La prodigiosa memoria de Fabrizio del Dongo

Rafael Borràs Betriu, La batalla de Waterloo, Ediciones B, Barcelona, 2003, 546 páginas. (Reseña publicada originalmente en Quimera, núm. 243 [2004])

El 18 de junio de 1816, al cumplirse un año de la batalla de Waterloo, y según consigna el conde de Las Cases en el Mémorial de Sainte Hélène, Napoleón Bonaparte hacía la siguiente reflexión sobre tan decisivo acontecimiento: «Singular derrota, que, pese a ser la mayor catástrofe, no menoscabó la gloria del vencido, ni aumentó la del vencedor. El recuerdo de uno [Napoleón] sobrevivirá a su destrucción; la memoria del otro [Wellington] quedará quizá sepultada por su triunfo».

Cuando Rafael Borràs Betriu (Barcelona, 1935) titula la primera entrega de sus memorias La batalla de Waterloo, evocando la magistral apertura de La cartuja de Parma, se está definiendo como un observador que, inmerso en el combate, no alcanza a ver ni comprender la magnitud ni mucho menos las consecuencias de la batalla. La contienda de la que nos habla el autor es la lucha por la Cultura («las verdaderas conquistas son las que se obtienen sobre la ignorancia», dejó escrito el célebre corso), una batalla que en el mundo editorial se libra a diario y en la que durante décadas uno de los principales rivales, pero no el único, fue la censura.

José Manuel Lara Hernández y Rafael Borràs Betriu.

La brillante y laureada carrera de Rafael Borràs Betriu (de la Casa del Libro a Ediciones B, pasando sucesivamente por Luis de Caralt, Plaza, Ariel, Alfaguara, Planeta y Plaza & Janés, entre otras empresas) le ha mantenido siempre en primera línea de fuego, y a lo largo de su trayectoria ha sido tanto protagonista e instigador como testigo de hechos de armas notables en el acontecer de la industria editorial española. Sin embargo –y además de a la célebre revista La Jirafa (1956-1959) –, su gloria irá siempre unida a su condición de creador e impulsor de dos colecciones míticas: Espejo de España (en Planeta, 1973-1995) y su sucesora Así fue. La Historia Rescatada (Plaza & Janés, 1995-1998). A tenor del heterogéneo catálogo de estas dos colecciones, no sería de extrañar que

Victor Alba.

Borràs Betriu suscribiera la rotunda declaración que hiciera Peter Mayer (capitán general de Penguin Books durante muchos años), referente a la conveniencia de apoyar ciertos libros necesarios: «a veces publico libros que me desagradan, me irritan, incluso me repugnan, pero son obras escritas por gente inteligente que deben ser difundidas» (La Vanguardia, 8/VII/2000), si bien el autor de estas memorias señala ya en el prólogo que el principio rector de su labor editorial procede de Marañón («Ser liberal consiste en estar dispuesto a admitir que el otro puede tener razón»). Es precisamente la pasión por la historia contemporánea y el talante republicano y liberal lo que transmiten con una rara pureza e intensidad las páginas de este libro, cuyos dos subtítulos («Memoria de un editor» y «Una reflexión políticamente incorrecta con el mundo de la letra impresa como trasfondo») son verdaderamente acertados y esclarecedores. Nos encontramos ante un mosaico de impresiones, escenas y anécdotas que, sin atenderse rigurosamente al orden cronológico, en su conjunto nos ofrecen una amplia imagen de la vida cultural y política española entre el final de la década de los cuarenta y las postrimerías del franquismo. Abundan las anécdotas jugosas o significativas tratadas con una acerada ironía –antológicas algunas sobre la falta de método de la censura–, y a menudo dan pie a reflexiones o divagaciones acerca de la evolución histórica y política del país en las que Borràs Betriu opina con absoluta libertad y sin cortapisas sobre acontecimientos y sobre todo sobre protagonistas importantes de la dictadura primorriverista, los años republicanos, la guerra civil y la postguerra: Ricardo de la Cierva, Victor Alba, Antonio Maura, Jorge Semprún, Manuel de Pedrolo, Camilo José Cela, José Maria de Areilza, Alfonso XIII, Juan de Borbón, Ramón Serrano Súñer, José Bergamín, Manuel Azaña, Serrano Suñer, Rafael Sánchez Mazas…

Sin embargo, y sin entrar en el valor cultural de las filias del autor (Mercedes Salisachs, Dionisio Ridruejo o Carlos Rojas entre los más evidentes) sorprenden, cuanto menos, algunos de los juicios vertidos sobre el mundo editorial, como por ejemplo la insistente reivindicación de la labor de Luis de Caralt. Cierto es que Caralt publicó a Bernanos, Faulkner, Steinbeck, Hesse, Greene, Kerouac o Nabokov, pero no lo es menos que, en general, se trata de traducciones abominables se mire como se mire y en ediciones muy poco cuidadas, lo que más bien resultó ser un flaco favor a la Cultura, y por ende sitúa a Caralt unos cuantos pasos por detrás de Manuel Aguilar, Josep Janés, José Vergés o Mario Lacruz. O Rafael Borràs Betriu, a quien en más de una reseña a este libro se ha caracterizado como «El Napoleón de la edición española» (P. Montero y R. Conte, por ejemplo).  Vive alors l´Empereur, y quedamos a la espera de la prometida segunda entrega, que debe cubrir su etapa como mariscal de campo de Planeta. [Efectivamente, en los años posteriores a la publicación original de este primer volumen le siguieron La guerra de los Planetas. Memorias de un editor II, Ediciones B, 2005, y La razón frente al azar. Memorias de un editor III, Flor del Viento, 2010]

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1 comentario en “La prodigiosa memoria de Fabrizio del Dongo

  1. Pingback: Tiempo, con la familia Lara en segundo plano y su editorial al fondo | negritasycursivas

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