Juan Marsé, José Janés, Carlos Barral y el «escritor obrero»

Una de las muchas cosas que pone de manifiesto la excelente –y políticamente comprometida– biografía de Josep Maria Cuenca acerca de Juan Marsé (n. 1933) es la trascendental importancia que tuvo en su entrada en el mundo editorial, así como en su formación como escritor, la ya conocida amistad con la traductora, crítica literaria y narradora barcelonesa Paulina Crusat (1900-1981), cuando ésta se había establecido ya en Sevilla.

Paulina Crusat se había estrenado como traductora de Jean Moréas (Poemas y estancias, 1950) para la editorial vinculada al Opus Rialp, pero se consagró enseguida en esta faceta con una Antologia de poetas catalanes contemporáneos (1952), traducida en verso también para Rialp. Esto la llevó a las páginas de la revista Ínsula, donde se puso al frente de una longeva sección dedicada a las letras catalanas y, poco después, a publicar una primera novela en la colección Novelistas Hispano-Americanos de José Janés (1913-1959), Mundo pequeño y fingido (1953). Sin embargo, sus dos obras siguientes, que formaban el díptico Historia de un viaje, Aprendiz de personas (1956) y Las ocas blancas (1959), aparecieron en la prestigiosa colección Áncora y Delfín de la editorial Destino de Josep Vergés (1910-2001).

Juan Marsé.

Ese mismo año 1953 en que Crusat se da a conocer como novelista consigue Marsé publicar su primer cuento, en Ínsula («Plataforma posterior»), gracias precisamente a las gestiones de la escritora, con quien mantuvo una nutrida correspondencia que Cuenca cita por extenso. No es de extrañar por tanto, que al primer editor a quien se dirigiera Marsé fuera al que lo había sido de Crusat, Josep Janés, tal como explicó él mismo en declaraciones a Sergi Dòria:

Paulina Crusat leyó un par de cuentos y recomendó su publicación en la revista Ínsula, que entonces dirigía su amigo José Luis Cano. También me proporcionó entrevistas con Salvador Espriu, que me ayudó muy poco –¡me aconsejó que me casara, lo juro!– y con el editor Josep Janés, que me animó a escribir mi primera novela. Sin duda la habría publicado él, de no haber muerto en accidente de automóvil cuando yo la estaba terminando cuatro años después.

José Janés.

José Janés.

Cabe deducir que se produjo pues un primer encuentro a mediados de la década de los cincuenta en el que Janés animó a Marsé a decantarse por la novela, pues en aquellos años Marsé estaba sobre todo intentando colocar cuentos en revistas y premios, y en 1957 probó fortuna en el Nadal con una versión primeriza de Encerrados con un solo juguete con el título Las cenizas (lo ganaría Carmen Martín Gaite con Entre visillos). Sin embargo, hubo una segunda visita en la que Marsé presentó su novela y que Josep Maria Cuenca registra a partir de una carta que le mandó Crusat al enterarse de ello en diciembre de 1959:

¿Qué Janés no le tomó el libro? Le llevó Ud. el primero. Si encontró que no estaba a punto de arriesgar en él el dinero (pues de eso se trata) tenía razón. A casi nadie (genios comprendidos) le toman el primer libro.

Es fama que Paco Candel fue una de las mayores víctimas de la censura.

Es fama que Paco Candel fue una de las mayores víctimas de la censura.

Este encuentro se puede contextualizar en una época en que, sobre todo a raíz del sonado éxito de las novelas de Francisco Candel (1925-2007) Hay una juventud que aguarda (1956) y Donde la ciudad cambia su nombre (1957), Janés se había comprometido con mayor ahínco en una apuesta que llevaba manteniendo en esos años por la novela de una nueva generación nacida en los años veinte, y en su mayor parte sin formación universitaria, que retrataba de un modo realista e implícitamente crítico los ambientes menos pulcros de los centros urbanos españoles.

En ese propósito cabe situar, por ejemplo, el intento de premiar y publicar en 1947 a Francisco González Ledesma (1927-2015) Sombras viejas, tentativa que la censura desbarató, y exactamente lo mismo sucedió con Juan Goytisolo (n. 1931) y su aún hoy inédita El mundo de los espejos en 1952, así como con Antonio Rabinad (1927-2009) y La noche de Juan Dociac al año siguiente, si bien esta última, que el censor Valentín García Yebra describía como «una gran novela en el aspecto literario pero muy peligrosa desde el punto de vista moral y religioso», sí se pudo publicar, expurgada y con mucho retraso, con el título Los contactos furtivos (1956). Fruto de este mismo proyecto janesiano o vinculado de algún modo a él sí vieron la luz en cambio La moneda en el suelo (1951), de Ildefonso Manuel Gil (1912-2003) –que Fernando Larraz ha caracterizado como «una alegoría de las amputaciones psicológicas que supuso la guerra» – o El trapecio de Dios (1953), de Jorge Ferrer-Vidal (1926-2001), que practicaba un realismo social más asimilable por el régimen franquista (García Yebra la definió en su informe a censura como nada menos que «una alabanza de la gracia y la misericordia divinas»).

Al margen de las dificultades que encontró Janés para hacer accesibles al lector español estas novelas, es interesante comprobar también que muchos de estos escritores mencionados han reconocido entre sus principales influencias a ciertos autores extranjeros que formaban la columna vertebral de los catálogos de Janés (Zilahy, Knut Hamsun, Maurice Baring, Aldous Huxley, Maugham, Mauriac, Maxence van der Meersch, H.G. Wells), y en este sentido es especialmente curioso el caso de José Luis Sampedro, que presentó al Premio Internacional de Novela de Janés una novela, La sombra de los días, cuyo modelo estructural confeso era la novela de Clemence Dane Leyenda (publicada en 1942 en la colección janesiana Aretusa). Al parecer llegó incluso a firmarse un contrato de edición por la obra de Sampedro entre Janés y el autor, y en este caso es muy dudoso que los problemas se debieran a la censura, pero la obra no apareció hasta casi medio siglo después y en Alfaguara.

Antonio Rabinad.

Respecto a las lecturas e influencias son bien conocidas, por repetidas o parafraseadas, las declaraciones de Juan Marsé a Marcos Ordóñez:

Leía de todo y en total desorden, si es que hay que tener un orden en las lecturas, que yo creo que no: Balzac y El Coyote, Stendhal y Salgari, Stevenson y Edgar Wallace, en traducciones horribles, impresas en un papel que se deshacía entre los dedos. Y las novelas policiacas de la Biblioteca Oro [Editorial Molino] y la «literatura seria» que publicaba José Janés, lo poco que dejaban: sus máximos exponentes eran Somerset Maugham y Lajos Zilahy, que no estaban nada mal (los cuentos de Maugham siguen siendo espléndidos), mezclados con Cecil Roberts y Maxence Van der Meersch.

Si bien podemos atribuir a la muerte de Janés el hecho de que la primera novela de Juan Marsé no se publicara en su editorial, el hecho de que se hiciera cargo de ello Carlos Barral (1928-1989) es difícil no vincularlo a la trayectoria de algunos de los autores anteriormente mencionados, lectores que en buena medida se formaron con lo que Janés conseguía que la censura le permitiera publicar de entre lo más notable de la literatura europea de su tiempo.

De izquierda a derecha, fila superior: Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Alfredo Castellón; fila inferior: Jaime Gil de Biedma, Alberto Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald.

Antonio Rabinad, por ejemplo, que se había marchado a Venezuela, atribuye en sus memorias su regreso a España al entusiasmo de Barral por reeditar Los contactos furtivos, lo que llevaría a cabo en 1971, y ya antes le publicaría A veces, a esta hora (1965), El niño asombrado (1967) y Marco en el sueño (1969). De Juan Goytisolo es muy famoso y conocido tanto su acercamiento al círculo barraliano y la publicación en Biblioteca Breve de La isla (1961) La chanca (1962), Fin de fiesta (1962) etc., como su posterior distanciamiento mediada la década de los sesenta, precisamente a raíz de la polémica concesión del Premio Biblioteca Breve a Últimas tardes con Teresa en detrimento de La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig (1932-1990). Se trate de una coincidencia o no, lo cierto es que en alguna medida el proyecto puesto en marcha por Janés, y redoblado a raíz del extraordinario éxito de las primeras novelas de Paco Candel, se trasladó en alguna medida al ya legendario “cuarto de los sabios” capitaneado por Barral, cuya tripulación, lógicamente, lo fue ampliando y modernizando.

Cubierta de Últimas tardes con Teresa, con la famosísima fotografía de Oriol Maspons (1928-2013).

Otra coincidencia digna de ser tenida en cuenta es que, exactamente en esos mismos años, entre 1955 y 1956, se produjo en paralelo también el frustrado intento por parte de Janés de publicar a un autor cuya distribución siquiera en España estuvo estrictamente prohibida por la simple y llana razón de su trayectoria biográfica previa, José Ramon Sender (1901-1982), que si bien perteneciente a una generación anterior, acaso podría situarse, por lo menos una parte de su extensa bibliografía, en la misma estirpe que la de algunos de los autores mencionados.

De izquierda a derecha: Juan Marsé, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Ángel González y José Agustín Goytisolo.

En cualquier caso, lo que parece evidente es una cierta continuidad entre dos proyectos consecutivos, el segundo con una intención más claramente política, que Marsé se encargó en su momento de caricaturizar con su vitriólica mordacidad:

Me recibió Joan Petit y me llevó al despacho de Barral, que estaba con Josep Maria Castellet. Les había llamado mucho la atención la novela porque, dijeron, no tenía nada que ver con lo que les enviaban. Era la época del realismo social a todo trapo, y Encerrados [con un solo juguete] les pareció una novela extraña, introspectiva, decadente… Cuando Castellet se enteró de que trabajaba en un taller se le caía la baba. ¡Al fin el espécimen más buscado en el panorama literario español! ¡Un escritor obrero, uno de verdad! Su alegría duró poco, porque no tardaron en descubrir que lo que yo quería era ser un escritor burgués y cobrar el máximo posible por los libros para escapar de las siete horas diarias en el taller.

Juan Marsé en el taller.

Fuentes:

Josep Maria Cuenca, Mientras llega la felicidad. Una biografía de Juan Marsé, Barcelona, Anagrama, 2015.

Sergi Doria, «Juan Marsé: “El escritor, cuanto más lejos del poder político, mejor», Abc, 25 de noviembre de 2014.

Fernando Larraz, Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo, Gijón, Ediciones Trea (Biblioteconomía y Administración Cultural 268), 2014.

Marcos Ordóñez, «De mis archivos: Un paseo con Marsé. Primera parte-1993», Blog de El País, 19 de septiembre de 1912 (publicado originalmente en la revista Co & Co, h. septiembre de 1993).

1 comentario en “Juan Marsé, José Janés, Carlos Barral y el «escritor obrero»

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