Editar desde la izquierda en América Latina, de Gustavo Sorá, es un libro repleto de sugerencias y de hilos de los que tirar para quienes les interesa la historia editorial, y algunos de estos hilos es por lo menos en apariencia difícil reintroducirlos en la trama de la idea general de ese ensayo, del que es fácil quedarse con las ganas de que tuviera unas cuantas páginas más.
Quizá pueda echarse de menos en el relato de la historia del Fondo de Cultura Económica una atención mayor a la influencia en el proyecto de los numerosísimos exiliados republicanos españoles que se incorporaron a esta empresa cuando no se habían cumplido aún los cinco primeros años de su fundación, pero más allá de ponderar su importancia, Editar desde la izquierda… elude un juicio detallado sobre qué papel desempeñaban o cómo encajaban estos profesionales —ciertamente de izquierdas, pero españoles— en un proyecto calificado como eminentemente americanista y cuyo objetivo principal era emanciparse del colonialismo español. Puede parecer evidente que esos muchos colaboradores republicanos estaban muy alejados de cualquier posición colonialista, pero al fin y al cabo —como los propios fundadores del FCE— tenían una formación y procedían de una tradición cultural netamente europea. Escribe Gustavo Sorá:
El segundo período [de la historia del FCE] se despliega entre 1939 y 1948, cuando es nítida la impronta de los exiliados republicanos españoles, que intervinieron en todas las facetas del trabajo, como consejeros, autores, editores, traductores, diagramadores, correctores, directores de colección, etc. (p. 62)
Entre los datos ilustrativos que podrían aducirse, valgan que en 1941 el castellonense José Medina Echavarría, que contaba con estudios superiores en la Universidad de Marburgo, pasa a dirigir la colección de Sociología (que publica traducciones de Ernestina de Champourcín y Francisco Giner de los Ríos, entre otros) o el hecho de que la prestigiosa colección Letras Mexicanas se atribuya a la iniciativa del madrileño Joaquín Díez-Canedo, a quien se cuenta entre los principales «diseñadores del catálogo durante la gestión de Orfila». Y prosigue Sorá luego:
Como veremos más adelante, los transterrados también motivaron una división de intereses del FCE entre la promoción de las modernas ciencias sociales y humanas y los problemas americanos. Los primeros libros del Colmex [Colegio de México, A.C.] fueron de teatro y poesía, y un año después aparece la colección Tezontle, iniciada con el libro La rama viva de[l exiliado español] Francisco Giner de los Ríos. (p. 64)
No tengo la certeza de no haber sabido verlo, ni siquiera «más adelante», a no ser que deba colegirse que la apertura del Fondo a la creación literaria de ficción, pero no así las otras líneas editoriales, debe atribuirse a la presencia de republicanos españoles, aun cuando:
Con la llegada de los transterrados, Cosío les delegó buena parte de las tomas de decisiones sobre contenidos académicos y las operaciones técnicas de la empresa. Concentró fuerzas en el armado de colecciones de ensayos americanos y en los años cuarenta ya se lo observa como mentor de la conquista de un mercado internacional. (p. 66)
Vale la pena tener en cuenta que por entonces la mayoría de exiliados republicanos españoles consideraban su estancia en México una etapa que debía concluir cuando, supuestamente, los aliados acabaran con las dictaduras hitleriana, mussoliniana y franquista y ellos pudieran regresar a España, y eso explica en buena medida que en los colegios a los que asistían sus hijos se siguiera impartiendo geografía, literatura e historia española. Así pues, no sólo un buen número de traducciones y correcciones de estilo de estas obras fueron llevadas a cabo por intelectuales formados en el español peninsular, sino que incluso las colecciones las dirigían republicanos españoles.
En cuanto a la obra literaria de estos exiliados, el FCE acogió, ya en las primeras décadas, un buen número de obras de españoles republicanos. La colección Tezontle, por ejemplo, se estrenó con La rama viva, de Francisco Giner de los Ríos, y en ella aparecieron a lo largo de las décadas 1940 y 1950 obras originales de Manuel Andújar, Max Aub, Agustí Bartra, Manuel Duran, Juan José Domenchina, Eugenio Ímaz, Nuria Parés, Pedro Salinas, Serrano Poncela… Aun así, es sabido que por lo menos en varias de estas ediciones el FCE actuaba como poco más que una empresa de servicios editoriales, pues eran los autores quienes corrían con los gastos, lo cual crea cuanto menos un grave problema de distorsión que Editar desde la izquierda no llega a abordar: La inclusión de estos libros —y a saber cuántos otros— en el catálogo del FCE no responde en sentido estricto a un criterio de selección de la editorial, ya sea este o no de izquierdas, a lo que puede añadirse una reflexión adicional acerca de hasta qué punto tal práctica, en la que al parecer intervenía el amiguismo, es consecuente con la línea ideológica más visible del Fondo en aquellos años.
Así lo contó por ejemplo Max Aub en sus diarios, en la entrada correspondiente al 1 de noviembre de 1954 (es decir, ya en la etapa Orfila Reynal), en un pasaje al que añado algunos destacados en cursiva:
Uno de los casos más curiosos, que no me explico, es mi falta total de éxito. Mis libros no se venden. No tengo editor —sabe Dios si lo procuro— como no sea para mis libros de crítica (que no lo son, sino charlas de café).
Viste mucho eso del Fondo de Cultura, lo que no sabe la gente es que los libros los pago yo y que el Fondo de Cultura Económica únicamente los distribuye. Y eso gracias a mi amistad con todos los de la casa.
Es realmente muy dudoso que el de Max Aub sea un caso único, y este es sin duda un aspecto crucial que merecería una atención muy cuidadosa para averiguar de qué modo se conformaban en realidad los catálogos del Fondo. En buena medida, Aub resolvió parte de ese problema cuando una década más tarde la agente literaria Carmen Balcells (1930-2015) pasó a gestionar los derechos de su nutrida y heterogénea obra.
Por otra parte, si bien se atiende en Editar desde la izquierda… a la relación del Fondo de Cultura Económica con la literatura brasileña, es también posible echar de menos alguna consideración sobre la postura que tanto Cosío como Orfila y sus colaboradores adoptaron hacia las lenguas indígenas americanas, porque en ausencia de comentarios sobre ello, más allá de subrayar la destacada presencia de títulos sobre el indigenismo y sobre esas culturas (incluyendo «la primera edición en castellano del Popoh Vuh»), cabe deducir que ni FCE ni Siglo XXI se ocuparon en absoluto de publicar literatura ni quechua, ni aymara, ni maya, ni náhualt ni en ninguna otra lengua indígena, lo cual, una vez más, despierta el deseo de que este ensayo tuviera unas cuantas páginas más dedicadas a cómo encaja esa desatención con el empuje emancipador de las prácticas colonialistas que caracteriza al Fondo. Y aun habrá quien eche de menos un análisis de las relaciones del Fondo con editoriales mexicanas con las que tenían ciertas coincidencias, y particularmente en el caso de Era (iniciativa de hijos de exiliados republicanos).
Así pues, parece evidente que por su magnitud y recorrido, el Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI son materias que pueden dar aún mucho juego a los investigadores y por supuesto no están agotados como temas, y por otro no es probable que a ningún lector interesado en el proyecto de Sorá le hubieran estorbado unos centenares de páginas más dedicadas a asuntos que en esta ocasión sólo quedan esbozadas, apuntadas o sugeridas. Uno se queda con ganas de más.
Gustavo Sorá, Editar desde la izquierda en América Latina. La agitada historia del Fondo de Cultura Económica y de Siglo XXI, Buenos Aires, Siglo XXI Editores (colección Metamorfosis), 2017.
Fuentes adicionales:
Max Aub, Diarios (1939-1972), edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1998.
Javier Sánchez Zapatero, «Lo que importa es España. Proyectos para la recuperación editorial en el epistolario entre Max Aub y Carmen Balcells (1964-1972)», El Correo de Euclides. Anuario científico de la Fundación Max Aub, núm. 6 (2011), pp. 33-48.