La novelesca vida de una correctora y traductora: Carmen López Landa

Es difícil pensar en una traductora y correctora de estilo con una biografía más novelesca que Carmen López Landa (1931-2006), y aun así su historia está todavía por contar como merece, pese a haber legado un nutrido fondo documental al Arxiu Nacional de Catalunya.

Matilde Landa Vaz.

Hija de dos miembros destacados del Partido Comunista de España —Francisco López Ganivet (1907-1961) y Matilde Landa Vaz (1904-1942)—, antes de cumplir seis años la guerra civil pilló a Carmen en San Fiz de Vixoi (Galicia), y luego pasó por Villagordo del Júcar y Valencia, antes de poder reunirse con su madre en Barcelona. Desde allí, partió en 1938 con destino a Leningrado y poco después Moscú —donde fue alumna de quien había sido en España pionera del hockey sobre hierba Clara Sancha, esposa del escultor Alberto Sánchez (1895-1962)—, para embarcarse en agosto de 1939 rumbo a México.

Allí se formó en los centros educativos creados por los exiliados republicanos (pasó por la Academia Hispano-Mexicana, el Ruiz de Alarcón y el instituto Luis Vives) y supo de la muerte de su madre a manos de las autoridades franquistas (en una cárcel mallorquina). Acabada la guerra mundial aterriza em Londres, donde se había exiliado su padre, y completa los estudios secundarios en la Paddington and Maida Vale High School, pero abandona sus planes de iniciar estudios universitarios en Biología para entrar a trabajar durante cuatro meses en una empresa del sector textil, Goodman & Son Ltd.

Paddington and Maida Vale High School

Miembro ya por entonces de las Juventudes Socialistas Unificadas y del PCE, en enero de 1951 Carmen López viaja a Praga para incorporarse como traductora e intérprete de la Unión Internacional de Estudiantes (fundada en 1946). Según cuenta en una interesantísima entrevista de Eduardo Mateo Gambarte, además de completar dos cursos de Ciencias Biológicas, en Praga «traducíamos el boletín [de la UIE] directamente al esténcil, o cartas interminables de 5 o 6 folios a un espacio, originales en los que no podías cometer la menor errata. Si cometías una, a copiarla otra vez».

A principios de la década de los sesenta malvive un par de años en España. Según cuenta en la referida entrevista:

En [la editorial] Aguilar le dieron a Ramiro [López Pérez, veterano de la guerra civil y la resistencia, y su esposo desde 1958] un trabajo de venta de libros por las casas. ¡No vendía ni uno! Fue Pradera quien me proporcionó una traducción de Tecnos (Lógica de las matemáticas, de Whitehead). Cada 2 o 3 días yo le llevaba a Pradera los folios, él me pagaba en efectivo y yo hacía la compra… Pasamos hambre de verdad, y la situación no mejoraba.

Como es sabido, Javier Pradera (1934-2011) entró en Tecnos como agente comercial en 1959 por intercesión de un compañero de universidad, Gabriel Tortella. Probablemente sea un fallo de memoria lo que impide identificar esa traducción a la que alude Carmen López en la entrevista. Lo más probable es que se trate en realidad de El pensamiento científico, de C.D. Broad (1887-1971), publicado por Tecnos en 1963 en la colección que por entonces dirigía Enrique Tierno Galván (1918-1986) y cuya traducción se acredita a R. L. Pérez y C. L. Landa (sin duda, Ramiro López Pérez y Carmen López Landa). Antes había aparecido en la editorial Vergara de Barcelona la traducción de la biografía que Roger Manvell y Frankel Heinrich habían escrito de Goebbels (1961), que el padre de Carmen dejó inacabada cuando se suicidó en abril de ese año y ella se ocupó de concluir (aunque en los créditos sólo aparece Francisco López Ganivet).

Ante estas enormes dificultades para establecerse en España, en 1962 viaja de nuevo a México, donde el poeta republicano Juan Rejano (1903-1976) le consigue un trabajo como secretaria del agregado cultural de la embajada checa. Prosigue además su labor como traductora y, según dice, se ocupa de «tres libros (uno para UTEHA y otro para Trillas)», hasta que es contratada en Aguilar como correctora. De nuevo parece una simple y comprensible traición de la memoria (o un cruce de números y títulos), pues aparecen firmadas con su nombre completo las traducciones de Las zonas subdesarrolladas (Trillas, 1964), de Pentony DeVere, el voluminoso Educación para la salud (Trillas, 1965), de Berenice Moss, Warren Southworth y John Lester Reichert, y  Cómo enseñar a leer en las escuelas elementales (Manual UTEHA Breve, 1968), de Caroline Foley Vogts.

La década de 1970 la inicia regresando de nuevo a Madrid, donde empieza a colaborar como correctora para Alianza Editorial (fundada cuatro años antes por José Ortega Spottorno):

Ramiro encontró trabajo de corrector y maquetista en editoriales. Yo trabajaba en casa para Alianza. Los directores eran Spottorno y Pradera. Por cierto que Spottorno se portó muy bien. Yo le dije que podía seguir trabajando en la cárcel y él le dijo a Mariano que no me preocupase, que pasase lo mejor que pudiera ese tiempo y que sin armar mucho revuelo pasara a cobrar como si nada hubiera pasado.

Sospechosa habitual a ojos de las autoridades franquistas y objetivo frecuente de sus ansias punitivas, Carmen López Landa fue encarcelada en Yeserías durante dos meses en 1975 por no poder pagar las 200.000 pesetas de multa (por no haber pagado a su vez una que tenía pendiente desde 1962 de 10.000 pesetas). Previamente, en 1972, apareció uno de los megaéxitos que López Landa corrigió para Alianza y uno de los libros en español más vendidos de todos los tiempos, 1080 recetas de cocina (no 180, como se indica en la entrevista), de Simone Klein Ansaldy (1919-2008), quien por ser esposa de Ortega Spottorno lo firmó como Simone Ortega.

El caso es que Carmen López entró finalmente como correctora fija en Alianza, lo que suponía una cierta estabilidad laboral, pero su activismo sindical, como le advirtió Pradera, la había puesto en el punto de mira de Spottorno. En este punto entró en escena Jaime Salinas (1925-2011):

Entonces es cuando Jaime Salinas me dice: «Mira, Carmen, yo quiero hacer una empresa modelo —pobrecillo, cómo salió todo después—. A mi estilo, aquí vas a estar mucho más cómoda…» Y a los dos o tres años Alfaguara, zas, se viene abajo. Se fue todo al garete. Despido colectivo y todos a la calle. Jaime estaba muy preocupado por mí. Yo tenía cuarenta y ocho años, no estaba ni para encontrar trabajo ni para jubilarme. Abrazados, llorando, él me decía: «Carmen es tu caso el que me preocupa». Yo le contestaba: «No te preocupes Jaime que de peores situaciones hemos salido». No me faltó trabajo, los de Alfaguara me siguieron dando trabajo para casa.

Carmen López Landa.

La editora Felisa Ramos (receptora de la famosa última carta escrita por Julio Cortázar y luego editora en Destino) siguió proporcionándole trabajo, pero llegó un punto en que Carmen López se vio desbordada por las quince horas o más diarias que se veía en la necesidad de trabajar como correctora para poder pagar la hipoteca en la que se había embarcado, así que devolvió el trabajo que tenía entre manos, aunque siguió haciendo algunos trabajos para Planeta, Nuestra Cultura, el Museo Universal, estuvo unos meses contratada en Anaya y justo antes de jubilarse hizo el último trabajo para Imelda Navajo (a quien conocía de los tiempos de Alianza), cuando esta creó en 1987 Temas de Hoy. En sus años finales se dedicó con ahínco al activismo por la memoria histórica en el seno de la Asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE).

Ni siquiera identificar las obras que tradujo Carmen López Landa es del todo fácil, ni hablar ya siquiera de las que corrigió, pero no estaría mal que alguien se animara a investigarlo en profundidad y en serio. Igual acababa escribiendo una novela…

Fuentes:

Inmaculada de la Fuente, «Carmen Landa, “niña de la guerra”», El País, 25 de enero de 2006.

David Ginard i Féron, «Carmen López Landa, Exiliada y Militante Antifranquista, (1931-2006)», Ebre 38: Revista Internacional de la Guerra Civil, 1936-1939, núm. 3 (febrero 2008) pp. 77-83.

Eduardo Mateo Gambarte, «Entrevista con Carmen López Landa», Laberintos. Revista de Estudios sobre los Exilios Culturales Españoles, 22 (2020), pp. 435-451.

Albert Folch i Pi, maestro (también) de traducción científica

En el año 1940 llegó a Andorra, procedente de Francia y huyendo del nazismo, un científico políglota destinado a ejercer una influencia enorme en el ámbito de la traducción médica al español, Albert Folch i Pi (1905-1993).

Albert Folch i Pi.

Hijo del escritor Rafael Folch (1881-1961) y la pedagoga feminista Maria Pi i Ferrer (1884-1960) y hermano mayor del luego célebre bioquímico Jordi Folch (1911-1979) y la más tarde editora Núria Folch (1916), Albert se había formado en el Liceo francés, al tiempo que por las tardes estudiaba alemán, y tras cursar el bachillerato en el Instituto General y Técnico, en 1921 inició estudios en la Facultat de Medicina de la Universitat de Barcelona, para doctorarse a continuación en Madrid en el Instituto de Fisiología con el reputado doctor también catalán August Pi i Sunyer (1879-1965). Asimismo en esos años alterna la apertura de su propia consulta con la primera traducción, a cuatro manos con el médico Antoni Oriol i Anguera (1906-1996), para la editorial Labor: Química fisiológica. Un curso para médicos y estudiantes (1935), de Paul Hári (1869-1933), y colaboraría también como traductor con la empresa alemana Bayer.

Cuando llegó a Andorra lo hizo huyendo de los nazis, que, sabedores de sus conocimientos de alemán y sus trabajos previos para la farmacéutica alemana (¿traduciendo folletos o publicidad, tal vez?), pretendían reclutar a este acreditado republicano como farmacólogo para cubrir las necesidades que la guerra mundial había creado a los laboratorios Bayer en Leverkusen.

Joaquín d’Harcourt.

La guerra civil española iniciada en julio de 1936 le había pillado trabajando como profesor asociado en la Universitat de Barcelona, pero no tardó en alistarse voluntario como médico en el Ejército Popular y se convirtió en comandante médico de los Servicios de Investigación Biológica. Durante la guerra colaboró estrechamente con el cirujano de origen cubano Joaquín d’Harcourt Got (1896-1970) tratando a milicianos a quienes en el frente de Aragón se les habían congelado los pies y aplicó uno de los primeros tratamientos con sulfapiridina (que le había proporcionado el célebre farmacéutico y empresario Salvador Andreu, el de las pastillas, y que luego lo comercializaría como Neopiridazol).

Al término de la guerra civil, y tras intervenir en la salida de España del poeta Antonio Machado (1875-1939), Albert Folch se establece transitoriamente en Séte, para pasar luego a París justo en el momento en que esta ciudad era ocupada por los nazis, y tras ver rechazado su ofrecimiento para colaborar aportando su experiencia médica al ejército francés, regresó al sur del país y, gracias a las gestiones de Louis Camille Soulà (1888-1963), empezó a impartir clases de fisiología en la universidad de Toulouse, sin dejar por ello de proseguir sus investigaciones con Antonio Oriol y D’aHarcourt acerca de los sulfamidas, que se plasmarían en artículos publicados en Toulouse Médical y en el parisino Journal de Chirurgie.

Fue por entonces cuando se vio impelido a establecerse en Andorra, y estando allí supo que la cadena que había contribuido a crear para pasar fugitivos desde Francia hasta Portugal vía Salamanca había sido descubierta. Sintiéndose acosado por los agentes franquistas y nazis que trataban de identificar enemigos en Andorra, obtuvo la protección del cónsul mexicano en Toulouse Mauricio Fresco (autor en 1950 de La emigración republicana española, una victoria de México) y, tras pasar por Orán y Casablanca, finalmente Folch i Pi pudo llegar a México en 1942. Ese mismo año, la Academia Nacional de Medicina premiaba a Folch y D’Harcourt por su trabajo sobre «El estado actual de la sulfamidoterapia», e interviene en la fundación de la Borsa del Metge Català, una organización mutualista creada por los profesionales catalanes exiliados en México cuyo objetivo principal era ayudar económicamente a los médicos o sus viudas que lo precisaran (Folch dirigiría la Borsa entre mayo de 1965 y junio de 1972, etapa en que esta institución empezó a conceder también becas de viajes y estudios).  

Uno de los primeros trabajos que llevó a cabo en la capital mexicana, al igual que tantos otros exiliados españoles, fue como consultor de la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana (la popular UTEHA), para cuyo famosísimo diccionario enciclopédico supervisó todos los artículos relacionados con la biología, además de escribir él mismo muchos de ellos, y mantuvo esta colaboración hasta 1958. Sin embargo, su tarea principal fue como profesor en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas y poco después como director del Departamento de Fisiología y Farmacología de la Escuela Superior de Medicina Rural.

También entonces colabora muy activamente con la revista mexicana en catalán Quaderns de l’Exili, que dirigían su cuñado Joan Sales (1912-1983) y Lluís Ferran de Pol (1911-1995) y muy centrada en política, así como en las revistas de su especialidad Acta Médica (de cuyo consejo de redacción formó parte) y Ciencia, en cuya creación intervinieron muchos exiliados españoles. También empieza a frecuentar el Orfeó Català de Mèxic, donde en alguna ocasión dictó conferencias.

Ya a principios de la década de los cincuenta Albert Folch inicia su colaboración más importante en el campo de la traducción, con la Editorial Interamericana (creada en 1946), que había contado con un muy buen especialista en traducción médica: el barcelonés Ramon Bertran Tàpies (1905-1953). El primer libro que tradujo Folch para esta empresa fue el de Charles Herbert Best y Norman Burke Taylor Elementos de fisiología humana, cuya producción resultaba tan costosa que Interamericana, dada su inestable situación financiera, prefirió vender los derechos a UTEHA. Es sobre todo en esta etapa cuando Folch se gana fama de agudo traductor por generalizar y asentar términos médicos recurriendo tanto a las raíces latinas como a vocablos españoles para dar respuesta a la continua generación de neologismos procedentes sobre todo del inglés. Para poder llevar a buen término los múltiples proyectos y compromisos profesionales, Folch se servía de un magnetófono, grababa a viva voz las traducciones y posteriormente corregía la versión escrita llevada a cabo por una mecanógrafa con sólidos conocimientos médicos.

Al asumir el puesto de director técnico de Editorial Interamericana, amplió a gran escala su método de trabajo. Mandó construir en la sese de la editorial (en la calle Cedro) una serie de casetas de vidrio insonorizadas, donde las mecanógrafas transcribían las traducciones dictadas por los colaboradores de la casa, entre los que se contarían los médicos exiliados Fernando Colchero Arrubarrena (que durante la guerra civil había organizado los servicios médicos en el País Vasco y que en 1966 colaboraría con Folch en su Diccionario Medico-Biológico University de términos médicos) y el prolífico Homero Vela Treviño, así como los mexicanos Rafael Benglio Pinto, Roberto Espinosa Zarza, Jorge Orizaga Samperio o Santiago Sapiña Renard, entre otros.

Tal como lo explicó el traductor de la Organización Mundial de la Salud Gustavo A. Silva:

Las transcriptoras eran excelentes y rápidas, pero el servicio se redondeaba con un mensajero que iba en motocicleta a casa de los traductores a entregar manuscritos y recoger cintas magnetofónicas grabadas. La celeridad de todo el proceso era por lo tanto muy notable, cualidad esencial en la bibliografía científica porque siempre hay que publicar las versiones traducidas lo más pronto posible, so pena de condenar la obra a la obsolescencia.

Casi como colofón a su carrera como profesor, en 1985 recibió la Medalla al Mérito docente Maestro Ignacio Altamirano, que había instituido en 1940 el gobierno de Lázaro Cárdenas para reconocer a «los maestros nacionales o extranjeros, que se distingan en su actuación docente, como recompensa y estímulo a su labor».

Fuentes:

Miquel Bruguera i Cortada, «Albert Folch i Pi», web Galeria de Metges Catalans del Col·legi de Metges de Barcelona.

Francisco Giral, Ciencia española en el exilio (1939-1986). El exilio de los científicos españoles, Barcelona, Centro de Investigación y Estudios de la República española- Anthoropos (Memoria Memoria Rota. Exilios y Heterodoxias 35), 1994.

Josep Miret i Monsó, «L’exili dels metges catalans després de la guera civil», Gimbernat. Revista d’Història de la Medicina i de les Ciències de la Salut,  núm. 20 (1993), pp. 213-260.

Angelina Muñiz-Huberan, coord.., y José Maria Villarías y Zugazagoitia, ed., A la sombra del exilio. República española, guerra civil y exilio, México, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónima de México, 2014.

Antoni Puche i Manaut, «La Borsa del Metge Català a Mèxic», Gimbernat. Revista d’Història de la Medicina i de les Ciències de la Salut, núm. 19 (1993), pp. 245-248.

Antoni Puche i Manaut, «Quan la bonhomía i la ciencia s’apleguen», Panacea, vol XIV, núm. 38 (2013), pp. 334-335.

Antoni Puche i Manaut, «Metges catalans exiliats a Mèxic. Obra realitzada i conclusions d’estudi», en Lluís Guerrero i Sala, coord., «Dossier Arxiu Històric de Ciències de la Salut», Dovella, núm 52 (abril 1996), pp. 41-47.

Vicenç Riera Llorca, Els exiliats catalans a Mèxic, Barcelona, Curial, 1972.

Gustavo A. Silva, «Alberto Folch i Pi (1905-1993), figura señera de la traducción médica al español», Panacea, vol. XIV, núm. 38 (2013), pp. 321-333.

Àlvar Martínez Vidal y Alfons Zarzoso Orellana, «La obsessió del retorn. L’exili mèdic català a França», Mètode, núm. 61 (2009), p. 59-63.

El «gran editor» al que enterró Max Aub

En el primer número de la revista Los Sesenta, publicado en México en 1964, apareció por primera vez el cuento de Max Aub (1903-1972) «Entierro de un gran editor», que ese mismo año se ponía al alcance de los lectores españoles en el volumen El Zopilote y otros cuentos mexicanos gracias a la colección El Puente creada muy poco antes por Guillermo de Torre (1900-1971).

Los cinco números de la revista Los Sesenta.

El cuento en cuestión, que sin atraer tanta atención como «Librada» o «La verdadera muerte de Francisco Franco», se cuenta entre los más apreciados por la crítica, fue incluido por Javier Quiñones en su antología Enero sin nombre. Los relatos completos del Laberinto mágico (Alba Editorial, 1994), pero tampoco en el prólogo a esta selección de narrativa breve aubiana se aventura ninguna hipótesis acerca de la identidad del interfecto. Y lo mismo sucede en la edición, a cargo de Lluis Llorens Marzo y Javier Lluch Prats, de este cuento en el tomo de las obras completas —que siguiendo una muy hispana tradición de la que Aub era muy consciente, siguen incompletas—dedicadas a Los relato de El laberinto mágico (Generalitat Valenciana, 2006).

Francisco Giner de los Ríos, Ricardo Martínez, Max Aub, José Luis Martínez y Joaquín Díez-Canedo.

También resulta muy borgeana la mención en «Entierro de un gran editor» a tres obras de carácter histórico (Historia general del mundo, Historia de la Marina Española y Diccionario de frases hechas y por hacer), pues son en apariencia inexistentes, si bien la primera podría aludir a la obra del cronista de Indias Antonio de Herrera y Tordesillas (1549-1626), publicada con ese mismo título originalmente en tres volúmenes, y la segunda podría ocultar Cuando el mar no era un camino. Apuntes para la historia de la Marina Española, de Julio Pardo Canalís (¿1918?-2003), publicada en enero de 1937 por la zaragozana y muy fascista Tipografía La Editorial.

Sin embargo, Sebastiaan Faber sí abrió el camino para develar a quién se oculta en el cuento aubiano al proponer a un posible candidato —si bien advirtiendo que «no es seguro que el cuento “Entierro de un gran editor […] se refiera a Juan Grijalbo»— basándose sobre todo en algunas coincidencias biográficas entre el valenciano Solà y el editor de Gandesa y ofreciendo una explicación bastante sugerente.

…ambos [nacieron] en el seno de una familia humilde, con padres que valían poco; los dos se destacaron por sus dotes comerciales; ambos desempeñaron una función importante en un sindicato (Grijalbo en la UGT, Solá en la CNT); los dos se casaron más de una vez; y los dos fundaron una empresa editorial poco después de llegar a México, especializándose en un principio en las obras de referencia.

Además, no puede ser casual que Aub decidiera narrar la muerte del editor ficcional Solá precisamente cuando el Grijalbo real se disponía a establecerse definitivamente en la España de Franco —decisión, en esa época, bastante mal vista por la comunidad exílica y que bien podría interpretarse como una muerte metafórica.

Sin embargo, como es lógico, muchos otros datos pueden dirigir la investigación en otras diversas direcciones. Se nos dice, por ejemplo, que «el difunto se había hecho muy rico aprovechando como parias a mil refugiados republicanos españoles» y que «allí trabajamos casi todos, unos al principio —como yo—, otros luego, en los puestos que dejamos al crecer el negocio», en referencia a los exiliados de 1939. Con esos datos, uno pudiera aventurar que quizás Aub está aludiendo al gallego José María González Porto (1895-1975), el célebre creador de la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana, conocida por sus siglas UTEHA (que recuerda la H.U.S.C. de V. mencionada en el cuento). Al igual que Gabriel Solá padre, González Porto se dedicó inicialmente a la venta de libro de viejo, en su caso en cuanto llegó a Cuba, y una vez establecido en México había puesto un pie en Barcelona ya en 1952 mediante la compra de la editorial Montaner i Simón (especializada en libro técnico y grandes obras enciclopédicas).

La alusión al abundante reclutamiento de exiliados podría hacer pensar también en el Fondo de Cultura Económica, y hay algún que otro dato adicional para apoyar esta hipótesis, pero lo cierto es que, desde el principio, en UTEHA trabajó como corrector de pruebas en sus primeros meses de exilio quien fuera ministro de Economía y gobernador del Banco de España, Lluís Nicolau d’Olwer (1888-1961), así como un buen puñado de republicanos llegados a México que colaboraron en el muy famoso Diccionario Enciclopédico de UTEHA en diez volúmenes y dos apéndices —y recuérdese la mención en el cuento a «el Gran Diccionario Solá»— , como fue el caso del militar Vicente Guarner (1893-1981), el matemático Marcelo Santaló Sors (1905-¿?) y su hermano (geógrafo) Miguel Santaló, el físico y astrónomo Pedro Carrasco Garrorena (1883-1966), el escritor Lluís Feran de Pol (1911-1995) o el también escritor y dibujante Pere Calders (1912-1994), que destacó como uno de los principales ilustradores de los libros de UTEHA.

Aun podría añadirse otra hipótesis a las planteadas, la del editor Marín Civera Martínez, nacido en Valencia en 1900 y fallecido en México en 1975, quien ya en 1919 se había afiliado a la CNT y ese mismo año fue delegado en el Congreso confederal del Comedia por el Sindicato Único de Empleados de Comercio (de Solá se dice que entró en ella en 1936, al iniciarse la guerra, e «hizo una carrera brillante y rápida»). En

Ramón J. Sender.

los años treinta, Civera dirigía los Cuadernos de Cultura en los que se fogueaban artistas como Manuel Monleón (1904-1976) y Josep Renau (1907-1982) y compartían página escritores como Ángel Pestaña (1886-1937), Rodolfo Llopis (1895-1983), Ramón J. Sender (1901-1982), Juan Gil Albert (1904-1994) o Carmen Conde (1907-1996), así como la también muy combativa y transgresora revista Orto. Durante la guerra civil Civantos pasó a dirigir primero El Pueblo, y más tarde, en Barcelona, Mañana, el órgano del Partido Sindicalista de Catalunya. Se da la circunstancia de que, tras su paso por el campo de refugiados de Argelés, cuando finalmente logró Civantos recalar en México, no tardó en convertirse en gerente de la editorial UTEHA. Sin embargo, eso no le impidió asumir la redacción de la revista del exilio valenciano Mediterrani ni colaborar con publicaciones como CNT, Comunidad Ibérica, Quaderns de l’Exili o Horizontes.

Es cierto que la fecha de la muerte de Civantos —como también la de Grijalbo— es bastante posterior a la publicación del cuento aubiano, pero quizá sea una candidatura que valga la pena estudiar con mayor detenimiento…

 

González Porto y la edición culturalmente ambiciosa

El nombre del legendario José María González Porto (1895-1975) ha quedado casi indeleblemente asociado a la mexicana Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana (UTEHA) y en particular a la edición de su impresionante diccionario en doce tomos y dos apéndices, así como a la editorial barcelonesa Montaner y Simón, que acabó por comprar en 1952. Sin embargo, sus inicios son igualmente interesantes y permiten trazar una trayectoria basada en la internacionalización de su trabajo y sobre todo en el interés por las grandes enciclopedias presentadas con esmero y de encuadernación lujosa, comercializadas a plazos para hacerlas así asequibles a casi todos los bolsillos.

Horace Everett Hooper.

A su llegada a Cuba desde su Galicia natal, uno de sus primeros empleos que tuvo fue como dependiente en una librería de viejo, pero poco después pasó a ser vendedor de la celebérrima Editorial Jackson, cuya fama se debe sobre todo a sus grandes enciclopedias vendidas a crédito y cuyos orígenes se encuentran en la historia del editor estadounidense Walter Montgomery Jackson (1863-1923), que había empezado como librero pero se hizo famoso cuando, asociado con Horace Everett Hooper (1859-1922), compró los derechos de la Enciclopedia Británica, de manos de A. & C. Black, y juntos pusieron todos sus esfuerzos en la implantación de la magna obra editorial en Estados Unidos apoyándose en el famoso publicista Henry Haxton. Además, se ocuparon de la undécima edición, dirigida por Hugh Chisholm desde Londres y Franklin Hooper (hermano de Horace) en Estados Unidos, que tiene la peculiaridad de contener un artículo («advertisement», cómo no) redactado por el mencionado publicista. Sin embargo, Jackson parecía más interesado en seguir publicando versiones revisadas y actualizadas que en hacer una auténtica nueva edición, y parece que algo de ello tuvo que ver en que acabara por romper la asociación –con el consiguiente conflicto– y emprendiera una andadura por su cuenta que se concretó en la creación de lo que llegaría a ser otro gigante de la edición de enciclopedias: Grolier (que debe su nombre al conocido bibliófilo Jean Grolier de Servières, 1489-1565).

La Grolier Society, haciendo honor a su nombre, se centró inicialmente sobre todo en una línea de libros lujosos con textos de autores clásicos y más o menos raros, pero más adelante la compra en 1908 de los derechos de The Children Eciclopaedya (creada por el escritor Arthur Mee, 1875-1943) le permitió unas mayores ventas gracias a un tipo de enciclopedias y grandes obras temáticas destinadas al público infantil y sobre todo juvenil, a las que bautizó como The Book of Knowledge.

Edición bonaerese en la Editorial Jackson de Ediciones Selectas de la obra Neil Paterson Pasó una estrella.

Después de expandirse como editorial Jackson Ediciones Selectas, la empresa creada por el audaz estadounidense en las primeras décadas del siglo, experimentó un enorme crecimiento y una expansión que la llevó a abrir sucursales en la mayoría de países americanos (Argentina, Perú, Uruguay, Brasil, Colombia, Cuba…), donde implantó con notable éxito el sistema de venta a crédito.

De todos modos, tampoco en la Editorial Jackson duró muchos años González Porto, pese a ser uno de sus vendedores más exitosos, hasta el punto que el propio Jackson le recomendó que se tomara unos meses de descanso y regresara a España. No fue buena idea, porque en cuanto llegó a la Península tuvo que incorporarse al servicio militar (por entonces obligatorio). En cuanto estuvo en condiciones de volver a Cuba pudo retomar su empleo en Jackson, pero pronto se estableció como «importador de libros y agente de editores extranjeros» –entre los que se encontraban, por ejemplo, Montaner y Simón–, en su establecimiento de la calle Obispo (núm. 409), entre Compostela y Aguacate, inicialmente asociado con su hermano Francisco en la Librería Académica, y posteriormente como Editorial González Porto, que pronto cuenta con una sucursal en Caracas (dirigida por su hermano Hipólito), mientras que otro de sus dieciocho [no es errata] hermanos, Manuel, se ocupa de la sede habanera.

Muy probablemente con el modelo de las Jackson en mente, en 1928 González Porto ideó y desarrolló el proyecto de una magna obra en 25 volúmenes de 400 páginas cada uno y muy profusamente ilustrado, El libro de la cultura, que propuso a la también barcelonesa Salvat (en concreto a Fernando y Santiago Salvat Espasa), que la acogieron con indudable interés y pronto establecieron un acuerdo. Tardó unos años en hacerse realidad, pero en 1933 se retoma la idea, relaborada, y González Porto empieza a buscar colaboradores para la versión americana en Cuba, Puerto Rico, Jamaica, Santo Domingo, México, Guatemala, Honduras, Costa Rica, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Colombia, Venezuela, cuya unificación encomienda al escritor hondureño establecido en México Rafael Heliodoro Valle (1891-1959), quien se desespera un poco con la escasa disciplina de los redactores españoles con respecto a las normas que se habían establecido. A principios de 1935 empieza a promocionarse esta imponente obra, con el objetivo de poder continuar financiándola mediante la venta de los primeros siete volúmenes impresos hasta entonces, y González Porto viaja a Europa para, además de contratar la exclusiva de distribución de nuevas obras españolas, intentar vender los derechos de traducción de su gran proyecto a otras lenguas (particularmente al italiano). Sin embargo, el estallido de la guerra civil española frustra estas expectativas, y en septiembre de 1936 González Porto regresa a Cuba, desde donde se establece luego en México (donde ya anteriormente había residido seis meses comisionado por Jackson) y donde funda ya en 1938 la Unión de Tipógrafos Editorial Hispano Americana, dejando el local cubano como una sucursal especializada en libros de literatura, arte, enciclopedias y diccionarios.

Manuel Andújar.

Como es bien sabido, porque se reitera en cualquier análisis que se haya hecho de ella, la situación política de aquellos años favoreció en buena medida el crecimiento de las editoriales en América, principalmente por el estado de postración en que quedó la industria española como consecuencia de la guerra y, a la conclusión de la misma, como consecuencia de su resultado y del periodo tanto económico como político que entonces se abrió en España. A las duras limitaciones en la compra de papel, la dificultad –prácticamente imposibilidad– de modernizar la maquinaria y los procesos de trabajo al ritmo que lo estaban haciendo las empresas más competitivas y la escasez de profesionales cualificados o con experiencia, debía añadirse además el peso de la censura religiosa y política, que propiciaba que los autores y editoriales extranjeros que pretendían que sus obras fueran traducidas al español optaran por hacerlo a través de empresas americanas. Y a ello hay que añadir aún el enorme flujo de escritores y profesionales expertos tanto en labores de edición como de impresión y encuadernación, que no hizo otra cosa que propiciar un auge de la edición sobre todo en México y Argentina, que fueron los dos países que más refugiados republicanos acogieron y donde más oportunidades tuvieron de retomar de alguna manera sus carreras profesionales.

Así pues, la editorial González Porto continuó como editorial dentro del conglomerado que fue creándose alrededor de UTEHA con la creación en 1946 de la editorial Acrópolis (con sede también en Caracas), además de contar con sus propias y muy pronto potentes imprenta y distribuidora. El crecimiento y expansión de la editorial en los años sucesivos y la nómina de colaboradores que UTEHA conseguirá para la elaboración de su famoso diccionario es impresionante y constituye una retahíla de nombres ilustres, pero valga como ejemplo recordar, limitándonos exclusivamente a los refugiados españoles, que durante quince meses tuvo como representante en Chile al excelente escritor Manuel Andújar (1913-1994), que procedía del mexicano Fondo de Cultura Económica; o que tuvo como gerente apoderado al economista y sindicalista Estanislau Ruiz Ponsetí (1889-1967) cuando éste abandonó la editorial Atlante de Juan Grijalbo (1911-2002), y a su vez fue sustituido por otro español, Julio Sanz Saínz; como editor al cenetista Marín Civera Martínez (1900-1975), que en la península Ibérica había dirigido los periódicos Orto, El Pueblo y Mañana; como ilustrador a Pere Calders (1912-1994), que en México también había trabajado mucho para Atlante; como corrector de pruebas al tipógrafo Manuel Albar Catalán (190-1955), y haciendo diversas labores, muchas de ellas vinculadas a la Enciclopedia UTEHA y a la Enciclopedia Cultural UTEHA, a Antonio Ramos Espinós (que dirigió el departamento de enciclopedias y diccionarios), Luis Doporto Marcheri (que llegó a ser director del departamente editorial, tras una larga carrera en la casa);  Gabriel García Narezo (n. 1916), por no mencionar a la pléyade de redactores de este tipo de obras que hicieron famosa a la editorial, entre ellos el historiador Josep M. Miquel i Vergés (1903-1964) y  la química María Teresa Toral (1911-1994) o a la extensísima nómina de traductores e ilustradores de relumbrón de origen español, que incluiría nombres como Agustí Cabruja (1908-1983), Lluis Ferran de Pol (1911-1995), Albert Folch i Pi (1905-1993), Miquel Santaló (1888-1961), Josep Maria Giménez Botey…

Esto permitió escribir con razón al pontevedrés Julio Sanz Saínz (que tras su paso por Labor Mexicana sustituyó a Ruiz Ponsetí como gerente y más tarde fundaría la editorial Aconcagua), en El exiliado vive en las honduras de su ser:

En la capital mexicana se editó, y fue obra de los refugiados españoles, el único diccionario enciclopédico, originalmente redactado en Hispanoamérica, no traducido de otros idiomas, que incluía todo núcleo de población de habla hispana con más de cien habitantes; el diccionario cubrió el vacío de obras similares editadas, escritas o sólo traducidas en España; subsanó matices, errores y omisiones producidos por el predominante criterio del virreinato y del espíritu centralista absorbente de la metrópoli.

Fuentes:

Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 2006.

Carlos Bua, «Memorias de un cubano. El gato de papel», 2 de junio de 2014.

Philippe Castellano, «El libro de la cultura o cómo se intentó construir una representación de América Latina», Cahiers du CRICCAL, vol. 31, núm. 1 (2004), pp. 73-80.

Marcela Lucci, Semblanzas de José María González Porto y de la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana en el portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XX) – EDI-RED.

Julio Sanz Sainz, El exiliado vive en las honduras de su ser, Valls, edición del autor al cuidado de Eduardo Fermín Partido e impresa en Gràfiques Moncunill, 1995.