El libro y la cultura como conversación

NOTA: Esta reseña fue publicada originalmente en catalán en el Blog de l’Escola de Llibreria de la Facultat d’Informació i Mitjans Audiovisuals de la Universitat de Barcelona el 4 de octubre de 2023 con el título «Un llibre ben viu». 

Hay un amplio consenso en considerar Los demasiados libros, debido a su amenidad, agudeza e influencia, uno de los libros que mayor impacto ha tenido entre los profesionales y aficionados al amplio y diverso sector del libro.

El origen de este libro del poeta y ensayista mexicano Gabriel Zaid se remonta por lo menos al otoño de 1970, cuando en la revista de Buenos Aires Mundo Nuevo publicó un artículo con este mismo título, pero en realidad la primera versión del que sería uno de los artículos centrales del libro («Interrogantes sobre la difusión del libro») ya había formado parte del volumen recopilado por Enrique González Pedrero Los medios de comunicación de masas en México (publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1969). Si retrocedemos incluso un poco más, conviene recordar que Zaid se graduó en ingeniería en el Instituto Tecnológico de Monterrey con una tesis sobre la industria editorial, publicada en 1959 (Organización de la manufactura en talleres de impresión para la industria del libro en México).

Aun así, este libro empezó a tomar forma unos años después, cuando, a partir de una serie de artículos temáticamente emparentados y que dieron a conocer las revistas México editor y La vida literaria, el autor confeccionó un libro que el argentino Carlos Lohé incorporó a su entonces todavía incipiente catálogo y del cual se tiraron dos mil ejemplares en 1972. Unos años después, reescrito a partir de reflexiones muy vinculadas a los temas centrales de Los demasiados libros que había ido publicando a finales de los años setenta y principios de los ochenta en las prestigiosas revistas mexicanas Diálogos, Vuelta y Letras libres, Zaid lo presentó al Premio Anagrama de Ensayo, y en marzo de 1996 resultó finalista (por detrás solo de El planeta americano, de Vicente Verdú), por lo cual ese mismo año lo publicaba la mencionada editorial barcelonesa en su colección «Argumentos». También de 1996 son las ediciones mexicanas, tanto en español (en Océano) como en traducción al inglés de Susan Beth Kapilian (en Diana). En 1999 el libro se incorporó al tercer volumen de las obras de Zaid Crítica del mundo cultural, y fue sobre todo a principios de este siglo cuando empezaron a proliferar las traducciones de Los demasiados libros (Zaid tiene la gentileza, autoirónica tratándose se este título, de mencionar en la presente edición el número de ejemplares que tiró cada una de las editoriales).

Al margen del muy personal y subyugante estilo del autor, la explicación del éxito continuado de Los demasiados libros quizá deba buscarse en la diversidad de temas ‒e incluso de aspectos de cada uno de los temas que trata‒ y en la amplia información que maneja Zaid para presentarlos, con mucha gracia y de una manera muy lúcida; lo que podríamos llamar un libro que se hace leer.

Si bien es cierto que los diversos capítulos han ido experimentando cambios en las sucesivas ediciones, y que no en todos los casos estas modificaciones responden a cuestiones menores de estilo y a la voluntad de actualizar la información, los títulos de cada uno de ellos resultan tan bien seleccionados e informativos como el del propio libro.

En «Los libros y la conversación» el autor se atreve a polemizar con Sócrates para, a continuación, lamentar la progresiva banalización de la lectura, que atribuye sobre todo a la recurrente «falta de tiempo» (y no solo para leer, sino para leer bien) y sentencia que la cultura es esencialmente una conversación y que en gran medida todo lo que se mueve alrededor del libro no son sino maneras diversas de animar una conversación universal y atemporal. En consecuencia, una de las funciones transcendentales de los editores es promover conversaciones interesantes, sin perder de vista sin embargo que «El aburrimiento es la negación de la cultura». Pero no acaba aquí la responsabilidad de los editores, porque «bastan muy pocos miles de ejemplares leídos por los destinatarios adecuados para cambiar el curso de la conversación, las fronteras del arte literario o la vida intelectual. ¿Qué sentido tiene entonces lanzar libros al infinito, para que se pierdan en el caos?».

Precisamente, «Quejarse de Babel», que en esta nueva versión tiene en cuenta por ejemplo la publicación bajo demanda (el printing on demand), se puede interpretar como una reivindicación de la conveniencia de publicar ese tipo de libros que muy difícilmente tendrán una recepción muy amplia, pero que en cambio satisfarán las necesidades o los intereses de una minoría (que ni siquiera hace falta que sea inmensa, ¡y mucho menos selecta!), porque contribuirán a la diversidad cultural y tal vez tengan un enorme potencial transformador en muy diversos aspectos.

«El costo de leer» pone el foco sobre otro tema siempre recurrente, el del precio de los libros, que a menudo es una de las falacias dilectas de los no lectores. Zaid no solo demuestra fehacientemente que en términos generales los libros son baratos, e incluso demasiado baratos, sino que pone el dedo en la llaga al destacar la importancia y el precio del tiempo en relación al libro y lamentar que lo que se ha encarecido sin mesura es el tiempo dedicado a la lectura.

Que Los demasiados libros es una entusiasta reivindicación de la lectura como una de las armas más poderosas para transformar a mejor tanto a los individuos como a las sociedades se pone también de manifiesto en «La oferta y la demanda de la poesía», que es una severa advertencia sobre la sobreproducción bibliográfica, tal como se anuncia en el título del libro, y donde constata que, paradójicamente, el avance en la alfabetización y la extensión de la educación superior no se ha traducido en un aumento de los lectores sino en la proliferación inabarcable de personas que desean ser leídas, y como advierte Zaid en «Cilicio para autores masoquistas», donde apela a la responsabilidad de los escritores, «Tu libro es una brizna de papel que se arremolina en las calles, que contamina las ciudades, que se acumula en los basureros del planeta. Es celulosa, y en celulosa se convertirá». Es decir, que hay quien no encuentra tiempo para leer pero sí para escribir libros que no aportan nada nuevo o interesante a la conversación, a ninguna conversación. El estilo de Zaid no sólo es ameno, irónico e incluso divertido, sino que hasta la ideas que pone sobre la mesa lo son.

En «Lectores en Wikilandia» (publicado originariamente en Letras libres, con posterioridad a la edición en Anagrama), Zaid se pone un poco en el papel de historiador de la cultura para rastrear la falsa novedad que supone la colaboración intelectual, cuyo origen sitúa como tarde en el Renacimiento, porque al fin y al cabo en la inmensa mayoría de casos los avances culturales se han producido con una cierta lentitud y gracias al progresivo refinamiento y profundización del pensamiento (colaborativo). Cada uno de los dieciocho textos que conforman  Los demasiados libros, algunos muy sintéticos y breves, otros más desarrollados y matizados, merecen una lectura atenta, una interpretación cuidadosa e incluso una mínima glosa o comentario.

Se trata, pues, de una recopilación de textos breves y unitarios, estructurados alrededor de alguna idea o ideas cada uno de ellos, pero que se enriquecen los unos a los otros, que conversan entre sí, y que en su conjunto clarifican muchos de los aspectos que interesan a los amantes del libro y la lectura y lo invitan a ampliar, profundizar y enriquecer la conversación sobre este gran tema.

Gabriel Zaid, Los demasiados libros: 1972-2022, Barcelona, Debate, 2023.