El editor Carlos Barral dejó constancia en 1982 de su admiración por la literatura de lo que definió como “una generación muy identificable, la de los españoles que llegaron a México con poco más o poco menos de diez años” y cuya obra, a diferencia de la de sus coetáneos españoles, se nutrió de la influencia de los poetas de la generación del veintisiete y de una tradición ampliamente cosmopolita. Menciona específicamente Barral en el artículo citado (“Los hispanomexicanos”) a Luis Rius, a Nuria Parés, a Tomás Segovia, “uno de los grandes poetas en lengua castellana de mi generación, cuyos méritos nadie reconoce en España y al que la literatura mexicana si no ignora, ningunea”, a Angelina Muñiz-Huberman, a Manuel Duran, a Ramon Xirau, “uno de los mayores poetas en lengua catalana de su generación”, y a ellos podrían añadirse Gerardo Deniz, Carlos Blanco Aguinaga, Jomí García Ascot, César Rodríguez Chicharro, Enrique de Rivas…, escritores que se educaron en los valores cívicos y estéticos de la República Española y que nunca tuvieron que soportar la censura franquista, pero sí un desarraigo difícil de conllevar y el inconveniente de ser considerados españoles en América y mexicanos en Europa.
Probablemente mucho tuvo que ver en ello que estos hijos de españoles republicanos exiliados como consecuencia de la Guerra Civil Española se formaron en su mayoría en las diversas escuelas que sus progenitores crearon en México, y donde recibieron una educación que incidía en la geografía, la historia y la literatura española porque, por lo menos hasta el desenlace de al Segunda Guerra Mundial, el proyecto vital consistía en regresar a una España liberada del franquismo y reinsertarse en la vida (y en la historia) del país que les vio nacer. Revistas de escasa proyección y breve andadura, como Clavileño, Presencia o Segrel, fueron sus órganos de expresión como grupo en los años universitarios, pero estos escritores pronto se dispersaron, tanto por todo el Estado como allende las fronteras mexicanas, algunos de sus miembros (Luis Rius, García Ascot) murieron muy prematuramente, y el grupo se disgregó, aun cuando los hay que han mantenido el contacto o la comunicación.
Ante la injusticia que a ojos de Barral suponía que ni en España ni en México gozara este grupo de autores del reconocimiento que merecían, escribe en el mismo texto ya citado lo que parece una firme declaración de intenciones: “Hay que hacer algo, por reconocer esa identidad tan coherente de un grupo de escritores mayores en lengua castellana, españoles o mexicanos, que más da, pensaba yo…, tal vez una antología que alcanzara merecida resonancia. Habría que clamar la existencia de un puñado de poetas importantes cuya existencia todo el mundo excusa y finalmente excusan ellos mismos”. Dos años antes, la también hispanomexicana Francisca Perujo se había ocupado ya de antologar una muestra de la obra de algunos de estos poetas en Peñalabra. Pliegos de Poesía (núms. 35-36, primavera-verano de 1980), pero no puede decirse que este número doble de la revista santanderina tuviera realmente “la merecida resonancia”, por lo que los buenos propósitos del editor catalán estaban plenamente justificados.
Años más tarde, exactamente el 26 de junio de 1988, fecha Carlos Barral en Calella la siguiente anotación de sus diarios, en la que parece arrogarse la responsabilidad, como editor hispánico, de establecer y divulgar la obra poética de la segunda generación del exilio republicano, poniéndola en relación además con la de determinados autores del interior:
Exhorto al editor
Una política de antologías que restituya la troncalidad de la poesía de la lengua.
Ejemplo: los hispanomejicanos,
N. Parés
Tomás Segovia cuña entre las dos
Luis Rius tradiciones.
Ramon Xirau
Generación de los 50.
Ejemplo a seguir. Función del editor.
Parece que el proyecto de Barral en este sentido nunca llegó a buen puerto, pero la que fuera compañera del poeta Ángel González, Susana Rivera, publicaría dos años después en Hiperion una nueva antología inequívocamente titulada Última voz del exilio, que contribuyó en mayor medida a dar a conocer en la Península a estos autores que la de Perujo. Algunos de los nombres mencionados por Barral, casos de Tomás Segovia o Xirau, por ejemplo, en las últimas décadas han experimentado un progresivo reconocimiento por parte de la crítica especializada y en los ámbitos universitarios españoles, y en el año 2003 el hispanista Bernard Sicot preparó una nueva y muy cuidada antología de estos poetas en la Biblioteca del Exilio. Aun así, lo que parece todavía pendiente es el desarrollo de la genial idea barraliana de establecer y subrayar la troncalidad de la poesía en lengua española de la que nacen tanto la rama hispanomexicana como la peninsular.
Fuentes
Carlos Barral, Observaciones a la mina de plomo, (edición y prólogo de Jordi Jové), Barcelona, Lumen (Palabra en el Tiempo 320), 2002.
Carlos Barral, Cuando las horas veloces, Barcelona, Tusquets, 1988.
Carlos Barral, Los diarios/ 1957-1989, (edición de Carme Riera), Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1993.
Francisca Perujo, ed., Segunda generación de poetas españoles en el exilio mexicano, Santander, Peñalabra. Pliegos de Poesía, núm. 35-36.
Susana Rivera, ed., Última voz del exilio (El grupo poético hispano-mexicano). Antología, Madrid, Hiperión, 1990.
Bernard Sicot, ed., Ecos del exilio. 13 poetas hispanomexicanos. Antología, A Coruña, Ediciós do Castro (Biblioteca del Exilio 17), 3003.