Novelas que aún leemos censuradas (Entrevista a Fernando Larraz)

Fernando Larraz (Zaragoza, 1975) es licenciado en Filosofía (1998) y Filología Hispánica (2003) por la Universidad de Salamanca y doctor en Filología por la Universidad Autónoma de Madrid (2008). Ha desarrollado su actividad docente e investigadora en las universidades de Tübingen (Alemania), Birmingham (Reino Unido) y Autónoma de Barcelona. En la actualidad es miembro del Gexel (Grupo de Estudio del Exilio Literario de 1939) y profesor de Literatura Española en la Universidad de Alcalá. Pertenece a una generación de investigadores que han encontrado una puerta ya entreabierta por quienes aún tuvieron experiencia directa del franquismo para profundizar en la investigación de la censura de libros y de la literatura creada por los escritores e intelectuales exiliados en 1939. Con unas cuantas obras publicadas ya sobre la materia (véase ficha bibliográfica al pie), ha concluido una exhaustiva investigación acerca de la censura de novelas en la segunda mitad del siglo xx que ha publicado Ediciones Trea (Premio a la Mejor Labor Editorial Cultural 2014) con el título Letricidio español.Censura y novela durante el franquismo.

Viendo que tus campos de estudio preferentes o sobre lo que más has publicado son la historia de la literatura del exilio por un lado y la industria editorial y la censura por otro, da la impresión de que lo que te interesa sobre todo sea dar a conocer aquello que el franquismo extirpó de la tradición literaria española.

Fernando Larraz.

En efecto, ambas líneas de investigación parten de la constatación de un hecho: ningún acontecimiento político ha tenido tan hondos efectos sobre la producción cultural en España como la guerra civil y la subsiguiente implantación de un régimen de vocación totalitaria. Casi todas las historias literarias, programas académicos, manuales, etcétera inician un nuevo tomo, capítulo, asignatura o tema a partir de 1939, año crucial en la historia política de España, pero absolutamente insignificante desde el punto de vista literario. Este periodo histórico se inicia por una intervención a fondo y directa de un nuevo poder político con vocación de implantar discursos unívocos en todas las esferas públicas. Y sin embargo, la implicación de esta imposición no siempre es suficientemente tenida en cuenta por los historiadores de la literatura española. Por eso me he dedicado a estudiar los que en mi opinión son los dos hechos más decisivos en la historia de la cultura y de la literatura española del franquismo (más que la publicación de Hijos de la ira, o de La familia de Pascual Duarte) y que tienen una raíz política: el exilio de los más y los mejores escritores españoles a la altura de 1939 y la vigilancia, censura, represión… sobre quienes intentaron reanudar la escritura literaria dentro de España.

¿Cómo llegas al tema de la censura de obras literarias y con qué expectativas, con qué hipótesis de trabajo?

Mi primer contacto con la censura tuvo lugar cuando estudiaba, para mi tesis doctoral, la recepción de la obra narrativa del exilio republicano de 1939. Mis pesquisas me llevaron al Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares (AGA) y a los archivos de la censura editorial. Descubrí entonces un material riquísimo, que consiste no sólo en los informes de los censores sino también en correspondencia entre censores y jerarcas franquistas con algunos escritores y en la existencia de mecanoscritos originales con correcciones del autor e indicaciones del censor. Constaté que era absolutamente necesario contar la historia de la literatura durante el franquismo desde métodos y presupuestos distintos, teniendo en cuenta que sus condiciones de producción estaban marcadas por una excepcionalidad que no ha tenido, probablemente, ningún otro periodo. Porque es cierto que la comunicación literaria se ha producido siempre con mediaciones más o menos influyentes, incluidas censuras y proscripciones, pero en contextos muy diferentes. Ver la narrativa española a partir de 1939 como una literatura posible, vigilada y limitada en temas, léxico, personajes, enfoques… creo que ofrece interpretaciones muy diferentes de sus movimientos, periodos e hitos.

Informe de Paralelo 40, de José Luis Castillo Puche.

Informe de Paralelo 40, de José Luis Castillo Puche.

¿Cómo fue el proceso de investigación, y en particular el trabajo de campo en los archivos?

La recopilación de fuentes fue más o menos sistemática. Dado que entonces no residía en Alcalá ni en Madrid, mi trabajo consistió en transcribir los contenidos expedientes. Para ello hice unas fichas que contenían los datos fundamentales de los expedientes (fechas de presentación, de resolución y de depósito, informe, resolución, tachaduras, nombre del censor o censores, documentación adicional, etcétera) y que se han publicado en la revista digital Represura. Seleccioné aproximadamente un millar de obras cuyos expedientes examiné con cierto cuidado. El AGA tiene dos inconvenientes principalmente para mi trabajo: los largos plazos para obtener reproducciones y la restricción de horarios.

Página de La Colmena, de Cela, presentada a Censura por la editorial Zodíaco, con pasajes censurados.

Tu libro es en buena medida un trabajo de historia literaria, pero también un ensayo de tesis. ¿Evolucionó, sufrió correcciones importantes o se corrigió esa tesis a lo largo de la investigación?

El trabajo partía de una hipótesis: que el condicionante más decisivo sobre la narrativa española entre 1939 y 1975 era el hecho de que estuviera censurada. A partir de esta hipótesis inicial ―que creo que queda confirmada― vienen los matices, excepciones, explicaciones, cuantificaciones… Es decir, tratar de ver en qué medida afectó sobre la escritura de  los autores, cómo evolucionó según los intereses políticos de cada etapa y las reacciones de los actores culturales, con qué criterios se aplicó la censura, qué margen de discrecionalidad existía su ejecución, y si había criterios más o menos estables, etcétera. Esta parte fue, sin duda la más interesante y la que me permitió llegar a conclusiones inesperadas, como por ejemplo, que la autocensura puede llegar a ser más poderosa incluso que la censura –y que, además, es posible en algunos casos constatarla objetivamente– o que las reacciones contra la censura mediante la escritura a menudo fueron inanes. Junto a ello, me han fascinado los proyectos literarios convertidos en ruinas al margen de la historia: aquellos libros que no se publicaron, o que tuvieron que recurrir a pequeñas editoriales americanas o francesas, sin ninguna repercusión en el campo literario español…

Das bastantes ejemplos de obras que siguen reimprimiéndose con las mutilaciones o correcciones impuestas por la censura franquista, lo que me parece bastante escandaloso y podría interpretarse como un fracaso, en este aspecto, de la transición, que por otro lado tampoco conllevó ni la recuperación de las obras publicadas fuera de España por los exiliados ni la aparición de un aluvión de obras valiosas que no se publicaron antes debido a la censura.

Elena Soriano (1917-1996).

En efecto, creo percibir un contagio del “pacto de olvido” en el campo de la literatura, que con los años ha ido evolucionando a una especie de “pacto de pereza”. A veces no es achacable a los editores, sino que los mismos autores han renunciado a restaurar sus obras mutiladas o cambiadas, como si haberse sometido en su día a las decisiones del censor supusiera una marca de desprestigio que no quieren reconocer. Otras veces ―no siempre, evidentemente― han sido los responsables de  ediciones críticas quienes no se han tomado siquiera la molestia ―no sé si por ignorancia o por pereza― de acudir al expediente de censura, donde habrían podido encontrarse las versiones presentadas por el escritor ante el editor y así, con la posibilidad de “restaurar” textos ajados por la represión. Por eso creo que, aunque en teoría cualquier persona con un nivel cultural medio sabe que existió la censura sobre cualquier producto de comunicación pública, muchas veces ni siquiera los especialistas sacan las consecuencias de este hecho. Y la primera consecuencia es que dado que cualquier libro publicado durante el franquismo pasó la supervisión del censor, es probable que la edición publicada no responda a la que presentó el escritor ante el editor. Hay casos especialmente sangrantes, que he intentado recoger en el libro: el de los exiliados, que habían publicado primeras ediciones libres en México o Argentina y que, al ser reeditados en España en los años noventa, por ejemplo, se escoge la edición mutilada de Madrid o Barcelona y no la íntegra de México D. F. o Buenos Aires. O el de autores clásicos como Benet, Aldecoa o Marsé que han sido y son reeditados con supresiones (las tachaduras). Distinto caso es el de los autores descubiertos años después por no haber sido autorizadas sus obras en su momento, como por ejemplo una autora tan notable en mi opinión como Elena Soriano. En cierto modo su caso me recuerda al de los escritores exiliados, quienes por mucho que se estudie su obra, están destinados a los márgenes y los apéndices de las historias literarias por la inflexibilidad metodológica y la esclerotización de generaciones, movimientos y otros lugares comunes en los que caen los historiadores.

Sello de la Inspección de Libros de la Subsecretaría de Educación Popular.

¿Los editores tienen a su disposición un repertorio completo de novelas en español censuradas, de modo que ya no hay excusa para reimprimirlas mutiladas sin más?

En principio, creo que toda acción de la censura es negativa a pesar de que sorprendentemente haya habido algunas declaraciones de autores y críticos en sentido contrario, con el consabido argumento de que las limitaciones agudizan el ingenio del escritor. Por ello, toda alusión a un muslo, vocabulario soez, o burla eclesial deberían reaparecer, pues su elisión no hace sino restar, por ejemplo, verosimilitud al lenguaje, que es uno de los atributos del credo realista social. ¿Por qué los jóvenes de El Jarama pueden decir “puta” y el gitano de Con el viento solano no puede decir “mierda” o “coño”? ¿Los filólogos que han examinado una y otra novela han tenido en cuenta este dato a la hora de valorar el realismo lingüístico de uno y otro autor? Son ejemplos quizá nimios, pero representativos de que la arbitrariedad de los censores nos ha llevado a una visión distorsionada de la literatura. Y los editores contemporáneos tienen la obligación de reparar en la medida de lo posible todas estas disfuncionalidades. No obstante, los límites entre censura y autocensura no siempre son claros y aquí veo una única posible excusa para seguir reimprimiendo esas novelas censuradas. Existen casos de autores que reescribieron varias veces las novelas según las indicaciones de censores y responsables de censura. En estos casos la censura no fue un mero ejercicio de poda, sino que se convirtió en intercambio de pareceres con el escritor, quien reescribió pasajes, cambió argumentos (y finales)… hasta el punto de que  uno nunca sabe dónde acaba la voluntad del censor y empieza la del escritor. Estos casos (no abundantes pero sí significativos) resultan problemáticos porque además afectan a la imagen del escritor como responsable último de su obra.

¿En qué medida el canon literario de la novela española, el repertorio de lo que en general consideramos las grandes obras novelísticas del siglo xx, está mediatizado por la censura?

Francisco Ayala (1906-2009).

La muestra más palmaria de esto creo que es la obra del exilio republicano de 1939. Aunque existe una considerable obra crítica sobre algunos de sus más significativos autores (Aub, Sender, Ayala) su inserción en el relato histórico de la literatura española del siglo XX sigue siendo problemático por la irresistible tendencia a codificarla en generaciones, grupos y movimientos homogéneos en los que no encuentran acomodo. El canon no es solo una cuestión de calidad sino también de oportunidad y de recepción y la censura es un elemento básico en la recepción de las obras literarias. Pero no sólo se ven afectadas determinadas obras de notable calidad por la censura, sino también por un horizonte de expectativas anómalo tanto del público como de la crítica, impregnada ―a veces consciente y a veces inconscientemente― de una serie de valores y métodos asentados en el pensamiento falangista (el concepto de “generación”, por ejemplo, el omnipresente nacionalismo…). Hay que tener en cuenta que la censura ha influido mucho en la configuración del canon literario pero a veces de forma aleatoria. Hay autores que tuvieron inicialmente problemas con la censura, pero a quienes la intervención estatal ―así como su sagacidad para pelear en el campo literario― o la aleatoriedad (la suerte) de derivada de la arbitrariedad censorial les colocó en el vértice del sistema cultural.

Página de la edición mexicana de La cale de Valverde, de Max Aub, censurada.

Página de la edición mexicana de La cale de Valverde, de Max Aub, censurada.

¿Qué postura suelen adoptar los autores ante la posibilidad de revisar y restituir pasajes en su día censurados de novelas veces escritas hace varias décadas?

Muchas veces, estas actitudes resultan sorprendentes: en mi trabajo no acierto a responderme por qué autores que sobrevivieron al franquismo y por tanto tuvieron la oportunidad de restaurar los daños ocasionados a sus textos por la censura no lo hicieron. Se me ocurren dos posibles explicaciones: cierta vergüenza por haberse sometido al imperio del censor, o bien el historicismo inherente a los años de la transición, que obligaba a no mirar atrás para no dejarse atrapar por las ruinas del franquismo. Lo cierto es que la actitud de la mayoría de escritores ante la censura es decepcionante, pues prima la sumisión ante el poder, a veces vergonzosa. Claro que los tiempos eran difíciles, pero los más grandes tenían abiertas las editoriales americanas.

Informe de denegación a Júcar para importar ejemplares de El libertino y la revolución, de Jorge Gaitán Durán.

¿Qué te parece que debieran hacer ante esta cuestión los derechohabientes, ya sean herederos, agentes literarios o editoriales, si crees que tienen alguna responsabilidad?

Cada caso presenta singularidades, pero en general, se me ocurren dos cosas: una, defender el legado del que han sido depositarios y, por tanto, tratar de que se transmita en sus mejores condiciones: íntegro y libre de los daños que le pudiera haber ocasionado la censura; y dos, contrarrestar la banalidad con la que a menudo se ha tratado a la censura como una injerencia menor. En este sentido, no hay más que leer, por ejemplo, las excusas autoexculpatorias con las que despacha el tema uno de los máximos responsables políticos de la represión cultural franquista en los años sesenta, Carlos Robles Piquer –hoy liberal, demócrata y, por supuesto, monárquico– en sus recientes memorias.

Carlos Robles Piquer.

¿Hasta qué punto sigue siendo la censura un campo digno de estudio? ¿Qué proporción de lo que hay crees que ha salido a flote?

Sigue siendo un territorio imprescindible para representarnos la cultura española del siglo XX y, sobre todo, para que los historiadores y críticos dispongan de información suficiente para plantearse algunas cuestiones que todavía no han sido tenidas en cuenta. El esfuerzo debería ir por dos caminos: aportar un mayor caudal de información sobre métodos, procesos, funcionamiento… de la censura e inventar nuevas maneras de narrar la historia literaria española del siglo XX, teniendo en cuenta las aportaciones reales de sus productos en relación con la maquinaria burocrática de un estado diseñada para unificar los discursos literarios. Creo que el resultado sería un canon, una periodización y una conceptualización muy diferentes de las que hoy aprendemos en manuales e historias literarias.

Es fama que Paco Candel fue una de las mayores víctimas de la censura.

Es fama que Paco Candel fue una de las mayores víctimas de la censura.

En este momento, ¿en qué proyectos o líneas de investigación estás trabajando, qué temas te interesan actualmente y de cara a un futuro próximo?

Me interesa trascender  los temas concretos de la censura y el exilio para estudiar las actitudes y conclusiones que historiadores de la cultura han podido sacar del hecho histórico del franquismo. Y, en concreto, me interesa examinar lo que llamaré el “complejo de Cándido”, cierta actitud intelectual refractaria de la crítica a nuestro pasado y abandonada al optimismo histórico perceptible en la historiografía cultural y en una buena parte de nuestra novelística reciente. Esto ha dado lugar a mistificaciones abundantes y a forzar los discursos para formar explicaciones ad hoc. Pero me interesa también el trabajo de archivo y de bibliotecas y por ello sigo trabajando en una futura monografía acerca de las editoriales de los exiliados republicanos.

Nihil obstat en una Gramática de Luis Vives, de 1947.

Fernando Larraz. Selección de obra publicada hasta octubre de 2014.

«La Segunda República y los editores», Cuadernos Republicanos, Madrid, 58 (primavera-verano 2005), pp. 57-78.

«El mestizaje editorial: Las editoriales de los exiliados republicanos en América», en Ricardo de la Fuente Ballesteros y Jesús Pérez-Magallón, eds., La cultura hispánica en sus cruces trans-atlánticos, Valladolid, Universitas Castellae (Colección Cultura Iberoamericana), 2006, pp. 149-170.

El monopolio de la palabra. El exilio intelectual en la España franquista, Madrid, Biblioteca Nueva, 2009, 336 pp.

«La recepción de los narradores del exilio en las revistas culturales del tardofranquismo», Laberintos: Revista de Estudios sobre los Exilios Culturales Españoles, Valencia, 10-11 (2008-2009), pp. 18-42.

«Política y cultura. Biblioteca Contemporánea y Colección Austral, dos modelos de difusión cultural», Orbis Tertius: Revista de Teoría y Crítica Literaria, 15 (2009).

«La recepción de la literatura del exilio republicano en la revista Cuadernos Hispanoamericanos (1948-1975)»,Bulletin Hispanique, Burdeos, 112, 2 (2010), pp. 717-741.

«»Rama apartada, sucursal efímera»: la dialéctica interior/exilio en la historiografía literaria española del siglo xx», en Miguel Cabañas Bravo, Dolores Fernández Martínez, Noemí de Haro García, Idoia Murga Castro, coords., Analogías en el arte, la literatura y el pensamiento del exilio español de 1939, Madrid, CSIC, 2010, pp. 189-200.

«Memoria poética en el campo de Argelès. La función testimonial de Crónica del Alba», en Bernard Sicot, coord., La littèrature espagnole et les camps français d’internement (de 1939 à nos jours), Paris, Université Paris Ouest Nanterre, 2010, pp. 305-314.

Una historia transatlántica del libro. Relaciones editoriales entre España y América Latina (1936-1950). Gijón, Trea, 2010, 200 pp.

«Los exiliados y las colecciones editoriales en Argentina (1938-1954)», en Andrea Pagni, coord., El exilio republicano español en México y Argentina: historia cultural, instituciones literarias, medios, Madrid, Iberoamericana, 2011, pp. 129-144.

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