Exilio republicano español e industria editorial

Pasados más de ochenta años del inicio del exilio republicano de 1939, sigue de manifiesto que existen lagunas enormes en el conocimiento de la actividad cultural llevada a cabo por sus protagonistas en los países que los acogieron. Sin embargo, cuestiones como el de la integración como traductores de muchos de estos republicanos en las industrias editoriales mexicanas y argentinas, por ejemplo, con sus problemas y polémicas asociadas ─entre las que la que enfrentó a Ricardo Baeza y Victoria Ocampo es una de las más jugosas y la del llamado «castellano neutro» la más perdurable─, siguen despertando el interés de los investigadores, como demuestran tesis como las de Germán Loedel (Los traductores del exilio republicano español en Argentina) y Lizbeth Zabala (El transtierro de un oficio: las traducciones literarias del exilio español en México [1939-1945])

De izquierda a derecha, los exiliados Max Aub y Joaquín Díez-Canedo, con los mexicanos Alí Chumacero, Agustín Yáñez y Ricardo Martínez de Hoyos.

No son pocos tampoco los exiliados republicanos que se convirtieron en libreros importantes e influyentes en las comunidades en que recalaron (Modest Parera, Sigfrido Blasco Ibáñez, Arturo Soria y Joaquín Almendros en Valparaíso y Santiago de Chile; Lino Moulines y Leonardo Milla en Caracas; los hermanos Escofet en Santo Domingo, Tomás Espresate en México, Alfonso López Camacho en Tijuana, Josep Mestre y Norbert Orobitg en Andorra la Vella…), pero también es cierto que otros muchos dirigían su mirada a los propios exiliados como destinatarios potenciales de sus libros (como es el caso de Josep Salvador en Toulouse o, en otra medida, Antonio Soriano en París).

El librero y editor Josep Salvador en Toulouse.

Quizás algo bastante parecido sucede con las editoriales gestionadas por republicanos españoles exiliados como consecuencia del resultado de la guerra civil. Mientras algunas de estas empresas se obstinaron en dirigirse a la comunidad de exiliados (y eso es particularmente claro en el caso de quienes editaron en lenguas proscritas del mercado editorial franquista), otras evolucionaron con el tiempo desde esa postura inicial a otra de mayor integración en el país de acogida, y aun hubo otras que ya nacieron con la vocación inicial de servicio a sus nuevos compatriotas (aunque eso no implicara una deserción de los principios y valores republicanos pero sí incidiera en cómo se manifestaran estos en sus catálogos). Mucho tuvo que ver en ello la sorpresa que se llevaron los exiliados españoles al constatar que los países que habían tumbado a Hitler y Mussolini no tenían intención de hacer lo mismo con Franco, así que su exilio iba para largo.

De modo similar, mientras algunas editoriales conducidas por exiliados pretenden introducir como sea los libros cuya circulación en España la censura franquista pretendía impedir (caso de Nuevas Generaciones y Era en los primeros tiempos en México, o de Ruedo Ibérico en París, por ejemplo), otras ni siquiera se lo plantearon o lo hicieron sobre todo en respuesta a una intención estricta o predominantemente comercial (el Fondo de Cultura Económica, en lo que tenga de «editorial del exilio», pongamos por caso). Teniendo en cuenta estas cuestiones, no es de extrañar que en el capítulo de Editores y editoriales del exilio republicano de 1939 dedicado a la labor de José Bergamín y muy acertadamente titulado «Séneca, resistencia cultural», escriba Fernando Laraz:

Si alguna editorial puede ser considerada propiamente como «editorial del exilio republicano» esa es Séneca, pues estuvo concebida con capital público de organizaciones gubernamentales del exilio, la dirigían  intelectuales exiliados y su catálogo está casi exclusivamente compuesto por autores españoles republicanos o significativos para su cultura.

El impresor y poeta Manuel Altolaguirre en Cuba.

Pero, ¿qué decir de los ilustradores, diseñadores gráficos, correctores, linotipistas, impresores, incluso distribuidores…? No es nada fácil aquilatar en qué medida su condición de republicanos españoles ─o su experiencia profesional previa durante la Segunda República Española─ incidió en su modo de trabajar o contribuyó de alguna manera al progreso de la industria editorial y en la evolución del gusto de las sociedades en las que desarrollaron su labor a partir de 1939; en cambio,es posible que algunas de sus mayores aportaciones se produjeran ya no en los textos en que trabajaron o que decidieron publicar, sino en la forma que dieron a los libros que pasaron por sus manos (introduciendo en América, por ejemplo, la estética libraria que se había desarrollado en España en paralelo con el auge de la conocida como generación del 27 y de sus revistas). Aunque quizá los de Manuel Altolaguirre, Vicente Rojo y Mauricio Amster sean de los casos mejor estudiados, es evidente que hay mucho trabajo por hacer aún para establecer cómo y cuánto influyeron los exiliados en las artes impresoras y gráficas de los países que los acogieron y hasta qué punto su labor ha dejado rastro perdurable.

En cualquier caso, los estudios, investigaciones parciales y tesis de los últimos ochenta años han puesto los mimbres para que Fernando Larraz abordara una historia general, jerarquizada y crítica, de los Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, centrándose sobre todo en los catálogos y uno de cuyos méritos no menores es replantear algunas cuestiones cruciales acerca del objeto de estudio. Advierte, por ejemplo ─y se desprende de su estudio a modo de ilustración o o demostración de la hipótesis─ que «como norma general, en aquellos países en los que el exilio fue más minoritario, las editoriales que sus miembros emprendieron tendieron a configurarse como empresas más propiamente nacionales, al no existir una fuerte comunidad lectora ni productora española».

Como expone Larraz en la Introducción a su libro (pp. 9-22), aunque la literatura del exilio, por tratarse de una obra inmaterial, de creación verbal, no estaba tan sujeta a los condicionantes del contexto económico, social y político inmediato ─si bien su definición y métodos de estudio tampoco está exenta de complicaciones─, eso no sirve en el caso de las editoriales, aunque quizás explique por qué tuvieron corta vida las iniciativas editoriales que pretendieron hacer abstracción de ellos.

De izquierda a derecha, Eugenio Granell, Vicente Lloréns, Alberto Paz y Pedro Salinas, a la llegada de este último a Santo Domingo.

De izquierda a derecha, los exiliados Eugenio Granell, Vicente Lloréns, Alberto Paz y Pedro Salinas, a la llegada de este último a Santo Domingo.

La amplia y documentada panorámica que traza Larraz, donde la jerarquización viene en buena medida marcada por la representatividad y persistencia de la cultura del exilio, cobra un enorme valor adicional gracias a la mencionada introducción, donde deslinda y precisa las ideas comunes y heredadas para proponer un modo más afinado ─y útil─ de acercamiento a esta realidad. Como bien escribe:

La edición de libros en el exilio tiene que ver también con procesos de diálogo y traducción intercultural llevados a cabo por sujetos transnacionales. Las editoriales y, en general, las redes de socialización intelectual de los exiliados no estuvieron en absoluto cerradas a sujetos de los países de acogida que compartían principios ideológicos y que en muchos casos se habían solidarizado públicamente con la causa republicana. De hecho, hay una explícita vocación internacionalista en la base ideológica del republicanismo español antes y durante la guerra, que siguió formando parte de las señas de identidad frente al cerrado nacionalismo franquista. La dialéctica entre lo nacional y lo transnacional, que puede formularse de muchas maneras: patria perdida-patria hallada, resistencia-integración… es una de las claves para comprender qué fue el exilio y se encuentra objetivada de una manera particularmente ostensible en su obra editorial.

Con todo, la edición en el exilio en catalán, gallego y vasco (ya sea en México, Buenos Aires, Santiago de Chile o París), que quedan fuera del propósito de Larraz por razones que expone en la introducción, presentan otros condicionantes que suponen retos adicionales para quienes estén dispuestos a abordarlos con espíritu crítico. Esta introducción a Editores y editoriales del exilio republicano de 1939 aporta algunas ideas muy sugerentes también para abordar este campo.

Fernando Larraz, Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio. Historia de la Literatura del Exilio Republicano de 1939, vol. XII), 2018.

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