Dedicado y en apoyo a la Librería de la Fundación Anselmo Lorenzo
La muerte del dictador español (20 de noviembre de 1975) no detuvo ni atenuó sino que más bien alentó la retahíla de atentados terroristas de la extrema derecha contra librerías que venía produciéndose hasta entonces, así como las que sufrían editoriales, salas de cine, organizaciones sociales, etc.
No se habían cumplido muchos días desde la muerte de Franco, cuando una madrugada de invierno la sede de la librería Ágora, en el barrio de Ciudad Jardín de Córdoba, fue tiroteada. En palabras de Antonio Carlos Zurita, «un atentado por el que nadie pagó, nunca se supo y, si se supo, nadie contó.»
Los conocidos como Guerrilleros de Cristo Rey ‒a cuyo frente estaba el exdivisionario azul Mariano Sánchez Covisa, declarado fascista y admirador de Hitler‒ reivindicaron mediante una llamada telefónica a France Press el atentado que se produjo la madrugada del 17 al 18 de diciembre en una librería dependiente de la CNT en la parisina rue de La Tour-d’Auvergne (numero 39), donde la explosión de una bomba produjo cuantiosos daños materiales.
El 10 de marzo de1976, un seat de color blanco matriculado en Madrid se detiene ante la pamplonica librería El Parnasillo, fundada en 1973 por Javier López de Munain y unos amigos, y desde el vehículo se tirotea el escaparate del establecimiento (se contabilizaron más de veinticinco impactos de bala); no hacía ni un mes del último atentado contra esta librería (el mismo día, 16 de febrero, en que también la librería Aritza era atacada). De nuevo, se atribuyen todos estos atentados terroristas, que obviamente quedaron impunes, a Guerrilleros de Cristo Rey.
La librería Alberti es reiteradamente atacada en 1976 (en abril, en junio, en julio). En julio de ese año, no casualmente el día 18, fue La Oveja Negra (en el barrio madrileño de Quintana: Hermanos de Pablos, 13) la víctima de un nuevo atentado terrorista, y no tardó en convertirse en objetivo preferente de la ultraderecha violenta, que perpetró otro atentado de importancia en la misma librería en 1980 en el que irrumpieron en el local una veintena de fascistas y provocaron destrozos en el local y heridas a una de las trabajadoras.
Llegados a agosto de 1976, los libreros instan a las autoridades a acabar con la impunidad de lo que sin ambages describen como terroristas, y se produce una reunión entre el presidente del Sindicato Nacional del Papel y las Artes Gráficas, el de la Agrupación Nacional del Comercio del Libro y los presidentes de las agrupaciones provinciales de Barcelona, València y Zaragoza con el ministro de Gobernación, Rodolfo Martín Villa (a quien, a instancias de la justicia argentina, la Interpol persiguió en 2014 por delitos de genocidio y lesa humanidad durante el franquismo pero el Gobierno español denegó su extradición). Como era de esperar, apenas salió gran cosa de esa reunión, aunque, por lo menos, como señala Arámzazu Sarría Buil, Rodolfo Martín Villa no minimizó la importancia de los atentados con el argumento de que no causaban víctimas, como sí había hecho su predecesor en el cargo, Manuel Fraga Iribarne (que en septiembre de ese año fundaría Alianza Popular y entre 1989 y 1990 presidiría el Partido Popular).
El 5 de agosto de ese mismo año, en el marco de lo que más tarde se conocería como la Batalla de València, la librería La Araña, donde aquel mismo verano entró a trabajar el luego célebre librero Paco Camarasa (1950-2018), es objeto de un atentado con bomba que la destroza (renacerá con el nombre La Araña-Pablo Neruda).
Poniendo de manifiesto su querencia por las conmemoraciones, los grupos de ultraderecha hicieron que el mes de noviembre de 1976 fuese particularmente duro para las librerías, y entre otras lindezas el día 6 quemaron la librería Rafael Alberti (propiedad del militante comunista Enrique Lagunero), llenándola de gasolina, y poco después el quiosco que tenía en la cordobesa plaza de Las Tendillas el dirigente socialista Matías Camacho. En Valencia, el mes empezó con un atentado terrorista con bomba en la librería y editorial Tres i Quatre que desplazó cristales y metales a doscientos metros; nadie lo reivindicó.
Los detenidos como presuntos responsables del incendio en la Alberti eran todos conocidos de las autoridades, pues eran agentes de la policía de Madrid: José Alberto García, Alfonso Moreno, Ricardo Manteca (asalariado de la Dirección General de Seguridad) y Francisco José Alemany (que en la universidad había sido «indicador» de la policía). La suspicacia de los libreros era más que comprensible, pues por si fuera poco, en caso de atentado las aseguradoras solo pagaban los desperfectos si se detenía a los responsables.
Las cosas habían llegado a tal punto, que la Asociación del Comercio del Libro decidió convocar el día 12 un día de cierre en protesta por los continuos atentados y sobre todo por la impunidad de los responsables a la que se adhirieron unas cincuenta librerías. Al día siguiente, la Librería México, del Fondo de Cultura Económica, fue atacada con un cóctel molotov. Y antes de acabar el mes, la Pórtico de Zaragoza (propiedad de José Alerudo) fue objeto del quinto atentado terrorista en dos años; en La Costera, de Xàtiva, un explosivo colocado en la puerta de acceso provocó enormes destrozos en el local; la Librería Popular, especializada en ensayo y situada en Albacete, fue atacada mientras se celebraba en ella una exposición dedicada al poeta Miguel Hernández… Estos dos últimos atentados fueron reivindicados por el autoproclamado «Sexto Comando Adolfo Hitler de Orden Nuevo», mientras que el «Cuarto Comando Adolfo Hitler» reivindicó ante la agencia de noticias Cifra un atentado contra la sevillana librería Proa. Ilustrativo de la postura de las instituciones públicas de la época ante estos asuntos es que en mayo de 1976 a la Popular no se le aceptaría una denuncia por dibujos de esvásticas y pintadas diversas en su fachada («Viva la Falange», «Dios y Patria con Franco») porque todas las frases escritas eran legales.
Antes de acabar el mes de noviembre, el día 29 cerraron en Barcelona seiscientas librerías —es decir, en realidad casi todas—, en una protesta que contó también con el apoyo explícito del Gremi de Llibreters de Vell de Catalunya y que, en contrapartida, fue acompañada de la puesta a la venta, a un precio simbólico, de una edición de dos mil ejemplares de la obra de Salvador Espriu El caminant i el mur.
Y antes de acabar el año, en una reunión celebrada en la librería Antonio Machado a la que asistieron una cuarentena de libreros establecidos en Catalunya, Euskadi, València, Andalucía y Madrid, se estimaron las pérdidas sufridas ese año por los libreros en unos cien millones de pesetas y se plantearon estrategias para conseguir el amparo y la protección de las instituciones públicas.
Tal como lo interpreta Sarría Buil:
Las amenazas envueltas en la simbología fascista y los daños económicos derivados de los atentados provocaban un clima de temor y de tensión al que diariamente estaban sometidos los profesionales del libro, inmersos además en un sentimiento de abandono por parte de las fuerzas del orden.
Sin embargo, la bárbara vorágine no se detenía. El 12 de mayo 1977 también fue víctima de atentado la librería Rafael Alberti, en cuya fachada habían aparecido en los días previos pegatinas de Fuerza Nueva y Alianza Popular; y el periódico Ya lo contaba apresurada pero pormenorizadamente del siguiente modo:
Cinco individuos que viajaban en un automóvil Citroën-8 familiar, de color blanco, matrícula M-2299-I, efectuaron varios disparos contra los escaparates de la librería, sita en la calle Benito Gutiérrez esquina la de Tudor, lo que alertó a los guardias, que salieron a la vía pública. Quizá fuera eso lo que buscaban los agresores, pues realizaron una segunda pasada y entonces dispararon contra los dos policías armados, quienes repelieron el ataque, sin que fueran alcanzados ni unos ni otros. En la inspección ocular posterior se encontraron doce casquillos del nueve largo. Cuatro de los impactos dieron en la puerta del establecimiento y también están astilladas dos lunas, que son de fabricación antibala. Los agresores huyeron en el vehículo, metiéndose por dirección prohibida.
También los escritores estaban en el blanco de estos grupos de ultraderecha, particularmente autores valencianos cuya obra resultaba particularmente incómoda a la ultraderecha, como Joan Fuster (1922-1992), en cuyo domicilio en Sueca reventó un explosivo colocado en una ventana la noche del 17 al 18 de octubre de 1978, desencajando puertas, destrozando parte de su biblioteca y desparramando cristales por toda la casa. Mientras, la librería Tres i Quatre seguía recibiendo un goteo incansable de ataques.
En Euskadi, el 12 de febrero la librería El Parnasillo fue objeto de un nuevo incendio como consecuencia de un ataque con cócteles molotov (reivindicado de nuevo por un Comando Adolfo Hitler), pero peor parada aún salió la sede de la revista anarquista de Bilbao Askatasuna, cuya sede fue quemada el 24 de agosto. En diciembre de ese año, el lingüista e historiador valenciano Manuel Sanchis Guarner (1911-1981) recibía en su domicilio un paquete, sospechoso, que resultó ser una bomba de medio kilo de pólvora y metralla.
A menudo se ha empleado el término «terrorismo tardofranquista» para referirse a este tipo de atentados cometidos por grupos como los Guerrilleros de Cristo Rey, los GAE (Grupos Armados Españoles), ATE (Antiterrorismo ETA), el BVE (Batallón Vasco Español) o la Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista), pero quizá la duda que plantea es cuándo concluye ese proceso. Si en 1980 se producía el mencionado atentado contra La Oveja Negra, el 9 de noviembre de 1985 resultaban heridos el propietario (Salvador Egea Feliu) y un empleado (Cipriano Arenas) como consecuencia de un asalto que hizo detonar un explosivo de nagolita (nitrato armónico y gasóleo) en la librería Egea de la calle de la Diputació de Barcelona.
En la misma dinámica parece encuadrarse la irrupción de varias decenas de fascistas en la céntrica librería Crisol de la madrileña calle Juan Bravo mientras Santiago Carrillo (1915-2012) llevaba a cabo la presentación del libro del historiador gallego Santos Juliá (1940-2019) Las dos Españas.
Así lo contaba el periódico El Mundo, recogiendo información de agencias:
El grupo de ultraderechistas, compuesto por varias decenas de exaltados, profirió gritos de «asesino» contra el ex secretario general del PCE, y agredió a quienes protegieron a Carrillo, entre otros el autor del libro, Santos Juliá, el director general de Crisol, Andrés Galdón, y el ex ministro socialista Claudio Aranzadi.
Quizá vale la pena señalar que por entonces Carrillo era nonagenario, pues el episodio sucedió en abril de 2005, y que uno de los cuatro detenidos (tres hombres y una mujer de entre veintiséis y sesenta y un años) era un sargento del Ejército de Tierra en activo. Se les acusó de desórdenes públicos.
También en Madrid, ya en 2013 y durante la celebración del Día del Libro, se produjo en la librería del mismo nombre el que se dio en llamar «Caso Blanquerna» (del que se conservan diversas grabaciones videográficas) que igualmente se consideró un caso de desórdenes públicos y por el que se detuvo a una docena larga de personas. Tras diversas peripecias procesales en las que se implicó la Audiencia Nacional de Madrid y el Tribunal Constitucional, en abril de 2021 no habían entrado en prisión.
En el momento de escribir estas líneas, el último ataque contra librerías que puede considerase atentado terrorista que ha tenido una mínima divulgación es el sufrido por la librería de la Fundación Anselmo Lorenzo.
Fuentes:
AA.VV., El terrorismo desconocido. Atentados terroristas de extrema derecha en Navarra (1975-1985). Informe 2020, Gobierno de Navarra, 2020.
Agencias, «En libertad los cuatro detenidos por el intento de agresión a Carrillo», El Mundo, 21 abril 2005.
Cooperartiva de Cine Alternatiu 1975, Atentados fascistas. Los reductos neo-fascistas contra organizaciones y librerías progresistas (vídeo).
Santiago Cortés Hernández, «El llibre, perillós enemic. Atemptats contra la llibreria Tres i Quatre (1970-2007)», L’Espill, núm. 38 (2011), pp. 155-166.
Rosa María Pereda, «Un centenar de atentados a librerías españolas», El País, 6 de mayo de 1976.
Redacción, «Los ataques fascistas contra las librerías durante la transición», mpr21, 21 de febrero de 2017.
R. M. S., «Ultras en la Universidad, bombas contra las librerías- Terrorismo en el País Valenciano (I)», Valencia Semanal, núm. 52 (24-31 de diciembre de 1978.
Aránzazu Sarría Buil, «Atentados contra librerías en la España de los setenta. La expresión de una violencia política», en Marie-Claude Chaput y Manuelle Peloile, coords., Sucesos, guerras, atentados. La escritura de la violencia y sus representaciones, PILAR (Presse, Imprimés, Lecture dans l’Aire Romane), 2009.
Ángel Vivas, «Heroicas librerías», El Mundo, 8 de diciembre de 2015.
Antonio Carlos Zurita, «Librería Ágora», Diario de Córdoba, 10 de febrero de 2016.
Magnífica entrada, como todas las de este blog, Josep, pero quizá está más necesaria que ninguna otra porque define qué es el fascismo y nos recuerda que por desgracia no es algo superado. También porque enfatiza la importancia de la inteligencia y de la libertad y homenajea a libreras, libreros y librerías por su valentía y resistencia. Qué lástima que muchas de las librerías que mencionas superaran los años de hierro y fuego de la transición, pero no el brutal capitalismo cultural que vino después. Mi recuerdo a El Parnasillo de Pamplona, de donde proceden varios de los primeros libros de mi biblioteca, adquiridos de adolescente bajo el siempre paciente consejo de Javier López de Muniain; y mi admiración por la Rafael Alberti de Madrid -a la que deseo muy larga vida- y por su ejemplar librera, Lola Larumbe (siempre que entro en la Alberti siento una emoción por su historia y por su presente).