Sucinta historia editorial de un poema de Neruda

Pablo Neruda.

En la Biblioteca Nacional de Chile se conserva la copia de un poema bastante asombroso de Pablo Neruda (1904-1973) dedicado a su enemigo íntimo y también enorme escritor chileno Vicente Huidobro (1893-1948), «Aquí estoy». Al parecer, la enemistad tuvo su origen en las acusaciones de plagiario de Neruda, en particular por las evidentes semejanzas entre diversas piezas incluidas en Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) y algunos de los poemas de Tagore que desde 1914 había ido traduciendo Zenobia Camprubí (1887-1956), entre los que era muy evidente el parecido en entre el 16 de Veinte poemas y el 30 de El jardinero (tanto es así, que a partir de la tercera edición apareció con el añadido «paráfrasis de R. Tagore»). Ya en un 1935, la revista Vital (dirigida por Huidobro), publicó un no por documentado menos interesado y vitriólico resumen de los acontecimientos que habían llevado la enemistad hasta ese punto.

Cubierta de la edición parisina.

En cuanto al mencionado documento, según la esmerada descripción del archivo se trata de cinco hojas de 25 x 18 que contienen doscientos cincuenta versos mecanografiados con cinta negra y morada e indicaciones a lápiz azul, y está fechado en España en agosto 1935.

Al parecer, el texto empezó a circular como anónimo (cosa lógica dada la condición de diplomático de Neruda), aunque no tardaron los lectores un poco avezados en atribuírselo a quien hacía apenas unos meses había triunfado con la edición en dos volúmenes de Residencia en la tierra (1935). La inaudita violencia verbal de ese extenso poema parece haber sido uno de los argumentos de peso para que no se publicara, ni siquiera en alguna revista de poca monta, pero, como explica quien quizá mejor lo ha estudiado, el profesor René de Costa, sí se colaron algunos versos de este poema en una conferencia que dio en la Universidad de Chile y en la sociedad Amigos del Arte el también poeta Arturo Aldunate Phillips (1902-1985), quien empleó los menos duros y explícitos de ellos como ejemplo de la «originalidad y firmeza» de Neruda, así como de «la honradez de su masculinidad poética» [sic], si bien ya advertía que su carácter difamatorio los hacía a todas luces impublicables en su integridad.

Cubiertas de la edición española, en Cruz y Raya, de Residencia en la tierra.

Esta conferencia fue publicada ese mismo año por Nascimento con el título El nuevo arte poético y Pablo Neruda. Apuntes de una charla dada en la universidad, pero ya antes se había dado a conocer a través, entre otros, de un artículo de Gabriela Huneeus en el periódico El Mercurio (5 de julio de 1936).

El mencionado René de Costa halló una copia de 1954 impresa sobre papel del siglo XVII cuyo colofón se iniciaba del siguiente modo: «La presente copia, efectuada por Fernando Rivera Zavala, fue transcrita de otra, facilitada por José María Souvirón, a quien un amigo del poeta se la remitió», lo que viene a confirmar, por lo menos, que el poema estuvo circulando profusamente durante muchos años por España.

Sin embargo, más interesante es sin duda una edición que se presenta como impresa en París en 1938 —es decir, durante la guerra civil española— por «amigos del autor» (que no estaría mal saber quiénes fueron). Se trata de una carpeta con cuatro pliegos que completan veinticinco páginas impresas, del que según el bibliógrafo nerudiano Horacio Jorge Becco se hizo una tirada de unos trescientos ejemplares, y que va acompañado de una viñeta del pintor Ramón Gaya (1910-2005). Además, fecha el poema con mayor precisión: Barcelona, 1935.

Si bien el propio Costa puso inicialmente en duda la veracidad de ese colofón y lo atribuyó a una edición pirata mucho más moderna, posteriormente matizó esas sospechas, y parece más bien que esa fue, efectivamente, la primera edición del tan combativo poema, que marca un mojón en la enemistad entre los dos poetas chilenos y universales, como no es de extrañar si se lee ni que sea superficialmente.

CABRONES
Hijos de puta.
Hoy ni mañana
ni jamás acabaréis conmigo.
Tengo lleno de pétalos los testículos
tengo lleno de pájaros el pelo,
tengo poesía y vapores,
cementerios y casas,
gente que se ahoga,
incendios en mis veinte poemas,
en mis semanas y en mis caballerías,
y me cago en la puta que os mal parió,
derrocas, patíbulos,
Vidobros,
y aunque escribáis en francés con el retrato de Picasso en las verijas
y aunque muy a menudo robéis espejos y llevéis a la venta el retrato de vuestras [hermanas,
a mí no me alcanzáis ni con anónimos,
ni con saliva…

Portada de la edición de Altazor en la CIAP.

Desde luego, por su crudeza e intensidad demoledora, Neruda se sitúa aquí más cerca de los poemas de maldecir que de los de escarnio, si bien tampoco las alusiones o sobreentendidos que tal vez solo quienes pertenecían a los círculos literarios de la época pudieron interpretar adecuadamente, lo acerca a esta segunda modalidad poético-bélica. Para entender mejor la alusión a Picasso, por ejemplo, resulta útil recordar que la edición española de Altazor la publicó la CIAP (Compañía Ibero Americana de Publicaciones) acompañada de un retrato de Huidobro realizado por Pablo Picasso (1881-1973), y que ésta se incluyó también en la edición chilena, numerada, de Cruz del Sur en 1949, por lo que los lectores de poesía podían entender perfectamente a qué se refería Neruda.

El caso es que esa edición parisina de Aquí estoy, por un lado, explicita por primera vez la autoría del poema, pero por otra parte mantiene en el anonimato tanto a los editores como al impresor, si hacemos caso del colofón, y no parece (o no me consta) que hayan salido a la luz muchos documentos más a los que agarrarse para esclarecerlo por completo. De todos modos, esta edición tuvo el valor de fijar el texto, porque es evidente que, de copia en copia, lógicamente tuvieron que multiplicarse las alteraciones (intencionadas o no) y las variantes entre las diferentes versiones, lo que sin duda sería un festín delirante para el intrépido filólogo que consiguiera reunir una buena cantidad de copias, cotejarlas e intentar atribuir inequívocamente la autoría de esas variantes.

El poema en cuestión no volvió a publicarse en volumen hasta 2001, cuando Hernán Loyola lo incluyó en la edición de Galaxia Gutenberg de las Obras completas de Neruda, en el tomo titulado Nerudiana dispersa I.

Vicente Huidobro.

Fuentes:

René de Costa, «Sobre Huidobro y Neruda», Revista Iberoamericana, núm. 106-107 (enero-junio de 1979), pp. 379-386.

Renée de Costa, «El Neruda de Huidobro», en Ángel Flores, comp., Nuevas aproximaciones a Pablo Neruda, Fondo de Cultura Económica, 1973, pp. 273-279.

Fernando Lizama Murphy, «Los plagios de Pablo Neruda», blog personal, mayo de 2017.

Olvido Rius, «Huidobro, Neruda, de Rokha: enemigos íntimos», Drugstore, 24 de febrero de 2015.

Manuel Altolaguirre, editor durante la guerra civil española

En un pasaje de la novela Campo de los Almendros (1968), el escritor valenciano Max Aub (1903-1972) dejó constancia, en el estilo vivaz y preciso que le caracteriza, de la existencia de un libro editado durante la guerra por el sello creado por Manuel Altolaguirre (1905-1959) que luego ha dado mucho que hablar:

Georgette y César Vallejo por las calles de Madrid en 1931.

–Se llamaba Abraham de segundo nombre. Lo suelen olvidar.

–¿Era judío?

–¡A qué santo! Nieto –por ambas partes– de curas españoles.

–¿De quién estáis hablando?

–De un peruano que dice éste que era muy importante.

–¿Murió?

–Sí, en París.

–¿Cuándo?

–El año pasado.

–¡Ah!

Como si ya diera lo mismo: la muerte pasada carece de importancia, está ahí, alrededor, con la lluvia fría y el mar. Alfredo se relaja, las manos hundidas a más no poder en los bolsillos de su chaquetón de cuero raspadísimo. Vuelve.

–¿Cómo se llamaba?

–Vallejo.

–¿César?

–¿Le conocías?

–Sí, estábamos haciendo la edición de un libro suyo. Lo estarán leyendo los fachas. No sé si [José Herrera] Petere salvó algunos ejemplares. Creo que no.

Efectivamente, no consta que el también escritor José Herrera Petere (José Herrera Aguilera, 1909-1977) lograra conservar ningún ejemplar, o en cualquier caso que este no se extraviara enseguida durante su exilio en el campo de Saint Cyprien, antes de salir con destino a México (gracias a la ayuda de Picasso) y Suiza. Este libro de César Vallejo (1892-1938), el tercero y último de las Ediciones Literarias del Comisariado del Ejército del Este (tras España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra, de Pablo Neruda, y Cancionero menor para los combatientes (1936-1938), de Emilio Prados) era España, aparta de mí ese cáliz, que según el colofón se terminó de imprimir el 20 de enero de 1939; es decir, dos días antes de que los organismos oficiales de la Generalitat fueran evacuados de Barcelona y a una semana de la llegada del Cuerpo del Ejército Navarro y el Cuerpo marroquí a la montaña del Tibidabo.

Se trataba de un librito de 64 páginas de texto, que incluye un dibujo original de Pablo Picasso (1881-1973) y el texto introductorio de Juan Larrea (1895-1980) «Profecía de América», del que se imprimieron 1.100 ejemplares, 250 de ellos numerados. La impresión se llevó a cabo en el monasterio de Montserrat, donde la Generalitat de Catalunya había establecido el Hospital del Ejército del Este y Unidad de Imprentas, aprovechando la infraestructura con la que ya contaba el monasterio (un taller que databa del siglo XV).

Vallejo retratado por Picasso.

Juan Larrea cuenta alguno de los prolegómenos de este libro, en los que también desempeñó un papel importante la buena predisposición y la gestión de la viuda del poeta, Georgette Marie Philippart Travers (1908-1984):

Picasso no conocía a Vallejo. Apenas se produjo la muerte de César, me reuní, una larga tarde, con el pintor y le leí un buen puñado de versos vallejianos. Picasso, profunda y visiblemente emocionado, exclamó: «A éste sí que le hago el retrato». Allí mismo, Picasso, en cosa de diez minutos, acabó varios dibujos del poeta.

En cuanto a las circunstancias en que se llevó a cabo este trabajo, quedan sucinta pero adecuadamente explicadas en la portada del mismo libro:

Soldados de la República fabricaron el papel, compusieron el texto y movieron las máquinas. Ediciones Literarias del Comisariado. Ejército del Este. Guerra de la Independencia. Año de 1939.

Aun así, más jugosas resultan las explicaciones que da Altolaguirre en sus memorias acerca del proceso para fabricar papel empleando unos viejos molinos de la barcelonesa localidad de Orpí, cerca de Capellades (donde actualmente existe un museo-molino papelero) para poder llevar a cabo todas esas ediciones, y, según dice, obtuvo:

un papel precioso. Los trapos viejos triturados y blanqueados se transformaban en hojas blanquísimas de papel de hilo con transparentes marcas de agua. Papel que salía hoja a hoja y que eran colgadas de los cordeles con los mismos ganchos con que las lavanderas cuelgan la ropa limpia. Producción limitada pero sorprendente. El Boletín del Cuerpo de Ejército y su suplemento literario fueron impresos en ese papel de lujo. También editamos varios libros. Entre ellos España en el corazón, de Pablo Neruda; como materia prima para ese libro se usaron banderas enemigas, chilabas de moros y uniformes de soldados italianos y alemanes.

Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.

Y en una carta de noviembre de 1941, que probablemente le sirviera en el momento de redactar sus memorias, incluso aporta Altolaguirre algún detalle más:

el día que se fabricó el papel del libro de Pablo [Neruda] fueron soldados los que trabajaron en el molino. No sólo se utilizaron las materias primas (algodón y trapo) que facilitó el Comisariado, sino que los soldados echaron en la pasta ropas y vendajes, trofeos de guerra, una bandera enemiga y la camisa de un prisionero moro. El libro de Pablo, impreso bajo mi dirección, fue compuesto a mano e impreso también por soldados.

Juan Larrea.

Se suponía que la entrada de los franquistas en el monasterio en febrero de 1939 acabó con todas las ediciones que allí se habían llevado a cabo durante los años de guerra civil. Sin embargo, en 1983 Julio Vélez y Antonio Molino localizaron en el Monasterio de Montserrat cuatro ejemplares de esta obra de Vallejo, que se daba ya por completamente perdida, y al año siguiente la reprodujo en la editorial madrileña Fundamentos (y de 2013 hay un segundo facsímil de la cooperativa Árdora Ediciones, con un epílogo de Alan Smith Soto).

Este texto parafrasea, resume y abrevia las páginas 70-72 de mi A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor, Barcelona, Debate, 2013.

Fuentes:

Manuel Altolaguirre.

Manuel Altolaguirre, El caballo griego, en Obras Completas I, edición de James Valender, Madrid, Istmo (Col. Bella Bellatrix), 1986.

Manuel Altolaguirre, Las vidas de Pablo Neruda, México, Grijalbo, 1973.

Max Aub, Campo de los almendros, edición de Francisco Caudet y Lluis Llorens Marzo, en Obras completas, vol. III-B, València, Institució Alfons el Magnànim, 2002. El pasaje citado, en p. 337.

Marco Aurelio Torres H. Mantecón, «Poetas en guerra: Neruda, Prados y Vallejo en un curioso sello editorial: las “Ediciones Literarias del Comisariado del Ejército del Este” (1938-1939)”», en Congreso Internacional La Guerra Civil Española 1936-1939, celebrado en Madrid el 27, 28 y 29 de mayo de 2006, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, edición electrónica.

Gonzalo Santonja, Un poeta español en Cuba: Manuel Altolaguirre, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1995.

Manuel Altolaguirre.

James Valender, Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Poetas e impresores, Madrid, Residencia de Estudiantes, 2001.

James Valender, «Pablo Neruda y Manuel Altolaguirre. Notas sobre la primera edición española de España en el corazón», que acompaña la edición facsimilar de este texto, Sevilla, Renacimiento, 2004.

Marko Zouvek, «Los libros perdidos de la República Española», blog personal de Marko Zouvek, 15 de mayo de 2014.

Origen y primera época de la editorial chilena Nascimento

Es bien sabido que en el origen de una de las más importantes editoriales chilenas del siglo XX, Nascimento, está la iniciativa de un portugués originario de isla Corvo (en las Azores) llegado a América a finales del siglo XX, Juan Nascimento.

Fachada de la librería en la calle Ahumada.

Al poco tiempo de llegar a Chile, en 1875 Juan Nascimento fundó una librería en el número 265 de la calle Ahumada, que sigue el trazado del Qhapaq Ñan (Camino del Inca) pero debe su nombre a Juan de Ahumada (capitán de la hueste de García Hurtado de Mendoza, nombrado regidor perpetuo, alférez real y alcalde la ciudad) y que tal vez sea la única calle de Santiago que mantiene el nombre que le dieron los conquistadores españoles.

La librería Nascimento no tardó en ganar creciente prestigio entre la gente de letras por disponer de uno de los más surtidos y mejor seleccionados stocks de libros franceses y españoles, lo que a su vez le convirtió en una empresa comercialmente sólida y en polo de atracción de la intelectualidad santiaguina, que en la misma zona donde se ubicaba la librería tenían a su disposición numerosos cafés (justo enfrente de la librería estaba el Astoria, por ejemplo) que le servían de punto de encuentro.

Interior de la librería y editorial.

Sin embargo, hubo que esperar a la muerte del más o menos olvidado Juan Nascimento para que arrancara el negocio editorial. Del fundador de la librería se conservan cartas en que intenta atraer a algunos de sus familiares a Chile: «Este es un país magnífico ─escribe en una de las cartas conservadas─. Es muy fértil, tiene un clima admirable, las gentes son buenas, sobrias, sencillas. El chileno es muy honrado. Da su palabra y no falla». Uno de sus sobrinos, Carlos George-Nascimento, siguió su consejo. Así lo contó Enrique de Santiago:

En 1905, [Carlos George-Nacimento] decide abandonar su isla, para dirigirse primeramente a EEUU, a visitar a sus hermanos y meses después viaja hacia Chile en busca de nuevos horizontes. En noviembre de ese año llega a Valparaíso, desde donde toma un tren hacia nuestra capital. Acá llega en busca de un empleo donde su tío Juan Nascimento, quien era dueño de una librería en calle Ahumada. En esa ocasión no tiene buena acogida y decide trasladarse a Concepción al día siguiente.

En la ciudad penquista, encuentra trabajo y conoce a Rosa Elena Márquez con quien contrae matrimonio en mayo de 1915. Ella pertenecía a la Sociedad La Ilustración de la Mujer, de la Confederación Obrera de Concepción. La participación activa en estas sociedades de lectura de quien será su esposa y compañera de aventura editorial, tendrá a futuro suma importancia, ya que siempre él escuchaba los comentarios literarios que le hacía Rosa Elena.

Por su parte, en Concepción Carlos se afilia a la Sociedad de Socorros Mutuos Lorenzo Arenas, entre cuyas prestaciones a sus socios se contaba la asistencia educativa mediante bibliotecas y escuelas nocturnas, lo que sin duda tuvo que contribuir a una formación intelectual de la que él siempre hablkó con quizás excesiva modestia.

En cualquier caso, a la muerte de su tío, en 1916, se vio heredero de una parte de la librería, así que viajó a Santiago con el propósito inicial de liquidarla y repartir los beneficios, pero en el último momento cambia de opinión, decide tomar las riendas del negocio y pagar la parte que les correspondería a los otros herederos con lo que obtenga del negocio.

Carlos George-Nascimento.

Enseguida su idea es potenciar un aspecto que para su tío había sido ya no secundario sino excepcional, así que en 1917 recupera el librito de Luis Caviedes Jeografía Elemental [sic] que en 1909 había aparecido con pie editorial «Casa Editora Juan Nascimento» y lo publica bajo la rúbrica «Casa Editora Librería Nascimento, 1917. Imprenta Universitaria. Santiago de Chile». A este libro inicial le sigue aún en 1917 una antología con la Poesía del bohemio Pedro Antonio González (1863-1903), y pone los cimientos de lo que será una de las editoriales más importantes de Chile y una de las más influyentes en la proyección de su literatura.

Acaso inseguro de su formación, ante el éxito de esta iniciativa Nascimento buscó el asesoramiento de Eduardo Barrios (1884-1963) y Raúl Simón (1894-1969), ambos por entonces profesores en la universidad de Chile, y poco después aparecían la novela El hermano asno, de Eduardo Barrios, que tenía a sus espaldas ya una cierta obra como dramaturgo además de El niño que enloqueció de amor (1915) y la novela Un perdido; La señorita Ana, del periodista y escritor Rafael Maluenda (1885-1963), de quien escribe Luis Alberto Sánchez que «tenía fama de ser uno de los mejores cuentistas chilenos», y Cien nuevas crónicas firmadas con un seudónimo sacado de Julio Verne, César Cascabel, que correspondía a Raúl Simón.

La privilegiada localización de la librería, cercana al vetusto Café Hevia (fundado en 1831), la Confitería Torres y otros cafés famosos como el Lucerna, el Waldorf, la Novia, el Santos o el Haití, propició que los sábados se convirtiera en punto de reunión y de tertulia, lo que no hizo sino consolidar y acrecentar su posición, y con el viento en popa, Nascimento compró en 1923 una antigua máquina Marinori y alquiló un local en la calle Arturo Prat 1434 para instalar un taller de impresión propio.

Fachada de la librería en la calle San Antonio, 390.

Quizá fuera Bernardo Subercaseaux quien estableciera la idea ampliamente compartida de que entre 1930 y 1950 se produce una «época de oro de la industria editorial y del libro en Chile», pero en cuanto a la promoción de autores chilenos Nascimento se anticipó un poco y en 1923 publicaba a autoras que luego serían tan importantes como Gabriela Mistral (1889-1957),de quien edita por primera vez en Chile una edición aumentada del poemario Desolación (publicado el año anterior en Nueva York) y Marta Brunet (1897-1967), de quien publica el libro de relatos Montaña adentro.

Cubierta de una edición facsímil de la primera de Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

Por aquellos mismos años, a un jovencito Pablo Neruda (1904-1973), el responsable de publicaciones de la Universidad de Chile, Carlos Acuña (1886-1963), le había rechazado la singular copia de Veinte poemas de amor y una canción desesperada que el venerable poeta y bibliotecario Augusto Winter (1868-1927) había mecanografiado sobre hojas cuadradas de papel de embalar cortadas a serrucho, así que Neruda se lo ofreció a Nascimento, que ya empezaba a parecer destinado a convertirse en el gran editor de los jóvenes literatos chilenos. Tras una primera negativa, al parecer fue la intercesión del poeta Pablo Prado y sobre todo la de Eduardo Barrios lo que acabaron por convencerlo. Y si bien descartó la posibilidad de cortar el papel a sierra, sí adoptó el formato cuadrado, que acabaría por convertirse en distintivo de las ediciones de poesía de Nascimento. Así lo contaba el propio Nascimento, según lo atestigua Volodia Teitelboim: «me convenció y hasta tuve que hacer el libro a la medida que él pidió: un formato grande, cuadrado, que no era nada económico porque se perdía mucho papel». El libro apareció en el mes de junio, cuando apenas faltaba un mes para que el poeta cumpliera los veinte años, y no tardó en convertirse en uno de los libros más famosos, editados, pirateados y leídos de Neruda, a quien además Nascimento proporcionó de inmediato trabajos editoriales, como es el caso de la traducción y prólogo de unas Páginas escogidas (1924) de Anatole France, además de encargarle una novela, El habitante y su esperanza (1926) y publicarle en los años posteriores el grueso de su obra: Tentativa del hombre infinito (1926), Anillos (1926), una segunda y definitiva versión de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1932), Residencia en la tierra (1925-1931) (1933)…

Sin embargo, esto cambió cuando Neruda regresó de España, por entonces sumida en la guerra civil. A la propuesta que le hizo el director literario de la editorial Ercilla, Luis Alberto Sánchez, de reeditar algunos de sus libros, el poeta respondió cuando se lo planteó en el café Viena:

«Con mucho gusto autorizaré la edición de mis libros por Ercilla. Nascimento no difunde sus libros en el exterior, ustedes sí, pero impongo una condición: que lo primero que salga sea España en el corazón y que me haga un adelanto sustancial». Asentí. Al día siguiente tenía en mis manos el original del libro, que yo conocía fragmentariamente, y le entregué un cheque por quince mil pesos; que entonces era una suma apreciable; yo ganaba en ese momento unos cinco mil pesos mensuales, juntando sueldos, traducciones y royalties.

Fuentes:

Anónimo, «Editorial y Librería Nascimento (1875-1986)», en Memoria Chilena.

Anónimo, «Nascimiento, el editor de la literatura chilena»,  Atenea. Revista de Ciencia, Arte y Literatura de la Universidad de Concepción,  núm 436 (segundo semestre de 1977), p. 333-334.

AA.VV. ¡Adiós Nascimento! Asimpres Informa (Revista de la Asociación Gremial de Impresores de Chile), núm 35 (número especial dedicado a Nascimento), con artículos de Martín Cerdá, Roque Esteban Scarpa, Braulio Arenas, Andrés Sabella, Rosa Cruchaga de Walker, Alfonso Calderón y otros sin firma.

Chilenostálgico, «Librería y Editorial Nascimento, Ahumada, 125», Chile Nostálgico. Pasado y Presente en una Fotografía, 5 de mayo de 2016.

Marisol García, «Carlos George Nascimiento: el editor fecundo», Revista Dossier (Universidad Diego Portales), núm 6.

Joaquin Pérez Arancibia, «Calidad literaria nacional y edición. La importancia de la editorial Nacimiento en la creación de un campo literario nacional, 1930-1950» (I y II), Mito. Revista Cultural, 22 de septiembre y 9 de octubre de 2004.

Milton Rossel, «Evocación de la Librería Nascimento », El Mercurio, 26 de enero de 1966, p. 5.

Luis Alberto Sánchez, Visto y vivido en Chile, prólogo de Miguel Laborde, Santiago, Tajamar Editores (colección Alameda), 2004.

Enrique de Santiago, «Nascimento, de mar a mar, una aventura editorial», Escáner Cultural, 20 de noviembre de 2014.

Daniel Schidlowsky, Neruda y su tiempo: las furias y las penas, Santiago, RIL Editores, 2008.

Subercaseaux, Bernardo. Historia del libro en Chile (Alma y cuerpo), Santiago, Lom Editores, 2000.

Literatura en las ondas, un aviador español en Chile y trazas del audiolibro

Cuando el escenógrafo, dramaturgo y actor español Santiago Ontañón (1903-1989) consiguió por fin llegar a Chile –después de haberse refugiado en la embajada de ese país al término de la guerra civil española–, una de sus primeras fuentes de ingresos fue en Radio Agricultura como parte de un elenco de radioteatro recién creado en el que también entró su compañero de fatigas Edmundo Barbero (1899-1982). Pero la intervención de los exiliados españoles en la difusión de la literatura a través de la radio fue bastante más allá.

En el primer volumen de sus memorias, el escritor chileno Jorge Edwards (n. 1931) evoca un aspecto poco conocido del editor español de Cruz del Sur Arturo Soria y Espinosa (1907-1980), la de locutor de radio: «era el campeón de lo oral –escribe de él Edwards–, de la oralidad, de la palabra que se lanzaba al viento y que después chisporroteaba en la memoria», y recuerda que fue gracias a él que pudo dar a conocer ampliamente sus primeras obras narrativas, cuando Soria lo invitó a intervenir en un programa que tenía en Radio Minería, la revista oral Cruz del Sur, en la que a menudo se radiaban conferencias y lecturas literarias y en la que otro de los jóvenes invitados con frecuencia a leer sus textos era Teófilo Cid (1914-1964), una de las plumas que lideraban el pujante grupo surrealizante La Mandrágora (Enrique Gómez Correa, Braulio Arenas, Jorge Cáceres), muchas de cuyas exquisitas ediciones las imprimió en Santiago de Chile el malogrado hermano de Arturo, Carmelo Soria (1921-1976), quien se ocupó también de imprimir los quinientos ejemplares de la primera obra de Jorge Edwards (El patio, 1952).

Gracias a una carta en la que Soria le pide colaboración a Gabriela Mistral (Lucía Godoy Alcayaga, 1889-1957), que por entonces era reciente premio Nobel de Literatura, es posible fechar en noviembre de 1946 la iniciativa de crear un programa radiofónico dedicado a la literatura que el editor le describe del siguiente modo:

El próximo domingo empezará la actividad de Cruz del Sur en el aire. Esperamos conectar con diversos países de Iberoamérica y tenemos la voz impresa de Neruda, Alberti, Nicolás Guillén, Gómez de la Serna, y recibiremos desde España discos con la voz de Unamuno, Valle-Inclán, etc.[…] Desearíamos de su bondad nos prestase su colaboración, imprimiendo un disco para esta emisión.

De hecho, Neruda, por ejemplo, ya en marzo de 1947 grabó su lectura de Alturas del Machu Pichcu, que comercializó en tres discos de 78 revoluciones por minuto con el sello de IberoAmérica y distribuidos por Cruz del Sur como inicio de una colección titulada Archivo de la Palabra.

Quizá un antecedente remoto de esta voluntad de inmortalizar la voz de los grandes escritores leyendo su propia obra (así parece indicarlo su nombre) esté en el Archivo de la Palabra creado en el Centro de Estudios Históricos por el filólogo Tomás Navarro Tomás (1884-1979), célebre por sus siglas TNT, y el musicólogo Eduardo Martínez Torner (1888-1955), quienes, con la colaboración de la sucursal de la Columbia Parlophone Company de San Sebastián, entre 1931 y 1933 consiguieron grabar, entre muchas otras, las voces de Armando Palacio Valdés (1853-1938), Miguel de Unamuno (1864-1936), Ramón M. del Valle-Inclán (1866-1936), Jacinto Benavente (1866-1964), Pío Baroja (1872-1956), Azorín (1873-1967), Juan Ramón Jiménez (1881-1958), así como a la famosa actriz Margarita Xirgu (1888-1969) leyendo poemas de Federico García Lorca (1898-1936), cuyas matrices galvanoplásticas se conservan en el Museo del Teatro de Almagro. Es incluso muy probable que las grabaciones de Unamuno y Valle a las que se refiere Soria en su carta a Gabriela Mistral sean copias de esas del Centro de Estudios Históricos.

Según cuenta en sus propias memorias, la idea de rescatar esa iniciativa en Chile había partido de un personaje que merece cuanto menos un largo paréntesis, el aviador español Fernando Puig Sanchís (1914-2003). Probablemente la primera pista de su interés por la palabra la dejó Puig Sanchís en la revista infantil madrileña Pinocho, que en 1927, cuando tenía trece años, le publicó un par de chistes; en uno de los cuales ya asomaba su vocación: «¿En qué se parecen un duro [la moneda] y la gasolina de un aeroplano? En que se gastan volando». Puig Sanchís entró en la universidad para cursar estudios de ingeniería industrial en 1931, y fue un habitual en las prácticas de vuelo que en los años treinta se hacían en La Marañosa (Madrid), donde coincidía a menudo con los hermanos Carmelo, Luis y Arturo Soria, y este último acabaría por casarse con la hermana del joven ingeniero, Conchita Puig. Eso explica en parte que, cuando estalló la guerra civil, inicialmente Puig se incorporara al Servicio Español de Información que dirigía Soria, pero en 1937 ambos lo abandonaron y entonces Puig se enroló como voluntario en la tan necesitada aviación republicana.

Pablo Neruda.

Esto le llevó a trasladarse en 1938 a la Unión Soviética para formarse como piloto de guerra, pero la guerra concluyó antes que sus cursos y ya no pudo regresar a España; sí intervino en cambio en la segunda guerra mundial, en el Ejército soviético. Al finalizar esta otra guerra, se sacó el título de ingeniero especializado en centrales eléctricas y redes y durante un tiempo trabajó como ingeniero de grabación en Radio Film en Moscú.

Cuando finalmente, a principios de 1947, Puig llegó a Chile para reunirse con su hermana Conchita y su cuñado Arturo Soria se incorporó a Cruz del Sur para desempeñar tareas administrativas y sin duda debió de ser de gran ayuda tanto en el programa radiofónico de Soria como en la colección Archivo de la Palabra que se estrenó con Pablo Neruda, a quien a finales de ese mismo año se le publicaron otros cuatro discos con el título Antología. Otra de las grabaciones llamativas de esta colección, ya en 1952, fue la del escritor gallego Eduardo Blanco Amor (1897-1979) recitando poemas de Federico García Lorca, que se comercializó en una caja con dos elepés, y a estos nombres pueden añadirse los de León Felipe, Rafael Alberti, Nicolás Guillén, Marcel Bataillon, Dámaso Alonso y Ramón Gómez de la Serna.

Aun así, uno de los discos más famosos de la colección es el de algunos poemas del primer volumen de Cortejo y Epinicio (aparecido como libro en Cruz del Sur en 1949), de David Rosenmann-Taub, publicado en 1949 y del que, una vez radiado en el programa de Radio Minería, se dice que se vendió toda la edición en una sola jornada.

Otra de las colecciones importantes dedicadas a la grabación de escritores leyéndose a sí mismos, La Voz de México, iniciativa de Efrén del Pozo, estuvo también vinculada a una emisora de radio, en este caso a Radio UNAM, en 1959 y ya desde el principio en discos a 33 rpm, y cuando al año siguiente se hizo cargo de esta colección el escritor exiliado español Max Aub (1903-1972) la subdividió en varias series: Literatura Mexicana, Testimonios políticos, Música Nueva, Folklore y Música para la escena, y más adelante la ampliarla con otra colección Voz Viva de América Latina, en la que puede escucharse a José Martí, Rubén Darío, Julio Cortázar o Pablo Neruda.

Aún tardaría unos años en llegar el mal llamado «audiolibro», que se supone que era una esplendorosa novedad…

Fuentes:

Alicia Alted, La voz de los republicanos. El exilio republicano de 1939, Madrid, Aguilar, 2012.

Anonimo, «Editorial Cruz del Sur (1941-1963)», en el portal Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional de Chile.

Beatriz Berger, «Todo poema, en mí, tiene su partitura» (entrevista a David Rosenmann Taub), El Mercurio (Santiago de Chile), 6 de julio de 2002.

Jorge Edwards, Los círculos morados. Memorias I, Santiago de Chile, Penguin Random House, 2012.

Jorge Edwards, José Ricardo Morales y Luis Sánchez Latorre, «Tres amigos le recuerdan», El Mercurio, agosto 1989, D13.

Julio Gálvez Barraza, «Por obra y gracia del Winnipeg», Clío. History and History Teaching, núm. 24 (2001).

Armando López Rodríguez, Andanzas del piloto republicano Fernando Puig Sanchís, UNED, 2018.

José Vicente Navarro Rubio i Ximo Martínez Ortiz, Fernando Puig Sanchís, pilot de combat al servei de la II República Espanyola, Ajuntament d’Alcúdia (col·lecció Gent d’Ací 4), 2016.

Arturo Soria Puig, «Un hombre de palabra», prólogo a Arturo Soria y Espinosa, Labrador del Aire, Madrid, Turner, 1983, pp. 7-41.