Las dos vidas de «El Obrero Gráfico» español

La explotación codiciosa de las industrias del Libro en España —incluyendo en el primer lugar a Madrid— ha empeorado talmente las condiciones de vida de cuantos obreros a ellas se dedican, que ya se recuerdan como si fuesen tiempos de leyenda aquellos en que nuestros predecesores percibían buenos jornales y vestían «como las personas decentes».

Así empezaba uno de los primeros artículos publicados en la revista El Obrero Gráfico, en la que se exponían «Nuestros propósitos» y que apareció el 1 de marzo de 1908. Es necesario precisar, sin embargo, que se trata de El Obrero Gráfico. Tipografía. Litografía. Fotograbado. Encuadernación, pues existieron por lo menos dos publicaciones distintas con este mismo título.

El Obrero Gráfico fue también el título del órgano de prensa de la Federación Gráfica Bonaerense (Sociedades Únicas) desde el mismo momento de su constitución, en 1907, en el que confluyeron sindicalistas socialistas y anarquistas de la capital argentina. Entre sus colaboradores destacados se contó el periodista e ilustrador socialista Joaquín Spandonari (luego afiliado al Partido Conservador), que tras pasar por las imprentas El Cosmo, Pomás, Compañía General de Fósforos y los talleres en Gotelli, había creado su propia imprenta y cuya firma aparece ocasionalmente en revistas profesionales como Noografía, Éxito Gráfico y Anales Gráficos, además de promover la fundación del Instituto Argentino de las Artes del Libro (de cuya acta fundacional, fechada el 11 de mayo de 1907, es uno de los firmantes).

El Obrero Gráfico madrileño (con oficinas en la calle Huertas, 24, 2º, e impreso en I. Calleja, en Mendizábal, 6), nació desvinculado de partidos políticos y sindicatos y costeado por los asociados:

… hemos creído los fundadores de este periódico que era llegado el momento de crear un órgano de combate desligado de toda colectividad, desde el cual contribuir con todas nuestras fuerzas, y asumiendo personalmente la responsabilidad de nuestros escritos, a difundir la necesidad de extender y perfeccionar la asociación, a denunciar abusos, a señalar derroteros, a servir, en fin, de nexo entre todos los obreros de la Imprenta en España, con objeto de robustecer nuestras organizaciones e infundir en ellas los alientos que necesitan para luchar por su mejoramiento inmediato.

Somos, claro está, partidarios decididos de la organización sindical; pero no nos arrogamos la representación de las colectividades a que pertenecemos, aunque deseamos contribuir a su desenvolvimiento…

Quizá sea el afán de señalar lo injusto de las condiciones laborales y las injusticias en el sector (tanto las advertidas por sus colaboradores en Madrid como las que les comunicaban sus compañeros en otras capitales) lo que justifique que la mayor parte de los artículos aparezcan sin firma, salvo más adelante en artículos de carácter histórico y/o cultural (como por ejemplo en el número del 23 de abril de 1916, dedicado al Quijote). Aun así, en La cuna de un gigante. Historia de la Asociación General del Arte de Imprimir (Imprenta José Molina, 1925, ed. facsímil del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1984), Juan José Morato destacaba entre sus más prolíficos colaboradores al tipógrafo valenciano Francisco Núñez Tomás (1877-1945) y el corrector de pruebas sevillano Antonio Atienza de la Rosa (1867-1944), ambos vinculados luego, con cargos, a la Unión General de Trabajadores y al Partido Socialista Obrero Español, y que acabaron también ambos sus días exiliados en México.

Ya en el primer número de El Obrero Gráfico se describe la huelga generada en los talleres de la Sociedad Bilbaína de Artes Gráficas (cuyo gerente era el luego célebre Sebastián Amorrortu) como consecuencia de haber contratado a un tal tipógrafo Enrique Hornberger Jole, de quien se dice que su «conciencia debe de estar formada con lo peor de lo más malo de los obreros indignos»; tras haber llegado a un aparente acuerdo entre obreros y empresa para despedirlo, se generó un auténtico escándalo cuando se descubrió que a Hornberger «le tenían oculto en uno de los almacenes distribuyendo tipos y haciendo otras operaciones relativas a la tipografía».

Resulta indicativo —o acaso un poco sospechoso a tenor de los acontecimientos posteriores— la entusiasta acogida que la aparición de El Obrero Gráfico despertó en las páginas de El Socialista. Órgano central del partido obrero (es decir, del Partido Socialista Obrero Español), que por aquel entonces aún dirigía su fundador, y tipógrafo él mismo, Pablo Iglesias (1888-1925). Según una nota aparecida seis meses después de la aparición de El Obrero Gráfico, en el número del 7 de agosto de El Socialista:

Es, en suma, El Obrero Gráfico un excelente auxiliar de la organización de los obreros de la Imprenta y su campaña no puede menos de resultar útil para estos.

Lo que hace sobre todo recomendable a dicho periódico es la circunstancia de que en todos sus trabajos, aun cuando se refieren a asuntos peculiares de los distintos ramos de la Imprenta, campea una amplitud tal de miras que puede ser muy bien leídos por los obreros de todos los oficios y acomodadas sus conclusiones a las luchas que estos hayan de sostener con sus respectivos patronos, constituyendo en cierto modo un arsenal de enseñanzas verdaderamente precioso.

Por todo ello, recomendamos su lectura a los compañeros que quieran tener un buen periódico societario.

Eudald Canivell.

Hacía ya unos años, desde 1883, que venía publicándose otro boletín profesional, La Unión Tipográfica, creado por Toribio Reoyo (s. XIX-1918) y surgido a raíz de la creación de la Federación Tipográfica Española, uno de los pilares de lo que sería poco después la Unión General de Trabajadores (creada en 1888 y adscrita al PSOE). A su vez, la Societat Tipogràfica, creada en un congreso celebrado en Barcelona en 1879 y compuesta por obreros de tendencias políticas dispares (entre los que se contaban Josep Llunas i Pujals, Anselmo Lorenzo y Eudald Canivell), había sido con la socialista Asociación del Arte de Imprimir madrileña, el germen de la mencionada Federación Tipográfica Española, nacida en un congreso celebrado también en Barcelona a caballo entre septiembre y octubre de 1882.

Como consecuencia del resultado este último congreso, la Societat Tipogràfica sufrió el abandono de la mayoría —si no la totalidad— de sus militantes anarquistas, que crearon entonces una nueva organización de tipógrafos llamada Societat Solidària dels Obrers Impressors, entre cuyos primeros dirigentes figuraron el dramaturgo y primo hermano de Rafael Farga Antoni Pellicer i Paraire (1851-1916), Josep Llunas i Pujals, el tipógrafo de La Academia Lluis Gili Peladí, Eudald Canivell (1858-1928), Francisco Fo, A. Serra, el traductor Emilio Guanyabens o Guanyavents (1860-1941) y Pere Esteve (1866-1926).

En cuanto a El Obrero Gráfico, que hacía gala de su independencia con respecto a partidos y sindicatos, acabó por desaparecer en 1812, al parecer por problemas económicos. Y la Unión Tipográfica creada por Reoyo como órgano de la Federación Tipográfica Española publicó su último número también ya bien entrado el siglo XX, en septiembre de 1916. Sin embargo, a partir de enero del año siguiente aparecía de nuevo El Obrero Gráfico, si bien en esta ocasión con el subtítulo «Continuación de La Unión Tipográfica» y especificando que se trataba del «Órgano de la Federación Tipográfica Española», sección de la UGT que en 1918 cambió su nombre a Federación Gráfica Española. Se da la circunstancia, además, de que el ya mencionado Manuel Atienza de la Rosa, ese mismo año 1917, había dejado su puesto como ajustador jefe en El Heraldo de Madrid para pasar a formar parte de la redacción de El Socialista.

Así, pues, quizá haya por lo menos no dos, sino tres periódicos distintos con el nombre El Obrero Gráfico.

Fuentes:

El Obrero Gráfico, digitalizado en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

El Socialista, digitalización en la Fundación Pablo Iglesias.

Primer Manifiesto de la Federación Tipográfica (octubre de 1882), transcrito en La Alcarria Obrera, 22 de abril de 2008.

Eduardo Montagut, «El nacimiento de El Obrero Gráfico», Tercera Información, 10 de diciembre de 2018.

Manuel Redero Sanromán, Estudios de historia de la UGT, Universidad de Salamanca, 1992.

Andrés Saborit, Apuntes históricos. Pablo Iglesias, PSOE y UGT, Fundación Pablo Iglesias, 2009.

Francisco Sánchez Pérez, Protesta colectiva y cambio social en los umbrales del siglo XX. Madrid, 1914-1923, tesis doctoral presentada en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, leída el 14 de abril de 1994.

Luisa Sierra Cortés, «El Obrero Gráfico, 1926-1936», en Santiago Castillo y Luis E. Otero Carvajal, Prensa obrera en Madrid 1855-1936, Madrid, revista Alfoz- Comunidad de Madrid, 1987, pp. 647-664.

Dos conflictos laborales en la Imprenta de Luis Tasso

Cuando al inicio de la guerra civil española, el Sindicato de Artes Gráficas de la CNT expropió la que había sido una de las imprentas más importantes y técnicamente más avanzadas del momento, la Tasso, apareció enseguida en las páginas de Solidaridad Obrera un extenso reportaje titulado «Historia de un despido en masa. El espíritu constructivo de la CNT», que en apariencia debía servir como justificación o cuanto menos de explicación de esa expropiación, y ya en sus primeros párrafos anunciaba por dónde iban los tiros:

Muerto [Luis] Tasso, débil su anciana viuda, el clásico yerno se había instaurado amo y señor. Curioso tipo. Balzac lo hubiera inmortalizado, si se puede inmortalizar la estupidez humana. No conocía «su» industria, no conocía la literatura, no tenía la menor idea de las artes del libro, ni del libro, ni apenas del alfabeto… ¡pero era un gran señor! ¡Con qué destreza montaba a caballo! […] Pero como no era más que todo un señor, la industria se le moría en las manos sin que él lo pudiera remediar. En los últimos tiempos, como quien da coces contra el aguijón, el yerno se afanaba trabajosamente en descubrir la enfermedad de «su» industria.

Luis Tasso i Gonyalons.

El yerno aludido es Alfons Vilardell Portuondo, quien a la larga acabaría por hacer un negocio redondo con la venta del edificio y la maquinaria en él acumulada durante la guerra, pero la empresa venía de una larga trayectoria. La inició Lluis Tasso i Gonyalons (1817-1880), nacido en Mahón y trasladado a Barcelona en 1835, quien tras formarse en la imprenta de Pedro Antonio Serra, y casarse con la hija del patrón, fue afianzándose primero como impresor y más tarde como impresor y editor, y de quien sabemos que ya en enero de 1861 disponía de cuatro imprentas mecánicas (concretamente de la marca Koënig), de las veinticuatro que había en Cataluña. En 1877, enfermo el fundador, se hizo cargo de la gerencia su hijo Luis Tasso i Serra (¿?-1906), quien pone al día la empresa en  el aspecto técnico y, entre otras innovaciones, añade una sección de fotograbado a color y crea diversas publicaciones periódicas (entre las cuales la revista ilustrada La Ilustración, cuya dirección cedió en 1890 a su hermano Torcuato, conocido sobre todo como traductor [entre otros, valga la paradoja, de Balzac]).  Muerto Tasso i Serra, la empresa pasó a manos de su esposa, Elena Matamala, con el nombre Viuda de Lluís Tasso, quien puso al cargo de la empresa al marido de su hija Magdalena, Alfons Vilardell.

Imagen de los talleres de composición.

De Vilardell, con la contribución de uno de los descendientes de la saga, nos ha dejado un perfilado retrato Romà Arranz en su excelente tesis:

Con él se inicia una etapa de crisis que llevará a la desaparición del establecimiento. Parece que su implicación en el negocio familiar no era muy intensa y que tanto la viuda como su esposa le dejaban absoluta libertad de actuación.

Había sido empleado de la casa. Su carrera política le alejaba de la mayoría de los trabajadores tipógrafos –de tendencia anarquista– por el hecho de ser un hombre de derechas, ultraconservador. Su actitud –según me explica Joan Tasso– era la de un comodón. De hecho, su imprenta dejaba mucho que desear.

En cuanto a la actividad económica, parece ser que sus inversiones no se dirigían hacia ningún otro lado que a los locales nocturnos. La belle époque y los felices veinte debieron de hacer el resto.

Eudald Canivell.

Lo cierto es que a lo largo de su historia la empresa ya había tenido que enfrentarse a momentos de conflictos con los empleados, y en particular lo que el propio Arranz, tomando el término de la prensa de la época, define como el «caso Tasso» y cuya primera aparición en prensa sitúa en el Boletín de la Sociedad Tipográfica a finales de 1881. Y es significativo que sea en el boletín de una sociedad destinada a aglutinar a cajistas, maquinistas y marcadores de clara tendencia libertaria, en la que figuraban, entre otros, Eudald Canivell (1858-1928), Anselmo Lorenzo (1841-1914) y Antoni Pellicer (1851-1916). Al parecer, la dirección había conminado a todos sus empleados, o bien a darse de baja de la tal sociedad, o bien a dejar la empresa, lo cual, lógicamente, fue fuente de roces y conflictos que se trasladaron enseguida a la prensa, pues los empleados mandaron una carta explicativa que fue reproducida, por lo menos, por El Diluvio y La Publicidad el 13 de diciembre de 1881, y en la que se explicaba también que para un total de diez máquinas y dos minervas se contaba con sólo seis ayudantes y ningún maquinista. Acababa explicando la carta:

Y como pudiera extraviarse la opinión pública creyendo que aquella casa había sido víctima de una colisión de sus operarios asociados, damos publicidad a estos hechos, poniendo al público por juez para que decida en esta cuestión quién ha sido el agresor y quiénes los agredidos.

El edificio de la popularmente conocida como «Casa Tasso».

Los asociados, con el apoyo económico de la sociedad, deciden entonces abandonar la Tasso y se inicia entonces una serie de réplicas y contrarréplicas en la prensa entre los asociados y la empresa, de la que puede deducirse que el conflicto tenía su raíz en la negativa de Tasso a asumir las tarifas acordadas entre impresores, autoridad civil y los trabajadores en octubre de 1872, y ello conllevó luego, dada además la repercusión del conflicto en la prensa especializada nacional e internacional, que a Tasso le costara encontrar a profesionales dispuestos a trabajar con él, pues entre otras cosas los posibles postulantes sabían que sus nombres serían publicados en el Boletín de la Sociedad Tipográfica, del mismo modo que lo habían sido los de quienes habían optado por mantener el empleo y darse de baja de la Sociedad Tipográfica.

Sin embargo, lo cierto es que cuando se produce el  golpe de estado que provocó la guerra 1936, la de Tasso seguía siendo todavía una empresa de muy considerables dimensiones, con un imponente edificio de cinco plantas, aunque ya en graves dificultades que la habían llevado, a principios de julio de 1936 (apenas dos semanas antes del inicio de la guerra), a cerrar sus puertas y a dejar en manos de un Tribunal Mixto la decisión sobre las indemnizaciones a la cincuentena de empleados que por entonces tenía.

Recibo fechado en 1892.

Si hay que creer la versión de Solidaridad Obrera, una vez cerrada y acordadas indemnizaciones de un máximo del equivalente a un año de trabajo, los trámites administrativos se encallaron, y en julio de 1936 el Sindicato de Artes Gráficas decidió tomar las riendas de la empresa de manos de Vilardell, que no tardaría en abandonar el territorio nacional, y ponerla en manos de los obreros, que «nombraron un comité administrativo, formado por un camarada de la sección de cajas, otro de máquinas, otro de encuadernación, un cuarto por la oficina y un delegado con atribuciones directivas», e iniciaron así una etapa en la que contaron como clientes con sindicatos, ateneos, las Juventudes Libertarias y comités diversos dispuestos a pagar, ya no en el momento de la entrega de los trabajos, sino en el del encargo, con lo cual en seis meses pudieron saldarse las deudas pendientes con acreedores y empezar a cobrar los empleados el jornal completo, e incluso realizar algunas compras de maquinaria para trabajos especiales de numerado y timbrado, una guillotina e inició una renovación de los tipos de imprenta. Es sabido también que fue a parar a ese amplio edificio maquinaria diversa procedente de otras empresas requisadas.

El caso es que, al concluir la guerra, a su regreso en 1940 Vilardell pudo cerrar la empresa con un beneficio de nueve millones de pesetas como consecuencia de la venta del local y la maquinaria que contenía. Pas mal.

Fuentes:

Romà Arranz, “De la manufactura gráfica a la industria. La imprenta de Lluís Tasso”, en Pilar Vélez, ed., L’ exaltació del llibre al Vuitcents: art, indústria i consum a Barcelona, Barcelona, Biblioteca de Catalunya, 2008, pp.13-32.

Romà Arranz, Megalomania i obsolescència. Temporalitat de l´art a l´època de la seva reproductibilitat tècnica, tesis en la Facultat de Belles Arts de la Universitat de Barcelona, 2010.

Albert Isern, “Lluis Tasso, un tipògraf amb carrer a Barcelona”, Safaris Tipogràfics. Mon icònic, 7 de marzo de 2015.

Josep Janés i Olivé, “Aventuras y desventuras de un editor”, conferencia pronunciada en la Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona con motivo de la Exposición de la Fiesta del Libro de 1955 y publicada como anexo al Catálogo de la producción editorial barcelonesa entre el 23 de abril de 1954 y el de 1955, Barcelona, Diputación de Barcelona,1955.

Manuel Llanas (con la colaboración de Montse Ayats), L´edició a Catalunya: el segle XIX, Barcelona, Gremi d´Editors de Catalunya, 2004.

José March Fierro, “La imprenta de Luis Tasso en el corazón del barrio chino”, No te quejarás por las flores que te he traído, 1 de junio de 2015.