Antonio Soriano, los primeros años de un «guerrillero de la imprenta»

El nombre de Antonio Soriano ha quedado indeleblemente asociado al de la legendaria Librería Española de (rue de Siene, 72), punto de confluencia de lo más granado de la intelectualidad española republicana en París y de la editorial homónima que en los años sesenta puso en circulación libros tan míticos como la Historia de España, de Pierre Vilar, La España del siglo XIX y La España del siglo XX, de Manuel Tuñón de Lara, o Guerra y vicisitudes de los españoles, de Julián Zugazagoitia. Sin embargo, cuando creó esa obra maestra Soriano había recorrido una notable trayectoria en el ámbito de la letra impresa.

Antonio Soriano.

Nacido el 15 de febrero de 1913 en Segorbe, capital de la comarca del Alto Palancia y punto de ineludible peregrinaje de maxaubianos, con apenas quince años Antonio Soriano se trasladó a Barcelona, donde además de cursar el bachillerato, que concluyó en 1933, ya de muy joven ingresó en el Centre Excursionista de Catalunya y se convirtió en espectador asiduo de los estrenos teatrales de la ciudad. En esos mismos años republicanos, había establecido amistad, entre otros, con el sindicalista portuario Germinal Vidal (1915-1936), con quien sería secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas, Francisco Graells, o con el joven de origen mexicano Enrique Obregón (1904-1936), militante de la CNT e integrado en el grupo Germen de la FAI (Federación Anarquista Ibérica); los tres, fallecidos durante la defensa de la República el 19 de julio de 1936. Soriano se asoció al Ateneu Enciclopèdic Popular barcelonés (calle del Carme, 4), donde amplió autodidácticamente sus estudios y del que pronto llegaría a ser bibliotecario, y además coincidió allí con otro apasionado de la letra impresa, el palafrugellense Josep Salvador Puignau (1908-1974). De su colaboración, en tiempos de la República, surgieron iniciativas como el centro de estudios universitarios dirigidos a aquellos jóvenes que, por razones económicas o laborales, no podían matricularse o acudir con regularidad a las aulas universitarias.

Josep Salvador.

Durante el alzamiento en Barcelona, luchó con sus compañeros de las Juventudes Socialistas Unificadas en el tiroteo de la confluencia de la avenida Diagonal con Paseo de Gracia, e hizo la guerra en la capital catalana como secretario de Organización de las JSU y posteriormente como secretario general de las mismas, hasta que en la segunda mitad de 1937se integró en la 44 División, apostada en el frente de Aragón. Tras la tremenda batalla del Ebro inició un periplo que le llevó hasta Puigcerdà el 13 de febrero de 1939 y por allí cruzó la frontera con Francia. Tras unos días en Bourg-Madam, Soriano fue internado por las autoridades francesas en el campo de Bram, donde coincidió con el célebre fotoperiodista Agustí Centelles (1909-1985), quien, en colaboración con el también fotógrafo Salvador Pujol, montó un rudimentario laboratorio fotográfico que permitió que hayan quedado bastantes testimonios gráficos de las condiciones de este campo. En Brams se ocupó inicialmente Soriano en tareas de alfabetización, así como en la traducción y divulgación entre los presos del periódico Depeche y de los números que conseguían entrar del diario Madrid, hasta que los conductores que los introducían fueron descubiertos, y también en impartir a los refugiados clases de francés para que, si tenían la suerte de ser reclutados para los equipos de trabajo en el exterior, pudieran desenvolverse mejor. Finalmente pudo salir también él mismo del campo integrado en un grupo de trabajo agrícola (a medida que avanzaba la ocupación alemana, escaseaba la mano de obra), y más tarde se estableció en Toulouse, donde se reencontró con Josep Salvador. Trabajó entonces como peón de carga y descarga, como friegaplatos, y se ocupó de organizar una serie de plataformas de modesta resistencia clandestina, orientadas a asistir a los españoles sin papeles y que se concretó también en la creación de la primera revista clandestina del exilio en Francia, Alianza (treinta y tres números entre el 14 de abril de 1941 y 1942). De finales de 1942 data la creación, en colaboración con el comunista Jaime Nieto, de la Unión Nacional española, cuyo objetivo era formar a refugiados españoles antes de su paso clandestino a España mediante la creación de una «escuela política», en palabras de José Luis Morro Casas, situada en la avenida de la Gloria. Consumada la libración de Toulouse, por encargo del «capitán Phillipe» Soriano se ocupó de las crónicas radiofónicas en catalán para la Península emitidas por Radio Toulouse.

A principios de 1946, crea con Salvador el Centro de Estudios Económicos Toulouse-Barcelona, germen de su posterior labor editorial. El centro organizaba sobre todo conferencias de intelectuales y políticos de las más diversas tendencias, con el objetivo de mantener informados a los exiliados acerca de la actualidad en España, pero también de mantener viva la cultura republicana; en este sentido, creó cursos de catalán que contaron para su primera clase con la participación del célebre filólogo Pompeu Fabra. Así contaba el propio Soriano las intenciones que alentaban este pretendido foco de confluencia de las diversas tendencias republicanas, que finalmente, en este aspecto, acabó por fracasar:

Queríamos dar a conocer la cultura hispánica, organizábamos conferencias e invitábamos a gente con este propósito. Recuerdo la visita de Jean Cassou y Henri Lefèvre. Además, queríamos contribuir a que no se perdiera la lengua catalana […] Desde el Centro Toulouse-Barcelona intentábamos mantener un contacto diario con España, y de ahí nació la idea de la Librería de Ediciones Españolas.

Federica Montseny antes los micrófonos de Radio Associació de Catalunya.

Prácticamente coincidiendo con su cierre –al parecer, por presiones del Partido Comunista–, el centro aún tuvo tiempo de organizar un emotivo homenaje a los republicanos españoles sobrevivientes a los campos nazis, celebrado en el cine Plaza, presidido por el alcalde la ciudad y con una asistencia que se ha cifrado en seis mil personas; entre ellas, la dirigente anarquista Federica Montseny (1905-1994), así como Jaime Nieto y el anarquista José Ester (1913-1980), superviviente él mismo de Mauthausen y que en 1947 pasaría a sustituir a Francisco Largo Caballero (1869-1946) como presidente de Federación Española de Deportados e Internados Políticos.

Inicialmente el modo de operar de la Librería Ediciones Españolas (situada en la rue D´Arcole, 1) fue muy modesto (e ilegal), pero tremendamente efectivo. Cuando consiguió un modesto fondo de libros franceses, Soriano se dedicó a trasladarse con los libros en un par de grandes maletas hasta Andorra en autocar, y una vez allí los canjeaba por libros en español anteriores a la guerra civil, entre los que en su vejez recordaba por ejemplo ediciones del Instituto Gallach de Librería y Ediciones (fundado por Josep Gallach Torras [1872-1928] en 1890 y, tras pasar a manos de Calpe, germen remoto del influyente Grupo Océano), que se caracterizaban por aunar la calidad en la impresión, profusión de buenas ilustraciones y el propósito eminentemente divulgativo del conocimiento científico. Con este método, repetido en diversas ocasiones, e incluso varias veces por semana por haberse demostrado muy exitoso, empezó Soriano a asentar su incipiente empresa, cuyos primeros trámites datan de agosto de 1946, en colaboración con Josep Salvador. Una segunda línea de actuación que impulsó el proyecto fue el establecimiento de contactos con las editoriales ya creadas en América por exiliados republicanos, particularmente en Argentina, Chile, Perú, Estados Unidos y México (Joan Grijalbo entre ellos).

Cubierta de un ejemplar de La Novela Española.

Posteriormente, y en buena medida como consecuencia de estos contactos, llegaría a partir de marzo de 1947 la publicación de la revista Lee, destinada a la divulgación de la lectura y a la catalogación de las novedades bibliográficas españolas. Así la describe su contenido José Luis Morros Caso:

Con su presentación, Soriano trata de contribuir al mantenimiento de las relaciones existentes entre los franceses y los españoles utilizando para ello un medio inapreciable, el libro, como el mejor modo de conocer España. En sus diferentes apartados, la publicación ofrece resúmenes de catálogos de arte, clásicos castellanos, geografía, literatura española contemporánea…, así como información de revistas de próxima aparición, caso de Realidad, de Buenos Aires, y críticas de libros y de noticias.

Antes aún de trasladarse a París y poner los cimientos de su célebre librería parisina, aún tuvo tiempo el tandem Salvador-Soriano de poner en marcha una modesta colección dirigida nominalmente por Luis Solères (un francés de origen español), La Novela Española (1947-1949), que sin duda marcó un hito.

Fuentes:

Entrevista en vídeo «Antonio Soriano y la Librería Española en París»

Michel Baglin, «C’était la librairie des réfugiés espagnols à Toulouse», Texture, 18 de abril de 2009.

Ana Martínez Rus, «Antonio Soriano, una apuesta por la cultura y la democracia: la Librairie Espagnole de París», Litterae. Cuadernos sobre cultura escrita, núm. 3-4 (2003-2004), pp. 327-348.

Judith Moris Campos, «Soriano, Antonio», en Manuel Aznar Soler y José Ramón López García, eds., Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, vol. 4, Sevilla, Renacimiento (Biblioteca del Exilio), 201, pp. 420-422.

José Luis Morro, «Antonio Soriano: los libros, su vida», en Alicia Alted Vigil y Manuel Aznar Soler, eds., Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia, Salamanca, Aemic-Gexel (Serpa Pinto 2), pp. 391-404.

Juan Miguel Sánchez Vigil y María Olivera Zaldua, «La editorial Gallach y su contribución a la industria cultural española. Recuperación y análisis de su catálogo», Investigación Bibliotecológica (México), vol. 28, núm. 63 (mayo-agosto de 2014), pp. 51-83.

Antonio Soriano, Exodos. Historia oral del exilio republicano en Francia, 1939-1945, prólogo de Roberto Mesa, Barcelona, Editorial Crítica (Serie General. Temas Hispánicos), 1989.

Sonia Soriano, blog Librairie Espagnole … Antonio Soriano o la aventura de la cultura.

Lourdes Toledo, «Entrevista a Antonio Soriano», Lletres valencianes: Revista del llibre valencià, núm 5 (Tardor 2001), pp. 2-7.

 

Josep Salvador, linotipista y editor en Toulouse

A Adrià Pujol Cruells, escriptor empordanès

Al término de la guerra civil española y hasta la liberación de Francia, Toulouse se convirtió en uno de los más interesantes centros editoriales en lengua española, si bien el traslado progresivo de muchos escritores e intelectuales a París hizo que esta condición quedara luego debilitada. Aun así, la vitalidad cultural de los centros de refugiados, a menudo de marcado cariz anarquista, duró aún varias décadas. En Cataluña, por ejemplo, en la inmediata posguerra fue posible sintonizar Radio Toulouse y tener oportunidad de escuchar las emisiones que durante tres meses hizo en catalán el luego importante librero y editor Antonio Soriano (1913-200), que luego regentaría la célebre Librería Española de París.

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Fue precisamente Soriano quien, con la colaboración de Josep Salvador Puignau (1908-1974)m creó en Toulouse el Centro de Estudios Económicos Toulouse-Barcelona, que José-Luis Morro Casas ha descrito como: «Una especie de Ateneo en el que se realizaban conferencias, cuyo éxito fue tal que la gente casi vivía pendiente de las mismas. Allí hablaron hispanistas como [Jean] Cassou, Henri Lefevre, Bruinstard..», y prosigue más adelante:

A Soriano se le ocurre crear una librería. Le venían a la memoria aquellos años en que fue bibliotecario en Barcelona; volvía a tener la oportunidad de encontrarse con lo que le fascinaba, la obra impresa. Junto a su amigo José Salvador, funda la Librería Española, ubicada en la rue D’Arcole número 1. No sin problemas lograron que un amigo ciudadano francés de origen español, Luis Surères, gestor de profesión, se prestara a regentarla. […] Soriano encontró el filón; con una maleta llena de libros franceses se encaminó hacia Andorra, donde aún quedaban remanentes de libros españoles anteriores a la guerra civil y logró cambiarlos por libros sobre la Civilización Española del Instituto Gallach, que se encontraban a miles. A la vuelta los vendieron enseguida, no quedando más remedio que hacer varios viajes a Andorra por semana.

Cuando Soriano se marchó a París, quedo al frente de la librería en Toulouse Josep Salvador, quien a los dieciocho años se había trasladado de su Palafrugell natal a Barcelona, desde donde se trasladó luego a París para formarse en artes gráficas durante la dictadura de Primo de Rivera. Además de aprender el francés, en esta etapa aprende también esperanto, y a su regreso imparte clases de esta lengua en el Ateneu Enciclopèdic Popular de la barcelonesa calle del Carme. En 1935 crea con un socio una imprenta en la calle Aribau de la misma ciudad, donde trabajará hasta su intervención en la batalla del Ebro y su posterior exilio a Francia en febrero de 1939.

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Campo de concentración en Barcarès.

Tras su paso por los campos de concentración en las playas de Argelés y Barcarès, es enrolado en una compañía de trabajo e inicia entonces un periplo por diversos grupos de trabajadores españoles. Según explica Javier Campillo Galmés en el magnífico estudio que dedicó a Salvador: «El 25 de septiembre de 1944, un mes después de la liberación de Toulouse, Salvador es dispensado de su pertenencia al Grupo 562 de Trabajadores Extranjeros. Salvador adquiere el estatuto de refugiado apátrida, dependiendo del Ministerio de Exteriores francés». Y es un par de años después, en agosto de 1946, cuando inicia trámites para crear en la Librairie des Éditions Espagnoles, mediante la creación de una sociedad en la que inicialmente participaban también Soriano, Solères, Fernand Vargas y Amadeo Vives. Siguiendo de nuevo a Campillo Galmés:

Un recorte de prensa de la época recoge los dos objetivos de la librería: por una parte, favorecer la difusión de las publicaciones españolas entre el público francés y, por otra, ayudar a los intelectuales españoles mediante la edición de sus obras. Se dice incluso que «cuando España sea libre, una casa análoga se abrirá más allá de los Pirineos, lo que contribuirá a un activo intercambio cultural entre nuestros dos países»

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Diseño de ArgÑuelles para una exposición en Toulouse en 1947.

La edición pues de libros, asumida por Soriano y Salvador como un deber moral, se inicia en 1947 con la publicación en el sello Librairie des Editions Espagnoles de Tres mesos i un dia a Nova York, de Josep Mª Poblet (1897-1980), Goya: sa vie, son ouevre, son temps…, de Domènec de Bellmunt (1903-1993), con una serie de muy famosos Boletines Bibliográficos (preciada compilación de libros publicados en español) y la muy celebrada colección La Novela Española, quizás la mayor contribución de la LEE a la edición en lengua española, a la que en 1948 se añade una colección dirigida por el hispanista Pierre Darmangeat dedicada a los clásicos españoles (Tirso, Garcilaso, Zorrilla, etc.), todas ellas impresas en Toulouse. Poco después se empiezan a imprimir también en París, es de suponer que bajo la supervisión de Soriano, que ya se había establecido allí, con indicación editorial «París-Toulouse: Librairie des Éditions Espagnoles». Las primeras obras son tres conferencias de peso: La lengua y la cultura en Hispanoamérica (1951), de Ángel Rosenblat, El sentido del Lazarillo de Tormes (1954) de Marcel Bataillon y El romanticismo y el siglo XX (1955) de Pedro Salinas.

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La famosa colección La Novela Española la dirigía inicialmente el excolaborador de La Revista Blanca, Umbral y, ya en Francia, el parisino El Heraldo de España Antonio Fernández Escobés, y la constituían pequeños volúmenes de 16 x 12 de entre treinta y cuarenta páginas en las que el texto de relatos y novelas breves aparecían compaginados a doble columna y con portadas diseñadas y dibujadas por el cartelista Antonio Argüello. A la muerte de Fernández Escobés le sustituyó en la dirección Ezequiel Endériz. Tras estrenarse con la cervantina Rinconete y Cortadillo, entre 1947 y 1949 La Novela Española publicó mensualmente una amplia combinación de clásicos indiscutibles (para cumplir con el propósito de dar a conocer la cultura española en el país de acogida) con novelas breves de autores exiliados (a los que se pretendía ayudar en alguna medida). Así, junto a obras de Lope de Vega o Quevedo, aparecen antologías poéticas de Federico García Lorca y Machado y obras de Alejandro Casona, Victor Alba y Ramón J. Sender, entre otros escritores exiliados hoy menos conocidos.

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Victor Alba, Diálogo sin testigos (1947).

Tal fue el éxito de estas ediciones, en papel de muy baja calidad y a un precio inicial de 25 francos, que a partir de la segunda serie, iniciada en enero de 1948, se empiezan a publicar dos títulos mensuales (y a 30 francos), pero, como explica Francisca Montiel Rayo, esta ambiciosa empresa, que se vio pronto en la necesidad de implementar una segunda subida de precio que lo situaría en los 50 francos, fue bastante difícil:

El encarecimiento del precio del papel, el pago del diez por ciento de las ventas acordado con los autores, la imposibilidad de vender en Francia las tiradas completas de las ediciones –que llegaron a alcanzar los cinco mil ejemplares– y los problemas que entrañaba su distribución en América –expansión que intentó poner en marcha Fernández Escobés– fueron algunas de las dificultades que marcaron la vida de la colección.

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Victor Alba, La muerte falsificada (1948).

Antes de cerrar la colección esta se atrevió incluso a estimular la creación literaria entre sus lectores con la convocatoria un Premio Antonio Zozaya dotado con diez mil francos y cuya obtención comportaría la publicación de la obra. Según se anunciaba ya en la contracubierta del número 12:

Acontecimiento literario. Continuando con su obra de divulgación de la cultura española, para corresponder al favor creciente que recibe de sus numerosos lectores y para excitar la producción literaria dando a los jóvenes escritores la oportunidad de darse a conocer, La Novela Española, de acuerdo con un prestigioso periódico del exilio [¿L’Espagne?], estudian las bases de un concurso literario que llevará por título el nombre del insigne escritor Antonio Zozaya, rindiendo así un merecido homenaje a esta figura señera del periodismo y la literatura española contemporánea [que hacía poco, en 1943, había muerto en su exilio mexicano].

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El premio lo ganó Andrés María del Carpio (autor en 1931 de la música del «Himno a Andalucía») con la obra El Españolito, cuya extensión excedía en mucho la habitual en la colección, y quizá eso contribuyera a que no llegara a publicarse, aun cuando los miembros del jurado describieron al autor como un «escritor español, agudo y original, muy conocido y apreciado en la vida literaria de París» y expresaron su convencimiento de que no sería éste el último triunfo que obtendría. Andrés María del Carpio dejó abundante material inédito acerca del lenguaje, el cante y las costumbres andaluzas, pero antes de su muerte vio publicadas una variopinta serie de obras, como Juan García Morales, presbítero. Algunos rasgos del hombre y de su obra (Lyon, Imprimerie Juhan, 1946), Sonoridad del castellano (Madrid, Marsiega de Artes Gráficas, ¿1955?), Cartas galas. Febrero de 1939- julio de 1940 (Madrid, Ediciones Iberoamericana, 1960), La espera interminable (julio de 1940-septiembre de 1944), Madrid, Ediciones Iberoamericanas, 1964 o El canto del gallo. Ensayo de fonética descriptiva galla (Madrid, Ediciones Iberoamericanas, 1970).

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Josep Salvador en 1952.

Por su parte, concluida La Novela Española, Salvador prosiguió con su labor de difusión y apoyo a las culturas peninsulares, y así por ejemplo en 1952 la librería se convirtió en una de las principales organizadoras de los Jocs Florals de la Llengua Catalana en el exilio, año en que recibieron los premios ordinarios Joan Barat (1918-1996), Edmon Brazès (1893-1980) y Albert Manent (1930-1914).

Sin embargo, no por ello abandonó Salvador su trabajo como linotipista en La Dépeche du Midi (donde ya había empezado a trabajar en 1944, cuando se llamaba La République du Sud-Ouest). La vida de este infatigable embajador en Toulouse de la cultura española llegó a su fin en febrero de 1974, poco antes de la muerte del dictador, y sus restos descansan en el cementerio municipal de Bourg St. Bernard. Es hasta cierto punto comprensible, pues, que buena parte de la cuantiosa documentación generada por la actividad de Salvador se conserve en el Instituto Cervantes de Toulouse. Sin embargo, otra parte de su legado se encuentra repartida, como es lógico, entre la Biblioteca de Catalunya y el Ajuntament de Palafugell.

Fuentes:

Anónimo, «Donen 74 llibres editats a l’Estat francés per un palafrugellenc», Avui, 17 de mayo de 2010.

Michel Baglin, «C’était la librairie des réfugiés espagnols à Toulouse», Texture, 18 de abril de 2009.

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Alejandro Casona, Flor de leyendas (1947).

Javier Campillo Galmés, «Josep Salvador, librero y editor del exilio en Toulouse», en Manuel Aznar Soler y José Ramón López García (eds.), El exilio republicano de 1939 y la segunda generación, Sevilla, Gexel (Grupo de Estudio del Exilio Literario)-Editorial Renacimiento, 2011, pp. 921-930.

Javier Campillo, «Josep Salvador y la Librairie des Editions Espagnoles de Toulouse».

Francisca Montiel Rayo,  «Semblanza de La Novela Española (1947- 1949)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2016.

José Luis Morro Casas, «Antonio Soriano: los libros, su vida», en Alicia Alted Vigil y Manuel Aznar Soler, eds., Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia, Salamanca, AEMIC (Asociación para el Estudio de los Exilios y Migraciones Contemporáneas)- Gexel, 1998, pp. 391-404.

El librero como inspiración (León Sánchez Cuesta)

A Lluis Morral i la seva gent a Laie.

León Sánchez Cuesta.

León Sánchez Cuesta.

La literatura de Max Aub (1913-1972) tiene potencial más que suficiente para convertirse a la larga en lo que la narrativa de Benito Pérez Galdós (1843-1920): una fuente incomparable para conocer la pequeña historia –la intrahistoria, incluso– que cada uno de ellos recreó y que constituye un festín para los historiadores. En particular en el caso de Aub, es una referencia valiosísima para conocer a algunos personajes singulares de la historia española y mexicana del siglo XX. Ignacio Soldevila (1929-2008) destacaba además la faceta de retratista de Max Aub, al hilo de las entrevistas literaturizadas en La gallina ciega. Diario español:

En estos fragmentos encontramos particularmente al Aub novelista, creador de personajes vivos y parlantes, o retratista vivaz, de animando dibujo: son excelentes ejemplos los de Carmen Balcells y de Nuria Espert, que no desmerecen en nada los de sus personajes de fábula más logrados.

Así debió de entenderlo también Ana Martínez Rus, quien al reconstruir la trayectoria vital e intelectual del librero León Sánchez Cuesta (1892-1978), sacando provecho del extraordinario archivo que se conserva en la Residencia de Estudiantes (más de 7.000 cartas a corresponsales distinguidos), tiene el acierto de reproducir completo el espléndido retrato que de él hace Aub en la obra mencionada.

Ya en Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin Agustín Sánchez Vidal reproducía algunas cartas que permitían advertir la trascendental importancia que tuvo el librero León Sánchez Cuesta en la formación de lo que comúnmente conocemos como generación del 27, entendida ésta en un sentido amplio (los poetas Alberti, Altolaguirre, Lorca, Salinas, pero también el narrador y dramaturgo Max Aub, el cineasta Luis Buñuel o la pintora Maruja Mallo). Y alguna cita empleada por Sánchez Vidal revela tanto los proyectos intelectuales en los que andaba metido Buñuel en cada momento –y algunos de sus rasgos personales– como el carácter de faro intelectual de absoluta confianza que adquirió el célebre librero. Le escribe Buñuel por ejemplo el 10 de febrero de 1926 desde París: “Le agradeceré que me envíe la lista de libros que le adjunto. Para cobrar: como yo no iré hasta mayo y pagar en francos es dolorosillo, puede usted remitir a mi madre a Zaragoza, Independencia, 29, las facturas que le deba”, seguido de una lista en la que alternan Spengler con “Pepito Ortega”, Ramón Gómez de la Serna y la Revista de Occidente, además de la petición de, si existe tal cosa “algo publicado en España sobre cine. Algo serio, se entiende”.

Postal de Luis Buñuel a León Sánchez Cuesta del 17 de septiembre de 1926.

La singularidad de Sánchez Cuesta radica, por un lado, en que su negocio no era una librería al uso, es decir, abierto al público, sino que funcionaba más bien como un gabinete que proveía de libros y revistas a grandes lectores de confianza (escritores, artistas, políticos abogados, muchos de ellos muy conocidos además), y por otro lado que se especializó en conseguir sobre todo aquellos materiales bibliográficos que eran difíciles de adquirir (y que a veces se ocupaba de encuadernar en pasta española e incrementar así el precio).

José María Quiroga Pla (1902-1955).

Licenciado en derecho en la universidad de su Oviedo natal, Sánchez Cuesta obtuvo una beca para ingresar en la Residencia de Estudiantes de Madrid, que fue donde entró en contacto con quienes protagonizarían lo que José Carlos Mainer bautizó como Edad de Plata de la cultura española y, sobre todo, donde se ganó una confianza de hombre fiable y bien informado que no hizo sino crecer en los años siguientes. Además de dar fluidez a los contactos culturales entre España y México, de dar empleo a los poetas José María Quiroga Pla entre 1926 y 1928 y Luis Cernuda entre 1930 y 1931 (al cargo de los impagados), entre otros, de editar y hacer circular por Europa y América un Boletín de novedades españolas (desde 1928) o de impulsar una primera etapa de la Librairie Espagnole parisina, fue su carácter de extraordinario canalizador de información bibliográfica y de libros lo que lo convierte en una figura excepcional de la cultura española. En sintonía con ello ha escrito ha escrito Christopher Maurer:

Al acercarnos al prodigioso archivo de Sánchez Cuesta, nos sorprende, entre otras cosas, el grado en que los escritores españoles dependían de él para que les avisara de “cualquier cosa de interés” entre lo recién publicado. En un ensayo de 1922 o 1923, el cordialísimo Alfonso Reyes (del que se conservan 155 cartas a Sánchez Cuesta) se queja de que el librero típico “sabe vender libros, pero no los lee ni se cree obligado a entenderlos”. No era el caso de Sánchez Cuesta.

De izquierda a derecha: Salvador Dalí, María Luisa González, Luis Buñuel, Juan Vicens (socio de Sánchez Cuesta en la Librairie Espagnole), José María Hinojosa y, sentado, José Moreno Villa en 1924.

Sus primeros pasos en el mundo del libro, de la mano de Juan Ramón Jiménez (1881-1958) y Alberto Jiménez Fraud (1883-1964), le llevan a traducir para la Colección Universal de la Editorial Calpe los dos volúmenes de las Notas de Inglaterra de Taine, y a través del editor Manuel Aguilar, a entrar en la Sociedad General Española de Librería (SGEL), perteneciente a Hachette, donde estuvo apenas unos meses, hasta que en 1921 se traslada a México como representante de otra empresa de Hachette, la Agence Génerale de Librairie et de Publications. Dos años después regresa a España para hacerse cargo de la gerencia de la sección de librería de la editorial La Lectura y abre la Librería de Arte y Extranjera de La Lectura, asociado a Jiménez Fraud. En noviembre de 1924, sin embargo, se independiza y pone en pie el negocio que se convertirá en fundamental para varias generaciones de escritores, que es el camino por el que se convertirá también en figura principal –si bien en la sombra– de la cultura española del siglo XX y que Ana Martínez Rus sintetiza y recrea con prosa ágil sirviéndose con particular acierto de una diversidad enorme de documentos (cartas, libros de cuentas, documentación variada e incluso material gráfico muy valioso) en los que acaso sean los capítulos más apasionantes de su libro. En esos años veinte hace Sánchez Cuesta incluso sus pinitos como editor, colaborando con Juan Ramón Jiménez en las revistas Ley. Entregas de Capricho y Sí. Boletín Bello Español del Andaluz Universal.

Ley. Entregas de Capricho (1927).

Como sucede en el caso de tanta gente de letras del siglo XX, la guerra civil llevó a Sánchez Cuesta a iniciar un periplo que en carta al escritor español exiliado en México José Moreno Villa (1887-1955) resumía del siguiente modo el 13 de junio de 1951:

En Salamanca permanecimos hasta julio de 1937 en que, agotadas las posibilidades de vida, pues se prohibió la entrada de dinero del extranjero, salimos de allí […] yo para Alemania a donde me fui con el propósito de aprovechar el tiempo trabajando el alemán y ver que podría hacer en relación con la librería alemana, el día que terminara la guerra. Estando allí me ofrecieron el lectorado en español de la Universidad e Marburgo, el que tenía [Carlos] Clavería, y allá me fui […] hasta que la guerra Europea nos hizo emprender, una vez más, la marcha precipitada, Nos fuimos a Argel a casa de los padres de Andrea [su esposa], y allí permanecimos hasta diez años. Cansados de esperar, necesitado de volver a la vida activa y de dar a mi chico una educación española, volví a España en el año 47. De lo de aquí, no hablemos porque la cosa sería larga. Me establecí de nuevo como librero y ya puede figurarse lo duro que ha sido y aún sigue siendo la brega.

Alberto Jiménez Fraud (1883-1964).

A su regreso del exilio, continuó a trancas y barrancas con su labor, dificultada por las peculiares condiciones de la España franquista para menesteres tan poco ortodoxos como los suyos (y vigilado, obviamente, por la censura), pero aún encontró ánimos para actuar incluso como editor y distribuidor de una Nueva nómina de la poesía española contemporánea (1948), compuesto de breves estudios preliminares y fichas bibliográficas de los poetas importantes del momento (Vicente Aleixandre, José Luis Cano, Carmen Conde, Germán Bleiberg, Juan Eduardo Cirlot….) y que regalaba a todo aquel que adquiriera libros de poesía por un valor de 15 pesetas o superior. Pese a las dificultades, salió adelante con notable éxito.

Elegido en 1963 presidente de la Escuela de Librería del Instituto Nacional del Libro Español (que había contribuido a crear con el insigne librero Marcial Pons) y galardonado con la Medalla Rivadeneyra en reconocimiento a su trayectoria, en 1970 Sánchez Cuesta se convirtió en uno de los accionistas minoritarios de Alianza Editorial (impulsada entre otros por su sobrino Jaime Salinas, que habla de él en Travesías), con una participación de 110.00 pesetas, y nunca llegó a jubilarse.

El librero Marcial Pons (1915-2011), entre dos empleados en 1948.

Es también legendaria la vocación de ayuda a los intelectuales y poetas de su tiempo, así como su proverbial paciencia a la hora de cobrarles los pedidos que le hacían y que solía cumplir con prontitud. Para cerrar de nuevo con Max Aub, valga el dato de que en 1944 el escritor valenciano tenía pendiente de pago una cuenta de 11,1 pesetas.

Ana Martínez Rus, “San León Librero”: las empresas culturales de Sánchez Cuesta, Gijón, Ediciones Trea (Biblioteconomía y administración cultural 173), 2007.

Fuentes adicionales:

Max Aub, La gallina ciega. Diario español (edición de Manuel Aznar Soler), Barcelona, Alba, 1995.

Philippe Castellano, «Compte rendu de l’ouvrage d’Ana Martínez Rus, «San León Librero»: las empresas culturales de Sánchez Cuesta»Cahiers de Civilisation Espagnole Contemporaine, 14 de noviembre de 2008.

Christopher Maurer, “León Sánchez Cuesta, librero, lector, amigo”, Residencia, núm. 5 (abril de 1998).

Sobre de Sánchez Cuesta con dedicatoria de Juan Ramón Jiménez.

Jaime Salinas, Travesías. Memorias, Barcelona, Tusquets (Tiempo de Memoria 32), 2003.

León Sánchez Cuesta, “Una época de mediocridad y falta de interés por la poesía” (carta de Sánchez Cuesta a José Moreno Villa reproducida en Residencia, núm. 5 (abril de 1998).

Ignacio Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, Valencia, Biblioteca Valenciana (Colección Literaria), 2003 (2ª ed.).

Agustín Sánchez Vidal, Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin, Barcelona, Planeta (Espejo de España 137), 1988.

Alfredo Valverde, “Archivo y Biblioteca de León Sánchez Cuesta”, Residencia, núm 5 (abril de 1998).