Continuidad en el exilio de un gran proyecto cultural

En el año 2004, el profesor Josep Camps i Arbós publicó un artículo que ponía de manifiesto hasta qué punto, aun siendo fragmentarios y estando dispersos, los epistolarios, tratados con la debida paciencia y rigor, pueden ser una herramienta de primer orden para reconstruir la historia de una editorial. En su caso, basándose sobre todo en el fondo Ramon Xuriguera i Parramona (1901-1966), que se conserva en el Arxiu Nacional de Catalunya, y en el de Josep Queralt i Clapés (1896-1965), que alberga el Institut Franco-Català Transfronterer de la Universidad de Perpiñán, pudo analizar con detenimiento la labor del tándem formado por Queralt, uno de los fundadores de la editorial Proa, y Joan Puig i Ferrater (1882-1956), director literario de la misma, sacando un gran rendimiento también a las cartas cruzadas entre Xuriguera y personajes importantes y bien informados de la cultura catalana, como por ejemplo Rafael Tasis (1906-1966). En el fondo de este último, conservado en la Biblioteca d´Humanitats de la Universitat Autònoma de Barcelona, se conserva además una carta de Marcel·lí Antich (1895-1968) fechada en San José de Costa Rica en abril de 1965 en la que, como otro de sus artífices, comenta que ha informado a su nuevo propietario de los orígenes de Proa.

Imagen de los primeros tiempos de Proa en la que pueden identificarse, sentado, a Andreu Nin y Olga Tereeva Pavolva; en el extremo izquierdo, a Josep Queralt; en el centro con un cigarro en la boca, a Puig i Ferreter, y, con las manos cruzadas y con gafas, a Marcel·lí Antich.FOTO CEDIDA POR JORDI ANTICH, DE COSTA RICA, NIETO DE ESTE ÚLTIMO.

 

Logo de la mítica colección A Tot Vent, obra de Josep Obiols.

La primera etapa de la editorial Proa, la comprendida entre su fundación en Badalona por parte de Queralt y Marcel·lí Antich y su desmembramiento en 1935 cuando Antich la abandonó para crear la efímera editorial Atena con los traductores Francesc Payarols (1896-1998) y Andreu Nin (1892-1937) y el apoyo económico del contable de Begur Josep Cruells, agravado en 1938 con su desintegración como consecuencia del rumbo de la guerra civil española, había bastado para que Proa se situara a la vanguardia de la edición de narrativa de su tiempo, tanto traducida por excelentes profesionales como en catalán, y su logo, creado por Josep Obiols (1894-1967), en un punto de referencia inequívoco de solvencia. A la altura de 1938 figuraban ya en su buque insignia, la colección A Tot Vent, obras de Tolstoi, Balzac, Stevenson, Remarque, Dostoyevsi, Dickens, Stendhal, Zweig o Maupassant junto a otras de Prudenci Bertrana, Miquel Llor, Xavier Benguerel, Mercè Rodoreda o Sebastià Juan-Arbó.

De ahí la importancia que tenía la supervivencia en el exilio francés de semejante iniciativa y que enseguida supieron verlo, y así se lo hicieron saber a Queralt, personalidades como el lingüista y filólogo Pompeu Fabra (1868-1948), que incluso le acompañó en sus gestiones con la Administración francesa para poder establecerse como editor, o el mencionado Xuriguera. No es un dato menor que Queralt nunca lograra obtener beneficios de la empresa hasta que la vendió, y que en los primeros tiempos compatibilizara su dedicación a Proa con traducciones y un empleo a media jornada como contable, mientras que su esposa Antònia Pedra se empleaba en labores domésticas en casas ajenas. Eso contribuye a explicar sin duda que Queralt aceptara publicar, fuera de colección, algunas obras financiadas por sus autores.

El hecho de que el contacto entre los implicados se estableciera sobre todo por medio de cartas, con las complicaciones de todo tipo que ello debió de suponer para llevar a buen puerto las diversas ediciones, es a la postre una suerte a la hora de reconstruir esa singladura de Proa por tierras francesas. Ello permite conocer, por ejemplo, detalles como que Queralt obtuvo la Carte de comerçant étranger el 30 de abril de 1949, que la sede de Proa era el domicilio particular del editor (place Cassanyes, 4, 4º de Perpiñán), que la dirección de los posibles suscriptores le fue facilitada por el también escritor y editor exiliado Ferran Canyameres (1898-1964) o que la composición e impresión de las obras se llevaba a cabo inicialmente en la Imprimérie Regionale de Toulouse y posteriormente en Montpellier. Sin embargo, más interesante resulta incluso saber que inicialmente se ofreció la dirección de esta nueva etapa a Xuriguera, quien, si bien declinó muy amablemente la propuesta alegando la necesidad de comprobar primero que el proyecto era viable, en carta a su amigo Tasis le confiesa más abiertamente que no le ve mucho futuro ni ve muy claro semejante proyecto, y escribe: «las condiciones en que se me ofreció la dirección de las ediciones no me permitió aceptar. No entro en detalles para no tener que confiar nombres propios al papel» (es posible que eso aluda específicamente a Puig i Ferrater, quien no puede decirse que tuviera muy buena fama como gestor y uno de cuyos intereses en resucitar Proa era publicar en ella su oceánica novela, en doce volúmenes, El pelegrí apassionat).

Canyameres.

Para financiar semejante proyecto, Queralt ideó un patronato cuyo objetivo era proteger la empresa y en la que figuraron personalidades y entidades comprometidas con la supervivencia en el exilio de la cultura catalana de los más diversos países: el banquero Joan Casanellas y los hermanos y empresarios Josep y Bertran Cusiné en México, los eminentes médicos Josep Trueta y August Pi i Sunyer y el editor Joan Lluis Gili en Gran Bretaña, por ejemplo, o el Casal Català de París, el Institut de Cultura Catalana, el Orfeó Català y la Comunitat Catalana de México, el Centre Català y el Casal Català de Nueva York, el Centre Català de Bruselas… Es significativa también una de las escasas renuncias a figurar en este patronato, la del poeta y traductor Carles Riba, sobre todo por las razones que esgrime: Por el hecho de residir de nuevo en Barcelona, tras un breve exilio, que su nombre apareciera en una lista semejante despertaría sin duda las sospechas de las autoridades españolas, lo que le reportaría más inconvenientes a él que los beneficios que podría conllevar para Proa que su nombre se añadiera a tan selecta nómina.

Puig i Ferreter durante su exilio.

La primera novela publicada por Proa en Perpiñán tiene la singularidad de ser la primera editada en francés, el retrato La llegende de Pablo Casals, del escritor rosellonés Arthur Conte (1920-2013) –el experimento se repitió en 1951 con Un esprit mediterranéen, Joan Maragall, tesis doctoral del traductor exiliado Josep Maria Corredor–, pero a esta, tras otro caso singular, siguieron enseguida una serie de novelas encuadradas en la colección a A Tot Vent de cuyas vicisitudes hasta su publicación da muy buena cuenta Camps i Arbós en el artículo mencionado. La otra obra singular, con la que se remprende la mítica colección con el número 93, no apareció hasta mediado 1951, El Ben Cofat i l’Altre, del poeta Josep Carner (1884-1970), por entonces exiliado en Bruselas. La singularidad en este caso, comentada no sin sorna por Xuriguera en su epistolario con Tasis, reside en el hecho de que, a diferencia de lo que venía publicándose hasta entonces en A Tot Vent, se trata de la versión catalana de la pieza teatral que Carner había publicado previamente en México, en español y en las efímeras Ediciones Fronda de Vicenç Riera Llorca (1903-1991) y Avel·lí Artís Balaguer (1881-1954), con el título Misterio de Quanaxhuata. La historia de este libro es también bastante peculiar, pues la idea inicial de Carner en 1949 era darla a conocer en Barcelona, a través de Marià Manent, a la editorial Selecta de Josep M. Cruzet (1903-1962), pero éste descartó la posibilidad y entonces fue Armand Obiols (Joan Prat i Esteve, 1904-1971), quien le informó en términos bastante curiosos a Carner de la gestación de una nueva etapa de Proa en una carta del 26 de enero de 1950:

Dudo que Queralt consiga hacer nada. Vi a Puig i Ferrater la semana pasada. En el fondo sólo le preocupa una cosa: encontrar a unas cuantas personas presentables que le flanqueen la rentrée. En principio, quería empezar la colección con el primer volumen de su novela [El pelegrí apassionat]. Pero [Domènec] Guansé le ha escrito diciéndole que sería una pena que el resurgir de Proa sólo sirviera para publicar sus libros con una lista de colaboradores en la cubierta a modo de aval.

Benguerel.

En su etapa en Perpiñán, fracasados algunos intentos de poner en marcha otras colecciones cuya dirección ofreció a Xuriguera, la producción de Proa se centró casi exclusivamente en la colección A Tot Vent, de la que consiguió publicar una docena larga de títulos, aparecidos algunos de ellos con posterioridad a la muerte de Puig i Ferrater: L’home dins el mirall (1952), de Xavier Benguerel; Laberint (1953), de Domènec Guansé, la traducción de Cèsar August Jordana de L’hereu de Ballantrae, de Stevenson; la de Just Cabot de L’estany del diable (1955), de George Sand; El mar escolta (1957), de Joan Garrabou, y a estos hay que añadir los del propio director editorial, cuya abusiva abundancia no puede explicarse sólo por la dificultad para encontrar autores de relieve: Janet vol ser un heroi (1952), Homes i camins (1952), Janet imita el seu autor (1954), Vells i nous camins de França (1956), Els emotius (1956), Demà… (1957), Les profanacions (1958), Els amants enemics (1959), La traïció de Llavaneres (1961), El penitent (1961) y Pel camí dels desgreuges (1962). Cuando ya se estaba gestando el traslado de nuevo a Barcelona, apareció como número 99 de la colección la traducción de Manuel de Pedrolo (1918-1990) de Homes i ratolins, de John Steinbeck. Del número 100, L’Estranger, de Albert Camus, en traducción de Jaume Fuster (1945-1998), se ocupó ya la Proa remodelada por Joan B. Cendrós en Barcelona, a cuyo frente puso a Joan Oliver (1899-1986). Y en el volumen conmemorativo de los primeros cincuenta años de la editorial, Cendrós subrayaba con toda justicia un dato particularmente estremecedor: «Son los cincuenta años de historia de Edicions Proa, de los cuales sólo durante veinte años se ha podido editar en Cataluña».

Fuentes:

Josep Camps i Arbós, «Edicions Proa a Perpinyà (1949-1965)», Els Marges núm. 72 (2004), pp. 45-72.

Isidor Cònsul, «Una mica d’història», en Pastís d’aniversari. A tot vent, 80 anys. Un viatge per les millors obres de la literatura universal, Barcelona, Raval Edicions, Proa, 2008.

Julià Guillamon, ed., La propera festa del llibre será de color taronja. Cinquanta anys del rellançament d’Edicions Proa, Barcelona, Edicions Proa, 2015.

Albert Manent, «Antecedents i història d’una aventura editorial: Edicions Proa», en Escriptors i editors del nou-cents, Barcelona, Curial, 1984, pp. 180-202.

Genís Sinca, El cavaller Floïd. Biografia de Joan Baptista Cendrós, Barcelona, Raval Edicions, Proa, 2016.

 

Premi Crexells: El asociacionismo como reacción de los jóvenes escritores

A lo largo de toda su ya extensa historia, uno de los premios de narrativa en lengua catalana más importantes, el Premi Crexells, ha ido acompañado de la polémica, y la última hasta la fecha, la desencadenada en 2017 con la concesión a una novela autopublicada (Crui. Els portadors de la torxa, de Joan Buades) y sobre todo con las declaraciones posteriores a la concesión del premio hechas por algunos de los miembros del jurado, generó un cierto revuelo entre editores y escritores que recuerda en algunos puntos la que ya se produjo en 1935 y que sirvió de estímulo a lo que pudiera haber sido un fructífero movimiento asociativo de los escritores catalanes, El Club dels Novel·listes.

Aunque sus primeras manifestaciones se produjeron en 1935, hay que retrotraerse algunos años en la historia del Premi Crexells para aquilatar la magnitud y el sentido de ese movimiento de oposición al galardón. Surgido a finales de los años veinte para honrar la memoria de Joan Crexells i Vallhonrat (1896-1926), uno de los principales socios del Ateneu Barcelonès (la institución que lo creó), nació con una cierta polémica, pues si bien su objetivo era premiar la mejor novela publicada el año anterior, en su primera convocatoria (1928) ya quedó desierto. Pero posteriormente se lo llevarían algunas novelas y libros de narrativa importantes en aquellas fechas (Laura a la ciutat dels sants, de Miquel Llor, en 1930; Vida privada, de Josep Maria de Sagarra, en 1932 o Valentina, de Carles Soldevila, en 1933).

Joan Crexells i Vallhonrat.

Sin embargo, Josep M. López Picó suscitó un cierto debate, que recogieron sobre todo los autores jóvenes, cuando con motivo de obtener el Premi Folguera de poesía expresó en voz alta sus dudas acerca de si el objetivo de los premios literarios, en aquel punto de la evolución de las letras y el mercado libresco catalán, debía ser destacar un determinado libro o bien la trayectoria de un autor. Durante el mes de marzo de 1935 se publicaron en las páginas de La Veu de Catalunya las respuestas a una interesante encuesta acerca de la significación que los premios debían tener en aquel momento de la historia cultural catalana, y entre ellas son particularmente interesantes las de una nueva generación de jóvenes escritores que estaban empezando a mover los codos para abrirse paso en el campo literario y editorial catalán (Joan Oliver, Ignasi Agustí, Joan Sales, Joan Teixidor, Xavier Benguerel, Josep Janés i Olivé, Salvador Espriu, Martí de Riquer, Francesc Trabal, etc.).

Ignasi Agustí.

Ya en un artículo asombrosamente poco citado de diciembre de 1931, quien luego sería célebre editor, Josep Janés i Olivé (1913-1959), daba por justo el galardón del Crexells de ese año a Prudenci Bertrana (por una obra menor como L’hereu), considerando que su trayectoria se lo merecía, pero hacía una afilada apreciación acerca de la composición de los jurados:

Tenemos el convencimiento absoluto de que el jurado del Premi Crexells, nuestra máxima distinción literaria, tendría que estar formado por gente de la máxima competencia. A ser posible, si los hubiera lo suficientemente inteligentes, por críticos.

Nos resentimos, aún, de una cierta mezquindad de espíritu que hace que cerremos los ojos a todo aquello que abre nuevos horizontes. Es preciso abandonar los prejuicios anacrónicos y tener en cuenta, más que las dotes literarias, la solvencia crítica de las personas elegidas. Y no creo que constituyan ninguna garantía de la mencionada solvencia unos señores que hoy dan dos votos a Carles Capdevila com L’amor retobat y en cambio eliminan el Víctor de [Agustí] Esclassans, y otros que dan dos votos, también, a Joan Mínguez, y eliminan L’últim combat de Sebastià Joan Arbó.

Los años y los fallos sucesivos no hicieron otra cosa que alimentar esa polémica, y en la mencionada encuesta el por entonces ya editor de los excelentes Quaderns Literaris, y ganador en 1934 de la Flor Natural en los  Jocs Florals de Barcelona (con Tu), se mostraba de nuevo explícito acerca de los problemas que, a su modo de ver (coincidente con el de muchos de los escritores de su generación), aquejaba los premios literarios en catalán, y en particular al Crexells:

De izquierda a derecha, Ignasi Agustí, Joan Teixidor, Félix Ros, Pedro Salinas, Tomàs Garcés y Guillermo Díaz-Plaja.

Creo que dado el carácter de consagración que hasta el momento presente se ha venido concediendo a los premios literarios, es absolutamente necesaria la creación de unos premios literarios para los jóvenes. […] Ya tenemos una experiencia lo suficientemente larga –con el Premi Crexells, particularmente– para que nos hayamos dado cuenta de cuán contraproducente es adjudicar un premio al nombre y la obra total de un autor, tomando la obra concursante como un simple pretexto pero glorificando esa obra concreta. Esto nos ha llevado a la paradoja de encontrarnos presenciando que, salvo una o dos, las obras premiadas sean las más mediocres o incluso la peor de cada autor. Y que una antología de Premis Crexells signifique una antología de nuestra novela inferior.

[…] Otra de las cosas que habría que corregir es la formación de los jurados. Hay que buscar los nombres entre gente solvente y desapasionada. ¡Es tan fácil que un padrino literario, o un amigo, o un enemigo, cambien el rumbo lógico y justo de una votación, por apasionamiento o mezquindad! Tenemos muchos ejemplos de ello, algunos de ellos muy recientes.

Y, para acabar, creo que debería crearse, también, un premio para el mejor primer libro, publicado por autores menores de veinticinco años. Y tal vez fuera conveniente que el Premio consistiera en una espléndida bolsa de viaje. Lo que nos perjudica más, a los escritores catalanes, es que las circunstancias económicas no nos permitan viajar. La literatura aquí no da para nada (y mucho es que no cueste dinero). De un espléndido viaje de juventud un escritor de raza sacaría un  provecho enorme, un provecho que revertiría en nuestra literatura y en Cataluña esencialmente.

Josep Janés i Olivé

Es evidente que Janés llevaba ya algunos años pensando críticamente en las necesidades del sistema literario catalán, y en particular en el funcionamiento de premios literarios importantes, y las propuestas que hace, evidentemente pensando en los escritores de su generación y en sus dificultades para establecerse, son todas ellas muy sensatas y en buena medida extraídas de su experiencia como observador atento de, en particular, el Premi Crexells.

Cuando en 1934 este galardón pasa a adscribirse a los premios instituidos por la Generalitat, por primera vez se otorga a una voz no excesivamente conocida y reputada, y también por primera vez a una voz femenina, la de Teresa Vernet (1907-1974) por Les algues roges, que había publicado en Proa. Quizá sea el primer caso en el que este premio cumplía una de las funciones que muchos jóvenes pensaban que debía tener: consolidar una carrera en progresión, cuando no anunciar una obra en auge.

Sebastià Juan Arbó (1902-1984).

En su artículo para Mirador con motivo de esa convocatoria del premio, Rafael Tasis apunta a que hubo otros dos autores a los que se apuntaban como favoritos y que casi contaban ya con llevarse el premio, curiosamente ambos muy estrechamente vinculados a la editorial Proa, pues casi con toda seguridad se trataba de Joan Puig i Ferreter y, una vez más, Sebastià Juan-Arbó, a quien el Crexells se le resistía.

La importancia de esa edición del Crexells y lo que distinguió esta polémica de las que siempre solía generar el fallo de este premio es sobre todo, como apuntó Josep M. Balaguer, que fue uno de los estímulos iniciales para que los jóvenes escritores empezaran a articular poco menos que un «frente generacional» que aglutinaba a los grupos que habían ido asomando la cabeza en el panorama cultural catalán, que ya se habían ido interrelacionando entre sí y que formaban principalmente los universitarios, los tertulianos del Euzkadi y la Colla de Sabadell, y todo ello cuajaría poco más de un año después en la creación del Club dels Novel·listes.

Joan Sales (1912-1983), quien más tarde, con Xavier Benguerel y Joan Oliver, retomaria el nombre El Club dels Novel·listes para bautizar una célebre colección.

En el número del 14 de noviembre de 1935 de La Publicitat aparecían en la misma página un artículo de Carles Capdevila titulado «Els jurats dels premis literaris» y una nota que anunciaba «Un club de novelistes?», en la que se señalaban como impulsores de la iniciativa algunos autores publicados por la editorial Proa y se enumeraban entre sus propósitos la creación de un premio literario honorífico para la mejor novela del año, cuyo jurado estaría compuesto exclusivamente por novelistas, especificando además que no era una competencia al Crexells, sino un estímulo para lectores y escritores. Aun así, de la lectura de este texto muy bien podría deducirse que la intención de este grupo de escritores era precisamente crear un contrapeso al Crexell, un galardón que permitiera dar a conocer a los jóvenes escritores, además de permitir situar la iniciativa en los aledaños de la editorial Proa.

 

Antoni López Llausàs (1888-1979).

En los meses siguientes, van apareciendo en la prensa nuevas precisiones: la sede se sitúa en el número 34 de la calle Pelayo, será un espacio destinado a debates y lecturas e incluso se describe quién podrá asociarse (quien haya escrito o traducido por lo menos una novela al catalán) y se especifica la cuantía de la cuota de «amigo» (36 pesetas anuales). El 8 de enero La Publicitat, además de anunciar la inauguración formal mediante una cena en el restaurante Catalunya, publica ya una extensa lista de adhesiones, con algunos nombres un poco sorprendentes al lado de los más esperables, como Teixidor (que ciertamente era autor del relato «Coses de tres soldats», publicado en La Revista) u otros a quienes, además de interesar la materia, figuraban posiblemente más como traductores, como Martí de Riquer, J.V. Foix, el editor Antoni López Llausàs o Joan Oliver. Tampoco pasa desapercibido el hecho de que, al lado de nombres como los de Mercè Rodoreda, Xavier Benguerel, Ignasi Agustí, Josep Sol, Juan Arbó o Josep Janés i Olivé figure el de Prudenci Bertrana, lo que puede dar idea de la amplitud del abanico de autores que se reunían alrededor de esa mesa, si bien la iniciativa, como es muy lógico, la tomaran las generaciones jóvenes y muy particularmente el escritor vallesano Francesc Trabal.

Xavier Benguerel (11905-1990).

No se trataba en principio, pues, como pudieran temer ciertos sectores, de dar una réplica al Crexells, a quienes han sido miembros de sus jurados o a quienes se han llevado el galardón, sino que nace con unas intenciones más o menos similares a las que tenían los Amics de la Poesia. Sin embargo, a nadie escapaba tampoco que la creación de un premio que distinguiera a los jóvenes, con lo que ello podía tener de promoción de los nuevos escritores y de difusión de sus obras, no era el menor de los objetivos que movían al Club. En este sentido, resulta sumamente indicativa esta reunión de escritores tan diferentes en muchos aspectos, si se pone en contraste con la situación política de los primeros meses de 1936, con una cesura muy profunda entre la derecha y la izquierda que sólo provisionalmente se resolvería con las elecciones del 16 y 23 de febrero, las últimas de la Segunda República. Lógicamente, la guerra civil española acabó con el Club dels Novel·listes (y con el Premi Crexells).

Fuentes:

Ignasi Agustí, «Les Arts i les Lletres. Els camins de la victòria», L´Instant, 4 de febrero de 1935.

Anónimo, «Un club de novelistes?», La Publicitat, 14 de noviembre de 1935.

Anónimo [¿Ignasi Agustí?], «S´ha fundat el Club dels Novel·listes», L´Instant, 9 de enero de 1936.

Rafael Tasis (1906-196).

Josep M. Balaguer, «El Club dels Novel·listes i els fils de la història», Els Marges, núm. 57 (1996), pp. 15-35.

Margarida Casacuberta, «Gènesi i primera adjudicació del Premi Crexells. Notes sobre cultura i novel·la en el tombant dels anys vint als trenta», Els Marges, núm. 52 (1995), pp. 19-42.

Josep Janés, «La nostra enquesta sobre la significació literaria dels premis literaris», La Veu de Catalunya, 13 de marzo de 1933.

Josep Janés i Olivé, «Del Premi Crexells, 1931», Flama, núm. 7 (25 de diciembre de 1931), p. 7.

Rafael Tasis, «Premi Crexells 1934. Maria Teresa Vernet», Mirador, 4 de abril de 1935.

Andreu Nin y la literatura rusa

Alexander Pushkin (1799-1837).

En los estudios sobre la difusión editorial de la literatura rusa en lengua española suelen señalarse como primeras traducciones las de Pushkin que datan de la década de 1840 (aparecidas en publicaciones como Revista Hispanoamericana, El Fénix, Revista Europea, etc., y siempre a partir de versiones previas del francés). Del mismo modo, es común subrayar el auge que vive en España la literatura rusa sobre todo a partir de la década de 1870. En este sentido, desempeñó un papel destacado Emilia Pardo Bazán (1851-1921), quien, además de espléndidas novelas, nos legó algunos textos teóricos o divulgativos muy valiosos, entre los que, para el caso, ocupa un lugar principal La novela y la revolución en Rusia (1887), que a su vez es en buena medida una paráfrasis de Le roman russe (1886), de Eugène-Melchior de Vogüé.

También en la misma época Benito Pérez Galdós (1843-1920), cuyas lecturas de los autores rusos dejaron huella en sus novelas, o el gran crítico literario Leopoldo Alas (1852-1901) contribuyeron de modo importante a subrayar la importancia de la narrativa de los autores rusos que hoy consideramos clásicos (Dostoyevski, Gógol, Turgueniev, Tolstoi, Pushkin….).

Antón Chéjov (1860-1904) y Tolstoi (1828-1910).

En este contexto, resulta curioso que la primera muestra de literatura realista rusa en la Península, antes incluso del famoso ensayo de Pardo Bazán, sea una traducción de 1884 (también indirecta) al catalán, Memòries d´un nihilista, de Isaak Pavlovski, llevada a cabo por el magnífico novelista Narcís Oller (1846-1930), quien mantuvo además una sólida amistad con el autor. Ya en el siglo XX, la cultura rusa en general vivió en España un creciente interés que se manifestó de modo muy notable a lo largo de los años treinta sobre todo por medio de la publicación de un conjunto muy amplio de literatura soviética, pero también de los principales clásicos decimonónicos.

De izquierda a derecha: Narcís Oller, Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán.

Sin embargo, si Pardo Bazán, Galdós o Clarín, así como el grueso de los lectores españoles de su tiempo, leían a los autores rusos a través de las traducciones al francés, parciales y “occidentalizadas” llevadas a cabo por escritores como Turgueniev (quien abreviaba y adaptaba todo aquello que consideraba que no sería del agrado del lector europeo), mediados los años veinte, sin duda a rebufo de la Revolución de 1917 y de la divulgación de la literatura soviética, se empezó poco a poco a formar en España una pequeña cantera de traductores del ruso (Tatiana Enco de Valero, José Carbó, Piedad de Salas Lifchuz, Vicente San Medina, Braulio Reyno…), que todavía convivieron durante bastantes años con la costumbre muy arraigada de traducir indirectamente (por evidentes dificultades para los editores de contar con buenos traductores, pues ni siquiera se disponía por entonces de diccionarios bilingües), sobre todo a partir del francés y en menor medida del alemán.

Memòries d´un nihilista (Barcelona, La Ilustració Catalana, 18886).

Daniel Kowalsky puso de manifestó el importante papel que tuvo en el intencionado fomento del interés por la cultura rusa la VOSK (Sociedad para las Relaciones Culturales con el Exterior) creada en 1923 y adscrita al Comisariado del Pueblo para Asuntos Exteriores (Narkomindel) de la URSS, que fue muy activa en España en particular desde 1931 y se esmeró aún más a partir del triunfo del Frente Popular, cuando se empieza a privilegiar a la editorial Cenit como introductora de la literatura soviética. Sin embargo, no eran precisamente los clásicos de la literatura rusa lo que pretendía divulgar la VOSK, al margen de lo que interesara a los editores.

A comienzos de los años treinta –escribe Kowalsky– se había traducido al español muy poca literatura o propaganda soviética. La escasez de ciudadanos soviéticos con capacidad para hacer traducciones al español obligaba a la VOKS a pedir ayuda a sus correspondientes. Pero al mismo tiempo que necesitaba que los españoles filosoviéticos la ayudaran a traducir y difundir su propaganda, la agencia no estaba dispuesta a soltar el control que ejercía sobre sus servicios de información. A comienzos de 1931, la VOKS intentó supervisar las labores de traducción encargadas por el director de la Editorial Iberomaericana. […] La VOKS evitó eficazmente el envío de cualquier manifestación de la literatura no revolucionaria anterior a 1917 a sus correspondientes y traductores españoles. […] Al mismo tiempo que rechazaba la solicitud de ejemplares de las obras de Chéjov o Tolstoi que pudieran hacerle sus correspondientes, la agencia bombardeaba con la propaganda de la época a los niños españoles.

 

Del auge del interés por los grandes clásicos de la literatura rusa en general (no específicamente la soviética), ceñidos al ámbito de la edición en Cataluña valga como ejemplo el del editor Josep Janés, quien en sus ediciones Quaderns Literaris (1934-1938) se sirvió de las traducciones al catalán de Pushkin que R. J. Slaby había publicado en la Biblioteca Literaria de la Editorial Catalana (La filla del capità, La dama de pique, Dbrovski el bandoler), junto a las de varios otros destacados traductores cuya calidad como prosistas  estaba fuera de duda: Sebastià Juan Arbó (el Borís Gudónov, de Pushkin), Carles Riba (L´Inspector, de Gógol), Àngel Estivill (El primer amor, de Turgueniev), P. Montserrat Falsaveu (Les nits blanques de Dostoyevski), Josep Miracle (El somni de Makar, de Korolenko) e incluso el mismo Janés firmó la de El sagrament de l´amor (L¨amor de Mitia), de Iván Bunin. Y, destacando sobre todos ellos, Andreu Nin, de quien publicó la traducción de Prou compassió! de Zoichenko.

Sin duda entre todos los traductores del ruso al catalán, los casos más atractivos son los del longevo Francesc Payarols (1896-1998), que se inició en la editorial Proa y participó en 1935 en la creación de la efímera editorial Atena, y Andreu Nin (1892-1937), este último, y aunque la importancia de su labor es indiscutible, quizá por razones extraliterarias. Salvando las distancias, el caso de Andreu Nin tiene concomitancias con el de Federico García Lorca, a quien el modo y las circunstancias en que murió contribuyeron a mitificar. Si como traductor al español vertió algunos de los textos más divulgados de pensadores como Marx, Lenin, Trotski o Rosa Luxemburgo, además de algunos textos científicos, se trató sobre todo de trabajos alimenticios: El mayor reconocimiento lo tuvo en cambio como introductor de la gran literatura rusa en la cultura catalana, probablemente porque su prosa en catalán era más segura y dúctil. Según ha escrito Natàlia Kharitònova:

Los contemporáneos del traductor valoraron enormemente su labor. Las traducciones literarias de Nin se esperaban con impaciencia y, en cuanto se publicaban, tenían muy buena acogida por parte de los críticos del momento. No sólo se destacaba el hecho de que las traducciones de Nin eran directas e íntegras, sino que además solía considerarse que esos textos cumplían la misión de enriquecer la cultura catalana mediante la incorporación a ella de algunas de las obras más importantes de la literatura moderna.

La afición de Nin por la escritura tiene una primera manifestación muy temprana, pues en el número del 23 de mayo de 1905 (cuando tenía trece años) aparece en La Comarca del Vendrell su primer artículo periodístico, al que siguen otros en El Baix Penedès (entre ellos un alegato contra la tauromaquia) y poco después aparece ya como redactor de El Poble Català. La Justicia Social, La Patria, Los Miserables o Quaderns d´Estudi son algunas de las cabeceras que albergarán textos suyos antes de convertirse en 1917 en redactor de La Publicidad, sin por ello abandonar su incipiente carrera como maestro ni su creciente actividad política.

Nin con el también poumista Wilebaldo Solano (1916-2010).

Durante su estancia en la URSS (1921-1930), colabora en Correspondance Internationale y La Batalla, al tiempo que traduce, entre otras obras, Mis peripecias en España (Madrid, Editorial España, 1929), de Trotski, quien escribió un prólogo específico para esta edición, así como el grueso de traducciones que hizo para las Ediciones Europa-América que el epistolario entre Maurín y Nin permitió a Pelai Pagès identificar como obra del traductor catalán. A este mismo corresponsal (Maurín) le escribe Nin el 29 de marzo de 1929: “Las editoriales me bombardean con proposiciones hasta tal punto que me veo obligado a rechazar buena parte de ellas”, y asegura dedicar un mínimo de doce horas diarias. Para entonces, Nin había empezado también a publicar obra propia escrita en ruso (Faschims y Profsoynzi es de 1923), inglés (Struggle of the Trade Unions againts fascism se publica en Chicago ese mismo año 1923) y catalán (Les dictadures dels nostres dies, Llibreria Catalònia, 1930). Así como el proyecto nunca llevado a cabo de escribir un libro sobre Salvador Seguí, el Noi del Sucre (1887-1923).

Al igual que Payarols, de quien llegó a ser buen amigo, Nin forja su reputación como traductor literario en la editorial Proa, que dirigía Joan Puig i Ferrater (1882-1956) y que sobre todo mediante su colección A Tot Vent tuvo un papel muy destacado en la introducción de literatura rusa (en versiones íntegras y directas). En el seno de Proa, además, Nin se puso al frente de la colección El Camí, que respondía bien a sus intereses ideológicos, pues su objetivo era proporcionar documentación sólida acerca de temas económicos, políticos y sociales, mediante las obras fundamentales y las de actualidad. Pero ya antes de su regreso había aparecido en esa misma editorial su celebérrima y elogiadísima versión de Prestuplenie i nakaznie (Crim i càstig), que fue la primera versión íntegra de una obra de Dostoyevski que se publicaba en Occidente. Al profundo conocimiento de la lengua y la literatura rusa añadía Nin una preocupación por su prosa, trabajada a lo largo de los años que, dentro de las limitaciones de las traducciones de la época, le convertían en un traductor realmente excepcional.

En su faceta como crítico literario, siempre se ha señalado la influencia de la obra de Trotski Literatura y revolución,  que es evidente tanto en el ensayo “Grandesa i decadencia de la novel·la soviética” (Revista de Catalunya, núm. 78,  mayo de 1934), donde se muestra como el mayor conocedor de la literatura rusa de su tiempo, como en su estudio introductorio a L´Insurgent, de Jules Vallès, que el mismo tradujo para Proa (1935).

En cualquier caso, parece incontestable que en el siglo XX nadie como Andreu Nin hizo tanto por la introducción y el conocimiento de la literatura rusa, ni en la cultura catalana ni en la española.

Nota final: En el momento de escribir este texto, no me consta que haya culminado la investigación de Judit Figuerola i Peiró registrada como tesis doctoral con el título Andreu, Nin, intel·lectual traductor d´acció, dirigida por Montserrat Bacardí en la Universitat Autónoma de Barcelona, de la que se puede consultar en la Biblioteca d´Humanitats de esa universidad el trabajo previo «Andreu Nin, traductor«.

 

APÉNDICE: TRADUCCIONES DEL RUSO DE ANDREU NIN

Al español:

Rosa Luxemburgo, La Huelga en masa, el partido socialista y los sindicatos. La experiencia de la revolución rusa de 1905, Barcelona, Publicaciones de la Escuela Moderna, 1920.

Riazanov, ed., Karl Marx como hombre, pensador y revolucionario, Buenos Aires-París, Ediciones Europa-América, s.a.*

Pokrovski, Historia de la cultura rusa, Madrid, Editorial España, 1929.

Leon Trotski, Mis peripecias en España (con prólogo del autor, nota introductoria de Julio Álvarez del Vayo e ilustraciones de K. Rotova), Madrid, Editorial España, 1929.

Karl Marx, La revolución española (1808-1814, 1820-1823 y 1840-1843) (con notas de Jenaro Artiles), Madrid, Cénit, 1929.

Lenin, Páginas escogidas, París, Ediciones Europa-América, 1929.*

Lenin, El Estado y la revolución, París, Ediciones Europa-América, 1929.*

Plejánov, Anarquismo y socialismo, París, Ediciones Europa-América, 1929.*

Yaroslavski, Historia del Partido Bolchevique, París, Ediciones Europa-América, 1930.*

Krupskaia, Lenin (Recuerdos), París, Ediciones Europa-América, 1930.*

Lenin, El imperialismo como etapa superior del capitalismo, París, Ediciones Europa-América, 1930.*

Pokrovski, La revolución rusa (con nota introductoria de Andreu Nin), Madrid, Editorial España, 1931.

Trotski, La revolución permanente, Madrid, Cénit, 1931.

Trotski, Historia de la revolución rusa (La revolución de febrero), Madrid, Cénit, 1931.

Trotski, Historia de la revolución rusa (La revolución de octubre), Madrid, Cénit, 1932.

Lenin, Cartas íntimas, Madrid, Cénit, 1931.

Alexander Lozovski, Programa de acción de la Internacional Sindical Roja (prólogo de Andreu Nin), Barcelona, 1932.

Hellman, La vida sexual de la juventud contemporánea, Madrid, Aguilar, 1932.

Polonski, La literatura rusa de la época revolucionaria (con nota introductoria de Andreu Nin), Madrid, Editorial España, 1932.

Lazurski, Clasificación de las individualidades, Madrid, Aguilar, 1933.

Polonski, Bakunin, Barcelona, Atena, 1935.

Kornilov, Los problemas de la psicología moderna, Madrid, Aguilar, 1935.

* No aparece como traductor por cuestiones políticas, pero Pelai Pagès lo identifica como tal gracias a la correspondencia que en esos años Andreu Nin mantuvo con Joaquín Maurín.

Al catalán:

Fiodor Dostoyevski, Crim i càstig, Badalona, Proa (A Tot Vent 20 y 20ª), 1929.

Boris Pilniak, El Volga desemboca al mar Caspi, Badalona, Proa (A Tot Vent), 1931.

Fiodor Dostoyevski, Stepàntxikovo i els seus habitants, Badalona, Proa (A Tot Vent 55), 1933.

Tolstói, Anna Karènina, Badalona, Proa (A Tot Vent 64 a, 64 b, 64 c y 64 d), 1933.

Trotski, Què ha passat, Badalona, Proa, 1935.

Nikolai Bogdánov, La primera noia: historia romántica, Badalona, Proa (A Tot Vent 74), 1935.

Chejov, Una cacera dramática, Badalona, Proa (A Tot Vent 77), 1936.

Mijail Zoichenko, Prou compassió!, Barcelona, Quaderns Literaris, 1936.

Tolstói, Infància, adolescencia i juvenutt, Barcelona, Proa, 1974.

 

 Fuentes:

Sergi Doria, “Cuando Nin era traductor”, Abc, 28 de octubre de 2008.

Xènia Dyakonova, “La relació entre la literatura russa i la catalana”, Visat, núm 7 (2009).

Pilar Esterlich i Arce, “Francesc Payarols, traductor”, Quaderns. Revista de Traducció, 1 (1998), pp. 135-151.

Natàlia Kharitónova, “Andreu Nin, traductor del rus. Algunes qüestions”, Els Marges, núm 74 (otoño de 2004), pp. 5-70.

Daniel Kowalsky, “La política cultural soviética y la República española”, tercera parte de La Union Soviética y la Guerra Civil española. Una revisión crítica (traducción de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda-Gascón), Barcelona, Crítica (Constrastes), 2004, pp. 133-190.

Yvan Lissorgues, “La novela rusa en España (1886-1910)«, en Enrique Rubio Cremades, Marisa Sotelo Vázquez, Virginia Trueba Mira y Blanca Ripoll Sintes, La literatura española del siglo XIX y las literaturas europeas, Quinto coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, 2011, pp. 287-310.

Irina Mychko-Megrin, Aproximación pragmática a la traducción de la ironia. Problemas traductológicos en la traslación al castellano de los relatos de M. Zóschenko y M. Bulgákov, tesis doctoral dirigida por Assumpta Camps Olivé e Iván García Sala, Universidad de Barcelona, 2011.

Pelai Pagès, Andreu Nin. Una vida al servei de la clase obrera, Barcelona, Laertes, 2008.

George O. Schanzer, “Las primeras traducciones de literatura rusa en España y en América”, en Actas del Tercer Congreso Internacional de Hispanistas, El Colegio de México, 1970, pp. 815-822.