte impidió tomar posesión de su cargo como diputat al Parlament de Catalunya.

Poco después de la muerte de Comín, Laia fue adquirida en 1981 por el exiliado navarro Benito Milla (1916-1987), que a su vez la legó a su muerte a su hijo Leonardo como presidente del consejo de administración, y a finales de esa década, tras sucesivos problemas financieros, acabó por desaparecer abrupta, confusa y conflictivamente, cuando el por entonces gerente, Hugo García Robles (que había sido colaborador de Benito Milla en la editorial Alfa), regresó a Uruguay dejando un agujero de doscientos millones, y los tres miembros restantes del consejo de administración (Miquel Xancó, Maria Josepa Font y Joan García Grau) interpusieron una querella criminal contra él, contra el apoderado Félix Palomar (que acababa de presentar su dimisión) y contra el asesor fiscal Enric Teixidor. Poco después, en 1990, el grueso del fondo en catalán de Laia pasó a manos de Edicions 62. Por su parte, Hugo García Robles, nacido en 1931, falleció en Uruguay en 2013 tras haber colaborado con el pseudónimo Sebastián Elcano en diversos medios radiofónicos y de prensa, entre ellos El País.

Nota: Los fondos de la editoriales Nova Terra, Estela y Laia se encuentran en el Arxiu Nacional de Catalunya y el primero de ellos sirvió a Dolors Marín y Agnès Ramírez para recoger su historia en Editorial Nova Terra (1958-1978): un referent (Barcelona, Mediterrània, 2004); sin embargo, una parte de la documentación de esta editorial se había perdido en el incendio aludido.

Fuentes

Montserrat Casals, «Laia interpondrá querella criminal por estafa contra tres ex directivos de la empresa», El País, 11 de noviembre de 1989.

– «Leonardo Milla: Laia no se ha hundido», El País, 16 de noviembre de 1989.

Josep M. Castellet, «Memòries poc formals d´un director literari» en Edicions 62. Vint-i-cinc anys, Barcelona, Edicions 62, 1987.

Elena Hevia, «Laia anuncia que “probablemente” tendrá que declararse en quiebra», Abc, 5 de noviembre de 1989, p.55.

24c40-sellodecensuradelibrosespac3b1adictaduradefrancoManuel Llanas (con la colaboración de Montse Ayats), L´edició a Catalunya. El segle XX (1939-1975), Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2006.

Manuel Llanas (con la colaboración de Montse Ayats), L´edició a Catalunya. El segle XX (els darrers trenta anys), Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2007.

Jesús A. Martínez Martín, «La Transición editorial. Los años setenta», en J.A. Martínez Martín, dir., Historia de la edición en España, Madrid, Marcial Pona (Historia), 2015, pp. 329-386.

Ana Martínez Rus, «Antonio Soriano, una apuesta por la cultura y la democracia: la Librairie Espagnole de París», Litterae. Cuadernos sobre cultura escrita, núm. 3-4 (2003-2004), pp. 327-348.

Francisco Rojas Carlos, Dirigismo cultural y disidencia editorial en España (1962-1973), Universidad de Alicante, 2013.

René Wellek, Historia literaria. Problemas y conceptos, selección y presentación de Sergio Beser y traducción de Luis López Oliver, Barcelona, Laia (Papel 451/ Literatura 60), noviembre de 1983.