La edición y la publicación como recurso literario. Max Aub y la Real Academia Española

Lo envenené porque quería ocupar su puesto en la Academia. No creí que nadie lo descubriera.

¡Tuvo que ser ese novelista de mierda que, además,

es comisario de policía!

Max Aub, Crímenes ejemplares.

Cualquiera que se entretenga a consultarlo en la Biblioteca Nacional de España se topará con la edición del discurso de ingreso de Max Aub (1903-1972) en la Real Academia Española, en 1956, titulado El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo (Madrid, Tipografía Archivos), al que dio cumplida respuesta, como marca el protocolo, el también académico Juan Chabas (1900-1954).

El lector un poco atento ya habrá visto enseguida que hay errata evidente o gato encerrado: ¿cómo pudo responder Juan Chabás al discurso de ingreso de Aub en 1956, si había muerto dos años antes? No hay tal misterio, aunque dice pocas cosas buenas acerca del sistema de catalogación de la Biblioteca Nacional a la hora de hilar fino. Ciertamente, los datos que ofrece esa ficha son los que aparecen en el volumen (más bien opúsculo), pero es hasta tal punto evidente que no son ciertos, que producen un asombro no menor que el hecho de que Jusep Torres Campalans siga apareciendo en ciertos archivos y bibliotecas catalogado como biografía. Y aun así, más que falsos esos datos que ofrece la BNE son ficticios (y no se trata de una distinción tan sutil).

Juan Chabás.

En realidad, al igual que el Jusep Torres Campalans, quizá pueda también considerarse una broma literaria o libresca, llevada a sus últimas consecuencias. Quien, con unos someros conocimientos de historia literaria española, se acerque a los textos que componen El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo difícilmente puede llevarse a engaño, pues en este discurso Aub repasa la obra teatral de algunos autores y menciona muchas obras que, al igual que hiciera con frecuencia Borges, son obras falsas, títulos inventados que no corresponden a ningún libro jamás publicado y ni siquiera escrito. Por ejemplo, sin poderse resistir al guiño erudito, atribuye a Rafal Alberti unas tales El caballero del Puerto, y todo lector de Alberti sabe a qué Puerto se refiere, y una Maria Teresa (a la que todos podemos poner apellido), o una La fuerza del desafío de inequívocas resonancias del Duque de Rivas bajo la mirada italiana de Verdi que, evidentemente, Alberti (exiliado en Argentina y luego en Italia) jamás escribió.

Alberti y María Teresa León.

Pero aun va más allá Aub al escribir acerca del espléndido poeta y dramaturgo Federico García Lorca, y tras mencionar sus principales obras dramáticas de los años veinte y treinta (incluidas La casa de Bernarda Alba y Así que pasen cinco años), añade:

En 1942, el gran poeta granadino lleva a la escena la primera de sus tragedias bíblicas Amar (y no amar) –Barlaan y Josafat– seguida inmediatamente por El tercer Isaac, La noche de Baltasar y Moisés y Orfeo, que forman el núcleo de su teatro más profundo, mientras sus comedias Nadie se compare, La mañana en parabienes, Manos blancas ofenden, El duelo de las damas, dieron a nuestra escena un renuevo de gracias, donaires y –si me perdonáis– bienaventuranzas, gallardía y despejo que en vano buscaríamos sino en Lope y Moreto. ¿Qué nos reserva? Dejemos aparte lo que anuncia y tengámonos por contentos con lo que nos dé.

Al margen de la mención de unos textos que en vano podría pasarse la vida buscanco un lorquiano ingenuo y esforzado, ¿qué podía deparar en 1956 el genio de Lorca, asesinado en 1936?

Federico García Lorca (1898-1936).

Por su parte, el texto de respuesta de Chabás es en realidad un remedo y ampliación de la parte que el crítico y escritor de Denia dedicó al propio Aub en su Literatura española contemporánea (1898-1950) (La Habana, Cultural, 1952), y el libro se cierra con una relación de académicos que, vista con detalle, ya pone sobre la pista de la intención aubiana, pues entre ellos figuran desde escritores y filólogos que habían muerto durante la guerra civil hasta otros que vivían en el exilio, acompañados de algunos que, dada su más o menos ferviente franquismo (o no), nunca salieron de España, y de las más diversas generaciones: Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, José Ricardo Morales, Américo Castro (director), Miguel Delibes, Pedro Salinas, José Bergamín, Buero Vallejo, Vicente Lloréns, José María Pemán, Ernesto Giménez Caballero, Ramón Castelao, Carles Riba, Telesforo de Monzón…

De izquierda a derecha: Dámaso Alonso, Max Aub y Jorge Guillén.

Se podría considerar quizá como una broma utopista sin malicia (que imaginó lo que hubiera sido la literatura española de no haberse producido la rebelión franquista y la consecuente guerra civil española), si no fuera por dos detalles no menores. El primero, que del cotejo entre la composición auténtica de la Real Academia Española en 1956 y la que propone Aub se desprende una sensación bastante amarga , por no hablar siquiera de la que hay entre el desarrollo que traza Chabás en “su discurso” y lo que fue la historia literaria española auténtica. Valga como ejemplo, la mención a exitosos estrenos de Beckett, Ionesco o Brecht (¡traducido por León Felipe!) en los años cuarenta. Hay, pues, sin duda, una mirada muy crítica que da un sabor muy distinto a lo que podría ser un simple juego inocente. No se olvide, se trata de Max Aub.

León Felipe (Felipe Camino Galicia de la Rosa, 1884-1968).

Pero en lo que respecta específicamente al libro, su concepción desde el primer momento y en el cuidado de todos los detalles lo convierte, valga la paradoja, en un libro ficticio. Se llevó a cabo en México en 1971, a pesar de que lleve como datos en su pie de imprenta Madrid, 1956 y la Tipografía Archivos, de la que se menciona además su auténtico domicilio: la calle Olózaga, 1 (por cierto, que Salustiano Olózaga, 1805-1873, también fue miembro de la RAE…).

De izquierda a derecha: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás y Mauricio Bacarisse.

Y aún más: este brevísimo folleto (39 pp., 23 cm), tanto en la encuadernación y el papel como en la tipografía y la composición imita en todo lo que solían ser por esos años la publicación de los discursos de la RAE, que además Aub sin duda conocía bien porque varios de sus amigos escritores, no siempre con mayores méritos que él, sí habían entrado efectivamente en la RAE: Gerardo Diego y Damaso Alonso (ambos desde 1948), Vicente Aleixandre (en 1950), Melchor Fernández Almago (1951)… Hay que reconocer a Aub, no sólo la genialidad de esta broma en absoluto inocente, sino además llevarla a cabo con tal grado de fidelidad en México. Una imitación casi perfecta, un libro falso para contar verdades y hacerlas muy evidentes.

Por lo que seguramente no podía pasar un republicano convencido como fue Max Aub era por aceptar sin más el adjetivo «Real» en una obra como esta, dato que se abre a interpretaciones jugosas. ¿Como es posible que el nombre de la institución aparezca como «Academia Española» si el libro y la entrada de Aub en ella y la publicación del libro se produjeron en 1956? Y, por otra parte, debía resultar bien irrirante reproducir el escudo auténtico de la Real Academia, con su corona, en un librito que llevara la firma de Aub, así que recurrió al ingenio y decidió rematar el escudo de esta academia «tan poco real» con los castillos que lucían como corona en el escudo republicano (que se ajustaba al de la Constitución de 1931).

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Clicando sobre la imagen, ésta se amplía.

 

No cabe duda de que el hecho de que Antonio Muñoz Molina dedicara a Max Aub su discurso de ingreso en la RAE y lo iniciara además advirtiendo que iba a “versar sobre el autor de un discurso académico imaginario” fue un acto de justicia poética, pero no dejaría de tener su gracia maliciosa que a alguien le diera un día por hacer una edición facsimilar del ejemplar que se conserva en la BNE.

 

No creo que haya muchos casos en que el publicar un libro y hacerlo de una determinada forma sea un modo de plantear la cuestión del estatuto ontológico del texto. Una genialidad.

Fuentes:

Max Aub, El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo, edición de Javier Pérez Bazo, Ayuntamiento de Segorbe, 1993. En España se había publicado por primera vez en la revista Truinfo (núm. 507, 17 de mayo de 1972, pp. 1-12) y con posterioridad a la edición de Pérez Bazo se apareció, con estudio de Julio Rodrñíguez Puértolas, en República de las Letras, núm 75 (segundo semestre de 2002, pp. 51-73).

Aub leyendo un Tarzán.

Javier Goñi, «El judío encerrado en el sótano«, Divertinajes, s.f.

Pascual Mas i Usó,  «Lo real de la ficción: De Max Aub a Antonio Muñoz Molina«, El correo de Euclides, núm. 1 (2006), pp. 75-79.

Antonio Muñoz Molina, Destierro y destiempo de Max Aub, y contestación de Francisco Ayala, Madrid, 1996. También (el texto de Muñoz Molina) en Pura alegría, Madrid, Alfaguara, 1998.

Ignacio Soldevila Durante, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, València, Generalitat Valenciana (Colección Literaria), 2003.

3 comentarios en “La edición y la publicación como recurso literario. Max Aub y la Real Academia Española

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